AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Emperor of Thorns → Privado
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Emperor of Thorns → Privado
“Dark times call for dark choices. Choose me.”
― Mark Lawrence, Emperor of Thorns
― Mark Lawrence, Emperor of Thorns
—¡Piedad! ¡Piedad! —Los gritos provocaron que las aves que descansaban a esa hora de la noche, emprendieran el vuelo, enojadas y asustadas a partes iguales. La parvada oscureció la poca luz que la luna y las estrellas proveían a aquel claro.
—¿Acaso crees que soy un hombre piadoso? —Los ojos de Burak parecían iluminarse ante sus propias palabras. Se movió lento, y pesado. Era una mole de músculos y deseos asesinos. Estaba de especial mal humor desde que había llegado a París, siguiéndole el rastro a Azra y a su hijo. Y quien pagaba, desde luego, era el inocente. Nadie era capaz de contenerlo.
Durante la tarde, el hombre que ahora clamaba piedad, había estado bebiendo y jugando cartas con el forastero otomano. Y quiso verle la cara. Era un extranjero en un lugar ajeno, era la víctima perfecta. O eso había creído. Burak, que se deleitaba cazando, lo había dejado partir, haciéndole creer que lo había timado con éxito. Y ahora ahí estaban. El otro con el rostro lleno de sangre y el lobo con muchas ganas todavía de usarlo como saco de box.
—Lo siento, yo… ¡aquí está tu dinero! —El pobre diablo comenzó a vaciarse los bolsillos, las manos le temblaban y estaban llenas de barro.
Burak se detuvo, lo miró, chasqueó decepcionado y rio de buena gana. Muy divertido por la situación. Negó con la cabeza como si aquello sólo despertara su pena, y no su compasión. Soslayó luego a su alrededor, ya no estaban solos.
—Umh —gruñó. De aquel modo aparentaba ser el monstruo de grandes colmillos en el que se transformaba con la luna llena—. Me han arruinado la diversión —declaró mirando al cielo, como si hablara consigo mismo, o con las estrellas. Siguió avanzando sin hacer caso a los ruegos del otro.
Lo rodeo con una calma inaudita. Lo tomó del mentón y la sien y aguardó. Cuando una figura apareció entre los árboles, apestando a esos que cambian a voluntad y de un movimiento rápido, casi imperceptible, rompió el cuello de su víctima, quien cayó de frente, muerto. Burak miró por un instante el dinero desperdigado y lo pateó como un niño caprichoso patea una piedra de río.
—¿Te puedo ayudar? —Se dirigió al nuevo sujeto. Se había asegurado que lo viera matar al hombre que ahora yacía frente a él, inmóvil. Brincó el cadáver de una sola zancada y caminó. Las sombras no le permitían distinguir mucho al otro—. Quizá esto no sea asunto de tu incumbencia —continuó y en su voz se reflejó algo, la sonrisa que portaba en ese momento en su cara.
Bien podía inventarse una historia en ese instante. Que el otro había tratado de atacarlo. Pero no cuando ya había maquinado que los ojos ajenos fueran testigos de la muerte. Burak lo que deseaba era sólo una cosa: arrasar con todo. Y el siguiente en su lista era ese hombre abrazado por las sombras de los árboles.
Entornó la mirada, dio unos pasos más y los ojos que le devolvían la mirada era conocidos. Entonces el otomano se detuvo finalmente, se irguió en toda su altura que no era poca y comenzó a reírse como de un mal chiste.
—Tú... qué placer volver a verte —la sorna era palpable, aunque de cierto modo, sí era un gran deleite encontrarse a la pantera otra vez. Tenían asuntos inconclusos que tratar. Tal vez ahora sería momento de saldar las deudas.
Burak Arel- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 42
Fecha de inscripción : 13/04/2016
Localización : París
Re: Emperor of Thorns → Privado
Miklós sonrió, presa de un ataque de risa interno que no había traslucido más allá de un gesto que le deformó el rostro en una mueca extraña, a medio camino entre bufido y sonrisa. Le resultaba gracioso, aunque supiera que por mucho que lo explicara nadie aparte de él lo entendería, haber llegado a aquella situación: plantado de pie, en medio de una habitación con una mujer yacente ubicada frente a él, y con las suelas de sus zapatos algo desgastadas como consecuencia de las vueltas que llevaba aproximadamente una hora y media dando. ¿Y a él lo llamaban frío, cual reptil; escurridizo, cual serpiente; fiero, cual cocodrilo? ¿A él lo llamaban apático, indiferente? ¡Ja, buen chiste! La apatía se le había escurrido entre los dedos aquella noche, quizá para deslizarse entre los labios entreabiertos de la licántropa, Gianna Castiglione, a la que se suponía que cuidaba, aunque a excepción de las lunas llenas no requiriera particulares cuidados. La cataplasma de hierbas que había preparado y que religiosamente (literal, lo hacía junto a sus rezos habituales, si es que a su irregular costumbre de ponerse en contacto con el Altísimo se le podía denominar hábito...) le había aplicado a Gianna parecía opacar la luz de la habitación, que de por sí era ya bastante escasa. Miklós se la debía retirar, sí, pero ¿y después qué? Las heridas de Gianna estaban muy curadas ya, al menos las físicas; de su mente debía ocuparse ella, no él, y para colmo le habían llegado noticias... Frescas. Pues si bien Miklós ahora disponía de efectivo, de tanto como en sus gloriosos días pasados en su tierra natal, el sonido del metal chocando en forma de monedas lo seguía atrayendo, y lo volvía suicida, que era precisamente lo que lo había conducido a aquella situación. Por muy gato que fuera, Miklós seguía siendo un hombre, y por ello no se resistía a tropezar dos veces en la misma piedra...
La diferencia era que Miklós, esta vez, sabía que su misión era suicida. Si estaba lo suficientemente desesperado por su chute de adrenalina (¡si tan sólo él supiera que eso era lo que necesitaba!, es más bien el condicional a utilizar aquí) para plantearse tomarla era porque se aburría, simple y llanamente. Aunque haber acabado casi muerto por culpa de una antigua amante, algo tan pendenciero como divertido, lo había obligado a buscar protección en un trabajado como cuidar de una licántropa comatosa, llevaba meses allí, y se aburría. Aunque nunca le habían prohibido salir, Miklós se había ocupado de no hacerlo para dedicarle el mejor cuidado posible, pues si le iban a pagar por ello, ¿qué menos que dar todo lo posible de sí? Y aquella decisión, al principio brillante, le pasaba factura ahora, se cobraba sus consecuencias en los actos del húngaro, quien, mirando a Gianna, cogió sus propias armas, se enfundó en ropajes más apropiados para el tiempo exterior y se despidió de ella. – Volveré pronto, Castiglione. No es como si fueras a echar de menos nuestras apasionantes charlas o el color de mis ojos. Mordaz y cáustico, como el veneno de una serpiente, Miklós sonrió, con la decisión de ir a por el gigante otomano de quien sólo conocía una localización tomada de antemano, y hacia allí se dirigió, sin ninguna sutileza ni, tampoco, prisa. El aire de la noche lo embriagó, y lo envolvió con un aroma familiar que no identificó del todo hasta que no lo tuvo delante, tan animal que hasta él parecía un gatito doméstico frente a él. ¿Quién, si no Burak Arel, iba a partirle el cuello a un hombre delante de él simplemente porque podía? Únicamente Miklós. – Las cosas no suelen ser de mi incumbencia. ¿Ese dinero es para mí? Porque eso me alegra más que verte la cara, aunque adelante, no te cortes, recréate. Eso sí, antes dime: ¿qué demonios haces en París? La última vez que nos vimos fue en Aachen, y no tenías intenciones de bajar hasta aquí. – preguntó, llevando una de sus manos en un gesto perfectamente visible hasta el cuchillo de plata (por si quedaba alguna duda de que Miklós era medio suicida) que llevaba enganchado en el cinto.
Tal vez se conocieran, tal vez hubieran matado juntos, pero Burak Arel no era un hombre con quien se pudiera bajar la guardia, y Miklós no era tan estúpido para olvidar eso, ni siquiera si se entretenía pinchándolo a ver cuánto le costaba saltar...
La diferencia era que Miklós, esta vez, sabía que su misión era suicida. Si estaba lo suficientemente desesperado por su chute de adrenalina (¡si tan sólo él supiera que eso era lo que necesitaba!, es más bien el condicional a utilizar aquí) para plantearse tomarla era porque se aburría, simple y llanamente. Aunque haber acabado casi muerto por culpa de una antigua amante, algo tan pendenciero como divertido, lo había obligado a buscar protección en un trabajado como cuidar de una licántropa comatosa, llevaba meses allí, y se aburría. Aunque nunca le habían prohibido salir, Miklós se había ocupado de no hacerlo para dedicarle el mejor cuidado posible, pues si le iban a pagar por ello, ¿qué menos que dar todo lo posible de sí? Y aquella decisión, al principio brillante, le pasaba factura ahora, se cobraba sus consecuencias en los actos del húngaro, quien, mirando a Gianna, cogió sus propias armas, se enfundó en ropajes más apropiados para el tiempo exterior y se despidió de ella. – Volveré pronto, Castiglione. No es como si fueras a echar de menos nuestras apasionantes charlas o el color de mis ojos. Mordaz y cáustico, como el veneno de una serpiente, Miklós sonrió, con la decisión de ir a por el gigante otomano de quien sólo conocía una localización tomada de antemano, y hacia allí se dirigió, sin ninguna sutileza ni, tampoco, prisa. El aire de la noche lo embriagó, y lo envolvió con un aroma familiar que no identificó del todo hasta que no lo tuvo delante, tan animal que hasta él parecía un gatito doméstico frente a él. ¿Quién, si no Burak Arel, iba a partirle el cuello a un hombre delante de él simplemente porque podía? Únicamente Miklós. – Las cosas no suelen ser de mi incumbencia. ¿Ese dinero es para mí? Porque eso me alegra más que verte la cara, aunque adelante, no te cortes, recréate. Eso sí, antes dime: ¿qué demonios haces en París? La última vez que nos vimos fue en Aachen, y no tenías intenciones de bajar hasta aquí. – preguntó, llevando una de sus manos en un gesto perfectamente visible hasta el cuchillo de plata (por si quedaba alguna duda de que Miklós era medio suicida) que llevaba enganchado en el cinto.
Tal vez se conocieran, tal vez hubieran matado juntos, pero Burak Arel no era un hombre con quien se pudiera bajar la guardia, y Miklós no era tan estúpido para olvidar eso, ni siquiera si se entretenía pinchándolo a ver cuánto le costaba saltar...
Invitado- Invitado
Re: Emperor of Thorns → Privado
“See, people with power understand exactly one thing: violence.”
― Noam Chomsky
― Noam Chomsky
No había cambiado. No, en verdad no lo había hecho. Parecía más… avezado, a falta de una mejor palabra, pero seguía teniendo los mismos ojos claros, ese mismo rostro rudo y apuesto y esa misma altanería que, de buenas, podía encantar a Burak. Un chiste nada más que lo hace reír. Era cosa de esa capacidad que tenía de cambiar a voluntad. Un don, si se quería. La gente solía ver la marca del otomano como una maldición, sin embargo, había sabido transformarla en una ventaja. La había maleado con el fuego de su furia y a base de fuerza bruta. Sonrió complacido al ver la latente amenaza del arma que poseía su viejo conocido y se cruzó de brazos. Lo encontró nada más entretenido.
