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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Oleg Borodin Lun Jul 11, 2016 11:20 pm


Ennui [ahn-wee]
(noun) French. A feeling of utter weariness and discontent resulting from satiety or lack of interest; boredom.


Creía que tenía las cosas bajo control, pero era obvio que no. Oleg jamás había sido una persona que recurriera a salidas fáciles, en este caso, el alcohol. No había sido educado para ello y en todo caso, su eterno deseo de hacer bien las cosas, no se lo permitía. Pero en aquella ocasión las salidas se le estaban cerrando, una a una y de a poco. Y aunque trató de pasar desapercibido en un sitio como aquel, no lo logró. Y es que todo en él era demasiado medido y estudiado, pulcro y en su lugar. Nada que ver con los parroquianos que a esa hora de la noche ya cantaban canciones beodas. Bufó, disgustado y dejó el vaso de absenta a un lado; su condición de cambiante lo hacía más resistente al alcohol así que estaba lejos de estar ebrio. Todo aquello había sido en vano.

Se puso de pie y buscó en sus bolsillos dinero para pagar. Dejó un montón de monedas de oro sobre la barra. Al menos, creyó para no sentirse tan mal, se había alejado de la casa que tenía que compartir con esa chiquilla, el motivo de sus tribulaciones. Evgeniya era un problema que se estaba saliendo de control y no tenía cómo solucionarlo. Gruñó y en aquel gesto fue más el gato que habitaba dentro de él, que el profesor Borodin.

Al girarse chocó con alguien. Había sido su descuido, pero por supuesto que Oleg no aceptaba que él se equivocaba. Espetó algo en ruso y se miró su ropa que, aunque más discreta de lo usual, seguía siendo elegante y fina. Al comprobar que no estaba sucio de nada, se tranquilizó un poco.

Lo siento —dijo de mala gana e hizo amago de hacer a un lado bruscamente a ese que se había interpuesto en su camino. Terminó por hacerlo de manera más sutil, aunque aún así hubo algo de grosería en sus movimientos; y se veían incluso fuera de lugar viniendo de él, siempre tan educado y correcto.

Se encaminó a la puerta entonces, aunque el lugar estaba abarrotado. ¿En qué momento había llegado tanta gente? Quiso abrirse paso sin mucho éxito, para más inri de todas sus frustraciones. Rechinó los dientes y entonces sintió una mano asirse a su antebrazo. Casi suelta un golpe, pero al girarse, vio a esa persona con la que había chocado. «Genial», pensó con ironía, le iba a reclamar, o algo peor y no estaba para escenitas de taberna.
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Mensaje por Edvige Diermissen Miér Ago 17, 2016 11:55 pm


"Bella soy, ¡oh, mortales!, como un sueño de piedra,
y mi seno, que a todos por turno ha torturado, fue hecho para
inspirar al poeta un amor tal como mi materia, inmortal y callado."

—Charles Baudelaire, Las Flores del Mal.



Había llegado a París con un único objetivo: encontrar a su hermana menor. Después de tantos años, finalmente, dio con las pistas necesarias sobre el paradero de aquella de la que fue separada hacía muchos años; le había prometido al espíritu de su madre que permanecerían juntas a pesar de las circunstancias, pero lamentablemente no fue así. Jannick había hecho uso de sus habilidades para retener a Edvige y evitar que encontrara a su hermana. Sin embargo, eso no fue suficiente para detenerla; él jamás lo lograría. Ella era una mujer calculadora y ambiciosa, alguien que era capaz de cualquier cosa para lograr cada una de sus metas. No importaba a quien tuviera que quitar de en medio, sólo se preocupaba que todo saliera conforme a sus planes. No fue culpa de los Calenberg que Edvige tuviera semejante carácter, en realidad, ella siempre había sido así; ellos simplemente alimentaron su ego y permitieron que las espinas en ella fueran formándose.

