AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hearthstone | Darina - Flashback
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Hearthstone | Darina - Flashback
Oslo, Noruega. Año 1046.
Habían pasado ya cinco semanas desde que había traído a mi esposa a Noruega, habiendo vuelto por ella hacia Rus de Kiev por mi propia cuenta luego de haber logrado que Harald reinara a la par de Magnus. Yo era su Mariscal, lo había sido desde que estábamos en Bizancio. Era el encargado de todas sus tropas y entre mis deberes estaba el preocuparme de entrenar nuevos guerreros y mantener a los veteranos en forma, aunque, aquel día, simplemente había tenido que delegar mis deberes entre mi mano derecha y otros soldados de menor rango que el mío, simplemente porque ya no aguantaba más el resfrío que tenía. No solo se me derretía la nariz, sino que también tenía tos, e incluso, me atrevía a decir que me había subido la temperatura. Aparte, me dolía el cuerpo, me costaba respirar y me sentía extremadamente agotado, a pesar de que había hecho casi poco o nada aquel día. Debido a todo aquello, volví a casa mucho más temprano que lo usual.
Nuestra casa quedaba casi en el centro mismo de Oslo, cuando este aún era un pueblo más o menos pequeño. La había adquirido como un pago por mis servicios, pues fui yo quien le ganó las guerras a Harald en su nombre, quien ganó sus batallas y reclamó su derecho al trono. Sin embargo, aunque me la haya regalado el rey, aún así era pequeña, como la mayoría de las casas aquí en Noruega, puesto que se está forma era más fácil mantener el calor sin tanto gasto de madera o carbón. Consistía nada más que de la habitación en la que dormíamos y de una sala de estar en cuyo centro había un fogón, rodeado por paredes de piedra entre las que se acumulaban las brasas y cenizas, el cual mantenía el frío escandinavo afuera y sobre el cual cocinábamos. En aquel salón era que se convivía principalmente en la vida escandinava, aunque nosotros no lo usáramos mucho, pues la mayor parte del tiempo se pasaba en el salón principal del pueblo, que es donde se hacían los festines y se compartía en comunidad. Obviamente, aquel lugar era propiedad tanto de Harald como del otro rey que reinaba junto a él ahora, por lo que era casi como obligación para mi estar allí gran parte del tiempo, pero aquel día simplemente ignoré todo.
Estando ya en casa, me di cuenta de que mi esposa no se encontraba allí, pues según mi rutina yo no debería volver sino hasta la noche y eran apenas un par de horas después del mediodía, por lo que en verdad no había razón para que ella estuviese allí, sola, pues era libre de hacer lo que quisiera. Al darme cuenta de que estaba solo, nada más encendí el fogón en la sala y me fui hacia la habitación, moviendo la cortina de trenzas de cuero que la separaba de la sala de estar al pasar, puesto que tener una puerta entre ambas habitaciones era ineficiente y tener el fogón encendido perdería todo propósito. Lo siguiente que hice fue quitarme la armadura, que también era de cuero, y las botas, quedándome nada más con las ropas de lana y metiéndome entonces a la cama. Me acurruqué hacia mi derecha, de costado y cerca de la orilla de la cama, pero mirando hacia el lado donde dormía mi compañera. Aquella posición era en la que siempre había dormido desde que tenía memoria y, aunque al comienzo del matrimonio fue incómodo mantenerla, al final resultó ser perfecta.
