AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
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Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Ardía. Ardía como un hierro al rojo atravesándome el muslo. El olor de mi propia sangre derramándose a lo largo de mi escape los atraería. Me seguirían. No tenía otra salida más que seguir corriendo hasta perderles el rastro, pero por mucho que intentaba esquivar a los transeúntes, la muchedumbre frenaba mi errática carrera ¿Cómo podía estar tan despierta la ciudad a esta altura de la noche? No me engañaría a mí mismo, sabía lo mucho que París palpitaba vida hasta que el alba quebraba, mis sentidos alterados no me permitían verlo. Pero los demás si podían verme, y se aterrorizaban al ver a un enorme gato salvaje corriendo por las veredas, asustando a sus caballos. Era un caos, no tardarían en encontrarme si no desaparecía pronto del centro.
En mi mente buscaba las calles que sabía estaban más abandonadas, más seguras. Pero mi pierna, ella no respondía ¿Cómo no pude darme cuenta? ¿Cómo pude ser tan idiota? Ahora mi vida pendía de un hilo y mis perseguidores solo tenían que estirar la mano para tomarla. Fuego. Lo sentí correr hasta mi espalda. Mi pelaje se erizó en un espasmo de dolor incontrolable. Pronto perdería la conciencia y dejaría el paso a mi conciencia animal. No puedo, no debo permitir eso o seré gato muerto. Lyosha, piensa. Trata de pensar ¿Dónde estás? Conoces este lugar, has estado aquí mil noches. Conoces a fondo sus olores, sus recovecos. Sabes cómo salir.
A mí alrededor se había formado un círculo de personas atraídas por el alboroto. No fue de mi atino quedarme varado en una de las arterias centrales de la ciudad. Entre los curiosos estaban los cocheros enfadados, decididos a molerme a golpes por haber puesto en peligros a sus animales gavno, merde! Nada me servía mi forma animal para escapar de toda esta situación creada por mí mismo ¡Idiota! Lleno de desesperación comencé a caminar en círculos dentro de la jaula de entrometidos que me impedía seguir. Transformarme no era una opción. Si los cazadores no me capturaban primero, ellos acabarían el trabajo. Comencé a gruñirles con la esperanza de apelar a su piedad. Arrastraba mi pata herida entre el lodo y la sangre que manaba de los dos agujeros de bala ¡Demonios! Todo se mezclaba en un confuso remolino de imágenes y sonidos demasiado rápidos para entenderlos. Mis sentidos no ayudaban, me mareaban y no consiguieron advertirme del golpe que alguien me propinó en el lomo con un bastón. No pude evitarlo.
El dolor y el miedo tomaron control de mí y le salté al brazo con una furia bestial. Sentí sus huesos quebrarse bajo mis dientes y mi boca se llenó de sangre. Entre mis maullidos de rabia y sus gritos de espanto se abrió una brecha en la muralla de idiotas que intentaron sitiarme y algo más fuerte que el dolor de mi herida me impulsó a correr aún más rápido que antes. El barullo me siguió unas cuantas cuadras hasta que la impresión dejó de surtir efecto y mi velocidad se redujo a la mitad. Tambaleaba. Era inútil, no sabía dónde me encontraba, tampoco lograría enterarme. Mi mente humana se escuchaba cada vez más débil, opacada por el instinto primordial de supervivencia que gritaba por encontrar un lugar seguro ¿pero dónde estaba aquel escondite? A lo lejos escuché un murmullo creciente. Si no eran mis captores iniciales seguro se trataba del hombre que mordí y quienes se le sumaron para castigarme. Los humanos eran tan rápidos en unirse a través del odio, pero… ¿Qué podría saber yo? Solo soy un animal lastimado, nada que podría importarles. Si tenía suerte, acabaría en el cuello de alguna dama.
Con mis últimos esfuerzos me acerqué a una escalera. Subí los escalones con las tres patas que aún me obedecían y me eché frente a la puerta de lo que sea que fuera aquel lugar. ¿Qué diría mi padre si me viera así? Quizás al final de la noche tendría el reencuentro que esperé tanto tiempo. Lamí mi herida, pero incluso mi sangre me dio escalofríos al sentirla tan amarga. Continué maullando adolorido, ya no importaba realmente si mis chillidos me delataban, probablemente moriría envenenado antes de que pudieran desquitarse conmigo. Maullaría hasta perder la conciencia. Ah, no estaba enojado, solo…me hubiera gustado morir en la nieve. Sí, en la nieve…
En mi mente buscaba las calles que sabía estaban más abandonadas, más seguras. Pero mi pierna, ella no respondía ¿Cómo no pude darme cuenta? ¿Cómo pude ser tan idiota? Ahora mi vida pendía de un hilo y mis perseguidores solo tenían que estirar la mano para tomarla. Fuego. Lo sentí correr hasta mi espalda. Mi pelaje se erizó en un espasmo de dolor incontrolable. Pronto perdería la conciencia y dejaría el paso a mi conciencia animal. No puedo, no debo permitir eso o seré gato muerto. Lyosha, piensa. Trata de pensar ¿Dónde estás? Conoces este lugar, has estado aquí mil noches. Conoces a fondo sus olores, sus recovecos. Sabes cómo salir.
A mí alrededor se había formado un círculo de personas atraídas por el alboroto. No fue de mi atino quedarme varado en una de las arterias centrales de la ciudad. Entre los curiosos estaban los cocheros enfadados, decididos a molerme a golpes por haber puesto en peligros a sus animales gavno, merde! Nada me servía mi forma animal para escapar de toda esta situación creada por mí mismo ¡Idiota! Lleno de desesperación comencé a caminar en círculos dentro de la jaula de entrometidos que me impedía seguir. Transformarme no era una opción. Si los cazadores no me capturaban primero, ellos acabarían el trabajo. Comencé a gruñirles con la esperanza de apelar a su piedad. Arrastraba mi pata herida entre el lodo y la sangre que manaba de los dos agujeros de bala ¡Demonios! Todo se mezclaba en un confuso remolino de imágenes y sonidos demasiado rápidos para entenderlos. Mis sentidos no ayudaban, me mareaban y no consiguieron advertirme del golpe que alguien me propinó en el lomo con un bastón. No pude evitarlo.
El dolor y el miedo tomaron control de mí y le salté al brazo con una furia bestial. Sentí sus huesos quebrarse bajo mis dientes y mi boca se llenó de sangre. Entre mis maullidos de rabia y sus gritos de espanto se abrió una brecha en la muralla de idiotas que intentaron sitiarme y algo más fuerte que el dolor de mi herida me impulsó a correr aún más rápido que antes. El barullo me siguió unas cuantas cuadras hasta que la impresión dejó de surtir efecto y mi velocidad se redujo a la mitad. Tambaleaba. Era inútil, no sabía dónde me encontraba, tampoco lograría enterarme. Mi mente humana se escuchaba cada vez más débil, opacada por el instinto primordial de supervivencia que gritaba por encontrar un lugar seguro ¿pero dónde estaba aquel escondite? A lo lejos escuché un murmullo creciente. Si no eran mis captores iniciales seguro se trataba del hombre que mordí y quienes se le sumaron para castigarme. Los humanos eran tan rápidos en unirse a través del odio, pero… ¿Qué podría saber yo? Solo soy un animal lastimado, nada que podría importarles. Si tenía suerte, acabaría en el cuello de alguna dama.
Con mis últimos esfuerzos me acerqué a una escalera. Subí los escalones con las tres patas que aún me obedecían y me eché frente a la puerta de lo que sea que fuera aquel lugar. ¿Qué diría mi padre si me viera así? Quizás al final de la noche tendría el reencuentro que esperé tanto tiempo. Lamí mi herida, pero incluso mi sangre me dio escalofríos al sentirla tan amarga. Continué maullando adolorido, ya no importaba realmente si mis chillidos me delataban, probablemente moriría envenenado antes de que pudieran desquitarse conmigo. Maullaría hasta perder la conciencia. Ah, no estaba enojado, solo…me hubiera gustado morir en la nieve. Sí, en la nieve…
- Disclaimer:
- la cita del titulo significa A donde quieras que huyas, Dios te ve , intenté que sea irónico porque Lyo no cree en Dios, pero soy patético poniéndole titulo a las cosas, así que perdón si suena super pretencioso
Última edición por Lyosha el Lun Jun 20, 2016 3:19 am, editado 1 vez
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Localización : Suburbios de París
Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Diodore se encontraba recostado en su cama de madera, acomodado plácidamente entre las cobijas para conservar el calor, aunque el invierno había terminado, las noches aún eran bastante frías por lo que prefería leer tendido en la cama abrigado hasta los hombros. Pasaba casi la media noche y aunque tenía que levantarse temprano en la mañana, pensaba terminar de leer el capítulo de la novela antes de irse a dormir. Entonces fue cuando escuchó el alboroto, en el silencio sepulcral de la noche se escuchaban las voces y gritos distantes de la gente, las monjas no tardaron en tocar su puerta con expresiones consternadas.
- Los niños se han despertado, dicen que un monstruo se a metido en la propiedad - Le explicó la madre superiora, los gritos de la gente en la lejanía por supuesto había puesto nerviosos a los residentes del orfanato e inclusive las monjas parecían algo perturbadas. Diodore sabía que todo era culpa de las leyendas de monstruos que supuestamente habitaban París en las noches. Diodore dejó la novela sobre la mesita de Madera y se colocó un abrigo sobre la pijama asegurándole a las monjas que se encargaría de lo que fuera que estaba rondando la propiedad.
Las monjas habían regresado al edificio del orfanato que quedaba a un par de metros de la capilla pues los niños se estaban asomando por las ventanas y algunos inclusive habían comenzado a llorar. Diodore salió de sus habitaciones construidas justo detrás de la capilla y bordeó el edificio de madera hasta llegar a la cerca que bajaba por la colina. Unos hombres con antorchas se habían acercado a la reja, lucían furiosos y Diodore tuvo que esperar unos minutos a que se calmaran para que alguien pudiera explicarles que carajos era lo que pasaba.
- Un gato salvaje anda suelto en la ciudad - Exclamó un hombre de tupida barba rojiza - ¡Ha mordido a Jerome! - La gente gritó afirmativamente a lo que el hombre decía - Creemos que ha entrado en la propiedad, ¡Padre tenga cuidado con los niños! -
- Gracias por la información caballeros, pero pueden regresar ya a sus hogares, me haré cargo de la situación - Les aseguró, los hombres se miraron entre si, no muy convencidos, Diodore no los culpaba, el no lucía atlético ni fuerte como para enfrentar un animal salvaje, sin embargo luego de unos momentos más de discusión, uno a uno los campesinos comenzaron a regresar por el camino de piedra que conducía colina abajo a los barrios pobres.
No era que Diodore no tuviera miedo de enfrentar a un gato salvaje, era más bien que no creía que existiera alguno, le parecía muy extraño que un animal salvaje hubiese salido de la seguridad del bosque por voluntad propia para meterse en la ciudad, con estos pensamientos regresó cuidadosamente hacía la capilla y comenzó a buscar en los alrededores, la luz de la luna apenas si le permitía ver en la oscuridad y resultaba difícil diferenciar los objetos. Bordeó la capilla hasta el inicio de las escaleras para subir a la torre donde se encontraba el campanario y entonces fue cuando lo vio. La luz lunar hacía que el pelaje blanco tomara una tonalidad plateada en la penumbra y destacara sobre las escaleras de roca.
