AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
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La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
No importaba donde volteara, la oscuridad me seguía junto a la densa neblina que no se apartaba de mi camino. Podía sentir mi corazón palpitar con fuerza contra mi pecho mientras mi respiración era calmada pero pesada, las finas gotas de sudor frío bajaban por todo mi rostro recorriéndolo con cierta lentitud hasta llegar a mi nuca. ¿A dónde me dirigía?, ¿qué era lo que estaba haciendo en aquel extraño lugar rodeado por arboles sin ningún rastro de hojas en sus ramas? El viento susurraba palabras extrañas a mi alrededor, tal vez eran voces las que me estaban acompañando en esos instantes en las que en mi cabeza había miles de preguntes sin respuesta donde el seguir andando era lo único que mis pies hacían; la luna, brillante y redonda, comenzaba a hacer su aparición mientras pasaba saliva por mi seca garganta con cierto dolor, ¿qué era a lo que le tenía miedo?.
La intensa luz de la luna comenzaba a iluminar mi camino pero la niebla no desistía ni un segundo, de pronto, como si siempre hubiera estado ahí, aquel sonido de pisadas se hacía cada vez más fuerte conforme yo empezaba a trotar y después a correr. Escalofríos recorrían mi cuerpo, solo sentí aquel golpe sobre mi pie antes de comenzar a caer y toparme con fuerza con el duro terreno, gruñidos me seguían de cerca y mi cuerpo no me respondía en aquel momento en que yo más lo necesitaba, había olvidado respirar, había olvidado quien era mientras aquella bestia corría y corría en mi dirección enseñándome sus feroces dientes y abalanzándose sobre mi…
-Señor Haiden, señor…- escuche tratando de dejar a tras la pesadez que sentía sobre mis parpados, estaba agitado y mi dificultad para respirar se había trasladado de mis sueños a mi realidad- ¡Frederick!- gritó mi nombre aquel señor de cabeza cana en sus costados y gafas pequeñas que se deslizaban por su nariz, cejas prominentes se encontraban pobladas de colores oscuros mezclados con platinados las cuales mantenían una expresión de preocupación junto a aquellos ojos cristalinos llenos de vida que no iban de acuerdo a su edad.
Podía sentir sudor en mi rostro, mi acelerado corazón conforme pasaban los segundos trataba de calmarse mientras recordaba donde estaba y que era lo había pasado tan solo unos instantes atrás. Aparte las manos de un preocupado señor Lukin que me miraba aun desconcertado por lo sucedido e intente apoyarme en el brazo de sofá donde me encontraba entre acostado y sentado, mi vista dio al piso de madera y al libro abierto en par que yacía en el. Largos minutos pasaron sin que yo me moviera o que alguien dijera algo en esa habitación, Lukin se dirigió a la mesa donde una jarra con agua y vasos se encontraban; el frío del líquido fue como dar una bocanada de aire fresco después de andar horas caminando con un fuerte sol en lo más alto del cielo.
Cuando sentí mis fuerzas recuperadas me pare tamando el libreo que estaba en el piso y me dirigí hacia el escritorio que estaba enfrente mío dejando aquel objeto en el, me encontraba en el estudio de aquella casa parisina que había sido de la familia de mi madre y que ahora, por herencia, era mía. No era la primera vez que ocupaba dicha morada, sin embargo, desde que era un infante no había puesto un pie en ella; se encontraba tal y como la recordaba, con sus cuadros de antaño, con paredes adornadas por aquel tapiz verde con adornos plateados, con los plafones blancos y su piso de una madera oscura y elegante, y de aquel estudio donde me encontraba, que podría decir, era exactamente como en mis recuerdos, las altas paredes tenían en ellas libreros del mismo tamaño repleto de libros, los grandes ventanales daban al jardín posterior de la casa y el sofá donde instantes antes había estado se encontraba cercano a la chimenea que en estos momentos se encontraba apagada.
-Se encuentra bien joven- volví a escuchar Lukin detrás mío, aun su voz sonaba desconcertada por lo sucedido- Tal vez debería reconsiderar el ir a la fiesta en el palacio- sugirió- acabamos de llegar el día de ayer y no creo que se encuentre aún aclimatado a la ciudad, Paris es una ciudad demasiado ruidosa en comparación a Galati, además de que el viaje fue demasiado largo.
-Hay buenos negocios aquí, gente que tenemos que tratar y conocer- le dije cortándolo de manera tajante y me gire a verlo- ya estamos aquí, así que además de trabajar hay que disfrutarlo- trate de sonreír sabiendo a la perfección que era por mera cortesía- Alista el carruaje, en una hora partiremos- camine hacia Lukin que se encontraba tan solo a unos pasos de la salida y pose mi mano sobre su hombro sin hacer algún caso a su sugerencia.
En mi cabeza aun daban vueltas las imágenes de mi sueño, con el paso del tiempo había olvidado las veces por las que había pasado por lo mismo. Mi reflejo lucia cansado, ojeras se encontraban por debajo de mis ojos y mi tez blanca no parecía del todo sana, sin embargo, dejando a un lado lo ocurrido otro pensamiento se encontraba ocupando mi cabeza conforme la hora establecida llegaba; ese recuerdo era otro de los motivos ocultos que me había hecho decidir por venir a Paris por una temporada y el cual, lograba sacarme una sonrisa de vez en cuando logrando que dejara atrás mi oscuro pasado.
Me arregle y vestí, una chaqueta de tono azul oscuro junto con un pantalón blanco y calzado negro eran acompañados por unos guantes de algodón blancos. Tal vez no era mi ropa más elegante pero después del largo viaje prefería la comodidad que esa vestimenta me brindaba. El trayecto no fue tan largo como yo lo esperaba y mientras subía las escaleras de piedra del castillo, una sonrisa blanca y contagiosa se colaba en mis pensamientos- Tal vez esta sea la noche de nuestro re encuentro- susurre para mi dejando que la primer sonrisa sincera después de varias semanas apareciera sobre mi rostro.
Como era de esperarse, el heraldo me presento al inicio de las escaleras que daban al amplio y lujoso salón de baile. Era lógico que las personas tanto de la realeza como de una posición económica alta se giraran al verme, un desconocido, un joven barón de un país lejano hacia su aparición en la ciudad parisina. Tal vez sonaba muy egolatra pero podría asegurar que estaría en boca de varias personas tanto esta noche como los días posteriores, se podría decir que las personas estuvieran en la ciudad donde estuvieran necesitaban de ese tipo de noticias para alegrar sus vidas y tener algo que hacer a la hora del té, ¿o acaso no sucedía lo mismo de donde yo venía?
Camine un poco encontrándome con miradas curiosas dirigidas a mí, sonreí y asentí a varias personas en forma de saludo pero no me detuve para platicar, mis ojos buscaban caras familiares y en particular a una que aún no sabía si podría reconocer o no.
La intensa luz de la luna comenzaba a iluminar mi camino pero la niebla no desistía ni un segundo, de pronto, como si siempre hubiera estado ahí, aquel sonido de pisadas se hacía cada vez más fuerte conforme yo empezaba a trotar y después a correr. Escalofríos recorrían mi cuerpo, solo sentí aquel golpe sobre mi pie antes de comenzar a caer y toparme con fuerza con el duro terreno, gruñidos me seguían de cerca y mi cuerpo no me respondía en aquel momento en que yo más lo necesitaba, había olvidado respirar, había olvidado quien era mientras aquella bestia corría y corría en mi dirección enseñándome sus feroces dientes y abalanzándose sobre mi…
-Señor Haiden, señor…- escuche tratando de dejar a tras la pesadez que sentía sobre mis parpados, estaba agitado y mi dificultad para respirar se había trasladado de mis sueños a mi realidad- ¡Frederick!- gritó mi nombre aquel señor de cabeza cana en sus costados y gafas pequeñas que se deslizaban por su nariz, cejas prominentes se encontraban pobladas de colores oscuros mezclados con platinados las cuales mantenían una expresión de preocupación junto a aquellos ojos cristalinos llenos de vida que no iban de acuerdo a su edad.
Podía sentir sudor en mi rostro, mi acelerado corazón conforme pasaban los segundos trataba de calmarse mientras recordaba donde estaba y que era lo había pasado tan solo unos instantes atrás. Aparte las manos de un preocupado señor Lukin que me miraba aun desconcertado por lo sucedido e intente apoyarme en el brazo de sofá donde me encontraba entre acostado y sentado, mi vista dio al piso de madera y al libro abierto en par que yacía en el. Largos minutos pasaron sin que yo me moviera o que alguien dijera algo en esa habitación, Lukin se dirigió a la mesa donde una jarra con agua y vasos se encontraban; el frío del líquido fue como dar una bocanada de aire fresco después de andar horas caminando con un fuerte sol en lo más alto del cielo.