Así fue que me quedé dormido, tosiendo cada cierto tiempo y tapado hasta por sobre la cabeza. No supe cuántas horas pasaron así hasta que de pronto, aún entre sueños, sentí el sonido que hacía la cortina de cuero cuando alguien la movía para pasar. Luego sentí que la cama se movía un poco, signo de que alguien se había sentado a mis espaldas y entonces sentí una mano cálida en mi frente que verificaba mi temperatura corporal.- ¿Torvi? -Susurré aún dormido y con el inconsciente ligeramente confundido, pues mi mente traía recuerdos en los que Torvi me cuidaba cuando estaba así, cuando en realidad era mi esposa la que estaba junto a mi. Mi cuerpo tiritó entonces levemente ante una pequeña brisa helada que sentí en la espalda cuando se movieron un poco las frazadas. Así como estaba, probablemente parecía un niño más que un adulto.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/06/2013
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Re: Hearthstone | Darina - Flashback
Rus de Kiev había quedado muy lejos de mis manos, la odisea de mi viaje había comenzado hacía un tiempo atrás y con ello se terminó por deshacer toda mi libertad de expresión. El reinado eslavo confiaba en mí, era la esposa del Mariscal de alguien que estaba predestinado a ser Rey. No podía pedir mucho más que eso, una mujer que tenía voz y calma era el sinónimo de lo que todas querrían ser. Y por supuesto que yo no era la excepción, como todas, soñaba con poder estar a la altura de los hombres y que éstos me idolatraran como lo hacen a quien les da el pan y agua. Lamentablemente para mis ilusiones, no había conseguido eso en ningún punto. Svein resultaba ser difícil de entender e interactuar fluidamente era igual de fácil que tomar el veneno de la muerte o que la muerte digna, que constaba en acuchillarse el propio estómago como condena. Y por otro lado, ese Rey Harald era mi disputa diaria cuando me levantaba a hacer los quehaceres en la casa. Parecía que se mantenía con deseos de hacerme la vida imposible y robarme aquello que por orgullo y prejuicio me pertenecía.
Ese día, con un sol radiante pero de escarchado frío, me dediqué a hacer lo mismo de siempre, sacudir cada paño de la pequeña casa, acomodar el fogón para que nunca pudiera apagarse y quitar el manto de hielo y nieve que se hacía durante las madrugadas alrededor de la vivienda. Se trataba de una rutina que debía hacer hasta el día de mi muerte. Luego de eso, con la comodidad de unas trenzas largas por detrás de la espalda y un tapado que cubría por completo mi piel, me dedicaba a ir a ayudar en la, aún reducida, ciudad. Siquiera llegaba a ver a mi esposo más de dos horas al día, sin contar la espesa noche en donde ambos dormíamos incómodamente sobre la misma cama. El tiempo más grato era en el gran salón. A dónde me dirigía para mostrar mis sonrisas a la esposa y concubinas de los Reyes y la parte superior de los eslabones. El ambiente era bastante cálido, pero todo se podía destruir en cuanto una mínima queja saliera de alguno de los dos lados. Así que procuraba usar todos los encantos que despreciaba para con ellos. Manteniendo la sumisión que incluso en mi propio pueblo dejaba a un lado. Si algo no me agradaba, se trataba de la hipocresía en pos de tener bienes territoriales y con poblaciones que no tenían la culpa de nada.
Me di cuenta, al ver como el sol se alzaba y el horario que emanaba, que al señor de las guerras se le había hecho tarde. Imposible era poco. Era tan desquiciado y prolijo que no me daba la idea de qué podría haberle sucedido. Así que antes de que pudieran siquiera sacar el tema, me acerqué a uno de los fieles hombres que se comunicaban con ambos “todo poderosos” e ineficientes reyes. Ellos no hacían nada, eran solo un nombre inmundo e inservible que le dejaba todo el trabajo a mi marido. Mas yo era precisa, era el objeto de muestra que cualquiera de esos querría. Con la voz suave, pero lo suficientemente firme para no ser una molestia, ni terminar aburriendo. Expliqué una pseudo mentira en donde debido a que el esposo daba más de su cien por ciento todo el tiempo, necesitaba de la calma. Las palabras eran impecables, no salían así como así. Sino que las pensaba con detenimiento. Y antes de que pudieran seguir una conversación, había llegado a la casa.
