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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Amara J. Argent Sáb Ago 27, 2016 2:32 pm

"Abandon all hope..."

Incidente tras incidente habían acontecido la vida entera de la cazadora, al punto que sosiego tal como el que había experimentado las últimas semanas, solo lo podía entenderse cómo el peor de los augurios. Para la castaña era difícil mantener el escepticismo en un mundo que había probado ser imposible. Después de los varios percances en las pasadas noches de caza, Bastien, su padre, le había obligado a ocuparse de triviales quehaceres, como lo eran la etiqueta, las relaciones sociales y por supuesto, el negocio familiar, después de todo el apellido Argent no se mantendría solo, era su destino convertirse en matriarca una vez su padre falleciera, pero bien sabía ella, que de todos los Argent que pudieron sobrevivir a la caza, ella era la menos indicada para la tarea; el gran y poderoso linaje de los cazadores de plata estaba condenado a terminar con ella.

Fue una sorpresa para Amara cuando su padre le ordenó a unirse al grupo de caza de aquella noche. La luna, en su máximo esplendor, reflectaba la luz del sol, iluminando la noche como no lo había hecho en años. Su grande y redonda figura, coronada como la madre de astros y bestias, combinaba perfectamente con las estrellas titilantes en el cielo negro. Como todas las noches de luna llena, licántropos corrían libres bajo la forma que heredaron a su progenitora; sólo los cazadores más osados se atreverían a buscar presa en el auge de su némesis, por estrategia no era los más indicado, no obstante, no tenían muchas opciones, al menos no aquella noche.

Habían estado siguiendo el rastro de un lobo de prudente proceder, situación que proporcionaba un toque de complejidad a la cruzada.  Según el registro de Bastien, aquel licántropo no había cometido otro crimen diferente a retener información. Decía el cazador que el hombre que daba la cara por la bestia conocía datos de considerable valor, datos que ayudarían a ubicar a los posibles autores intelectuales del crimen de la 'lune rouge', la noche en la que las congéneres de la castaña fueron brutalmente asesinadas ante el gélido terror de su mirada. Luna tras luna, los vívidos y sangrientos recuerdos de aquellos trágicos sucesos perseguían  a la cazadora, convirtiendo su existencia en lo que ella pensaba era una incoherente paradoja. Lo cierto era que la mujer que nunca antes había doblegado su voluntad era solo una fachada, una construida por su padre, en la que había colocado hasta el último rezago de su fe esperando convertirse algún día en eso que había aparentado con tanta dedicación.

Con antorcha en mano el grupo de cazadores ingresó en el pantano, esparciéndose en el lugar con el fin de abarcar un mayor terreno. Un simple silbido bastaría para que una horda de salvajes hombres,con ansias de sangre, saltaran sobre la pobre bestia a la que habían estado siguiendo el rastro; después de todo, habían estudiado con cuidado la tierra sobre la que posaban sus pies. Solo bastaron un par de minutos para que Amara se encontrar del todo sola, a paso furtivo la castaña se adentraba cada vez más en las húmedas tierras. El silencio reinaba el ambiente y la quietud de las circunstancias solo indicaba que hasta aquel momento la caza no había sido satisfactoria. No obstante, solo un segundo fue suficiente para que lo que hasta el momento había sido calma tomará la forma de un desgarrador alarido, que en un eco se convirtió en el bramido de los hombres que salvajes se dirigían al epicentro del alarmante clamor.

A paso ligero y con las gemelas en mano la cazadora seguía los rugidos de sus compañeros de cruzada, que uno a uno iban desapareciendo entre el espesor de la maleza. Para cuando la castaña había llegado al lugar del que procedía tan estruendoso fragor, todo rastro de sonido se había desvanecido, dejando en reemplazo uno de sangre. Sintiéndose enferma, la joven siguió las hojas tinturadas por el líquido carmesí,  dejándose llevar por el fuerte y ferroso aroma que alcanzaba a inundar sus fosas nasales. Aquello que se abrió ante sus ojos le dejó perpleja.

No...  —Musitó entrecortado, presa del horror ante aquello que sus ojos presenciaban.

En su vida la joven había sido espectadora de horripilantes sucesos, algunos incluso, habían sido perpetrados por ella misma; No obstante, tan terrible masacre como la que se presentaba ante ella solo había visto una vez. Las imágenes de los desmembrados cuerpos de su madre y hermanas hacían perfecto juego con los de sus compañeros caídos. La cazadora sintió como el mundo parecía venirse abajo nuevamente, las gemelas cayeron de sus manos temblorosas al tiempo que su cuerpo cayó sobre el lodoso suelo ensangrentado. Arrastrándose Amara se acercó a uno de los tantos cuerpos tendidos en el piso, en sus últimos respiros, un joven cazador le brindaba una mirada de espanto, de su boca desbordaba un río de sangre y en su mano sostenía una pequeña espada de plata que aún se encontraba limpia.  El muchacho no tuvo oportunidad de defenderse e incluso si la hubiese tenido, carecía de experiencia pues aquella había sido su primera... Y última caza. Con cuidado la cazadora sostuvo entre sus brazos al joven que en un último y costoso exhalar abandonó el mundo.

Incontrolables lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Amara, su respiración agitada era lo único que resonaba en el lugar. Sin poder evitarlo, un grito lleno de impotencia y dolor surgió de sus cuerdas vocales, desgastando hasta el último respiro en sus pulmones. La joven permaneció inmóvil en su lamento hasta que el crujir de unas ramas acompañado de un breve rugido despertaron su instinto. Con disimulo, ella agarró la mano que sostenía la espada del cuerpo sin vida del joven cazador y levantó la mirada esperando encontrar cualquier cosa menos aquella que apreció entre las ramas.

De entre la maleza, Amara observó alzarse la silueta del lobo a quien ella misma había perdonado la vida. El cuerpo del hombre se cubría del carmesí líquido que los cadáveres derramaban e incluso sus ojos, que en rojo intenso brillaban, clamaban venganza.

Lo siento tanto  —Susurró casi inaudible, transportando sus irises del asesino a la víctima y una vez dicho esto, sin sentirse capaz de sostener más la mirada sobre el cadáver otro segundo, la cazadora perdió su mirada en la nada — cualquier cosa que esté pensando hacer, lobo, más le vale que la haga ya.


