AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
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Agnés de Charny
Alexandre Berthier
Katharina Von Hammersmark
7 participantes
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Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
La apertura de ese museo significaba más para Katharina que nada que hubiera logrado con anterioridad. Su lucha parecía así haber tenido un premio, un colosal premio y su fortuna un lugar en que ser invertida. La conservación y muestra de especies, el aprendizaje que eso supondría para el pueblo francés y sobre todo que en aquel museo se sentía en casa. No había distinción en seres buenos y malos, los seres de la noche saludaban desde los estantes así como lo hacían otros tantos disecados pertenecientes al mundo del día. Mucho tiempo le había costado reunir los permisos, y a los especialistas que acordaran trabajar con y para ella; pero por fin el día había llegado. La inauguración sería a las diez de la noche. Pensó en hacerla al medio día y así organizar un ligero almuerzo para los asistentes mas se le quitó la idea de la cabeza cuando se dio cuenta de que cierto sector de la población estaría entonces incapacitada para asistir… Desde bien temprano se ocupó de organizar absolutamente todo, nada escapó al control de la mujer más perfeccionista que verían nunca. Supervisó a quienes se ocuparían de la seguridad del lugar, a las limpiadoras, cada uno de los animales disecados, las vitrinas, las fichas explicativas de cada zona, la iluminación, el catering… Para la hora de comer ordenó que se cerrara el museo y no acudiese nadie hasta la apertura, todo debía estar perfecto y así sería. Quien hubiera conocido a Katharina en los días previos a la fecha, conocería ahora el sentido de la palabra líder. No creía poder haber reunido a un mejor equipo de trabajadores para su mejor obra, para su museo. Se le hinchaba el pecho cada vez que se lo repetía mentalmente y ya nada la separaría de París.
Había dejado claro en prensa que la entrada era totalmente libre esa noche para quien deseara asistir, no había discriminación por raza, sexo o clase social; pero sí había enviado algunas invitaciones a título personal a sus allegados. No podía faltar en ese día el que ostentaba el título de rey de Inglaterra y de mejor amigo, como tampoco lo haría Sara, la mujer que le estaba devolviendo las ganas de amar y dejarse querer. La aparición de cazadores sería más que esperada pero ni un solo incidente sería pasado por alto y para eso había tomado unas medidas de seguridad dignas de Versalles, hablando del cual, se esperaba también la visita del Mariscal francés así como de la duquesa del mismo país en representación de la realeza. Un más que conocido dramaturgo haría también acto de presencia otorgando al evento un aire más que interesante y con seguridad conversaciones entretenidas y enriquecedoras. Estaba feliz y era evidente para las mujeres que se encontraban arreglándole el cabello en su palacete de las afueras, quizás fuera para esta velada para la que más tiempo y dedicación se estaba tomando. Había tardado días en encontrar el vestido perfecto –color berenjena-, en escoger las joyas –diamantes negros- y el peinado –un recogido alto que estiraba sus rasgos felinos aún más-.
Como había calculado llegó antes que los primeros invitados a la puerta principal del museo y abrió de par en par las puertas para que se sirviera el catering en la más grande de las salas. Allí todos los asistentes podrían tomar algo y e intercambiar ideas rodeados de enormes figuras formadas por los huesos de dinosaurios. Así se mantuvo en lo alto de las escaleras frente a la entrada esperando a que el primero de los invitados hiciera acto de presencia. No podía estar más nerviosa pero tampoco más orgullosa e impaciente porque todos vieran aquella maravilla a la que ella había dado forma y vida.
Había dejado claro en prensa que la entrada era totalmente libre esa noche para quien deseara asistir, no había discriminación por raza, sexo o clase social; pero sí había enviado algunas invitaciones a título personal a sus allegados. No podía faltar en ese día el que ostentaba el título de rey de Inglaterra y de mejor amigo, como tampoco lo haría Sara, la mujer que le estaba devolviendo las ganas de amar y dejarse querer. La aparición de cazadores sería más que esperada pero ni un solo incidente sería pasado por alto y para eso había tomado unas medidas de seguridad dignas de Versalles, hablando del cual, se esperaba también la visita del Mariscal francés así como de la duquesa del mismo país en representación de la realeza. Un más que conocido dramaturgo haría también acto de presencia otorgando al evento un aire más que interesante y con seguridad conversaciones entretenidas y enriquecedoras. Estaba feliz y era evidente para las mujeres que se encontraban arreglándole el cabello en su palacete de las afueras, quizás fuera para esta velada para la que más tiempo y dedicación se estaba tomando. Había tardado días en encontrar el vestido perfecto –color berenjena-, en escoger las joyas –diamantes negros- y el peinado –un recogido alto que estiraba sus rasgos felinos aún más-.
Como había calculado llegó antes que los primeros invitados a la puerta principal del museo y abrió de par en par las puertas para que se sirviera el catering en la más grande de las salas. Allí todos los asistentes podrían tomar algo y e intercambiar ideas rodeados de enormes figuras formadas por los huesos de dinosaurios. Así se mantuvo en lo alto de las escaleras frente a la entrada esperando a que el primero de los invitados hiciera acto de presencia. No podía estar más nerviosa pero tampoco más orgullosa e impaciente porque todos vieran aquella maravilla a la que ella había dado forma y vida.
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/06/2015
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
Atardecía cuando sonaron dos golpes en la puerta del Mariscal. Alexandre lucía su traje de militar con las medallas y el bastón azul con las estrellas doradas característico del ejército francés- La guarnición está preparada, Mariscal- le dijo la voz que había entrado en el despacho- Muy bien, partiremos ahora. Los invitados empezarán a llegar sobre las diez- dijo mirando por encima la invitación y la carta que había recibido tanto de Katharina cómo de su rey. Instándole de manera cordial y muy educadamente a que fuera a supervisar aquella inauguración. Si hubiera sido un local nuevo, habría bastado con un par de hombres custodiando las salidas, pero aquel acontecimiento cultura había traído no sólo a lo mejor de París, sino que diferentes reinos estarían representados. Además de que la entrada no diferenciaba las clases sociales, sino que las juntaba, las envolvía en una gran masa heterogénea de sujetos y sobre todo, porque París en los últimos días había sido un caldo de criaturas sobrenaturales. Era una alerta roja en toda regla y Alexandre lo sabía. Dejó caer entonces la invitación y se giró, con la mano en la empuñadura de su bastón, directo hacia la salida del palacio de la corte. Cuando llegó a la entrada descubrió una guarnición de los mejores hombres del ejército, incluidos dos de la guarda personal del rey. Alexandre se enfundó en sus guantes blancos y cogió las riendas para montar en su caballo dirección al museo.
El camino se le hizo bastante largo, pero en cuanto llegaron la magneficiencia del museo embaucó a Alexandre por completo. Su estilo había acomodado a la arquitectura del momento, rozando aquella fachada neogótica, con alguna escultura en las columnas, adosadas, viejas reminiscencias del barroco tardío. Los grandes ventanales ayudaban a filtrar la luz natural de forma masiva sobre todas las figuras que habían sido fruto de la taxidermia casi perfecta. Una vez analizó la fachada desmontó de su caballo y el encargado de recogerlo, le dejó el camino despejado para acercarse hasta Katharina, se la reconocía a la legua, entre otras cosas por el perfume que sin querer, había dejado plasmado en el papel de su carta escrita, al posar la muñeca sobre él. Se acercó hasta ella con una sonrisa- Mariscal Berthier para servirla, mademoiselle- dijo haciendo una pequeña reverencia- Bien, si le parece acomodaré a los soldados en cada puerta, dos de ellos están aquí por predilección de su majestad el rey de Francia- dijo mirando hacia atrás- Ellos estarán dentro, con usted y pendientes de cualquier cosa rara- dijo mientras esperaba a que Katharina le acompañara hasta la entrada- Si le parece bien, recibiré en la entrada a los presentes y una vez lo haga entraré para tener control dentro- le siguió explicando su plan- Espero que con cincuenta hombres tenga suficiente- dijo juntando los talones de sus botas y quedándose firme- Entonces me pondré manos a la obra. Por cierto Mademoiselle Katharina, es un edificio magnífico, espero impaciente poder ver la colección- la dedicó una sonrisa tan amable como educada para despedirse de él y se dirigió a la gran entrada. El suelo ajedrezado le daba un aspecto noble, junto a las dos columnas de más de tres metros de altura que presidían el gran pórtico. Alexandre dio las instrucciones al segundo oficial y se quedó allí junto a dos hombres armados con fusiles de largo alcance. Ellos se encargarían de supervisar la entrada de todos, evitando a gente que pudiera traer alguna desgracia a aquella noche.
