Voi non siete per niente simili alla ragazza

Las lejanas campanas de Notre Dame repiqueteaban la media noche cuando todavía andaba yo preparando un ungüento para una aldeano al que visitaría después, y que la noche de antes me había hecho llamar solicitando mi ayuda.
A pesar de haber abierto el Herbolario seguía manteniendo varias veces a la semana las visitas a las aldeas colindantes con el fin de poder ayudar a lo habitantes de las mismas que allí me necesitasen.

Cuando el anochecer se hacía sobre París, relevaba a Cèline de su turno, una humana en la que confiaba para llevar mi negocio cuando el astro rey brillaba en el cielo, y entonces ya me ocupaba yo de atender a los clientes nocturnos, que en su mayoría eran seres de naturaleza extraordinaria y diferentes a la que la joven muchacha podía estar acostumbrada.

Pero aquella noche se me antojaba distinta. Mi instinto me decía que no pasarían las horas en balde, traté de imaginar que podría ser lo que tanto me turbaba, más podrían ser solo tonterías mías causadas por el aburrimiento; en comparación con mis actuaciones como bailarina en el burdel aquel trabajo era bastante más tranquilo...de pronto la campanilla que tenía instalada en la puerta y que me servía de señal para indicar que alguien había entrado en el caso de que yo me encontrase en otros quehaceres, como ahora, repiqueteó con suavidad. Me quité el mandil con rapidez y salí a recibir al nuevo cliente.

Una sonrisa inocente se instauró en mis labios al ver a un joven, que parecía perdido, en el umbral de la puerta. No era pues un simple mortal, pues su aura me demostraba que se trataba de un ser de mi misma especie, y aunque su aspecto angelical indicase lo contrario, su aura me decía que era fuerte y, por tanto, podía ser peligroso.

-Buenas noches, lamento si me tomé la libertad de entrar…estaba muy distraído.- anunció a modo de presentación.

Me acerqué a él para recibirlo cortésmente; tenía una sonrisa embaucadora y unos ojos penetrantes se clavaron en los míos, eliminando cualquier barrera que tuviese puesta en esos momentos.

- Buenas noches.- sonreí con dulzura.- El herbolario está abierto...puede entrar si le place...¿quizás pueda ayudarle en alguna cosa?

Me acerqué un par de pasos más, quedándome a escasos metros del inmortal, que parecía tener un efecto tranquilizador sobre mí. Como siguiese fiándome así de los desconocidos acabaría teniendo problemas, pensé; más mi mano ya avanzaba sola hacia el vampiro con el fin de presentarse.
- Mi nombre es Moira Behaviour. Soy la dueña de este humilde local.- apunté sin dejar de mirar esos ojos hipnotizantes.

Enarqué una ceja divertida ante el comentario del inmortal que aseguraba que desde fuera no parecía un herbolario. Quizás debería encargar un cartel más grande para ponerlo sobre el umbral de la puerta, aunque el olor a incienso juraría que se percataba desde el exterior; o eso me parecía a mí cada vez que llegaba para sustituir a Cèline que se encargaba del turno diurno.

El inmortal observaba el local como si de un oasis se tratase, ¿acaso no había estado nunca en un herbolario? ¿o le resultaba extraño que alguien de mi naturaleza se dedicase al uso de las plantas medicinales? Cierto era que no era muy común en vampiros en buscar la sanación mediante las plantas; más bien nuestra naturaleza marcaba todo lo contrario. Parecía un niño saciando su curiosidad, y sonreí con dulzura al imaginármelo así.

- Encantada de conocerle, señor Di Sforza.- susurré mientras con un gesto caballeroso depositaba un suave beso en el dorso de mi mano para después dejarla con delicadeza. No pude más que sonreír ante tal acción,  al tiempo que trataba de aprender su nombre. Esperé ver imágenes del inmortal ante el roce de nuestras manos, pero no sentí nada. Curioso; muy curioso.

