Alfa y Omega {Privado}

El veterano – y líder de la facción uno – cerró la mano sobre su bastón con magnánima fuerza mientras aguardaba a que el cochero abriese la puerta. Parecía que, en cualquier momento, las venas en su sien saltarían. Tenso, ¡se veía tan malditamente tenso! Ansioso. Un tanto demente. Sus ojos se cerraron un instante mientras un ligero temblor atravesaba su columna. El vial que guardaba en el bolsillo interior de su abrigo, de pronto parecía pesar una tonelada. Sentía la garganta seca, a pesar de que había bebido un trago de su preciado vino antes de salir al encuentro con su pupila. Sabía con certeza, que el único líquido que aplacaría su apetito era la adictiva sangre de vampiro. Su nuevo puesto había abierto nuevas posibilidades y él, las había cogido todas sin titubear. Nadie le cuestionaba. Ellos se limitaban a observar mientras esperaban a que Gregory respondiese a sus silenciosos porqués. ¡Como si fuese tan sencillo! El veterano tenía a todos por indignos. ¿Era su paranoia quien le hacía pensar de esa forma? Desde que él obligaba a su séquito a capturar a los vampiros para emplearlos, aparentemente, como conejillos de indias en nuevos métodos de tortura, cuando realmente esperaba sacarles su valiosa sangre; era consciente de que cualquiera podía ser seducido y tentado por el poder que residía en el bando contrario. Su sistema ya lo sentía, lo añoraba, lo enfermaba. Si él, un antiguo cazador, proveniente de una de las familias más respetadas al servicio de la Santa Inquisición caía, ¿qué podía esperarse de los demás seres humanos? Esa había sido pues, una de las razones para que estudiara entre los mejores cazadores a quien compartiera sus ideales y comprendiese el motivo tras sus acciones. Unas que, estaban más que sobrevaloradas. Las fichas habían caído en efecto dominó tras la muerte de Raoul – su primogénito – y habían arrastrado consigo la ya desequilibrada mente del veterano. Su venganza, aún sin consumar, le había envenado el alma y torcido su camino. Carraspeó, esperando alejar la amarga sensación en su boca y justo cuando se daba por vencido para coger el vial que guardaba en su interior la cura para su malestar, el chofer habló por segunda vez. ¿Llevaba mucho esperando por una respuesta? Clavó su helada mirada en la ajena.

- Hemos llegado, Monsieur. Gregory se acomodó el abrigo, no sin antes observar cómo el rostro del joven empalidecía al tener un atisbo del líquido escarlata. Sin darle mucha importancia a su reacción, descendió. Ninguno de los empleados que residían en la mansión Zarkozi desconocía lo que hacía. Después de todo, había albergado a dos bestias en el interior de ésta durante las Lunas Llenas. El veterano había amenazado a todos ellos y dicho, claro y conciso, lo que les haría si algo de lo que pasaba en su hogar era hablado dentro y fuera. Le temían, pero no por eso eran menos leales. Nadie podía quejarse, el inquisidor pagaba muy bien por los favores. – Cambia ese rostro, Louis-Cesare. Ninette creerá que acabamos de tener un encuentro desafortunado. Por la forma en que mencionó el nombre de la cazadora, cualquiera creería que le guardaba cierto cariño. Aquello estaba lejos de la verdad. Si algo le caracterizaba, era esa mente fría y estratega que le había hecho ganar su lugar como el líder de los soldados. Sin embargo, le gustaba la idea de que ella y todos los demás, creyeran en que poseía esa actitud particular para con un extraño. Los rumores sobre su preferencia, se habían extendido con la misma rapidez en que la noticia de que sus hijos habían sido infectados por la licantropía se había dado. El joven asintió y balbuceó sobre esperarlo afuera, pero Gregory le había pedido que lo siguiera. Louis-Cesare era el hijo de Xavier, el científico que trabajaba especialmente para él. Su amigo le había pedido que le acogiera e instruyera. Hasta el momento, se había limitado a tratarlo como un empleado más. Si tenía que ser justo, el joven había demostrado ser muy hábil con el uso de las armas. Quizás debía empezar a tomárselo en serio. Entró al lugar y sin esperar a que le diesen indicaciones, continuó andando. No era la primera vez que le veían en el College de France y, evidentemente, no sería la última.  Además, ya iba unos minutos atrasados y, si algo le molestaba, era la impuntualidad. Ni siquiera la suya era justificada. No cuando ya le esperaban.