— Te conviene que estés aquí, sino tendremos un problema. — Murmuré al tiempo que cerraba la puerta. Observé los detalles y detrás de la cortina divisé su silueta arrullada y el traqueteo de su tos y mocos. Chasqueé los dientes después de que todo mi cuerpo se movió, casi desesperado, a calentar agua y preparar un cuenco para la medicación. No fueron más de cinco minutos los que tardé en hacer ambas cosas, como una clase de zombie que podía hacer sin respirar. Y me inqué hacia él, despreciando su miedo a la cercanía, como así también la poca voluntad que tenía por amarlo. — Tss… Sí, Torvi, ¿por qué no? — Me quejé irónicamente para mí misma, frunciendo el entrecejo en tanto sentía lo caliente de su frente y cuidadosamente acomodaba un paño de cuero caliente. Aquel joven de menos de treinta años era completamente diferente de todos los demás. Quejoso y probablemente se trataba de alguien que no tenía interés en las mujeres, aunque tampoco lo había visto sentirse atraído por un hombre. Simplemente daba la ilusión de una maldita pared. Por suerte, en ese instante se trataba más de un peluche desmayado. Me deslicé un momento fuera de la cama, vertiendo un poco de agua caliente sobre la mezcla de hierbas medicinales. — Abre la boca si no quieres que la abra yo, mi señor. — Pasé los dedos por sus labios, me encontraba torcida de una forma bastante ridícula, buscando el equilibrio para que no se caiga nada sobre él y para tampoco tener que moverlo demasiado. A cambio de eso, había sacrificado el nunca tocarlo, apoyándome sobre su amplia espalda. Estaba segura de que, con mi ínfimo peso, eso no le significaba un problema. — Bebe despacio, te tienes que reponer ésta misma noche o tendré que escucharte quejando por no poder hacer lo que te piden. —
Ese día, con un sol radiante pero de escarchado frío, me dediqué a hacer lo mismo de siempre, sacudir cada paño de la pequeña casa, acomodar el fogón para que nunca pudiera apagarse y quitar el manto de hielo y nieve que se hacía durante las madrugadas alrededor de la vivienda. Se trataba de una rutina que debía hacer hasta el día de mi muerte. Luego de eso, con la comodidad de unas trenzas largas por detrás de la espalda y un tapado que cubría por completo mi piel, me dedicaba a ir a ayudar en la, aún reducida, ciudad. Siquiera llegaba a ver a mi esposo más de dos horas al día, sin contar la espesa noche en donde ambos dormíamos incómodamente sobre la misma cama. El tiempo más grato era en el gran salón. A dónde me dirigía para mostrar mis sonrisas a la esposa y concubinas de los Reyes y la parte superior de los eslabones. El ambiente era bastante cálido, pero todo se podía destruir en cuanto una mínima queja saliera de alguno de los dos lados. Así que procuraba usar todos los encantos que despreciaba para con ellos. Manteniendo la sumisión que incluso en mi propio pueblo dejaba a un lado. Si algo no me agradaba, se trataba de la hipocresía en pos de tener bienes territoriales y con poblaciones que no tenían la culpa de nada.
Me di cuenta, al ver como el sol se alzaba y el horario que emanaba, que al señor de las guerras se le había hecho tarde. Imposible era poco. Era tan desquiciado y prolijo que no me daba la idea de qué podría haberle sucedido. Así que antes de que pudieran siquiera sacar el tema, me acerqué a uno de los fieles hombres que se comunicaban con ambos “todo poderosos” e ineficientes reyes. Ellos no hacían nada, eran solo un nombre inmundo e inservible que le dejaba todo el trabajo a mi marido. Mas yo era precisa, era el objeto de muestra que cualquiera de esos querría. Con la voz suave, pero lo suficientemente firme para no ser una molestia, ni terminar aburriendo. Expliqué una pseudo mentira en donde debido a que el esposo daba más de su cien por ciento todo el tiempo, necesitaba de la calma. Las palabras eran impecables, no salían así como así. Sino que las pensaba con detenimiento. Y antes de que pudieran seguir una conversación, había llegado a la casa.