Todos habían ocupado sus posiciones, las luces artificiales del interior arrojaban una luz cálida al exterior oscuro. Todo parecía estar ya en marcha, aunque por lo que sus oídos advertían Katharina estaba de un lado para otro, comprobando que todo seguía igual de perfecto que la última vez que lo vio. Entornó la mirada y sonrió, él era igual o peor de maniático, así que centró su atención al sonido que hacían los cascos de los caballos tirando de una calesa que se dirigía hacia la entrada. Los primeros invitados estaban llegando ya.
Traje de Mariscal de Francia s.XIX.El camino se le hizo bastante largo, pero en cuanto llegaron la magneficiencia del museo embaucó a Alexandre por completo. Su estilo había acomodado a la arquitectura del momento, rozando aquella fachada neogótica, con alguna escultura en las columnas, adosadas, viejas reminiscencias del barroco tardío. Los grandes ventanales ayudaban a filtrar la luz natural de forma masiva sobre todas las figuras que habían sido fruto de la taxidermia casi perfecta. Una vez analizó la fachada desmontó de su caballo y el encargado de recogerlo, le dejó el camino despejado para acercarse hasta Katharina, se la reconocía a la legua, entre otras cosas por el perfume que sin querer, había dejado plasmado en el papel de su carta escrita, al posar la muñeca sobre él. Se acercó hasta ella con una sonrisa- Mariscal Berthier para servirla, mademoiselle- dijo haciendo una pequeña reverencia- Bien, si le parece acomodaré a los soldados en cada puerta, dos de ellos están aquí por predilección de su majestad el rey de Francia- dijo mirando hacia atrás- Ellos estarán dentro, con usted y pendientes de cualquier cosa rara- dijo mientras esperaba a que Katharina le acompañara hasta la entrada- Si le parece bien, recibiré en la entrada a los presentes y una vez lo haga entraré para tener control dentro- le siguió explicando su plan- Espero que con cincuenta hombres tenga suficiente- dijo juntando los talones de sus botas y quedándose firme- Entonces me pondré manos a la obra. Por cierto Mademoiselle Katharina, es un edificio magnífico, espero impaciente poder ver la colección- la dedicó una sonrisa tan amable como educada para despedirse de él y se dirigió a la gran entrada. El suelo ajedrezado le daba un aspecto noble, junto a las dos columnas de más de tres metros de altura que presidían el gran pórtico. Alexandre dio las instrucciones al segundo oficial y se quedó allí junto a dos hombres armados con fusiles de largo alcance. Ellos se encargarían de supervisar la entrada de todos, evitando a gente que pudiera traer alguna desgracia a aquella noche.
Todos habían ocupado sus posiciones, las luces artificiales del interior arrojaban una luz cálida al exterior oscuro. Todo parecía estar ya en marcha, aunque por lo que sus oídos advertían Katharina estaba de un lado para otro, comprobando que todo seguía igual de perfecto que la última vez que lo vio. Entornó la mirada y sonrió, él era igual o peor de maniático, así que centró su atención al sonido que hacían los cascos de los caballos tirando de una calesa que se dirigía hacia la entrada. Los primeros invitados estaban llegando ya.
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 03/01/2016
Localización : Versalles
Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
El Reloj Maraca las 6 de la tarde mientras la Condesa terminaba de supervisar los últimos detalles de su agenda con el mayordomo en jefe, la morena terminaba de colocarse unos pendientes mientras Magnus el viejo hombre de cabellos grises y apariencia de santa Klaus en cualquier cuento de Dickens le recordaba otros eventos sociales a los que debería atender ese mes; Más ninguno era tan importante y llamativo como al que asistiría aquella noche la inauguración del museo Nacional de historia era sin duda alguna un hecho excitante y exquisito que no solo reuniría a la crema y nata de parís y de otros reinos si no que también servirá para acercar a comunes y gentiles hombres a la nobleza.
Los ojos marrones se posaban en el paisaje que se mostraba por la ventana como si de un caleidoscopio se tratase Agnés veía dientes arboles en flor y otros apenas recuperando las hojas que el invierno les había arrebatado todo esto contrastaba con el atardecer. Sin duda alguna aquel evento era bastante llamativo no solo por la complejidad del mismo si no que este seguramente serviría como impulso para muchas familias de la clase ala que buscaban emerger en contratos con la nobleza, así como de igual manera muchas países harían actos de diplomacia dentro de las puertas del lugar sin duda alguna seria una Festín para todas las clases. Las edificaciones parisienses no se hicieron esperar al cabo de un rato el coche de posta atreves la ciudad mientras esta iba floreciendo con pequeños destellos de luz artificial una invento que para los humanos convencionales podía alejar y espantar demonios y fantasmas del pasado.
Al cabo de unos minutos los caballos doblaron en una esquina y el monumento que seria el museo se presento a su vista, era sin duda alguna una delicia arquitectónica realizada en mármol y concreto por igual, las columnas resplandecían gracias a la luz que emanaba de su interior, el mismo daba la esencia de ser un barco estancado en medio de la oscura noche, poco a poco el cochero disminuyo la velocidad debido a la presencia de algunos invitados peatonales que poco a poco iban ingresando por la gran puerta de roble oscuro. Una vez estacionados al frente su cochero bajo y se dirigió abriendo la portezuela para luego extender su mano para ayudar a que esta saliera del coche- Madame- Agnés asintió en forma de agradecimiento recogiendo la falda de su vestido para no pisar la misma o enredarse y caer - Es sin duda alguna Un edificio magnifico- le comento a su cochero mientras se quedaba un momento de pie admirándolo - llamare por usted cuando me encuentre lista - indico mientras comenzaba a ascender por los peldaños de mármol blanco con ligeros bordes dorados.
Los ojos marrones se posaban en el paisaje que se mostraba por la ventana como si de un caleidoscopio se tratase Agnés veía dientes arboles en flor y otros apenas recuperando las hojas que el invierno les había arrebatado todo esto contrastaba con el atardecer. Sin duda alguna aquel evento era bastante llamativo no solo por la complejidad del mismo si no que este seguramente serviría como impulso para muchas familias de la clase ala que buscaban emerger en contratos con la nobleza, así como de igual manera muchas países harían actos de diplomacia dentro de las puertas del lugar sin duda alguna seria una Festín para todas las clases. Las edificaciones parisienses no se hicieron esperar al cabo de un rato el coche de posta atreves la ciudad mientras esta iba floreciendo con pequeños destellos de luz artificial una invento que para los humanos convencionales podía alejar y espantar demonios y fantasmas del pasado.
Al cabo de unos minutos los caballos doblaron en una esquina y el monumento que seria el museo se presento a su vista, era sin duda alguna una delicia arquitectónica realizada en mármol y concreto por igual, las columnas resplandecían gracias a la luz que emanaba de su interior, el mismo daba la esencia de ser un barco estancado en medio de la oscura noche, poco a poco el cochero disminuyo la velocidad debido a la presencia de algunos invitados peatonales que poco a poco iban ingresando por la gran puerta de roble oscuro. Una vez estacionados al frente su cochero bajo y se dirigió abriendo la portezuela para luego extender su mano para ayudar a que esta saliera del coche- Madame- Agnés asintió en forma de agradecimiento recogiendo la falda de su vestido para no pisar la misma o enredarse y caer - Es sin duda alguna Un edificio magnifico- le comento a su cochero mientras se quedaba un momento de pie admirándolo - llamare por usted cuando me encuentre lista - indico mientras comenzaba a ascender por los peldaños de mármol blanco con ligeros bordes dorados.
Agnés de Charny- Hechicero/Realeza
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Fecha de inscripción : 05/06/2016
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
Las sombras del pasado acechaban al vampiro en cada esquina del nuevo museo.
Animales disecados, pendientes en el tiempo como el propio hombre y sus andanzas desde que probara el elixir de la eternidad. Mismo aspecto, cero vida. En verdad los envidiaba. Ellos no debían llevar a cuestas la pesada carga que suponían los sentimientos. ¿Había algo peor que ser un hombre de la noche por aquel entonces para el inglés? Ser una mujer de la noche ya no le resultaba tan deshonroso.