La expresión del veterano, mientras escuchaba a Ninette, permaneció inalterable. En su rostro inexpresivo, no se podía leer el efecto que provocaban dichas palabras. ¿Placer? ¿Indiferencia? ¿Ambas? Al principio, el avasallador odio que la joven inquisidora repartía a diestra y siniestra hacia las criaturas infernales, le había desmedidamente complacido. Tanto, que la había elegido por encima de cualquier otro soldado. Ella nunca olvidaría cuál era su objetivo y el porqué luchaba con tanto ahínco. La horripilante cicatriz que había sido inmortalizada en su rostro, no se lo permitiría. Cada vez que se mirara en el espejo, se remontaría a aquél día y; si por algún terrible error llegase a olvidarlo, él – o un tercero – se lo recordaría cuando su mirada recayera, aunque sea por un segundo, en ésta. Pero meses después, tras compartir estrategias y llegar a la conclusión de que tenían una forma de pensar tan símil; no pudo hacerle frente a la voz que acribillaba su mente y le acusaba de ser un traidor. Si alguien – además de él – pudiese oírlo, comprendería su reacción. Esta era exactamente igual a la de su hijo. Desde que Gregory solo consideraba hijo a su primogénito, no había más preguntas que hacer. El inquisidor nunca haría algo que pudiese manchar la memoria de Baptiste. Ni Roland ni Abigail  y, por supuesto, no un extraño; ocuparía un sitio que no les era correspondido.  El que Ninette reforzara tales recuerdos, la convertía – a sus ojos – en una potencial enemiga. No ayudaba nada, que también fuese la hija que tanto deseaba. ¿Porqué los inútiles de sus otros hijos no tenían siquiera una pequeña parte de su inteligencia? El veterano no podía mantenerse apartado de una joven como ella, sin importar cuán contradictorio fueran sus sentimientos. Cuando él se retirara, la facción uno se vendría abajo si terminase en manos equivocadas. Quien no comprendiese la magnitud de su lucha, guiaría a los nuevos reclutas a una muerte inminente. Necesitaban más armas para debilitar a las distintas razas. La muerte definitiva podría aguardar, siempre que se les estudiara. Después de todo, en ellos estaba la respuesta.

- El sistema que rige a la Iglesia, presenta muchas fallas. Las facciones no deberían ser lideradas por nuestros enemigos. Ellos están corrompidos. El poder que han ganado al vender su alma al diablo, les ha hecho creer que son invencibles. Nosotros existimos para hacerles ver su error. Nunca comprenderé porqué se les ha permitido comandar nuestros ejércitos. Queremos suprimir esa equívoca idea de superioridad que les gobierna, no alentarla. Recordarles su lugar en nuestra cadena alimenticia. El desprecio goteaba de sus palabras. Había asistido al nombramiento de los nuevos líderes. No por respeto, pero sí para catalogarlos. Hasta el momento, no reconocía a ninguno como digno representante. Para ellos, la inquisición era un juego de destreza y competencia. ¡Olvidaba desarrollar la mente! – No es solo Kournikov, Quénecánt.  Son todos ellos. Si en verdad buscaran la absolución, nos permitirían hacer nuestros experimentos. Tú y yo, no estamos ciegos. No nos dejamos engañar por la máscara que nos muestran. Vi el mal devorar a mis hijos, lo veo cada noche de luna llena. Ellos ya no pueden ser salvados, pero sí utilizados. Colocó su mano sobre el hombro de la joven. Diecinueve años. Ninette era una de las más jóvenes dentro de la inquisición, pero eso no le restaba presencia. No era la cicatriz, sino la determinación y el odio que brillaba en sus orbes, a la espera de una brutal colisión lo que la hacían inolvidable. – Guarda ese deseo. Lo alimentaremos y, cuando llegue su momento, lo liberaremos. Si algo he aprendido, es que ellos solo necesitan un incentivo. Solo uno, y soltarán a la bestia. Bajó la mano cuando ésta le empezó a temblar. Necesitaba ingerir sangre de vampiro. Su sistema se lo recordaba, enviándole esos temblores consecutivos. Con un último vistazo a la clase, pidió a su pupila que fuesen a un lugar más privado. – Si queremos que el sistema cambie,  dijo, una vez que estuvieron a buen recaudo; debemos propiciarlo. Los altos superiores nos escucharán, siempre que tengamos pruebas que nos respalden. Kournikov tiene que caer, pero esta vez, nos aseguraremos de que sea uno de los nuestros quien quede a cargo de dicha facción. El tono de su voz, sugería que podría ser ella.  – No confiaría a nadie más esta tarea.