Arsen comenzó a deambular por el local, parecía tratar de memorizar cada rincón del herbolario, mientras me contaba venir de lejos . Que casualidad; ambos habíamos estado en la capital francesa con anterioridad para volver de nuevo a visitarla. Sonreí divertida ante el comentario.

- Llevo solo unas semanas aquí; aunque como vos, también conocía la ciudad con anterioridad. Supongo que es lo que tiene la inmortalidad, que nos permite viajar de un lado a otro del planisferio y conocer cada recóndito lugar.- contesté mientras buscaba sus ojos con mi mirada. ¿Qué tenía que tanto me intrigaba?

Mis pasos se acercaron al vampiro con timidez. Tenía que aprender a no confiar en todos los inmortales; pero aquel precisamente me parecía llamativo, y aunque no podía asegurarlo, algo me decía que su aura era mucho más antigua que la mía, hecho no demasiado común.

- Si le place puedo preparar un té, y me cuenta que otros viajes ha realizado; quizás hayamos coincidido en algún otro sitio sin darnos cuenta.- apunté mientras me miraba las manos distraída.- A no ser que le esté esperando alguien, no querría entretenerle más de la cuenta.

Sopesé sus palabras en mi mente. En realidad todo a nuestro alrededor cambiaba de un modo acelerado, no solo París, sino todo el mundo sufría un incesante cambio en el que solo los inmortales permanecíamos inmutables. Aunque tenía razón, el hecho de disponer de tanto tiempo para viajar te demostraba el avance de las diferentes civilizaciones, las diferencias entre sociedades tan dispares respecto a sus ciudadanos y los derechos de éstos, en como la industria iba haciéndose paso en las grandes ciudades, y como, poco a poco, las costumbres de los humanos transmutaba. De hecho, todo cambiaba menos nosotros, que nos aferrábamos a esta no-vida, acomodándonos solo a los cambios del tiempo para pasar desapercibidos.

-  Me gusta mantener algunas antiguas costumbres, aunque solo sea el gesto lo que importa, pues como bien dice para nosotros su sabor es insípido.- sonreí con timidez reconociendo que el hecho de invitar el té a un desconocido, sobre todo si era inmortal, se producía por el simple hecho de infundirle confianza en mi persona.- Pues, ¿qué sería de nuestra parte humana si no conservásemos ciertos ritos y recuerdos? Vuelvo en seguida, debo colocar la tetera en el hornillo que tengo en la trastienda.

Me alejé unos metros para entrar en la trastienda que había convertido en mi pequeño refugio; preparando en ella los útiles necesarios para el té en una bandeja de plata, sendas tazas de porcelana, el azúcar en pequeños dados, las cucharillas..observé todo de nuevo, pensando si me dejaba algo, y al comprobar que estaba correcto, salí de nuevo a la tienda mientras la tetera cogía temperatura en el hornillo improvisado. Observé desde las cortinas que separaban una estancia de otra como el vampiro continuaba con su recorrido por el local.

- Por supuesto, señor Di Sforza.- aclaré al tiempo que me acercaba a él, que parecía estar buscando un modo de agradecerme mi cortesía. Un inmortal extraño, sin duda.- Preparo ungüentos conocidos y los que me quiera solicitar. Además soy una experta curandera; imagino que tanto tiempo por la faz de la tierra nos enseña un poco de todo, y la sanación es mi especialidad.- escuché el sonido de la tetera que me indicaba que nuestro té estaba lista.- Si me disculpa de nuevo, voy a por nuestro té.

Con una dulce sonrisa me marché de nuevo hacia la trastienda, sirviendo el té caliente en las tazas y volviendo con la bandeja sujeta por ambas manos hasta el mostrador, donde la apoyé y busqué con la mirada al inmortal que parecía enfrascado en sus propios pensamientos.

- ¿Desea un azucarillo?- pregunté desde el otro lado del mostrador, que me otorgaba un espacio considerable para observar a Arsen, tratando de averiguar cual era realmente su objetivo para haber entrado en mi herbolario.- ¿Tiene especial interés en algún tipo de ungüento, o prefiere que le recomiende alguno para tratar algún problema en especial?