Cuando sentí mis fuerzas recuperadas me pare tamando el libreo que estaba en el piso y me dirigí hacia el escritorio que estaba enfrente mío dejando aquel objeto en el, me encontraba en el estudio de aquella casa parisina que había sido de la familia de mi madre y que ahora, por herencia, era mía. No era la primera vez que ocupaba dicha morada, sin embargo, desde que era un infante no había puesto un pie en ella; se encontraba tal y como la recordaba, con sus cuadros de antaño, con paredes adornadas por aquel tapiz verde con adornos plateados, con los plafones blancos y su piso de una madera oscura y elegante, y de aquel estudio donde me encontraba, que podría decir, era exactamente como en mis recuerdos, las altas paredes tenían en ellas libreros del mismo tamaño repleto de libros, los grandes ventanales daban al jardín posterior de la casa y el sofá donde instantes antes había estado se encontraba cercano a la chimenea que en estos momentos se encontraba apagada.
-Se encuentra bien joven- volví a escuchar Lukin detrás mío, aun su voz sonaba desconcertada por lo sucedido- Tal vez debería reconsiderar el ir a la fiesta en el palacio- sugirió- acabamos de llegar el día de ayer y no creo que se encuentre aún aclimatado a la ciudad, Paris es una ciudad demasiado ruidosa en comparación a Galati, además de que el viaje fue demasiado largo.
-Hay buenos negocios aquí, gente que tenemos que tratar y conocer- le dije cortándolo de manera tajante y me gire a verlo- ya estamos aquí, así que además de trabajar hay que disfrutarlo- trate de sonreír sabiendo a la perfección que era por mera cortesía- Alista el carruaje, en una hora partiremos- camine hacia Lukin que se encontraba tan solo a unos pasos de la salida y pose mi mano sobre su hombro sin hacer algún caso a su sugerencia.
En mi cabeza aun daban vueltas las imágenes de mi sueño, con el paso del tiempo había olvidado las veces por las que había pasado por lo mismo. Mi reflejo lucia cansado, ojeras se encontraban por debajo de mis ojos y mi tez blanca no parecía del todo sana, sin embargo, dejando a un lado lo ocurrido otro pensamiento se encontraba ocupando mi cabeza conforme la hora establecida llegaba; ese recuerdo era otro de los motivos ocultos que me había hecho decidir por venir a Paris por una temporada y el cual, lograba sacarme una sonrisa de vez en cuando logrando que dejara atrás mi oscuro pasado.
Me arregle y vestí, una chaqueta de tono azul oscuro junto con un pantalón blanco y calzado negro eran acompañados por unos guantes de algodón blancos. Tal vez no era mi ropa más elegante pero después del largo viaje prefería la comodidad que esa vestimenta me brindaba. El trayecto no fue tan largo como yo lo esperaba y mientras subía las escaleras de piedra del castillo, una sonrisa blanca y contagiosa se colaba en mis pensamientos- Tal vez esta sea la noche de nuestro re encuentro- susurre para mi dejando que la primer sonrisa sincera después de varias semanas apareciera sobre mi rostro.
- Traje:
Como era de esperarse, el heraldo me presento al inicio de las escaleras que daban al amplio y lujoso salón de baile. Era lógico que las personas tanto de la realeza como de una posición económica alta se giraran al verme, un desconocido, un joven barón de un país lejano hacia su aparición en la ciudad parisina. Tal vez sonaba muy egolatra pero podría asegurar que estaría en boca de varias personas tanto esta noche como los días posteriores, se podría decir que las personas estuvieran en la ciudad donde estuvieran necesitaban de ese tipo de noticias para alegrar sus vidas y tener algo que hacer a la hora del té, ¿o acaso no sucedía lo mismo de donde yo venía?
Camine un poco encontrándome con miradas curiosas dirigidas a mí, sonreí y asentí a varias personas en forma de saludo pero no me detuve para platicar, mis ojos buscaban caras familiares y en particular a una que aún no sabía si podría reconocer o no.
Última edición por Frederick Haider el Vie Sep 16, 2016 10:47 am, editado 1 vez
Frederick Haider- Realeza Rumana
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 28/08/2016
Localización : París, Francia
Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
Aquellos que vuelan solos, tienen las alas más fuertes.
Dormir, se había convertido en una tortura. Un bucle en donde la hacía viajar al pasado, a determinados momentos clave en su vida que nunca, jamás…fue capaz de borrar. Cuando se abandonaba a los brazos de Morfeo, Abbey volvía siempre al mismo punto de partida. Volvía sus pasos a los de la infancia, ser esa niña vivaz, rebelde y feliz. La infancia, fue su mejor etapa. La inocencia, ocultaba las verdaderas caras de los que la rodeaban. Sus hermanas, mayores que ella, nunca fueron un ejemplo clave para darle ejemplo, más bien evitarlo cuando creciese. Las fiestas, los bailes, los eventos…no habían cambiado, seguían siendo exactamente copias. Las mismas caras, nuevos ricos, impostores, también busca vidas y a todas, debía de asistir como toda Appleby, en constante exposición.
¿Cómo recordaba Abbey esos festejos? Los recordaba entre risas, travesuras y terminando en el jardín con la ropa manchada , mirando al cielo junto a una persona. Su amigo, el único que tuvo cuando no era más que una niña. Desde entonces, las fiestas y demás, carecieron de sentido. Terminaban siendo tan aburridas como las veía tras las cristaleras, solo que ahora, se encontraba en el gran salón esperando algo que nunca llegaría pero así no pensaba su familia.
Y en otro sueño, volvía a ser esa niña que corría entre la gente, reía y era ella misma. Una niña convertida en fantasma de lo que fue y que aún no comprendía, entendía nada, muchas preguntas sin respuestas y viceversa. Veía a su amigo correr tras ella, oía su risa, su infantil voz llamándola pero la realidad era tan cruda que al despertar todo se evaporaba como en una nube de humo.
Frente al espejo, sus orbes azules volvieron a cobrar vida a la voz insistente de una de las muchachas del servicio. Ignoró por completo su prisa, le daba igual llegar tarde, se suponía la fiesta seguiría allí llegase ahora o un poco después. Odiaba las fiestas, la gente que acudía a ellas y a sus hermanas por obligarla a ello. Por el reflejo del espejo, podía ver tras ella, su vestido para la ocasión. Vaporoso, atrevido pero elegante y distinguido. Después del que le regaló el señor Milles, aquel vestido era perfecto, seguramente volvería a ser el punto de mira por no ser “uno más del montón” y destacar entre todas las mujeres.
-Señorita Appleby , por favor. La señora Gilbert dispuso salir en media hora y no os dará tiempo - Abbey, giró el rostro y se encogió de hombros, volviendo a la imagen de sí misma reflejada en el espejo -Y qué me importa, ya dije qué iría pero no cuando-soltó un suspiro, seguramente el señor Milles ya la hubiese convencido… desde que no estaba ya no era lo mismo ¿si lo echaba de menos? lo que su recuerdo le hacía sentir, le impulsaba a no quedarse sentada donde estaba y por fin vestirse para la ocasión.
Y como no, llegaba tarde. Una breve sonrisa apareció en sus labios en cuanto fue anunciada. Casi todo aquel que fue invitado, ya se encontraba en la fiesta. El murmullo se hizo silencio en cuanto el apellido “Appleby” fue anunciado, las miradas hacia su persona, los murmullos se hicieron eco, señalándola. Ella no se achantó, bajó escalón por escalón, mezclándose entre la gente. Sus orbes azules, observaban sin ningún tipo de pudor a los presentes. Tropezó varias veces pero la última le hizo tambalearse, casi le hace caer al suelo. Frunció el ceño, clavando la mirada fija en la espalda de aquel que ni se había atrevido a disculparse.
-Tanto lujo, tanto ego… y ni una disculpa. Apártese de mi camino si no quiere que lo utilice de copa, al menos servirá esta noche para algo. -aquella Abbey, malhumorada, con carácter pedía de no muy buenas maneras a aquel joven con quien se había chocado, quién iba a pensar que sería la persona que menos esperaba.
Esa fiereza, esos ojos azules únicos, sin duda era ella...ese torbellino que no había cambiado , seguía con la misma rebeldía.
Dormir, se había convertido en una tortura. Un bucle en donde la hacía viajar al pasado, a determinados momentos clave en su vida que nunca, jamás…fue capaz de borrar. Cuando se abandonaba a los brazos de Morfeo, Abbey volvía siempre al mismo punto de partida. Volvía sus pasos a los de la infancia, ser esa niña vivaz, rebelde y feliz. La infancia, fue su mejor etapa. La inocencia, ocultaba las verdaderas caras de los que la rodeaban. Sus hermanas, mayores que ella, nunca fueron un ejemplo clave para darle ejemplo, más bien evitarlo cuando creciese. Las fiestas, los bailes, los eventos…no habían cambiado, seguían siendo exactamente copias. Las mismas caras, nuevos ricos, impostores, también busca vidas y a todas, debía de asistir como toda Appleby, en constante exposición.
¿Cómo recordaba Abbey esos festejos? Los recordaba entre risas, travesuras y terminando en el jardín con la ropa manchada , mirando al cielo junto a una persona. Su amigo, el único que tuvo cuando no era más que una niña. Desde entonces, las fiestas y demás, carecieron de sentido. Terminaban siendo tan aburridas como las veía tras las cristaleras, solo que ahora, se encontraba en el gran salón esperando algo que nunca llegaría pero así no pensaba su familia.