—Vamos, DeGrasso, quiérete un poco más —entonces respondió y desvió la mirada al dinero tirado. Parecía una estela dejada por el cuerpo un par de pasos más atrás, torcido de manera imposible y lánguido, sin vida—. Si tanto necesitas el dinero, sabes que conmigo puedes conseguirlo —negocios. Si se debía definir su relación, sería esa. Un intercambio mercantil. La fuerza y habilidad de Miklós a cambio de una parte del botín.
—Todo tuyo —se hizo para atrás y con una mano señaló el suelo. Si lo quería, iba a dárselo. Él no lo necesitaba. De hecho, si quisiera, podría regresar a Constantinopla y reclamar todo lo que fuera de su padre. La verdad es que no se le antojaba sentarse en el trono roto donde había estado el trasero de ese viejo, mismo que mató como a este pobre desdichado a sus pies. Y como él, la muerte de Volkan significó lo mismo que nada.
—Ah, cierto, Aachen, viejos tiempos —rememoró con algo parecido a la nostalgia. Es que todos los sentimientos viniendo de Burak, se transformaban. Se convertían en algo más violento y pesado. No había delicadeza alguna en él, ni en nada que naciera de él—. ¿Lo ves? Si siguieras a mi lado, no estarías recogiendo monedas del fango —ironizó—. Sabes que además tendrías todos los culos que quisieras —se encogió de hombros. Esto era lo más parecido a una conversación casual que cualquiera podía obtener de él.
—Pues verás, París me reclamó. Una libertad que le daré a la ciudad antes de reclamarla yo a ella —rio. En realidad no tenía planes de traer a sus compinches y causar verdadero caos, su meta era otra. Más específica y clara—. La realidad es que una zorra se escapó de mi poder y como supondrás, tuve que venir por ella, porque ¿quién se cree que es? Nadie se burla de Burak Arel. En fin, resulta que la muy puta venía cargando un hijo mío, así que vine a reclamar eso también. Ya sabes… algo sin importancia —terminó su breve explicación. La manera en cómo se expresó de Azra y Mirsad no era de sorprenderse. Aunque eso sí, la maldita ciega era lo más parecido a una relación estable que Burak había tenido jamás.
—Sin embargo —retomó—, ahora creo que este viaje no fue del todo un desperdicio, ¡mira que encontrarte aquí! —Soltó una carcajada. Pero las risas de Burak no eran felices, eran un llamado a la guerra, un trueno que inicia un incendio—. ¿Dónde demonios te habías metido, Miklós? Me sorprende la facilidad con la que no dejas rastro. Será cosa de tu habilidad o yo qué sé. ¿Acaso no me extrañas? Porque yo sí te extraño —finalizó con burla. Era incapaz de sentir algo como aquello. Burak sólo poseía, era amo, no sabía lo que era tener un amigo o echar de menos a alguien.
—¿En qué has andado metido? Podría ofrecerte un trato justo, si te interesa —fue a por ello sin rodeos. Burak no era tonto, todo lo contrario, aunque su bestialidad lo hiciera parecer sólo un mamotreto brutal, poseía esa mente estratégica hecha para la batalla. En parte por su educación, en parte por herencia paternal que no quería admitir. Y sabía muy bien que Miklós era un elemento que no podía pasarse por alto. Valioso, no sólo eso, que marcaba una diferencia, y eso no se encontraba con tanta facilidad.
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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Re: Emperor of Thorns → Privado
Habría alzado una ceja ante lo rápido que volaban las noticias por la maldita y llana Europa, a lo largo y ancho del Sacro Imperio y de norte a sur, pero su inexpresividad habitual lo frenó, y tal vez eso fuera lo mejor que podía hacer en ese instante. DeGrasso. Aquella revelación que a él le habían dado hacía poco, apenas unas semanas, pero que ya había adoptado para sí, y que Arel trataba como si fuera una cotidianidad que un húngaro muerto de hambre fuera reconocido por un inquisidor itálico afincado en París. Pero, eso sí que lo sabía, para Burak Arel la novedad no era nada que lo cambiara, ni a él ni a su personalidad, igual que tampoco debía de cambiar a Miklós, así que le daba igual esgrimir ese nombre al que apenas estaba empezando a acostumbrarse después de toda una vida llamándose Rákóczi. En realidad, prefería DeGrasso porque así no recordaba al mundo que era un bastardo de una familia noble en decadencia, sino de un inquisidor que cometía errores, como todos los humanos, aunque él en realidad fuera más un lobo que un simple mortal. En cualquier caso, Miklós estuvo atento a todo lo que dijo el otomano, sin moverse de su sitio y atento, más bien en guardia, a los ofrecimientos de la cobra a la que se enfrentaba. Del mismo modo que el Sacro Imperio y los turcos otomanos habían sido enemigos desde el sitio de Viena, allá por mil quinientos y pico (Miklós no recordaba la fecha exacta, pero sí el hecho porque se lo habían contado varias veces), no terminaba de fiarse de Burak, y eso era probablemente lo más inteligente que haría durante la duración del encuentro, fuera ésta la que fuese. – Querer, ya sea a mí o a otra cosa, está por encima de mis posibilidades. Pensaba que ya lo sabías. Pero si una fulana y un bastardo han ocupado tu mente, qué puedo esperar de tus recuerdos, más allá de que algo como Aachen te suene. – burlón, como siempre, Miklós recogió las monedas y se las guardó, sin estar mínimamente ofendido por las burlas del otomano.
Se había reconciliado con la idea de ser un desharrapado muerto de hambre hacía tiempo, y no le afectaba que otro más rico y fuerte que él se lo echara en cara. Si algo bueno tenía su indiferencia existencial era que había eliminado toda suerte de inseguridades que pudiera haber en él, y si Miklós hacía algo, lo hacía con todas las de la ley y con el peso de saber que se ponía a sí mismo por completo en sus decisiones, palabras y acciones. Esa era su manera, aparte de su sempiterna búsqueda del dolor, de intentar sentir algo, pero esta vez más allá de lo físico; por algún motivo, en su cabeza tenía sentido, pero sabía que si se lo comentaba a Burak, él no lo comprendería en absoluto, así que ni se esforzaría. – Un poco de esto, un poco de aquello. Últimamente daba palizas, pero me contrataron para un trabajo más tranquilo y más peligroso a la vez, y en ello estoy, pero no puedo decir más o me degollarían, o algo así. Tampoco es relevante. Me reconocieron, pero de eso ya te has enterado porque me has llamado DeGrasso y no Rákóczi, pero no creo que Darko lo haya mantenido muy en secreto con lo que disfruta torturándome. Te caería bien, o todo lo bien que te caiga alguien que no seas tú. Tenéis esa posesividad sobre vuestros bastardos en común. – Miklós respondió mientras se limpiaba las manos en la ropa, con el arma fuera de la vista pero igualmente armado con su intelecto, su habilidad y la fuerza del león, que era por una vez el dominante de sus posibilidades. Si bien la pantera estaba fundida con su alma y su personalidad bebía de ella, era el león uno de los más peligrosos de sus posibilidades, porque, de todos, era el más agresivo si se le molestaba y el más pendenciero si se le dejaba suelto. Era exactamente la clase de Miklós, poco sibilino, que Burak había conocido en Aquisgrán y que quería ver de vuelta; su sola presencia bastaba para despertarlo de nuevo, y Miklós no estaba seguro de si eso era buena señal o no. – Llevo en París unos años ya, pero recorrí el continente después de abandonarte. Dime, ¿me extrañas tanto como a una amante o un poquito más? Porque si no es un poco más, no quiero ni oír hablar de tratos. – bromeó, incluso sonrió de lado, y abrió la rendija que Burak había introducido pero que el propio Miklós había cerrado de plano en la conversación.
Su parte racional le decía, le recordaba, le instaba a no hacer un trato con el mercenario otomano más peligroso que existía, porque Arel era turco y él era Viena en esa situación; su parte animal, sin embargo, olía sangre, y la naturaleza de Miklós siempre se inclinaba un poco más hacia ahí que hacia el sentido común.
Se había reconciliado con la idea de ser un desharrapado muerto de hambre hacía tiempo, y no le afectaba que otro más rico y fuerte que él se lo echara en cara. Si algo bueno tenía su indiferencia existencial era que había eliminado toda suerte de inseguridades que pudiera haber en él, y si Miklós hacía algo, lo hacía con todas las de la ley y con el peso de saber que se ponía a sí mismo por completo en sus decisiones, palabras y acciones. Esa era su manera, aparte de su sempiterna búsqueda del dolor, de intentar sentir algo, pero esta vez más allá de lo físico; por algún motivo, en su cabeza tenía sentido, pero sabía que si se lo comentaba a Burak, él no lo comprendería en absoluto, así que ni se esforzaría. – Un poco de esto, un poco de aquello. Últimamente daba palizas, pero me contrataron para un trabajo más tranquilo y más peligroso a la vez, y en ello estoy, pero no puedo decir más o me degollarían, o algo así. Tampoco es relevante. Me reconocieron, pero de eso ya te has enterado porque me has llamado DeGrasso y no Rákóczi, pero no creo que Darko lo haya mantenido muy en secreto con lo que disfruta torturándome. Te caería bien, o todo lo bien que te caiga alguien que no seas tú. Tenéis esa posesividad sobre vuestros bastardos en común. – Miklós respondió mientras se limpiaba las manos en la ropa, con el arma fuera de la vista pero igualmente armado con su intelecto, su habilidad y la fuerza del león, que era por una vez el dominante de sus posibilidades. Si bien la pantera estaba fundida con su alma y su personalidad bebía de ella, era el león uno de los más peligrosos de sus posibilidades, porque, de todos, era el más agresivo si se le molestaba y el más pendenciero si se le dejaba suelto. Era exactamente la clase de Miklós, poco sibilino, que Burak había conocido en Aquisgrán y que quería ver de vuelta; su sola presencia bastaba para despertarlo de nuevo, y Miklós no estaba seguro de si eso era buena señal o no. – Llevo en París unos años ya, pero recorrí el continente después de abandonarte. Dime, ¿me extrañas tanto como a una amante o un poquito más? Porque si no es un poco más, no quiero ni oír hablar de tratos. – bromeó, incluso sonrió de lado, y abrió la rendija que Burak había introducido pero que el propio Miklós había cerrado de plano en la conversación.
Su parte racional le decía, le recordaba, le instaba a no hacer un trato con el mercenario otomano más peligroso que existía, porque Arel era turco y él era Viena en esa situación; su parte animal, sin embargo, olía sangre, y la naturaleza de Miklós siempre se inclinaba un poco más hacia ahí que hacia el sentido común.
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Re: Emperor of Thorns → Privado
“Fire wants to burn
Water wants to flow
Air wants to rise
Earth wants to bind
Chaos wants to devour.”
― Cassandra Clare, The Iron Trial
Water wants to flow
Air wants to rise
Earth wants to bind
Chaos wants to devour.”