Era definitivamente un gato enorme. Pero no muy diferente a un gato doméstico a los ojos de Diodore que no había visto Linces de cerca en toda su vida. Notó la sangre que salía de la pierna del pobre animal y como los costados de su cuerpo subían y bajaban en una respiración entrecortada.
- Pobre criatura del señor - Murmuró Diodore con expresión compasiva, no sentía miedo de ser atacado, su naturaleza le pedía que protegiera a esa desdichada criatura inocente, por lo que se acercó lentamente y se quitó el abrigo que traía cubriendo el cuerpo del animal con suavidad y paciencia. Luego con mucho cuidado de no tocar la pata herida le alzó en brazos. Resultó más pesado de lo que esperaba, por lo que caminó rápidamente rodeando la capilla hasta sus habitaciones y como pudo abrió la puerta de madera con la mano izquierda y depositó al animal en el suelo al lado de su cama.
- Padre Dio... ¿Logró encontrar algo? - La voz de la monja lo distrajo de sus pensamientos y rápidamente corrió hacía la puerta. Una de las monjas más jóvenes estaba afuera y Diodore se asomó por la puerta sin abrirla completamente, sabía que si las monjas veían al gato se alarmarían y le pedirían que se deshiciera del animal por la seguridad de los niños, pero algo en el interior de Diodore le decía que debía cuidar del animal herido, por lo que ocultó como pudo el cuerpo de la vista de la mujer.
- No ha sido nada, los campesinos estaban buscando un animal perdido, eso es todo, pero ya he buscado en la propiedad y no eh encontrado nada - Le mintió sintiéndose culpable por engañarla. Ella asintió con expresión mucho más tranquila y luego de desearle buenas noches regresó al edificio del orfanato para dejarle sólo.
Una vez cerrada la puerta Diodore se giró sin saber realmente que haría a continuación, de repente se encontraba en una situación en la que tenía a un animal salvaje en un lugar cerrado. ¿Estaba poniendo en riego su vida de mantera estúpida? Se cuestionó observando el bulto envuelto en el abrigo.
OFF ROL: OMG me ha quedado larguisimo también xD
- Los niños se han despertado, dicen que un monstruo se a metido en la propiedad - Le explicó la madre superiora, los gritos de la gente en la lejanía por supuesto había puesto nerviosos a los residentes del orfanato e inclusive las monjas parecían algo perturbadas. Diodore sabía que todo era culpa de las leyendas de monstruos que supuestamente habitaban París en las noches. Diodore dejó la novela sobre la mesita de Madera y se colocó un abrigo sobre la pijama asegurándole a las monjas que se encargaría de lo que fuera que estaba rondando la propiedad.
Las monjas habían regresado al edificio del orfanato que quedaba a un par de metros de la capilla pues los niños se estaban asomando por las ventanas y algunos inclusive habían comenzado a llorar. Diodore salió de sus habitaciones construidas justo detrás de la capilla y bordeó el edificio de madera hasta llegar a la cerca que bajaba por la colina. Unos hombres con antorchas se habían acercado a la reja, lucían furiosos y Diodore tuvo que esperar unos minutos a que se calmaran para que alguien pudiera explicarles que carajos era lo que pasaba.
- Un gato salvaje anda suelto en la ciudad - Exclamó un hombre de tupida barba rojiza - ¡Ha mordido a Jerome! - La gente gritó afirmativamente a lo que el hombre decía - Creemos que ha entrado en la propiedad, ¡Padre tenga cuidado con los niños! -
- Gracias por la información caballeros, pero pueden regresar ya a sus hogares, me haré cargo de la situación - Les aseguró, los hombres se miraron entre si, no muy convencidos, Diodore no los culpaba, el no lucía atlético ni fuerte como para enfrentar un animal salvaje, sin embargo luego de unos momentos más de discusión, uno a uno los campesinos comenzaron a regresar por el camino de piedra que conducía colina abajo a los barrios pobres.
No era que Diodore no tuviera miedo de enfrentar a un gato salvaje, era más bien que no creía que existiera alguno, le parecía muy extraño que un animal salvaje hubiese salido de la seguridad del bosque por voluntad propia para meterse en la ciudad, con estos pensamientos regresó cuidadosamente hacía la capilla y comenzó a buscar en los alrededores, la luz de la luna apenas si le permitía ver en la oscuridad y resultaba difícil diferenciar los objetos. Bordeó la capilla hasta el inicio de las escaleras para subir a la torre donde se encontraba el campanario y entonces fue cuando lo vio. La luz lunar hacía que el pelaje blanco tomara una tonalidad plateada en la penumbra y destacara sobre las escaleras de roca.
Era definitivamente un gato enorme. Pero no muy diferente a un gato doméstico a los ojos de Diodore que no había visto Linces de cerca en toda su vida. Notó la sangre que salía de la pierna del pobre animal y como los costados de su cuerpo subían y bajaban en una respiración entrecortada.
- Pobre criatura del señor - Murmuró Diodore con expresión compasiva, no sentía miedo de ser atacado, su naturaleza le pedía que protegiera a esa desdichada criatura inocente, por lo que se acercó lentamente y se quitó el abrigo que traía cubriendo el cuerpo del animal con suavidad y paciencia. Luego con mucho cuidado de no tocar la pata herida le alzó en brazos. Resultó más pesado de lo que esperaba, por lo que caminó rápidamente rodeando la capilla hasta sus habitaciones y como pudo abrió la puerta de madera con la mano izquierda y depositó al animal en el suelo al lado de su cama.
- Padre Dio... ¿Logró encontrar algo? - La voz de la monja lo distrajo de sus pensamientos y rápidamente corrió hacía la puerta. Una de las monjas más jóvenes estaba afuera y Diodore se asomó por la puerta sin abrirla completamente, sabía que si las monjas veían al gato se alarmarían y le pedirían que se deshiciera del animal por la seguridad de los niños, pero algo en el interior de Diodore le decía que debía cuidar del animal herido, por lo que ocultó como pudo el cuerpo de la vista de la mujer.
- No ha sido nada, los campesinos estaban buscando un animal perdido, eso es todo, pero ya he buscado en la propiedad y no eh encontrado nada - Le mintió sintiéndose culpable por engañarla. Ella asintió con expresión mucho más tranquila y luego de desearle buenas noches regresó al edificio del orfanato para dejarle sólo.
Una vez cerrada la puerta Diodore se giró sin saber realmente que haría a continuación, de repente se encontraba en una situación en la que tenía a un animal salvaje en un lugar cerrado. ¿Estaba poniendo en riego su vida de mantera estúpida? Se cuestionó observando el bulto envuelto en el abrigo.
OFF ROL: OMG me ha quedado larguisimo también xD
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
- Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : El orfanato
Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Cálido, percibí un calor envolviéndome ¿esto se sentía morir? Siempre pensé que la muerte sería fría, más cuando regué toda mi sangre por medio París. Pero el suelo no parecía la piedra helada donde me había echado ¿madera? El dolor no me dejaba pensar…
¿Dolor?
La certeza de saberme con vida me despertó ¿Dónde estaba? ¿Quién me había recogido? Por favor mamulya que no quieran desollarme, oí que estamos vivos cuando nos arrancan la piel, oh mamulya ¿por qué no morí cuando pude? Lucha Lyosha, no dejes que te vean como humano, o harán cosas peores contigo. Imposible, no puedo. Me duele, maúllo, grito. Veo mis garras convertirse en manos ¡Estúpido! ¿Qué haré con mis manos humanas, débiles y sin filo? Oh mamulya, ahora me escucho llorar…Basta. Debo controlarme.
Apreté los dientes. Temblaba bajo la tela que comenzó a deslizarse bajo mi cuerpo. Ya no tenía mi pelaje espeso, pero los dos agujeros seguían ahí, ardiendo como carbones incrustados en mi carne. Parpadeé aturdido ¿por qué no podía concentrarme? La cabeza me daba vueltas, me tomó varios segundos enfocar el suelo. Madera, cuatro paredes ¿una cama? ¿Un crucifijo? Esperaba encontrarme con el hombre cuyo brazo arruiné o el cazador que me disparó, pero ¿y si fuera un inquisidor quién me deseaba muerto? Nada pudo prepararme para al pánico que me invadió. La tortura. No solo me matarían, me dejarían lo suficientemente consciente para sentir como me despedazarían ¿que fue ese sonido?
Lentamente giré la cabeza, y me encontré con un hombre mirándome fijamente. Todos mis músculos se tensaron en un rictus de pavor. No tenía energía suficiente para convertirme, no tenía fuerzas ni para mantenerme erguido. Respiré profundo tratando de que mi voz sonara determinada, pero sollozos de genuino miedo la quebraron a la mitad- Mátame- balbuceaba inteligiblemente- Mátame, pero por favor, no me tortures- Soy un cobarde. Tal vez sí merecía ser torturado hasta exhalar mi último aliento. Otro espasmo subió por mi muslo herido hasta mi abdomen. Se extendía rápido. Me doblé sobre mi pierna lastimada – te lo suplico…-
¿Dolor?
La certeza de saberme con vida me despertó ¿Dónde estaba? ¿Quién me había recogido? Por favor mamulya que no quieran desollarme, oí que estamos vivos cuando nos arrancan la piel, oh mamulya ¿por qué no morí cuando pude? Lucha Lyosha, no dejes que te vean como humano, o harán cosas peores contigo. Imposible, no puedo. Me duele, maúllo, grito. Veo mis garras convertirse en manos ¡Estúpido! ¿Qué haré con mis manos humanas, débiles y sin filo? Oh mamulya, ahora me escucho llorar…Basta. Debo controlarme.
Apreté los dientes. Temblaba bajo la tela que comenzó a deslizarse bajo mi cuerpo. Ya no tenía mi pelaje espeso, pero los dos agujeros seguían ahí, ardiendo como carbones incrustados en mi carne. Parpadeé aturdido ¿por qué no podía concentrarme? La cabeza me daba vueltas, me tomó varios segundos enfocar el suelo. Madera, cuatro paredes ¿una cama? ¿Un crucifijo? Esperaba encontrarme con el hombre cuyo brazo arruiné o el cazador que me disparó, pero ¿y si fuera un inquisidor quién me deseaba muerto? Nada pudo prepararme para al pánico que me invadió. La tortura. No solo me matarían, me dejarían lo suficientemente consciente para sentir como me despedazarían ¿que fue ese sonido?
Lentamente giré la cabeza, y me encontré con un hombre mirándome fijamente. Todos mis músculos se tensaron en un rictus de pavor. No tenía energía suficiente para convertirme, no tenía fuerzas ni para mantenerme erguido. Respiré profundo tratando de que mi voz sonara determinada, pero sollozos de genuino miedo la quebraron a la mitad- Mátame- balbuceaba inteligiblemente- Mátame, pero por favor, no me tortures- Soy un cobarde. Tal vez sí merecía ser torturado hasta exhalar mi último aliento. Otro espasmo subió por mi muslo herido hasta mi abdomen. Se extendía rápido. Me doblé sobre mi pierna lastimada – te lo suplico…-
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/07/2015
Localización : Suburbios de París
Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
No tenía idea de como podía curar a un animal herido, nunca había tenido mascotas y era la primera vez que se encontraba en se tipo de situación, sin embargo estaba pensando que lo mejor sería hacer un torniquete con telas en la herida para evitar que esta siguiera sangrando, cuando de repente, frente a sus atónitos ojos, el cuerpo del animal empezó a cambiar lentamente.
