Todos fuimos niños alguna vez {Libre}

por **Aurora Marceau** Vie Jun 24, 2016 3:05 pm

Con el librito bajo el brazo y el lápiz guardado en los bolsillos de la falda, se adentró entre las calles hasta llegar a la plaza Tertre. Aquella pequeña plaza, normalmente llena de pintores que se intentaban ganar la vida con sus obras, siempre acogía a Aurora con su cara más amable, camuflándola entre la multitud mientras dibujaba sus bocetos. Solía sentarse en un banco detrás de un pintor muy dicharachero observando los vestidos de las mujeres que pasaban por allí. Nunca dibujaba un vestido completo, sino pequeños detalles que le llamaban la atención de cada uno. En una página podía llegar a acumular hasta cinco pequeños bocetos de distintas partes. Más tarde, cuando necesitaba inspiración para realizar algún pedido, acudía a su libro de bocetos para encontrar el detalle perfecto que hacía que el vestido fuera único.

Garabateaba de manera rápida antes de que la modelo siguiera su camino. Había llegado a un acuerdo tácito con el pintor que se colocaba frente a ella. Mientras él retenía con su verborrea a las mujeres de vestidos exuberantes, ella captaba los detalles más llamativos y curiosos. Aurora, por su parte, solía posar para él y llamar así la atención de otras mujeres, curiosas y fascinadas por la gran habilidad del hombre. Sus cuadros eran realmente buenos, realistas y detallados, pintados con trazos rápidos en mitad de la calle. Era un gran artista, y eso se sabía apreciar.

Aquel día, el sol se asomaba tímido entre las nubes. Un rayo esporádico chocó contra la página del libro que pintaba en ese momento, obligándola a entrecerrar los ojos debido al reflejo. Aprovechó el momento para levantar la vista hacia la mujer que tenía enfrente, pero terminó desviándola hacia la derecha. Un par de niños tenían las manos metidas en los bolsillos de un hombre, buscando algunas monedas. Sacaron un pequeño saco de cuero y lo observaron con los ojos abiertos. Por sus caras, parecía que estaba lleno de francos. Con gestos nerviosos comenzaron a alejarse de allí justo en el momento en el que el dueño del monedero se llevaba la mano al bolsillo y notaba la falta del mismo. Empezó a gritar denunciando el robo, haciendo que la gente de alrededor se girara para mirar. Los dos niños se pararon en seco, ocultando el saquito entre las manos. Sabían que, si los veían, les caería un buen rapapolvo.

Aurora se levantó con tranquilidad y se acercó a los muchachos. Cuando la vieron se encogieron de terror; pensaron que su suerte se acabaría ahí. Ella rebuscó en los bolsillos y sacó unos cuantos francos, no tantos como los que tenían en la bolsa, pero suficientes para ambos.

—Marchaos de aquí, venga —les apremió, cogiendo la bolsa y dándoles las monedas. Ellos obedecieron tan rápido que nadie se enteró de que habían estado allí—. ¡Monsieur! —llamó al hombre—. ¡Monsieur! Creo que esto es suyo. —Se acercó hasta él y le tendió el monedero—. Se le ha caído ahí atrás.

El hombre la miró un tanto escéptico, cogió el saquito como si fuera algo extraño y lo abrió. De una ojeada rápida comprobó que no faltaba ninguna moneda, así que se lo agradeció, feliz porque alguien lo hubiera encontrado. Aurora se giró un momento hacia la esquina por donde habían desaparecido los niños. Dos caritas sonrientes le devolvieron la mirada para después escabullirse entre la multitud.

por **Babol Sounya** Jue Jun 30, 2016 12:12 am

-No, querida, debo decirle que estas cartas no le traen buen augurio- dijo negando con la cabeza, mientras se rascaba la barbilla. El cuerpo le dolía en señal de que había estado demasiado tiempo sentado. Se había puesto una túnica púrpura y había acomodado una mesita junto al cantero de flores que había en el camino principal. El dinero escaseaba y se había levantado con una extraña voluntad de salir a conseguir algunas monedas para pagar la cena. Hacía horas que veía la gente pasar en la Plaza Tertre y tan solo tres mujeres habían recurrido a sus servicios de tarotista.