Sin duda algún recuerdo doloroso acechaba continuamente la mente de aquel inmortal mientras hablábamos, sucesos  del pasado que volvían para hacerle sentir de nuevo voluble como cuando éstos tuvieron lugar. Recuerdos que sin duda todos teníamos y que volvían para rememorarnos  que no éramos tan invencibles como pensábamos, que todos teníamos nuestros puntos débiles, esos que nos ataban a nuestra pasada humanidad.

-Puede que resulte un poco absurdo, pero me gusta mantener dichas costumbres que me recuerdan a mi vida humana, a ritos que realizaba junto a mi madre. Con el paso de los siglos es la única forma de conservar intacto su recuerdo.- expliqué mirando la taza de porcelana que descansaba en mis manos, sintiendo cierta melancolía al percatarme de que a pesar de mi esfuerzo por recordar a mi madre, apenas un rostro borroso era lo que conservaba. Varios milenios era mucho tiempo para olvidar, y  cada detalle perdido era un trocito menos de humanidad que me quedaba.

Tal vez mantenerme oculta al resto de inmortales durante tanto tiempo me había hecho comportarme de forma distinta a mis iguales. Arsen no era el primer vampiro que se sorprendía por mis conocimientos, y eso que desconocía todos los detalles de mi supervivencia. Lo cierto es que yo no tuve un Sire que me guiase durante mis primeros años como inmortal, si me hubiese quedado con él no habría descansado con sus continuas torturas. De modo que era posible que fuese mi “no aprendizaje” al lado de éste lo que me hacía ser distinta.

-Lo cierto es que ya era curandera antes de mi “conversión”. Mi padre era druida, y muy a su pesar, yo heredé sus poderes.- confesé sin emoción ninguna. Había pasado tanto tiempo que el dolor que embargaba mi alma había desaparecido por completo. Como mujer, no debería haber tenido esa capacidad de sanación, no debería haber conocido la magia como tal, pero había llegado a aceptar que yo no era la culpable de ser como era, aunque sabía que fue lo que me llevó a morir como humana. - Cuando mi naturaleza cambió, los poderes desaparecieron, pero no los conocimientos que ya tenía, ni ese espíritu celta que nos empuja a ayudar a los demás. Así que…llevo mucho tiempo dedicándome a lo que me hace mantener esa parte humana que no quiero olvidar.

Sabía que me aferraba a un sin sentido, que a pesar de que tratase de actuar como la humana que había sido ya no lo era. Era una inmortal que no se sentía como tal, una vampiresa que sentía nauseas cada vez que debía alimentarse de sangre. Todo mi ser era una contradicción.

-Hay varios tipos de ungüentos para cicatrices, dependiendo de la naturaleza de éstas. No es lo mismo desear disimular una cicatriz de una quemadura, que la producida por un mordisco.- clavé mi mirada en la suya mientras le explicaba parte de lo que sabía, preguntándome para qué podría querer un inmortal una solución para las cicatrices cuando nosotros sanábamos solos. Di un sorbo a mi té, casi frío. Tal vez fuese para algún humano que estuviese bajo su poder, más siguiendo mi propio código de no inmiscuirme en los asuntos ajenos continué con mi explicación.-  Aunque si desea  le puedo preparar uno más básico, y además  se puede llevar aceite de rosa de mosqueta que ya tengo preparado en pequeños cuentagotas.

Con una sonrisa sincera me agaché bajo el mostrador, buscando una caja de madera del tamaño de una de zapatos, colocándola al lado de la bandeja donde reposaba mi taza vacía.

- ¿Lleváis mucho tiempo en París?- pregunté mientras buscaba entre los paquetes de papel que llevaban su contenido escrito en éste,  hojas secas de caléndula, que utilizaría para realizar el ungüento que tenía en mente y que sin duda podría serle útil fuese cual fuese la naturaleza de la cicatriz.