Todo paso demasiado rápido como para que su cerebro pudiera procesar lo que estaba viendo. ¿Se estaba transformando en un hombre?. Parpadeó y se llevó el dorso de las manos para sobarse los ojos en un intento de quitar esa visión ilógica que tenía frente a él. No cabía menor duda era un hombre, un joven quizás con escasos veinte años encima, de cabellos rubios casi blancos y con una genuina expresión de dolor. Sus rasgos eran demasiado femeninos, tanto así que podría pasar por una mujer, pero Diodore podía notar que se trataba de un hombre gracias a su ancha espalda.
El hombre gato habló y lo que dijo le desconcertó. El miedo le sobrecogió de repente ¿Qué era esa criatura?, jamás había escuchado de seres que pudieran convertirse en animales ¿Acaso sería un hechicero de los que la iglesia tanto se preocupaba? ¿De esos que quemaban en la hoguera en las plazas públicas por desafiar las escrituras divinas?. Diodore se hecho hacía atrás y su espalda dio un golpe contra la puerta de madera, su respiración se agitó y sus ojos se abrieron de par en par sin poder comprender que era lo que estaba sucediendo.
Recordó al Vampiro que había conocido semanas atrás, ese monstruo bebedor de sangre que le había revelado la existencia de seres sobrenaturales en París. ¿Era ese hermoso chico otra de esas criaturas?.
- No... no voy a matarte - Logró decir al fin - No... tengo intención alguna... de hacerte daño - Exclamó con voz temblorosa, parecía más como si él mismo estuviera suplicando por su vida y no al contrario. El chico no parecía poder moverse, la herida parecía lo suficientemente grave como para inmovilizarlo y en cierta forma eso calmó un poco al Sacerdote.
- ¿Qué... qué eres? - Murmuró acercándose lentamente al joven hasta arrodillarse frente a él. No vestia la sotana, sólo una pijama larga de color crema.
Todo paso demasiado rápido como para que su cerebro pudiera procesar lo que estaba viendo. ¿Se estaba transformando en un hombre?. Parpadeó y se llevó el dorso de las manos para sobarse los ojos en un intento de quitar esa visión ilógica que tenía frente a él. No cabía menor duda era un hombre, un joven quizás con escasos veinte años encima, de cabellos rubios casi blancos y con una genuina expresión de dolor. Sus rasgos eran demasiado femeninos, tanto así que podría pasar por una mujer, pero Diodore podía notar que se trataba de un hombre gracias a su ancha espalda.
El hombre gato habló y lo que dijo le desconcertó. El miedo le sobrecogió de repente ¿Qué era esa criatura?, jamás había escuchado de seres que pudieran convertirse en animales ¿Acaso sería un hechicero de los que la iglesia tanto se preocupaba? ¿De esos que quemaban en la hoguera en las plazas públicas por desafiar las escrituras divinas?. Diodore se hecho hacía atrás y su espalda dio un golpe contra la puerta de madera, su respiración se agitó y sus ojos se abrieron de par en par sin poder comprender que era lo que estaba sucediendo.
Recordó al Vampiro que había conocido semanas atrás, ese monstruo bebedor de sangre que le había revelado la existencia de seres sobrenaturales en París. ¿Era ese hermoso chico otra de esas criaturas?.
- No... no voy a matarte - Logró decir al fin - No... tengo intención alguna... de hacerte daño - Exclamó con voz temblorosa, parecía más como si él mismo estuviera suplicando por su vida y no al contrario. El chico no parecía poder moverse, la herida parecía lo suficientemente grave como para inmovilizarlo y en cierta forma eso calmó un poco al Sacerdote.
- ¿Qué... qué eres? - Murmuró acercándose lentamente al joven hasta arrodillarse frente a él. No vestia la sotana, sólo una pijama larga de color crema.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : El orfanato
Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
¿Era todo esto un juego sádico de algún peletero aburrido? ¿Disfrutaba al fingir perplejidad? Quizás, quizás era cierto que no podía reconocerme, quizás era un humano simple, ignorante de las bestias que lo rodeaban. Quizás fueron los dos agujeros en mi muslo los que me recordaron que la inocencia no existe.
Intenté incorporarme para no quedarme frente a él. Su cercanía me sobrexcitaba. Si lo mordía ahora, ya no tendría oportunidad de salvarme, pero el dolor volvió a traicionar mis movimientos. Debía estar protagonizando un cuadro muy patético al quedarme a gatas frente suyo, como un felino sumiso y asustado ¿No era eso, acaso? Me había postrado ante miles de hombres sin pestañear, pero ahora, al pedirle piedad, los últimos fragmentos de mi orgullo aparecían para mortificarme,aun cuando mi consciencia se desmoronaba.
Lo miré a los ojos tratando de leerlos, sentir de alguna manera qué buscaba con su estúpida pregunta, pero me costaba mantener la vista en un punto fijo. Su rostro era una mancha de colores difusos ¿Qué eres?... ¿Quién eres? - Kazak-Murmuré sin creerle. Ni él ni a mí –kazak- repetí forzando mi voz. Quizás era un giro irónico que la primera palabra que vino a mi mente fuera algo que jamás logré ser. O no. Lentamente perdía la noción de las cosas. Había pasado por esto, cuando mis transformaciones se extendían más de lo que podía aguantar, pero este caso era diferente. Me estaba muriendo, ambos nos moríamos, y sería el lince el último en irse – kazak- susurré débilmente antes de dejarme caer de cara al suelo. Tenía frio, no me di cuenta en que momento dejé de controlar mis temblores, o que apenas podía respirar ¿Podría salvarme este hombre? ¿Podría parar el manantial de sangre naciendo de mi pierna? – Perdón, perdón оте́ц, perdóname - ¿Estaba hablando? Hasta mi voz me sonaba extraña, como si no fuera mía. No esa voz no debía ser la mía, ni yo era el tipo que se estaba desangrando en un cuartucho de madera vieja. Tampoco el veneno subiendo por mi costado era mi veneno. Porque yo no estaba hablando, gruñía. La fiebre gruñía por mí – Perdónalo, él es débil, somos débiles. Pero tratamos, tratamos tanto…- Aún sin despegar la frente del suelo me aferré a la ropa de mi paradójico redentor, seguramente dejando una llamativa mancha carmesí- Ayúdanos y haremos lo que sea, ellos no lo sabrán, nunca lo sabrán, ayúdame, ayúdame….-
Intenté incorporarme para no quedarme frente a él. Su cercanía me sobrexcitaba. Si lo mordía ahora, ya no tendría oportunidad de salvarme, pero el dolor volvió a traicionar mis movimientos. Debía estar protagonizando un cuadro muy patético al quedarme a gatas frente suyo, como un felino sumiso y asustado ¿No era eso, acaso? Me había postrado ante miles de hombres sin pestañear, pero ahora, al pedirle piedad, los últimos fragmentos de mi orgullo aparecían para mortificarme,aun cuando mi consciencia se desmoronaba.
Lo miré a los ojos tratando de leerlos, sentir de alguna manera qué buscaba con su estúpida pregunta, pero me costaba mantener la vista en un punto fijo. Su rostro era una mancha de colores difusos ¿Qué eres?... ¿Quién eres? - Kazak-Murmuré sin creerle. Ni él ni a mí –kazak- repetí forzando mi voz. Quizás era un giro irónico que la primera palabra que vino a mi mente fuera algo que jamás logré ser. O no. Lentamente perdía la noción de las cosas. Había pasado por esto, cuando mis transformaciones se extendían más de lo que podía aguantar, pero este caso era diferente. Me estaba muriendo, ambos nos moríamos, y sería el lince el último en irse – kazak- susurré débilmente antes de dejarme caer de cara al suelo. Tenía frio, no me di cuenta en que momento dejé de controlar mis temblores, o que apenas podía respirar ¿Podría salvarme este hombre? ¿Podría parar el manantial de sangre naciendo de mi pierna? – Perdón, perdón оте́ц, perdóname - ¿Estaba hablando? Hasta mi voz me sonaba extraña, como si no fuera mía. No esa voz no debía ser la mía, ni yo era el tipo que se estaba desangrando en un cuartucho de madera vieja. Tampoco el veneno subiendo por mi costado era mi veneno. Porque yo no estaba hablando, gruñía. La fiebre gruñía por mí – Perdónalo, él es débil, somos débiles. Pero tratamos, tratamos tanto…- Aún sin despegar la frente del suelo me aferré a la ropa de mi paradójico redentor, seguramente dejando una llamativa mancha carmesí- Ayúdanos y haremos lo que sea, ellos no lo sabrán, nunca lo sabrán, ayúdame, ayúdame….-
- Off:
- La letra y color diferente son porque Lyosha está hablando en ruso. Fue bastante difícil decidirme si ponía las palabras en ruso o su significado, pero su transliteración es muy complicada de encontrar en internet y no quería poner palabras sueltas como si Lyo estuviera hablando en troglodita. Espero que se entienda el mensaje, esta desvariando y por eso no habla en francés. Eso hasta que yo aprenda ruso(?
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
A pesar de no sentirse tranquilo con una criatura mágica encerrada en su habitación, no podía evitar sentir la necesidad de ayudarle, la misericordia era una de sus virtudes, después de todo era un sacerdote y ayudar al prójimo era lo que hacía a diario. Además fuera una criatura maligna, no era su trabajo juzgar lo que era bueno o malo, ese era el trabajo de Dios, él sólo era un siervo del señor y su misión en el mundo era ayudar a quienes lo necesitaran sin importar su apariencia o credo.
Le escuchó balbucear algo como respuesta a su pregunta pero no entendió que decía, luego el chico comenzó a hablar en una lengua ajena para él. Diodore sólo sabía hablar Francés y no reconoció el idioma que usaba el pobre hombre. Lo que si reconoció fue que deliraba, le colocó el dorso de la mano sobre la frente, ardía en fiebre y estaba húmeda por el sudor, perdía sangre y eso causaba el delirio.
Tomó varias telas que tenía guardadas en un baúl, y cubrió la herida y la presionó suavemente hasta que la hemorragia se detuvo. No era cirujano y no tenía idea de como actuar en una situación así, pero las heridas parecían causadas por una pistola ¿Eso significaba que los proyectiles estaban dentro de la piel? con expresión nerviosa desató las telas y observó la herida que aún no se cerraba, podía ver algo metálico incrustado entre la piel. Rápidamente tomó el caldero donde normalmente mantenía el agua que le traían las monjas de la cocina y con un cuenco lavó la herida quitando la sangre para poder ver con más caridad.
Sintió nauseas al pensar en lo que iba a hacer a continuación, pero reunió todo su valor para meter los dedos en la herida e intentar sacar el casquete. No tenía herramientas quirúrgicas ni nada por el estilo que le permitiese trabajar con más facilidad, por lo que tuvo que improvisar, era eso o dejar que ese pobre joven se muriera ante sus ojos.
- No te muevas, ya casi la saco... - Murmuró entre dientes,
OFF ROL: gracias por la aclaración xD
Le escuchó balbucear algo como respuesta a su pregunta pero no entendió que decía, luego el chico comenzó a hablar en una lengua ajena para él. Diodore sólo sabía hablar Francés y no reconoció el idioma que usaba el pobre hombre. Lo que si reconoció fue que deliraba, le colocó el dorso de la mano sobre la frente, ardía en fiebre y estaba húmeda por el sudor, perdía sangre y eso causaba el delirio.