― Cassandra Clare, The Iron Trial
Con los brazos cruzados sobre el pecho, Burak soltó una carcajada que, lejos de ser contagiosa y alegre, era oscuridad que lo consume todo. El llamado a batalla, el batir de las armas. Fue breve, pero suficiente para dejarle claro al otomano que el joven —lo era, si se comparaban sus edades— no había cambiado del todo. Algo le parecía fuera de lugar, un sosiego que no le conoció antes, que, de haber estado ahí, se hubiera encargado de arrancar con saña, como hacía con todo lo bueno que encontraba, pero es que la pantera era demasiado valioso como para simplemente desestimarlo por ello.
—Cuida tus palabras —soltó los brazos y los dejó a sus costados, echó los hombros hacia atrás, pero en su voz no se pudo distinguir amenaza, aunque en su postura sí. No era que de pronto quisiera defender el honor de Azra (no podía defender algo que no existía, en todo caso), sino que no quería que pensara que se trataba de una debilidad. Lo miró, sin decir mucho más y caminó hacia él, sin la guardia arriba. De ese tamaño era su seguridad, estaba frente a uno de los pocos que de hecho podían darle batalla, y aún así, iba en pos de él sin necesidad de defenderse.
—Tengo oídos en todos lados, ya deberías saberlo. Es parte del negocio. Como sea, parece que la vida de hijo legítimo te ha ablandado. Aunque sé que dentro sigues siendo el mismo bastardo —al fin se detuvo frente a él y le sonrió. Con ese gesto y una espada, Burak era capaz de hacer caer a toda Europa. Estiró la mano y tomó a Miklós por el mentón con fuerza, había una intención clara de que así fuera, de que su tacto se quedara grabado en él, como reafirmando quién era, que no lo olvidara.
—Umh. Tal vez sí, tal vez ahora que eres una nena, me lleve mejor con tu padre. No tengo el placer, pero he escuchado historias. Como todo, como siempre —para ser Burak, aquello sonó extrañamente reflexivo. Lo soltó y volvió a cruzarse de brazos—. Vaya, siempre supe que te gustaba que te dieran, y nunca te juzgué, ¿acaso lo hice? Sin embargo creo que ahora te ha dado por ser más sedentario. No voy a preguntar por ese trabajo tuyo. Sé cómo es, y por ahora no te quiero muerto —rio, una vez más, con ese deje siniestro—. Si vas a morir algún día, preferiría tener ese honor —para ser una broma, resultaba muy negra. El problema venía cuando te dabas cuenta que Burak rara vez bromeaba.
—Oh, más, más por supuesto —respondió de inmediato, acentuando su sonrisa, hablando con sorna—. Una amante es bastante inútil fuera de la cama. Es desechable. Tú, en cambio, eres más útil… cuando quieres, claro. Pero puedo pasar tus caprichos mientras des resultados. Eres un gato, al fin y al cabo. Pero yo soy un perro, que termina por cazar al gato —se movió, pesado como era, tan sólo unos pasos, rodeando a Miklós—. No me vas a causar más dolores de cabeza que mis amantes, ¿verdad? —Se giró para verlo y preguntó, aunque era retórico.
—Veo que quien extrañó más al otro fuiste tú. Mira que recordar los saqueos de Aachen con tanta añoranza… —decidió jugar también y se burló—. Pero la vida siguió, Miklós. Ahora tu eres un hijo reconocido, y yo un padre. Quién lo hubiera dicho, ¿no? La diferencia es que ni la zorra que vine a buscar ni el mocoso que me engendró me han cambiado en absoluto. ¿Y a ti? ¿El apellido que portas ahora lo ha hecho? —Alzó ambas cejas y preguntó retador. Se estaban picando el orgullo deliberadamente.
Fue casi como si en aquel semblante y en aquellas palabras, a la vez que provocadoras, le pidiera que no lo decepcionara. Ganarse la estima de Burak era tarea difícil, imposible para la mayoría. Miklós lo había conseguido, aunque el otomano jamás se lo había dicho, claro. Estima porque era útil, no hay que confundirse; nada de sentimentalismos. Y aunque se mostraba calmado, Burak podía estallar con la mínima chispa, como desconocer al Miklós que él había conocido y le servía.
Última edición por Burak Arel el Miér Feb 08, 2017 9:58 pm, editado 1 vez
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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Re: Emperor of Thorns → Privado
Sin pretenderlo ni por un momento, Burak Arel sonó como todos aquellos seres con los que Miklós se encontraba, ya que todos ellos, tarde o temprano, le sugerían de formas tirando a poco amables que cerrara el pico porque calladito estaba (aún) más guapo. Sin embargo, por mucho que se lo sugirieran, la negativa y el orgullo del rival únicamente lo hacían desear hincar más el diente en el tema sensible, preguntarle por la furcia de su fulana y desear incluso pasársela él por la piedra únicamente por el deseo de molestar e incordiar. Si bien en el fondo era consciente de que Burak era una bestia parda que podría asesinarlo sin pensárselo, también sabía, o quería creer, que había cierto resquicio de confianza entre ellos, lo suficiente para que se lo pensara justo antes del ¡crac! que rompería su cuello. A decir verdad, eso sonaba bastante mejor como explicación que simplemente decir que a Miklós, pese a que escuchaba cada palabra del licántropo, le seguía dando bastante igual su integridad física, y por eso tiraba de la goma con la pequeña esperanza de que rebotara en sus narices e hiciera que todo doliera, una vez más. Casi lo consiguió cumplir cuando el otomano lo agarró por el mentón y acompañó de dureza a sus palabras, de por sí más tenaces que el mismísimo acero; casi, casi… Estuvo tan cerca que Miklós se emocionó, solamente para darse cuenta de que lo había hecho en balde y de que seguía queriendo provocarlo por el único motivo que conocía: porque podía. Y porque no se avergonzaba de someter a otros hombres en su lecho como hacía con las hembras, contrariamente a lo que Arel debía de pensar de él. – Los perros aguantan estoicos mientras los gatos les arañan el rostro, no lo olvides. En el fondo, porque tienen curiosidad por ver de dónde sale tanta energía, aunque el gato hubiera reposado hasta un segundo antes. – entonó Miklós, encogiéndose de hombros, y con la indiferencia en sus rasgos centroeuropeos, mezcla de tantas cosas como él mismo.
¿E incluso ante semejante evidencia empírica, la del rostro de su antiguo amigo-enemigo, Burak estaba tan desesperado por provocarlo que recurría a su apellido…? Qué tristeza, qué patetismo en los medios, y no obstante funcionó, pues Miklós se tensó y entornó los ojos, probablemente éstos a medio camino entre los humanos suyos de siempre y los de la pantera feroz que Arel quería invocar. – Sigo siendo Rákóczi hasta la médula, no lo olvides. ¿No serás tú el que se ha ablandado, viniendo hasta aquí por un hijo bastardo que dices que no te importa? Te recordaba mejor mentiroso. Hasta la fulana esa te importa, aunque sólo sea por reclamarla como tuya; me pregunto cómo te sentirías si la tumbara boca abajo, la agarrara de los cabellos y la domara como la perra que probablemente es. – Miklós murmuró las palabras, pero sonaron intensas, disparadas a auténtico bocajarro contra un rival que de por sí era inestable, pero que con las provocaciones se volvía un auténtico peligro contra su integridad. A aquellas alturas, el reflexivo reptil que habitaba dentro de Miklós y que se retorcía contra sus ángulos y aristas parecía haber dado paso a un gato erizado que buscara pelea, y ni siquiera el húngaro se había dado completamente cuenta de ello. Él solamente sabía que quería que Burak presentara batalla, verbal o de cualquier otro tipo, y que eso que estaba haciendo era lo necesario para conseguirlo. – Así que me he ablandado, ¿eh? Y te llevarás mejor con mi padre. El muy desgraciado es un licántropo, probablemente sólo por eso lo toleres, pero no creo que te lleves muy bien con los fanáticos, y eso definitivamente lo es. Además, te mataría, eso tenlo por seguro. A mí sólo me tolera porque llevo su sangre, pero bueno, ¿quién mejor que tú para entenderlo, papá Arel? No soy el único al que los años han ablandado. Mucho proclamas que los amantes son inútiles, pero bien buscas a tu furcia para ¿darle su merecido? Por favor. No insultes mi inteligencia, eso no te permito que lo pongas en duda. – espetó, con los brazos tensos, las manos en sendos puños, y la mirada ardiente.
Y así fue como, efectivamente, Burak había conseguido lo que quería: despertar al león de dentro de Miklós, convertirlo en una fiera salvaje a punto de saltar contra todo y contra todos, y sobre todo volverlo irreflexivo y rápido. Sin embargo, ¿hasta qué punto era victoria de Arel cuando DeGrasso, antes Rákóczi, había estado deseando y favoreciendo que eso sucediera…?
¿E incluso ante semejante evidencia empírica, la del rostro de su antiguo amigo-enemigo, Burak estaba tan desesperado por provocarlo que recurría a su apellido…? Qué tristeza, qué patetismo en los medios, y no obstante funcionó, pues Miklós se tensó y entornó los ojos, probablemente éstos a medio camino entre los humanos suyos de siempre y los de la pantera feroz que Arel quería invocar. – Sigo siendo Rákóczi hasta la médula, no lo olvides. ¿No serás tú el que se ha ablandado, viniendo hasta aquí por un hijo bastardo que dices que no te importa? Te recordaba mejor mentiroso. Hasta la fulana esa te importa, aunque sólo sea por reclamarla como tuya; me pregunto cómo te sentirías si la tumbara boca abajo, la agarrara de los cabellos y la domara como la perra que probablemente es. – Miklós murmuró las palabras, pero sonaron intensas, disparadas a auténtico bocajarro contra un rival que de por sí era inestable, pero que con las provocaciones se volvía un auténtico peligro contra su integridad. A aquellas alturas, el reflexivo reptil que habitaba dentro de Miklós y que se retorcía contra sus ángulos y aristas parecía haber dado paso a un gato erizado que buscara pelea, y ni siquiera el húngaro se había dado completamente cuenta de ello. Él solamente sabía que quería que Burak presentara batalla, verbal o de cualquier otro tipo, y que eso que estaba haciendo era lo necesario para conseguirlo. – Así que me he ablandado, ¿eh? Y te llevarás mejor con mi padre. El muy desgraciado es un licántropo, probablemente sólo por eso lo toleres, pero no creo que te lleves muy bien con los fanáticos, y eso definitivamente lo es. Además, te mataría, eso tenlo por seguro. A mí sólo me tolera porque llevo su sangre, pero bueno, ¿quién mejor que tú para entenderlo, papá Arel? No soy el único al que los años han ablandado. Mucho proclamas que los amantes son inútiles, pero bien buscas a tu furcia para ¿darle su merecido? Por favor. No insultes mi inteligencia, eso no te permito que lo pongas en duda. – espetó, con los brazos tensos, las manos en sendos puños, y la mirada ardiente.
Y así fue como, efectivamente, Burak había conseguido lo que quería: despertar al león de dentro de Miklós, convertirlo en una fiera salvaje a punto de saltar contra todo y contra todos, y sobre todo volverlo irreflexivo y rápido. Sin embargo, ¿hasta qué punto era victoria de Arel cuando DeGrasso, antes Rákóczi, había estado deseando y favoreciendo que eso sucediera…?
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“I feel an army in my fist.”
