Sigo la búsqueda del alfa {libre}

por **Keith Lanington** Sáb Ago 27, 2016 9:35 pm

Keith seguía con la búsqueda de su hermano. No estaría bien dejar de buscarlo así porque así después de lo que hizo por él tanto tiempo, protegiéndole y cuidando de él cuando ambos padres se ausentaban. Sin embargo, podría haberse rendido, pero nunca lo hizo. Estuvo varias cerca de haberlo encontrado pero parecía como si se escapara entre sus dedos.

Era a veces frustrante. Agobiante. Le sacaba de sus casillas. Era como si su hermano no quisiera ser encontrado, pero tenía que saber porque huyó tan de repente de su hogar en Rusia dejando a todos preocupados. Sus padres murieron cuando Keith avanzo un poco más de edad por pena de haber perdido a un hijo. Era doloroso perder a un miembro de la familia, todos lloraron la pérdida de dicho miembro familiar.

Fue entonces a vivir con sus tíos en Francia, al borde de España pero actualmente tiene una adorable casita cerca del puerto parisino. Se puede escuchar el sonido de las gaviotas y el romper de las olas. Keith tenía una rutina. Se levantaba por la mañana, meditaba un poco y paseaba por la playa para después acicalarse e irse a trabajar. Adoraba su trabajo pues solo consistía en estar atento a que las mercancías del extranjero llegaran en buen estado. Le pagaban con un salario justo además de información secreta sobre su hermano. Rara vez, una vez a la semana, dos con mucha suerte conseguía enterarse de alguna pista.

Ese día tardo bastante tarde. Un navío llegaba tarde por haberse extraviado a causa de un mal tiempo en alta mar y parte de la mercancía llegaba prácticamente destrozada. Cuando consiguió arreglarlo con un poco de ayuda extra de su don, pudo irse a casa con la sensación de haber hecho algo productivo, pero las cosas no siempre salen como quiere uno.

por **Morgiana Blumer** Lun Ago 29, 2016 7:55 am

"La poesía, mientras tanto, te sigue vendando las heridas. Y es que tarde o temprano cicatrizan."

Estoy segura de que el corazón, cuando se rompe, suena a la lluvia cayendo en plena noche. Las diminutas gotas encascaran lo que en su día fue una fortaleza, el frío de la brisa haciendo bella armonía con un estrellado firmamento, colmado de miles de sueños y también pesares de toda clase. Últimamente no he hecho más que imaginar, ¿existirá la perfección? Y si por un casual se oculta entre nosotros, ¿donde está? Su nombre, su voz, su ritmo al caminar... A lo mejor no soy yo la adecuada para desvelar estos sentimientos y que de alguna forma, le encuentre. Quizás solo deba centrarme en lo que me atesta y ser consciente de que las heridas, algún día cerrarán. Es tarde y hasta aquí he llegado después del concierto, en mi rostro no cabe hueco para alzar ambas comisuras y mostrar una flamante sonrisa, no; estoy exhausta y aún así deseo seguir tocando hasta que mis dedos se entumezcan y pierda la cordura en el centro de París. Los faroles afectúan las ramblas y los callejones más ajetreados, si algo he aprendido de París es que no existen los toques de queda, siempre se puede salir a disfrutar de las vistas y los diferentes contrastes de atardeceres.

Saludo cordial a un par de conocidos antes de seguir con la caminata, ¿hacia donde ir a estas horas de la noche? No sé, da igual. El ramillete de orquídeas que porto como obsequio de un admirador es precioso y sin embargo, no me hace feliz. ― ¿Deseas una? ― Si me obligasen a sacar defectos de mi novedoso hogar, sería la pobreza y lo indiferente que puede llegar a ser el hombre. Los luceros de cordero de esta niña inocente, fuera de pecados me rompe por dentro. Mi silueta se acuclilla sin darle importancia a las posibles arrugas que se llevarán mi atavío azul marino, con cuidado le aparto algún que otro mechón sucio de su frente, mis labios se entreabren y de estos, solo sale bondad. ― Te las puedes quedar, con una tendré suficiente. ― La única orquídea que aparto del ramillete la alzo, colocándola detrás de mi oreja derecha pues al fin y al cabo fue un regalo para mí, sería de mala educación desaprovecharlo. Ambas nos dirigimos al banco más cercano, tomo asiento y sobre mis muslos coloco la funda del violín, sacándolo a continuación. ― ¿Me harías el honor de escuchar? ― Sé que la vida puede llegar a ser desgarradora, pero también sé que la música es terapéutica y que hace milagros si abrimos las puertas del alma.

Amor, odio, venganza, tristeza, puedo expresar cualquier emoción gracias a mi alma gemela, el instrumento que me salvó la vida y del cual estoy locamente enamorada. A nuestro alrededor los pueblerinos se abarrotan, al fin y al cabo se trata de un espectáculo más en París, y gratis. Así pues, el tiempo corre y no aguarda por nuestra llegada. Con el violín en su postura adecuada inhalo profundamente hasta relajar los músculos, cierro ambos párpados y... que de comienzo la función.

Pieza tocada.

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