— Te conviene que estés aquí, sino tendremos un problema. — Murmuré al tiempo que cerraba la puerta. Observé los detalles y detrás de la cortina divisé su silueta arrullada y el traqueteo de su tos y mocos. Chasqueé los dientes después de que todo mi cuerpo se movió, casi desesperado, a calentar agua y preparar un cuenco para la medicación. No fueron más de cinco minutos los que tardé en hacer ambas cosas, como una clase de zombie que podía hacer sin respirar. Y me inqué hacia él, despreciando su miedo a la cercanía, como así también la poca voluntad que tenía por amarlo. — Tss… Sí, Torvi, ¿por qué no? — Me quejé irónicamente para mí misma, frunciendo el entrecejo en tanto sentía lo caliente de su frente y cuidadosamente acomodaba un paño de cuero caliente. Aquel joven de menos de treinta años era completamente diferente de todos los demás. Quejoso y probablemente se trataba de alguien que no tenía interés en las mujeres, aunque tampoco lo había visto sentirse atraído por un hombre. Simplemente daba la ilusión de una maldita pared. Por suerte, en ese instante se trataba más de un peluche desmayado. Me deslicé un momento fuera de la cama, vertiendo un poco de agua caliente sobre la mezcla de hierbas medicinales. — Abre la boca si no quieres que la abra yo, mi señor. — Pasé los dedos por sus labios, me encontraba torcida de una forma bastante ridícula, buscando el equilibrio para que no se caiga nada sobre él y para tampoco tener que moverlo demasiado. A cambio de eso, había sacrificado el nunca tocarlo, apoyándome sobre su amplia espalda. Estaba segura de que, con mi ínfimo peso, eso no le significaba un problema. — Bebe despacio, te tienes que reponer ésta misma noche o tendré que escucharte quejando por no poder hacer lo que te piden. —
Hero Jaejoong- Inquisidor Clase Alta
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Re: Hearthstone | Darina - Flashback
El solo sentir el traqueteo del fogón me hacía tiritar en molestia, agregando ya a los escalofríos que tenía a causa de la excesiva fiebre que, aunque hiciese ya algo de calor dentro de la vivienda y aunque mi cuerpo ardiera, sentía un frío inexplicable por el cual también tiritaba. Los pasos de Darina por la casa pasaban inadvertidos, pues en mi mente, en el sueño que tenía en aquellos momentos, estaba reviviendo una escena similar en la que mi madre, Torvi, cuidaba de mi cuando era niño. En mis veintisiete años, tan solo me había enfermado de aquella forma tres veces: una cuando niño, una en Bizancio cuando aún no era un hombre casado, y ahora. En Bizancio me las había arreglado solo, pero cuando niño tenía a Torvi y, ahora que mi mente alucinaba y mezclaba los recuerdos y sueños con la realidad, había confundido a mi esposa con aquella que antaño me cuidaba. Su tacto se sentía familiar, al igual que sus pasos y sus movimientos, pero fue el aroma de sus dedos pasando por mis labios lo que me despertó de forma algo abrupta de aquel sueño del que no quería despertar, dándome cuenta de quién era en realidad. Abrí los ojos apenas un poco, parpadeando un par de veces para luego moverme apenas ligeramente para verla y sentirá allí, encaramada por sobre mi espalda con un plato con hierbas medicinales que olían raro.
¿Qué es eso? –Le pregunté con voz gangosa y con suerte pronunciando bien a causa de lo tapada que tenía la nariz. Un nuevo escalofrío se apoderó de mi cuerpo y tirité tan fuerte que me acurruqué halando las frazadas para taparme mejor, cerrando los ojos con fuerza ante la molestia. Cuando los abrí nuevamente, hice caso entonces a lo que mi esposa me pedía, abriendo la boca y estirando el cuello para beber lo que había preparado para mí, frunciendo el ceño ante el sabor de mierda que tenía. Pero no podía quejarme, pues al fin y al cabo, ella había sido educada para servir a quien fuera su marido, así que supuse que sabía lo que debía hacer en situaciones como esas y confié en que su remedio funcionaría. Aunque, seguro nadie podría preparar a nadie para tratar con alguien como yo. Luego de beber, respiré hondo por la boca y solté un suspiro, acomodando de nuevo las frazadas que me tapaban hasta el cuello, recién dándome cuenta del cuero que Darina había acomodado en mi frente.
