Bajo la luz de las estrellas (Joe Black)

Así parecía que seríamos Joe y yo, fuego y hielo, verano e invierno; para nosotros parecían no existir los términos medios, sólo podíamos ser blanco o negro, amarnos u odiarnos. Cuando nos peleábamos, por otro lado, los gritos y las peleas parecían ser las ascuas que alimentaban el fuego de nuestra pasión. Solo él podía cabrearme, hacerme desear abofetear su cara para borrarle aquella arrogante sonrisa y, acto seguido hacerme reír y desear cada centímetro de su pálida y fría piel.

La promesa de una velada de compras y una noche a la luz de las estrellas había pospuesto mis preguntas y sus respuestas y yo, francamente, no pude negarme ante su buen humor, sus caricias y ese nuevo apelativo que él había usado conmigo: nena. Bien podía ser un apelativo que utilizaba porque no se sentía lo suficientemente familiar conmigo para usar mi nombre pero, francamente, a mi no me importaba lo más mínimo. Su voz había sonado ronca y sensual al pronunciarlo y a mi, me había recorrido un escalofrío por toda la espina dorsal nada más oirlo.

A toda prisa cogimos lo necesario para nuestra escapada entre risas y besos cómplices entre los pasillos de aquella mansión que pronto se acostumbraría a vernos juntos, a nuestras fechorías y también, al sonido de nuestros gemidos. Dinero, una cesta con lo necesario para nuestra expedición a la laguna y las preguntas en el aire. Pasamos un par de horas en el sastre de confianza de mi familia, decidiendo los trajes que mejor le sentarían, las corbatas de seda que realzarían sus ojos y los sombreros y zapatos que, aunque clásicos, le darían ese porte regio, señorial y de clase alta que él iba buscando. Yo tampoco perdí el tiempo, aproveché la ocasión para encargar un par de sombreros y llevar conmigo nueva ropa interior y saltos de cama que estaba seguría que harían las delicias con la imaginación de Joe y que incrementarían sus ganas de arrancarme la ropa tan sólo con verla.

Adoraba provocarle, excitarle y enfadarle casi tanto como él parecía adorar hacer lo propio conmigo. En apenas un día parecíamos los maestros de aquel juego del cazador y la presa sin saber bien quién era todavía el uno y el otro. Salimos de la tienda y, al hacerlo, no pude evitar admirarle, contemplarle a la luz de la luna con aquel traje ahora sí, hecho a su medida y a su gusto y que evidenciaba su belleza y su atractivo natural. -Recuérdame que no volvamos a un burdel yendo tú tan elegante y atractivo o me temo que poco podría hacer yo para apartar a las prostitutas Joe Black- reí antes de robar de sus labios un cómplice beso con tintes de pasión en él. Le deseaba, a cada instante y de cada manera y temía que aquella pudiera acabar siendo mi perdición.

Caminamos por las calles de París entre risas y besos cómplices hasta alcanzar nuestro destino. La laguna. Un lugar maravilloso, verde, fresco, rodeado de flores y en el que podían contemplarse todas las estrellas que permanecían ocultas en las zonas más céntricas de la ciudad. Extendí la manta y me libré de las medias y los zapatos que aprisionaban mis pies y mis piernas. -Parece que volvemos al principio de nuestra historia Joe Black, sólo falta que te libres de la chaqueta y desabroches tu camisa para evocar aquel recuerdo- Reí contra sus labios para acto seguido apoderarme de ellos mientras mis manos rodeaban su cintura y mi cuerpo buscaba el refrescante contacto con el ajeno.

-Y bien, ¿vas a contarme ya qué hechizo has obrado para encandilar a mi padre de esa manera?¿O tengo que superar alguna prueba más?-

Aquel inicio de noche estuvo lleno de complicidad y de risas entre nosotros. Hacia mucho tiempo que no me sentía tan humano, y la verdad es que pasear de su mano como una pareja mas procesandonos besos y caricias alejados del sexo, mas no carentes del deseo que cada uno de nosotros sentía por el otro, era algo agradable, a lo que no estaba acostumbrado. Reconozco que esto tan solo lo había sentido una vez en mi vida, y la verdad, el recordar lo que creía olvidado me daba cierto vértigo.

No tardamos en elegir la ropa en el sastre amigo de la familia, que como ya me indico Celine en su casa, nos atendió con amabilidad, y con cierta sonrisa en sus labios, creo que al vernos tan ¿acaramelados? El uno con el otro.
Observe de reojo como cogía la ropa interior, que sin duda pensaba disfrutar aquella misma noche. La imagine con ella al tiempo que mis ojos se tornaron oscuros como la misma noche que nos amparaba, mas fue Celine con un beso y forzándome a cerrar los ojos para recibirlo quien me saco de ese trance, y por suerte no quede en evidencia frente al humano que nos atendía.
-Pienso verte hacerme un baile solo para mi  con eso puesto -susurré contra su boca nada mas salimos de la tienda.
Reí frente al comentario del burdel mientras le indicaba que iría a la noche siguiente junto a su padre para celebrarlo.
De nuevo esos ojos se clavaron en los míos y una picara sonrisa se dibujo en mi rostro.
-No follare con ninguna, mas prepararte porque cuando vuelva destrozare tu lecho, eso te lo juro.

Llegamos a la laguna dando un paseo como dos enamorados, y tras entender el mantel en un paraje de ensueño, donde las flores movidas por le viento parecían desplegar lo mejor de su olor y color.
Tome asiento en la manta admirando a Celine, que como no descargo con rapidez la mordaz pregunta que llevaba torturándola toda la noche.
Reí divertido abriendo la botella de vino lentamente, alargando así el momento y como no su tortura.
Deposite el liquido carmesí  en sendas copas y le tendí una con delicadeza.
-Bebe, que esto creo que merece de sobra un buen vino -musite buscando de nuevo sus labios -tu padre ya os ha buscado prometido.

Guarde un pequeño silencio esperando su reacción, mas creo que se quedo tan petrificada, que no logre percibir nada, solo como apuraba la copa para después acercármela en silencio para que se la rellenara.
-ese hombre, soy yo -apunté con una sonrisa triunfal, mientras relamía mis labios observando su rostro -me perteneces.
Aquella ultima frase sonó ronca, y mis ojos se enrojecieron imaginado su cuerpo debajo del mio por toda la eternidad.
Deslice mis dedos por la verde hierba y trence con rapidez una anillo con ella, como había hecho tantas veces de niño al jugar con mi hermana y lo ate simulando un anillo verde, de hierba fresca.
-¿quieres casarte conmigo? -puede que mi pregunta le sonara a burla, y es posible que mi tono, así lo denotara, pues mis escudos no me permitían decirlo en el fondo como de verdad lo sentía mi alma.
No se si por miedo, porque temía que lo que sentía se volviera contra mi y me destrozara, había visto lo que el amor hacia y no quería quedar destrozado en aquel juego en el que cuando jugabas siempre acababas perdiendo.
Si, tenia miedo, miedo a sentir, miedo a caer, miedo a no poder levantarme.