La primera, una dama vestida de encaje, se fue llorando de la mesa al recibir la noticia de que su hijo moriría pronto; la segunda, una anciana ya casi ciega, hizo caso omiso de las cartas y afirmó que solo quería una buena compañía y la tercera, ahora sentada en su mesa, pronto correría el mismo destino que la primera. Eso sí, se pagaba antes, no después, para evitar inconvenientes financieros.

-”La Casa” invertida; “Dinero inesperado” invertida y “Tristes pensamientos”, derecha. Puedo decirle, querida, que el negocio de su marido prosperará este mes. Subirán los ingresos y podrá darse varios lujos.- e hizo una pausa- Pero debo advertirle que todo este asunto no le hará bien a su pareja- y la miró a los ojos- Tiene que tener mucho cuidado con su hombre o acabará engañándola.- le dijo con cuidado.

La mujer agarró las cartas y se las tiró en la cara. Babol se quedó duro unos momentos, eso sí que no lo esperaba. Abrió los ojos cuando escuchó que un hombre decía a gritos que alguien le había robado. El gitano ignoró al hombre, esas cosas pasaban casi todos los días, nada nuevo bajo el sol. Pero le llamó la atención una escena que ocurría algunos metros más cerca suyo.

Una mujer estaba haciendo un intercambio con dos niños, unas monedas por una bolsita. Y cuando aquella mujer le dio la bolsita al hombre que había sido robado, la historia terminó por atraparlo. Tenía un aura distinta, muy atractiva. Agarró todas las cartas y las guardó en su túnica. Se acercó con paso lento mientras ella todavía estaba de espaldas y le dijo:

-Las bondades que nos permitimos alimentan un estómago tanto como al ego, ¿no es cierto?- y le proporcionó una diminuta sonrisa.

por **Aurora Marceau** Lun Jul 04, 2016 3:37 pm

Vio cómo el hombre se marchaba con su monedero a buen recaudo. Se tomó un par de minutos para observarle. Era un hombre elegantemente vestido con ropas de buena calidad; todos los detalles de su aspecto estaban cuidadosamente estudiados, probablemente trabajo de su señora esposa, que iba agarrada de su brazo. Ella tampoco pasaba desapercibida. Llevaba un vestido pomposo con demasiados adornos para el gusto de Aurora. Viéndolos juntos se podía saber a ciencia cierta que era un matrimonio con dinero, el blanco perfecto para dos niños hambrientos.

Echó una ojeada a los últimos bocetos que había conseguido dibujar. Estaba completando uno de ellos con un par de líneas cuando escuchó una voz tras ella. Se giró con curiosidad pero sin saber si aquellas extrañas palabras iban destinadas a ella. A su espalda vio a un hombre curioso y que no podría pasar desapercibido en ningún lugar. Él le dedicó una pequeña sonrisa y Aurora se la devolvió. Después se encogió de hombros a modo de respuesta.

—Lo he hecho por ellos, no por mí —añadió—. No tienen la culpa de las muchas injusticias que permite el ser humano.

Calló unos segundos mientras estudiaba al gitano. Parecía un hombre amable y, al contrario que con el hombre del monedero, ella no se sentía ningún tipo de animadversión por él. Las apariencias engañan, claro está, pero se solía fiar bastante de su instinto.

—Aunque... he de admitir que eso no será algo que me quite el sueño esta noche. Si con eso se refería a la alimentación del ego, entonces está en lo correcto. —Sonrió—. Creo que ese hombre no habría sido benévolo con ellos, no me inspiraba confianza. Está claro que no puedo asegurarlo, no soy ningún vidente, pero… —Carraspeó. Estaba dando demasiadas explicaciones sin que nadie se las hubiera pedido—. Sólo son niños. ¿Usted no los habría ayudado?

No se arrepentía de lo que había hecho. La sonrisa de los dos niños era motivo suficiente para sentirse satisfecha consigo misma, pero, a la vez, buscaba la aprobación de otra persona, alguien que le dijera que no estaba mal lo que había hecho. Sí, habían robado y eso estaba mal, pero ella se sentía incapaz de castigarlos por ello.

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