La ciudad poco le agradó; no le era agraciada en lo absoluto. Aquello era un más de lo mismo, idea que demostró lo profundamente patriota que era, tal y como se lo había inculcado su padre adoptivo. Lord Calenberg era un hombre que defendía, con mucha determinación, los intereses del imperio al que pertenecía. Y con más razón, pues su familia había pertenecido durante varias generaciones a la aristocracia germana, y por esa misma razón, decidió inculcarle aquel sentimiento a sus herederos, incluida Edvige. Pero la ocasión no estaba sujeta para dichos ideales; era algo mucho más personal. Aunque, conociéndose, también hallaría alguna cosa que fuera de beneficio para su linaje. No iba a desperdiciar el tiempo de ninguna manera. Eso hacían las mujeres sumisas, que sólo servían para tejer y adornar un hogar, y ella no era de esas.

Guiada por los espectros, fue a varios puntos de la ciudad. El último era la taberna, que, a pesar de ser un lugar desagradable, le proporcionaría algo valioso. Así que no le quedó más alternativa que ir hasta aquella madriguera de borrachos, ladrones y asesinos a sueldo, sólo por continuar con las instrucciones de los espíritus a quienes había consultado. Atenta a las voces, entró sin mucha preocupación al lugar; una larga túnica negra la cubría de pies a cabeza y sus manos estaban protegidas por guantes del mismo color de la capa. Lo más probable es que no iban a prestarle demasiada atención; al menos que se tratara alguien muy atento y observador; alguien a quien de seguro podría agregar a su lista de intereses.

Cubrió perfectamente su rostro, pero con el alboroto, y el poco espacio que había para transitar libremente, tropezó con una persona. No se iba a molestar en disculparse; no obstante, sus espíritus la detuvieron. «Ese… Él». Las voces fueron claras e hicieron que se diera media vuelta, mientras, un espectro detenía al hombre, jalándolo por el brazo, y Edvige sólo le miró, quitándose la capucha que ocultaba su identidad.

—Lo lamento, caballero —habló con evidente acento germano—. No estoy acostumbrada a estar rodeada de personas —le miró de arriba abajo, ateniendo a la calidad de la ropa que vestía el hombre—, y supongo que usted tampoco.

Sonrió con esa picardía en su mirada, la misma que usaba para atraer a alguien, para destruirlo, obviamente.

—Es más, debido a mi torpeza, le invitó un trago. Ya sé que no es lo más educado, pero dado el sitio en el que estamos, no creo que pueda ofrecerle otra cosa —agregó, sin que la sonrisa en sus labios se borrara en ningún momento. La cacería había comenzado.
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Mensaje por Oleg Borodin Dom Oct 09, 2016 9:24 pm


“Human curiosity, the urge to know, is a powerful force and is perhaps the best secret weapon of all in the struggle to unravel the workings of the natural world.”
— Aaron Klug


Pudo apreciar que no era la mano de la mujer que ahora tenía enfrente quien lo sostenía, pero no se amilanó. No hizo gesto alguno, de hecho, su vistazo fue tan discreto y rápido que pareció que no había movido los ojos si quiera. Se quedó ahí, en la misma posición, con aquella nueva presencia, era muy bella y joven, fue lo primero que notó. Eso, y que no era de por ahí. No sólo que no era alguien que acostumbrara sitios como aquel, sino que verdaderamente no era de París, ni de Francia. Sonrió de lado ante las palabras ofrecidas: observadora, anotó mentalmente.

Miró por sobre la cabeza ajena aquel antro de hombres mal encarados, y ellos dos, con una elegancia discordante. Una contradicción que le gustó, sobre todo ahora que no estaba solo. Asintió y se movió para quedar en una posición más relajada y natural.

La verdad no es necesario —cambió totalmente el talante. Ya no había bravuconería en él, sólo una curiosidad que no intentó ocultar. Incluso, algo de galantería. Oleg no era un hombre que buscara a la siguiente mujer con la cual enredarse, de hecho, era bastante raro, pero su educación y elegancia lo hacían lucir siempre caballeroso, cuando no estaba decidido a hacer sentir como basura a las personas, claro—. Sin embargo, voy a aceptar su invitación, sólo porque me parece curioso que usted y yo estemos en un sitio como este —torció la boca en una de esas sonrisa altivas tan usuales en él. Las que solía usar con sus alumnos o ese dolor de cabeza Bonnet.