Era curioso como alguien podía llegar de improvisto a tu vida y volverla patas arriba. Parecía que sabíamos hacer otras cosas diferentes a las peleas, la tensión y el sexo, Joe y yo éramos capaces de reír, de compartir besos furtivos, de robar sonrisas de los labios del otro e incluso arrancar sonrisas en la gente al vernos juntos. Cuando era niña soñaba con un príncipe azul, de brillante armadura que amara hasta el final de los tiempos y emprendiera grandes hazañas por conquistar mi corazón; cuando descubrí la farsa de relación que tenían mis padres y el monstruo que él escondía en el armario, mi ideal de amor y de hombre que compartiera el resto de mis días había cambiado, sólo deseaba un hombre que me respetara, que me tratara con decoro y quizá con el respeto mutuo ambos podríamos llegar a amarnos. ¿Y ahora? Ahora mi mundo se había hecho pedazos y ya no sabía ni lo que deseaba desde que aquel vampiro acechaba mis días y mis piernas. ¿Estaría mal desear seguir a su lado?¿Descubrir lo que el destino nos deparaba y disfrutar de los momentos que la vida nos brindara juntos?

Mucho me temía que de una manera u otra en ese juego yo acabaría perdiendo. Yo acabaría entregándome a él más de lo que él podría entregarse a mi, él ya había amado, tenía milenios de experiencia y de sufrimientos ¿Quién era yo si no un leve suspiro en su vida? Suspiré esperando sus respuestas y clavé mis ojos en los suyos que ahora estaban atareados en liberar a la botella de vino de su corcho.

Sus labios se abrieron al fin y mis ojos se libraron de aquel ensimismamiento en que me sumía cuando le contemplaba, perfecto e imperfecto a la vez. -Tu padre ya te ha buscado prometido- Aquellas palabras echaron por tierra todas mis vacilaciones e ilusiones anteriores, tenía dueño y lo había elegido mi padre. Apuré con avidez el contenido de la copa de vino y se la extendí de nuevo para que me sirviera más. No podía ser, no tan rápido... ¿Tan ilusa había sido que el hombre que minutos atrás me devoraba con la mirada ahora se alegraba de verse libre del yugo de mi persona y mi alcoba?¿Y si así era por qué mi padre había consentido que fuéramos amantes bajo sus ojos?

-Ese hombre, soy yo-Y allí estaba el hachazo definitivo. La respuesta que me libraba de mis dudas y me condenaba a una nueva vida. Él, él me había traicionado prometiéndome librarme de las jaulas de mi padre, pero a cambio, él había aprovechado mi bondad y mi predilección con él para encerrarme en su jaula particular. Apreté mis nudillos tratando de contener mis sentimientos; ira, frustración, pero sobre todo, dolor por aquella traición inesperada.

Aparté mis ojos de los suyos para evitar que leyera en ellos todos mis sentimientos, pues parecía ser experto en eso al margen de ser experto en mi piel y en causar en ella sensaciones únicas. Mis ojos se posaron sobre la verde y fresca hierba que se mecía libre al compás del viento; las manos de Joe se hundieron en ella para arrancar unas briznas de hierba, privándolas de su libertad como había hecho conmigo.

Mas lejos de arrancarlas sin más observé como sus dedos, ágiles y curtidos por el tiempo y la práctica, trenzaban aquellas briznas hasta darles forma de anillo. Aquel simple gesto, tierno, humano e infantil hizo que las facciones de mi rostro se relajaran, igual que lo hizo el ritmo de mi corazón y mis propios sentimientos.

A eso era a lo que me refería, ¿por qué sólo él parecía poder tornar mis enfados en risas? O en este caso, transformar algo que me habría enojado sobremanera en un momento único y entrañable. Elevé de nuevo mis ojos para encontrarme con los suyos, dudosos y quizá asustadizo por esta nueva aventura que pretendía emprender. -¿Quieres casarte conmigo?

Acerqué mi cuerpo al suyo y le observé por un instante. Tenía dudas, pero también sabía que si me preguntaran en este mismo instante, Joe sería la persona que más se adecuaría a lo que yo buscaba o esperaba de una relación. Mi única pregunta era ¿qué le había motivado para pedir mi mano a mi padre de una manera tan repentina?¿Sería yo tan sólo una vía de escape o, por el contrario, había visto en mi algo más que una fortuna y un nombre?

Dicen que el amor es sólo un juego y una estúpida ilusión, y el estúpido resulta ser quien decide no amar a nadie de corazón. Él tenía toda la eternidad para vacilar, y tener dudas pero yo era humana, una mera mota de polvo en su larga existencia y sólo tenía una vida para vivir, para errar y para amar. Extendí mi mano como única respuesta a su pregunta y rogué porque aquel no fuera el mayor error que cometería en mi vida pues lo último que deseaba era verme atrapada en un matrimonio como el de mi madre.

Esperé pacientemente a que sus manos posaran sobre mi dedo anular aquel anillo, infantil pero más valioso para mi que cualquier otro. Aquel anillo era el símbolo de lo que un día fue Joe Black, un humano que trenzaba anillos de hierba para otro amor, para su hermana o para alguien más y que, ahora, los trenzaba para mi. Sonreí y hundí acto seguido mis manos en la hierba para trenzar yo un anillo para él, aunque con mucha menos destreza.

Clavé de nuevo mis ojos en aquel mar glacial que eran los suyos y tomé su mano con temor a que rechazara aquel gesto infantil ahora. Puse su anillo alrededor de su dedo anular y me aproximé a sus labios. Le miré a los ojos unos instantes, los justos para tratar de adivinar los pensamientos que cruzaban su mente, sonreí y besé sus labios con lentitud, con calma y sin aquella lujuria y ansia que casi siempre escondían nuestros besos.

-¿Estas seguro de que quieres que sea yo la elegida? El matrimonio es algo serio e importante, y quiero que sepas que te ayudaría de igual modo con anillo o sin él Joe...-

Su rostro era un poema y mi inseguridad creció acompañando su gesto cuando desvió la mirada hacia la fresca hierba como si en vez de pedirle matrimonio le hubiera hundido un puñal en su pecho.
¿Acaso no deseaba casarse conmigo? ¿no ansiaba salir de la jaula de cristal de la que tanto se quejaba? Ella me había dicho que deseaba un hombre con el que compartir su mortal vida ¿acaso yo no estaba a la altura de esas expectativas?
Todas las preguntas rondaban por mi cabeza tensando mi gesto, que paso de la risa a la mas absoluta devastación en menos de un segundo.
Aunque todas esas preguntas las hubiera podido resumir en una de tener el misero valor de hacerlo ¿no me amaba?