Tomó varias telas que tenía guardadas en un baúl, y cubrió la herida y la presionó suavemente hasta que la hemorragia se detuvo. No era cirujano y no tenía idea de como actuar en una situación así, pero las heridas parecían causadas por una pistola ¿Eso significaba que los proyectiles estaban dentro de la piel? con expresión nerviosa desató las telas y observó la herida que aún no se cerraba, podía ver algo metálico incrustado entre la piel. Rápidamente tomó el caldero donde normalmente mantenía el agua que le traían las monjas de la cocina y con un cuenco lavó la herida quitando la sangre para poder ver con más caridad.
Sintió nauseas al pensar en lo que iba a hacer a continuación, pero reunió todo su valor para meter los dedos en la herida e intentar sacar el casquete. No tenía herramientas quirúrgicas ni nada por el estilo que le permitiese trabajar con más facilidad, por lo que tuvo que improvisar, era eso o dejar que ese pobre joven se muriera ante sus ojos.
- No te muevas, ya casi la saco... - Murmuró entre dientes,
OFF ROL: gracias por la aclaración xD
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Todos mis sentidos se despertaron de repente, como un golpe seco en la nuca.
Siempre pensé que mi umbral de dolor era extenso, pero bastaron unos segundos para demostrarme que eso era una vil mentira. Grité como si no hubiera un mañana, porque nunca en mi vida imaginé lo doloroso que sería tener dedos ajenos adentro mío ¿Irónico? No te atrevas. Sentía la mano del hombre buscando la bala en el agujero de mi muslo con una capacidad casi monstruosa. Presa del pánico traté de quedarme quieto aunque mi pierna no dejaba de moverse incontrolablemente. Dolía desgarradoramente, ardía. Ardía la mitad de mi torso y me hundía en un desespero que no experimentaba desde... ¿desde cuándo? Otra vez dejé de entender que sucedía. Si pudiera pensar, si dejara de dolerme tanto el cuerpo, si pudiera dominarme por un momento…
Clavé mis uñas al piso y apreté los dientes para contener mis gemidos. Ya no sonaban humanos, sonaban como el maullido lastimero que lo atrajo hacía mí cuando desfallecía en la escalinata. –Me duele, malto bastardo ¡Duele! ¡Déjame!- me sacudía violentamente. Trataba de escapar de su mano cruel, luchaba contra la parte de mí que me rogaba por estar quieto. Arañaba el suelo como un gato callejero siendo arrastrado por un perro, hasta que en un momento me moví demasiado, más de lo que el hombre podía controlar y sin quererlo, clavé sus dedos aún más profundo dentro de mi carne.
No sé si lo siguiente que mordí fue a mí mismo o su mano. La sangre pareció darme un ínfimo segundo final de conciencia. Me revolvió el estómago el sabor metálico, y me arqueé en una arcada. Y me rendí.
Siempre pensé que mi umbral de dolor era extenso, pero bastaron unos segundos para demostrarme que eso era una vil mentira. Grité como si no hubiera un mañana, porque nunca en mi vida imaginé lo doloroso que sería tener dedos ajenos adentro mío ¿Irónico? No te atrevas. Sentía la mano del hombre buscando la bala en el agujero de mi muslo con una capacidad casi monstruosa. Presa del pánico traté de quedarme quieto aunque mi pierna no dejaba de moverse incontrolablemente. Dolía desgarradoramente, ardía. Ardía la mitad de mi torso y me hundía en un desespero que no experimentaba desde... ¿desde cuándo? Otra vez dejé de entender que sucedía. Si pudiera pensar, si dejara de dolerme tanto el cuerpo, si pudiera dominarme por un momento…
Clavé mis uñas al piso y apreté los dientes para contener mis gemidos. Ya no sonaban humanos, sonaban como el maullido lastimero que lo atrajo hacía mí cuando desfallecía en la escalinata. –Me duele, malto bastardo ¡Duele! ¡Déjame!- me sacudía violentamente. Trataba de escapar de su mano cruel, luchaba contra la parte de mí que me rogaba por estar quieto. Arañaba el suelo como un gato callejero siendo arrastrado por un perro, hasta que en un momento me moví demasiado, más de lo que el hombre podía controlar y sin quererlo, clavé sus dedos aún más profundo dentro de mi carne.
No sé si lo siguiente que mordí fue a mí mismo o su mano. La sangre pareció darme un ínfimo segundo final de conciencia. Me revolvió el estómago el sabor metálico, y me arqueé en una arcada. Y me rendí.
- Off:
- Perdón si quedó muy corto! Pero pensé que desmayarlo sería lo mejor o si no iba a despertar a todo el convento, y está muy agresivo
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
El pobre hombre comenzó a gritar de dolor cuando sus dedos entraron en la carne, Diodore no alcanzaba a imaginar el dolor que pudiera estar sintiendo, pero buscó fuerzas en su interior para continuar haciendo su tarea, sosteniendo tan fuerte como podía la pierna para que el chico no se moviera tanto. Luego de forcejear por lo que le pareció una eternidad, el casquete de la bala finalmente salió de la piel y Diodore se apresuró a lavar la herida con le agua que le quedaba colocando las improvisadas vendas para detener la hemorragia.
El chico parecía haberse desmayado, probablemente por el intenso dolor, Diodore se encontró con que sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas y sus manos manchadas de carmesí. Si ese era el trabajo de un doctor, no creía tener las agallas para desempeñarse como tal y de repente sintió una profunda admiración por las personas dedicadas a la medicina.
Se quedó unos momentos recomponiéndose de el impacto que le había causado toda la escena, hasta que decidió limpiar el desastre que se había formado, la sangre había manchado parte de las sábanas y el suelo, se apresuró a limpiar con paños el suelo y salió apresuradamente con las sábanas sucias hacía el lavadero que quedaba atrás del convento. Los candelabros estaban apagados por lo que supuso que ninguna de las monjas se habían despertado con los gritos del chico, suspiró aliviado colocando las sábanas en el lavadero y se remangó la pijama para poder restregar las manchas sin mojarse.
Perdió la noción del tiempo mientras lavaba las sábanas y para cuando regresó a la habitación había pasado quizás al rededor de una media hora. El fuego en la chimenea necesitaba un poco más de madera así que lo revolvió y colocó un pequeño leño. Se giró hacía el hombre que seguía inconsciente en el suelo y se preguntó si sería buena idea acostarlo en la cama, no quería mover la pierna por miedo a que le herída se abriera de nuevo, la ventaja era que gracias a la chimenea el piso de madera no se sentía frío.
Volvió a checar la herida para cerciorarse de que estuviera cerrando y descubrió que la hemorragia se había detenido. Luego paseó una mano por el cuello y frente del chico, aún tenía fiebre, pero de momento no podía hacer nada más por él que esperar y orar al Señor Todo poderoso para que se apiadara de esa pobre criatura desafortunada.
El chico parecía haberse desmayado, probablemente por el intenso dolor, Diodore se encontró con que sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas y sus manos manchadas de carmesí. Si ese era el trabajo de un doctor, no creía tener las agallas para desempeñarse como tal y de repente sintió una profunda admiración por las personas dedicadas a la medicina.
Se quedó unos momentos recomponiéndose de el impacto que le había causado toda la escena, hasta que decidió limpiar el desastre que se había formado, la sangre había manchado parte de las sábanas y el suelo, se apresuró a limpiar con paños el suelo y salió apresuradamente con las sábanas sucias hacía el lavadero que quedaba atrás del convento. Los candelabros estaban apagados por lo que supuso que ninguna de las monjas se habían despertado con los gritos del chico, suspiró aliviado colocando las sábanas en el lavadero y se remangó la pijama para poder restregar las manchas sin mojarse.
Perdió la noción del tiempo mientras lavaba las sábanas y para cuando regresó a la habitación había pasado quizás al rededor de una media hora. El fuego en la chimenea necesitaba un poco más de madera así que lo revolvió y colocó un pequeño leño. Se giró hacía el hombre que seguía inconsciente en el suelo y se preguntó si sería buena idea acostarlo en la cama, no quería mover la pierna por miedo a que le herída se abriera de nuevo, la ventaja era que gracias a la chimenea el piso de madera no se sentía frío.
Volvió a checar la herida para cerciorarse de que estuviera cerrando y descubrió que la hemorragia se había detenido. Luego paseó una mano por el cuello y frente del chico, aún tenía fiebre, pero de momento no podía hacer nada más por él que esperar y orar al Señor Todo poderoso para que se apiadara de esa pobre criatura desafortunada.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Tengo que hacer algo. Tuve que hacer algo. Los gritos de mi madre hacen eco en mi mente como si entre aquel día y el ahora no hubieran pasado una vida ¿Y el ahora? Tampoco lo entiendo ¿Dónde estoy? Siento que mis ojos están cerrados, que estoy apoyado en el suelo. Pero si el suelo de mi habitación o el de la calle, no puedo saberlo. Oh madre, perdóname, deja ya de gritar, me duelen tus llantos, me duelen. Como mi pierna, que palpita de dolor. Mi pierna…
Lentamente abrí los ojos, pestañeando varias veces hasta acostumbrarme de nuevo a la luz. En efecto, estaba tirado en el suelo, pero mis recuerdo eran borrosos ¿hace cuánto que me encontraba allí? ¿Cómo había llegado? Lo único certero era que las heridas en mi muslo seguían escociéndome, pero no como antes. Sentía que mi cabeza pesaba como plomo, que mi cuerpo pesaba tanto que no reaccionaba a mis órdenes. Traté de ver un poco más arriba de mi campo visual y allí se encontraba aquel hombre con su ropa mancha de mi sangre, con los ojos cerrados y las manos juntas ¿Estaba rezando? Murmuré algo incomprensible y volví a dedicarme a mi pierna mutilada. Desde mi posición apenas podía ver los orificios entre la sangre coagulándose, pero parecía… parecía que se estaban cerrando. Suspiré de alivio y me dejé llevar de nuevo por el sopor y el agotamiento.
Debía salir de allí, cuanto antes. Pero me sentía tan cansado, tan cansado. Debía de tener fiebre, mi cuerpo estaba combatiendo el veneno como una infección. Salir de allí, ahora, antes de que se diera cuenta de lo indefenso que estaba. No podría siquiera morderlo…
Me valí de mis brazos para tratar de incorporarme. Con un esfuerzo doloroso apoyé mi mano izquierda sobre el suelo de madera y despegué mi hombro. Pero, por favor, el dolor. Me paralizaba el torso. Jadeé al sentir algo punzante en mi palma y me di cuenta que me había mordido a mí mismo en el afán de soltarme de sus garras, aunque estuviesen intentando ayudarme. Jamás estuve tan patético, tan inútil frente a una situación. O sí, y el mero recuerdo que venía atormentándome desde la sombra del dolor corporal hizo que me brotaran las lágrimas. Tengo miedo, tengo tanto miedo.