Y en otro sueño, volvía a ser esa niña que corría entre la gente, reía y era ella misma. Una niña convertida en fantasma de lo que fue y que aún no comprendía, entendía nada, muchas preguntas sin respuestas y viceversa. Veía a su amigo correr tras ella, oía su risa, su infantil voz llamándola pero la realidad era tan cruda que al despertar todo se evaporaba como en una nube de humo.
Frente al espejo, sus orbes azules volvieron a cobrar vida a la voz insistente de una de las muchachas del servicio. Ignoró por completo su prisa, le daba igual llegar tarde, se suponía la fiesta seguiría allí llegase ahora o un poco después. Odiaba las fiestas, la gente que acudía a ellas y a sus hermanas por obligarla a ello. Por el reflejo del espejo, podía ver tras ella, su vestido para la ocasión. Vaporoso, atrevido pero elegante y distinguido. Después del que le regaló el señor Milles, aquel vestido era perfecto, seguramente volvería a ser el punto de mira por no ser “uno más del montón” y destacar entre todas las mujeres.
-Señorita Appleby , por favor. La señora Gilbert dispuso salir en media hora y no os dará tiempo - Abbey, giró el rostro y se encogió de hombros, volviendo a la imagen de sí misma reflejada en el espejo -Y qué me importa, ya dije qué iría pero no cuando-soltó un suspiro, seguramente el señor Milles ya la hubiese convencido… desde que no estaba ya no era lo mismo ¿si lo echaba de menos? lo que su recuerdo le hacía sentir, le impulsaba a no quedarse sentada donde estaba y por fin vestirse para la ocasión.
Y como no, llegaba tarde. Una breve sonrisa apareció en sus labios en cuanto fue anunciada. Casi todo aquel que fue invitado, ya se encontraba en la fiesta. El murmullo se hizo silencio en cuanto el apellido “Appleby” fue anunciado, las miradas hacia su persona, los murmullos se hicieron eco, señalándola. Ella no se achantó, bajó escalón por escalón, mezclándose entre la gente. Sus orbes azules, observaban sin ningún tipo de pudor a los presentes. Tropezó varias veces pero la última le hizo tambalearse, casi le hace caer al suelo. Frunció el ceño, clavando la mirada fija en la espalda de aquel que ni se había atrevido a disculparse.
-Tanto lujo, tanto ego… y ni una disculpa. Apártese de mi camino si no quiere que lo utilice de copa, al menos servirá esta noche para algo. -aquella Abbey, malhumorada, con carácter pedía de no muy buenas maneras a aquel joven con quien se había chocado, quién iba a pensar que sería la persona que menos esperaba.
Esa fiereza, esos ojos azules únicos, sin duda era ella...ese torbellino que no había cambiado , seguía con la misma rebeldía.
- Spoiler:
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 505
Fecha de inscripción : 23/03/2011
Localización : París-Londres
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
No era tan tarde, se podía decir que apenas el sol se estaba marchando y el tiempo pasaba rápido en aquel entonces cuando las risas y bromas se escuchaban sin parar, podía recordad esos bellos ojos azules tratando de desaparecer, de no ser descubiertos mientras las altas y anchas columnas que daban hacia el jardín servían de escondite. La ropa manchada de tierra, alguno que otro rasguño y tampoco podían faltar los regaños de mi madre por aquel comportamiento, lo que al final, no me importaba si podía pasar tiempo con ella.
Sin duda alguna, revivir aquello en mi mente era mucho más divertido. Me encontraba dentro del Palacio Royale, impresionante, sí, pero no tan impresionante como cuando era un niño. Las paredes cubiertas por aquel tapiz rojo terminaban siendo decoradas y realzadas por aquellos detalles dorados, por las pinturas en sus paredes o aquellos muebles estrafalarios. Los candelabros de igual forma dorados, relucían y llamaban la atención por aquel extenso y amplio salón que iluminaba; en el fondo, con sus instrumentos los músicos discutían por el orden de canciones que empezarían a tocar nuevamente, y los invitados, platicaban, tomaban, reían y a su forma, se divertían.
¿En verdad lo hacían?, tal vez era un simple máscara para encajar en aquel mundo, o acaso, ¿no estaba haciendo lo mismo en esos instantes? Fingir divertirme y tratar de entablar una conversación para pasar el rato; si bien, mi principal argumento para asistir a la fiesta no había resultado como lo había planeado, estaba dejando pasar el tiempo y dejar un poco a la suerte o al destino el volver a encontrarla. Había pasado más de lo debido en su búsqueda, sin saber a ciencia cierta si me acordaría de ella pero a pesar de los años transcurridos recordaba a la perfección esos zafiros que brillaban de alegría cada vez que estaban conmigo, su sonrisa resplandeciente y ese calor que me reconfortaba cuando estaba a su lado. Sin embargo después de dicha búsqueda, podía asegurar que ella no estaba entre los invitados, tal vez ni siquiera estaba en la ciudad en aquel instante…pero, ¿acaso no me habían confirmado que la joven Appleby estaba en París?
Los nervios se iban y venían mientras dedicaba ese tiempo a encontrarla entre los invitados, miles de preguntas pasaron por mi cabeza sin tener una respuesta a todas ellas. ¿Se acordaría de mí?, ¿estaría molesta por haberse ido sin dar alguna explicación?... Me reprochó por eso último pero que otra cosa habría podido hacer si no seguir a mis padres, tal vez, ni siquiera se reconocerían e incluso cabía la posibilidad de que lo hubiera olvidado por completo. Las imágenes de su memoria de esos dos niños jugando durante todo el viaje de Rumania a Francia habían aparecido todas las noches, no podía negarme que en mi corazón sentía emoción pero a la vez temor, aquella niña de cabello dorado y largo acompañado siempre junto a su sonrisa y bella mirada, había sido su mejor amiga; ahora en esos instantes que hablaba con un hombre de bigote cano prominente y mejillas abultadas y coloradas por el licor ingerido durante la velada, recordaba su apariencia de hace años, un niño escuálido, de voz infantil y aguda, ese cabello castaño claro que con el tiempo se había oscurecido sin dejar que los destellos de color cobrizo se borraran completamente, no había sido su mejor versión.
Risas obligadas, uno que otro trago, coqueteos por parte de algunas doncellas del lugar, así transcurría la noche hasta que el heraldo anuncio a otra persona. Hizo retumbar el piso antes de anunciarla y mi vista fue a parar a u uno de los relojes de la habitación, demasiado tarde para que alguien llegara, pensé, y justo en ese instante el apellido “Appleby” resonó por el lugar. No fui el único que giro a verla, prácticamente todos los invitados en esa fiesta la observaron sin despegar su vista cuando mientras que ella bajaba uno por uno los escalones sin bajar su vista.
Y ahí me encontraba yo, observándola, recordándola. Aquella niña que había alegrado con su sola presencia mi primer estancia en París se había transformado en toda una mujer, su larga cabellera se encontraba sujeta en un sofisticado peinado mientras sus largas y negras pestañas acentuaban aún más junto a su maquillaje sus bellos ojos, sus mejillas levemente ruborizadas realzaban la sonrisa que dirigía a todas las miradas de desaprobación. Aquel vestido que llevaba comenzaba a generar murmullos entre las mujeres, era sencillo, de un color rosa pálido y detalles en color negro, su escote realzaba su figura y sus curvas, que poco quedaba de aquel recuerdo de infancia que tenía.
Sonreí, sin saber por qué, pero ahí estaba con la vista encajada en ella sonriendo como un estúpido. Fue solo el comentario atrás mío el que me hizo girar – La rebelde Abbey Appleby, después de todo lo sucedido y se presente así, queriendo llamar la atención de todos.
-Disculpe- la mirada del hombre con el que minutos antes conversaba se giró a verme junto a su compañera- No es bien visto que un señor de clase hable de una señorita a sus espaldas, debería de omitir ese tipo de comentarios.
Sorprendido ante mi comentario y a mi actitud molesta busco otra cosa que decir, sin embargo no le di tiempo de otra cosa, camine algunas pasos hacia atrás y justo cuando me di la vuelta sentí un golpe en mi espalda. Escuche su voz reclamarme molesta por lo sucedido, aquella presentación era la que menos se me había ocurrido después de tantos años, su gesto malhumorado, esa rebeldía y ese tono tan suyo, seguían siendo como yo lo recordaba. Estaba hecha una fiera mirando a todos lados sin prestar atención a la persona que casi la tiraba.
Las miradas de los curiosos, de aquellos que cuchicheaban desde su llegada, ahora estaban puesta en nosotros- Entiendo su enojo, fue muy descortés de mi parte no fijarme por donde caminaba, permítame resarcir mi error señorita Appleby- le sonreí esperando que sus ojos se fijaran en los míos.
Si digo que fue una eternidad lo que tuve que esperar para que nuestra mirada se topara podría sonar demasiado exagerado, pero en realidad así lo sentí. Si reconoció al instante mi voz no lo supe, trate de leer su expresión pero incluso los nervios de lo que pasaría a continuación jugaron conmigo. Y al final, después de tantos años y años, estaba observando esas orbes azules, nadie dijo nada de inmediato, por mi parte solo puedo decir, que me perdí en su mirada
-Frederick Haider- susurre sin saber qué otra cosa hacer más que presentarme.