Su dedo se deslizo con suavidad frente a mi, y yo hice lo propio con aquel anillo, que ahora se me antojaba el gesto mas absurdo de mi vida.¿Como ofrecer un trozo de hierba a una mujer que lo tenia todo? Un rubí, un diamante, eso engarzado en oro y no un trozo de campo era lo que su dedo merecía. Como aquella dama iba a querer casarse con un hombre que en vez de piedras preciosas le llevaba hierba fresca en el día mas importante de la vida de una dama.

Al menos aflojo el gesto, creo que consciente de que la oscuridad se cernía sobre mis ojos, y posiblemente temió que mi reacción acabara no solo con este futuro matrimonio si no también con su vida.
Trenzo sin ganas un anillo sonriendo, posiblemente tratando de devolverme el bochornoso e infantil regalo, que la verdad había hecho sin pensar.

Junto a ella era tan fácil dejarse llevar, que una parte de mi evoco a aquel humano que junto a mi hermana jugaba a hacerla feliz, risas inocentes de aquellos tiempos frente a una niña que como esta soñaba con que un príncipe azul viniera a rescatarla de esa vida que mi madre había dispuesto para nosotros.
Mas yo tenia de caballero lo mismo que de mortal, nada.
Estire mi dedo para sellar así un compromiso que ahora sabia que ella no deseaba, y mi corazón se torno piedra, cuando sus labios rozaron los míos con suavidad, carentes de pasión.

Sus palabras fueron la estocada final, me preguntaba como si fuera un niño si estaba seguro de lo que hacia, me hablaba de la importancia de los votos matrimoniales, y me prometía ayuda de todos modos si asumía mi retirada para dejarla en libertad para otro hombre.
-Eres mía -gruñí como respuesta.
La rabia escapo de mis labios rompiendo la noche, había aguantado demasiado, yo solo quería que mi noticia la hiciera feliz, había venido hasta el maldito lago, había preparado el encuentro mas emotivo que pude para bajo las estrellas procesarle el secreto que durante todo el día me había mantenido de tan buen humor y ahora...sus palabras eran un simple ¿estas seguro? Y sus actos..

Gruñí de nuevo incapaz de encontrar sosiego completamente enfadado, mis ojos tomaron aquella roja tonalidad antes de hundirse en los suyos.
-Me importa bien poco si quieres casarte conmigo o no -Mentí entre gritos -porque ahora tras el permiso de tu padre, eres tan mía como esta ropa que me han echo a medida. Te desposaras conmigo aunque tenga que arrastrar tu maldito cuerpo al altar y sonreirás feliz o lloraras mares de lagrimas ¿acaso crees que me importa?
No me importa ni tu felicidad, ni tu tristeza, tu eres el mero instrumento que necesito para pasar desapercibido frente a los iluminati y te voy a utilizar como tal.
He tratado de hacer esto a las buenas, pero...si lo prefieres a las malas también estoy dispuesto.

Me alce completamente furioso y esperando que no delatara la sarta de mentiras que había escupido por mi boca, esperaba que mi temple frio y autoritario mantuviera lo suficientemente altos los escudos que había antepuerto frente a nosotros pues no estaba seguro de que si me acariciaba y sus palabras mostraban el arrepentimiento de sus actos, si me confesaba amor..podría mantenerme impasible.

Sus palabras, agudas y afiladas eran como puñales que iban directos a clavarse en el centro mismo de mi alma. Ya no sabía qué pensar pues todo rastro de aquel Joe humano, sonriente y cariñoso había desaparecido tan rápido y de forma tan repentina como momentos atrás había aparecido. Mis palabras fueron malinterpretadas, mi malogrado anillo por mi falta de práctica fue tomado por un gesto de burla y la felicidad que momentos atrás empañaba mi alma se tornaba ahora inseguridad, tristeza y dolor ante aquellas crueles palabras.

En aquel instante tenía dos opciones. La primera de ellas sin duda era la más fácil, levantar los mismos muros que él había fortificado en instantes. Sería muy fácil echarle en cara todas aquellas palabras, amargar nuestros días juntos y hacerle daño de la manera que a él más le doliera pero... ¿a qué nos conduciría eso? Mi padre aprobaba el matrimonio, él no deseaba dar marcha atrás y yo, francamente, tampoco. Si elegía esa vía sólo tendría aquello que yo más odiaba y que más temía: un matrimonio como el de mis padres.

La sola idea me aterraba y algo en mi interior me decía que las palabras de Joe no eran toda la verdad. Sí, casarse conmigo le daría la apariencia de un humano corriente casado con una mujer de familia respetable y adinerada pero para aquello podría haber escogido a cualquier otra mujer con ojos en la cara y algo de sentido común pues ¿quién no desearía pasar sus días frente a un hombre como él? Acostumbradas a que nos casaran con hombres que nos doblaban la edad y el peso, Joe Black sería un caramelito dulce para cualquier joven casadera de la ciudad.

Y sin embargo, él, contra todo pronóstico había decidido que además de compartir lecho y juegos de placer compartiéramos una existencia juntos. Había química entre nosotros, cualquiera podría decirlo pero también mucho orgullo y el orgullo podría matarnos a ambos. Sí, yo era orgullosa también y podía llegar a ser fría pero también sabía cuándo era mejor tragarse el orgullo y pedir disculpas aunque la culpa no fuera sólo de una misma.

Contuve las lágrimas que amenzaban con salir de mis ojos para morir en mis sonrosadas mejillas y me levanté de aquella manta. De pie, dándome la espalda y con una pose erguida y rígida; mi mano temblorosa se deslizó hasta tomar la suya y él lentamente se giró para quedar de nuevo frente a frente. -Sí, soy tuya tan tuya como tus ropas, pero me temo que ya lo era antes de que pidieras mi mano, antes incluso de que ambos nos dejáramos llevar en el lago del palacio-. dije en apenas un susurro mientras mis ojos buscaban los suyos, más azules y más fríos que nunca.

-Te pido me disculpes por mi reacción, he de reconocer que al principio me ha dado vértigo y miedo el saber que salia de una jaula para entrar en otra, pero también es cierto que todos mis pesares han desaparecido con tu risa y con tus dedos trenzando un anillo- Acaricié con dulzura la "joya" que descansaba ahora sobre mi dedo anular -Ha sido un gesto humano y entrañable que ha bajado todas mis defensas. Habéis tratado de hacer esto por las buenas, con una velada encantadora que yo misma sin saberlo he echado a perder, habéis tratado de hacerlo bien y lo habéis conseguido Joe Black-

Posé mi mano sobre su pecho, buscando aquel hueco en el que milenios atrás un corazón latía y se aceleraba al contacto con otra piel. Sus músculos fueron relajándose poco a poco, abandonando aquella rigidez que habían adquirido, mas su rostro permanecía impasible, sin rastro de aquel hombre que momentos atrás me devoraba con la mirada y los labios y reía conmigo por las esquinas.