Al alzar la vista me encontré con la suya. Incapaz de leer su aura en mi estado, no tenía forma de averiguar que esperaba de mí, que querría hacer conmigo. Entre la greña de mi cabello revuelto y mojado de sudor y sangre, supliqué silencioso por mi vida, una vez más, mientras intentaba sin éxito dejar de llorar -¿Que harás conmigo? ¿Quién eres?- susurré
Lentamente abrí los ojos, pestañeando varias veces hasta acostumbrarme de nuevo a la luz. En efecto, estaba tirado en el suelo, pero mis recuerdo eran borrosos ¿hace cuánto que me encontraba allí? ¿Cómo había llegado? Lo único certero era que las heridas en mi muslo seguían escociéndome, pero no como antes. Sentía que mi cabeza pesaba como plomo, que mi cuerpo pesaba tanto que no reaccionaba a mis órdenes. Traté de ver un poco más arriba de mi campo visual y allí se encontraba aquel hombre con su ropa mancha de mi sangre, con los ojos cerrados y las manos juntas ¿Estaba rezando? Murmuré algo incomprensible y volví a dedicarme a mi pierna mutilada. Desde mi posición apenas podía ver los orificios entre la sangre coagulándose, pero parecía… parecía que se estaban cerrando. Suspiré de alivio y me dejé llevar de nuevo por el sopor y el agotamiento.
Debía salir de allí, cuanto antes. Pero me sentía tan cansado, tan cansado. Debía de tener fiebre, mi cuerpo estaba combatiendo el veneno como una infección. Salir de allí, ahora, antes de que se diera cuenta de lo indefenso que estaba. No podría siquiera morderlo…
Me valí de mis brazos para tratar de incorporarme. Con un esfuerzo doloroso apoyé mi mano izquierda sobre el suelo de madera y despegué mi hombro. Pero, por favor, el dolor. Me paralizaba el torso. Jadeé al sentir algo punzante en mi palma y me di cuenta que me había mordido a mí mismo en el afán de soltarme de sus garras, aunque estuviesen intentando ayudarme. Jamás estuve tan patético, tan inútil frente a una situación. O sí, y el mero recuerdo que venía atormentándome desde la sombra del dolor corporal hizo que me brotaran las lágrimas. Tengo miedo, tengo tanto miedo.
Al alzar la vista me encontré con la suya. Incapaz de leer su aura en mi estado, no tenía forma de averiguar que esperaba de mí, que querría hacer conmigo. Entre la greña de mi cabello revuelto y mojado de sudor y sangre, supliqué silencioso por mi vida, una vez más, mientras intentaba sin éxito dejar de llorar -¿Que harás conmigo? ¿Quién eres?- susurré
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Diodore se concentró en la oración, orar siempre le traía calma ¡Y valla si la necesitaba! demasiadas cosas habían pasado a una velocidad vertiginosa esa noche, no sólo acababa de realizar una operación quirúrgica con sus propias manos, sino que había presenciado como un animal salvaje se convertía en un hombre joven ante sus ojos.
Sabía que era la misma persona, porque las heridas eran iguales, no podía ser un truco visual, tenían que ser la misma criatura, capaz de convertirse en animal y en ser humano a voluntad.
El joven se removió e intentó incorporarse en vano, el dolor debía de impedirle mover la pierna, por lo que fue obvio que cualquier movimiento le causaba una gran agonía, podía verlo en sus cristalinos ojos llenos de angustia. Dejó la oración y se sorprendió que le hiciera aquella pregunta, Diodore tenía más preguntas para esa criatura, por lo que esperaba ser el primero en preguntar.
- Mi...mi nombre es Diodore Pomeroy... soy el sacerdote de esta capilla - Respondió con voz trémula y ante lo segundo, se quedó pensativo unos segundos - ¿Hacer que? Nada... sólo saqué el casquete de la bala de tu pierna, nada más - Agregó con cierto recelo, no quería que esa criatura se enojara con él y utilizara su magia para maldecirlo.
- No te muevas demasiado, o la herída se abrirá otra vez - Se apresuró a decir por que el chico parecía tener la intención de ponerse de pie - Es tarde en la noche y todos duermen en el orfanato, nadie vendrá aquí hasta mañana - Le explicó, le pareció que estaba nervioso y a lo mejor que supiera que ninguna otra persona vendría a la capilla, le tranquilizaría - Estamos en las habitaciones posteriores a la capilla del orfanato - Le indicó.
Sabía que era la misma persona, porque las heridas eran iguales, no podía ser un truco visual, tenían que ser la misma criatura, capaz de convertirse en animal y en ser humano a voluntad.
El joven se removió e intentó incorporarse en vano, el dolor debía de impedirle mover la pierna, por lo que fue obvio que cualquier movimiento le causaba una gran agonía, podía verlo en sus cristalinos ojos llenos de angustia. Dejó la oración y se sorprendió que le hiciera aquella pregunta, Diodore tenía más preguntas para esa criatura, por lo que esperaba ser el primero en preguntar.
- Mi...mi nombre es Diodore Pomeroy... soy el sacerdote de esta capilla - Respondió con voz trémula y ante lo segundo, se quedó pensativo unos segundos - ¿Hacer que? Nada... sólo saqué el casquete de la bala de tu pierna, nada más - Agregó con cierto recelo, no quería que esa criatura se enojara con él y utilizara su magia para maldecirlo.
- No te muevas demasiado, o la herída se abrirá otra vez - Se apresuró a decir por que el chico parecía tener la intención de ponerse de pie - Es tarde en la noche y todos duermen en el orfanato, nadie vendrá aquí hasta mañana - Le explicó, le pareció que estaba nervioso y a lo mejor que supiera que ninguna otra persona vendría a la capilla, le tranquilizaría - Estamos en las habitaciones posteriores a la capilla del orfanato - Le indicó.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Tragué saliva, la sentí amarga. Seguro estaba deshidratado, pero ahora no podía importarme menos- Un orfanato…- tartamudeé, o creí haberme escuchado, no estaba seguro. El agotamiento estaba por vencerme, pero no podía permitirme caer en la inconsciencia otra vez. Una capilla no me protegería de los cazadores. Ni a él tampoco. Observé escéptico su rostro, que ahora me miraba con desconfianza ¿en serio? ¿Los papeles se invertirían justo ahora? Unas paredes de madera no serían suficientes para pararlos, menos si habían registrado mi olor
Me tomé un segundo antes de hablar, intentando tranquilizarme. El olor, la sangre. Eso los atraería. Quise tirarme en el suelo hasta que el doloroso palpitar de mi cuerpo cesara, aunque sabía que estaba perdiendo el tiempo. Tiempo, tiempo, necesitaba tiempo ¿y él? parecía no entender lo que soy. Eso me da una ventaja: el miedo. Tanto como el que le tengo. Si estaba en el orfanato, podía darme una idea de cuán lejos de mi departamento me encontraba. Pero mi pierna no ayudaría –Los hombres, el cochero…- susurré con voz ronca volviendo a clavar mis felinos ojos en los suyos. Que prometiera no hacerme daño no valía nada para mí- ¿Saben…saben que soy un humano?- Si su respuesta era afirmativa, los dos podríamos darnos por muertos. Aunque los cazadores no solían entrar a las iglesias, una partida de inquisidores no tendría ningún obstáculo en encontrarme. A esta altura, mi mente trabajaba o muy rápido o muy lento, y el silencio entre ambos no hacía más que acrecentar mi ansiedad ¿Cómo demonios dejé que esto pasara? De pronto capté un sonido lejano. Ladeé mi rostro buscando escuchar mejor. Pasos, pasos acercándose y una ola de miedo contrajo mi cuerpo. A pesar del escozor de la herida logré esconder mi cabeza entre las piernas, completamente paralizado en un espasmo interminable que me cortaba la respiración. Si no perecía desangrado sería mi desesperación la que terminaría conmigo- Nos matarán- gemí ahogado en mis mocos, como aquel chiquillo de hace tantos años ¿Era yo? ¿Era mi hermano? Nos matarían a ambos por igual. Los cazadores se acercaban. No, los soldados franceses, con sus bayonetas ¡Corre, madre!-Es tarde…- para mí, para ellos, para mi pierna. Moriría esta noche, y no lo haría solo.
Me tomé un segundo antes de hablar, intentando tranquilizarme. El olor, la sangre. Eso los atraería. Quise tirarme en el suelo hasta que el doloroso palpitar de mi cuerpo cesara, aunque sabía que estaba perdiendo el tiempo. Tiempo, tiempo, necesitaba tiempo ¿y él? parecía no entender lo que soy. Eso me da una ventaja: el miedo. Tanto como el que le tengo. Si estaba en el orfanato, podía darme una idea de cuán lejos de mi departamento me encontraba. Pero mi pierna no ayudaría –Los hombres, el cochero…- susurré con voz ronca volviendo a clavar mis felinos ojos en los suyos. Que prometiera no hacerme daño no valía nada para mí- ¿Saben…saben que soy un humano?- Si su respuesta era afirmativa, los dos podríamos darnos por muertos. Aunque los cazadores no solían entrar a las iglesias, una partida de inquisidores no tendría ningún obstáculo en encontrarme. A esta altura, mi mente trabajaba o muy rápido o muy lento, y el silencio entre ambos no hacía más que acrecentar mi ansiedad ¿Cómo demonios dejé que esto pasara? De pronto capté un sonido lejano. Ladeé mi rostro buscando escuchar mejor. Pasos, pasos acercándose y una ola de miedo contrajo mi cuerpo. A pesar del escozor de la herida logré esconder mi cabeza entre las piernas, completamente paralizado en un espasmo interminable que me cortaba la respiración. Si no perecía desangrado sería mi desesperación la que terminaría conmigo- Nos matarán- gemí ahogado en mis mocos, como aquel chiquillo de hace tantos años ¿Era yo? ¿Era mi hermano? Nos matarían a ambos por igual. Los cazadores se acercaban. No, los soldados franceses, con sus bayonetas ¡Corre, madre!-Es tarde…- para mí, para ellos, para mi pierna. Moriría esta noche, y no lo haría solo.
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
No sabía si el chico estaba delirando producto de la fiebre y el dolor, o si realmente estaba siendo perseguido por unos hombres. Entonces recordó que en efecto unos hombres con armas habían llegado a la propiedad del orfanato y buscaban al animal que se había escapado, Diodore había hablado con ellos y estos habían desistido de la idea de seguir buscando en los terrenos del orfanato, pero por supuesto el chico no sabía eso y aún creía que era perseguido.
- No, nadie lo sabe, soy el único que te ha visto - Se apresuró a decirle con voz calmada, inclusive quizo darle un par de palmaditas en la espalda, quizás porque en su mente aún pensaba en él como en el animal convaleciente que había visto momentos atrás. Lo que sentía en ese momento era muy confuso, pero el instinto de protegerlo iba más allá del miedo y el recelo que tenía por lo desconocido.
Entonces escuchó los pasos, el chico no estaba mintiendo y alguien se acercaba, nunca se le pasó por la cabeza que estaría en peligro, por que para ser francos ¿Quien le dispararía a un sacerdote?,¡Nunca se le habría ocurrido! Diodore había tratado con gente pobre, con ladrones e inclusive había recorrido las calles más peligrosas de París y nunca se había sentido en peligro. Pero aquella situación era diferente, ese chico era una criatura mágica, probablemente un brujo ¡Y el lo estaba protegiendo!.
- Shhh - Le indicó que hiciera silencio y se levantó acomodándose la sotana, checando que no tuviera ninguna salpicadura de sangre y luego cerró la puerta de la habitación dejando al chico indefenso dentro. Las habitaciones que ocupaba no eran muy grandes, pero la habitación donde dormía, estaba separada de una especie de salita y comedor donde las monjas le dejaban las comidas todos los días, salió de la segunda habitación y el frío del invierno lo recibió como un golpe iracundo.