Oleg Borodin, madeimoselle —se presentó con la pompa común en el estrato social en el que ambos obviamente se movían, pero que ahí, enmarcados por borrachos y mugre, parecía anacrónico—. Un  placer… —hizo una ligera reverencia. Había ido ahí buscando distracción. Evgeniya se estaba convirtiendo en un problema más grande del que podía manejar y eso le disgustaba, pero como pocas veces era, prefería alejar la mente de ello en lugar de encarar el reto.

¿Pasamos? —Hizo un ademán con la mano señalando al interior de la taberna, que era indiferente a ellos dos. Un par de miradas a los catrines que habían invadido el sitio hecho para la gente trabajadora, pero nada más. Al menos, de momento, Oleg no se sintió amenazado. En todo caso, a pesar de su apariencia, e incluso su complexión de hidalgo, podía defenderse con facilidad: ventajas de ser cambiante.

Tomó educadamente a la mujer del codo, un contacto apenas tácito, el correcto, ni un poco más, ni menos. La guio hasta una mesa vacía, la que había estado ocupando hasta antes de su intento de salir de ahí. Le sonrió, antes de jalar la silla para permitir que ella se sentara.

Sólo pondré una condición, que deje que sea yo quien pague por los tragos —continuó. Parecía inusualmente divertido. Y es que la situación entera le parecía extraña, extravagante, y quería saber hasta dónde llegaba esa condición de rareza. Después de todo, como gato y como hombre de academia, era curioso por naturaleza.
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Mensaje por Edvige Diermissen Vie Dic 30, 2016 3:40 pm


"Una triste perplejidad embargaba al investigador,
ante la duda sobre el motivo que había para tener
a estos tres personajes juntos en una misma ventana."

—M.R. James, El Tesoro del abad Thomas.



Su elegancia estaba por encima de aquella pocilga. Incluso, la fina capa que vestía resaltaba demasiado, junto con ese rostro perfectamente tallado. Y sólo se podía cuestionar una cosa: ¿Qué hacía una mujer así en esa sucia taberna? Que las apariencias no engañen a nadie, ni siquiera al más incauto. Porque, si bien Edvige rebosaba en pura presencia, sus intenciones solían ser tan pútridas como el sitio en donde se encontraba. Es más, ni todos esos hombres juntos superaban la maldad que se refugiaba en el interior de semejante dama. Esa misma malignidad fue la que condujo a Edvige hasta París, llevándola, al cabo de varias noches, a hallar algo desconocido y al que podría sacarle provecho más adelante. Podía sentir la energía de la nefasta victoria recorrer sus venas; ese sabor agridulce paseándose por su paladar. No existía nada más fascinante para ella que cumplir con sus más oscuros deseos. Y para complacerla estaban esos espectros condenados, refiriéndose a personajes puntuales, cumpliendo las órdenes de seres del abismo. Por eso era que la taberna demandaba su presencia, porque debía encontrarse con el errante adecuado. ¡Cuán espontánea se volvió su sonrisa al escuchar las indicaciones del espíritu!

Edvige relajó su postura al momento en que logró capturar la atención del hombre señalado. Su sonrisa lucía complaciente, enigmática, y un poco maliciosa. Sabía usar muy bien sus encantos, logrando resultados favorables, como estaba ocurriendo justo en ese momento. Incluso sus palabras parecían estudiadas y educadas, como las de un ser que no pertenece a este mundo. Ella sobresalía entre la podredumbre de aquellos hombres borrachos, pero no para atraerlos a ellos, sino a alguien que estuviera por encima de todos en el mísero local.