-De nuevo te pido disculpas si he hecho algo que haya podido enojarte Joe... soy tuya y tú eres mío, ya conoces lo que siento así que ahora te corresponde a ti el decidir cómo quieres que seamos el uno del otro...-

Caminé has la orilla de aquella laguna y, como el momento en el que nos conocimos, remangué el bajo de mi vestido para sentir en mis pies el suave contacto del agua. Aquello me relajaba y me devolvía la libertad de aquella infancia que tan rápido había pasado. Ya había dicho cuanto pensaba, y sólo esperaba que igual que yo me había sincerado y derribado mis muros para él, Joe dejara atrás su orgullo herido y volviera a ser el mismo de antes. La pelota estaba en su tejado, y si decidía no jugarla no me quedaría más remedio que caminar yo sola hasta la que de ahora en adelante sería nuestra casa.

Sus palabras forzaron a que mi cuerpo se girara hacia ella, mis ojos oscuros volvieron a ser azules cuando aseguro que era mía, tan mía como aquellas ropas, tan mía como la luna de la noche y el sol del día.
Abrí mis labios observando los suyos que ahora con el cuerpo mas relajado volvía a morirme por besar.
Me pidió perdón y hablo de aquel estúpido anillo que le había regalado sin pensar pero que tras escuchar sus palabras se me antojaba hermoso y mas aun prendido de su dedo.
No pude evitar que la satisfacción mas absoluta se dibujara en mi rostro cuando advirtió frente a mis labios que aquella velada era justo lo que deseaba y en ese instante me sentí triunfal como el gladiador que sale victorioso de la arena.
Mis manos se alargaron para acariciar su cintura mas, pronto la dama se alejo de mi hacia el agua.
De nuevo aquel juego del gato y del ratón, ella también esperaba que le confesara mis sentimientos, pero a mi me daba pánico hacerlo.

La mire pensativo unos minutos mientras ella se recogía el vestido y paseaba con los pies descalzos por las cristalinas aguas de aquel rio que reflejaba la plateada luna en sus aguas.
Tome aire tratando de bajar aquellas murallas que había pertrechado con fuerza frente a mi, confieso que estaba asustado, mas que si tuviera que luchar contra la inquisición y los iluminatis juntos.
Aquella mujer pequeña que pronto se convertiría en mi esposa estaba despertando en mi eso que los humanos llaman amor, eso que condeno a mi hermana a la destrucción eterna y yo, que jure jamas sentirlo ahora temblaba de pánico frente a ella.

Abrí mis labios para encaminando mis pasos hacia ella tras quitarme los zapatos y depositar dentro los calcetines.
-Tengo miedo -fue un susurro, algo que no repetiría jamas, mas lo mas real que le había confesado en toda mi existencia a nadie.
Se que esa frase me hubiera costado frente a mi padre la mas brutal de las palizas, y se que hubiera supuesto la deshonra para mi valiente madre. Pero si, Joe Black el primogénito de un hijo de Cain tenia miedo. No de la mortal que tenia enfrente, a la que podría matar y desangrar con la misma facilidad con la que las hojas caen otoño, si no a lo que esa mujer me hacia sentir.

Guarde silencio rodeando su cintura esperando que no me forzara a hablar mas, esperando que mis silencios hablaran mas que mis palabras y que con esa frase entendiera que nada de lo dicho con anterioridad era real, claro que me importaba ella, y sus sentimientos, también deseaba que quisiera este enlace tanto como lo deseaba yo. No quería arrastrar a una mujer llena de lagrimas al altar, si no una mujer pletórica por casarse conmigo.
Deseaba que conociera mi mundo y a mi, deseaba que me abriera no solo sus piernas si no su corazón, abrir esa jaula en la que estaba encerrada para juntos mostrarle la vida.
Viajar, conocernos, follar, amarnos, ser libres...eso quería para ella, escuchar su corazón antes de dormir y hacerlo también al despertar.

Guarde silencio para besar su cuello con suavidad, buscando la vena que llevaba su sangre caliente hacia su corazón, ese repiquetear que oscurecía mis ojos y me volvía loco de remate.
-Y ahora que según tu he echo todo bien -susurre contra su cuello, volviendo al tono irónico que me caracterizaba -¿como me lo recompensaras?

Sus manos en mi cintura me pillaron completamente de improviso, pero al sentir aquel frescor que emanaba de su piel en mi nuca, me sentí como en casa. Dejé escapar el aire que segundos atrás había contenido en mis pulmones, recosté mi cabeza en su pecho y puse mis manos sobre las suyas. Mis ojos se cerraron con lentitud, disfrutando de aquella sensación que me invadía en aquel momento; una sensación tan placentera que sólo deseaba parar el tiempo y guardar aquel momento en mi mente y en mi corazón para siempre.

Tenía miedo, miedo de mi era imposible, mas me temía que tenía miedo de él, de volver a sentir aquellos sentimientos que quedaron enterrados mucho tiempo atrás. Yo también tenía miedo, miedo a despertar y no verle a mi lado, miedo a despertar y ver que él y sus promesas sólo eran un sueño, miedo a despertar y que mi prometido fuera otro que no fuera aquel hombre que había robado mis pensamientos y mi alma misma con sus ironías, sus besos, sus caricias e incluso su mal humor.

No dijo nada más, pero tampoco necesitaba yo saber nada más para saber qué escondía en su interior. -A los hombres os inculcan de pequeños que para ser todo un hombre no debéis llorar y no debéis tener miedo, pero lo que no os enseñan es que son los más valientes e inteligentes los que sienten miedo Joe Black... El miedo es tan sólo la reacción ante un peligro y así podrás ponerle fin y remedio...-

Tampoco dije yo nada más, me limité a acariciar con la yema cálida de mis dedos el anillo,maltrecho y torpe en comparación con el que él me había regalado. Mi piel se erizó ante el contacto frío de sus labios sobre mi cuello y una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios -Me pregunto cómo haces para estremecer cada fibra nerviosa de mi cuerpo cada vez que me rozas con tu fría piel Joe Black...-

Giré mi cuerpo para quedar frente a él y desabroché los dos primeros botones de su camisa, dándole un aspecto más relajado y libre. Mordí mis labios con suavidad y llevé mi dedo índice a la curva de su cuello para recorrer alli la piel que había quedado desnuda. Estaba segura de que él no podría estremecerse ante mi tacto como lo hacía yo, pero no podía resistir la tentación de probarlo y de recorrer su piel desnuda.