Si las copas de vino se antojaban como el remedio infalible al cariz que iba tomando aquella visita, se triplicaron una vez el escritor topó con huesos y cráneos. Ser o no ser, preguntó su enferma cabeza con la voz de alguien con quien no quería tener que ver aquella noche. ¿Qué es más noble para el alma? –continuó- ¿Sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades y oponiéndose a ella, encontrar el fin? ¿Finalizaría sus días Christopher Marlowe en un lugar así? Atado de pies y manos, expuesto en la vitrina de la vida, con un cartel a sus pies que sentenciara su sino: malum dramatist.
Sin duda, el edificio traería polémica. Ya fuera en la sociedad del momento o bajo la piel de cualquiera que padeciera el mal del sensiblero. Como El Globo en su tiempo, el nuevo museo despertaba la curiosidad de muchos y la malicia en las intenciones de otros. Ningún edificio aún así de este u otro tiempo podía compararse a su bello Globo y a la ingente cantidad de talento que albergó su esférica figura.
La noche auguraba lo peor, y ya desde antes de entrar, así lo quiso predecir la luna, cegando al vampiro unos instantes en que casi vuelve a ser arrollado por otro carromato. ¿Qué importa uno más en la lista? A punto estaba de superar a la de corazones rotos.
La conversación brilla por su ausencia, pensó. Por el momento desconocía cara alguna y aunque extrovertido en exceso, a veces pecaba de la timidez de una núbil niña que buscaba poco más que llamar la atención de su príncipe en el salón de bailes.
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Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
Contaba las horas.
Ascarlani había regresado a sus aposentos con el sinsabor de tener que dejarla ir; sin embargo, no titubeó en aceptar la invitación a la inauguración de ese museo que le daba más razones para vivir en París. Los únicos obstáculos para ella, eran tan simples como estar rodeada de licántropos sucios que entorpezcan sus taconeos hacia la cambiaformas, y otros personajes que pretendan absorberla en conversaciones diplomáticas, y banales. A fin de cuentas, la vampiresa había renunciado a sus títulos sólo para dedicarse a su pasión, o eso al menos pensó hasta que recibió un paquete por uno de sus sirvientes, con el sello real del Sacro Imperio, donde se le informaba que debía cumplir con sus obligaciones reales, y quemar “un pedazo de pergamino”, no le iba a liberar de ello. Su amargura fue eterna, el pasado siempre la atormentará.
Con una mirada displicente, leyó aquellas letras absurdamente decoradas, y aborreció el perfume característico de la realeza. Dejó todo a un lado, y se levantó del teatro donde residía normalmente. Ella estaba lista, pero el carruaje aún no se anunciaba para llevarla al museo. –Ser inmortal no me hace paciente, ¿o acaso esperan a que envejezca hasta que llegue el maldito caballo que me va a llevar?- El ruido del portazo alertó a sus sirvientes. Ascarlani, ahogada en ira, los observaba fijamente a los ojos esperando una respuesta, pero el sepulcral silencio acompañó esos segundos de miedo. La vampiresa respiró profundamente, y sonriente se acercó a una pequeña sirvienta, pero esta bajó su rostro al sentir la presencia de Ascarlani –No, hablemos.- Expresó, colocando su dedo sobre el mentón de la mujer, mientras levantaba su rostro para encontrar su mirada. –Infanta. A usted le gusta vivir, ¿cierto?- La pequeña, petrificada por el temor, sólo se atrevió a asentir con la cabeza, evitando que las lágrimas salieran de sus ojos. –Bien, entonces busca al cochero y dile que si no aparece en el momento que salga de mis aposentos, que se desaparezca de París, o lo desaparezco. Per favore.- La pequeña asentó cabeza, y se fue corriendo por el pasillo largo que daba hacia la entrada de la mansión. –Y usted- ladeó su rostro hacia otra sirviente que estaba allí, -estas vestimentas no van acorde a este evento. Voy a la inauguración de alguien importante para mi, no a visitar cortesanas. Escógeme algo mejor. Acompáñame.- Y se dio la vuelta, taconeando con su sirviente a sus aposentos.
La ansiedad de Ascarlani abrumaba en toda su mansión. Solamente algo que pueda ser tan importante para ella, puede ocasionar que su comportamiento varíe y se vuelva más voluble de lo que es; pero era Katharina, y sólo pensaba en estar allí para volver a verla. No le importaba nada más, pero le inquietaba la clase de gente que iba a estar allí. En las últimas noches sin ella, había tornado más amarga y esa noche fue el broche de oro. Y hablando de broche de oro, odió el hecho de ponerse el escudo del Sacro Imperio en su vestido.
Tres suaves golpes en la puerta de los aposentos de Ascarlani anunciaron la llegada del chofer. Ella salió rápidamente buscando el gran portón de la entrada. La esperaba un choche inmeso, ya que planeaba llevar su instrumento, y dar un concierto, como regalo personal. –Eres tan aferrado a la vida. Déjame decirte algo: lo mejor que te puede pasar, es morir. Quizás, te ayude en ese logro si sigues haciéndome esperar.- Expresó Sara, que se encontró de frente con el chofer que tanto le da problemas para todo. En el fondo lo estima, pero muy en el fondo. –Estamos tarde, y no quiero insultarle. Andiamo, por amor a Tchaikovsky.-
De sus aposentos hasta el museo no había mucha lejanía, pero ella sintió ese corto viaje como horas. Se perdía en sus pensamientos, imaginando a la bella cambiaformas a su lado, en cómo la iba a encontrar y los besos que soñaba darle. Finalmente, desde la ventana se visionaba progresivamente una gran edificación llena de luces y otros carruajes. Había mucha seguridad en el museo, cosa que no le agradó mucho, ya que eso significaba que la realeza iba a estar allí. Sara esbozó una sonrisa por la ironía de la situación. El coche frenó suavemente en el portón del museo. La última vez que lo vio, aún estaba a oscuras y escondido en las sombras, pero Katharina le había asegurado que era hermoso y alusivo a la naturaleza misma; ella tenía la razón. Ascarlani no pudo evitar sorprenderse, mientras le ayudaban a salir del coche. –Grazie mille- Detrás de ella, un sirviente sacó su violonchelo, y los guardias le guiaron hacia la puerta trasera. El mariscal Alexandre Berthier se encontraba en la entrada, ella pasó a su lado y le saludó suavemente mientras su vestido se perdía a lo lejos.
El museo era interminable, lleno de flora, fauna y diversidad. Mucha diversidad para su gusto, pero no visionaba a la cambiaformas. Nobles que ella no reconocía, pero sí licántropos que le lloraban a la luna por la desgracia de ser caninos. Seguía caminando buscando el rastro de Katharina, pero el olor característico de un vampiro desconocido le llamó la atención. Éste observaba cada exposición con una mirada amarga, llena de pasado y dolor. La vampiresa se acercó a él, ya que parecía que hablara solo. –Los animales disecados no hablan, signore, ni la magia más negra puede revivir algo tan seco como ese rumiante que lo mira a los ojos.- Expresó, sonriente. –Sara Ascarlani, signore. Ahora la conversación oscurece por mi llegada.-
Ascarlani había regresado a sus aposentos con el sinsabor de tener que dejarla ir; sin embargo, no titubeó en aceptar la invitación a la inauguración de ese museo que le daba más razones para vivir en París. Los únicos obstáculos para ella, eran tan simples como estar rodeada de licántropos sucios que entorpezcan sus taconeos hacia la cambiaformas, y otros personajes que pretendan absorberla en conversaciones diplomáticas, y banales. A fin de cuentas, la vampiresa había renunciado a sus títulos sólo para dedicarse a su pasión, o eso al menos pensó hasta que recibió un paquete por uno de sus sirvientes, con el sello real del Sacro Imperio, donde se le informaba que debía cumplir con sus obligaciones reales, y quemar “un pedazo de pergamino”, no le iba a liberar de ello. Su amargura fue eterna, el pasado siempre la atormentará.