—Quizás las Parcas se hayan encargado de esta coincidencia, ¿no lo cree? —aseguró, poniendo en manifiesto sus propios dones, los cuales era imposible ignorar y menos en el caso de aquel caballero—. Oleg, que perfecto y adecuado nombre para alguien como usted. Es bueno no toparse siempre con puros franceses en una capital tan pomposa como París. —Le halagó reconociendo que todo lo que sobresalía en él era el orgullo—. Pensaba regresar por donde vine, pero no me puedo negar a tan oportuna invitación.

Aceptó la proposición del hombre sin ningún prejuicio que la detuviera. El simple hecho de estar casada nunca había sido problema para ella, y menos cuando sus planes requerían que se paseara libremente, demostrando ser una mujer libre y de mente abierta.

Ambos avanzaron hacia una mesa desocupada. Lo hicieron de una manera que podía llamar la atención de cualquier curioso; pero, para la suerte de la misma Edvige, no había ninguno merodeando cerca, pues su elaborado plan los necesitaba lejos. Y más cuando las cosas estaban marchando con viento en popa, tal y como quería. Por eso no podía bajar la guardia, debía seguir fingiendo, utilizando sus dones a su favor. Y no, no se trataba de hechizos esta vez, sino de su capacidad de convencimiento al tener belleza, cultura y suspicacia.

—Vaya, un caballero que tiene sus modales bien fundamentados —le halagó, quizás con un tono coqueto y muy instruido—. Pero me gustaría convencerlo de algo, si es que me lo permite. —Se recogió el cabello en una pequeña y elaborada coleta. Hasta en esa simple acción actuaba con finura—. Para mí no existe ningún prejuicio en pagar las bebidas que le he invitado. Una mujer no debe acostumbrarse a que un caballero tenga que encargarse de todo —le aseguró—. Es más, la cuenta debería dividirse entre los dos. Paga una parte usted y la otra yo, ¿qué le parece? Sería lo más justo, ¿no lo cree?

Estratega, manipuladora... inteligente. Edvige siempre se las apañaba para mover las piezas a su favor, hasta haciendo tratos resultaba un as. Era difícil no fijarse en ella y en esos particulares atributos que la hacían ver como una dama de una época futura.

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Mensaje por Oleg Borodin Mar Mar 14, 2017 11:16 pm


“Trifles light as air are to the jealous confirmations strong as proofs of holy writ.”
― William Shakespeare, Othello


Eso depende, madeimoselle —respondió tan pronto alcanzaron la mesa vacía—, ¿usted cree que fueron las Parcas? No soy tan escéptico como parezco, sólo quiero conocer qué piensa usted —sonrió, aunque no fue muy abierto en su gesto. Sólo estaba midiendo el terreno, de algún modo. Aunque encantado con la dama, Oleg no dejaba de ser un gato, y eso lo convertía en un sujeto sumamente desconfiado, aunque actuara totalmente indiferente.

Como cambiante, desde luego conocía de otros moradores de la noche, ¿ella sería uno? Aquel encriptado mensaje parecía decirle que sí, pero como exégeta que era, no saltaba a conclusiones así nada más. Podía oler a kilómetros a los vampiros y licántropos (que apestaban como Bonnet), a los suyos los identificaba con sólo verlos. Ella debía ser algo más, algo que no podía identificar así de sencillo. Cabía la posibilidad de que se tratara tan sólo de una altiva y hermosa mortal, pero de ser así, no iba a negarlo, se iba a sentir decepcionado.

Rio apenas ante el halago. Aparte de gato, era ruso, y si algo apreciaban los rusos, era que la gente notara su elegancia y educación. Por años el Imperio estuvo bajo el precepto de que eran unos bárbaros, o eso se creía en el resto de Europa, hace hace algunos años, unos dos siglos, más o menos. Pero, de nuevo, el gesto fue cauteloso y medido.

Una mujer independiente —apuntó—, me agrada. Y bien, usted conoce mi nombre, pero yo desconozco el suyo, ¿acaso mis modales no me han grajeado ese honor? —Preguntó con la misma gallarda caballerosidad que había estado empleando hasta el momento, pero eso sí, impregnó de algo de sarcasmo a sus palabras. El suficiente, no como para que lo tomara como una ofensa.