- ¿Quien anda ahí? ¿Quién osa entrar en terreno santo sin permiso? - Exclamó en su mejor voz altiva, no podía demostrar que estaba asustado, si los cazadores veían que estaba nervioso sospecharían - ¡Muéstrese en el nombre del todo poderoso! - Agregó alzando más la voz.
De la oscuridad de un matorral, se escucharon murmullos y momentos después dos niños y una niña de aproximadamente 9 años salieron y se acercaron con expresión asustada, Diodore los reconoció, eran huérfanos.
- Padre Dio... lo sentimos Padre Dio - Exclamó la niña inmediatamente colocando sus manitas trás del vestido - André dijo que había visto un gato muy grande entrando en la capilla... - Comenzó a quejarse y de inmediato André, (el chico de pecas y cabello rojizo) saltó a defenderse.
- ¡Es cierto yo lo vi! era enorme, como un gato salvaje ¡Como un leopardo! - Exclamó Andre estirándo las manos como para mostrar la emvergadura del gato.
- ¡Idiota! Los leopardos no viven en Francia, te dije que era una mala idea venir a buscarlo - Se quejó el otro niño, mucho más delgado y largirucho.
- ¡Suficiente los trés! - Intervino Diodore frunciendo el ceño - No hay gatos salvajes en la capilla y si la hermana superiora se entera que salieron en pleno invierno a media noche, los castigará por el resto del año ¿Quieren estar castigados durante noche buena?- Les amenazó y los niños de inmediato menearon la cabeza, la niña inclusive empezó a sollozar - ¡Regresad al orfanato de inmediato! - Los niños se disculparon una vez más y salieron corriendo en dirección al viejo edificio que continuaba con las luces apagadas.
Diodore dejó escapar un largo suspiro, se sentía molesto con los niños, pero más consigo mismo por continuar mintiendo para defender a ese desconocido que seguía en su cuarto. Regresó a sus habitaciones y cerró con candado la puerta que daba al experior por prevención y entró de nuevo en su habitación donde había dejado al chico encerrado.
- No, nadie lo sabe, soy el único que te ha visto - Se apresuró a decirle con voz calmada, inclusive quizo darle un par de palmaditas en la espalda, quizás porque en su mente aún pensaba en él como en el animal convaleciente que había visto momentos atrás. Lo que sentía en ese momento era muy confuso, pero el instinto de protegerlo iba más allá del miedo y el recelo que tenía por lo desconocido.
Entonces escuchó los pasos, el chico no estaba mintiendo y alguien se acercaba, nunca se le pasó por la cabeza que estaría en peligro, por que para ser francos ¿Quien le dispararía a un sacerdote?,¡Nunca se le habría ocurrido! Diodore había tratado con gente pobre, con ladrones e inclusive había recorrido las calles más peligrosas de París y nunca se había sentido en peligro. Pero aquella situación era diferente, ese chico era una criatura mágica, probablemente un brujo ¡Y el lo estaba protegiendo!.
- Shhh - Le indicó que hiciera silencio y se levantó acomodándose la sotana, checando que no tuviera ninguna salpicadura de sangre y luego cerró la puerta de la habitación dejando al chico indefenso dentro. Las habitaciones que ocupaba no eran muy grandes, pero la habitación donde dormía, estaba separada de una especie de salita y comedor donde las monjas le dejaban las comidas todos los días, salió de la segunda habitación y el frío del invierno lo recibió como un golpe iracundo.
- ¿Quien anda ahí? ¿Quién osa entrar en terreno santo sin permiso? - Exclamó en su mejor voz altiva, no podía demostrar que estaba asustado, si los cazadores veían que estaba nervioso sospecharían - ¡Muéstrese en el nombre del todo poderoso! - Agregó alzando más la voz.
De la oscuridad de un matorral, se escucharon murmullos y momentos después dos niños y una niña de aproximadamente 9 años salieron y se acercaron con expresión asustada, Diodore los reconoció, eran huérfanos.
- Padre Dio... lo sentimos Padre Dio - Exclamó la niña inmediatamente colocando sus manitas trás del vestido - André dijo que había visto un gato muy grande entrando en la capilla... - Comenzó a quejarse y de inmediato André, (el chico de pecas y cabello rojizo) saltó a defenderse.
- ¡Es cierto yo lo vi! era enorme, como un gato salvaje ¡Como un leopardo! - Exclamó Andre estirándo las manos como para mostrar la emvergadura del gato.
- ¡Idiota! Los leopardos no viven en Francia, te dije que era una mala idea venir a buscarlo - Se quejó el otro niño, mucho más delgado y largirucho.
- ¡Suficiente los trés! - Intervino Diodore frunciendo el ceño - No hay gatos salvajes en la capilla y si la hermana superiora se entera que salieron en pleno invierno a media noche, los castigará por el resto del año ¿Quieren estar castigados durante noche buena?- Les amenazó y los niños de inmediato menearon la cabeza, la niña inclusive empezó a sollozar - ¡Regresad al orfanato de inmediato! - Los niños se disculparon una vez más y salieron corriendo en dirección al viejo edificio que continuaba con las luces apagadas.
Diodore dejó escapar un largo suspiro, se sentía molesto con los niños, pero más consigo mismo por continuar mintiendo para defender a ese desconocido que seguía en su cuarto. Regresó a sus habitaciones y cerró con candado la puerta que daba al experior por prevención y entró de nuevo en su habitación donde había dejado al chico encerrado.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
En verdad me encontraba frente a mi fin ¿y por qué tenía tanto miedo? Si tantas veces lo había deseado hasta el cansancio. Sentí una tremenda pena por el hombre que acabaría muerto por mi culpa, aunque en el fondo lo que me permitía seguir respirando era el hecho de saber que yo no sería el primero. Apenas echó el pestillo a la puerta me arrastré como pude hacia debajo de la cama. Volví a encogerme como guiñapo cuando escuché las voces de unos ¿niños? Mi cuerpo pareció calmarse un poco. Solo eran niños, hablando con un cura. Entonces no mentía. Entre el polvo cubriéndome la cara y los elásticos de madera, logré controlar mi respiración, lo suficiente para esconderla si volvía. Casi de inmediato sonó el picaporte de lo que, creía, era la habitación contigua a donde me encontraba. Intenté fundirme con mi alredor, con la esperanza de pasar desapercibido hasta que desistiera y dejara el cuarto. Pero apenas cerré los ojos comprendí que era inútil. Estaba tan agotado que no podría jamás juntar la fuerza necesaria para camuflarme. No cuando un elemento crucial del ambiente era el olor ácido de mi propia sangre contaminada con plata.
A los pocos segundos vi sus pies cruzar el umbral y cerrar la puerta tras de sí. El silencio llenaba por completo el lugar y me aplastaba contra el suelo y el fondo de la cama. La herida seguía palpitándome con insistencia. Me dijo que sacó un casquete, pero yo tenía dos orificios de bala. Debía curarme, ahora. No cuando tuviera la oportunidad de escapar. Quizás ni siquiera la tuviera si no terminaba de sangrar el resto del veneno. Finas líneas verdosas transformaban las venas heridas alrededor del agujero en una extraña telaraña ponzoñosa. Ver la infección me aclaró la mente, entendí que necesitaba su ayuda. Todavía no me había entregado a las autoridades ¿Realmente existían miembros de la iglesia que no supieran de…nosotros? Sus zapatos se encontraban frente mío. Cerré los ojos y me tapé el rostro con las manos. No quería verlo, no quería seguir pensando en que cualquier momento me entregaría a la Inquisición. Y no quería morir, por todos los cielos, no quería morir -Ayúdame- dejé escapar un gemido. Más parecido al maullido de un gato que a una voz humana. Un patético, lastimero llanto de rendición. No tenía escapatoria, solo entregarme a su criterio y a su hoguera- Haré lo que quieras, ayúdame- mi acento era desastroso. Me estaba costando horrores hablar en francés- Ayúdame- volví a pedirle a ciegas, consciente de que mi vida pendía de sus manos. Manos que, tan católicas como presumía, blandían contra mi raza el martillo de las brujas sin misericordia ¿En dónde me metí?
A los pocos segundos vi sus pies cruzar el umbral y cerrar la puerta tras de sí. El silencio llenaba por completo el lugar y me aplastaba contra el suelo y el fondo de la cama. La herida seguía palpitándome con insistencia. Me dijo que sacó un casquete, pero yo tenía dos orificios de bala. Debía curarme, ahora. No cuando tuviera la oportunidad de escapar. Quizás ni siquiera la tuviera si no terminaba de sangrar el resto del veneno. Finas líneas verdosas transformaban las venas heridas alrededor del agujero en una extraña telaraña ponzoñosa. Ver la infección me aclaró la mente, entendí que necesitaba su ayuda. Todavía no me había entregado a las autoridades ¿Realmente existían miembros de la iglesia que no supieran de…nosotros? Sus zapatos se encontraban frente mío. Cerré los ojos y me tapé el rostro con las manos. No quería verlo, no quería seguir pensando en que cualquier momento me entregaría a la Inquisición. Y no quería morir, por todos los cielos, no quería morir -Ayúdame- dejé escapar un gemido. Más parecido al maullido de un gato que a una voz humana. Un patético, lastimero llanto de rendición. No tenía escapatoria, solo entregarme a su criterio y a su hoguera- Haré lo que quieras, ayúdame- mi acento era desastroso. Me estaba costando horrores hablar en francés- Ayúdame- volví a pedirle a ciegas, consciente de que mi vida pendía de sus manos. Manos que, tan católicas como presumía, blandían contra mi raza el martillo de las brujas sin misericordia ¿En dónde me metí?
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
La molestia que sentía con los niños traviesos se disolvió apenas entró en la habitación y descubrió que el chico se había metido bajo la cama, temblaba y su rostro era una máscara de temor, casi rallando el horror. Sus ojos parecían contar que había vivido horrores inimaginados, que esa gente (los cazadores) eran personas desalmadas y crueles, pues causaban ese miedo casi primal en el pobre muchacho.
Se arrodilló y le escuchó pedirle auxilio, observó las venas coloradas, la pierna no estaba sanando, a pesar de haber sacado el casquete. Pero Diodore era un simple párroco, no tenía idea de medicina, no sabía como hacer la curación completa, la angustia comenzó a llenarlo a él también.
- Dime como - Exclamó mirándole a los ojos - Soy sólo un sacerdote, no tengo idea de como curar la herida ¿Porqué está de ese color? ¿Es acaso veneno? - Preguntó, pero de repente dándose cuenta de que la respuesta era obvia, el color antinatural en la piel debía ser producto de un veneno en los casquetes - ¡Santa Madre de Dios! esos cazadores no tienen misericordia - Exclamó entre molesto y condolido.
- Dime que puedo hacer y haré lo que pueda - Agregó pensando en como podría sacar el veneno, pero realmente era la primera vez que se enfrentaba en una situación así - No se que tipo de criatura seas... tampoco se tus intenciones, pero, si existes es porque Dios así te creo y por lo tanto sólo él puede juzgarte - Le explicó, quizás intentando convencerse más así mismo del porqué debía ayudarlo - Como sacerdote, no puedo ignorar a un hijo de Dios que necesita ayuda -
Se arrodilló y le escuchó pedirle auxilio, observó las venas coloradas, la pierna no estaba sanando, a pesar de haber sacado el casquete. Pero Diodore era un simple párroco, no tenía idea de medicina, no sabía como hacer la curación completa, la angustia comenzó a llenarlo a él también.