― Friedrich Schiller, Die Räuber
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Desde luego, al encontrarlo ahí en una suerte de serendipia, Burak jamás creyó que el encuentro se suscitara como si se tratara de dos viejos amigos que vuelven a verse. Oh, no. Cuando se trataba de Laborc, nada era suave, ni fácil. Era como un camino de piedra caliza, empinado, imposible. Sin embargo, desde luego, al otomano le gustaban los retos. Hizo un sonido parecido a la risa ante las reflexiones ajenas, sin agregar nada más. Algo llevaba de razón, y jamás iba a aceptar eso en voz alta, sin embargo, a Miklós se le olvidaba que él hace mucho era un perro infectado con rabia y que no temía lanzar la mordida. Era una excepción a la regla descrita.
Dio un paso en sesgo, no para acercarse directamente, sino para seguir rodeándolo. Abrió y entornó la mirada en su segundo al escucharlo. Cerró el puño diestro en ese instante, con tanta fuerza que parecía capaz de hacer añicos un cráneo con la pura potencia que estaba impregnando al movimiento. Una cosa debía aceptar, ni con armas, ni con puños, ni con palabras, Miklós peleaba limpio. Para sus propósitos eso era muy útil, sin embargo, en ese instante, encontró muy molesta la peculiar habilidad.
—Quiero ver que lo intentes —trató de sonar lo más sereno posible, y hasta cierto punto lo consiguió. Aunque hubo un dejo casi imperceptible de furia contenida, ¿su enemigo y otrora aliado lo habría notado? Sabía que era inteligente, astuto e incluso observador, pero no estuvo seguro si lo conocía a ese nivel. Como para poder ver las hendiduras de su voz de trueno, que parecía siempre castigar—. Y no lo digo por ella. Es una pobre ciega. Lo digo por mí, ¿crees que lo voy a permitir? Piensa lo que quieras. Es más, es sólo un capricho, pero bien sabes que no soy de los que comparten —Giró el cuerpo para, de ese modo, quedar frente a frente de nuevo y avanzó lento y colosal. Sus palabras no eran falacia en absoluto. Azra se había vuelto una obsesión. Temió por un breve segundo que, de hecho, esa relación lo estuviera ablandando. Pensó que, una vez que la tuviera de frente de nuevo, quizá podría ultrajarla y golpearla para dejarle en claro al mundo que así no era.
Era extraño. Burak era un hombre sumamente seguro de su poder, de su capacidad de someter. Y ahora, ante el sólo connato de que podría estar cambiando, debía validarse ante quien sabe quién. Porque ante Miklós, definitivamente no (o quizá sí).
Fue a responder algo respecto al padre de Rákóczi, una burla, algo hiriente. Algo que fuera de acuerdo a lo que estaban hablando. Ese juego de insultarse. Pero no pudo. Cualquier cosa que Miklós estuviera pretendiendo, ¡bravo! Lo había logrado. Burak hizo amago de girarse, como para marcharse, o simplemente ya no verle esa carota apuesta y maltratada. Todo sucedió en un chasquido. Era increíble que el lobo se moviera con esa ligereza, si se consideraba su tamaño. Impulsó desde atrás ese mismo puño que estaba apretando y asestó tremendo golpe en la mandíbula del otro.
¡Mierda! Había dolido. Burak había golpeado a muchos hombres en su vida, y la carne blanda era nada para sus manos de acero. Sin embargo, Miklós, como él, no era sólo un hombre. Portaba una maldición, y esa misma lo hacía sólido como una roca. No obstante, no se dolió.
—A ver si ya cierras esa boca chupa pollas tuya —dijo de modo más parco y firme que tenía. Y era bastante—. No trates de adjudicarme tus asuntos sin resolver con tu padre. Vine aquí porque esa zorra merece ser castigada, y como tú continúes con tus tonterías, quizá sean necesario que te castigue a ti también. Y antes de que hagas un comentario fuera de lugar, no me refiero a eso —con la mirada señaló un punto inexacto en el cuerpo recién golpeado de la pantera, para enfatizar en el tono sexual. Y es que ya lo conocía, más valía curarse en salud.
Última edición por Burak Arel el Lun Feb 13, 2017 1:42 am, editado 1 vez
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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Despacio, como regodeándose de lo que estaba haciendo, Miklós se relamió la sangre que el puñetazo de Burak le había hecho correr por los labios, e incluso se permitió la perversión de sonreír como si el golpe, que efectivamente había dolido (y no sólo a él, de eso estaba convencido), lo hubiera calentado. A él, que siempre había sido bastante liberal en los temas más puramente carnales y no le había ocultado a Arel que le atraían también los hombres, le resultaba particularmente gracioso el rechazo que ciertos “machos” sentían ante la sola idea de que disfrutara poniéndose de rodillas tanto como que se le pusieran de rodillas. Así pues, ¿qué era lo mejor que podía hacer al respecto? ¡Pues bromear con el tema y regodearse hasta hartarse, por supuesto! La duda ofendía, sobre todo dado que se había empezado a comportar así desde que el otomano lo había golpeado, y le parecía tan divertido hundir el dedo en la herida hasta tocar el hueso que no pensaba parar, en absoluto. Por eso, entrecerró un tanto los ojos mientras lo miraba y mientras se relamía, y se metió las manos en los bolsillos del pantalón, acercándolas considerablemente a una parte de él que no había despertado, porque aunque pudiera comportarse como si Burak lo atrajera, lo cierto era que su gusto se diferenciaba bastante de la bestia que tenía delante. – ¿No te refieres a eso? Vaya. Menuda decepción. Pensaba que por fin habrías encontrado en ti el deseo de que alguien te la meta… O de comértelas enteras, a pares, tragando tanto que no necesitas comer en más de una semana. Yo aún tenía esperanzas en ti, no me decepciones tanto. – se regodeó, y sonrió, de forma que los dientes ensangrentados por las consecuencias del golpe del otomano quedaron firmemente a la luz, casi insultándolo, como si con las palabras no lo hubiera hecho lo suficiente.
No había que ser ni adivino ni gitano, aunque de eso Miklós sí tenía un poco, para saber con meridiana precisión lo que pasaría como siguieran los dos así: se estaba rifando una pelea para la que él tenía todas las papeletas, y lo cierto era que estaba deseando que así fuera, irónico dado lo que dijo a continuación, una vez se limpió los dientes con la lengua y volvieron a ser blanquecinos. – Lo cierto es que no me gusta que me castiguen, prefiero ser yo quien lo haga. Vamos, no me digas que en tus fantasías con mi boca… ¿cómo la has llamado? ¿Chupapollas? No me digas que no te has dado cuenta hasta ahora de que ni por esas es fácil someterme. – reprendió, con la superioridad moral de la que se sabía dueño por el hecho de no avergonzarse de algo que incomodaba visiblemente a su rival, el mismo que se controlaba peor de lo que recordaba, ¿o era Miklós quien se había vuelto más agudo, a la par que más burgués? Porque no, no le había pasado desapercibida la rabia de sus palabras al ponerse posesivo como un perro (el solo pensamiento le hizo tener ganas de poner una mueca, pero se contuvo; allá él y sus hábitos para marcar a la ciega), y eso era precisamente de lo que él se estaba aprovechando, simplemente porque podía. Burak había elegido despertar al lobo, de entre todas las posibles facetas, tan afiladas como sus rasgos, que Miklós poseía, así que era cosa suya asimilar las consecuencias, demonios, no de quien le estaba dando exactamente lo que él había querido. Si tan macho era para buscarse la pelea, que al menos supiera lidiar con ella. – La verdad es que estoy muy decepcionado. Creía que habíamos superado la fase en la que nos mentíamos, pero empezando porque te engañas a ti mismo, ¿qué otra cosa puedo esperar de ti? Da igual, lo cierto es que tu ciega no me interesa lo más mínimo, pero aunque lo hiciera, ¿crees que me importaría que tú no me dejes? Por favor. Como si necesitara tu permiso o tú pudieras controlar algo de lo que hago yo. Es más, tal vez hasta me ofrezca voluntario para castigarla yo… Eso sí sería apetecible. – propuso, sonriendo, pero con el cuerpo a la defensiva completamente, listo para devolver cualquier golpe.
Ah, la inconsciencia de Miklós era sólo relativa, igual que también lo era su apatía existencial: lo cierto era que sabía perfectamente lo que estaba haciendo, a qué clase de perro le estaba haciendo cosquillas y, sobre todo, las consecuencias de ello. Por eso mismo se estaba preparando, porque intuía que la pelea sólo era cuestión de cuántos segundos pudiera tener Burak Arel de autocontrol. La experiencia le decía que, probablemente, no fueran muchos.
No había que ser ni adivino ni gitano, aunque de eso Miklós sí tenía un poco, para saber con meridiana precisión lo que pasaría como siguieran los dos así: se estaba rifando una pelea para la que él tenía todas las papeletas, y lo cierto era que estaba deseando que así fuera, irónico dado lo que dijo a continuación, una vez se limpió los dientes con la lengua y volvieron a ser blanquecinos. – Lo cierto es que no me gusta que me castiguen, prefiero ser yo quien lo haga. Vamos, no me digas que en tus fantasías con mi boca… ¿cómo la has llamado? ¿Chupapollas? No me digas que no te has dado cuenta hasta ahora de que ni por esas es fácil someterme. – reprendió, con la superioridad moral de la que se sabía dueño por el hecho de no avergonzarse de algo que incomodaba visiblemente a su rival, el mismo que se controlaba peor de lo que recordaba, ¿o era Miklós quien se había vuelto más agudo, a la par que más burgués? Porque no, no le había pasado desapercibida la rabia de sus palabras al ponerse posesivo como un perro (el solo pensamiento le hizo tener ganas de poner una mueca, pero se contuvo; allá él y sus hábitos para marcar a la ciega), y eso era precisamente de lo que él se estaba aprovechando, simplemente porque podía. Burak había elegido despertar al lobo, de entre todas las posibles facetas, tan afiladas como sus rasgos, que Miklós poseía, así que era cosa suya asimilar las consecuencias, demonios, no de quien le estaba dando exactamente lo que él había querido. Si tan macho era para buscarse la pelea, que al menos supiera lidiar con ella. – La verdad es que estoy muy decepcionado. Creía que habíamos superado la fase en la que nos mentíamos, pero empezando porque te engañas a ti mismo, ¿qué otra cosa puedo esperar de ti? Da igual, lo cierto es que tu ciega no me interesa lo más mínimo, pero aunque lo hiciera, ¿crees que me importaría que tú no me dejes? Por favor. Como si necesitara tu permiso o tú pudieras controlar algo de lo que hago yo. Es más, tal vez hasta me ofrezca voluntario para castigarla yo… Eso sí sería apetecible. – propuso, sonriendo, pero con el cuerpo a la defensiva completamente, listo para devolver cualquier golpe.
Ah, la inconsciencia de Miklós era sólo relativa, igual que también lo era su apatía existencial: lo cierto era que sabía perfectamente lo que estaba haciendo, a qué clase de perro le estaba haciendo cosquillas y, sobre todo, las consecuencias de ello. Por eso mismo se estaba preparando, porque intuía que la pelea sólo era cuestión de cuántos segundos pudiera tener Burak Arel de autocontrol. La experiencia le decía que, probablemente, no fueran muchos.
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“When I lose my temper, you can't find it any place.”