-Eres el hielo que quema mi piel...-Elevé mi mirada para clavar mis ojos en los suyos y maté la distancia entre nuestros cuerpos para besar aquellos labios que, momentos atrás creí lejanos y amurallados. -La velada aún no ha acabado ¿no? Pero... igual que tú me has mostrado la parte que más te avergüenza en cierto modo de ti... yo puedo ofrecerte algo que pocos conocen de mi-

Me separé de su cuerpo con las mejillas sonrosadas, desabroché los primeros botones de mi vestido y dejé al descubierto un pequeño y fino cordón de oro que se escondía entre mis pechos. Me saqué el colgante y se lo entregué. -Es un botón de nácar de la anterior Reina de Francia. De niña soñaba con ser una princesa con un príncipe azul que me amara eternamente y emprendiera hazañas por mi...- sonreí al recordar el momento en que conseguí tan apreciado tesoro -Este botón representa la niña que fui, feliz y sin preocupaciones, ajena al mundo que la rodeaba y que pronto descubrió que los príncipes azules no existían... Tú me has entregado tu parte más humana y yo, quiero entregarte la parte más feliz e inocente de mi. Pero vaya, que si te parece poco, cuando lleguemos a casa puedes decirme qué tal me sientan un par de cosas que me he comprado mientras te probabas los trajes...-

Reí y cogí entre mis manos las solapas de su camisa para acercarle a mi y robarle un rápido beso para después separarme entre risas.

Lleve la mano con suavidad hacia aquel botón que prendía de su pecho mientras con mis dedos acariciaba casi sin darme cuenta el filo de las tetas que se dibujaban en el borde del corsee, mis ganas de ella eran evidentes, y las suyas de mi, una promesa hasta llegar a la mansión donde la alcoba y esa ropa interior que había comprado según ella serian el sumen de una noche perfecta.
Hice un ligero mohin al escuchar esas palabras, pues para mi lo perfecto hubiera sido desnudarla allí mismo y no solo con los ojos como lo estaba haciendo ahora,  tomarla sobre la arena de todas y cada una de las formas posibles que se me ocurrieran.
Mas por una noche, esperaba ser capaz de cumplir la velada esa perfecta que ella ansiaba, así que me limite a cerrar los ojos tratando de borrar mi oscuridad de ellos mientras escuchaba la explicación de ese botón que para ella era una joya y que representaba todo lo que ella ansiaba del futuro.

Vértigo, las palabras de esa mujer que pronto se convertiría en mi esposa y que soñaba con príncipes azules que con sus mil hazañas crearan para ella un mundo ideal distaba muchísimo del monstruo que tenia frente a si, y a mi me daban pánico y vértigo.
Mi mundo, no era ideal, era oscuro, lleno de sangre, terror y muerte. No era ese príncipe azul del que posiblemente su madre le hablaba en los cuentos de hadas que leía, y quedaría muy lejos de complacer a aquella niña infantil que dentro de ella anhelaba un buen hombre.

De nuevo el miedo me atenazaba, miedo que pronto se cubrió con las murallas pertrechadas que coloque frente a nosotros.
-No tengo intención de ser un príncipe azul -apunté con cierto deje en la voz -yo soy mas bien el príncipe de las tinieblas, y a mi lado la oscuridad y no la luz es lo que predominara en tu vida. ¿estas segura de que quieres casarte conmigo y no esperar al príncipe que montado a caballo te saque de tu jaula de cristal?
Ahora fui yo quien con rabia le preguntaba sobre la seguridad de su gesto al ponerme el anillo, mi voz resultaba fría y mi mirada azul gélida como el hielo.

Camine hacia la manta que aun sobre la arena nos prometía una velada llena de vino, promesas de futuro, risas, besos y posiblemente algo mas...
Por el contrario, ahora se había convertido en reproches y en inseguridades que me asolaban con cada una de sus palabras.
Era cierto que me había dicho que me amaba, o al menos algo así creí entender..pero ¿sabia exactamente que creía amar?

Deje escapar el aire de forma pesada cogiendo la botella por el cuello para llevarla a mis labios y dejar que el liquido carmesí saciara mi sed. Sed de sangre, sed de sexo, sed de alcohol. Eso y no un príncipe azul era Joe Black.
Tenia hambre, en aquel instante me di cuenta del hambre que sentía, no me había alimentado hoy y necesitaba la vitae casi tanto como el alcohol que bebía para pasar las penas y a la mujer que tenia enfrente y que no reconocería nunca necesitar.

Su cuerpo se alejó del mío y de nuevo se alzaron ante mi las murallas que momentos atrás había conseguido derribar. Me quedé allí plantada con aquel tesoro entre las manos y la sensación de rechazo en el corazón. Coloqué nuevo aquel colgante en su lugar y abroché de nuevo mi vestido.

¿Estaba segura de querer casarme con él? ¿Acaso no lo había dejado claro ya?¿Acaso no había sentido como me estremecía en su sola presencia? Caminé lentamente hasta la manta en la que ahora él descansaba, sintiendo sus ojos luchando por no enrojecerse como lo hacían sus labios con aquel vino. -No eres un príncipe azul Joe Black... pero no te confundas tampoco deseo que lo seas...- tomé su mano y volví a acercarle a mi cuerpo que ansiaba no separarse del suyo jamás en mi corta existencia.

-Eres un vampiro y dado que ahora no he hecho nada para excitarte... me temo que tus ojos rojos ansían sangre...- Deslicé mis dedos hasta sus mejillas clavando mi mirada sobre la suya y acariciando con la yema de mis dedos la piel bajo sus ojos. Abandoné aquellas caricias para estirar mi muñeca ante él con cierto temor en la mirada. -¿No duele mucho verdad mon amour?-

Sonreí de medio lado clavando mis ojos en los suyos, esperando aquel mordisco que me asustaba pero que también ansiaba. Era excitante y hermoso ver como aquel hombre ansiaba no solo mi cuerpo si no mi sangre para seguir existiendo. -No me has entendido bien... aquella niña que soñaba con princesas murió tiempo atrás... mi padre se encargó de matarla hace tiempo,pero el botón me recuerda a mi madre y a la niña feliz que fui, ilusa pero feliz-

Me acerqué a besar sus labios, con lentitud, saborando y disfrutando aquel momento que de nuevo deseaba congelar y conservar para siempre en mi mente. Disfrutaba de su rabia y su lujuria desmedida, pero también me gustaban su calma y sus debilidades ¿sabría él que él era mi mayor debilidad ahora?