Sin duda alguna, revivir aquello en mi mente era mucho más divertido. Me encontraba dentro del Palacio Royale, impresionante, sí, pero no tan impresionante como cuando era un niño. Las paredes cubiertas por aquel tapiz rojo terminaban siendo decoradas y realzadas por aquellos detalles dorados, por las pinturas en sus paredes o aquellos muebles estrafalarios. Los candelabros de igual forma dorados, relucían y llamaban la atención por aquel extenso y amplio salón que iluminaba; en el fondo, con sus instrumentos los músicos discutían por el orden de canciones que empezarían a tocar nuevamente, y los invitados, platicaban, tomaban, reían y a su forma, se divertían.
¿En verdad lo hacían?, tal vez era un simple máscara para encajar en aquel mundo, o acaso, ¿no estaba haciendo lo mismo en esos instantes? Fingir divertirme y tratar de entablar una conversación para pasar el rato; si bien, mi principal argumento para asistir a la fiesta no había resultado como lo había planeado, estaba dejando pasar el tiempo y dejar un poco a la suerte o al destino el volver a encontrarla. Había pasado más de lo debido en su búsqueda, sin saber a ciencia cierta si me acordaría de ella pero a pesar de los años transcurridos recordaba a la perfección esos zafiros que brillaban de alegría cada vez que estaban conmigo, su sonrisa resplandeciente y ese calor que me reconfortaba cuando estaba a su lado. Sin embargo después de dicha búsqueda, podía asegurar que ella no estaba entre los invitados, tal vez ni siquiera estaba en la ciudad en aquel instante…pero, ¿acaso no me habían confirmado que la joven Appleby estaba en París?
Los nervios se iban y venían mientras dedicaba ese tiempo a encontrarla entre los invitados, miles de preguntas pasaron por mi cabeza sin tener una respuesta a todas ellas. ¿Se acordaría de mí?, ¿estaría molesta por haberse ido sin dar alguna explicación?... Me reprochó por eso último pero que otra cosa habría podido hacer si no seguir a mis padres, tal vez, ni siquiera se reconocerían e incluso cabía la posibilidad de que lo hubiera olvidado por completo. Las imágenes de su memoria de esos dos niños jugando durante todo el viaje de Rumania a Francia habían aparecido todas las noches, no podía negarme que en mi corazón sentía emoción pero a la vez temor, aquella niña de cabello dorado y largo acompañado siempre junto a su sonrisa y bella mirada, había sido su mejor amiga; ahora en esos instantes que hablaba con un hombre de bigote cano prominente y mejillas abultadas y coloradas por el licor ingerido durante la velada, recordaba su apariencia de hace años, un niño escuálido, de voz infantil y aguda, ese cabello castaño claro que con el tiempo se había oscurecido sin dejar que los destellos de color cobrizo se borraran completamente, no había sido su mejor versión.
Risas obligadas, uno que otro trago, coqueteos por parte de algunas doncellas del lugar, así transcurría la noche hasta que el heraldo anuncio a otra persona. Hizo retumbar el piso antes de anunciarla y mi vista fue a parar a u uno de los relojes de la habitación, demasiado tarde para que alguien llegara, pensé, y justo en ese instante el apellido “Appleby” resonó por el lugar. No fui el único que giro a verla, prácticamente todos los invitados en esa fiesta la observaron sin despegar su vista cuando mientras que ella bajaba uno por uno los escalones sin bajar su vista.
Y ahí me encontraba yo, observándola, recordándola. Aquella niña que había alegrado con su sola presencia mi primer estancia en París se había transformado en toda una mujer, su larga cabellera se encontraba sujeta en un sofisticado peinado mientras sus largas y negras pestañas acentuaban aún más junto a su maquillaje sus bellos ojos, sus mejillas levemente ruborizadas realzaban la sonrisa que dirigía a todas las miradas de desaprobación. Aquel vestido que llevaba comenzaba a generar murmullos entre las mujeres, era sencillo, de un color rosa pálido y detalles en color negro, su escote realzaba su figura y sus curvas, que poco quedaba de aquel recuerdo de infancia que tenía.
Sonreí, sin saber por qué, pero ahí estaba con la vista encajada en ella sonriendo como un estúpido. Fue solo el comentario atrás mío el que me hizo girar – La rebelde Abbey Appleby, después de todo lo sucedido y se presente así, queriendo llamar la atención de todos.
-Disculpe- la mirada del hombre con el que minutos antes conversaba se giró a verme junto a su compañera- No es bien visto que un señor de clase hable de una señorita a sus espaldas, debería de omitir ese tipo de comentarios.
Sorprendido ante mi comentario y a mi actitud molesta busco otra cosa que decir, sin embargo no le di tiempo de otra cosa, camine algunas pasos hacia atrás y justo cuando me di la vuelta sentí un golpe en mi espalda. Escuche su voz reclamarme molesta por lo sucedido, aquella presentación era la que menos se me había ocurrido después de tantos años, su gesto malhumorado, esa rebeldía y ese tono tan suyo, seguían siendo como yo lo recordaba. Estaba hecha una fiera mirando a todos lados sin prestar atención a la persona que casi la tiraba.
Las miradas de los curiosos, de aquellos que cuchicheaban desde su llegada, ahora estaban puesta en nosotros- Entiendo su enojo, fue muy descortés de mi parte no fijarme por donde caminaba, permítame resarcir mi error señorita Appleby- le sonreí esperando que sus ojos se fijaran en los míos.
Si digo que fue una eternidad lo que tuve que esperar para que nuestra mirada se topara podría sonar demasiado exagerado, pero en realidad así lo sentí. Si reconoció al instante mi voz no lo supe, trate de leer su expresión pero incluso los nervios de lo que pasaría a continuación jugaron conmigo. Y al final, después de tantos años y años, estaba observando esas orbes azules, nadie dijo nada de inmediato, por mi parte solo puedo decir, que me perdí en su mirada
-Frederick Haider- susurre sin saber qué otra cosa hacer más que presentarme.
Última edición por Frederick Haider el Vie Sep 16, 2016 10:48 am, editado 1 vez
Frederick Haider- Realeza Rumana
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Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
Con vuestras piedras, mi muro se hace más y más alto.
Los cuchicheos, los murmullos que no cesaban y su sonrisa, resplandeciente como si nada le afectase y en realidad, en parte así era. Todos esos rumores, las etiquetas colocadas a su persona, todas inciertas. Una joven de clase alta no acorde a estar a la altura de lo que representaba su apellido. Nada que ver a sus hermanas, éstas ya habían contraído matrimonio con hombres de importancia, todas a imagen y semejanza de cómo no, su padre. Un molde idéntico, todas con el mismo patrón…las hermanas Appleby como jarrones de adorno de un hombre que solo la paseaba y tomaban como simples incubadoras.
Un vestido inusual, miradas de desaprobación que sin duda indicaban que era el perfecto, el indicado para lucir en esa fiesta. Un “duelo” en honor al señor Milles quien seguro le habría dicho lo hermosa y bien que se veía con el vestido. Cuanta envidia se olía en el ambiente, cuantos ojos fijos en su persona. Lo último que deseaba, era toparse con necios que ni sabían disculparse. Estaba de mal humor, como para no estarlo. No le agradaban las fiestas pero si se quedaba en casa, terminaría por ser bautizada como “la Appleby amargada” “o la manzana podrida” como más veces se refirieron a ella.
Las mismas caras, nada cambiaba. Todo se volvió monótono, desde la fiesta de la desgracia…era a la primera que acudía. Los fantasmas de su pasado seguían manifestándose con recuerdos, llevándola a un lugar donde preferiría estar miles de veces que allí. En la fiesta no se le perdió nada pero al menos, callaba ciertos rumores que se habían propagado como el fuego. Y de nuevo, volvieron a perderle sus pensamientos…hasta oír aquella voz que le susurraba un disculpa junto con su apellido. Conocía a todos los asistentes de la fiesta pero… a esa persona, no.
Sus orbes azules, se fijaron en aquel joven. ¿Quién era y por qué parecía conocerla de algún modo? Entreabrió los labios, esperando decir algo pero negó con la cabeza. No, no deseaba ni discutir con nadie ni entablar ningún tema de conversación. La joven Appleby, hizo ademán para abandonar alguna especie de acercamiento cuando…aquel nombre le desconcertó. Zafiros que brillaron con intensidad, clavando su mirada fija en él , desafiante. Imposible. No, no podía llamarse Frederick Haider, tampoco estar frente a ella como una “casualidad” ¿acaso el destino era tan cruel para tenderle este tipo de trampas? Maldita sea, chasqueó la lengua, negando con la cabeza y acortar las distancias, le dio exactamente igual si sobrepasaba los límites del decoro. Ella siempre se saltaba las reglas.
-No. No eres Frederick Haider. -¿por qué ella daba por hecho que no lo era? ¿con qué fin ese joven utilizaba ese nombre? Algunas personas se llamaban igual, debían ser eso pero en su cabeza… retumbaba una y otra vez -¿Frederick Haider? -preguntó en voz alta, para sí misma… hacía tantos años que no oía de su propia voz aquel nombre que tuvo que tomarse unos segundos para reaccionar, sin saber cómo -Espero sea una broma, una de muy mal gusto. -entrecerró los ojos, esperando encontrar a ese niño delgado, de mirada dulce … recordar una vez su sonrisa pero ¿cómo era posible?.
