Innocent Child

Cierta vez, mientras corría contenta por el bosque, Neliel escuchó en el viento una voz melodiosa que la llamaba. Se detuvo y miró a todos lados, mientras abrazaba a su fiel oveja de peluche; pensó que era su madre, quien la estaba protegiendo, pero no era así. Con una sonrisa en los labios y colocándose el dedo indice en la boca como para hacerle entender a su peluche que no dijera nada, siguió, muy despacio, el camino por donde podía oír a quien le hablaba. Sabía que no era su padre, pero, siendo una niña, la curiosidad la llevó a perseguir a aquello que casi cantaba al viento su nombre. Motivada por la inocencia y la alegría propia de su pequeña figura, se dirigió por un camino largo de flores de muchos colores. Neliel rió y tomó algunas flores para hacerse una pequeña coronita, y por supuesto, hacerle otra a su Señor Nieve, su muñeco.

Siguió el camino lleno de flores, dejándose llevar por la voz, hasta que llegó a una zona con muchos matorrales verdes; ahí, los árboles lucían fronsosos y vivos, como en verano. Mientras caminaba, maravillada por lo que veía, sus amigas "Lucecitas" aparecieron, rodeándola con su danza alegre. Neliel jugó con ellas y le contaba a su madre que el bosque era my bonito. Se distrajo tanto, que casi olvidaba a quien la invitaba a algún lugar mágico. La niña se disculpó, entre risas y canciones, continuó su camino hasta llegar a un punto en donde las hojas de los árboles se vestían de sienas y ocres; se acordó del otoño y cuando avanzó más, tropezó con un río de aguas cristalinas y frías. Neliel se detuvo en la orilla y buscó de sentarse sobre una piedra, pero cuando estaba por hacerlo, algo brillante en el agua, llamó su atención.

Sus ojos contemplaron varias piedritas de un color azul intenso, con formas redondas y que parecían brillar. La niña quiso tomar alguna para poder llevársela a su padre, cuando la misma voz de antes, le habló de cerca. Neliel se volteó y su pequeña boca se abrió al ver a un ser alto, alargado y de un color azul intenso, como los que aparecían en los libros que leía su madre. Aparte, parecía tener dos alas, casi transparentes, que sólo reflejaban puntos de luz cuando los rayos del sol las tocaban. La pequeña abrazó a su peluche y no supo qué más decirle a aquel ser precioso que estaba frente a ella.

El ser se presentó como un espíritu de los bosques y del cielo, que Dios lo había enviado a protegerla y que también, tenía una misión para ella. Dijo llamarse Jofiel y le entregó dos piedras azules que debía entregarlas a determinadas personas, que cuando lo hiciera, Dios estaría muy contento con ella. Neliel tomó las piedritas y bautizó al espíritu como Señor Azul; aceptó con gran entusiasmo su misión y cuando despertó, estaba en casa de Odette, en una cama grande y con muchos peluches a su lado. Pensó que había soñado todo aquello, pero cuando miró sus pequeñas manos, tenía las dos piedritas que su nuevo amigo le había dado.

Aquella era una de esas ocasiones en donde la pequeña Neliel exploraba el bosque junto con su padre; se paseaban entre los encorvados árboles y entablaban conversaciones que sólo padre e hija comprendían. Era un día radiante, el sol se alzaba en lo más alto, y los pajaritos formaban un holgorio en todos los rincones del lugar; estaban tan contentos por tan espléndida jornada, que sus cantos eran gracias elevadas al cielo. Neliel disfrutaba de oírlos cantar, también corría junto con las traviesas liebres que salían a recibirla con increíble energía. Más arriba se escuchaba el murmullo del agua, el encanto del riachuelo era hipnotizador, como todo el bosque en sí mismo, como si alguna criatura sobrenatural dejara caer un hechizo precioso en ese minúsculo espacio de la naturaleza.

Neliel y su padre fueron, como de costumbre, al río, ahí se sentaron en las rocas que se disponían en la orilla. Para pasar el rato, se pusieron a hacer coronas de hojas, una de las actividades favoritas de la niña, aparte de jugar a las escondidas, comer galletas y visitar a la señora Gretchen, a quien había conocido hacía poco tiempo. Eran momentos muy gratos, en especial, para alguien de tan tierna edad. Pero, a diferencia de otros niños, Neliel era especial, ella había nacido con habilidades mágicas, y sí otros niños corrientes podían ver cosas grandiosas –y otras no tanto–, ¡cuánto más podría hacer nuestra protagonista!

En un descuido de su padre, a quien el sueño le atacó repentinamente, Neliel se deslizó entre la hojarasca, buscando más hojas de colores vivaces para continuar con su faena, pero lo que iba a encontrar iba a ser maravilloso, y más para ella.

Unas fugaces y minúsculas esferas de luz la guiaron entre sendas de árboles, por un caminito angosto, pero igualmente transitable. Corría detrás de las luces, gritándoles que la esperaran y cuando éstas por fin se detuvieron, lo que la niña vio la dejó sin palabras. Neliel sonrió y aplaudió con sus pequeñas manos. Lo que contemplaban sus ojos era sencillamente extraordinario: era el espíritu de su, ya fallecida, madre. La última vez que la había visto, fue en el hospital, cuando ya no le quedaban esperanzas de vida. Sin embargo, ahora lucía mucho más radiante y hermosa que como Neliel la recordaba.

—¡Mami! ¿Ahora más nunca te vas a separar de mí, verdad?