Con una mirada displicente, leyó aquellas letras absurdamente decoradas, y aborreció el perfume característico de la realeza. Dejó todo a un lado, y se levantó del teatro donde residía normalmente. Ella estaba lista, pero el carruaje aún no se anunciaba para llevarla al museo. –Ser inmortal no me hace paciente, ¿o acaso esperan a que envejezca hasta que llegue el maldito caballo que me va a llevar?- El ruido del portazo alertó a sus sirvientes. Ascarlani, ahogada en ira, los observaba fijamente a los ojos esperando una respuesta, pero el sepulcral silencio acompañó esos segundos de miedo. La vampiresa respiró profundamente, y sonriente se acercó a una pequeña sirvienta, pero esta bajó su rostro al sentir la presencia de Ascarlani –No, hablemos.- Expresó, colocando su dedo sobre el mentón de la mujer, mientras levantaba su rostro para encontrar su mirada. –Infanta. A usted le gusta vivir, ¿cierto?- La pequeña, petrificada por el temor, sólo se atrevió a asentir con la cabeza, evitando que las lágrimas salieran de sus ojos. –Bien, entonces busca al cochero y dile que si no aparece en el momento que salga de mis aposentos, que se desaparezca de París, o lo desaparezco. Per favore.- La pequeña asentó cabeza, y se fue corriendo por el pasillo largo que daba hacia la entrada de la mansión. –Y usted- ladeó su rostro hacia otra sirviente que estaba allí, -estas vestimentas no van acorde a este evento. Voy a la inauguración de alguien importante para mi, no a visitar cortesanas. Escógeme algo mejor. Acompáñame.- Y se dio la vuelta, taconeando con su sirviente a sus aposentos.
La ansiedad de Ascarlani abrumaba en toda su mansión. Solamente algo que pueda ser tan importante para ella, puede ocasionar que su comportamiento varíe y se vuelva más voluble de lo que es; pero era Katharina, y sólo pensaba en estar allí para volver a verla. No le importaba nada más, pero le inquietaba la clase de gente que iba a estar allí. En las últimas noches sin ella, había tornado más amarga y esa noche fue el broche de oro. Y hablando de broche de oro, odió el hecho de ponerse el escudo del Sacro Imperio en su vestido.
Tres suaves golpes en la puerta de los aposentos de Ascarlani anunciaron la llegada del chofer. Ella salió rápidamente buscando el gran portón de la entrada. La esperaba un choche inmeso, ya que planeaba llevar su instrumento, y dar un concierto, como regalo personal. –Eres tan aferrado a la vida. Déjame decirte algo: lo mejor que te puede pasar, es morir. Quizás, te ayude en ese logro si sigues haciéndome esperar.- Expresó Sara, que se encontró de frente con el chofer que tanto le da problemas para todo. En el fondo lo estima, pero muy en el fondo. –Estamos tarde, y no quiero insultarle. Andiamo, por amor a Tchaikovsky.-
De sus aposentos hasta el museo no había mucha lejanía, pero ella sintió ese corto viaje como horas. Se perdía en sus pensamientos, imaginando a la bella cambiaformas a su lado, en cómo la iba a encontrar y los besos que soñaba darle. Finalmente, desde la ventana se visionaba progresivamente una gran edificación llena de luces y otros carruajes. Había mucha seguridad en el museo, cosa que no le agradó mucho, ya que eso significaba que la realeza iba a estar allí. Sara esbozó una sonrisa por la ironía de la situación. El coche frenó suavemente en el portón del museo. La última vez que lo vio, aún estaba a oscuras y escondido en las sombras, pero Katharina le había asegurado que era hermoso y alusivo a la naturaleza misma; ella tenía la razón. Ascarlani no pudo evitar sorprenderse, mientras le ayudaban a salir del coche. –Grazie mille- Detrás de ella, un sirviente sacó su violonchelo, y los guardias le guiaron hacia la puerta trasera. El mariscal Alexandre Berthier se encontraba en la entrada, ella pasó a su lado y le saludó suavemente mientras su vestido se perdía a lo lejos.
El museo era interminable, lleno de flora, fauna y diversidad. Mucha diversidad para su gusto, pero no visionaba a la cambiaformas. Nobles que ella no reconocía, pero sí licántropos que le lloraban a la luna por la desgracia de ser caninos. Seguía caminando buscando el rastro de Katharina, pero el olor característico de un vampiro desconocido le llamó la atención. Éste observaba cada exposición con una mirada amarga, llena de pasado y dolor. La vampiresa se acercó a él, ya que parecía que hablara solo. –Los animales disecados no hablan, signore, ni la magia más negra puede revivir algo tan seco como ese rumiante que lo mira a los ojos.- Expresó, sonriente. –Sara Ascarlani, signore. Ahora la conversación oscurece por mi llegada.-
Sara Ascarlani- Vampiro/Realeza
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
Acudía en garantía de Rey de Inglaterra pero iba más como amigo de la dueña. Odiaba toda la pomposidad de los actos oficiales, los anuncios de las familias y todo aquel desfile protocolario era lo más redundante y frío que James conocía. Pero llevar una corona en la cabeza tenía un precio más alto que ser un noble sin más. Como buen anglosajón que era James se había familiarizado e interesado desde siempre por los descubrimientos y el conocimiento que varios exploradores habían logrado investigar en lugares recónditos del mundo. Sin embargo, como buen altruismo, Katharina había logrado reunir una gran colección de descubrimientos que debían presentarse ante la población francesa, no por redundancia y superioridad sino por el afán que aquella mujer siempre tuvo por dar a los demás lo que podía sin importarle recibir. Por eso había permitido la entrada de todo el mundo sin menospreciar a las clases más pudientes, dándoles a todos la oportunidad de familiarizarse con esas criaturas expuestas.
James había decidido no ir en una calesa pomposa, de hecho al ir solo rechazo también la vertiginosa seguridad que la corona francesa le había ofrecido, y decidió ir sobre el caballo que solía montar en París hacia el colosal edificio que, años atrás no era más que un montón de roca sombría y comida por la maleza, para encontrarse con un palacio, casi señorial e impetuoso que no sólo lucía lleno de luz, sino que se iba a convertir en una insignia nacional de Francia.
James se bajó del caballo y se lo entregó a quien lo llevó al establo, se colocó bien el traje que llevaba y cuando dio su nombre, los guardias empezaron a susurrar por lo bajo para que anunciaran su llegada. Aquello crispó la poca paciencia que James tenía y colocándose el puño y con el mayor desprecio a la atención de los hombres- No será necesario que me anuncien, es más. No lo hagan- ordenó pasando de largo y dando al Hall que iluminado y adornado con aquellas columnas y cortinas se le hacía uno de los mejores interiores que había visto. No necesitaba presentación porque James, a pesar de ser un egocéntrico de manual y algo narcisista, también era consciente de que su presencia no se pasaba por alto. Suspiró pasó omitiendo todo el trámite de registro de entrada, entre el gentío y la pestilente colección de razas, olores y perfumes que la gente se había echado en cantidad. Le parecía algo nauseabundo, pero seguramente otras razas pensarían lo mismo de él. Siguió algo boquiabierto por la inmensidad del edificio y de cómo Katharina había logrado sacar todo el brillo y pureza a cada rincón, adornándolo con las mejores figuras de taxidermia. Era exquisito y no pudo sentirse más orgulloso de Katharina.
Tenía que decírselo en cuanto la viera, no solo felicitarla por semejante museo, sino por cómo había conseguido sacar todo esto de un edificio ajado y oscuro, comido por el tiempo. De igual forma que para todos los presentes eso era una inauguración simple y banal de un museo de historia natural, para James eso era el renacimiento de Katharina. Aquello era el producto final de un diamante en bruto que brillaba con potencia y luz por sí misma sin que necesitara que nadie la iluminara. Esa era la Katharina salvaje a la que conoció, la que le gustaba de verdad, por la que había peleado incansablemente y por supuesto, por la que seguiría luchando.
Se quedó perdido en aquellos pensamientos, paseando la mirada entre todos los objetos que se acercaban o se cernían sobre él, incluyendo la arquitectura que para la mayoría de los presentes pasaba inadvertida- Este museo es una delicia- se permitió juzgar en voz alta, para quien lo quisiera escuchar.
James había decidido no ir en una calesa pomposa, de hecho al ir solo rechazo también la vertiginosa seguridad que la corona francesa le había ofrecido, y decidió ir sobre el caballo que solía montar en París hacia el colosal edificio que, años atrás no era más que un montón de roca sombría y comida por la maleza, para encontrarse con un palacio, casi señorial e impetuoso que no sólo lucía lleno de luz, sino que se iba a convertir en una insignia nacional de Francia.