Los pasos dados hacia adelante, los repitió hacia atrás. ¿Habría perdido completamente la razón? Locura, la locura al final iba a ser su perdición. Llevó una mano al rostro, pellizcando su mejilla de forma disimulada. Y volvió a mirarle a los ojos.
-No eres mi Freddy… ¿Verdad? -frunció el ceño, enfadada consigo misma, temiendo la respuesta, una que dudaba fuese afirmativa… porque si era así, habría estado viviendo en una gran mentira , ellos le aseguraron que… -Mi Frederick Haider está muerto…ellos, ellos me dijeron que… olvídelo, disculpe -bajó la mirada, carraspeando , intentando no flaquear…una vez más.
Los cuchicheos, los murmullos que no cesaban y su sonrisa, resplandeciente como si nada le afectase y en realidad, en parte así era. Todos esos rumores, las etiquetas colocadas a su persona, todas inciertas. Una joven de clase alta no acorde a estar a la altura de lo que representaba su apellido. Nada que ver a sus hermanas, éstas ya habían contraído matrimonio con hombres de importancia, todas a imagen y semejanza de cómo no, su padre. Un molde idéntico, todas con el mismo patrón…las hermanas Appleby como jarrones de adorno de un hombre que solo la paseaba y tomaban como simples incubadoras.
Un vestido inusual, miradas de desaprobación que sin duda indicaban que era el perfecto, el indicado para lucir en esa fiesta. Un “duelo” en honor al señor Milles quien seguro le habría dicho lo hermosa y bien que se veía con el vestido. Cuanta envidia se olía en el ambiente, cuantos ojos fijos en su persona. Lo último que deseaba, era toparse con necios que ni sabían disculparse. Estaba de mal humor, como para no estarlo. No le agradaban las fiestas pero si se quedaba en casa, terminaría por ser bautizada como “la Appleby amargada” “o la manzana podrida” como más veces se refirieron a ella.
Las mismas caras, nada cambiaba. Todo se volvió monótono, desde la fiesta de la desgracia…era a la primera que acudía. Los fantasmas de su pasado seguían manifestándose con recuerdos, llevándola a un lugar donde preferiría estar miles de veces que allí. En la fiesta no se le perdió nada pero al menos, callaba ciertos rumores que se habían propagado como el fuego. Y de nuevo, volvieron a perderle sus pensamientos…hasta oír aquella voz que le susurraba un disculpa junto con su apellido. Conocía a todos los asistentes de la fiesta pero… a esa persona, no.
Sus orbes azules, se fijaron en aquel joven. ¿Quién era y por qué parecía conocerla de algún modo? Entreabrió los labios, esperando decir algo pero negó con la cabeza. No, no deseaba ni discutir con nadie ni entablar ningún tema de conversación. La joven Appleby, hizo ademán para abandonar alguna especie de acercamiento cuando…aquel nombre le desconcertó. Zafiros que brillaron con intensidad, clavando su mirada fija en él , desafiante. Imposible. No, no podía llamarse Frederick Haider, tampoco estar frente a ella como una “casualidad” ¿acaso el destino era tan cruel para tenderle este tipo de trampas? Maldita sea, chasqueó la lengua, negando con la cabeza y acortar las distancias, le dio exactamente igual si sobrepasaba los límites del decoro. Ella siempre se saltaba las reglas.
-No. No eres Frederick Haider. -¿por qué ella daba por hecho que no lo era? ¿con qué fin ese joven utilizaba ese nombre? Algunas personas se llamaban igual, debían ser eso pero en su cabeza… retumbaba una y otra vez -¿Frederick Haider? -preguntó en voz alta, para sí misma… hacía tantos años que no oía de su propia voz aquel nombre que tuvo que tomarse unos segundos para reaccionar, sin saber cómo -Espero sea una broma, una de muy mal gusto. -entrecerró los ojos, esperando encontrar a ese niño delgado, de mirada dulce … recordar una vez su sonrisa pero ¿cómo era posible?.
Los pasos dados hacia adelante, los repitió hacia atrás. ¿Habría perdido completamente la razón? Locura, la locura al final iba a ser su perdición. Llevó una mano al rostro, pellizcando su mejilla de forma disimulada. Y volvió a mirarle a los ojos.
-No eres mi Freddy… ¿Verdad? -frunció el ceño, enfadada consigo misma, temiendo la respuesta, una que dudaba fuese afirmativa… porque si era así, habría estado viviendo en una gran mentira , ellos le aseguraron que… -Mi Frederick Haider está muerto…ellos, ellos me dijeron que… olvídelo, disculpe -bajó la mirada, carraspeando , intentando no flaquear…una vez más.
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
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Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
El compás de la música se volvía escuchar nuevamente entre aquellas paredes llenas de adornos dorados, podía distinguir el sonido del violín con exactitud o las notas del piano que acompañaban la alegre balada con el propósito de invitar a bailar a cada uno de los invitados de la fiesta. Tal vez eran ideas mías o no, pero pareciera que las personas que nos rodeaban estaban más al pendiente de lo que estaba sucediendo entre la señorita Abbey Appleaby y yo, sin duda esperaban que la escena de hace alguno instantes les diera de que hablar durante toda la noche.
Que poco importaba todo lo demás en esos instantes, desde mi viaje de Galati a París había imaginado aquel reencuentro, miles de escenas y encuentros fueron recreadas dentro de mi cabeza en diferentes situaciones pero ninguna de ellas se acercaba siquiera a lo que estaba ocurriendo en ese instante en que ambos nos observamos. Había dejado de prestarle atención a todo lo demás, sentía hundirme en esos ojos azules esperando por alguna respuesta de su parte, sin embargo, el tiempo parecía querer torturarme, jugar conmigo de la peor de las formas. ¿Acaso no me recordaba?, tragué en seco notando como sus labios se entreabrían para decir algo pero de inmediato se detuvo negando ligeramente. Su vista se perdió algunos instantes en lo que creí que daría media vuelta y se marcharía sin decir nada, pero sucedió todo lo contrario, un chasquido nada decente, una negativa nuevamente y una mirada de … ¿enojo?, ¿ira?. ¿Cómo descifrar todas aquellas reacciones?.
Trate de inhalar profundamente, sorprendido y echando mi espalda un poco hacia atrás cuando ella sin más, acortó nuestra distancia dejando nula separación entre nosotros dos, logre escuchar alguna que otra exclamación sin que realmente me importara lo que pensaron aquellos invitados curiosos y expectantes de nuestra conversación. No supe cómo reaccionar, simplemente me quede ahí parado sosteniendo su mirada y esperando por su reacción.
Un susurro negando quien yo decía ser fueron sus primeras palabras, negación era lo que había en lo que decía y en sus ojos, además de incredulidad y temor. Todo había pasado tan rápido y a la vez no, tuve temor de que se alejara, de que decidiera dar media vuelta e irse sin siquiera yo poder hacer algo; los mismos pasos con los que se había acercado fueron los que camino hacia atrás, preguntando y afirmando cosas que no entendía. Y fue justo cuando bajo su mirada y dejo la seguridad tan característica de ella aun lado que reaccione.
¿Sobre pasar los límites? Que poco importaba cuando esa alegría en esos ojos azules se borraba por completo, sin pensarlo, sin interesarme si quiera que diversos ojos estuvieran en nuestra dirección volví a acortar nuestra distancia para terminar por sujetarla del brazo y levantar mi otra mano en dirección hacia su mentón con la intensión de volver a cruzar nuestras miradas -¿Qué fue lo que te dijeron?... ¿quién fue capaz de mentirte de esa forma?- pregunte en un susurro aun sujetándola – Abbey, soy yo… aquel niño escuálido que te seguía para todos lados- volví a hablar tratando de dejar una sonrisa ante mis últimas palabras.
-¿Cómo podría bromear con algo así?- sus labios se entreabrieron nuevamente mientras nuestras miradas no se separaban, fueron tan solo unos instantes en los cuales me perdí en su ojos y pude reconocer a aquella niña impetuosa y alegre que había llenado de felicidad mi infancia durante mis días en París. Un brillo alumbro su mirar e intente comprender su significado pero así como todo empezó de improvisto, así termino, giro su cabeza levemente terminando por alejarse de mí apartándose con cierta brusquedad.
Termine por dar un par de pasos hacia atrás y bajar mi cabeza en manera de disculpa- No era mi intención sobrepasarme de esa manera, le pido me perdone- volví a disculparme por segunda vez en aquella noche sin dejarle de ver- por favor señorita Appleaby, podríamos hablar en otro lugar menos concurrido… creo que necesitamos aclarar ciertas cosas.
Un silencio nos acompañó cuando terminé de hablar, incertidumbre fue por lo que pase cuando no obtuve un respuesta inmediata, deseando saber que era lo que pensaba y lo que pasaba por su cabeza en esos momentos en que los cuchicheos comenzaban a subir de tono y la música que no había dejado de escucharse pasaba a segundo término en aquella noche.