Última edición por Amara J. Argent el Miér Ene 18, 2017 3:38 am, editado 3 veces


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Mensaje por Cameron D’ Lizoni Sáb Sep 10, 2016 12:53 pm

Cuando cedes ante la sed de venganza, cuando das paso a la bestia y permites que el dolor y la ira sean tu guía…, no hay marcha atrás. La moral adopta un nuevo sentido y las prioridades se tornan de una oscuridad que jamás pensarías tocar. Cameron no era el mismo, estaba perdido en un mundo que empecinado en hacerle ver la realidad lo golpeó de la peor manera que podría alguna vez haber imaginado. Sus emociones amenazaban con no existir, no habitaba la piedad que alguna vez bailaba en sus ojos…, estaba enfocado en un solo objetivo y acorralado por un inusual dilema, uno que se yacía de pie ahí tan cerca sosteniendo claramente la espada de plata que el cazador planeaba usar en él.



Su objetivo era simple: vengarse. Acabar con aquellos que lo acabaron a él, sin importar quienes fuesen, todos sufrirían el mismo destino. Es por ello que se adentró en el bosque con la ayuda de Malachai, quien a pesar de su pensar no lo dudo a la hora de ayudarlo.  

Era la primera vez que el hijo mayor de los D’Lizoni cometía tal atrocidad, que su alma libre esparcía tanto odio y tal aberración ¿qué diría su madre de verlo aquí y ahora? Con el cuerpo manchado de sangre; con la prueba del delito marcada en su rostro. Qué diría él una vez esto termine y su conciencia regrese a la vida. Qué haría de encontrar a la distintiva cazadora de esencia singular que semanas atrás en lo que él hasta ahora llama un acto de total falta de sentido común, salvó su vida. Sus preguntas pronto encontraron rumbo al sentirla junto a los cazadores que mató junto con su amigo. Se diría que en aquel instante algo dentro de Cameron detonó, sin embargo, es difícil saber con exactitud el qué. Escaneó el lugar buscando sentir otros como ella, pero no, no estaban lo bastante cerca como para dar con su paradero y Malachai había accedido a recorrer los alrededores en busca de otro lobo o algún cazador novato dispuesta a canjear respuestas a favor de permanecer con vida. Pero, ¿la mataría a ella también? Durante noches se preguntó qué haría si ella aparece en medio de su caza furtiva, bien, ahora descubría la respuesta.

La observó con detenimiento, ¿acaso esperaba que la atacara? No la culpa, él esperaría lo mismo de verse en su posición, de encontrarse con tal escena y un lobo sediento en la maleza. Salió a la luz de la luna, tan solo unos arruinados pantalones cubriendo su cuerpo que hasta hace unos momentos era la representación en carne viva de la bestia de la que los de sentido común huyen. Su torso desnudo manchado de sangre, los puños cerrados mientras, sin analizar por qué, se forzaba a no perder el control: no con ella.
—¿Acaso crees que te haré lo mismo que a ellos? inquirió consciente de que su tono tan solo destilaba ironía y sarcasmo aun no siendo aquella su intención. Ella no era la única que tenía permitido actuar con incoherencia. Quizás de rehusarse a enfrentarla pagaría una deuda que sabía no existe, tal vez de ignorarla a ella y la espada de plata en su mano, solo tal vez la sacaría de la conciencia que se esfuerza en callar.

Se acerca lo suficiente para hacerlo prudente, ambas manos aun en puños y precavido, sigiloso en cada momento. La mira con curiosidad, aguardando por su movimiento. Consciente de los cuerpos tirado en la tierra, a quienes masacró con ayuda de Malachai.
—Sinceramente lamento si es tu novio algunas de las bestias que yacen sin vida —dijo sin el mínimo atisbo de remordimiento pues de alguna forma el hecho de plantearse aquella probabilidad despertó alguna clase de sentimiento que bien sabía eran celos—. ¿De verdad esperas que te ataqué por igual, no es así? —preguntó una vez más, insistiendo en la respuesta.


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Mensaje por Amara J. Argent Miér Sep 28, 2016 7:04 pm

"I want to be faithful, I want to be raw"

Aquella no fue la primera vez que la existencia de otro ser feneció entre sus brazos. La joven cazadora apretó los parpados con fuerza, siendo esta la única forma de eludir el mar de cadáveres que se extendía ante su mirada. Sus pestañas se entrelazaron y súbitamente, Amara se encontró a sí misma doce años en el pasado, en un siniestro recuerdo evocado del más lóbrego rincón de su memoria, reviviendo con furor el fatídico suceso que fragmentó su vida en dos. En la imagen que afloraba en su cabeza, la cazadora pudo detallar la silueta de una pequeña, quien temblorosa sostenía el cuerpo sin vida de otra muy parecida a ella. Los dientes de una sanguinaria bestia se habían hundido en el cuello de la chiquilla, provocando una prominente herida por la que borbotones de sangre se desbordaron, tinturando sus ropas del carmesí líquido que se escapó de sus venas junto con su vida misma.

La castaña relajó los párpados y permitió que sus ojos divisaran nuevamente la masacre a su alrededor, manteniendo la vana esperanza de que aquello se tratase sólo de una fraudulenta alucinación; infortunadamente, no le tomó mucho tiempo determinar que aún conservaba intacta la cordura, o al menos la mayor parte de ella.
La temperatura del inerte cuerpo que se tendía entre los brazos de Amara comenzó a descender, contrastando a la perfección con el húmedo y gélido ambiente del pantano. El álgido tacto del cadáver contra su piel le estremeció hasta los huesos, recordándole aquello que aún tenía la obligación de enfrentar, pues prevenido, el licántropo causante de tal atrocidad aún se encontraba a unos pasos de distancia, impaciente por una respuesta.

La castaña bajó la mirada y con una de sus manos cerró los ojos de su compañero caído, quien en su rostro aguardaba la más desmesurada expresión de pavor que alguna vez hubiese visto.

¿Y por qué no habría de hacerlo? —La joven liberó el agarre, permitiendo que el cadáver se desplomase finalmente sobre el cenagoso suelo. Por algunos instantes, la mirada de la muchacha acompañó al fallecido; sólo entonces, cuando no se sintió capaz de sostener la vista en el crimen, cedió a devolver la mirada a su perpetrador— ¿Dígame por qué no? si ambos estamos al tanto de que no me debe nada y permitirme ir con vida sería un error.

Amara se levantó del suelo con los pantalones enlodados y  las ropas cubiertas de la sangre, blandiendo en su mano derecha la espada de plata que asió del cadáver de su compañero. En pie, observó detalladamente la postura de su oponente: sus dientes apretados, su espalda tensionada, su mirada recelosa y por supuesto, unas amenazantes garras hablaban por él, delatando lo que parecía querer ocultar. El lobo aguardaba a la defensiva y su inquietante semblante fue quien le delató. La cazadora supo instantáneamente que aquel que enfrentaba no tenía intenciones de atacarle, pero se encontraba segura que cambiaría de opinión después de pronunciar las palabras que tenía en mente.