-Estoy segura Joe Black, tanto como lo estoy de que aceleras mi corazón cada vez que estás cerca aunque escape a mi razón... Tanto como le estoy agradecida a mi padre por haberme "vendido"a ti y no a otro- Suspiré ante sus labios y cogí su mano para llevarla a mi pecho de nuevo, donde descansaba la cadena -Sólamente quería entregarte un tesoro intangible y similar al tuyo, tu anillo... pero no deseo que cambies así que abre bien los ojos y muérdeme, sáciate y bájame a tus infiernos contigo para ser tu reina entre las llamas Joe Black-

Aquella mujer parecía tener mas paciencia de la que a simple vista aparentaba, pues aun viéndome con los ojos rojos como el monstruo que era se acerco a mi, para depositar un suave beso en mis labios que no hizo mas que acrecentar en mi no solo el deseo de poseería si no también la sed que ahora corroía mi cuerpo con desenfreno.

Sus manos llevaron la mía sobre aquel pecho que bajo el botón tan importante paras ella y que entendía me quería regalar como símbolo de nuestro amor, podía sentir el repiqueteo de un corazón salvaje, que acelerado hacia mis colmillos crecer impactando con mi lengua.
Pronto llego lo que no necesitaba, su permiso para ser mordida, mas yo no deseaba que fuera asi, no quería que la primera vez que probara su sangre fuera de forma tan fría.
-Llámame romántico -apunte con sorna, antes de arrancar de un tirón su preciado botón y anudar aquel colgante a mi cuello -mas no sera así, no de ester modo como saboree por primera vez vuestra preciada vitae carmesí.

Mi mano se deslizo por su cintura pegándola mas a mi cuerpo, creo que podía evidenciar mi infinito grado de excitación, mas un jadeo contra sus labios creo lo remarco mucho mas todavía
-Quiero volver a a mansión, ya nada se me ha perdido en el lago y por lo contrario, todo en esa habitación que ahora compartimos.

Se que mis palabras eran egoístas, se que realmente sus intenciones en el lago eran pasar una velada, sin sexo, solo otorgándonos caricias y miradas cómplices, pero no me sentía preparado para eso, aun no. Era cierto que por ella sentía algo especial,algo que no estaba aun dispuesto a etiquetar, que ardía en cólera solo de pensar que otras manos pudieran rozarla, y que la idea de que su padre me la hubiera otorgado en matrimonio lograba hacerme sentir triunfal y lleno de dicha. Mas aun asi, no estaba preparado para bajar todas mis murallas y dejarla entrar, al menos no sin juegos, no sin el mínimo resquicio de poder defenderme para pertrecharlas de nuevo ante el mas infimo atisbo de duda.

Seguía asustado, y mis miedos no dejaban que disfrutara de un simple paseo bajo la luz de las estrellas, se que eso era lo que quería, que tomara su mano y le dijera lo afortunado que me sentía, que la colmara de besos y caricias y le jurara como ella acababa de hacer amor eterno, necesitaba oír de mis labios una promesa de fidelidad y como no, escucharme decir que nunca antes había amado de ese modo.
Quizás podría haber pronunciado todo eso sin temor a equivocarme en ninguno de esos puntos, mas de hacerlo, hubiera despojado mi corazón de todo aquello que durante siglos lo había protegido y la idea de sentirme indefenso resultaba tan...abrumadora, que simplemente guarde silencio frente a ella.

-Quizás, podríamos pasear un poco antes de volver -apunté mas otorgando que siendo sincero para decirle que en parte yo también deseaba complacerla, que el colgante que ahora pendía de mi pecho también era importante para mi, que apreciaba su gesto infantil tanto como ella decía apreciar el mio, mas esas palabras no salieron y mi gesto fue simplemente un tirón del cordón y un tenderle la mano para pasear...ambas cosas parecían encerrar desgana, mas realmente no era así con ninguna.

Las mismas manos que con destreza se deshacían de mi ropa para tirarla por la habitación, tiraron ahora de la cadena que pendía sobre mis pechos para arrancarla con destreza y colgarla ahora de su cuello. Sonreí ante tan rudo, varonil y posesivo gesto encantada de que al fin comprendiera el significado de aquel regalo, un regalo tonto y aparentemente sin mucho valor pero que esperaba que él supiera apreciar.

Sus sentimientos se me antojaban indescifrables, casi tanto como sus intenciones. Tan pronto abría un resquicio de su corazón como levantaba murallas, podía abrirme una puerta y cerrarme mil ventanas en un sólo gesto. El truco parecía estar en saber interpretar sus silencios y apreciar el más mínimo detalle como si de un tesoro escondido se tratara.

En menos de cinco minutos salieron de sus labios propuestas muy diferentes, huir de nuevo a la mansión para recluirnos el uno en las piernas del otro en mi habitación o, quizá ahora debería empezar a llamarla nuestra habitación. Y al rato, un romántico paseo bajo la luz de las estrellas. Le miré extrañada ante esta nueva proposición y me paré frente a él tomando su rostro -No veo por qué hemos de irnos de aqui para gozar el uno de la piel del otro... del calor de mi cuerpo sobre el tuyo y del frescor de tus labios sobre mis pechos... Sé que deseas complacerme Joe Black, pero no soy la muñeca frágil de porcelana que tú tienes en mente-

Alparecer nos quedaba conocer mucho el uno del otro y lo que era más, debíamos aprender a congeniar y a encajar el uno con el otro si no deseábamos que aquella relación estuviera destinada al fracaso. Relación, tomé aire sintiendo de nuevo aquel vértigo que atenazaba mi pecho y amenazaba con hacerme salir huyendo. Debía acostumbrarme a esa nueva situación en la que ambos nos encontrábamos sin perder mi esencia en el camino pues, si mi padre y ningún otro hombre habían podido domarme, tampoco dejaría que Joe Black lo hiciera seduciéndome.

-Enséñame a luchar, a defenderme... y así te demostraré que no soy tan frágil y que no serviré sólamente para recibir a visitas en nuestra mansión, tocar el piano y abrirme de piernas para ti... Enséñame a luchar y déjame seguir siendo ese espíritu indómito que busca hacer sufrir a su padre no siendo una joven sumisa-

No esperé a que él me concediera el permiso necesario para que me enseñara. Giré mi cuerpo con cierta vergüenza de desnudarme tan abiertamente frente a él. Desabroché los botones de mi vestido y dejé que todo su peso cayera sobre la fresca hierba, dejándome sólo con el corset, las medias y el liguero que mantenía unida mi ropa interior a las medias. Me deshice también de los zapatos y trencé con premura mi pelo, excitada por la adrenalina del momento y de las nuevas experiencias -Ayúdame a hacer insufrible la existencia de mi padre Joe y yo te ayudaré a ser el perfecto humano y católico que todos esperan para que no te descubran... Conviérteme en tu demonio y yo te haré parecer un ángel-

Mi futura esposa no se quería ir de aquel paraje paradisíaco donde las estrellas parecían indicarnos el camino de la rendición.
Relaje mis hombros frente a ella, mientras una sonrisa picara invadió mis labios al sentirla cerca hablándome de sentir nuestros cuerpos nuevamente pegados.
No tarde ni dos segundos en que mis ojos se oscurecieran frente a la falsa promesa de rodas robre la tierra enredando nuestros cuerpos en uno, deseaba por encima de todo poseerla y aunque yo pensaba que por esa noche ella ansiaba solo romanticismo, me di cuenta de cuan equivocado estaba.