Está bien, sólo porque gozaré de su presencia acepto el trato. Como pudo ver, estaba por irme, al no encontrar nada interesante —pausó—, hasta ahora, claro —en cada refinado modal de Oleg había algo oculto. Un motivo ulterior. Oleg poseía la asombrosa, terrible capacidad de embaucarte con ese encanto y ese donaire que le venía natural. Sólo para después poder aplastarte, si le placía. Y ese era un error que cometía la gente demasiado a menudo. Se acercaban a él, porque atraía, en invariablemente salían lastimados. Era complicado adivinar si aquello era un mecanismo de defensa o pura cruel diversión.

No quiero sonar cliché, pero no puedo evitar preguntarme qué hace una dama como usted en un sitio como este. No tengo otra forma de preguntarlo, así que, bueno, ahí está, todo un cliché, ¿no? —Y volvió a reír con esa elegancia medida y estudiada. Después de un rato de convivir con él, te dabas cuenta que había algo antinatural en todo eso. Algo que, para el observador, podía ser la señal adecuada para huir.

No obstante, y por ahora, la mujer estaba a salvo. Oleg se encontraba genuinamente intrigado y pretendía mantener la farsa por lo que tuviera que mantenerla. Lo dicho, la noche se estaba tornando aburrida y su presencia era una refrescante brisa de novedad.
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Mensaje por Edvige Diermissen Vie Mayo 19, 2017 1:24 am


"Inmensidad criminal
agrietada vasija de la inmensidad
ruina sin limites."

—George Bataille.



El hombre, en cuestión, no era ningún idiota, al menos no en determinados aspectos. Supo que estaba tratando con alguien culto, no perteneciente a un lugar tan bajo como aquel, por ello no lo juzgó. Ella misma comprendía que los vicios humanos podían conducir a salidas desesperadas, y ese distinguido personaje, no era la excepción, aunque, posiblemente, su arrogancia dijera lo contrario. Sin embargo, a pesar de que se mostró desconfiado, no lograba desenmarañar las intenciones reales de Edvige; ella tampoco permitiría que se diera cuenta demasiado rápido. Tal vez, cuando ya fuese muy tarde, o quién sabe. Solía ser caprichosa en sus modos de actuar, no siempre tomaba los mismos atajos; ser repetitivo podría traer consecuencias, y eso jamás debía ocurrir.

Aunque, ya habiendo avanzado lo suficiente, según los deseos del espectro, debía admitir que la situación empezaba a interesarle. Al menos no lidiaba con un pelmazo en esa ocasión, sino con un tipo inteligente, de quien conseguiría una conversación interesante. Tal vez ni tendría que usarlo de sacrificio, más bien, podría obtener algo más de él; era una lástima arrojar al abismo a alguien de su nivel. Pudo percibir una frialdad encantadora en su mirada, y también, un destino en el cual ella no tenía que meterse demasiado. Siendo una hechicera condenada a la magia negra, conocía los límites de dichas prácticas, y a pesar de que el espíritu había señalado al hombre, pensando que era el adecuado para su aquelarre, pronto notó que no se trataba de ello. No obstante, debía seguir en la búsqueda de aquella magnánima liebre.

—Uh, esas mujeres suelen ser caprichosas con lo que hilan, al punto de conseguir que dos personas, totalmente ajenas a una pocilga, coincidan ahí, como la cosa más casual del mundo —dijo con mesura. Mantenía una sonrisa afable en sus labios, mostrándose complacida por la compañía—. Oh, qué mala educación de mi parte. Me entretuve tanto con nuestra peculiar introducción que pasé por alto mi presentación. Por favor disculpe mi descuido.

En realidad no lo lamentaba, ni se avergonzaba. Era algo que no había pasado por alto; lo usó para saber qué tan atento era el hombre. El resultado fue el esperado, evidentemente.