¿Qué sucedería si fuese yo quien asesinó a su madre? — Soltó con frialdad, La posibilidad era engañosa, más la cazadora la pronunció como si se tratase de una verdad absoluta.

Tras su primer encuentro en los callejones, la curiosidad que aquel hombre había despertado en Amara, le había llevado a realizar un extenso trabajo de indagación a espaldas de su padre. Bien sabía ella que para mantener a salvo la vida de la criatura primero debería conocerla, o al menos así excusó consigo misma la intromisión en la vida de la Bestia. Nada fuera de lo ordinario parecía haber acontecido en lo que llevaba de existencia el licántropo, al menos nada diferente al asesinato de su madre a mano de un grupo de cazadores que ella bien conocía. Por su aspecto, la joven conoció desde el primer instante en el que sus ojos se toparon con el hombre, que se trataba de alguien con una acomodada posición socioeconómica, de alguien cuyo primer instinto nunca fue matar, alguien que fue arrastrado de determinada estabilidad a un caos total… de alguna u otra forma aquel lobo recordó a sí misma.

¿Acaso seguiría conteniéndose a hacerme daño?  — Prosiguió, su respiración era tan agitada como los latidos de su corazón. La sola idea de lo que pensaba hacer con aquella espada, aquella que con firmeza empuñaba, le hacía estremecer —¡Hágalo, lobo, hágalo!  —demandó— hágalo antes de que tenga que hacerlo yo.  

La castaña sostuvo sus irises pardos anclados sobre la bestia, no obstante, no se sintió deseos de analizarle más, pues aquello dejaría de tener trascendencia después de su siguiente acto y el silencio aparentaba ser la única respuesta correcta. Repentinamente Amara alzó la espada y por la expresión que surgió en rostro del lobo comprendió estaba dispuesto a defenderse, más supo también que debió tomarlo por sorpresa cuando la dirección del arma que sostenía se tornó hacia ella misma. La sangre de sus compañeros no solo se encontraba en las manos del licántropo, estaba en las suyas también y entonces apareció la muerte como el castigo más apropiado para semejante crimen.


Última edición por Amara J. Argent el Dom Oct 30, 2016 12:47 am, editado 1 vez


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Mensaje por Cameron D’ Lizoni Sáb Oct 08, 2016 1:25 pm

Son infinitas las variables que atacan a un ser a tal punto de desfragmentarlo en millones de piezas irreconocibles del rompecabezas original. Son tantas las probabilidades de sentir dolor, frustración, agonía…, tantas que ni aquellos que se creen invencibles, inmortales y todopoderosos están escapos a tales tretas del universo. Son tan infinitos los momentos y tan irónica la vida que esta noche se empeñaba a poner a Cameron en medio de tal predicamento: vengar a la mujer que amó desde que abrió los ojos por primera vez o matar aquella que causaba tantas incertidumbre con tan solo una mirada y tan escasos encuentros.

Tan pronto como observó las intenciones de la cazadora aún sin nombre se apresuró a arrebatar la espada de sus manos y lanzarla tan lejos como le fue posible, tan lejos de él…, y de ella. Cómo un humano era capaz de moverlo sin siquiera pensar…, se preguntaba en cada subida y bajada que daba su pecho agitado no por sus acciones pero por lo que ella causaba ¿quien se creía para haber aparecido así en su vida? ¿Por qué había aparecido trayendo consigo esta rafaga de sensaciones que el lobo nunca antes experimentó en ninguna de sus vida anteriores?
El tiempo no estaba a su favor, y las palabras que en un entonces fueron su más hábil arma, carecían de lógica alguna.

Son tantos los momentos que pueden llevar al más fuerte, incluso, a dividirse en más de uno. A no diferenciar con razonabilidad lo correcto de la locura, locura que le observaba con ojos firmes. Tan pronto como se acercó a ella, tan poco como duró aquel instante en el que sus respiraciones se encontraron y sus ojos se enfrentaron, tan pronto como aquella breve eternidad duró terminó, lo bastante pronto como para quitarle el aliento.
Imponiendo ahora distancia entre ambos la observó con detalle y reconoció tal expresión, la había visto antes con otro rostro y otro corazón…, ¿Qué haría él si fuese ella la perpetradora?
¿Existe siquiera la necesidad de plantearlo? Y es que se debatía si era lógico la afirmación que gritaba con euforia que ella era inocente, que se trataba solo de palabras llenas de ira y dolor…, y vaya que él conocía a la perfección aquellos sentimientos.

Dejó caer los hombros exhausto, era la primera vez que Cameron cometía tal atrocidad, era la primera vez en años que se sentía tan cansado. Su cabeza era un devenir de pensamientos y comandos que jugaban dentro de él sin importarle el efecto en su poseedor. Bien sabía que una vez todo acabe, él también lo haría; estaba consciente que una vez encuentre el fin a su misión sería por igual, su fin.

Su cuerpo bien parecía derrotado, allí tirado contra un árbol, mirando consternado pero su mente...su mente estaba lista para seguir atacando en cualquier segundo. A cualquier más dudaba si tal afirmación la incluía a ella. Por una breve milésima claramente la bestia accedió en desaparecer y dejarla ir por esta ocasión sin embargo, las reclamaciones de la mortal le incitaban y se vio a sí mismo temiendo lo peor.

Realzó su cuerpo, erguido como la bestia que llevaba dentro y una vez más se apresuró hacia ella tomándola de las manos como si las fuese a atar, respirando su aire, el sangre y la humedad que los rodeaba.
—¿Quiere acaso que deambule por la tierra sabiendo que maté a quien no debía morir? ¿Que no le basta con el sufrimiento en el que me veo perdido, Mademoiselle? —farfulló gobernado por la furia, sus ojos poseídos por un color amarillo centelleante que lo abrazaba como si se en una hoguera se encontrase.
Algo en ella era diferente, estaba seguro de ello, su aura no era como la de los demás cazadores.
No le debo nada, está usted en lo correcto pero por más que vea una bestia donde se esconde el hombre, le aseguro que mi ira jamás se extendería a quien no la merece y usted no es como ellos —. puntualizó sabiendo que le entregaba en bandeja la oportunidad de cortar su yugular y servir su cabeza a los de su clase.
Ejerció aún más fuerza en su agarre y sin titubear un instante sentenció: Dígame, en cambio ¿cómo sabe usted que busco el asesino de mi madre? Pues de no ser la perpetradora debe conocer quien sí lo es. Digalo y le juro que jamás tendrán nuestros caminos que cruzarse una tercera vez.   Por más que ordene ser ejecutada estoy por seguro que sabe el precio que acarrea la muerte y que tal regalo no está hecho para todo mundo; no en cualquier momento.