― Ava Gardner
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El otomano no tenía miramientos para hablar sobre cómo dejaba que sus hombres violaran en hordas a las mujeres de los pueblos sometidos. Ni siquiera de cómo él mismo, se encargaba de ultrajar a las que consideraba más dignas, y resistentes. Esa era una cosa, pero la situación de Miklós… ese era asunto completamente diferente. Si bien jamás limitó a sus soldados, y si éstos querían aprovecharse de cautivos hombres, a él le daba exactamente lo mismo, y no emitía juicios, aunque no quisiera, su educación en palacio le había generado ciertos prejuicios. Y consideraba al hombre que yace con otro hombre una aberración, más si se lo restregaban en la cara como ahora. Podía presumir que era todo lo ateo y blasfemo que quisiera, pero las enseñanzas del Corán habían permeado en él.
—Me repugnas, Miklós… pareces saber muy bien de qué hablas, y te felicito, pero no quiero saber los detalles de tus perversiones —movió los dedos de la mano con las que había soltado el golpe. Los nudillos aún estaban doloridos y quería tenerlos al cien, si es que necesitaba volver a cerrarle el hocico con el puño. Y para como estaban los ánimos, no dudaba que tuviera que recurrir a ello de nuevo. Tirarle un par de dientes, para que esa cara bonita ya no lo fuera tanto; aunque estuvo seguro que eso al otro, le importaba bien poco.
—Decepciónate cuanto quieras. Y pretende todo lo que gustes, también. Si quieres pensar que no voy a perseguirte hasta el fin del mundo y partirte en dos, adelante —se encogió de hombros y sonó despreocupado, aunque existía tensión en esa voz grave que tenía. Oscura como caverna. Avanzó hacia el otro con pasos cautelosos y le sonrió.
Le sonrió con ese mismo gesto que utilizaba antes de matar a alguien. Aunque no lo mataría. A pesar de cómo estaban las cosas en ese momento, Burak consideraba a Miklós no sólo un guerrero sin igual, sino también un sujeto sumamente interesante. No es que eso hubiera salvado una vida antes frente al otomano.
—Empiezo a creer que es a mí al que quieres… “castigar” —rio en medio de un bufido casi animal. Algo en su herido ego de macho lo hizo decir aquello. ¿Qué? ¿El maricotas de Miklós no lo deseaba a él? Él, que en su propia mente era el estándar más alto de hombre. A veces, su propio orgullo lo enceguecía, como en aquella ocasión. Pasando por alto que el otro no sólo gustaba de los hombres. En ese instante, esa información le pareció irrelevante.
Lo que encontró más notable fue la pregunta de ¿cómo demonios habían terminado hablado de eso? El pensamiento, la pregunta, el no saber qué camino retorcido los condujo hasta ahí, encendió una mecha, y en Burak, ésta era muy corta. Explotó y con un movimiento raudo, llevó la diestra al cuello de Miklós. Su enorme mano casi podía rodearlo por completo, a pesar de que su adversario era un hombre fornido también. Le sonrió, elevándolo unos centímetros del suelo.
—Verás, ya me cansé. Creo que abusas Rákóczi, sabes que aprecio a los guerreros valiosos como tú, y te estás aprovechando —habló con calma, porque se sintió de nuevo en la posición de ventaja. Lo soltó, empujándolo un poco al hacerlo—. ¿Me quieres ver la cara? —Tronó los nudillos de ambas manos y también el cuello, como si se preparara para una lucha a puño limpio.
—No te quiero muerto —le repitió—, pero puedo romperte esas dos piernas tuyas que tanto te gusta abrirle a otros hombres, para que no huyas. De todos modos, para ti sería nada, sanarías tan rápido que podría volver a hacerlo la próxima semana. Si mal no recuerdo… —se acercó más, amenazador—. Te ofrecí un trato, y no me has dado una respuesta. Considero que es muy maleducado de tu parte —cada palabra brotaba de su boca con dificultad, tratando de escapar de entre los dientes apretados, bajo una calma fingida que pretendía precisamente eso, y un sarcasmo mucho más manifiesto. Burak estaba mintiendo, pero no era algo que no hiciera. Sí, le había dado indicios de que podía ofrecerle algún tipo de trabajo, como antaño, pero no fue claro. Simplemente, y como siempre, Miklós lo estaba sacando de sus casillas.
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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Re: Emperor of Thorns → Privado
¡Qué casto y puro estaba resultando Burak Arel...! ¿Quién se lo habría dicho de una bestia parda como el otomano, que violaba con la misma facilidad que mataba, e incluso lo había hecho delante de sus ojos, azules y rasgados? Desde luego, nadie había tenido el valor, nadie salvo él, que no contento con provocarlo con demasiada información, se satisfacía al descubrir que a Arel no le gustaba escuchar nada acerca de esas “perversiones”. Curioso, dado que las sodomías con él estaban a la orden del día; ¿por dónde, acaso, esperaba que un hombre se la metiera a otro...? ¿O es que no le había dado por pensar en eso? La sola idea le divertía tanto que incluso cuando Burak Arel lo estuvo ahorcado, y le faltaba el aire hasta tal punto que la visión empezaba a nublársele, aún seguía sonriendo, y continuó haciéndolo hasta tiempo después de que lo soltara. Sonrisa con toses, menuda estampa daba el húngaro, pero ¿es que acaso Burak lo apreciaba por lo guapo que era? A la vista había quedado que no, ¿no? ¡Demonios, Laborc no se cansaba del maldito tema recurrente en forma de debilidad que le había dado el otro! Le hacía mantener la mente despierta, los reflejos tan al acecho como siempre, y además lo entretenía, así que muy poco más podía pedir a la vida. – Para que te repugnen mis perversiones, hablas muy felizmente de querer partirme en dos... ¿No te das cuenta de lo malinterpretable que es eso? – pinchó, obviamente incapaz de mantenerse calladito, pero una vez había descubierto semejante dato sobre el otro, no iba a resignarse a callárselo por respeto, especialmente cuando el otro lo debía de tener por estúpido. Por todos los santos, ¿en serio había venido con esas...? – Sé que debes de estar muy ocupado fantaseando con sodomías o preguntándote por qué al marica de Miklós no le gustas tú, que eres como lo mejor que ha parido una mujer, pero no me has ofrecido una santa basura, hermano, y pervertido o no, sigo sabiendo mi valor. Hasta que no pongas algo encima de la mesa, no pienso decirte si acepto. – espetó.
Llevaba tanto rato sonriendo que mantuvo el gesto hasta cuando lo amenazó, pero la sonrisa se le había borrado de los ojos desde que las palabras empezaron a salirle de los labios, a través de esa boca torcida que había probado cosas que el otro ni siquiera podía imaginar. Efectivamente, Miklós podía tomarse el miedo irracional de Arel a sus vicios como algo cómico, pero si debía plantarse y no permitir que lo humillara, lo haría. Contrariamente a la opinión popular y a lo que el otro había debido de entender, el húngaro no era estúpido y no tenía ningún problema de memoria a corto plazo: si se metía en zonas pantanosas en la conversación era cosa suya, de forma plenamente consciente, pero eso no significaba que se hubiera olvidado de algo que no había sucedido. Por desgracia, en muchas ocasiones, el húngaro tenía una memoria insultantemente buena, así que la actitud de Arel no le había hecho nada de gracia... Que se metiera con sus placeres, bueno, lo aceptaba, no sería el primero ni el último; ¿con su inteligencia? No, señor, eso eran palabras mayores hasta para un señor de la guerra como el otomano. – No me quieres muerto, no quieres que huya, me mientes para que siga pendiente de ti... Háztelo mirar, empiezas a necesitar mucha atención tú. Normal que pienses que a quien se la quiero meter es a ti, ¿o qué pasa, no entiendes que no eres mi tipo? No lo eres. Ante hombres como tú, prefiero mil veces a una mujer. – afirmó, y era cierto, porque por mucho que la apariencia de Burak Arel fuera tan atractiva como posiblemente deliciosa, lo cierto era que su actitud lo ponía enfermo y le quitaba toda la libido que hubiera sido capaz de generar desde que lo había conocido. No, definitivamente prefería mil veces perderse entre las piernas de una mujer que aguantar los egocentrismos de un ignorante como el otro, y por eso, puso los ojos en blanco y dejó que una de sus manos se transformara en una garra de pantera, su favorita. Que fuera sincero no le impedía fingir que mentía, ¿no...? – Sorpréndeme, lobito, ¿qué trato quieres ofrecer a un pobre guerrero pecador y desviado como yo?
Y lo realmente provocador no fueron sus palabras, aunque admitiera abiertamente que era aquello que Burak lo acusaba de ser; no, lo realmente ofensivo fue que Miklós cruzó la línea de la bestialidad al rasgar parte de las vestiduras del otomano con la garra de pantera, de una forma que, hasta para el otro, sólo podía considerarse como atractiva.
Llevaba tanto rato sonriendo que mantuvo el gesto hasta cuando lo amenazó, pero la sonrisa se le había borrado de los ojos desde que las palabras empezaron a salirle de los labios, a través de esa boca torcida que había probado cosas que el otro ni siquiera podía imaginar. Efectivamente, Miklós podía tomarse el miedo irracional de Arel a sus vicios como algo cómico, pero si debía plantarse y no permitir que lo humillara, lo haría. Contrariamente a la opinión popular y a lo que el otro había debido de entender, el húngaro no era estúpido y no tenía ningún problema de memoria a corto plazo: si se metía en zonas pantanosas en la conversación era cosa suya, de forma plenamente consciente, pero eso no significaba que se hubiera olvidado de algo que no había sucedido. Por desgracia, en muchas ocasiones, el húngaro tenía una memoria insultantemente buena, así que la actitud de Arel no le había hecho nada de gracia... Que se metiera con sus placeres, bueno, lo aceptaba, no sería el primero ni el último; ¿con su inteligencia? No, señor, eso eran palabras mayores hasta para un señor de la guerra como el otomano. – No me quieres muerto, no quieres que huya, me mientes para que siga pendiente de ti... Háztelo mirar, empiezas a necesitar mucha atención tú. Normal que pienses que a quien se la quiero meter es a ti, ¿o qué pasa, no entiendes que no eres mi tipo? No lo eres. Ante hombres como tú, prefiero mil veces a una mujer. – afirmó, y era cierto, porque por mucho que la apariencia de Burak Arel fuera tan atractiva como posiblemente deliciosa, lo cierto era que su actitud lo ponía enfermo y le quitaba toda la libido que hubiera sido capaz de generar desde que lo había conocido. No, definitivamente prefería mil veces perderse entre las piernas de una mujer que aguantar los egocentrismos de un ignorante como el otro, y por eso, puso los ojos en blanco y dejó que una de sus manos se transformara en una garra de pantera, su favorita. Que fuera sincero no le impedía fingir que mentía, ¿no...? – Sorpréndeme, lobito, ¿qué trato quieres ofrecer a un pobre guerrero pecador y desviado como yo?
Y lo realmente provocador no fueron sus palabras, aunque admitiera abiertamente que era aquello que Burak lo acusaba de ser; no, lo realmente ofensivo fue que Miklós cruzó la línea de la bestialidad al rasgar parte de las vestiduras del otomano con la garra de pantera, de una forma que, hasta para el otro, sólo podía considerarse como atractiva.
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Re: Emperor of Thorns → Privado
Silent enim leges inter arma.
