AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Palimpsest → Privado
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Palimpsest → Privado
“How I adore you, Marya. How well I chose. Scold me; deny me. Tell me you want what you want and damn me forever. But don’t leave me.”
― Catherynne M. Valente, Deathless
― Catherynne M. Valente, Deathless
Un alma en pena. Desde hace siglos, a eso se reducía su existencia. Un ciclo infinito, un uróboros que se devora a sí mismo y sin final. Una y otra vez. Una caída que no termina por concretarse. Nunca llega al suelo, y se vuelve a repetir. La cordura en su vesania se veía comprometida. Pero él, como un guerrero o como un zarévich, se aferra a lo único que le queda.
«Masha, oh Masha, ¿dónde estás?» rogaba al silencio y al demonio, a la magia que lo trajo de vuelta en una media vida, a dios, también. Cuando pasaba tanto tiempo desde la última vez que había visto a su querida Marya, comenzaba a desesperarse, a hundirse de a poco en el desasosiego. Para él, para este que ahora era, Koschei el que no puede morir, cada chica en la que se había fijado, era su amada, una nueva representación de ella; porque en la tragedia que era su existencia, existía ese aliciente, para mantenerlo anclado al mundo terrenal.
Entre lápidas y neblina, tocaba y no la piedra de viejos sepulcros olvidados, cuyos nombre grabados estaban ya deteriorados por el tiempo. Su paso, ligero y raudo, no producía sonido alguno. Las verjas del cementerio crujieron en sus goznes, anunciando que el guardia había cerrado por esa noche el camposanto. Lo había visto un par de veces, un buen hombre, anciano, que le hablaba por las noches a su mujer muerta. Pero Koschei lo sabía, esa dama no había corrido con la suerte que él y se había ido, para siempre.
Continuó su recorrido. La noche comenzaba a refrescar, ¡ah! Cómo le hubiera gustado poder sentirlo. Se quedó quieto, en un cruce de dos caminos, uno que llevaba a la capilla y otro a los mausoleos familiares. Ahí observó a su alrededor, y a lo lejos, distinguió una figura. Estaría perdida, se dijo. No sería la primera vez y cuando estaba de buenas, ayudaba a esas personas a llegar hasta el dormitorio del guardia, para que éste abriera las rejas y finalmente se fueran.
Koschei era como la luz de una vela que con el viento amenaza con apagarse. Iba y venía, su corporeidad era caprichosa. Y de ese modo, como hombre y como sombra, fue hasta allá, donde el invitado inesperado estaba. Sin embargo, antes de estar suficientemente cerca, pudo verla… ¡era ella!
«Masha, oh Masha, aquí estás» exclamó para sus adentros y se decidió hacerse presente. Tornarse sólido, hacerse pasar por un vivo, cuando en realidad estaba muerto. Pero había muerto por ella, por Marya, y ahora volvía a vivir por ella, también.
—¿Se encuentra perdida? —Al fin habló, acercándose por la espalda de la chica. «Masha» se repetía en su cabeza. Pero no iba a asustarla, usualmente, había aprendido muy bien, ellas no recordaban que en otra vida se habían amado, y Koschei se encargaba de recordárselos—. Es tarde y el guardia ya ha cerrado el lugar, ¿necesita ayuda? —Se acercó galante, pero con cautela.
Su ropa, una capa de viaje negra con botones de cobre y pantalones a juego, con un pañuelo color sangre, era elegante, pero no parecía pertenecer a este lugar. Ni a ninguno. Parecía salida de un lugar más lejano, más complejo, que la simple realidad tirana que nos somete con sus verdades. Eso era precisamente lo que Koschei desafiaba cada día y cada noche.
Koschei- Fantasma
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 07/08/2016
Localización : París
Re: Palimpsest → Privado
A su paso por el jardín se tomó la libertad de cortar un par de rosas blancas, mismas que ella había cultivado. Era ya una tradición visitar a Johan con dichas ofrendas. El cochero enseguida le llevó hasta el cementerio Montmartre, el transcurso del viaje ocurrió sin ninguna novedad. Al descender del carruaje la joven con una voz apenas audible pidió que se retirará puesto que solía quedarse horas a charlar junto a la tumba de quien había visto como mentor y padre. La pelirroja se abrió paso entre las penumbras, apenas guiada por la luz argenta que se derramaba suave enm la tierra fría, la misma espesura que cubría parte de las tumbas alrededor. Se arrodilló depositando las rosas frente al discreto mausoleo y ofreció con las manos entrelazadas una oración. Por ella y por Johan quien seguramente estaba complacido de tenerle a su lado aunque sea por unos breves instantes. Sobre la bóveda encapotada las nubes navegaban inquietas, hacía poco frío y no se mostraba indicios de ventisca. Movió con suavidad la caperuza para poder percibir mejor las cosas inmóviles a su alrededor.