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Mensaje por Amara J. Argent Jue Nov 10, 2016 3:39 am

"The first time"

Era aquella la primera vez que había intentado quitarse la vida y si bien no aparentaba ser la mejor de las decisiones, al menos le pertenecía.

Dos lobos y una luna llena, tinturada con la sangre de sus congéneres, hacían parte de la razón por cual, a partir de tal punto, la vida de la cazadora prosiguió bajo el acecho del infortunio, uno que, obviando su existencia material, se fijaba sobre carga que le oprimía el pecho, despojándole gradualmente de su voluntad. Para entonces,  nada de lo que poseía era realmente propio, ni la ropa que vestía, ni las armas que blandía, ni siquiera los motivos por los que luchaba; todo era posesión de su padre, el odio, la venganza e incluso el palpitar de su corazón. El hombre que le crío la había hecho su guerrera, una que combate por naturaleza, calla cuando se le ordena y baja la cabeza a la hora de la reprimenda. Una que doblega la voluntad de aquellos a su alrededor pero nunca la de su creador.

La vida de Amara se había tornado en un espiral de costumbres instruidas por su progenitor, costumbres que había procurado no alterar, al menos no antes de toparse con el hijo de la luna, que en ese preciso momento, se erguía unos pocos centímetros por encima de su cabeza. La castaña se mantuvo inmóvil, inhalando grandes cantidades de aire, tratando de contener su agitada respiración. La bestia le incitaba a mirarle a los ojos, a enfrentar el hecho de que lo sucedido no tenía punto de retorno. En lo que llevaba de existencia, la cazadora nunca fue dueña de sus acciones, ni tuvo albedrío de disfrutar la particularidad de una primera vez. Era cierto que la joven había experimentado algunas: La primera vez que empuñó sus dagas, la primera vez que sus manos se mancharon de sangre ajena y la primera vez que se mancharon de su propia sangre pero ninguna digna de celebrar, ninguna realmente suya.

Aquel instante fue diferente, peculiar. Nunca antes, en ninguna otra situación posible, la cazadora hubiese permitido que una criatura de la misma estirpe de quien le sostenía por los brazos, se acercase a ella de tal forma. No había motivo aparente para permitir semejante riesgo, pero aun así la joven no opuso resistencia. Simplemente permaneció en silencio, contemplando la presión que ejercía el agarre del lobo sobre su piel, escuchando sus palabras con atención.

Había perdido el control, no parcialmente, por completo y no había situación que temiese más que a aquella. La imagen de los cuerpos de los cazadores que yacían sin vida a su alrededor le golpeó de repente, recordándole que el perpetrador de tal atrocidad era quien, impetuoso, se imponía delante suyo. Un mar de emociones le golpeó entonces. Confusión, ira, dolor, miedo, desolación. Invocó al odio que engendró su padre en ella durante años, pero nunca llegó. Le molestaba, detestaba no poder despreciar desde lo más profundo de su corazón a la bestia que tenía en frente. Quizá se trataba de un momento de estupidez, o quizá era el resultado de inoportuna curiosidad, de cualquier forma, ella era la cazadora y a pesar de ser el hombre quien daba la cara, él era la presa. No haberla dejado morir había sido un error, pues ahora ella se encontraba en la obligación de matarle, incluso aunque cada fibra de su cuerpo desaprobaba la sola idea. Evidentemente, Amara cedió, no conocía libertad y tampoco quería poseerla, las enseñanzas de su padre eran todo lo que le restaba y en efecto, la única razón por la que aún seguía con vida.

Se equivoca, usted, señor — Su voz se cortó, un nudo se armaba en su garganta, evitando que las palabras fluyeran, posponiendo lo inevitable. Sólo en ese momento la cazadora se sintió capaz de anclar su mirada sobre la del lobo — Soy exactamente igual a ellos.

La parca expresión que adornaba su rostro se desvaneció, siendo reemplazada por el efusivo talante de la batalla. Para entonces el agarre del lobo era flojo y le fue sencillo a la cazadora librarse de él, un movimiento inesperado quizá, pues de un sólo golpe logró confundir a su adversario.

El hijo de la luna lucía indiscutiblemente sorprendido.

Usted cree que conoce lo que es el sufrimiento pero permítame decirle que no tiene idea

El licántropo intentó defenderse, por supuesto en cuestión de fuerza él le superaba con creses, más ella conocía cómo ser más ágil. Amara saltó sobre él, haciéndole perder el equilibrio y eventualmente caer, quedando ella montada sobre la parte baja de su torso. Una vez inmovilizado su adversario, con celeridad, la cazadora retiró del interior de su bota la última defensa que le quedaba, una pequeña y brillante daga de plata que apoyó ligeramente sobre el corazón de la bestia.

La muerte no es un beneficio para nosotros, lobo— Las garras del lobo, que hasta el momento se habían anclado con profundidad en sus muslos, ahora se clavaban en sus antebrazos, mientras hilillos del líquido color carmesí brotaban de las heridas y se resbalaban escandalosos sobre su dermis — Usted y yo, somos muerte y la muerte no es justa, así que no tiene el derecho de irse de aquí con la idea de que todos quienes perecieron en sus manos merecían ese destino.

Amara empujó ligeramente la daga, dibujando un punto de sangre con su filo sobre la piel del licántropo. La cazadora estaba al tanto que un poco de fuerza bastaría para atravesar el órgano que mantenía con vida al lobo, no obstante, su mano, carente de firmeza dejó caer la daga, casi involuntariamente. Aunque persistía en negarlo, ante la presencia del lobo  emergian en ella sensaciones que, por más que intentaba, no podía comprender y que por la condición que los hacía enemigos naturales prefería no hacerlo.


“¿Qué se supone que haga contigo, lobo?”


Se inquirió a sí misma perdida en sus cavilaciones. El lobo soltó su agarre sobre los brazos de la cazadora y lanzó la daga tan lejos de su alcance como le fue posible, justo de la misma forma que lo había hecho con la espada. Amara permaneció sobre él algunos instantes, observando al hombre de la misma forma en la que él le observaba; en silencio y con la calma que sobreviene a la tormenta. Sin embargo, justo cuando la joven se dispuso a levantarse, de soslayo, sus ojos captaron la silueta de una bestia completamente transformada, a unos pocos metros de distancia. Era evidente que Cameron no había ejecutado a todos los cazadores sin ayuda y claramente, el ángulo desde el que observaba la criatura no era el más favorable.