James se bajó del caballo y se lo entregó a quien lo llevó al establo, se colocó bien el traje que llevaba y cuando dio su nombre, los guardias empezaron a susurrar por lo bajo para que anunciaran su llegada. Aquello crispó la poca paciencia que James tenía y colocándose el puño y con el mayor desprecio a la atención de los hombres- No será necesario que me anuncien, es más. No lo hagan- ordenó pasando de largo y dando al Hall que iluminado y adornado con aquellas columnas y cortinas se le hacía uno de los mejores interiores que había visto. No necesitaba presentación porque James, a pesar de ser un egocéntrico de manual y algo narcisista, también era consciente de que su presencia no se pasaba por alto. Suspiró pasó omitiendo todo el trámite de registro de entrada, entre el gentío y la pestilente colección de razas, olores y perfumes que la gente se había echado en cantidad. Le parecía algo nauseabundo, pero seguramente otras razas pensarían lo mismo de él. Siguió algo boquiabierto por la inmensidad del edificio y de cómo Katharina había logrado sacar todo el brillo y pureza a cada rincón, adornándolo con las mejores figuras de taxidermia. Era exquisito y no pudo sentirse más orgulloso de Katharina.
Tenía que decírselo en cuanto la viera, no solo felicitarla por semejante museo, sino por cómo había conseguido sacar todo esto de un edificio ajado y oscuro, comido por el tiempo. De igual forma que para todos los presentes eso era una inauguración simple y banal de un museo de historia natural, para James eso era el renacimiento de Katharina. Aquello era el producto final de un diamante en bruto que brillaba con potencia y luz por sí misma sin que necesitara que nadie la iluminara. Esa era la Katharina salvaje a la que conoció, la que le gustaba de verdad, por la que había peleado incansablemente y por supuesto, por la que seguiría luchando.
Se quedó perdido en aquellos pensamientos, paseando la mirada entre todos los objetos que se acercaban o se cernían sobre él, incluyendo la arquitectura que para la mayoría de los presentes pasaba inadvertida- Este museo es una delicia- se permitió juzgar en voz alta, para quien lo quisiera escuchar.
James Ruthven- Vampiro/Realeza
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
París podía ser considerada una de las urbes más extensas y magníficas del suelo europeo, en el que llevaba afincada casi toda mi existencia, exceptuando aquellos períodos en los que atravesaba el Mare Nostrum o me aventuraba de vuelto a las islas en las que había nacido como humana, cuando aún era célebre por mis cabellos pelirrojos. Como tal, era muy complicado que la población se conociera entre sí, que los estratos de la sociedad se mezclaran y confundieran hasta quedar irreconocibles por completo en un maravillosamente rico galimatías, y únicamente un evento de dimensiones considerables podría conseguir semejante imposible. No obstante, como solía ocurrir siempre que se trataba de un mundo reducido, y el del coleccionismo y la exposición permanente de objetos lo era, las noticias volaban para aquellos cuyos oídos estuvieran dispuestos a captarlas, y no tardé en enterarme de la aventura de Katharina Von Hammersmark para la creación de un Museo Nacional de Historia Natural. Debía admitirlo: mi campo eran las Bellas Artes, así como las artes menores, y la Historia Natural, si bien era un campo al que por mi naturaleza me veía obligada a pertenecer, no había despertado un interés coleccionista por mi parte nunca. No obstante, dado el fasto del que se estaba haciendo gala en la organización de la inauguración, la vieja chispa de la curiosidad que me solía ser mucho más frecuente antes del matrimonio forzoso al que me había visto arrastrada se encendió, y con ella se provocó un incendio mental que me impidió resistirme a planear una visita. Por supuesto, como dueña y administradora del Louvre tenía unos estándares altos en cuanto a cómo debía ser un Museo, y consideraba que, por encima de la muestra opulenta de lujo y de las piezas de una colección, se debía conseguir que los visitantes conectaran con las obras y aprendieran de ellas, aunque fuera simplemente por su colocación. Entre mis colegas, mis ideas solían ser tachadas de ridículas y de vulgares, sin aplicación real en los Museos que comenzaban a despuntar aquí y allí, y aun así mantenía la ligera esperanza de encontrar, en Fräulein Von Hammersmark, alguien con unas ideas imposiblemente similares.
Ante tal evento, con unas expectativas así de elevadas y la presencia confirmada de la flor y nata de la sociedad continental, las ganas de acudir sólo eran tan elevadas como las horas que dediqué a encontrar el atuendo perfecto: de color verde esmeralda intenso, a juego con mis ojos, y que destacara el pálido tono de mi piel y de mis cabellos castaños, a veces rojizos aún, demasiado testarudos para olvidarse de cómo habían sido. Al tratarse de una asistencia confirmada a última hora, no había anuncio que me presentara ante los demás asistentes como monarca de los Países Bajos, mas lo prefería: únicamente mi atuendo, mis joyas y mi actitud servirían a los demás para juzgarme, no un título que solamente había elegido a medias, porque no tenía más remedio. Por ello, con la confianza echada a los hombros como si se tratara de un echarpe, me deslicé en la calesa de aspecto sencillo que me esperaba en la mansión en la que residía durante mis estancias en París para que ésta me condujera hasta el Museo Nacional de Historia Natural, próximo a mi adorado Louvre porque eran compañeros de distrito. Una vez llegué, sin ceremonias extravagantes salí del vehículo y fui conducida hasta la entrada del recinto, a donde acudí sin dilación, con entusiasmo y curiosidad que se vieron recompensados ante una idea de Museo similar a la mía. Si bien las piezas que se encontraban tras las vitrinas, animales disecados, no eran comparables de ninguna de las formas a las piezas de mi propio Museo, pues eran completamente opuestas incluso en concepción, a simple vista narraban un discurso accesible, fácil de seguir con un vistazo, y probablemente con mayor información si se buceaba por el mundo que trazaban las piezas expuestas. Con el inevitable orgullo y la satisfacción de un trabajo bien hecho, reconocido, grabados a fuego en el rostro, atravesé la habitación en busca de Katharina Von Hammersmark, de quien únicamente había oído hablar, pero a la que enseguida pude reconocer por portar en el rostro una expresión de orgullo por el trabajo bien hecho definitivamente similar a la mía. – ¿Fräulein Von Hammersmark? Mi nombre es Amanda, Amanda Smith. No he podido evitar sentir curiosidad ante vuestro museo, como conocedora que me considero de instituciones de esta índole, y por eso le pido que me permita darle mi enhorabuena, de dueña de Museo a dueña de Museo. Demostráis un soberbio gusto y una visión magnífica en este lugar. – halagué, sonriendo con sinceridad, e inclinando la cabeza como muestra de respeto ante ella, que probablemente correría a ocuparse de otras necesidades enseguida, pero a quien, al menos, había presentado mis respetos.
Ante tal evento, con unas expectativas así de elevadas y la presencia confirmada de la flor y nata de la sociedad continental, las ganas de acudir sólo eran tan elevadas como las horas que dediqué a encontrar el atuendo perfecto: de color verde esmeralda intenso, a juego con mis ojos, y que destacara el pálido tono de mi piel y de mis cabellos castaños, a veces rojizos aún, demasiado testarudos para olvidarse de cómo habían sido. Al tratarse de una asistencia confirmada a última hora, no había anuncio que me presentara ante los demás asistentes como monarca de los Países Bajos, mas lo prefería: únicamente mi atuendo, mis joyas y mi actitud servirían a los demás para juzgarme, no un título que solamente había elegido a medias, porque no tenía más remedio. Por ello, con la confianza echada a los hombros como si se tratara de un echarpe, me deslicé en la calesa de aspecto sencillo que me esperaba en la mansión en la que residía durante mis estancias en París para que ésta me condujera hasta el Museo Nacional de Historia Natural, próximo a mi adorado Louvre porque eran compañeros de distrito. Una vez llegué, sin ceremonias extravagantes salí del vehículo y fui conducida hasta la entrada del recinto, a donde acudí sin dilación, con entusiasmo y curiosidad que se vieron recompensados ante una idea de Museo similar a la mía. Si bien las piezas que se encontraban tras las vitrinas, animales disecados, no eran comparables de ninguna de las formas a las piezas de mi propio Museo, pues eran completamente opuestas incluso en concepción, a simple vista narraban un discurso accesible, fácil de seguir con un vistazo, y probablemente con mayor información si se buceaba por el mundo que trazaban las piezas expuestas. Con el inevitable orgullo y la satisfacción de un trabajo bien hecho, reconocido, grabados a fuego en el rostro, atravesé la habitación en busca de Katharina Von Hammersmark, de quien únicamente había oído hablar, pero a la que enseguida pude reconocer por portar en el rostro una expresión de orgullo por el trabajo bien hecho definitivamente similar a la mía. – ¿Fräulein Von Hammersmark? Mi nombre es Amanda, Amanda Smith. No he podido evitar sentir curiosidad ante vuestro museo, como conocedora que me considero de instituciones de esta índole, y por eso le pido que me permita darle mi enhorabuena, de dueña de Museo a dueña de Museo. Demostráis un soberbio gusto y una visión magnífica en este lugar. – halagué, sonriendo con sinceridad, e inclinando la cabeza como muestra de respeto ante ella, que probablemente correría a ocuparse de otras necesidades enseguida, pero a quien, al menos, había presentado mis respetos.