Que poco importaba todo lo demás en esos instantes, desde mi viaje de Galati a París había imaginado aquel reencuentro, miles de escenas y encuentros fueron recreadas dentro de mi cabeza en diferentes situaciones pero ninguna de ellas se acercaba siquiera a lo que estaba ocurriendo en ese instante en que ambos nos observamos. Había dejado de prestarle atención a todo lo demás, sentía hundirme en esos ojos azules esperando por alguna respuesta de su parte, sin embargo, el tiempo parecía querer torturarme, jugar conmigo de la peor de las formas. ¿Acaso no me recordaba?, tragué en seco notando como sus labios se entreabrían para decir algo pero de inmediato se detuvo negando ligeramente. Su vista se perdió algunos instantes en lo que creí que daría media vuelta y se marcharía sin decir nada, pero sucedió todo lo contrario, un chasquido nada decente, una negativa nuevamente y una mirada de … ¿enojo?, ¿ira?. ¿Cómo descifrar todas aquellas reacciones?.
Trate de inhalar profundamente, sorprendido y echando mi espalda un poco hacia atrás cuando ella sin más, acortó nuestra distancia dejando nula separación entre nosotros dos, logre escuchar alguna que otra exclamación sin que realmente me importara lo que pensaron aquellos invitados curiosos y expectantes de nuestra conversación. No supe cómo reaccionar, simplemente me quede ahí parado sosteniendo su mirada y esperando por su reacción.
Un susurro negando quien yo decía ser fueron sus primeras palabras, negación era lo que había en lo que decía y en sus ojos, además de incredulidad y temor. Todo había pasado tan rápido y a la vez no, tuve temor de que se alejara, de que decidiera dar media vuelta e irse sin siquiera yo poder hacer algo; los mismos pasos con los que se había acercado fueron los que camino hacia atrás, preguntando y afirmando cosas que no entendía. Y fue justo cuando bajo su mirada y dejo la seguridad tan característica de ella aun lado que reaccione.
¿Sobre pasar los límites? Que poco importaba cuando esa alegría en esos ojos azules se borraba por completo, sin pensarlo, sin interesarme si quiera que diversos ojos estuvieran en nuestra dirección volví a acortar nuestra distancia para terminar por sujetarla del brazo y levantar mi otra mano en dirección hacia su mentón con la intensión de volver a cruzar nuestras miradas -¿Qué fue lo que te dijeron?... ¿quién fue capaz de mentirte de esa forma?- pregunte en un susurro aun sujetándola – Abbey, soy yo… aquel niño escuálido que te seguía para todos lados- volví a hablar tratando de dejar una sonrisa ante mis últimas palabras.
-¿Cómo podría bromear con algo así?- sus labios se entreabrieron nuevamente mientras nuestras miradas no se separaban, fueron tan solo unos instantes en los cuales me perdí en su ojos y pude reconocer a aquella niña impetuosa y alegre que había llenado de felicidad mi infancia durante mis días en París. Un brillo alumbro su mirar e intente comprender su significado pero así como todo empezó de improvisto, así termino, giro su cabeza levemente terminando por alejarse de mí apartándose con cierta brusquedad.
Termine por dar un par de pasos hacia atrás y bajar mi cabeza en manera de disculpa- No era mi intención sobrepasarme de esa manera, le pido me perdone- volví a disculparme por segunda vez en aquella noche sin dejarle de ver- por favor señorita Appleaby, podríamos hablar en otro lugar menos concurrido… creo que necesitamos aclarar ciertas cosas.
Un silencio nos acompañó cuando terminé de hablar, incertidumbre fue por lo que pase cuando no obtuve un respuesta inmediata, deseando saber que era lo que pensaba y lo que pasaba por su cabeza en esos momentos en que los cuchicheos comenzaban a subir de tono y la música que no había dejado de escucharse pasaba a segundo término en aquella noche.
Frederick Haider- Realeza Rumana
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Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
Las mentiras alimentaron lo que fue tu ausencia.
La fiesta, había quedado apartada a un lado, como sus propios pensamientos. Murmullos que corroboraban que la señorita Appleby había perdido totalmente el juicio ¿por qué motivo? Por dirigirse de aquel modo a un desconocido, a un recién llegado. Abbey incrédula, negaba tanto con palabras como con gestos que aquel joven que tenía delante de ella, fuese su Frederick. ¿Y quién fue ese Frederick? Un niño, el niño de sus recuerdos, aquel con el que compartió su infancia y el cual fue arrebatado de su vida con viles mentiras. Él no podía ser ese niño porque la verdad que ella creía, conocía…se diferenciaba mucho de la realidad.
Su mejor amigo, estaba muerto. Sus propios padres le confirmaron la noticia para que dejase de buscarle, de preguntar por él y poder anhelarle, echarle de menos entre sollozos en su soledad y terminar por ser quien era ahora, haciéndose fuerte. Pero desde la perdida del señor Milles, Abbey se había hecho amiga del peor de los sentimientos: el miedo. Miedo de volver a perder a otra persona importante, por eso… era incapaz de confiar, sobre todo en sí misma. Pobre niña, pobre familia…murmuraban sin cesar, todo por no ser como ellos y diferenciarse con creces de esos ricos que se jactaban, la señalaban y la miraban con desaprobación.
Solo su agarre, le devolvió a aquella sala repleta de gente. Orbes azules que buscaron los ajenos y al encontrarlos, volvió a tener miedo. Un miedo que él pudo notar en la manera en la que volvió a dar un paso hacia atrás. Temía que él también se hubiese convertido en un fantasma. Su vida, llena de fantasmas , personas importantes que ya no estaban. Su voz, ya no la de un niño, la calmaba de alguna manera mientras ella, intentaba apilar todos los sentimientos y sensaciones…
-Pero Frederick está muerto -ojos azules que infundían no solo miedo, también desolación, ¿quién iba a creer que ese niño estuviese delante de ella? -Mi padre me dijo, que tu familia volvió a tu tierra natal por tu fallecimiento. Tuviste un accidente y tus padres tenían que darte sepultura allí. ¿Por qué me haces esto? -pregunta con reproche, un reproche que se saboreaba con una pizca de esperanza de que realmente fuese él . Que crueldad, ahora que podía ser él…volvía a apartarse de ella -Si viene conmigo, su reputación está en juego. A mí ya no me importa porque no es que sea el claro ejemplo de señorita. -le dedicó un leve gesto con la cabeza para que le siguiese, a la atenta mirada de curiosos que siguieron sus pasos.
No fue muy lejos, sí a un lugar de la fiesta menos concurrido: uno de los largos pasillos de la casa. Nada más cruzar la puerta, buscó la oscuridad para poder apoyar su espalda en una de las paredes, tomar aire y pensar con claridad, serenidad. Los pasos de alguien ajeno, no le alertaron pues por su silueta supo enseguida de quien se trataba, si era él… lo sabría. No iba a empezar él a hablar, ella aún tenía mucho que decir.
-Ya no somos unos niños. Si eres él, te acordarás de muchas cosas y de una promesa. -fue directa, hablaba con toda la naturalidad, fuerza que en la sala no había mostrado… siendo esa niña impetuosa y rebelde que fue en el pasado -No sé qué pasó, tampoco me dieron muchas respuestas porque si estabas muerto ¿qué iban a decirme más? si estuviste tanto tiempo fuera ¿por qué no me escribiste? ¿me buscaste? No logro comprenderlo pero seguramente, tú también estuviste engañado -mostró una breve sonrisa sin poder creerse lo que estaba diciendo -¿Sabes? Ya no eres ese niño esquelético, me he fijado en cómo te miran las mujeres. Yo te lo decía, serías como un príncipe y todas aquellas niñas que se burlaban, estarían ansiosas de pedirte un baile , cruzar una palabra …todos esos bailes y palabras que yo tuve de ti -hizo una pausa, recordando los meñiques unidos, aquella promesa en la que se prometieron que pasase lo que pasase siempre serían amigos, se protegerían.
-señor Haider, suena tan extraño como divertido -rió con ganas, de pequeña bromeaba con ello y ahora que eran mayores… la broma carecía de sentido -Creo que… no nos hemos saludado como es debido -se apartó de la pared, acercándose a él y esperar, a que él, la convenciese… porque no, seguía sin fiarse de nadie.
La fiesta, había quedado apartada a un lado, como sus propios pensamientos. Murmullos que corroboraban que la señorita Appleby había perdido totalmente el juicio ¿por qué motivo? Por dirigirse de aquel modo a un desconocido, a un recién llegado. Abbey incrédula, negaba tanto con palabras como con gestos que aquel joven que tenía delante de ella, fuese su Frederick. ¿Y quién fue ese Frederick? Un niño, el niño de sus recuerdos, aquel con el que compartió su infancia y el cual fue arrebatado de su vida con viles mentiras. Él no podía ser ese niño porque la verdad que ella creía, conocía…se diferenciaba mucho de la realidad.