La bestia gruñó amenazante y avanzó en su dirección. Sin reparar en el lobo que aún se encontraba bajo su peso, desarmada, la cazadora salió a correr entre el pantano, mientras el licántropo corría tras suyo.

Con cada paso, las botas de la cazadora se hundieron más y más en el cenagoso terreno, perdiendo de esta forma su presuroso andar. Solo unos segundos bastaron para que la bestia le alcanzara. Sin darse cuenta, de un momento a otro, se vio a sí misma atrapada del cuello por las garras del lobo, quien, salvaje y amenazante le mostraba los colmillos. Amara luchó e intentó liberarse, más la fuerza ejercida por el lobo era sobrehumana, estaba perdida y bien lo sabía, más había algo singular en la forma en la que la bestia le observaba. El aire comenzó a faltarle y cadenciosamente, el mundo se oscureció ante sus ojos. Sin embargo, sólo cuando sintió el ardor de las punzantes garras enterrándose bajo su piel, dispuestas a desgarrarla, reconoció al dueño de los ojos que despiadados ansiaban su muerte.

Kai… — susurró  la castaña en un último aliento antes de perder el conocimiento.


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Mensaje por Cameron D’ Lizoni Dom Nov 13, 2016 10:28 pm



What do to when mind and heart does not match?



Maldiciones, lunas llenas…, cazadores tras los suyos...los suyos, peculiar aquella palabra para él pues tal significado era limitante un tiempo atrás al vivir aún en Italia. Cameron disfrutaba la vida que ningún lobo con todo el estatus del mundo podría privilegiarse, llevaba un distintivo que le hacía resaltar entre los demás: paz. Su madre, que no cargó con la maldición por unos años, incluso antes de adquirirla, le enseñó a diferencia de su padre, que su principal objetivo en la vida era ir liviano, caminar de tal forma que ni titulo, ni adversidad o enemigos le hiciesen decaer y vaya que aprendió bien. Jamás conoció del todo los motivos de sus padres y sin duda no era capaz de abrir las ultimas palabras de su madre que su padre le entregó antes de embarcarse de regreso a Francia, el sobre permanecía en su residencia, al final de un cajón cuya llave procuró perder con mero propósito.  


Los propósitos de D’Lizoni distaban de convertirse en lo que son hoy día. La bestia liberada e instalada a todas sus anchas en su interior jamás tuvo motivos para existir. La sangre que le manchaba nunca tuvo intención de llegar a sus manos. Empero, aquí y ahora se encontraba, tan lejos del camino que alguna vez transcurrió, tan inverso a lo que solía ser…, tan dominado por la rabia, el dolor y la sed de venganza. Sin embargo, ahora también experimentaba la confusión a raíz de la Cazadora frente a él, sujeto un paso atrás por aquella fuerza desconocida que, a pesar de las palabras enunciadas por la dama le prevenía de arrancarle el corazón tal como lo hizo con sus compañeros.




A pesar de que Cameron dista en gran magnitud del hombre que tan solo semanas atrás representaba, eran sus principios los mismos…, los que le mantenían a bordo de la cordura. Las palabras de la Cazadora le dificultan cada vez más mantener el control al que se forzaba, promoviendo aún más rabia en su interior, haciéndole difícil la tarea de no volver a exteriorizar el mar de emociones sangrientas que nadan en su mente incluso ante ella, que desafía su lógica y cada gota de razonamiento.
No tengo interés en argumentar quien ha rasgado el manto del sufrimiento de los dos. Quizás usted haya escogido la muerte desde el momento que el primer atisbo de conciencia arraigó en su vida pero en mi caso fue la muerte quien que me escogió…, no, se me impuso tal situación—pronuncia seguro y con veneno, en busca de la verdadera razón por la que no ha puesto fin a tal absurdo encuentro. Ridículamente inequívoco de que ella no es quien afirma—; pero dígame, si mis actos no son justificados, usted dama que conoce lo que busco ¿cree entonces que la muerte de mi madre lo estaba? ¿Era acaso su naturaleza motivo de asesinato?
Pues de ser así es la misma cuestión con aquellos que llama clan.  De ser ciertamente usted que la mató….¿vio justificable matar un inocente por los traumas que se ha de acarrear?


Las palabras brotan coléricas, impetuosas…, sin consideración a quien atacan. Y es que ya no es solo el prematuro significado que ha tomado su vida lo que le enloquece, sino conjuntamente la mujer frente a él: —Puede que esté en un error y sea usted tal cual como ellos —pronuncia su discurso sin dar marcha atrás, una vez más a peligrosa distancia—. Según sé a todos los de su clase les motiva algún ridículo trauma, alguno ha perdido algo en manos de las criaturas de la noche que los impulsa a convertirse en una copia patética de nosotros.
Tan pronto como finaliza y las venas en sus sienes parecen estar a punto de estallar, la Cazadora salta sobre él sorpresivamente mas esperado dada la situación.
La daga de la dama perfora su piel lo bastante como para brotar la sangre, lo suficiente para aviviar la rafaga de adrenalida que recorre sus venas.
TI È PIACIUTO? PERCHÉ IO GODRÒ STRAPPA IL CUORE DI OGNI FAMIGLIA SIA CHE VI CHIAMA —sentencia. Sin embargo, tan pronto como las palabras dejan sus labios el silencio no se apodera solo de ellos sino que por igual lo hace en sus ojos. Permitiendo que por instantes la conciencia tenga un breve suspiro juzgandolo por sus palabras, haciendole consciente de sus acciones.


He aquí lo curioso que guarda el turbulento temperamento de Cameron: es impredecible, incluso cuando se encuentra fuera de sus cabales.  Se controla asimismo y yace en el suelo aun sabiendo que bien es capaz de ponerse en pie no lo hace, permanece en aquella posición, no porque no sepa morder pues los sucesos de la noche han probado lo contrario, sino porque se siente hastiado, por su mente se devana a sí misma en busca de una respuesta lógica que justifique las sensaciones que considerable asesina despierta en él. Su respiración es pausada, la observa sin entender porque no le mató en esta ocasión, sin entender porqué, maldición, él de igual modo no hizo lo propio.


Atonito ante el giro de la situción y al atrapar la intención de su oponente no hace más que caer en brazos de la perplejidad al ver como en un vuelco de movimientos la mujer sobre él se lanza a lo profundo del bosque y su mejor amigo le sigue el paso sin darle tiempo a decir palabra. Es lo correcto dice la bestia, es la propia reacción de un lobo frente a su presa y cuanto quisiera Cameron concordar con aquella afirmación pero, ya no es solo la turba en sus pensamientos lo que conduce sus pasos tras ellos, pero la duda de ella al tener su corazón servido en bandeja de plata y no tomarlo; el titubear suyo al no seguir el hilo carmesí en su visión y arrancar su cabeza como era debido.