Invitado- Invitado
Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
La ciudad de las luces vuelve a dar un nuevo pasatiempo. Paris no dejaba de sorprender, y menos en noches tan magnificas como la que se aventuraba concretamente. Los rumores sobre los nuevos gozos y ocios de los ricos y los nobles siempre se extendían como las llamas sobre una superficie llena de buen whisky. En concreto, todos los buenos comentarios giraban esta noche sobre la apertura del nuevo museo de ciencias naturales. Un auténtico despliegue de criaturas traídas de todos los lugares del mundo, listas para que los más adinerados personajes de la ciudad y el país pudiesen observarlos con ojo crítico. ¿Cuál sería más monstruoso? No tenía duda de que todos estarían pendientes de eso. Él, sin embargo, gozaba más de la observación de otra clase de monstruos en su habitad más natural: la opulencia. Con semejante acontecimiento, el museo prometía ser todo un abanico de potenciales clientes, sujetos de interés cuyas mentes enterraban profundos y oscuros secretos. Se podría decir que también iba a mirar a los monstruos, aunque de una categoría bastante más específica. Lucia sus mejores galas para la ocasión, un traje de etiqueta con estilos húngaros profusamente trabajado, con botones de hilo de oro blanco y una corbata estilo inglesa de la mejor seda china. No pensaba escatimar en gastos para nada. No todos los días podía uno presentarse en sociedad. Sus ojos dorados revisaban compulsivamente hasta la última costura; todo detalle debía de ser cuidadosamente estudiado y perfeccionado. La partida de ajedrez empezaba. ¿Quién sería la primera pieza en caer?
Bajó del carruaje con la tranquilidad que solo da la práctica y entrego la entrada en la puerta junto con su abrigo. Uno de sus clientes más recientes le había facilitado el acceso. No todos los días uno necesita que desaparezca el cadáver de una amante cuando uno se propasa con el alcohol. En cierto modo, el cliente hasta pensaba que el trabajo le había salido barato. Para él, tal vez, pero para Koray aquello era todo cuanto necesitaba; y librarse de una mojigata que no había sabido diferenciar a un hombre de un inútil borracho jamás supondría un inconveniente por el que debiese saltarse una comida. El salón central estaba iluminado y bien adornado, una presentación exquisita digna de cualquier jeque, y nada más llegar ese olor inundaba sus fosas nasales. Sonrió con ironía, una noche dedicada a las criaturas más extrañas de la naturaleza, y las únicas que merecían dicho estudio se paseaban entre los salones como si fuesen nobles personas. Lobos con piel de cordero. Aspiro profundamente hasta que capto un olor particular, uno que se mezclaba entre la muerte y el perfume. Aquel aroma tan distintivo solo podía ser de una mujer. Se movía entre los invitados, buscando desesperadamente a su presa, mientras todos aquellos con capacidad para saber quién, o mejor, que era; lo miraban de arriba abajo. Pero no iba a morder a nadie. Todavía.
Por fin llego hasta ella, luciendo un vestido negro capaz de matar, aunque no de devolver la vida, eso seguro. Hablaba con un hombre, igual que ella a juzgar por su olor. Resultaba tan emocionante aquella posibilidad. Oyó sus palabras, una cita clara y desgarradora, casi como salida de un ensueño. - ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? – Dijo continuando el famosos soliloquio de Shakespeare, aunque con su acento mezclado, aquella referencia podía sonar extraña. – Veo que siempre te rodeas de buenas conversaciones Sara. – Miro a la otra vampiresa con placer, admirando sus curvas de manera cortes, pero evidente. – Koray Slatzir. Jó éjszakát
Bajó del carruaje con la tranquilidad que solo da la práctica y entrego la entrada en la puerta junto con su abrigo. Uno de sus clientes más recientes le había facilitado el acceso. No todos los días uno necesita que desaparezca el cadáver de una amante cuando uno se propasa con el alcohol. En cierto modo, el cliente hasta pensaba que el trabajo le había salido barato. Para él, tal vez, pero para Koray aquello era todo cuanto necesitaba; y librarse de una mojigata que no había sabido diferenciar a un hombre de un inútil borracho jamás supondría un inconveniente por el que debiese saltarse una comida. El salón central estaba iluminado y bien adornado, una presentación exquisita digna de cualquier jeque, y nada más llegar ese olor inundaba sus fosas nasales. Sonrió con ironía, una noche dedicada a las criaturas más extrañas de la naturaleza, y las únicas que merecían dicho estudio se paseaban entre los salones como si fuesen nobles personas. Lobos con piel de cordero. Aspiro profundamente hasta que capto un olor particular, uno que se mezclaba entre la muerte y el perfume. Aquel aroma tan distintivo solo podía ser de una mujer. Se movía entre los invitados, buscando desesperadamente a su presa, mientras todos aquellos con capacidad para saber quién, o mejor, que era; lo miraban de arriba abajo. Pero no iba a morder a nadie. Todavía.
Por fin llego hasta ella, luciendo un vestido negro capaz de matar, aunque no de devolver la vida, eso seguro. Hablaba con un hombre, igual que ella a juzgar por su olor. Resultaba tan emocionante aquella posibilidad. Oyó sus palabras, una cita clara y desgarradora, casi como salida de un ensueño. - ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? – Dijo continuando el famosos soliloquio de Shakespeare, aunque con su acento mezclado, aquella referencia podía sonar extraña. – Veo que siempre te rodeas de buenas conversaciones Sara. – Miro a la otra vampiresa con placer, admirando sus curvas de manera cortes, pero evidente. – Koray Slatzir. Jó éjszakát
Koray Slatzir- Licántropo Clase Alta
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
Como era de esperar y ya se la había informado, el primero en llegar sería el mariscal. Siendo aquella una inauguración de suma importancia y con la cantidad de invitados que se esperaban no era de extrañar que Francia hubiera destinado allí a algunos de sus mejores hombres para asegurarse de que todo iba como la seda y sin incidentes notables. Sonrió al hombre y simplemente tuvo que asentir y concordar con todo cuanto este decía, no iba a ser ella nadie para cuestionar las tácticas de hombre que llevaba tantos años al servicio de la corona. -Es un placer conocerle mariscal, espero que pueda encontrar un momento para disfrutar también del museo y que este sea de su agrado-, realizó una reverencia de cortesía y se alejó ya de la entrada para que, como habían quedado, fuera él quien recibiera a los visitantes en la entrada; ella ya tendría tiempo de charlar aleatoriamente con alguno de ellos cuando hubieran entrado.
Asegurándose -de nuevo- de que todo estuviera perfecto, llegó la primera de las invitadas. -Condesa de Charny, cómo me alegro de que haya podido venir-, saludó caminando a tomar las manos de la joven. Cierto es que no fue lo más protocolario, pero tampoco lo era hacer una inauguración sin filtro de condición social o raza. Sonrió a la dama y la guio hacia el interior mostrándole las primeras piezas de la gran sala donde acabarían todos por reunirse. Era una mujer deliciosa a la vista de cualquiera, con un gusto exquisito a la hora de vestir y con un perfume cuanto menos particular, era la guinda al pastel del que se trataba su aura. Se excusó con ella una vez se encontraba admirando las vitrinas, más gente empezaba a llegar y debía ser igualmente cortes con todos.