- Dime como - Exclamó mirándole a los ojos - Soy sólo un sacerdote, no tengo idea de como curar la herida ¿Porqué está de ese color? ¿Es acaso veneno? - Preguntó, pero de repente dándose cuenta de que la respuesta era obvia, el color antinatural en la piel debía ser producto de un veneno en los casquetes - ¡Santa Madre de Dios! esos cazadores no tienen misericordia - Exclamó entre molesto y condolido.
- Dime que puedo hacer y haré lo que pueda - Agregó pensando en como podría sacar el veneno, pero realmente era la primera vez que se enfrentaba en una situación así - No se que tipo de criatura seas... tampoco se tus intenciones, pero, si existes es porque Dios así te creo y por lo tanto sólo él puede juzgarte - Le explicó, quizás intentando convencerse más así mismo del porqué debía ayudarlo - Como sacerdote, no puedo ignorar a un hijo de Dios que necesita ayuda -
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Entreví su rostro a través de una rendija entre mis dedos ¿Dios me hizo? Que pensamiento tan… inocente. Lo observé en silencio manteniendo la respiración. Parecía honesto, aunque yo jamás vi a un miembro de la iglesia serlo. Parpadeé para despejar mis ojos y murmuré no muy convencido- Agua- tragué saliva- Agua- repetí como un niñito. Volví a esconderme detrás de mis manos- Agua…vendas…un cuchillo- Agua, vendas, un cuchillo, agua, venda, Dios, juzgar…Las palabras del sacerdote se repetían en mi mente como un gramófono rayado –Espera- exclamé al sentir que se levantaba. Volví a ver su rostro agacharse a mi altura. Me corrí el pelo de la cara torpemente – Algo para el suelo, debes- Una sacudida involuntaria provocó que mi rodilla se clavara en los tirantes de la cama. Me doblé de dolor y olvidando cubrirme la cara apreté fuertemente mi pierna – Debes limpiarlo…los cazadores... no deben que oler…-Mis voz oscilaba, inaudible. Los parpados me pesaban como juicios pero logré articular unas palabras casi inentendibles- Agua por favor…-
Percibí la vibración de la puerta cerrándose cuando salió del cuarto a buscar, al menos esperaba, lo que le pedí. Saberme atrapado con un sacerdote bondadoso no me tranquilizaba ¿No había visitado ya muchísimos cuartos de hombres que fingían ser la créme de la créme solo para encontrarme encerrado en sus perversiones más viles? Puros cerdos con caretas de carnaval ¿Era este supuesto cura algo mejor? No lograría saberlo esta noche, ni ninguna si no descubría como cerrar el maldito agujero de bala que me estaba desangrando entero. Me arrastré hacia el exterior. Mi pierna había dejado de responderme casi en lo absoluto. Solo pequeños aguijonazos de dolor la movían de forma espasmódica y antinatural.
Me apoyé de espaldas sobre el borde de la cama, demasiado débil para intentar subirme a ella. Todo el piso era un reguero de mi sangre afectada. Desde la oscuridad de debajo de la cama la herida no se veía tan mal, pero ahora a la luz podía ver el hueco chamuscado, latiendo asquerosamente. Sentí un acceso de desesperación al ver mis venas azules, envenenadas por la plata ¿Qué debería hacer? Mi pecho volvía subir y bajar agitadamente, presa del pánico ¿Cómo? Uno de los orificios parecía menos afectado, pero el otro simplemente se veía a punto de explotar. Por la herida borboteaba sangre oscura, espesa y maloliente. Un flujo ácido trepó por mi garganta y tuve que taparme la boca para evitar vomitarme encima. En ese momento escuché la puerta abrirse y recordé que estaba completamente desnudo, así que sin mirarlo tiré de la sabana a mi lado para cubrirme un poco.
Percibí la vibración de la puerta cerrándose cuando salió del cuarto a buscar, al menos esperaba, lo que le pedí. Saberme atrapado con un sacerdote bondadoso no me tranquilizaba ¿No había visitado ya muchísimos cuartos de hombres que fingían ser la créme de la créme solo para encontrarme encerrado en sus perversiones más viles? Puros cerdos con caretas de carnaval ¿Era este supuesto cura algo mejor? No lograría saberlo esta noche, ni ninguna si no descubría como cerrar el maldito agujero de bala que me estaba desangrando entero. Me arrastré hacia el exterior. Mi pierna había dejado de responderme casi en lo absoluto. Solo pequeños aguijonazos de dolor la movían de forma espasmódica y antinatural.
Me apoyé de espaldas sobre el borde de la cama, demasiado débil para intentar subirme a ella. Todo el piso era un reguero de mi sangre afectada. Desde la oscuridad de debajo de la cama la herida no se veía tan mal, pero ahora a la luz podía ver el hueco chamuscado, latiendo asquerosamente. Sentí un acceso de desesperación al ver mis venas azules, envenenadas por la plata ¿Qué debería hacer? Mi pecho volvía subir y bajar agitadamente, presa del pánico ¿Cómo? Uno de los orificios parecía menos afectado, pero el otro simplemente se veía a punto de explotar. Por la herida borboteaba sangre oscura, espesa y maloliente. Un flujo ácido trepó por mi garganta y tuve que taparme la boca para evitar vomitarme encima. En ese momento escuché la puerta abrirse y recordé que estaba completamente desnudo, así que sin mirarlo tiré de la sabana a mi lado para cubrirme un poco.
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Le escuchó hablar con atención memorizando que era lo que necesitaba, por suerte tenía todo lo que pedía porque las monjas guardaban un botiquín con vendajes, alcohol y algunas píldoras analgésicas para los niños. Salió con paso apresurado pero procurando no hacer mucho ruido al caminar, no quería despertar más niños curiosos y tener que dar explicaciones al porqué estaba merodeando el lugar a esas altas horas de la noche.
Entró en el orfanato con sigilo, las monjas dormían en el convento pero a veces se quedaban a dormir con los niños, no quería despertar a nadie, estaba demasiado asustado como para poder enfrentar más problemas, con su consciencia en conflicto era suficiente martirio. Abrió el cajón donde se guardaban los implementos médicos, tomó varias vendas y una bolsa con píldoras, cerró los ojos por unos instantes diciéndose así mismo que, no estaba robando y que aquello era por una buena causa. Estaba salvando la vida de alguien.
Dios entendería sus motivos.
Salió del Orfanato y se dirigió corriendo hacía el pozo que quedaba al lado de la capilla, en su afán por completar la tarea lo más rápido posible, no sintió el frío del invierno que se colaba por dentro de su sotana, tomó el balde y lo llenó de agua fría hasta el borde y con gran esfuerzo regresó a la capilla cargando el pesado balde.
Entró en la habitación sin prestar atención a la desnudez del pobre chico, en su mente sólo podía pensar en que no tenía idea de como hacer la curación. Colocó el balde con agua a un lado de la chimenea que seguía ardiendo dándole un agradable calor a la habitación y se arrodilló al lado del chico sacando las vendas de los bolsillos de su sotana.
- He conseguido medicina también - Le explicó - Es del orfanato, son analgésicos, al menos te ayudarán a soportar un poco de dolor - Le ofreció dos píldoras y un vaso con agua para que las pudiera tomar - Ahora dime que debo hacer -
Entró en el orfanato con sigilo, las monjas dormían en el convento pero a veces se quedaban a dormir con los niños, no quería despertar a nadie, estaba demasiado asustado como para poder enfrentar más problemas, con su consciencia en conflicto era suficiente martirio. Abrió el cajón donde se guardaban los implementos médicos, tomó varias vendas y una bolsa con píldoras, cerró los ojos por unos instantes diciéndose así mismo que, no estaba robando y que aquello era por una buena causa. Estaba salvando la vida de alguien.
Dios entendería sus motivos.
Salió del Orfanato y se dirigió corriendo hacía el pozo que quedaba al lado de la capilla, en su afán por completar la tarea lo más rápido posible, no sintió el frío del invierno que se colaba por dentro de su sotana, tomó el balde y lo llenó de agua fría hasta el borde y con gran esfuerzo regresó a la capilla cargando el pesado balde.
Entró en la habitación sin prestar atención a la desnudez del pobre chico, en su mente sólo podía pensar en que no tenía idea de como hacer la curación. Colocó el balde con agua a un lado de la chimenea que seguía ardiendo dándole un agradable calor a la habitación y se arrodilló al lado del chico sacando las vendas de los bolsillos de su sotana.
- He conseguido medicina también - Le explicó - Es del orfanato, son analgésicos, al menos te ayudarán a soportar un poco de dolor - Le ofreció dos píldoras y un vaso con agua para que las pudiera tomar - Ahora dime que debo hacer -
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Parpadeé débilmente. Observé escéptico las píldoras pero terminé aceptándolas. Me las tragué con ayuda del agua, que bebí hasta al final. El cura esperaba mis instrucciones, impaciente ¿Debería confiar en él? El inestable pulso de mi mano no me permitía cuestionármelo.
-Debes- murmuré, y reconocí que mi voz era apenas audible. Ya no sentía tanto miedo como antes, pero porque posiblemente la falta de sangre me empujaba a la inconciencia- debes quitar, debo…debo tener la bala, allí, todavía- tragué saliva y sentí que mi garganta áspera como tierra reseca. Comenzaba a temblar de frío- Solo quítala… ¿Puedes...?- le indiqué que me permitiera una de sus vendas. La tomé y me rodeé el muslo atándola con fuerza, en una especie de torniquete. Una vez afuera, debía esperar a que toda la sangre infectada fluyera, o de lo contrario moriría envenado. Pero el muchacho se veía desconcertado. Aterrado.
Suspiré y le tomé la mano, dejando manchas oscuras de sangre oxidada y juntando el resto de mi fuerza para hablar. Dirigí mi mirada perdida en la suya- Diodore, hazlo rápido. Tienes que sacarme de aquí… ¿Lo entiendes? …Te matarán si se enteran que me ayudaste- Entré en un sopor pesado, hipnótico- Ellos, no tienen que saber... El olor a sangre ¿Entiendes?- Mi mano resbaló hasta mi regazo y se quedó allí, incapaz de moverse, como el resto de mi cuerpo-…hazlo-
-Debes- murmuré, y reconocí que mi voz era apenas audible. Ya no sentía tanto miedo como antes, pero porque posiblemente la falta de sangre me empujaba a la inconciencia- debes quitar, debo…debo tener la bala, allí, todavía- tragué saliva y sentí que mi garganta áspera como tierra reseca. Comenzaba a temblar de frío- Solo quítala… ¿Puedes...?- le indiqué que me permitiera una de sus vendas. La tomé y me rodeé el muslo atándola con fuerza, en una especie de torniquete. Una vez afuera, debía esperar a que toda la sangre infectada fluyera, o de lo contrario moriría envenado. Pero el muchacho se veía desconcertado. Aterrado.