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Mensaje por Malachai Vlahovic Mar Dic 20, 2016 3:31 am

"Time does not forgive"

La masacre le había agotado, pero no necesariamente en su forma física. Era cierto que se sentía cansado, los cazadores no solo le habían lanzado algunas flechas con punta de plata sino también cortado la piel con sus afilados sables, sin embargo, las heridas no dolían y, era esa una de las tantas ventajas de la naturaleza con la que le había bendecido la luna. Opuesto a lo que cualquiera, que le hubiese visto asesinar a aquellos hombres, pudiera creer, fue su conciencia el aspecto de su ser que realmente se desgastó. A diferencia de Cameron, Malachai no retenía ningún tipo de resentimiento hacia los cazadores y, aunque podía comprender la razón de la furia de su amigo, no era algo que compartiese con él; escondido en lo más recóndito de su corazón, sostenía un breve sentimiento de admiración por aquella profesión, bien conocía él que no era sencilla una lucha en la que se está en desventaja la mayoría del tiempo.

El grisáceo pelaje de su bestia se empapaba con la sangre tibia y húmeda de aquellos a quien su líder titulaba como enemigos. Las manchas del elixir de vida color carmesí se extendían desde sus patas hasta sus fauces, e incluso, su ferroso sabor aún se deslizaba por su lengua, estimulando sus papilas gustativas. Al ser él un licano joven, no era una habilidad suya cambiar su forma a voluntad, muchos menos en noche de luna llena; no obstante, aunque tuviera la edad apropiada para controlar sus transformaciones, después de una matanza como la que había protagonizado, ni siquiera la poca humanidad que le restaba hubiese querido regresar a un estado completo de discernimiento. Estaría encarcelado tras la figura del lobo por un largo tiempo y aunque el razonamiento de la criatura de la noche no podía comprenderlo, sí poseía la capacidad de sentirlo.

Cameron le había ordenado merodear en los alrededores, en busca de otros individuos de vocación semejante a la de quienes yacían muertos sobre las cenagosas tierras que, poco a poco, adquirían un tinte rojo intenso. Como un buen Beta, la bestia obedeció al mandato de su creador, internándose entre la maleza, olfateando rezagos de alguna esencia que le pudiese guiar hacia una nueva presa, aquella pobre alma que tuviese la desgracia de encontrarse en su camino o que fuese lo suficientemente valiente para enfrentarse a su forma más fiera.

El lobo deambuló solitario entre el pantano sin éxito alguno en la búsqueda, no captó rastros de algún otro enemigo, aparentemente, todos los cazadores de aquel grupo perecieron en garras y fauces, tanto ajenas como propias un par de minutos atrás; no obstante, gracias a sus sentidos aumentados, sus orejas, que insistían en apuntar en la dirección en la que abandonó a su alfa, captaron actividad inusual. Evidentemente se trataba de un combate, o al menos un forcejeo pues voces impetuosas se desafiaban entre sí cada vez en tono más alto y con más agitación, pero fue el enfurecido grito en el idioma natal de su amigo que le advirtió del posible peligro en el que este se podría encontrar.

Instintivamente, el licántropo se lanzó de vuelta al rescate de su líder y en un par de gigantescas zancadas se encontró a sí mismo en el epicentro de la situación. Los eventos ocurrieron con celeridad, una vez que sus ojos se cruzaron con la escena, en la que una mujer con vestiduras de caza, que no sólo demostraba haber inmovilizado a Cameron, sino también amenazaba la integridad del mismo con un objeto punzante y plateado que su bestia no escatimó en distinguir, Malachai, en la corporeidad que le había obsequiado su astro madre, gruñó salvaje y corrió tras su nueva presa, dispuesto a arrancar hasta el último trozo de carne de los huesos de aquella mujer.

La cazadora corrió presurosa entre la espesura del pantano seguida de Malachai, sin embargo, el terreno jugó en su contra, siendo la lodosa tierra el motivo por el cuál la carrera de ella perdió velocidad. Aunque el ambiente hubiese sido diferente, los músculos en las piernas de la joven mujer distaban de poseer agilidad similar a la del predador que le perseguía, por lo que, en cuestión de un minuto o dos, el lobo le paralizó, aplastándole cuello con sus garras y con toda intención de desgarrarle la piel.

Aquello que ocurrió después ni bestia ni hombre pudieron haberlo esperado, pues los labios de la mujer formularon una palabra que resonó como un eco en lo más profundo de sus recuerdos, esos mismos que había desempolvado y revivido en días anteriores, junto a la inmortal a quien juró proteger.


“Kai”


Sólo una persona le llamó de esa forma en todo lo que llevaba de existencia, recordaba su nombre con extrema claridad: Amara Jeanne Argent. Cómo si se tratase de algún tipo de magia, Malchai volvió a ser hombre en forma y consciencia, una vez el apócope de su nombre fue pronunciado por ella. Se trataba nada más ni nada menos de una pequeña señorita con quien se encontró en días  posteriores a su llegada a París. Cuando se conocieron, el ahora hijo de la luna no era más que un jovencillo extranjero de la clase más pobre, no obstante, aún conservaba a su hermano y su humanidad; ella, por el contrario, era una pequeña de no más de diez años, hija de un cazador con una ostentosa posición socio-económica, una niña rota que había vívido cosas por las que ninguna persona debería pasar a esa corta edad… o en ningún otro momento de su vida.

La primera vez que se vieron, Amara tuvo un detalle bastante agradable con él. Era una niña muy observadora y, aunque no se necesitaba ser un genio para notar que ese entonces él era un joven de baja clase social, solo ella había caído en cuenta de cuanto anhelaba degustar un postre de una famosa panadería en parís, local por el que todos los días se paseaba, observando por horas las vitrinas que contenían las más deliciosas piezas de repostería en la ciudad, imaginando un futuro en el que tendría el dinero suficiente para llevar alguno de aquellos postres a casa y compartirlo junto a su hermano.

Usando el dinero que su padre le había entregado para comprar algunos dulces, la pequeña fue quien le dio la oportunidad al joven de degustar por primera vez un pastel, que quizá fue, la rebanada más dulce que probó en toda su vida. Supo después Malachai, que al enterarse de su desinteresado acto, el progenitor de la niña le había castigado duramente y sin embargo, aquello no fue suficiente para interponerse entre la amistad que surgiría después.