Cínico. Miklós era un cínico y Burak sabía muy bien de eso, porque lo era también. Distinto, claro, cada uno sacaba su ración de sarcasmos de manera diferente. Y aunque, debía admitir, algunas cosas que la pantera decía le daban gracia, no se rio, porque era darle alas, y un gato con alas es antinatura, así como sus desviaciones, y no estuvo muy seguro si el húngaro podía aguantar una más en su lista sin implosionar o algo.
Se relajó un poco, lo cual fue bueno para no irse a los golpes. Bonita pelea iban a montar los dos, aunque debido a la charla reciente, no quería que Miklós lo tocara de aquel modo. Giró los ojos. Era como un niño malcriado que es feliz, mientras tú no lo seas. Dio un paso al frente, mismo del que un segundo más tarde se arrepentiría, pues quedó al alcance del otro. Fue a responder, pero aquella zarpa, que rasgó su ropa, lo hizo callarse y retroceder. Un hito para Miklós, debía admitir, porque pocos eran los que conseguían tal cosa. Se miró, las garras fueron más allá de la tela y algunas gotas de sangre mojaron su piel, un rasguño no demasiado profundo. Alzó el rostro.
—¡¿Qué demonios te pasa?! —Espetó. Y fue a continuar, en cambio, tuvo que contar hasta diez, hasta cien, hasta mil. Miklós acababa con su paciencia—. Si me dejaras hablar, quizá ya estarías enterado. Como sea, gatito… sí, tengo un trato, pero haces sonar todo tan sucio y pervertido como tú, que ya no sé si decirte. En fin… —se sacudió la ropa y como acto reflejo, se tocó la herida, la sangre comenzaba a formar costra y los arañazos a sanar.
—No es como lo planteas —lo señaló con un dedo, entre ceja y ceja, su índice muy cerca del rostro, estirando todo el brazo—. Pero sí te necesito por aquí. Verás, mi fama es mucha, ya lo sabes, además, en mi viaje desde Constantinopla, pues no pude mantenerme muy quieto, ¿no? Causé algunos destrozos, nada grave, iglesias incendiadas y mujeres que seguramente a estas alturas, cargan un bastardo mío. Como sea, el rumor de mi llegada a la ciudad corrió rápido, y sabes qué es lo único que me mueve —el dinero, y no porque lo necesitara, sino porque le servía como vara para medir a quién debía servir temporalmente. Era su método para elegir clientes, vamos.
—Un noble me contactó, me dijo su título, pero no presté atención. Él requiere de mis servicios para expulsar a un grupo de… cien personas más o menos, de un predio de su propiedad. O eso me dijo, la verdad no me importa, mientras pague en efectivo —se encogió de hombros—. Esta búsqueda, lo que verdaderamente me trajo a París, era asunto que debía hacer solo, ninguno de mis hombres me acompañó. Y perfectamente podría cumplir con lo que este noble requiere yo solo, sin embargo, nunca está de más tener un refuerzo, ahí es donde entras tú —y golpeó el pecho de Miklós con el mismo índice.
—Sé que no tienes ni en qué caerte muerto, pero no pretendas que te de la mitad de la paga, sin embargo, estoy dispuesto a darte una cuarta parte. Es más de lo que usualmente doy, así que espero sepas apreciar el privilegio. El dinero no te vendría mal, mira nada más los harapos que traes puestos —se burló, aunque Burak no era de esos que privilegiara la apariencia, mucho menos con los hombres bajo su mando.
—Es algo sencillo para entretenerse en lo que encuentro a la zorra que escapó y decido qué hacer con ella —arqueó una ceja, clavando los ojos oscuros en Miklós. Esperaba que con ello se pusiera más serio, y esperaba, también, que aceptara su propuesta. Su encuentro en el bosque había resultado más venturoso de lo que había imaginado, y quería que valiera la pena toda esa conversación sin sentido que tuvieron antes, que no lo había aguantado por nada.
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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Re: Emperor of Thorns → Privado
Sólo un borracho se referiría a Burak como tierno, o quizá un ciego que, además, estuviera sordo y no escuchara el rugido de cada palabra que soltaba el otomano, como una maldita avalancha de rocas que destrozaba a todo aquel que se enfrentara a ellas y que no estuviera preparado para su peso. Ese no era el caso de Miklós, claro; la indiferencia del húngaro, con la que Arel lo había conocido en su momento, era una capa protectora contra muchas cosas, y las bravuconadas del otro no eran una excepción, por mucho que a él le gustara pensar que sí, que era el mejor y todos le rendían pleitesía por miedo. Probablemente, por eso estuviera recurriendo a Miklós: sabía que, si el húngaro aceptaba lo que le estaba proponiendo, no sería por miedo, sino porque realmente era una oferta que le interesaba; eso le garantizaba su lealtad, aunque sólo fuera por un breve tiempo, y para un hombre como Burak Arel, la lealtad era lo único que importaba, todo a lo que se aspiraba, y definitivamente lo que, junto a la obediencia, componía su mundo ideal, lleno de súbditos y no iguales. Aun y todo, Miklós creía que el otomano pecaba de tierno en ciertas cosas, como ese rechazo a las relaciones carnales entre hombres de las que sabía más que culpable a Laborc, y por eso se permitía sonreír ampliamente, incluso si el otro le proponía una miseria. – No. Una cuarta parte, ¿estás loco? Aterrorizado por la idea de que me ponga de rodillas y te guste que te coma sí, pero ¿loco? Eso de ti no me lo esperaba. Un tercio, tal vez, y entonces hablaremos; me da igual que no ofrezcas nunca tanto, porque sabes que yo no soy como el resto de tus mercenarios, y me merezco cada franco que me pretendes arrebatar por tu maldito orgullo. – espetó, aún sonriendo, y sin inmutarse lo más mínimo por la posible reacción del imprevisible Arel.
¡Que se enfadara, lo mismo le daba! A Laborc le gustaba bailar con el peligro porque se sabía el mejor bailarín posible; se divertía haciendo equilibrio en la cuerda floja porque sabía que siempre, sin excepción, podría agarrarse para sujetarse, y en este caso, no era ninguna excepción. Atrás había quedado el tiempo en el que el otro podría llegar a darle miedo, aunque tal vez debiera volver a ese momento. Miklós no se iba a echar atrás, y mucho menos cuando haber descubierto semejante debilidad por parte del otro le había satisfecho tanto que se sentía particularmente arrogante, más aún de lo normal. – Piénsalo: ¿quién mejor que yo para mantener entretenidos a tus hombres mientras tú te ocupas de tus negocios? Si yo lo hago, créeme, nadie salvo nosotros dos conocerá tu secretito ni a tu hembra; te viene bien, porque aunque puedas con ellos si deciden que son lo bastante estúpidos para intentar reclamarla, qué molestia, ¿no? Me necesitas, sí, sólo que mucho más de lo que crees. – argumentó Miklós, y la astucia brilló en sus ojos muertos, a donde no había llegado esta vez la sonrisa, como ya casi nada llegaba nunca más, especialmente en lo relativo a sentimientos. Apático o no, Miklós era buen negociador si así lo deseaba porque sabía su valor, y tenía tanto orgullo Rákóczi incrustado que le resultaba imposible no venderse por lo que él creía apropiado, nada más y definitivamente nada menos, lo cual le arruinaba completamente los planes a Burak Arel. – Si me pagas más, aceptaré. Qué demonios, ¡tienes razón, no tengo donde caerme muerto! Pero me vendo más caro de lo que te piensas porque contigo nunca es sólo una sola misión, y además eres tan bastardo que necesito ese dinero de más para protegerme de ti llegado el caso. Así que, otomano, como no te sueltes un poco el cinturón, ¡y no lo digo en ese sentido que tanto te obsesiona...!, me temo que no voy a aceptar. Y me necesitas, así que no me tomes por estúpido y ofréceme algo que me interese de verdad. – concluyó, esta vez serio de verdad, y se le notaba.
¿No era eso, acaso, lo que quería Burak...? ¿Que estuviera serio y se tomara la negociación como eso, precisamente? Pues eso le estaba dando, pero sospechaba, probablemente con motivo, que alguien como él sería incapaz de contentarse con nada, y mucho menos si su contrario no se le sometía como esperaba que todo el mundo lo hiciera.
¡Que se enfadara, lo mismo le daba! A Laborc le gustaba bailar con el peligro porque se sabía el mejor bailarín posible; se divertía haciendo equilibrio en la cuerda floja porque sabía que siempre, sin excepción, podría agarrarse para sujetarse, y en este caso, no era ninguna excepción. Atrás había quedado el tiempo en el que el otro podría llegar a darle miedo, aunque tal vez debiera volver a ese momento. Miklós no se iba a echar atrás, y mucho menos cuando haber descubierto semejante debilidad por parte del otro le había satisfecho tanto que se sentía particularmente arrogante, más aún de lo normal. – Piénsalo: ¿quién mejor que yo para mantener entretenidos a tus hombres mientras tú te ocupas de tus negocios? Si yo lo hago, créeme, nadie salvo nosotros dos conocerá tu secretito ni a tu hembra; te viene bien, porque aunque puedas con ellos si deciden que son lo bastante estúpidos para intentar reclamarla, qué molestia, ¿no? Me necesitas, sí, sólo que mucho más de lo que crees. – argumentó Miklós, y la astucia brilló en sus ojos muertos, a donde no había llegado esta vez la sonrisa, como ya casi nada llegaba nunca más, especialmente en lo relativo a sentimientos. Apático o no, Miklós era buen negociador si así lo deseaba porque sabía su valor, y tenía tanto orgullo Rákóczi incrustado que le resultaba imposible no venderse por lo que él creía apropiado, nada más y definitivamente nada menos, lo cual le arruinaba completamente los planes a Burak Arel. – Si me pagas más, aceptaré. Qué demonios, ¡tienes razón, no tengo donde caerme muerto! Pero me vendo más caro de lo que te piensas porque contigo nunca es sólo una sola misión, y además eres tan bastardo que necesito ese dinero de más para protegerme de ti llegado el caso. Así que, otomano, como no te sueltes un poco el cinturón, ¡y no lo digo en ese sentido que tanto te obsesiona...!, me temo que no voy a aceptar. Y me necesitas, así que no me tomes por estúpido y ofréceme algo que me interese de verdad. – concluyó, esta vez serio de verdad, y se le notaba.
¿No era eso, acaso, lo que quería Burak...? ¿Que estuviera serio y se tomara la negociación como eso, precisamente? Pues eso le estaba dando, pero sospechaba, probablemente con motivo, que alguien como él sería incapaz de contentarse con nada, y mucho menos si su contrario no se le sometía como esperaba que todo el mundo lo hiciera.
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Giró los ojos por enésima vez esa noche. Lo que creyó que era un reencuentro fortuito comenzaba a darle dolor de cabeza y Burak no era de los que se iban a dormir esperando que una jaqueca pasara; era de esos que desquitaba su malestar con el primer pobre diablo que se le pusiera enfrente, aunque éste fuera Miklós, un tipo que en el fondo, muy en el fondo, el hombre lobo sabía que era de esos poquísimos rivales dignos para él, a pesar de esa abúlica personalidad suya, era quizá por ella misma que era más peligroso, le daba igual morir, matar, o ambas. Y si bien esa fue su expresión hacia el exterior, su subconsciente lo traicionó, pues también dio un leve paso hacia atrás. Bufó.