Los arbustos, los robles gigantescos que se mecían a la merced de una suave brisa. La fealdad misma que imperaba en un área de desdicha y lobreguez.
–Nuevamente contigo– susurró una Brechtje sonriente, aferrada a la idea que pudiese escucharle.
Y aunque había realizado ese saludo miles de veces anteriormente, en esta ocasión realmente anhelaba que Johan le escuchara y guiara sus pasos en ese nuevo panorama que la colocaba como única heredera de una fortuna que nunca pidió poseer. En ese entonces el hombre le pidió aceptar su lugar como hija, él estaba demasiado cansado y enfermo y ella era demasiado débil para confrontar su decisión. Así que aunque se veía asustada en ese mundo de cristal, trataba de dar lo mejor de sí para poder sobrevivir. Acarició con cautela el grabado en la piedra y no fue hasta que la presencia, la mirada de algún ser extraño se clavó sobre ella que se giró ligeramente para descubrir el origen de dicho vistazo en la penumbra. Un ligero sobresalto le hizo llevar su diestra hacia su pecho, se apartó unos centímetros del hombre pero sin dejar de mirarle, no esperaba alguien más le hiciera compañía en un momento tan íntimo.
–Yo… no Monsieur– soltó con un ligero nerviosismo –Visito a un familiar, pero creo que soy una despistada, no me percaté que casi ya no hay más personas a esta hora–
Trató de sonreír pero se retractó de mostrar esa faceta poco común en ella con un extraño. La indumentaria en él resultaba sobria, encantadora. Quizás algún viajero extraviado en ese mundo de fantasía llamado Paris.
–¿También hace una visita Monsieur?– espetó y creyó había preguntado algo que estaba fuera de su incumbencia, pero era tarde para retractarse.
Los arbustos, los robles gigantescos que se mecían a la merced de una suave brisa. La fealdad misma que imperaba en un área de desdicha y lobreguez.
–Nuevamente contigo– susurró una Brechtje sonriente, aferrada a la idea que pudiese escucharle.
Y aunque había realizado ese saludo miles de veces anteriormente, en esta ocasión realmente anhelaba que Johan le escuchara y guiara sus pasos en ese nuevo panorama que la colocaba como única heredera de una fortuna que nunca pidió poseer. En ese entonces el hombre le pidió aceptar su lugar como hija, él estaba demasiado cansado y enfermo y ella era demasiado débil para confrontar su decisión. Así que aunque se veía asustada en ese mundo de cristal, trataba de dar lo mejor de sí para poder sobrevivir. Acarició con cautela el grabado en la piedra y no fue hasta que la presencia, la mirada de algún ser extraño se clavó sobre ella que se giró ligeramente para descubrir el origen de dicho vistazo en la penumbra. Un ligero sobresalto le hizo llevar su diestra hacia su pecho, se apartó unos centímetros del hombre pero sin dejar de mirarle, no esperaba alguien más le hiciera compañía en un momento tan íntimo.
–Yo… no Monsieur– soltó con un ligero nerviosismo –Visito a un familiar, pero creo que soy una despistada, no me percaté que casi ya no hay más personas a esta hora–
Trató de sonreír pero se retractó de mostrar esa faceta poco común en ella con un extraño. La indumentaria en él resultaba sobria, encantadora. Quizás algún viajero extraviado en ese mundo de fantasía llamado Paris.
–¿También hace una visita Monsieur?– espetó y creyó había preguntado algo que estaba fuera de su incumbencia, pero era tarde para retractarse.
Brechtje Swan- Humano Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 09/12/2015
Re: Palimpsest → Privado
“Oh, I will be cruel to you, Marya Morevna. It will stop your breath, how cruel I can be. But you understand, don’t you? You are clever enough. I am a demanding creature. I am selfish and cruel and extremely unreasonable. But I am your servant. When you starve I will feed you; when you are sick I will tend you. I crawl at your feet; for before your love, your kisses, I am debased. For you alone I will be weak.”
― Catherynne M. Valente, Deathless
― Catherynne M. Valente, Deathless
—Oh, lamento haberla asustado —dijo y avanzó despacio hacia ella. La hierba bajo sus pies crujió, un sonido que sólo podía escuchar cuando se solidificaba por completo, y esto sucedía sólo cuando deseaba algo en concreto. La deseaba a ella, ahora, Masha, volchitsa, ¡era ella! La alegría que sentía en su interior no se vio reflejada en su exterior, su rostro se mantuvo serio, pero amigable también.