Su mejor amigo, estaba muerto. Sus propios padres le confirmaron la noticia para que dejase de buscarle, de preguntar por él y poder anhelarle, echarle de menos entre sollozos en su soledad y terminar por ser quien era ahora, haciéndose fuerte. Pero desde la perdida del señor Milles, Abbey se había hecho amiga del peor de los sentimientos: el miedo. Miedo de volver a perder a otra persona importante, por eso… era incapaz de confiar, sobre todo en sí misma. Pobre niña, pobre familia…murmuraban sin cesar, todo por no ser como ellos y diferenciarse con creces de esos ricos que se jactaban, la señalaban y la miraban con desaprobación.
Solo su agarre, le devolvió a aquella sala repleta de gente. Orbes azules que buscaron los ajenos y al encontrarlos, volvió a tener miedo. Un miedo que él pudo notar en la manera en la que volvió a dar un paso hacia atrás. Temía que él también se hubiese convertido en un fantasma. Su vida, llena de fantasmas , personas importantes que ya no estaban. Su voz, ya no la de un niño, la calmaba de alguna manera mientras ella, intentaba apilar todos los sentimientos y sensaciones…
-Pero Frederick está muerto -ojos azules que infundían no solo miedo, también desolación, ¿quién iba a creer que ese niño estuviese delante de ella? -Mi padre me dijo, que tu familia volvió a tu tierra natal por tu fallecimiento. Tuviste un accidente y tus padres tenían que darte sepultura allí. ¿Por qué me haces esto? -pregunta con reproche, un reproche que se saboreaba con una pizca de esperanza de que realmente fuese él . Que crueldad, ahora que podía ser él…volvía a apartarse de ella -Si viene conmigo, su reputación está en juego. A mí ya no me importa porque no es que sea el claro ejemplo de señorita. -le dedicó un leve gesto con la cabeza para que le siguiese, a la atenta mirada de curiosos que siguieron sus pasos.
No fue muy lejos, sí a un lugar de la fiesta menos concurrido: uno de los largos pasillos de la casa. Nada más cruzar la puerta, buscó la oscuridad para poder apoyar su espalda en una de las paredes, tomar aire y pensar con claridad, serenidad. Los pasos de alguien ajeno, no le alertaron pues por su silueta supo enseguida de quien se trataba, si era él… lo sabría. No iba a empezar él a hablar, ella aún tenía mucho que decir.
-Ya no somos unos niños. Si eres él, te acordarás de muchas cosas y de una promesa. -fue directa, hablaba con toda la naturalidad, fuerza que en la sala no había mostrado… siendo esa niña impetuosa y rebelde que fue en el pasado -No sé qué pasó, tampoco me dieron muchas respuestas porque si estabas muerto ¿qué iban a decirme más? si estuviste tanto tiempo fuera ¿por qué no me escribiste? ¿me buscaste? No logro comprenderlo pero seguramente, tú también estuviste engañado -mostró una breve sonrisa sin poder creerse lo que estaba diciendo -¿Sabes? Ya no eres ese niño esquelético, me he fijado en cómo te miran las mujeres. Yo te lo decía, serías como un príncipe y todas aquellas niñas que se burlaban, estarían ansiosas de pedirte un baile , cruzar una palabra …todos esos bailes y palabras que yo tuve de ti -hizo una pausa, recordando los meñiques unidos, aquella promesa en la que se prometieron que pasase lo que pasase siempre serían amigos, se protegerían.
-señor Haider, suena tan extraño como divertido -rió con ganas, de pequeña bromeaba con ello y ahora que eran mayores… la broma carecía de sentido -Creo que… no nos hemos saludado como es debido -se apartó de la pared, acercándose a él y esperar, a que él, la convenciese… porque no, seguía sin fiarse de nadie.
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Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
Las miradas seguían ahí, tal vez no de tantas personas como al principio pero los ojos curiosos seguían en nuestra dirección. ¿Importaba?, por supuesto que no. Realmente parecía que todo eso había desaparecido mientras escuchaba atentamente cada una de sus palabras llenas de reproches. Aquel brillo en su mirada que recordaba había quedado en olvido y miedo con desolación era lo ahora observaba en ellos, suspire y agache mi cabeza tratando de entender lo que Abbey decía, tratar de darle significado a sus preguntas y a las mías.
Volví a subir mi cabeza para verla alejarse, el corte de su vestido dejaba ver la piel tersa de su espalda que con pasos firmes se alejaba a una de las puertas de aquel salón, segundos después la seguí mientras mis recuerdos de esa época comenzaban a aparecer uno tras otro como si estuviera viviéndolos nuevamente. No nos dirigimos muy lejos de donde estábamos, fueron pocos los pasos que dimos y los que ella dio para apoyar su espalda contra la pared; su mirada aun no me observaba pero podía asegurar que estaba atenta a cualquier movimiento de mi parte. De lejos solo se podía escuchar el eco de aquella música y el, ahora, ligero bullicio por parte de todos los invitados de la noche.
¿Qué hacer? Acaso no había estado practicando o al menos me había hecho una idea de lo que le diría cuando estuviera enfrente de ella. Y ahí estaba yo, tratando de articular al menos una palabra con mi mente en blanco y aun con aquellos recuerdos que pasaban rápidamente por mi cabeza sin dejar que descansara. Sin embargo, fue ella la primera en hablar.
Directa, impetuosa. Así era como yo recordaba a Abbey Appleby y así fue. Era lógico que hiciera esas preguntas, que reclamara ante aquellas promesas que nos habíamos hecho una y otra vez con los meñiques unidos. Escuché, solo me dedique a escucharla y a observar alguna que otra sonrisa de su parte que seguramente tenían que ver con esos recuerdos de ambos de nuestra niñez. Se apartó con delicadeza de la pared y los pocos pasos que nos separaban ella los acortó.
-Ya no somos esos niños que iban de aquí a allá jugando y haciendo travesuras, ¿no?- comencé a decirle fijando mis ojos en los suyos- Tú decías que sería como un príncipe que robaría las miradas de las doncellas, yo te decía que eso no me importaba y terminaba por preguntarte si tú me verías así- reí en voz baja tras aquel lindo recuerdo de niños- la verdad es que tú fuiste la que se convirtió en una princesa, en una hermosa mujer a la que todos voltean a ver, los hombres por curiosidad y las mujeres por envidia.
Sonreí dejando que mi vista se deleitara con su belleza, aquella niña que había dejado de ver hace ya varios años se había convertido en una hermosa mujer en toda la extensión de la palabra, pero esa luz con la que siempre había brillado seguía ahí, en su mirada a pesar de que en el pasillo donde nos encontrábamos tuviera poca iluminación. –Estoy tuteándote de nuevo, ¿hago lo correcto o no?- reí - pero tienes razón, no nos hemos presentado como es debido- hice una corta reverencia hacia su dirección – Frederick Haider, barón de Rumania- me presente sin quitar mi vista de ella.
Como interpretar su reacción, su mirada. Me erguí nuevamente quitando mi vista de ella y tome tiempo para dejar que el frío aire que rondaba por aquellos pasillos llenara mis pulmones, suspire y me termine por alejar unos cuantos pasos de ella –Lo que te dijeron fue verdad y no- comencé a decirle- cometí errores, muchos… debí de hacer hasta lo imposible para ponerme en contacto contigo pero al final… al final me deje envolver por lo que mi padre y mi familia quería que fuera- hice una pausa y negué para mí- desde niños siempre envidie esa forma tuya de ser, eras tan libre, no te importaba los regaños o advertencias de tus padres, siempre haciendo lo que tu creías correcto y buscando tu felicidad… siempre quise ser así.
Nadie hablo durante un par de minutos, nos observamos y recordamos. Volví a negar y ahora fui yo quien busco apoyo contra la pared mientras me dejaba resbalar por ella y acabar sentado en el piso con mis rodillas flexionadas. – No sé qué te dijeron exactamente tus padres, puedo imaginar por qué trato de hacerte creer eso. Pero te diré la versión de mi historia, lo que yo recuerdo y quedara en ti si me crees o no Abbey.
No volví a ver aquellos ojos azules en todo ese rato, la oscuridad a esa altura es lo que único que podía observar con exactitud pero mis recuerdos eran tan vividos que se sintió como si me trasladara a aquella época – fue unos días antes de que nos fuéramos- comencé a contarle- yo no sabía que mis padres estaban arreglando las cosas para que regresáramos a Galati, pero ese día había acompañado a mi madre a unas compras, cuando llegamos ella fue a darle algunas instrucciones a la servidumbre mientras que yo fui a buscar a mi padre para pedirle que reconsiderada el tema de irnos- mi vista se dirigió a la ligera luz que entraba por una ventana- estaba hablando acaloradamente con alguien, distinguí su voz pero me tarde es distinguir la de la otra persona, tardaron algunos minutos en salir, ambos estaban molestos por sus negocios y empezaron a maldecirse el uno al otro, escuche un estruendo y posteriormente la puerta se abrió de par en par y salió de ella tu padre- cuando llegue a ese punto subí mi vista hacia donde su silueta estaba.