—Edvige Calenberg —respondió. No quiso dar su apellido de casada, de momento, prefería mantener ese anonimato—. ¿Sabe? Opino exactamente lo mismo. Llevaba un par de minutos rondando por aquí hasta que tropecé con usted. Buscaba a alguien, pero no está por aquí, cosa que me extraña. Aunque, ya a estas alturas me da igual, ya dejó de ser tan sustancial.

Rió un poco. La palabra cliché no era algo que fuera muy común para alguien como ella. En realidad, Edvige era de todo, menos cliché, al menos no en sus prácticas.

—Aunque a mí sí me parece curioso que alguien de su estatus acuda a semejante lugar —habló, al cabo de unos escasos segundos. No le sorprendía, pero necesitaba descubrir más cosas sobre él, las esenciales para saber si descartarlo o no—. Es usted un evidente contraste aquí, señor Borodin. ¿Qué lo trajo a este abismo? Y disculpe mi indiscreción. Igual, puede sentirse plenamente seguro de mostrar su malestar ante dicha pregunta, no se cohíba de hacerlo.

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Mensaje por Oleg Borodin Miér Ago 09, 2017 10:31 pm


Dibujó una sonrisa ladina, fina como el filo de un bisturí, no obstante, el silencio primó en su discurso, escuchándola hablar. Con él, se debía aprender rápido o perderse en sus modismos, los silencios hablaban con la misma cadencia e intensidad que sus palabras. Era complicado, un arte que pocos dominaban, por no decir nadie. Terminó por asentir y acomodarse en su asiento. Tamborileó los dedos sobre la mesa y observó a la inusitada acompañante de su velada.

Entonces podemos estar de acuerdo que han hecho bien su trabajo esta noche. O a resultado fortuito, al menos. No sé qué tanto se puede hablar de «bueno» o «malo» al referirnos a ellas, ¿no? —Aunque su pequeño discurso, digno de alguien como él, hombre de letras y conocimiento, sonó seguro y fuerte, la última pregunta, una inflexión dadivosa para con ella, lo hizo más humano. Porque se trataba de un ángel de alas negras navegando allá arriba en el firmamento, y con aquella sencilla acción, bajó a la tierra, aunque fuera sólo para provocar huracanes con el batir de sus alas.

Tampoco es que estuviera tratando de impresionarla. Oleg era así, de manera real y genuina.

Oh, germana, me atrevo a adivinar, ¿no es así? —Ahí estuvo de nuevo. Aseveraba como un dios cuya palabra es ley, para luego pedirle su opinión. Era un acto casi amistoso. Era la manera inicua que tenía Oleg de decirle a alguien que le era interesante, y que estaba a su altura. De ese modo, como acertijo, porque todo lo que hacía era así.

Espero no me juzgues, Edvige —y pronunció el nombre con ímpetu adrede—, sólo buscaba un paliativo a mi aburrimiento, y terminé aquí. Si estaba harto de todo a lo que estoy acostumbrado, lo correcto, me pareció, era salirme de mi zona de comodidad. Esa es la razón. No es muy interesante —y volvió a curvar una comisura de sus labios, en forma de guadaña.

Diría que lamento que no encontraras a quien estabas buscando, pero mentiría, sólo así es que ahora estoy gozando de tu compañía. Las Parcas no se equivocan —acentuó la sonrisa y entornó la mirada. ¿Qué oscuridades ocultaba Edvige? Sabía que existían ahí, pero no podía señalarlas, mucho menos nombrarlas.

Estamos en una taberna, creo que nos hace falta algo de beber —se envaró en su lugar y alzó la mano—. ¿Qué veneno quieres para esta noche? —La pregunta fue peculiar, pero pareció encajar en todo ese rompecabezas que entre los dos estaban formando de manera inconexa. Como si fuera hasta el final, que por fin se descubriría la imagen que las piezas armaban.