Miró un segundo más a la joven y luego la tumba que visitaba. Lo entendió y lamentó que esa persona se hubiera ido definitivamente, que no se hubiera quedado atrapado aquí, como él. Pues quería, en ese momento, darle ese regalo a la chica, pero no pudo. Avanzó de nuevo, se acercó más y la luz de la luna delineó de manera más nítida los rasgos de ella. Aunque, a base de años y años, Koschei ya los había memorizado.
—Suele suceder. Es sólo que no es común encontrar gente sola. Ya sabe, las personas tienden a temerle a los muertos, aunque creo que a quienes deberían tenerle miedo es a los vivos —continuó con ese semblante impertérrito, pero cercano, afable.
—Podría decirse que sí, que estoy visitando —suspiró—, pero a nadie en específico. Este sitio me trae paz —quizá porque le recordaba el cementerio allá en Rusia donde su cuerpo descansaba—. Me gusta pensar que vengo a ver a todos aquellos que han olvidado —miró el cielo, lo recorrió con ese par de ojos azules que parecían dos sombríos y profundos pozos, para luego, volver a prestarle atención a ella.
—¿Necesita que la escolte a la salida? ¿O prefiere quedarse un rato más con…? —Movió la cabeza para tratar de leer la inscripción de la lápida. No se veía tan desgastada como otras y pudo leer el nombre. Entornó la mirada, ¿qué habría sido ese hombre de ella? ¿Un padre? ¿Un abuelo? ¿Un esposo? De ser lo último, sería la primera de todas sus Maryas que resultaba viuda. Pero no preguntó, muerto como estaba, entendía los límites de los vivos al hablar del sueño eterno.
Tampoco hizo amago de querer irse. Oh no, no iba a dejarla ahora que la había encontrado. Simplemente se quedó ahí, con su ropa negra que se confundía con las sombras del lugar, y sus ojos garzos que brillaban con inusual ímpetu.
—Cualquiera que sea su respuesta, madeimoselle, debo decirle que han cerrado el cementerio, tendríamos que molestar al cuidador. Pero lo conozco, un hombre amable, no se enojará —advirtió. Habló de la tarea en conjunto, que ambos iban a llevarla a acabo, porque no, no iba a dejar que se escapara. La había buscado por demasiado tiempo como para dejar que eso sucediera.
Caminó hasta quedar de frente a la lápida a la que ella había llevado flores. Sonrió de lado como un zar que va a conquistar tierras nuevas. Como un lobo. Como un espíritu que sabe de lo que es capaz.
—Rosas blancas. Son mis favoritas —la soslayó—. ¿Puedo saber su nombre? Somos dos extraños en la noche, quisiera que dejáramos de serlo —era encantador, embaucador, podía sacarle un secreto a un cardenal o a un criminal sin problema alguno y utilizó esa misma habilidad ahora, sólo para saber su nombre, aunque al final, se trataba de ella, Marya.
Koschei- Fantasma
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 07/08/2016
Localización : París
Re: Palimpsest → Privado
A simple vista parecía que se trataba de un ser humano como cualquier otro, sumergido entre aquellas sombras que les rodeaban. Brechtje mantuvo un semblante sereno con aquel extraño, aun cuando él inició su breve recorrido a su alrededor no se inmutó por alejarse o pedir ayuda. Pues, existía algo hipnótico en aquel joven de apariencia noble. Los orbes de la pelirroja repararon en cada detalle; una mirada lánguida pero con un extraño fulgor que tan solo remarcaba un poco más el tono celeste, la indumentaria que claramente lo delataba como un forastero perdido en tierras de fantasía. Cualquier otra mujer se hubiese sentido inhibida o hubiese huido ante aquella presencia sombría, no obstante la neerlandesa parecía sentirse extrañamente atraída hacia el tono grave de la voz ajena y el embrujo de su acento.
–Descuide monsiuer, es solo que no pensé alguien más gustara de dar paseos bajo la luna en medio del camposanto–
Respondió sin apartar su mirada.
–Que irónico ¿Cierto? Nuestros temores siempre están enfocados hacia cosas que no podemos ver o sentir– suspiró –Parece que los seres humanos somos un tanto extraños–
Acomodó un par de mechones que cayeron repentinamente sobre su frente. Con un poco de torpeza en sus movimientos. Y es que, a pesar de las clases con sus tutores la chica simplemente poseía un carácter soñador y errante.