Mas pronto mi gozo quedo en el pozo, cuando nuevamente la caza del gato y el ratón comenzaba entre nosotros, deje escapar el aire pesado casi al tiempo que Celine escapaba de entre mis manos, dejando mi falo erguido con intenciones claras.
La vi como se medio desnudaba, mas no para saciar ni mi sed, ni mi hambre, si no para que le enseñara a pelear como un hombre.
Juro que la idea me aturdía ligeramente.
¿Buscaba salir de su jaula a golpes?

Aun así, dispuesto a complacerla y pensando como después de dejarla en casa iria al burdel a complacerme a mi mismo, deje caer la chaqueta a un lado arremangando las mangas de mi camisola.
-Esta bien nena, ataca -la anime a que viniera contra mi con todas sus fuerza, mientras mis ojos recorrían aquellas ligas que se enganchaban al corsee que portaba y que estaba haciéndome enloquecer por momentos.
-Mas te diría que frente a tus rivales portes algo mas de ropa, o solo pensaran en lo que yo pienso ahora -añadí con cierta sarna y la voz ronca por la excitación.

No tardo en intentar sin ningún éxito asestarme el primer golpe y a ese le siguieron otros igual de fallidos, me movía con tanta rapidez que ni tan siquiera era capaz de olerme, y empezaba a divertirme verla enfurruñada con el ceño fruncido y la respiración agitada.
-me estas poniendo mas cachondo de lo que ya estaba -advertí al observar desde mi posición de eterna superioridad su pecho subir y bajar sin pausa, mientras su trenza lateral empezaba a deshacerse por le esfuerzo y el sudor perlado caía por su frente.

Me acerque a ella tan rápido que ni lo noto y pronto pegue mi pecho a su espalda para tomándola con una de mis mano inmovilizar las suyas.
Deslice mi dedo con suavidad por sus costillas hasta alcanzar el hueco que quedaba entre estas introduciendo mi mano suavemente en el.
-Aquí ¿lo notas? Ese es el sitio justo donde has de clavar la estaca rumbo al corazón de un inmortal, el resto de golpes serán vanos.

Nuestra respiración se entremezclo cuando la gire de frente para mírame mientras con su mano sujeta buscaba ese hueco en mi pecho que deseaba tocara y que me hacia vulnerable frente a ella.
Entreabro mis labios ansioso de encontrarme con los ajenos mientras ella parecía concentrada en mi pecho y donde debería clavar esa estaca que quizás su mente estaba pensando que seria el mejor y único modo de librarse de mi.

Mis intentos por alcanzarle y golpearle parecían ser en vano. Era raudo como un rayo en una noche de tormenta, un instante se encontraba a mi lado y cuando me disponía a golpearle ya no se encontraba allí. Él se divertía con aquella situación y su cuerpo y su respiración no parecían inmutarse por tanta distancia recorrida y con tanta velocidad. Por el contrario, mi cuerpo comenzaba a sentir los estragos que semejante esfuerzo físico causaba.

Estaba acostumbrada a las largas carreras y caminatas a lomos de un caballo, sin embargo aquel ejercicio era completamente nuevo para mi. Mi pecho subía y bajaba frenético amenazando con escapar del corset, mi respiración era acelerada, el sudor perlaba mi frente y mi cabello comenzaba a rebelarse escapando cada vez un mechón nuevo de la trenza.

detuve mis intentos de perseguirle por unos instantes, necesitaba recobrar el aliento o pronto caería desmayada entre sus brazos reforzando la idea de aquella muñeca de porcelana que él tenía de mi. Cerré mis ojos y llevé mi mano al pecho para tratar de tranquilizar esa respiración desbocada mas mis intentos fueron en vano al sentir pegada a mi espalda aquel cuerpo que emanaba frescor, el cuerpo de mi prometido.

Mi piel se erizó al sentir el tacto de sus dedos sobre mi piel, recorriendo mis costillas con lentitud para mostrarme el punto mismo de su debilidad, el único lugar que le haría vulnerable a mi o a cualquiera que quisiera hacerle daño. De nuevo frente a frente, alientos mezclados y besos dibujados en la mirada y en la piel. Mis manos buscaron inconscientemente aquel punto que él me había indicado en su piel. No ansiaba saber cómo matarle sino encontrar el hueco mismo por el que acceder a su corazón, a lo único que le mantenía con vida, atado a mi.

Junté mi frente con la suya y con lentitud busqué sus labios para darle un beso, largo, sensual y lento buscando detener el tiempo con aquel beso. Buscando hacer estremecer su piel como él hacía estremecer la mía cada vez que le tenía cerca. Cogí su mano y la deslicé hasta mi pecho que aún subía y bajaba con cierta agitación -Este es también mi punto débil Joe Black... mas tu no necesitas clavarme una estaca para matarme, me temo que te bastaría con romperlo en mil pedazos para matarme...-

Dejé mi cuerpo junto al suyo el tiempo suficiente para calmar mis emociones y mi respiración y, tras este tiempo, alcé mi mirada hacia la suya y le sonreí -Estoy lista para intentar vencerte de nuevo y creo, que esta vez ´se como hacer que caigas a mis pies...-

Sus cejas se alzaron y en sus labios se dibujó una sonrisa socarrona y altiva que me invitaba sin palabras a probar aquello que había dicho. Se alejó de mi unos pasos, invitándome a que le cogiera como tantas otras veces había intentado momentos atrás. Sonreí triunfal y, en lugar de ir tras él como él esperaba que hiciera, me giré y deshice una a una las cintas de mi corset sintiendo su mirada clavada en mi. Una vez liberada de aquella prisión tiré la prende hacia donde Joe estaba y giré mi rostro con una sonrisa pícara.

La reacción no se hizo esperar y, tan rápido como él huía de mi, se acercaba ahora, ansioso de mi y mi piel desnuda entre sus manos. Le dejé hacer, creyéndose el vencedor y, cuando se disponía a meter sus manos por dentro de mis bragas llevé mi mano hacia su punto débil, el acceso mismo a su corazón. -El sexo te hace débil mon amour... ahora mismo estarías muerto... Va a resultar que luchar semi desnuda síi puede ser una ventaja para alguien como yo-

Giré mi cuerpo pegando mis pechos desnudos a su pecho cubierto por la camisa y llevé mis labios contra los suyos para morderlos con picardía. -¿Cuándo me enseñas a usar los cuchillos?-

Su pecho subía y bajaba salvaje cuando su frete fue apoyada con delicadeza sobre la mía, cerré los ojos un instante, dejando que el aliento de mi prometida me embriagara de deseo.
Su respiración acelerada y sus labios entreabiertos eran el pecado capital de la lujuria echo mujer y bajado a la tierra para arrastrarme a los infiernos.
Hablaba de convertirme frente a los ojos del mundo en un buen cristiano, mas dudaba tanto que frente a ella este hombre pasara por un santo cuando lo único que deseaba era meterse entre sus piernas como la serpiente del paraíso.