-Monsieur Maverick, ¿verdad?-, le había estado observando y parecía demasiado perdido en sus propios pensamientos como para interrumpirle, pero deseaba conocerle y conocer su opinión sobre el museo. Después de todo, ¿quién mejor que un actor para darle su veredicto? Se decía de él que era profundamente sentimental, un genio en el cuerpo de un hombre taciturno y severo, inteligente y seguramente –pensamiento de Katharina- hecho polvo por el paso de los años. Conocía su condición vampírica y nadie quedaba intacto con el paso de los años, unos acababan locos, otros se volvían crueles y algunos auténticas obras de arte. Eso le parecía Christopher, una obra de arte en el cuerpo de un hombre. -Me encantaría saber su opinión del museo cuando termine de recorrer sus salas, espero que lo disfrute-, tras un leve apretón en el brazo de Marlowe le dejó nuevamente a solas para continuar con la ronda de bienvenida.
Fue entonces cuando escuchó su voz y sonrió aún de espaldas a ella. -Ascarlani, ya pensaba que no nos honraría con su presencia-, por supuesto aquello era más un paripé que otra cosa. Se dio la vuelta para encararla y se encontró con su semblante tan serio como vacilón. -Espero que tardes tanto en irte como en llegar-, cualquiera que las escuchara comprendería tan solo que la anfitriona deseaba que Sara pudiera pasar el tiempo suficiente visitando el lugar, pero entre la cambiante y la vampiresa siempre había un doble sentido en las palabras, un juego implícito que se convertía en la caza del gato y ratón aunque no estaba muy claro quién era cada una… -¿Tocarás algo luego? Creo que una vez estemos todos en la sala central sería el momento perfecto-, tras dejar un rápido ósculo sobre la gélida mejilla de su parejamante se alejó de ambos vampiros para saludar a otro recién llegado.
-¡Has podido venir!-, exclamó feliz de ver a su mejor amigo pisar el museo. -No estaba segura de que pudieras viajar tan solo para esto, te lo agradezco-, James sabía lo importante que era ese evento; era más que una simple inauguración era el renacimiento de la cambiaformas. -Siento no ver a tu mujer contigo, espero que pueda venir en otro momento-. Rania nunca había sentido especial predilección hacia Katharina pero esta, en cambio, nada tenía en contra de la ahora reina de Inglaterra por lo que sería para ella agradable poder conocerla y mostrarla aquel lugar creado con tanta pasión. La cambiaformas no daba abasto saludando a los invitados más notables del lugar y la recién llegada no era precisamente invisible. -Discúlpame James, parece que los reyes escogéis la hora de llegada para entrar a la vez-, le guiñó y caminó en busca de la mujer que acababa de entrar.
La sonrisa de Katharina no pudo ser más amplia. La opinión de Amanda era sin duda la más experta de todos quienes se habían reunido allí y contar con su aprobación era demasiado significativo para la cambiante. -No sabe lo feliz que me hace escuchar eso-, se inclinó ante ella en una leve reverencia y guio sus pasos hacia el interior donde ya empezaban a congregarse todos a tomar un aperitivo y una bebida. -Está de más mencionar la maravilla de museo que usted posee y dirige-, aduló de igual manera el trabajo de la vampiresa en el Louvre. -Quizás si tiene algo de tiempo libre en su agenda podría enseñarme sus obras favoritas o qué hace para que cada vez goce de mayor reconocimiento-. Mucho era el tiempo que había dedicado ya a saludar a los invitados y estaba más que satisfecha con la acogida que estaba recibiendo. Dejó a Amanda continuar con la visita y regresó a las salas anteriores.
Lo que descubrió no le agradó en lo más mínimo, ¿quién era aquel hombre y qué hacía comiéndose con los ojos a su vampiresa? Se colocó junto a Sara y miró al hombre con una ceja alzada. -Espero que disfrute del museo pero ella no es parte de la exposición-, no sabía que la había picado pero estaba rabiosa. Fue lo más cortés que pudo pero se las ingenió para alejarse con Sara de él y poner los brazos en jarras en busca de una explicación. -Será mejor que te vayas preparando, si es que aún quieres tocar y no hay nada más atractivo para ti-.
Asegurándose -de nuevo- de que todo estuviera perfecto, llegó la primera de las invitadas. -Condesa de Charny, cómo me alegro de que haya podido venir-, saludó caminando a tomar las manos de la joven. Cierto es que no fue lo más protocolario, pero tampoco lo era hacer una inauguración sin filtro de condición social o raza. Sonrió a la dama y la guio hacia el interior mostrándole las primeras piezas de la gran sala donde acabarían todos por reunirse. Era una mujer deliciosa a la vista de cualquiera, con un gusto exquisito a la hora de vestir y con un perfume cuanto menos particular, era la guinda al pastel del que se trataba su aura. Se excusó con ella una vez se encontraba admirando las vitrinas, más gente empezaba a llegar y debía ser igualmente cortes con todos.
-Monsieur Maverick, ¿verdad?-, le había estado observando y parecía demasiado perdido en sus propios pensamientos como para interrumpirle, pero deseaba conocerle y conocer su opinión sobre el museo. Después de todo, ¿quién mejor que un actor para darle su veredicto? Se decía de él que era profundamente sentimental, un genio en el cuerpo de un hombre taciturno y severo, inteligente y seguramente –pensamiento de Katharina- hecho polvo por el paso de los años. Conocía su condición vampírica y nadie quedaba intacto con el paso de los años, unos acababan locos, otros se volvían crueles y algunos auténticas obras de arte. Eso le parecía Christopher, una obra de arte en el cuerpo de un hombre. -Me encantaría saber su opinión del museo cuando termine de recorrer sus salas, espero que lo disfrute-, tras un leve apretón en el brazo de Marlowe le dejó nuevamente a solas para continuar con la ronda de bienvenida.
Fue entonces cuando escuchó su voz y sonrió aún de espaldas a ella. -Ascarlani, ya pensaba que no nos honraría con su presencia-, por supuesto aquello era más un paripé que otra cosa. Se dio la vuelta para encararla y se encontró con su semblante tan serio como vacilón. -Espero que tardes tanto en irte como en llegar-, cualquiera que las escuchara comprendería tan solo que la anfitriona deseaba que Sara pudiera pasar el tiempo suficiente visitando el lugar, pero entre la cambiante y la vampiresa siempre había un doble sentido en las palabras, un juego implícito que se convertía en la caza del gato y ratón aunque no estaba muy claro quién era cada una… -¿Tocarás algo luego? Creo que una vez estemos todos en la sala central sería el momento perfecto-, tras dejar un rápido ósculo sobre la gélida mejilla de su parejamante se alejó de ambos vampiros para saludar a otro recién llegado.
-¡Has podido venir!-, exclamó feliz de ver a su mejor amigo pisar el museo. -No estaba segura de que pudieras viajar tan solo para esto, te lo agradezco-, James sabía lo importante que era ese evento; era más que una simple inauguración era el renacimiento de la cambiaformas. -Siento no ver a tu mujer contigo, espero que pueda venir en otro momento-. Rania nunca había sentido especial predilección hacia Katharina pero esta, en cambio, nada tenía en contra de la ahora reina de Inglaterra por lo que sería para ella agradable poder conocerla y mostrarla aquel lugar creado con tanta pasión. La cambiaformas no daba abasto saludando a los invitados más notables del lugar y la recién llegada no era precisamente invisible. -Discúlpame James, parece que los reyes escogéis la hora de llegada para entrar a la vez-, le guiñó y caminó en busca de la mujer que acababa de entrar.
La sonrisa de Katharina no pudo ser más amplia. La opinión de Amanda era sin duda la más experta de todos quienes se habían reunido allí y contar con su aprobación era demasiado significativo para la cambiante. -No sabe lo feliz que me hace escuchar eso-, se inclinó ante ella en una leve reverencia y guio sus pasos hacia el interior donde ya empezaban a congregarse todos a tomar un aperitivo y una bebida. -Está de más mencionar la maravilla de museo que usted posee y dirige-, aduló de igual manera el trabajo de la vampiresa en el Louvre. -Quizás si tiene algo de tiempo libre en su agenda podría enseñarme sus obras favoritas o qué hace para que cada vez goce de mayor reconocimiento-. Mucho era el tiempo que había dedicado ya a saludar a los invitados y estaba más que satisfecha con la acogida que estaba recibiendo. Dejó a Amanda continuar con la visita y regresó a las salas anteriores.
Lo que descubrió no le agradó en lo más mínimo, ¿quién era aquel hombre y qué hacía comiéndose con los ojos a su vampiresa? Se colocó junto a Sara y miró al hombre con una ceja alzada. -Espero que disfrute del museo pero ella no es parte de la exposición-, no sabía que la había picado pero estaba rabiosa. Fue lo más cortés que pudo pero se las ingenió para alejarse con Sara de él y poner los brazos en jarras en busca de una explicación. -Será mejor que te vayas preparando, si es que aún quieres tocar y no hay nada más atractivo para ti-.