El castaño quiso y cuidó a la niña como si se tratase de una hermana más. Gracias a él, ella se recuperó poco a poco de la tragedia que había acometido su niñez, pero fue ella la razón por la cual Malachai y su igual tuvieron que comer más de una noche y por medio de quien descubrió el mundo sobrenatural que se ocultaba en las sombras y la noche. La razón por la que en su actualidad, él era lo que era.

Amara ya no era una niña, era una mujer, una cazadora, una a quien aparentemente había matado. La respiración del joven se tornó agitada y la cálida temperatura, que mantuvo su cuerpo cuando el frondoso pelaje de lobo le recubrió, decayó considerablemente.

¿Amara? — Le llamó con la voz entrecortada, sintiendo un abrupto temblor en sus manos mientras le sostenía el rostro que sacudía con delicadeza — Amara por favor… — Destrozado, el lobo agachó la cabeza por primera vez en un largo tiempo, maldiciéndose y lamentándose en silencio por el crimen que había cometido.

Nunca sintió el hijo de la luna mayor alivio que cuando, en medio de su autocompasión, se concentró lo suficiente como para poder escuchar un suave latido proveniente del corazón de la mujer. Confortado por aquel débil palpitar, Malachai se irguió, un poco más calmo, alejándose de ella tanto como le fue posible, temeroso de que la luna brillara de nuevo y le obligase a hacerle daño a Mademoiselle Argent, por quien aún aguardaba un gran aprecio.

Solo cuando estuvo en pie, el menor de los Vlahovic percibió la presencia de su creador, quien había observado la escena con desconcierto y, en sus ojos leyó un montón de indagaciones que no deseaba responder, al menos no en aquel momento.

No puedo matarla, lo lamento — Se apresuró a hablar, antes de que su amigo pudiese decir algo. Su tono era serio, más denotaba un asfixiante tinte de ansiedad — Entiendo si debes hacerlo, Cameron, pero no puedo verlo.

Sin darle tiempo a D’Lizoni de reaccionar, Malachai corrió hacia la densidad del pantano, invocando a su bestia con cada paso, hasta que nuevamente, lo más salvaje de su naturaleza se apropió de su corporeidad.
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Mensaje por Cameron D’ Lizoni Lun Ene 09, 2017 10:39 pm

¿En qué momento dejó que su vida se convirtiera en esto? Miles de preguntas la atacaban sin previo aviso ¿era acaso esto a lo que Malachai se refería? ¿Qué significaba la cazadora, quien a los brazos de su mejor amigo obtuvo nombre, para él que, el simple hecho de contemplar idea de verla  sin vida volcó su ya de por sí maltratado corazón? ¿quien era Amara y con qué derecho se inmiscuye de tal manera en su vida?

Absorto mantiene la mirada fija donde segundos atrás Malachai rogaba a la luna no abandonar a la cazadora, no es capaz de mirarle cuando cruzó a zancadas a su lado…, vergüenza quizás o la culpa pues, ya tiempo atrás le vio tocar fondo y hoy, con la madre luna en su cúspide fue él quien le llevó a rasgar el mismo velo de culpa y agonía una vez más. Quería correr tras él y abandonar a la mujer a su suerte, quería perseguir la única representación de familia que ha conocido por mucho tiempo y aceptar ante él su error, concederle cual derrota atraviesa su pecho y cala sus huesos, sin embargo, la gravedad lo mantuvo de pie clavado en la tierra contemplando a Amara como la más rara de las maravillas.., en busca de ideas coherentes que tomasen sentido en su cabeza y proyectan a través de sus labios el sinfín de dudas que lo asaltaban a diestra y siniestra.

Desde el momento en el que los caminos de Amara y Cameron encontraron un destino en común, algo en el lobo palpito incluso luego de sus esperanzas en no poseer nada parecido a un corazón que late y siente como cualquier otro. Algo en ella fue lo bastante intenso como para abrirse paso entre el itinerario de agonía que se daba lugar en su interior, preguntándose cada noche quién era ella y qué tan alborotada estaba su cabeza como para reconocer el odio en sus ojos y aún así dejarle escapar…, sin duda nada esto fue premeditado.
Entierra las manos en su cabellera castaña sintiendo un peso invisible pero imponente decaer sobre sus hombros, algo cambió. Y es que no es solo el sentir que le he fallado a Malachai, sino algo nuevo…, distinto. Conexión, eso es. No aquella conexión que clamaba tener con cada dama ingenua que conocía en sociedad, no…, esta vez era distinto, era más fuerte. Espero que la cazadora recobrara el aliento por completo y se sostuviera sobre sus pies, la mirada precavida que recibió fue suficiente para preguntar lo obvio sin necesidad de pronunciar palabra alguna: ¿qué esperaba para atacar? Ya no importaba venganza, la sangre perdió el valor igualitario que noches antes le otorgó, incluso las palabras de Amara clamando saber el trasfondo del asesinato de su madre.

Da un paso resuelto hacia ella, que espera se lance tal cual presa, y busca como si al hacerlo vea lo mismo que vio Malachai o, con suerte, resuelva responder los sentimientos que amenazan con acrecentar sin sospecha de marcharse.
¿Quién es usted? —pregunta más para si aunque las palabras han quedado en el aire. No es consciente de que sostiene a la chica no con presión o violencia, no existe asomo mucho menos de delicadeza, empero, lo hace como si en cuestión de segundos fuera a desplomarse en otro vacío sin final,

Siente que ha perdido la razón, culpa al giro de los hechos por el latir de su corazón. Reniega una vez más que no tienen lógica las conclusiones que se dan lugar en su interior, que negarlo es la mejor opción. Deja ir su agarre y en medio de la incertidumbre da un paso atrás. Malachai ha de estar lejos en estos momentos mas es su deber buscarlo. Enmendar lo que teme haya quedado roto. Lidiar con el torbellino que se aloja en su interior promete ser muy arriesgado como para enfrentarlo de inmediato.
No han de ser noticias de su agrado —enuncia antes de marcharse evitando enfrentar aquel par de ojos una vez más—, pero, temo informarle que algo en el aire susurra esta no será la última vez que nos veremos…, llamelo instinto si gusta. Después de todo, esta noche ha alardeado de conocer respuestas, bien sabe busco con desespero —puntualiza con cabeza gacha, un suspiro se abre paso en sus labios y finaliza: —lo mejor es que atienda sus heridas.