Mi mano llego a su pecho, que con suavidad notaba aquel palpitante corazón que bajo ella seguía el palpitante ritmo de las aguas que corrían a nuestro lado.
Abrí los ojos encontrándome con su mirada, que dilatada penetraba en el fuego de mis ojos.
Hablaba de que ese era su punto débil, mas aunque no lo creyese también el mio, y no porque en mi pecho una estaca resultaría mortal, si no porque ella y solo ella disponía del modo de sin estaca amortajar a un corazón ya sin vida, pero que en este ultimo día había vuelto a sentir.

Sonreí contra sus labios de forma socarrona cuando esta se separo dispuesta de nuevo, no solo a entablar batalla si no a ganarme la guerra.
Que ingenuas eran las mujeres, yo era un monstruo y ella solo una mortal ¿como pensaba ganarme aquella mano de cartas, si yo tenia todos los ases en la manga?

Me separe lo justo y necesario para que de nuevo comenzara el baile, donde de sobra sabia que sus pies no seguirían el ritmo, mas para que mentir, me excitaba verla jadear, y ya que esa noche parecía no permitirme lograrlo con mi pene en su vagina, al menos podía disfrutar de su imagen haciéndola sudar de lo lindo.

Lo que no esperaba es que los ases que creía tener bajo mi manga fueron ganados por la escalera de color que ella tenia entre sus pechos.
Pues tiro de las cintas del corsee liberándolos, y como una mosca a la miel, camine hacia mi perdición.
No tarde nada en buscarlos entre jadeos, mas menos tardo ella en hundir su mano en mi pecho mientras reía por mi ingenuidad.
-mi señora, si tocar sus pechos y saborear su piel me cuesta la vida, que asi sea.
Mis labios se apoderaron de los ajenos cruzando el precipicio de su boca que irresistible me esperaba para no dar tregua a mi lengua.

Rei frente a la siguiente pregunta, ¿en serio esa loca era la mujer que pensaba hacerme parecer un buen hombre?
-Dejaremos las dagas para cuando cubras tus pechos o yo desahogue mis ganas, no quiero perder nuevamente frente a la desnudez de tu cuerpo y la calidez de tus piernas.
Rei de nuevo admirando su cuerpo semidesnudo, aquella mujer era la manzana del eden, ahora entendia la biblia y sus paradojas. Quizás así pensaba convertirme en cristiano.

Su cuerpo pedía el mío a gritos y, sabía que si le hacía esperar más tiempo para saborear las mieles de mi piel, él no dudaría en buscar otras piernas en las que clavar una y otra vez su hombría para saciar sus instintos más básicos. No, aquello no era lo que yo deseaba, yo le deseaba cada noche entre mis piernas, descubriéndome nuevos placeres de ese mundo de perversión suyos, quería ser su mujer, pero también su amante y su confidente y, el día que él me sustituyera por otra, no sabía bien qué haría, lo único que sabía era que ese día no sería dueña de mis actos.

Giré mi cuerpo para quedar frente a él; miré sus labios que se me antojaban como la manzana del Edén por la que Eva se había condenado para la eternidad, no me importaba condenarme para toda la eternidad si sus labios eran el precio, no me importaba condenarme una eternidad si él me esperaba en el mismo infierno.

Relamí mis labios sin apartar mi mirada de los suyos, pegué mi cuerpo al suyo, salvando la distancia ínfima que nos separaba y, con una sonrisa traviesa cogí sus manos para guiarlas a mis pechos. Inspiré profundamente al sentir sus manos de nuevo sobre mi piel y deslicé mi mirada hasta la suya, buscando ver la reacción que provocaba en él -Que nos cueste la vida a los dos entonces Joe... porque me temo que yo daría la misma vida por sentirte otra vez dentro de mi...-

Esperé tan sólo un instante antes de hundir mis labios sobre los suyos. Le necesitaba, necesitaba besarle y aquel torrente salvaje que eran sus caricias y sus embestidas. Mi lengua pronto buscó a su fiel compañera para enredarse con ella, empezando de nuevo esa danza sensual y, mis manos, fueron directas a los pantalones de aquel vampiro que encendía mis más bajos deseos. Liberé con ansia su miembro, totalmente erecto ante mis besos y mi contacto y lo comencé a masajear con suavidad mientras mis labios abandonaban los suyos para atacar ahora su cuello, su clavícula y su pecho.

De nuevo,una mirada traviesa cargada de intenciones nada inocentes y mis rodillas doblándose para quedar arrodillada frente a aquella erección que rogaba por clavarse entre mis piernas y hacerme gozar. Ahora sería él quien gozara plenamente...-¿Sigues queriendo ir a nuestro cuarto?- pregunté antes de pasar mi lengua y mis labios con lentitud por su hombría -O prefieres tomarme aquí, bajo el abrigo de la luna... con las estrellas como testigos y sin tener que reprimir nuestros gemidos-

Sonreí antes de introducir nuevamente su miembro entre mis labios, para comenzar a recorrerlo lentamente, como horas atrás había bajado el tirante de mi vestido... quería hacerle enloquecer y que lo hiciera lentamente para que me suplicara que le diera más.

Un ronco gemido escapó de entre sus labios cuando introduje su miembro completamente en mi boca y, como respuesta, una sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro. Sus manos pronto buscaron mis cabellos para amarrarlos y marcarme así el ritmo que debía seguir pero, eso no era lo que yo tenía reservado para él así que me deshice de su agarre y continué con mi ritmo lento, recorriendo su miembro con mi lengua para,de pronto, aumentar el ritmo y volverlo casi frenético.

Sus músculos se tensaron y sus manos volvieron a aferrarse con fuerza a mis cabellos. Ahora le dejé hacer, consciente de que pronto escaparía de entre sus labios aquel gemido final,símbolo de su sumo éxtasis. En efecto, no pasó mucho tiempo hasta que aquel gemido hizo su aparición, un gemido ronco y gutural que no hizo otra cosa que excitar aún mis sentidos y con él su simiente sobre mis labios, desbordándolos.

Aparté mis labios de su miembro y me aparté de su cuerpo, dejándole un instante para reponerse. Él era mi manzana del Edén y yo acababa de probar el fruto prohibido y solamente deseaba probarlo cada noche...