No me importa. –Contesté a lo que dijo al final, alejando su remedio y girándome para quedar boca arriba en la cama, estirando las piernas y volviendo a tiritar ante lo helada que sentí los pies de la cama, pues antes estaba tan acurrucado que aquella parte del colchón estaba intacta con el frío noruego.- Me siento pésimo, no pienso levantarme a ningún lado hoy. Que se jodan todos, incluido Harald. No soy el único súbdito que tiene. –Susurré quejumbroso mientras que sacaba una mano de debajo de las tapas y la extendía hacia ella. Pocas eran las veces en que le permitía mantener contacto físico conmigo, en especial porque a mí no me gustaba tener ningún contacto físico fuera del que yo consintiera o controlara, aunque aquello no significaba que lo condenara del todo. Por eso es que le extendía mi mano, pues pedía la suya para que nos las tomáramos, queriendo sentir la calidez de su cariño en aquellos momentos, a diferencia de los cariños que ella a veces buscaba darme sin que yo los quisiera, motivo por el cual a veces discutíamos.
Quédate conmigo, Darina, toma mi mano, ¿quieres? No quiero estar solo hoy. Acompáñame, te lo pido. –Le pedí en el mismo susurro esforzado que antes, mirándola con los ojos entrecerrados por lo cansado que los tenía, así como también algo llorosos. Seguramente aquello quedaba bien con las ojeras y mis cabellos enredados y revoloteados a través de la almohada. No había duda de que así sería como peor me vería, pero tenía fe de que ella no me dejaría. Si no lo había hecho antes, no lo haría cuando más la necesitara. Ella, en realidad, era una buena esposa y, quien estaba en duda y deuda, era yo.
¿Qué es eso? –Le pregunté con voz gangosa y con suerte pronunciando bien a causa de lo tapada que tenía la nariz. Un nuevo escalofrío se apoderó de mi cuerpo y tirité tan fuerte que me acurruqué halando las frazadas para taparme mejor, cerrando los ojos con fuerza ante la molestia. Cuando los abrí nuevamente, hice caso entonces a lo que mi esposa me pedía, abriendo la boca y estirando el cuello para beber lo que había preparado para mí, frunciendo el ceño ante el sabor de mierda que tenía. Pero no podía quejarme, pues al fin y al cabo, ella había sido educada para servir a quien fuera su marido, así que supuse que sabía lo que debía hacer en situaciones como esas y confié en que su remedio funcionaría. Aunque, seguro nadie podría preparar a nadie para tratar con alguien como yo. Luego de beber, respiré hondo por la boca y solté un suspiro, acomodando de nuevo las frazadas que me tapaban hasta el cuello, recién dándome cuenta del cuero que Darina había acomodado en mi frente.
No me importa. –Contesté a lo que dijo al final, alejando su remedio y girándome para quedar boca arriba en la cama, estirando las piernas y volviendo a tiritar ante lo helada que sentí los pies de la cama, pues antes estaba tan acurrucado que aquella parte del colchón estaba intacta con el frío noruego.- Me siento pésimo, no pienso levantarme a ningún lado hoy. Que se jodan todos, incluido Harald. No soy el único súbdito que tiene. –Susurré quejumbroso mientras que sacaba una mano de debajo de las tapas y la extendía hacia ella. Pocas eran las veces en que le permitía mantener contacto físico conmigo, en especial porque a mí no me gustaba tener ningún contacto físico fuera del que yo consintiera o controlara, aunque aquello no significaba que lo condenara del todo. Por eso es que le extendía mi mano, pues pedía la suya para que nos las tomáramos, queriendo sentir la calidez de su cariño en aquellos momentos, a diferencia de los cariños que ella a veces buscaba darme sin que yo los quisiera, motivo por el cual a veces discutíamos.