Uno de los taberneros se acercó. Oleg sabía que esa no era una de sus funciones; en un lugar como ese no había meseros, aún así, con su altivez natural, pidió un vodka para él, y aguardó a que Edvige eligiera algo para ella. Como buen ruso, estaba acostumbrado a beber licor fuerte, entre sus pertenencias, las botellas de vodka ruso que había mandado traer desde su tierra eran algunas de las más valiosas. No obstante, y como uno podría suponer al verlo, no era alguien que bebiera hasta perder la consciencia, de hecho, era un hombre muy inteligente en ese aspecto; sabía perfectamente cuándo detenerse.


Última edición por Oleg Borodin el Miér Nov 08, 2017 10:29 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Edvige Diermissen Miér Sep 13, 2017 1:14 pm

Edvige no era mujer de casualidades, porque las detestaba. Ella, muy contrario del resto, prefería tener varios planes, adelantarse siempre a los acontecimientos y llevar cuenta de cada uno de sus movimientos, y por supuesto, de las acciones de los demás. Podría decirse que era alguien a quien le gustaba tener todo bajo control, y esa noche no se encontraba en esa taberna por simple accionar del destino, aunque en partes éste interviniera, y ella, como buena bruja que era, no lo negaba tanto. Pero seguía excusándose con el simple hecho de que sus intenciones sí estaban bien sustentadas por sus propias ambiciones.

Oh, sí. Edvige resultaba demasiado ambiciosa, a un punto casi sobrenatural, aunque ella tampoco era tan corriente, así que el término le iba mucho más apropiado a su naturaleza siniestra. Esa misma era la que la había incitado a poner en marcha su particular cacería, porque como muchos sabrán, algunas brujas forman grandes grupos en donde hacen cosas poco pudorosas, y también sacrifican a otros infelices... ¡Pero la heredera de los Calenberg no elegía a cualquiera! Guiada pos su espectros, ella buscaba siempre al apropiado. ¿Y qué mejor que un hombre como Oleg Borodin? No, hombre le quedaba corto, porque él era un auténtico felino en todo el amplio sentido de la palabra. Y como Edvige no era estúpida, pues se dio cuenta de manera bastante fácil.

Sin embargo, y pese a sus planes, prefirió disfrutar la velada, pues poco tenía oportunidad de relacionarse con individuos tan interesantes como aquel hombre. Porque sí, estaba agotada de los dramas de su esposo. ¡Y cómo no! Si ese ser se quejaba hasta porque el viento zumbara en invierno. Y Edvige era demasiado independiente como para quedarse atada a un cascarrabias, a decir verdad.

—Bueno, malo... ambos términos podrían funcionar, dependiendo del punto de vista de cada quien. Esas cuestiones del bien y el mal siempre van atadas a las meras interpretaciones de las sociedades y la religión, así que, desde mi punto de vista, yo podría considerarlo algo "bueno" —enunció, con esa picardía suya, tan propia en situaciones como esas—. Y sí, efectivamente, soy germana. Aunque no es algo extraño en una época como esta, me atrevo a asegurar.

Le gustaba hacerse la interesante, y realmente tenía cualidades para hacerlo, ¿a quién engañaba? Ella misma conocía sus propias virtudes, y hacía uso de ellas cuando se le antojaba, justo como estaba ocurriendo esa noche, por más que el sitio elegido resultara ser un fiasco por donde se le mirara.

—No soy persona de andar juzgando así nada más. A cualquiera le pueden pasar esas cosas, y la verdad, la alta sociedad suele estar llena de mucho aburrimiento. Te felicito por ser atrevido, Oleg —le elogió a propósito, porque sabía exactamente hacia donde dirigir sus particulares ataques—. Aunque, sí que voy a juzgarte en algo... Los venenos de aquí parecen té, de lo poco efectivos que son. Así que prefiero conformarme con un poco de buen vino. Y no, nada de agua de vinagre, por favor...

Anunció al tabernero, quien inmediatamente se dio cuenta de que a la mujer no se le podía timar tan fácilmente. Edvige esperó que el hombre se retirara para poder continuar con su plática, pues no le agradaba tener mal tercios.