Suspiré y le tomé la mano, dejando manchas oscuras de sangre oxidada y juntando el resto de mi fuerza para hablar. Dirigí mi mirada perdida en la suya- Diodore, hazlo rápido. Tienes que sacarme de aquí… ¿Lo entiendes? …Te matarán si se enteran que me ayudaste- Entré en un sopor pesado, hipnótico- Ellos, no tienen que saber... El olor a sangre ¿Entiendes?- Mi mano resbaló hasta mi regazo y se quedó allí, incapaz de moverse, como el resto de mi cuerpo-…hazlo-
- Lyosha ¿No te da verguenza responder un tema que debés desde enero?:
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Le vio tomar las píldoras y le escuchó con atención, entendía perfectamente lo que tenía que hacer, pero eso no lo hacía menos intimidate, estaba muy nervioso frente a la idea de meter sus dedos en la carne abierta de una herida. Pero Dios obraba de formas misteriosas y si le había puesto en esta situación, era porque Diodore tenía la facultad para enfrentar ese reto. Dios en su infinita sabiduría sabía porqué le había puesto en tal situación.
-Bien, aquí voy – Anunció aspirando hondo y con determinación metió el dedo dentro de la herida, la sensación fue desagradable y húmeda, especialmente porque no podía evitar pensar en el dolor que le estaba causando al chico, por unos instantes creyó que no sería capaz de continuar, pero se obligó a pensar en que, si no lo hacía el muchacho podía morir y eso era aún peor.
Movió los dedos hasta localizar la bala que no estaba muy profunda bajo la piel (afortunadamente) y con mucha dificultad comenzó a sacarla lentamente, conforme lo hacía ríos de sangre chorreaban por los lados a pesar de que el torniquete le apretaba la sangre, al menos la sangre envenenada estaba saliendo. Cuando hubo sacado la primera bala, se dio unos momentos para recobrar el aliento y cerciorarse de que le chico siguiera respirando, antes de ir por la segunda.
Le resultó relativamente más fácil sacar la segunda y le pareció que fue mucho más rápido, una vez ambas estuvieron fuera de la piel, se apresuró a bañar agua fría sobre la herida para limpiarla y cuando le pareció que estuvo lo suficientemente limpia, comenzó a colocarle la venda al rededor con cuidado.
A esas alturas, el suelo de la habitación estaba manchado de sangre por doquier, pero el hecho de que había salvado una vida, le hizo olvidar todos los problemas que se le avecinaban si no limpiaba todo perfectamente y alguna monja lo descubría.
- ¿Cómo te sientes? - Le preguntó con voz trémula.
-Bien, aquí voy – Anunció aspirando hondo y con determinación metió el dedo dentro de la herida, la sensación fue desagradable y húmeda, especialmente porque no podía evitar pensar en el dolor que le estaba causando al chico, por unos instantes creyó que no sería capaz de continuar, pero se obligó a pensar en que, si no lo hacía el muchacho podía morir y eso era aún peor.
Movió los dedos hasta localizar la bala que no estaba muy profunda bajo la piel (afortunadamente) y con mucha dificultad comenzó a sacarla lentamente, conforme lo hacía ríos de sangre chorreaban por los lados a pesar de que el torniquete le apretaba la sangre, al menos la sangre envenenada estaba saliendo. Cuando hubo sacado la primera bala, se dio unos momentos para recobrar el aliento y cerciorarse de que le chico siguiera respirando, antes de ir por la segunda.
Le resultó relativamente más fácil sacar la segunda y le pareció que fue mucho más rápido, una vez ambas estuvieron fuera de la piel, se apresuró a bañar agua fría sobre la herida para limpiarla y cuando le pareció que estuvo lo suficientemente limpia, comenzó a colocarle la venda al rededor con cuidado.
A esas alturas, el suelo de la habitación estaba manchado de sangre por doquier, pero el hecho de que había salvado una vida, le hizo olvidar todos los problemas que se le avecinaban si no limpiaba todo perfectamente y alguna monja lo descubría.
- ¿Cómo te sientes? - Le preguntó con voz trémula.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Re: Quocumque fugies deus te videbit - Diodore Pomeroy
Borroso. Mis ojos pegados por lagañas tardaron un poco en acostumbrarse a la luz ¿Luz? Froté mis parpados con el dorso de la mano. Cada musculo de mi cuerpo gritaba de dolor. Me encontraba acostado, postrado de fatiga. Observé el techo de la cabaña...la cabaña. Me incorporé de un saltó y sentí la puntada en mi pierna. Descorrí la sábana de un tirón y contemple estupefacto el vendaje. De pronto todo volvió a mí como una cachetada. Las balas, la mano que rompí, la sangre, el cura ¿Dónde estaba? En la habitación solo me encontraba yo.
Me bajé de la cama apoyando con cuidado la pierna herida, pero mi peso fue demasiado y caí de bruces. El suelo se sentía helado. Miré la chimenea y descubrí que el fuego estaba por morir. Los tablones, hora limpios, aún apestaban a mi esencia. Unas cuantas cubetas vacías reposaban en una esquina del cuarto y recordé lo mucho que insistí en que limpiara mi sangre. Pero eso ya carecía de sentido ¿Cuántas horas pasé inconsciente? Una pequeña ventana mostraba un cielo violáceo detrás del vidrio y estimé que poco faltaba para que los primeros rayos de sol despuntaran el día-Debo irme- pensé en voz alta, aunque todo lo que salió de mi boca fue un susurro seco. Moría de sed.
Con una lentitud desesperante y aferrándome de los caños del camastro logré ponerme de pie. Mis piernas temblaban como las hojas mecidas por la tormenta, pero me mantuve firme. Debajo de mis pies todo daba vueltas. Me sentía mareado, vacío y…asustado ¿Dónde demonios estaba ese hombre? ¿Acaso fue a avisarle a sus superiores? Debí haberme desmayado antes de que me quitara las balas y me sentí un estúpido por dejarme tan expuesto. Sin embargo, la única puerta de la habitación llamó mi atención. Con pasos titubeantes alcancé el picaporte y lo giré suavemente.
Allí se encontraba, dormido sobre la mesa del cuarto contiguo. Mis sentidos seguían muy débiles ara funcionar con certeza, así que solo lo escuchaba respirar suavemente y no con la claridad que necesitaba. Me acerqué tratando de hacer el menor ruido posible y lo examiné. Llevaba el pijama manchado de sangre y olía tanto a mí que por un momento me sentí muy avergonzado de toda la situación. Este hombre se arriesgó para salvarte el pellejo y tú ¿Cómo se lo devuelves Lysoha? ¿Planeando huir sin siquiera avisarle? No podía, era lo menos…
-Diodore- murmuré moviéndole delicadamente el hombro. Debía limpiarse. Todavía no estaba seguro si quienes me atacaron eran inquisidores o mercenarios y era probable que estuviera en peligro de muerte. Parecía un buen hombre, no merecía lo que esas personas le harían de encontrarlo –Dio…-
Escuché unos pasos en el corredor dirigiéndose hacia nosotros. Se escucharon unos sonoros golpes sobre la madera y la clara voz de una de las hermanas -¡Padre Diodore!-
El miedo volvió a controlarme y olvidándome del enorme favor que le debía salté hacia atrás, corriendo a la puerta que había dejado abierta. Rebotó contra la pared lateral al soportar todo mi cuerpo ¡Estaba encerrado! Como un gato en una jaula. Por unos segundos interminables escudriñé la habitación en busca de una salida mientras escuchaba los amenazadores golpes provenientes del otro lado de la habitación. Corrí la ventana y con el último resquicio de fuerza que restaba en mi cuerpo abrí violentamente el pestillo y salté hacia afuera.
El suelo me recibió ya convertido en lince. Utilizando solo tres de mis patas corrí en círculos por el patio hasta dar con la parte trasera de la capilla. La rodeé y me encontré de lleno con la calle adoquinada por donde horas atrás había subido buscando escondite. Los faroles espectrales iluminaban las calles vacías. El cielo perfilaba rosa y alcé la cabeza para ver la capilla una última vez antes de lanzarme a correr calle abajo, en dirección al bosque, esperando de corazón que el grupo de caballos rebuznando a la entrada no fueran propiedad de la Inquisición.
Me bajé de la cama apoyando con cuidado la pierna herida, pero mi peso fue demasiado y caí de bruces. El suelo se sentía helado. Miré la chimenea y descubrí que el fuego estaba por morir. Los tablones, hora limpios, aún apestaban a mi esencia. Unas cuantas cubetas vacías reposaban en una esquina del cuarto y recordé lo mucho que insistí en que limpiara mi sangre. Pero eso ya carecía de sentido ¿Cuántas horas pasé inconsciente? Una pequeña ventana mostraba un cielo violáceo detrás del vidrio y estimé que poco faltaba para que los primeros rayos de sol despuntaran el día-Debo irme- pensé en voz alta, aunque todo lo que salió de mi boca fue un susurro seco. Moría de sed.
Con una lentitud desesperante y aferrándome de los caños del camastro logré ponerme de pie. Mis piernas temblaban como las hojas mecidas por la tormenta, pero me mantuve firme. Debajo de mis pies todo daba vueltas. Me sentía mareado, vacío y…asustado ¿Dónde demonios estaba ese hombre? ¿Acaso fue a avisarle a sus superiores? Debí haberme desmayado antes de que me quitara las balas y me sentí un estúpido por dejarme tan expuesto. Sin embargo, la única puerta de la habitación llamó mi atención. Con pasos titubeantes alcancé el picaporte y lo giré suavemente.
Allí se encontraba, dormido sobre la mesa del cuarto contiguo. Mis sentidos seguían muy débiles ara funcionar con certeza, así que solo lo escuchaba respirar suavemente y no con la claridad que necesitaba. Me acerqué tratando de hacer el menor ruido posible y lo examiné. Llevaba el pijama manchado de sangre y olía tanto a mí que por un momento me sentí muy avergonzado de toda la situación. Este hombre se arriesgó para salvarte el pellejo y tú ¿Cómo se lo devuelves Lysoha? ¿Planeando huir sin siquiera avisarle? No podía, era lo menos…
-Diodore- murmuré moviéndole delicadamente el hombro. Debía limpiarse. Todavía no estaba seguro si quienes me atacaron eran inquisidores o mercenarios y era probable que estuviera en peligro de muerte. Parecía un buen hombre, no merecía lo que esas personas le harían de encontrarlo –Dio…-
Escuché unos pasos en el corredor dirigiéndose hacia nosotros. Se escucharon unos sonoros golpes sobre la madera y la clara voz de una de las hermanas -¡Padre Diodore!-
El miedo volvió a controlarme y olvidándome del enorme favor que le debía salté hacia atrás, corriendo a la puerta que había dejado abierta. Rebotó contra la pared lateral al soportar todo mi cuerpo ¡Estaba encerrado! Como un gato en una jaula. Por unos segundos interminables escudriñé la habitación en busca de una salida mientras escuchaba los amenazadores golpes provenientes del otro lado de la habitación. Corrí la ventana y con el último resquicio de fuerza que restaba en mi cuerpo abrí violentamente el pestillo y salté hacia afuera.
El suelo me recibió ya convertido en lince. Utilizando solo tres de mis patas corrí en círculos por el patio hasta dar con la parte trasera de la capilla. La rodeé y me encontré de lleno con la calle adoquinada por donde horas atrás había subido buscando escondite. Los faroles espectrales iluminaban las calles vacías. El cielo perfilaba rosa y alcé la cabeza para ver la capilla una última vez antes de lanzarme a correr calle abajo, en dirección al bosque, esperando de corazón que el grupo de caballos rebuznando a la entrada no fueran propiedad de la Inquisición.
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