Quédate conmigo, Darina, toma mi mano, ¿quieres? No quiero estar solo hoy. Acompáñame, te lo pido. –Le pedí en el mismo susurro esforzado que antes, mirándola con los ojos entrecerrados por lo cansado que los tenía, así como también algo llorosos. Seguramente aquello quedaba bien con las ojeras y mis cabellos enredados y revoloteados a través de la almohada. No había duda de que así sería como peor me vería, pero tenía fe de que ella no me dejaría. Si no lo había hecho antes, no lo haría cuando más la necesitara. Ella, en realidad, era una buena esposa y, quien estaba en duda y deuda, era yo.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Hearthstone | Darina - Flashback
Por supuesto que sabía lo que tenía que hacer, había sido entrenada tal cual un animal en la granja, sabía todo sobre la casa y cómo cuidar de ella. Eso incluía, por supuesto, a un marido predispuesto a ser adorado por su mujer. El detalle: él no era lo que yo había esperado toda mi vida y sacaba mi horrible personalidad de maneras en las que pensé que nunca me vería, incluso adoraba el uso del sarcasmo que él siempre creía verdad. Ahora, luego de varios años, había aprendido que era mejor avisarle de las cosas antes de desesperarlo, las bromas eran más para mí misma que para él. Mas no podía decir que me desagradara, era como un hermoso muñeco de afinidad directa y sin disturbios. —Veneno, obviamente. Es medicina, no te desesperes. — Añadí con el mismo tono afilado de siempre, sonriendo apaciblemente, era casi como tener una fiesta en mi casa. Verlo decrepito no era cosa de todos los días. En realidad, era algo que nunca había podido apreciar y sin duda me sorprendió hasta a mí misma la manera en la que lo estaba disfrutando, al fin y al cabo, no se iba a morir por un resfriado como ese. Podía ver que era el cansancio, la fatiga y la presión lo que causaba todo ese mal estar. No obstante, sin importar en qué situación extrema él estuviera, no quería hacerme caso en nada y luego de un mínimo y seco sorbo del jarabe -que había procesado con tanta fuerza como voluntad tenía- alejó el cuenco tal cual un niño caprichoso. Segundamente no iba a poder olvidar nunca la chistosa mueca que hizo al sentir el amargo sabor. Subí los hombros. Por el momento era suficiente, luego podría obligarlo a un poco más.
Pensé entonces en alejarme, ya había hecho mi deber como mujer, ahora tocaba separarme y esperar. Pero él no estaba convencido de eso, quizá estaba alucinando y delirando de fiebre; su pálida mano se acercaba cual moribundo a mí. Mis ojos color miel se entrecerraron y alcé la ceja sumamente intrigada por lo que él podría llegar a pedirme. Puesto que aunque ya sabía que no le importaban mis quejas, el que quisiera quedarse conmigo un rato más… Bueno, eso era algo que no había calculado, ni en mis sueños para ser más precisa. Como el mismo karma, me sonrojé cual explosión en mis mejillas. — ¿A caso estás desquiciado o comiste una planta de las orillas del Akerselva? Umgh… No me iba a ir a ningún lado de todos modos. — Fue un susurro bajo, tanto que con suerte lo escuchábamos a una distancia mínima. No podía decirle que no en ese momento, tampoco quería hacerlo. Aún con la personalidad casi inmunda que podía tener aquel guerrero honorable, la calidez y sencillez de su corazón me impedían alejarme. Me acomodé en la cama, a su lado, pero sin tocarlo, tenerlo de la mano era un logro bastante difícil de conseguir como para pretender mucho más. Y me quedé en silencio, apenas moviendo el cuero caliente que se iba cayendo para los costados y volverlo a apoyar en la quietud de su frente. Pasaron casi diez minutos o quizá eso fue lo que sentí, una eternidad. — Tus labios están muy secos… — Incomodidad no era la palabra, se trataba de otra cosa, como unos nervios que aceleraban todos mis sentidos. Estaba frustrada conmigo misma, con la situación y con lo obstinado que podía ser. El problema es que con su mano de troglodita agarrándome, no podía moverme a buscar nada para ayudarlo. Solo podía quedarme ahí, esperando a que aflojara, a que me pidiera algo o que simplemente se durmiera y apareciera mejorado como por arte de magia. ¿Y entonces qué hice? Pues me acerqué sigilosamente a verle de más cerca, pocas veces podía ver sus rasgos dormidos, porque él solía dormirse después y levantarse antes, como si intentara esquivarme en todo momento. Ahora que tenía la oportunidad estaba aprovechándola y prácticamente mis ojos se ponían bizcos ante la cercanía al observar la curvatura brusca de sus pómulos y la longitud promedio de su barbilla. “¿Así que es así?” Me pregunté, entrelazando un poco más mis dedos entre los suyos, sonriendo de manera tan estúpida que cuando me di cuenta me auto regañé y volví a fruncir las cejas, suspirando apenas, tenía hormigas en el cuerpo de lo revoltosa que me sentía, aun cuando prácticamente no me había movido. — Exageras mucho, ¿nunca antes te enfermaste? — En realidad, la pregunta había sido al aire, pues estaba casi segura de que el hombre había terminado por dormirse, claro que, igualmente nunca se sabía con él, era raro, una anomalía a mis estudios.