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Mensaje por Amara J. Argent Miér Ene 18, 2017 3:25 am

"Just let me go"

Paulatinamente, la cazadora recuperó el aliento y poco a poco sus párpados se separaron, dando paso a una mirada rebosante de confusión. La falta de aire le había dejado fuera de combate por algunos segundos, la verdad era que por breve instante la idea de la muerte le acogió una vez las garras del lobo rasgaron la piel de su cuello. Amara estaba al tanto que la vida del cazador usualmente es corta y si bien a la castaña se le había enseñado a empuñar sus armas con valentía, ahora ella podía asegurar que ningún tipo de osadía, fuese innata o aprendida, le impediría temer a la posibilidad de pasar a mejor vida. Sin importar que tan muerto estuviera su corazón, al final, el marchitar de su ser corpóreo siempre le inquietaría.

Amara llevó su mano hasta el cuello y pronto descubrió que pequeños hilillos de sangre se deslizaban ligeros sobre su piel, tiznando de carmesí el lodoso suelo a su alrededor. Su cuerpo estaba magullado, sus músculos y huesos estaban agotados, tan sólo el involuntario acto de respirar requería de la poca energía que aún residía en ella. Después de todo, a pesar de que luchaba con la gracia de una diosa, al final del día seguía siendo humana. Intentando detener el sangrado la joven cazadora levantó su tronco del suelo hasta quedar sentada, recorriendo con la mirada el área a su alrededor, sosteniendo la vana esperanza de encontrar a quien por primera vez en su existencia le enseñó el valor de una amistad; el joven que se había convertido en hombre. El hombre que ahora era bestia.

Al no hallar rastro alguno de Malachai, un lacerante pinchazo de decepción recorrió su cuerpo entero y podría decirse, fue más doloroso que ninguna de las heridas que rasgaban su dermis. Por primera vez en mucho tiempo, Amara se sintió desgraciada y totalmente rota. Su fuerza, su voluntad, su fachada… todo se había quebrado en un par de minutos, nuevamente era ella la niña asustada frente al lobo feroz, la bestia que a pesar de poder asesinarla, la había condenado a vivir mientras todo aquello que alguna vez tuvo importancia se desvanecía entre sus dedos.

Malachai se había ido y todo lo que había dejado tras su partida era Cameron.

Cameron. El lobo que había entrado en su vida, desordenando tanto como había podido y aun así se negaba a encontrar la salida. En sus pensamientos, la cazadora maldijo reiteradas veces el día en el que le conoció; se maldijo a sí misma por no sentirse capaz de asesinarlo y, finalmente, lo maldijo a él por permanecer junto a ella aun cuando sus naturalezas opuestas advertían que debían separarse tan lejos el uno del otro como pudieran. Sin embargo, ni París, ni el mundo o tan siquiera el universo parecían lo suficientemente grandes como para evitar que sus caminos se cruzaran.

Malditas eran ante el criterio de la castaña, todas las emociones que afloraban en ella cada vez que sus historias intersectaban. Era su sentencia tener que afrontar la realidad conociendo que el dueño de la mayor cantidad de sentimientos que había experimentado jamás, era una criatura de la luna, una de la misma estirpe de quien le había arrebatado la posibilidad de ser feliz.

Imponente Amara se puso en pie. D’Lizoni y ella cruzaron miradas ¿quién atacaría primero? La respuesta fue un trago de silencio. A pesar de mostrarse prevenidos, ninguno de los dos aparentaba mantener los ánimos de luchar. Incluso intentar odiarlo, despreciarlo con todas sus fuerzas le era imposible, él estaba quebrantado también y era ese un hecho que aunque quisiera, la cazadora no podía ignorar. Él clamaba ser una bestia, pero sus ojos develaban un secreto que ella estaba segura ni siquiera él mismo conocía, a pesar de sus crímenes, su odio y el dolor, el hombre se sobreponía a la bestia y a pesar de resistirse a aceptarlo, era ese brillo de humanidad el que ocasionaba curiosidad en la castaña.

Después de aquello, tan repentino como el lobo se acercó y le sostuvo por breves instantes, también se alejó, dedicándole palabras que ella no deseaba oír, ahora esquivándole la mirada. No se podía marchar abriendo la puerta a otro posible encuentro, pese a que el control de sus destinos le superaba, para Amara era imprescindible evitar a toda costa la desventaja que significaba verle de nuevo.

Se mueven por toda Europa  — Hizo un comentario suelto, sin contexto nada significaba, pero había sido suficiente para atrapar la atención del hijo de la luna, evitando que siguiera su camino  — Los cazadores que asesinaron a su madre, se mueven por toda Europa —Aclaró — y pronto vendrán a París.

Hasta el terminó de aquella confesión el lobo se había rehusado a devolverle la mirada, sin embargo, pronto sus ojos se cincelaron con asombro. Total desconcierto surcaba sus facciones.

En unas semanas habrá un evento, cazadores de diversas proveniencias se reunirán aquí y tengo motivos para creer que entre los asistentes encontrará a quienes busca —Tan sólo la idea de poner en bandeja de plata todo lo que el lobo necesitaba para culminar su venganza parecía descabellado. Para la cazadora, era la única forma que le restaba de tener el control  — Cuando sea seguro enviaré a su residencia la información y una invitación abierta para que pueda hacer lo que necesite hacer.

Nuevamente la mirada de Cameron evadía la suya, pero era necesario que él se la devolviese, pues la siguiente parte de su dicción era quizá la más importante, o al menos así lo consideraba ella. En todo negocio debía haber una retribución y ella debía imponer su palabra antes de que él dijese algo.

Usted se preguntará qué quiero a cambio de esto — Amara caminó hasta encontrarse a escasos centímetros de él, intentando leer su semblante sin éxito alguno  — Pero no quiero nada que usted no haya aceptado ya —En medio de una pequeña pausa, con su mano, delicada pero firme, la joven le tomó de la mejilla y le obligó a mirarle, consiguiendo al fin que sus ojos se anclaran seguros sobre los suyos — Antes de esto, de luchar, de Malachai… me había prometido que si le contaba todo lo que sabía nunca tendríamos que cruzar caminos de nuevo  — continuó  — Procure mantener su palabra Monsieur D’ Lizoni, porque no quiero volverlo a ver nunca más.

Tan pronto como la joven finalizó su locución dejó caer su mano de la mejilla del hombre y, sin esperar respuesta, se dio media vuelta en dirección al lugar donde yacían los cuerpos sin vida de sus compañeros. Había mentido y era bastante impropio de ella. No era cierto que no quería volver a verle, pero sí era lo mejor. La noche sería larga y era su deber mantener a salvo de los carroñeros los restos de los cazadores caídos, después de todo tarde o temprano su padre notaría su ausencia y enviaría a un nuevo grupo a buscarlos.

Algo era seguro, los hechos de aquella noche, traerían terribles consecuencias para ella.


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