–Si me permite decirlo, creo que nadie es olvidado si su recuerdo aún prevalece en la memoria de quienes los amaron, eso de cierto modo nos vuelve inmortales, nos permite desafiar el tiempo–
Sonrió con calidez. Algo muy extraño e inusual en ella, pues aquel semblante distraído pocas veces era perturbado por una línea semi curva en los labios diminutos.
–Johan Swan– respondió sin titubeos –Él fue mi padre Monsieur –Aquellas oraciones aunque cortas estaban perfumadas de una sinceridad abrumadora. Porque lo menos que podía hacer por aquel hombre que alguna vez se hizo cargo de ella, era rendirle el tributo necesario a su memoria, coronándole con el adjetivo de verdadero progenitor.
Asintió ante la proliferación ajena.
–Si conoce de tal modo al guardia, debe ser porque pasa horas en este lugar–
Fue inevitable no sentir una extraña conexión con aquel sujeto. Brecthje no era la clase mujer que soñara con grandes lujos o reuniones de alta alcurnia. Sus pensamientos se liberaban mejor en lugares inusuales como lo era Montmartre, los sembradíos, el malecón. Cualquier otro escenario donde no se sintiera sofocada por cosas triviales. De no ser por el luto que seguía guardando a Johan seguramente hubiese cantado un par de versos hacia las almas que ahí descansaban.
–¿De verdad? Debe ser un designio el que nos hallemos en este sitio entonces–
Estiró la diestra para presentarse debidamente. Había aprendido ciertas cosas en sus clases como mujer de abolengo.
–Brechtje Swan. Soy neerlandesa pero hace un año que llegué junto a mi padre a la capital, él enfermó y poco se pudo hacer por rescatarle del abrazo frío de la muerte– suspiró –Pero como se lo mencionaba hace un momento, su recuerdo prevalece en mi mente y corazón–
La brisa acarreó el perfume sutil de la rosas ahí depositadas y el nuevo cuestionamiento de la chica.
– ¿Cuál es su nombre Monsieur? Al igual que yo me parece que no es de aquí, no había visto alguien como usted anteriormente–
–Descuide monsiuer, es solo que no pensé alguien más gustara de dar paseos bajo la luna en medio del camposanto–
Respondió sin apartar su mirada.
–Que irónico ¿Cierto? Nuestros temores siempre están enfocados hacia cosas que no podemos ver o sentir– suspiró –Parece que los seres humanos somos un tanto extraños–
Acomodó un par de mechones que cayeron repentinamente sobre su frente. Con un poco de torpeza en sus movimientos. Y es que, a pesar de las clases con sus tutores la chica simplemente poseía un carácter soñador y errante.
–Si me permite decirlo, creo que nadie es olvidado si su recuerdo aún prevalece en la memoria de quienes los amaron, eso de cierto modo nos vuelve inmortales, nos permite desafiar el tiempo–
Sonrió con calidez. Algo muy extraño e inusual en ella, pues aquel semblante distraído pocas veces era perturbado por una línea semi curva en los labios diminutos.
–Johan Swan– respondió sin titubeos –Él fue mi padre Monsieur –Aquellas oraciones aunque cortas estaban perfumadas de una sinceridad abrumadora. Porque lo menos que podía hacer por aquel hombre que alguna vez se hizo cargo de ella, era rendirle el tributo necesario a su memoria, coronándole con el adjetivo de verdadero progenitor.
Asintió ante la proliferación ajena.
–Si conoce de tal modo al guardia, debe ser porque pasa horas en este lugar–
Fue inevitable no sentir una extraña conexión con aquel sujeto. Brecthje no era la clase mujer que soñara con grandes lujos o reuniones de alta alcurnia. Sus pensamientos se liberaban mejor en lugares inusuales como lo era Montmartre, los sembradíos, el malecón. Cualquier otro escenario donde no se sintiera sofocada por cosas triviales. De no ser por el luto que seguía guardando a Johan seguramente hubiese cantado un par de versos hacia las almas que ahí descansaban.
–¿De verdad? Debe ser un designio el que nos hallemos en este sitio entonces–
Estiró la diestra para presentarse debidamente. Había aprendido ciertas cosas en sus clases como mujer de abolengo.
–Brechtje Swan. Soy neerlandesa pero hace un año que llegué junto a mi padre a la capital, él enfermó y poco se pudo hacer por rescatarle del abrazo frío de la muerte– suspiró –Pero como se lo mencionaba hace un momento, su recuerdo prevalece en mi mente y corazón–
La brisa acarreó el perfume sutil de la rosas ahí depositadas y el nuevo cuestionamiento de la chica.
– ¿Cuál es su nombre Monsieur? Al igual que yo me parece que no es de aquí, no había visto alguien como usted anteriormente–
Brechtje Swan- Humano Clase Alta
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