—Por cierto, y dejando a un lado mi discreción, ¿qué es lo que te ha traído a esta ciudad? Siento curiosidad, a decir verdad.

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Mensaje por Oleg Borodin Dom Nov 12, 2017 10:47 pm


Sonrió y asintió. Si tan sólo más gente entendiera justamente eso que Edvige acababa de decir, que el bien y el mal son un asunto subjetivo y que juzgar eso tiene que ver más con nuestra idiosincrasia que otra cosa. O como dirían algunas señoras, «cada quien habla como le fue en la feria»; Oleg era hombre de letras, pero le gustaba también la sabiduría de las calles.

Bastante común. Una germana y un ruso, en pleno París, ¿qué tal? —apuntó, con algo parecido a la diversión en su voz de acento eslavo, y es que aunque fuera más común ahora que los transportes eran más eficientes, no dejaba de ser curiosa la extraña reunión que ahí se estaba llevando a cabo. Casi como salido de algún libro del romanticismo ruso.

Ya lo creo. —Estuvo de acuerdo con la observación de las bebidas y su calidad. Miró de cerca el intercambio que tuvo con el patrón que se acercó hasta ellos y rio discretamente.

Creo que irán a comprar el vino, porque dudo que haya algo de calidad en este lugar —dijo una vez que volvieron a estar solos. Luego suspiró.

Oh, muchas cosas, Edvige —respondió con un dejo de misterio, pero su intención no era la de dejarla con la duda—. Primeramente, enseño en el Collège de France, Literatura Clásica, porque, ¿quién mejor que un ruso para esa disciplina? Pero esa fue consecuencia de mi llegada a esta ciudad. Creo que quise alejarme de Rusia, no porque haya dejado de amar a mi tierra, sino porque tiene muchos recuerdos. No soy una persona sentimental, sin embargo, mi carne mortal me hace débil en ese aspecto —explicó. Habló de Rusia con orgullo, como buen hombre cuyas raíces iban a hasta ese imperio, y luego, se mostró bajo una luz distinta, una que lo hacía lucir casi vulnerable; no develó demasiado, pero sí habló con la verdad. Podía ser cambiante, sin embargo, seguía teniendo los dolores de los hombres, esos del alma y el corazón. A pesar de todo, no dejaba de ser, no sólo mortal, sino alguien de arte, cosa que, invariablemente, te volvía más sensible.

Sus bebidas llegaron. Oleg observó al tabernero convertido en mesero improvisado. Le dedicó una mirada de lástima; imaginó que pasaría si el vino no cumplía con las expectativas de Edvige. Luego miró su vodka, el líquido transparente que, si se conocía lo suficiente, se podía diferenciar del agua con facilidad. Dio un trago y estaba condenadamente fuerte, no había sutilezas en su sabor, parecía fermentado a la fuerza y adivinó que vendría de Kiev o Helsinki, pero no de Moscú o San Petersburgo.

Me gustaría hacerte la misma pregunta, Edvige —retomó la conversación—, ¿qué te trajo a París? Y si somos específicos, a esta sucia taberna también —preguntó y dio un nuevo trago al vodka. Ya se había hecho a la idea de su mala calidad, así que esta vez fue más sencillo. Sonrió.

¿Qué tal el vino? ¿Van a sufrir las consecuencias en esta taberna? —Alzó ambas cejas. Fue una pregunta que decía más de lo que en apariencia era. Edvige, como él, le quedaba claro, no era sólo una humana, pero tampoco era inmortal, como un vampiro, no obstante, se preguntó qué arrebato podía provocarle no obtener lo que pedía o buscaba y qué secuelas dejaría eso.

Usualmente sería un experimento social por parte de Oleg, pero no en esta ocasión, la curiosidad era más profunda y real. Edvige le intrigaba, y se sabía que para despertar su interés se necesitaba mucho. Era un estudioso, después de todo, había visto y leído muchas cosas, pocas ya podían atrapar su fascinación. Y aquí estaba ahora. Una germana y un ruso, en una taberna de París.
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