Última edición por Katharina Von Hammersmark el Jue Sep 01, 2016 5:00 pm, editado 1 vez
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
La soledad pronto sintió el tedio acostumbrado de cualquiera que acompañara al vampiro durante más de dos minutos seguidos. Ya no digamos la cantidad de años que ésta y Marlowe hubieron compartido. Así pues, desapareció entre la multitud, dejando que la brisa mediterránea de una desconocida –por el momento- ocupara su sitio.
- Es una lástima que piense así. Más aún si no hierra, pues tenía esperanzas de que la magia negra reviviera tarde o temprano mi maltrecho corazón. Supongo que tendré que conformarme con que revolotee a su llegada –y ofreciendo su atención a la italiana, su semblante se volvió hacia ella. Asió su mano y un beso la colmó, pues los años nunca han sido excusa para una mala educación-. Ascarlani. ¿Es extranjera? Aunque… ¿quién no lo es aquí? –sonrió-. Si le soy sincero, no he vuelto a pisar Italia desde que murió Tonio. El cura rojo –carcajeó nostálgico-… me fue imposible quedarme después de aquello. Despedirse de un amigo nunca es fácil, supongo. Aunque no creo que se haya acercado a mi para que llene su vestido de lágrimas y viscoso desconsuelo. Un vestido precioso, por cierto. He estado a punto de comprarme el mismo. ¿Se imagina si lo hubiera hecho?
Resumiendo la velada en algo todavía más atestado, la atenta directora y encargada de aquella inauguración, madame Von Hammersmark, hizo acto de presencia en una escena que prometía mejorar a cada verso.
- La segunda en discordia. Me pregunto quien de las dos será la que me obsequie con la manzana de Eva –bromeó-. Usted debe ser la encantadora señorita Von Hammersmark, anfitriona en esta salvaje velada –como ya hiciera con Ascarlani, sus labios depositaron en nombre de la cortesía un elegante obsequio en la delicada mano de la mujer-. Me honra con su interés, pero lo que suele salir de mi boca pocas veces consigue agradar. No podría valorar este lugar como se merece. La literatura es mi proeza, no la naturaleza. Aunque no hay que ser ninguna clase de estudioso para comprender su belleza –la de su dueña-. Me aventuro a presuponer que embriagará este lugar y a sus ingentes visitantes como embriaga a cualquiera que la observe.
Reina del sarcasmo y amante de las actitudes vacilantes, Marlowe comprendió rápidamente que Ascarlani y la anfitriona de aquella velada no eran completas desconocidas. Amante también del ridículo, decidió participar en su conversación.
- ¡No me diga que también toca! Es usted una caja de sorpresas. Aunque es lógico, puesto que nos hemos conocido hoy.
Expectante ante lo que la noche pudiera depararle, tomó a la italiana como la primera víctima de su cháchara, pero si algo tenía claro es que no sería la última.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Inauguración Museo Nacional de Historial Natural de Francia.
Marlowe tenía un vocabulario exquisito, tal vez demasiado para los oídos de los parisinos corrientes. Su semblante sombrío y trastornado atrajo mucho a la vampiresa y quizás por eso se acercó a interrumpir sus pensamientos divagantes. Una sola frase y una sola pero corta introducción, le bastó al vampiro para esbozar todo ese torrente de ideas que él tenía merodeando por su cabeza. No está de más aclarar que Ascarlani se encontraba entretenida, escuchando cada una de sus palabras. –Soy extranjera, pero tengo muchos corazones parisinos. Rotos, enteros y disecados. Soy del mundo, al igual que usted, signore.- Dijo suavemente. No pudo reconocer al hombre del cual él estaba hablando. Hablaba un poco rápido, más para él que para ella pero eso no le evitó escuchar atentamente. –Los amigos han pasado de ser eso a un certificado de dolor- Musitó un poco seria, pero luego dispersó su mente y volvió a la mirada del tan intrigante vampiro. -¿Un vestido rojo? Más que eso, me parece fascinante que un maldito como yo modele una túnica aparentemente sagrada y haga su arte en el nombre de ¿qué?, ¿de quién?. De Marlowe.- Termina su frase haciendo una tímida parodia de cualquier actor en París. Disfrutaba su compañía, aunque haya sido bastante corta. Está claro, que Ascarlani tiene el ojo perfecto para encontrar lo que le interesa.
Ascarlani sólo dio unos pasos después de apenas entablar una conversación ligera con Marlowe, cuando la sensación de un calor eterno afinaron sus sentidos. Había alguien detrás suyo y sabía muy bien quien era. Ella sonríe y persigue con la mirada el aroma y el taconeo de la tan aclamada dueña del museo, y voltea cuidadosamente al escuchar ese susurro que la enloquece. Una voz suave y embriagada en carácter, en una demanda hacia la vampiresa envuelta en palabras cordiales y de bienvenida. Ascarlani sonreía en sus adentros, y se olvidó por completo que se encontraba con otra persona. Se volvieron las dos, mientras sus miradas se penetraban constantemente. Casi caprichosa su pregunta. Por supuesto que Sara iba a tocar, pero no tenía pensado tocar en público; más bien le pretendía tocar, en privado y sin ningún tipo de molestia, todas las melodías que tenía en mente, y que ansiaba con avidez sacarlas a flote en su sola presencia. Embriagarla en acordes y lucirse enteramente con la calidad de sus manos sobre su instrumento. También quería tocar el cello para ella.
Con una ligera sonrisa, ya que Katharina no dejaba hablarle, se acercó y le tocó el hombro, asintiendo a cada palabra que emanaba de su rostro, pensando seriamente en cómo hacer para no desvestirla en esos momentos, o para omitir las ganas de callar sus reproches de niña con un beso apasionado. Ascarlani miró rápidamente al vampiro que escuchaba su conversación con esa emoción y camaradería. Le sonrió. Él sabía lo que pasaba en la mente de la vampiresa. –Vine esta noche para no regresar a mis aposentos, Katharina.- Dijo en un tono suave, respondiendo rápidamente a la felina que tenía frente a ella. –En mis intenciones no está en abandonarle, ni mucho menos dejarla tan rodeada de depredadores, y no me refiero a los que elegantemente desfilan disecados en su gran museo. De pronto, daré un paseo por el jardín. La naturaleza de éste me trae calurosos recuerdos.-Dedicó una ligera sonrisa y ladeó su rostro hacia Marlowe. Katharina se había ido con una pequeña frase entre sus labios, pero que ella quiso omitir porque sí, va a tocar.
No pasaron dos segundos –o es lo que Ascarlani calculó-, cuando Katharina volvía a ellos, y una sonrisa amplia se dibujó en el rostro de la vampiresa. Esos ojos esmerilados estaban tan encendidos como el fuego de su sangre, y con esas cejas enarcadas que marcaban todo el territorio de París, ni qué decir de sus pasos firmes, se podría decir que ese taconeo se escuchaba del otro lado del mar muerto. Pero sus pasos no se dirigían hacia ella, sino al vampiro que la acompañaba entre risas. Su fúrica presencia le divertía más de lo que había pensado y sus palabras fueron aún más encantadoras. Esa felina era una fiera, una fiera celosa, y Ascarlani no lo podía disfrutar más.
-Sí, Christopher- dijo divertida, propiciando un poco más esos celos que encandilan los orbes de Katharina. -Soy violonchelista, y también sé tocar- Y se dirigió a su demandante cambiaformas. No le ayudaba en su autocontrol, así que prefirió escucharle y esconder esa risa que invocaba al pecado o a la destrucción. –Iré a prepararme, Katharina; pero no respondo de lo que pueda suceder después.-
Se acercó lentamente a ella, y aún con su clara postura defensiva, se balanceó a su rostro, y le robó un húmedo beso en sus labios, y con una mirada pícara se despidió del vampiro que les acompañaba. En realidad quería ir al jardín a “recordar” un poco la noche anterior, pero después reflexionó y quiso guardar sus energías para el resto de la velada que, al igual que la última, iba a ser larga e interesante.
- Edit:
- Edit: Me confundí de personaje de celos, estoy editando. Qué pena las molestias.
Sara Ascarlani- Vampiro/Realeza
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