Fue a responder con un «no» rotundo, no obstante, prefirió que el húngaro siguiera parloteando. Seguro algo sacaría de ese discurso arrogante. Burak era de la idea que sólo él podía poseer esa soberbia, y ahí estaba la pantera, retándolo incluso cuando no lo hacía. Entornó la mirada y comenzó a caminar rodeando a Miklós, como si lo estudiara, siempre cuidadosamente lejos de su alcance, aunque no era tonto y con las habilidades del otro, eso realmente no importaba. De todos modos, la barrera física y simbólica siempre era importante.
—Eres un bastardo. En más de un sentido. Eres doblemente bastardo —rio, se detuvo al fin y se cruzó de brazos. La herida en su pecho le dio comezón, pero ya casi era sólo un recuerdo en su piel, quedaría una cicatriz más a las muchas que ya recorrían su cuerpo de guerrero—. No quieras venir aquí con tus aires de grandeza; te pediría que me respetaras, pues ya sabes lo que soy capaz de hacer, sin embargo dudo que conozcas ese concepto. No le voy a pedir peras al olmo, o modales al gato. Lo que debo reconocerte es que sabes el valor de tu trabajo, ¿acaso eres hábil en alguna otra cosa? Lo dudo. Soy un hombre magnánimo Miklós, y estoy dispuesto a negociar… —abrió ambos brazos, para enfatizar lo que acababa de decir. Se acercó al fin y tomó con fuerza al otro de la ropa, lo zarandeó un poco y acercó su rostro al ajeno.
—No me quieras chantajear. Te doy la tercera parte de una recompensa muy grande, que es mucho más de lo que vas a ver en tu cochina vida, pero deja las amenazas o me vas a hacer enfadar, y no quieres verme enojado —lo empujó—, no quieres —reafirmó mirándolo a los ojos. Se sacudió las manos.
—Ahora el dilema es saber cómo rayos puedo confiar en ti. En este asunto y en el referente a la zorra de Azra —¿le había dicho el nombre de esa mujerzuela antes? No recordaba, y una vez que lo escupió con rabia, se dio cuenta que quizá había sido un error. No se le debían dar armas a Miklós, porque sabía usarlas.
—Ya tienes tu tercera parte, y puedo darte más una vez que saqueemos el sitio aquel, para eso tendrás que esperar, ¿puedes esperar? Eres como un niñito caprichoso que no se está quieto —se quejó. El dinero jamás había sido la motivación de Burak, como hijo de un importante militar otomano, siempre gozó de riquezas, y una vez que dejó al traidor de su padre, se labró un nombre por sí solo, y la paga siempre era generosa. No, no lo que lo motivaba era más básico y más terrible: la pura necesidad de destruir. Cercenar vidas era para lo que había nacido, el poder, el miedo y la gloria venían como añadidos, lo principal era eso, acabar con todo a su paso sólo porque podía. La maldición del lobo le había llegado como caída del cielo. O en su caso, venida y forjada en el infierno.
Última edición por Burak Arel el Lun Sep 11, 2017 9:14 pm, editado 1 vez
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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Re: Emperor of Thorns → Privado
Miklós no tenía una palabra concreta para describir a Burak Arel, y no porque no hubiera pensado, en su día, largo y tendido sobre el otomano, sino porque tratar de encajarlo en una categoría era un error, y cuando se trataba de enemigos, Miklós prefería ahorrarse los fallos así de estúpidos. Daba igual cuán insensible fuera o qué pocos sentimientos pudiera reflejar su rostro, aún y todo demasiados para alguien tan fácil de escandalizar como el otro (la pantera aún se congratulaba por su oportuno y feliz descubrimiento). Daba igual todo, porque Miklós ante todo era un animal y, como humano, un cazarrecompensas, y tenía la experiencia suficiente para saber comportarse con bárbaros como el que tenía enfrente... No, no enfrente, encima: lo agarró y lo zarandeó como si fuera un crío molesto y travieso, y no dejó de escapársele la ironía de que lo tuviera por alguien así cuando no quería pensar en Miklós de esa guisa, ¿no? ¡Así se lo había dado a entender! Lo cierto era que cada palabra que decía el otro era algo a lo que él podía sacar punta con facilidad, pero tuvo la cordura de no hacerlo, y no por miedo, sino porque sabía hasta dónde llevar sus batallas para asegurarse de obtener la victoria: eso era lo que lo hacía tan condenadamente bueno en lo que hacía que Burak Arel había vuelto a él. Así pues, corrió el riesgo de envenenarse con su propio veneno, pero sí que se mordió la lengua para evitar hablar con respecto; es más, incluso escuchó todo lo que decía el otro, aunque tuvo que hacer un enorme esfuerzo mental por separar la paja de lo realmente interesante y, francamente, agotado terminó, y ni siquiera del todo convencido de que hubiera merecido la pena.
– El respeto se gana, y desde luego cuesta más que con un simple tercio, pero me fiaré por ahora. De todas maneras, ¿qué pretendes, modales de un doble bastardo? Por favor. Si tuviera modales no me necesitarías, lo haces por cómo soy y por cómo sabes que me comporto, así que no me acuses de ser un niño cuando el que está montando berrinches porque alguien no le obedece como todos los demás eres tú, no yo. – opinó, mordaz con precisión casi quirúrgica, y tuvo el buen juicio (para que luego Burak Arel lo acusara de que era impulsivo o como un crío, ¡en su cara misma le demostraba que no era así!) de no hablar de su fulana, Azra, sobre quien probablemente investigaría... Nunca le venía del todo mal tener a mano los trapos sucios de alguien como Arel, que podía destrozarlo si quería (aunque no sin una batalla cruenta de por medio, todo sea dicho), como medio de supervivencia; Miklós se aferraría a un clavo ardiendo de ser necesario, pero si el clavo podía estar templadito y encima ser una manilla para poder sostenerla con facilidad, aún mejor. – Un tercio, pues, y parte de lo que ganemos. Con respecto al otro asuntillo, confiar en mí, ¿puede un perro confiar en un gato o sólo de pensarlo te quieres poner a ladrar? – provocó, a sabiendas de que el lobo alfa que tenía el otro dentro no se lo pasaría por alto, pero el león no atendía a ningún tipo de excusa, y si quería ser violento, lo era. Esa era la diferencia principal entre él y la comedida pantera, y la culpa de que no fuera Laborc precisamente quien dominara en la conversación que estaba manteniendo no era ni más ni menos que su interlocutor. – Creo que no te queda más remedio que tratarme bien para que así no tenga motivos para traicionarte. Si no gano nada con algo, no lo hago; me conoces bien y sabes cómo soy, así que es cosa tuya actuar en consecuencia. – sugirió el húngaro, medio sonriendo.
También era un talento del león hurgar tanto en la herida que, de por sí, estaba medio infectada, pero no era algo que pudiera atribuir exactamente a esa transformación suya porque todas y cada una, humano incluido, tenían esa mala costumbre de bailar abrazado al peligro como un estilo de vida.
– El respeto se gana, y desde luego cuesta más que con un simple tercio, pero me fiaré por ahora. De todas maneras, ¿qué pretendes, modales de un doble bastardo? Por favor. Si tuviera modales no me necesitarías, lo haces por cómo soy y por cómo sabes que me comporto, así que no me acuses de ser un niño cuando el que está montando berrinches porque alguien no le obedece como todos los demás eres tú, no yo. – opinó, mordaz con precisión casi quirúrgica, y tuvo el buen juicio (para que luego Burak Arel lo acusara de que era impulsivo o como un crío, ¡en su cara misma le demostraba que no era así!) de no hablar de su fulana, Azra, sobre quien probablemente investigaría... Nunca le venía del todo mal tener a mano los trapos sucios de alguien como Arel, que podía destrozarlo si quería (aunque no sin una batalla cruenta de por medio, todo sea dicho), como medio de supervivencia; Miklós se aferraría a un clavo ardiendo de ser necesario, pero si el clavo podía estar templadito y encima ser una manilla para poder sostenerla con facilidad, aún mejor. – Un tercio, pues, y parte de lo que ganemos. Con respecto al otro asuntillo, confiar en mí, ¿puede un perro confiar en un gato o sólo de pensarlo te quieres poner a ladrar? – provocó, a sabiendas de que el lobo alfa que tenía el otro dentro no se lo pasaría por alto, pero el león no atendía a ningún tipo de excusa, y si quería ser violento, lo era. Esa era la diferencia principal entre él y la comedida pantera, y la culpa de que no fuera Laborc precisamente quien dominara en la conversación que estaba manteniendo no era ni más ni menos que su interlocutor. – Creo que no te queda más remedio que tratarme bien para que así no tenga motivos para traicionarte. Si no gano nada con algo, no lo hago; me conoces bien y sabes cómo soy, así que es cosa tuya actuar en consecuencia. – sugirió el húngaro, medio sonriendo.
También era un talento del león hurgar tanto en la herida que, de por sí, estaba medio infectada, pero no era algo que pudiera atribuir exactamente a esa transformación suya porque todas y cada una, humano incluido, tenían esa mala costumbre de bailar abrazado al peligro como un estilo de vida.
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Re: Emperor of Thorns → Privado
Si algo debía admirarle a la pantera, era que, a pesar del descuido general con el que parecía manejarse, la realidad era muy distinta, y podía moverse con la caución necesaria, milimétrica, algo que no muchos conseguían, ya ni decir hombres como ellos, con la muerte como oficio, a su modo cada uno. Aunque Burak mismo a veces pudiera pecar de impulsivo, era lo suficientemente sagaz como para ver esa cualidad en Miklós, y aunque ahora, de algún modo, estaba ejecutando su numerito de atrevido acróbata del peligro sabiendo que tenía, hasta cierto punto, una red de protección (Burak lo necesitaba y ya lo había dejado en manifiesto), pronto encontraría quien no le aguantara las insolencias, y lo dejara caer al precipicio. No es como si al húngaro pareciera importarle, y ahí radicaba otra diferencia entre ambos de carácter fundamental. Si bien Arel no temía a la muerte, le gustaba más propinarla, ser su mensajero, o su encarnación misma, un terremoto devastador que no deja testigos. Por otro lado, Miklós era más engañoso, y a pesar de los años, el otomano aún no lograba definirlo por completo en ese sentido.
—En eso, debo darte la razón. Necesito gente tan desvergonzada e imprudente como tú —declaró con voz ronca, sin despegar los ojos lobunos de su adversario y aliado. La combinación de esos dos calificativos formaban uno mucho más soez, que no quiso decir, para no continuar una discusión que parecía no tener final. Burak era capaz de disfrutar esas reyertas verbales, pero tampoco estaba como para gastar su tiempo en ellas ad nauseam.
—Farda todo lo que quieras. —Escupió a un lado, saliva amarga de haber estado hablando más de lo que estaba acostumbrado. Era obvio que Burak no era de los que charlaran mucho—. Pero tú y yo sabemos que me respetas. —Lo señaló entre ceja y ceja, el dedo muy cerca de la frente ajena, gracias al brazo casi estirado por completo—. Un poco, ¿no? Admítelo —continuó, con un tono más desenfadado, y sonrió. No esperaba que realmente lo admitiera.