Pensé entonces en alejarme, ya había hecho mi deber como mujer, ahora tocaba separarme y esperar. Pero él no estaba convencido de eso, quizá estaba alucinando y delirando de fiebre; su pálida mano se acercaba cual moribundo a mí. Mis ojos color miel se entrecerraron y alcé la ceja sumamente intrigada por lo que él podría llegar a pedirme. Puesto que aunque ya sabía que no le importaban mis quejas, el que quisiera quedarse conmigo un rato más… Bueno, eso era algo que no había calculado, ni en mis sueños para ser más precisa. Como el mismo karma, me sonrojé cual explosión en mis mejillas. — ¿A caso estás desquiciado o comiste una planta de las orillas del Akerselva? Umgh… No me iba a ir a ningún lado de todos modos. — Fue un susurro bajo, tanto que con suerte lo escuchábamos a una distancia mínima. No podía decirle que no en ese momento, tampoco quería hacerlo. Aún con la personalidad casi inmunda que podía tener aquel guerrero honorable, la calidez y sencillez de su corazón me impedían alejarme. Me acomodé en la cama, a su lado, pero sin tocarlo, tenerlo de la mano era un logro bastante difícil de conseguir como para pretender mucho más. Y me quedé en silencio, apenas moviendo el cuero caliente que se iba cayendo para los costados y volverlo a apoyar en la quietud de su frente. Pasaron casi diez minutos o quizá eso fue lo que sentí, una eternidad. — Tus labios están muy secos… — Incomodidad no era la palabra, se trataba de otra cosa, como unos nervios que aceleraban todos mis sentidos. Estaba frustrada conmigo misma, con la situación y con lo obstinado que podía ser. El problema es que con su mano de troglodita agarrándome, no podía moverme a buscar nada para ayudarlo. Solo podía quedarme ahí, esperando a que aflojara, a que me pidiera algo o que simplemente se durmiera y apareciera mejorado como por arte de magia. ¿Y entonces qué hice? Pues me acerqué sigilosamente a verle de más cerca, pocas veces podía ver sus rasgos dormidos, porque él solía dormirse después y levantarse antes, como si intentara esquivarme en todo momento. Ahora que tenía la oportunidad estaba aprovechándola y prácticamente mis ojos se ponían bizcos ante la cercanía al observar la curvatura brusca de sus pómulos y la longitud promedio de su barbilla. “¿Así que es así?” Me pregunté, entrelazando un poco más mis dedos entre los suyos, sonriendo de manera tan estúpida que cuando me di cuenta me auto regañé y volví a fruncir las cejas, suspirando apenas, tenía hormigas en el cuerpo de lo revoltosa que me sentía, aun cuando prácticamente no me había movido. — Exageras mucho, ¿nunca antes te enfermaste? — En realidad, la pregunta había sido al aire, pues estaba casi segura de que el hombre había terminado por dormirse, claro que, igualmente nunca se sabía con él, era raro, una anomalía a mis estudios.
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