Entonces, tomó por sorpresa a Miklós. Se paró a su lado, lo rodeó por el cuello con su ancho brazo y sujetó de ese modo. Pero no en un intento de atacarlo, aunque apretó con fuerza, sino más como camaradería, si es que tal cosa era capaz de nacer de alguien como Burak.
—Ah, pantera, pantera, ¿qué acaso no te traté bien mientras saqueamos los alrededores de Aachen? No puedes quejarte. —Dio un duro golpe al pecho del otro, y no lo soltó—. Si quieres te puedes quedar con el hombre o mujer que más te parezca, y hazle lo que quieras, sólo no me des los detalles. —Quiso reír, sin éxito. Dentro de lo que cabía, Burak era un líder indulgente con sus hombres, y les permitía saciarse de todos sus vicios. Lo empujó luego, para separarse, y lo miró con una ceja arqueada, casi retador. O completamente retador, mejor dicho.
—Por eso me caes bien, eres demasiado de todo, Miklós. Me sirves, y por eso te mantengo cerca. Y lo sabes, ¿no es así? Sabes que también te conviene a ti mantenerme cerca. —Sonrió con saña, aunque habló con una sinceridad poco usual en él. Luego suspiró, cansado.
—Entonces, no se diga más, ya no voy a buscar valientes que me acompañen, contigo me basta, o dime… ¿necesitas quien te cuide la espalda? —Entonces sí que soltó una carcajada breve, pero fuerte, que ahuyentó a las aves que a esa hora descansaban en las ramas de los árboles a su alrededor. Ninguno de los dos necesitaba protección. Era una fortuna que Miklós careciera de dirección, porque si la tuviera, y poseyera esos mismos instintos de conquistador que tenía Burak, ¡adiós mundo cruel!
Última edición por Burak Arel el Miér Oct 11, 2017 9:36 pm, editado 1 vez
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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Re: Emperor of Thorns → Privado
¿Desvergonzado? ¿Imprudente? Eso, y muchísimo más, era Miklós, pero no por esa indiferencia suya que parecía que lo convertía en alguien sin nada que perder, sino precisamente por lo contrario: porque Miklós, por encima de todo, amaba el peligro, hasta el punto de lanzarse de cabeza al mismo siempre que podía. Daba igual que fuera una mala idea, que pudiera terminar muerto o mutilado; es más, ¡cuánto mejor si así era! Al magyar le satisfacía el riesgo porque lo hacía sentir vivo en medio de una existencia que había perdido mucho significado para él, le gustaba porque el dolor era un sentimiento y él anhelaba sentir cosas, lo que fuera, poco importaba al final mientras se tratara de algo. En cierto modo, su apatía y su adicción al riesgo, semejante a la que podía sentir por el opio o por las bebidas alcohólicas, estaban relacionadas, y por opuestas que parecieran, no dejaban de ser las dos caras de una misma moneda. Una moneda abollada, roma, sin brillo y casi sin valor, tal vez, pero una moneda a fin de cuentas, ya que Miklós, pese a ser muy consciente de sus fallos, no dejaba de poseer el apellido Rákóczi y los peores vicios de la familia, como ese maldito orgullo que le impedía agachar la cabeza ante las bravuconerías de Burak Arel. ¿O no se había sometido porque era un gato erizado y ningún perro haría que él y los suyos, los felinos, se tranquilizaran y obedecieran? Con toda probabilidad, había un poco de las dos cosas en su actitud, una que lo ¿premió? con cierto afecto por parte del otomano, todo lo que una bestia parda como el otro, y no precisamente por licántropo, era capaz de sentir hacia algo que no fuera él mismo, y hasta en eso tenía sus dudas. A fin de cuentas, ¿los monstruos eran capaces de sentir algo que no fuera destructivo...? Él tenía como excusa que ya no sentía casi nada, pero ¿y Arel? En fin, se quedaría sin saberlo; no es como si le importara demasiado averiguarlo.
– Prefiero tenerte cerca que como enemigo, sí, pero no buscaría tu compañía por voluntad propia a menos que las cosas estén muy mal. – replicó, tan sincero como brutal, pero así era como los dos bastardos, Miklós de verdad, se comunicaban, y aunque a cualquiera que los escuchara desde fuera le pareciera una riña, lo cierto era que estaban casi, casi de buenas. Sólo casi, claro, porque el otomano jamás sería suave y dócil, y Miklós se podía adaptar a la perfección a esa actitud, así que eso había hecho. – Ya te lo he dicho, no eres mi tipo. – repitió, testando de nuevo la capacidad de tolerar sus vicios que tenía el otro, pero apenas le dio tiempo porque volvió a centrarse en la discusión, o más bien negociación, que tenían los dos entre manos. – Pero tienes razón en algo: te respeto. No es fácil ganárselo, y lo sabes, pero lo has conseguido; tampoco buscas ganarte mi simpatía, y eso te da mucha ventaja sobre aquellos pobres ilusos que sí lo hacen. – añadió, encogiéndose de hombros y mirando a su alrededor, a todas esas aves que sus formas felinas deseaban cazar y que percibían lejos, asustadas por Arel. Esa era la diferencia entre los dos depredadores que se habían juntado en el bosque: mientras Burak era ladrador y mordedor, Miklós estaba hecho para una sutileza mayor, para la caza silenciosa pero inexorable de los gatos que atrapan ratones y pajarillos, un estilo totalmente opuesto al del otomano pero que, precisamente por eso, funcionaba tan bien cuando se juntaban. Además, en el fondo tenían más en común de lo que creían, así que la suya era una unión tan práctica como beneficiosa para ambas partes; de lo contrario, no se habría producido: tan sencillo como eso. – Me basto y me sobro yo solo. Bien, ya sabrás dónde encontrarme, estoy seguro de que los perros siguen bien el rastro, así que ya me harás saber cuándo tengo que cubrirte las espaldas, como en los viejos tiempos. Hasta entonces, lárgate de mi vista, prefiero mirar otras cosas. – se despidió, con un gesto vago de la mano, y se giró sin mirar atrás.
Probablemente había sido una idea nefasta darle la espalda al otomano, al hombre cuyo nombre era una leyenda y que lo tildaba de algo mucho peor que hombre, pero ¿qué más daba? Seguía siendo Miklós, amante del peligro, consorte del riesgo y ajeno a la muerte, que lo evitaba siempre que podía. Hacer lo contrario habría sido lo extraño.
– Prefiero tenerte cerca que como enemigo, sí, pero no buscaría tu compañía por voluntad propia a menos que las cosas estén muy mal. – replicó, tan sincero como brutal, pero así era como los dos bastardos, Miklós de verdad, se comunicaban, y aunque a cualquiera que los escuchara desde fuera le pareciera una riña, lo cierto era que estaban casi, casi de buenas. Sólo casi, claro, porque el otomano jamás sería suave y dócil, y Miklós se podía adaptar a la perfección a esa actitud, así que eso había hecho. – Ya te lo he dicho, no eres mi tipo. – repitió, testando de nuevo la capacidad de tolerar sus vicios que tenía el otro, pero apenas le dio tiempo porque volvió a centrarse en la discusión, o más bien negociación, que tenían los dos entre manos. – Pero tienes razón en algo: te respeto. No es fácil ganárselo, y lo sabes, pero lo has conseguido; tampoco buscas ganarte mi simpatía, y eso te da mucha ventaja sobre aquellos pobres ilusos que sí lo hacen. – añadió, encogiéndose de hombros y mirando a su alrededor, a todas esas aves que sus formas felinas deseaban cazar y que percibían lejos, asustadas por Arel. Esa era la diferencia entre los dos depredadores que se habían juntado en el bosque: mientras Burak era ladrador y mordedor, Miklós estaba hecho para una sutileza mayor, para la caza silenciosa pero inexorable de los gatos que atrapan ratones y pajarillos, un estilo totalmente opuesto al del otomano pero que, precisamente por eso, funcionaba tan bien cuando se juntaban. Además, en el fondo tenían más en común de lo que creían, así que la suya era una unión tan práctica como beneficiosa para ambas partes; de lo contrario, no se habría producido: tan sencillo como eso. – Me basto y me sobro yo solo. Bien, ya sabrás dónde encontrarme, estoy seguro de que los perros siguen bien el rastro, así que ya me harás saber cuándo tengo que cubrirte las espaldas, como en los viejos tiempos. Hasta entonces, lárgate de mi vista, prefiero mirar otras cosas. – se despidió, con un gesto vago de la mano, y se giró sin mirar atrás.
Probablemente había sido una idea nefasta darle la espalda al otomano, al hombre cuyo nombre era una leyenda y que lo tildaba de algo mucho peor que hombre, pero ¿qué más daba? Seguía siendo Miklós, amante del peligro, consorte del riesgo y ajeno a la muerte, que lo evitaba siempre que podía. Hacer lo contrario habría sido lo extraño.
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Re: Emperor of Thorns → Privado
Tras las palabras ajenas, vino una risa nuevamente. Esa risa como ácido que lo corroe todo, que todo lo envenena. Burak era así, como una ponzoña que se mete bajo la piel y duele, duele hasta volverte loco de pura pena; no había nada sutil en él, no era una muerte silenciosa, sino la más prolongada y brutal que se pudiera tener. Estridente, gigantesca, y si acaso hubiera algo más de refinamiento en el otomano, incluso se podía convertir en una obra de arte de carne desgarrada y sangre en los muros. Soltó aire por las fosas nasales dilatadas y asintió lentamente.
—Eres más inteligente de lo que pareces —ofendió, aunque el receptor de su grosería, probablemente sólo lo ignorara. Después no supo si sentirse insultado o halagado de no ser el tipo de Miklós, por un lado, agradecía que ese sinvergüenza no lo viera como objeto de sus bajas pasiones, pero por otro, su descomunal ego le decía desde la parte posterior de su cabeza que no era justo, pues él era el epítome de masculinidad. Sólo entornó la mirada para no hacerlo peor, pero en ese rostro de gestos que tenía bien controlados, se reflejó la breve lid interna entre esos conceptos tan contradictorios.
Al contrario que Miklós, Burak era mucho más directo, y sus pensamientos lo eran también, más sencillos si se quiere, por ello, estaba desacostumbrado a un choque tan brutal, en cambio, el otro parecía construído a base de eso mismo, de contradicciones.
—No nos pongamos sentimentales, Miklós —respondió—, pero tomaré eso como el cierre a nuestro pequeño trato. Sí, ya lo sabes, siempre tengo mis métodos para contactarte, aunque admito que este encuentro ha sido más bien fortuito. Quién lo hubiera dicho, un desarrapado como tú en la capital de Francia —se mofó e hizo un ademán con la mano, como restándole importancia.
—Sí, ya sé lo que prefieres ver, y de mi no lo vas a obtener. Me marcho, no porque tú me lo pidas, sino porque tengo cosas más importantes qué hacer. Atento, pantera, porque pronto volverás a saber de mí, y no, no es amenaza, sabrías distinguir una viniendo de mí. —Sonrió de manera misteriosa.
Sin mayor ceremonia, dio media vuelta y comenzó a caminar entre la espesura del bosque por el mismo sendero por el que había llegado, sin embargo, apenas unos pasos más allá, pareció recordar algo y se giró sobre su propio eje, para volver a ver a Miklós.
—Por favor, no te mueras antes —le dijo con ironía, para terminar de marcharse.
TEMA FINALIZADO.
Burak Arel- Licántropo Clase Media
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