Cada uno de los recuerdos de aquel día volvieron a aparecer en mi cabeza, viviéndolo de nuevo- Tu padre estaba muy alterado, salió a toda prisa sin importarle lo que se llevara por el camino, y yo sin saber bien lo que hacía salí tras el para pedirle permiso e ir a tu casa a hablar contigo- hice de nuevo una pausa para tragar saliva y volví a continuar- el me aparto con cierta brusquedad y mi padre que había salido le comenzó a reclamar por su acto, volvieron a pelearse a amenazarse el uno al otro también llamando la atención de los que estaba dentro de la casa; estaban discutiendo en las escaleras de la puerta principal y yo quería detenerlos, tenía miedo de que las cosas llegaran a complicarse más y tú y yo saliéramos perdiendo, volví a acercarme a ellos y tu padre volvió a lanzarme a un lado- busque su mirada- me tropecé y caí por los escalones pegándome en la cabeza.
Volví a hacer una pausa, en aquel pasillo solo el eco de la habitación continua se escuchaba a lo lejos- No supe más, desperté varias después y mis padres estaban molestos con el tuyo. Quisieron que me separara de ti, no me dejaron buscarte o enviarte alguna carta… al par de días que recupere el conocimiento nos terminamos por ir.- Suspire- Después pasaron tantas cosas en Galati, trate de escribirte una y otra vez, incluso me escape de mi casa con la intención de regresar a Paris- reí- ni siquiera llegue a las fronteras de Rumania- negué lentamente recordando- No soy como tú, siempre me deje llevar por lo que mis padres decían que era lo correcto, tú me dabas esa fuerza para revelarme cuando estaba aquí pero estando tan lejos, hasta mucho tiempo después logre conseguir tu dirección y para ese entonces mi madre había enfermado y termino por fallecer- sonreí con cierta tristeza y volví a subir mi mirada a ella- pasaron los años hasta que mi padre también murió y tuve que hacerme cargo de todos sus negocios, de su título… de todo.
Volví a subir mi cabeza para verla alejarse, el corte de su vestido dejaba ver la piel tersa de su espalda que con pasos firmes se alejaba a una de las puertas de aquel salón, segundos después la seguí mientras mis recuerdos de esa época comenzaban a aparecer uno tras otro como si estuviera viviéndolos nuevamente. No nos dirigimos muy lejos de donde estábamos, fueron pocos los pasos que dimos y los que ella dio para apoyar su espalda contra la pared; su mirada aun no me observaba pero podía asegurar que estaba atenta a cualquier movimiento de mi parte. De lejos solo se podía escuchar el eco de aquella música y el, ahora, ligero bullicio por parte de todos los invitados de la noche.
¿Qué hacer? Acaso no había estado practicando o al menos me había hecho una idea de lo que le diría cuando estuviera enfrente de ella. Y ahí estaba yo, tratando de articular al menos una palabra con mi mente en blanco y aun con aquellos recuerdos que pasaban rápidamente por mi cabeza sin dejar que descansara. Sin embargo, fue ella la primera en hablar.
Directa, impetuosa. Así era como yo recordaba a Abbey Appleby y así fue. Era lógico que hiciera esas preguntas, que reclamara ante aquellas promesas que nos habíamos hecho una y otra vez con los meñiques unidos. Escuché, solo me dedique a escucharla y a observar alguna que otra sonrisa de su parte que seguramente tenían que ver con esos recuerdos de ambos de nuestra niñez. Se apartó con delicadeza de la pared y los pocos pasos que nos separaban ella los acortó.
-Ya no somos esos niños que iban de aquí a allá jugando y haciendo travesuras, ¿no?- comencé a decirle fijando mis ojos en los suyos- Tú decías que sería como un príncipe que robaría las miradas de las doncellas, yo te decía que eso no me importaba y terminaba por preguntarte si tú me verías así- reí en voz baja tras aquel lindo recuerdo de niños- la verdad es que tú fuiste la que se convirtió en una princesa, en una hermosa mujer a la que todos voltean a ver, los hombres por curiosidad y las mujeres por envidia.
Sonreí dejando que mi vista se deleitara con su belleza, aquella niña que había dejado de ver hace ya varios años se había convertido en una hermosa mujer en toda la extensión de la palabra, pero esa luz con la que siempre había brillado seguía ahí, en su mirada a pesar de que en el pasillo donde nos encontrábamos tuviera poca iluminación. –Estoy tuteándote de nuevo, ¿hago lo correcto o no?- reí - pero tienes razón, no nos hemos presentado como es debido- hice una corta reverencia hacia su dirección – Frederick Haider, barón de Rumania- me presente sin quitar mi vista de ella.
Como interpretar su reacción, su mirada. Me erguí nuevamente quitando mi vista de ella y tome tiempo para dejar que el frío aire que rondaba por aquellos pasillos llenara mis pulmones, suspire y me termine por alejar unos cuantos pasos de ella –Lo que te dijeron fue verdad y no- comencé a decirle- cometí errores, muchos… debí de hacer hasta lo imposible para ponerme en contacto contigo pero al final… al final me deje envolver por lo que mi padre y mi familia quería que fuera- hice una pausa y negué para mí- desde niños siempre envidie esa forma tuya de ser, eras tan libre, no te importaba los regaños o advertencias de tus padres, siempre haciendo lo que tu creías correcto y buscando tu felicidad… siempre quise ser así.
Nadie hablo durante un par de minutos, nos observamos y recordamos. Volví a negar y ahora fui yo quien busco apoyo contra la pared mientras me dejaba resbalar por ella y acabar sentado en el piso con mis rodillas flexionadas. – No sé qué te dijeron exactamente tus padres, puedo imaginar por qué trato de hacerte creer eso. Pero te diré la versión de mi historia, lo que yo recuerdo y quedara en ti si me crees o no Abbey.
No volví a ver aquellos ojos azules en todo ese rato, la oscuridad a esa altura es lo que único que podía observar con exactitud pero mis recuerdos eran tan vividos que se sintió como si me trasladara a aquella época – fue unos días antes de que nos fuéramos- comencé a contarle- yo no sabía que mis padres estaban arreglando las cosas para que regresáramos a Galati, pero ese día había acompañado a mi madre a unas compras, cuando llegamos ella fue a darle algunas instrucciones a la servidumbre mientras que yo fui a buscar a mi padre para pedirle que reconsiderada el tema de irnos- mi vista se dirigió a la ligera luz que entraba por una ventana- estaba hablando acaloradamente con alguien, distinguí su voz pero me tarde es distinguir la de la otra persona, tardaron algunos minutos en salir, ambos estaban molestos por sus negocios y empezaron a maldecirse el uno al otro, escuche un estruendo y posteriormente la puerta se abrió de par en par y salió de ella tu padre- cuando llegue a ese punto subí mi vista hacia donde su silueta estaba.
Cada uno de los recuerdos de aquel día volvieron a aparecer en mi cabeza, viviéndolo de nuevo- Tu padre estaba muy alterado, salió a toda prisa sin importarle lo que se llevara por el camino, y yo sin saber bien lo que hacía salí tras el para pedirle permiso e ir a tu casa a hablar contigo- hice de nuevo una pausa para tragar saliva y volví a continuar- el me aparto con cierta brusquedad y mi padre que había salido le comenzó a reclamar por su acto, volvieron a pelearse a amenazarse el uno al otro también llamando la atención de los que estaba dentro de la casa; estaban discutiendo en las escaleras de la puerta principal y yo quería detenerlos, tenía miedo de que las cosas llegaran a complicarse más y tú y yo saliéramos perdiendo, volví a acercarme a ellos y tu padre volvió a lanzarme a un lado- busque su mirada- me tropecé y caí por los escalones pegándome en la cabeza.
Volví a hacer una pausa, en aquel pasillo solo el eco de la habitación continua se escuchaba a lo lejos- No supe más, desperté varias después y mis padres estaban molestos con el tuyo. Quisieron que me separara de ti, no me dejaron buscarte o enviarte alguna carta… al par de días que recupere el conocimiento nos terminamos por ir.- Suspire- Después pasaron tantas cosas en Galati, trate de escribirte una y otra vez, incluso me escape de mi casa con la intención de regresar a Paris- reí- ni siquiera llegue a las fronteras de Rumania- negué lentamente recordando- No soy como tú, siempre me deje llevar por lo que mis padres decían que era lo correcto, tú me dabas esa fuerza para revelarme cuando estaba aquí pero estando tan lejos, hasta mucho tiempo después logre conseguir tu dirección y para ese entonces mi madre había enfermado y termino por fallecer- sonreí con cierta tristeza y volví a subir mi mirada a ella- pasaron los años hasta que mi padre también murió y tuve que hacerme cargo de todos sus negocios, de su título… de todo.
Frederick Haider- Realeza Rumana
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Fecha de inscripción : 28/08/2016
Localización : París, Francia
Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
Secretos confesados que nos lleva al punto de partido.
Y si era él, si era Frederick Haider, el que conoció…lo sabría. Sus orbes azules como el océano no se desviaban de él, lo estudiaba, examinaba…buscando algún gesto , detalles que le delatasen del que fue su mejor amigo, el único que tuvo hasta entonces. ¿Qué sentía en ese momento? Desconcierto, sorpresa, temor y rabia. Abbey no comprendía nada. Conocía la versión de sus padres, mejor que nadie, pues preguntó tantas veces, le buscó otras tantas por si era mentira… ¿o acaso no le mintieron un sinfín de veces? Las noticias de la familia Haider desaparecieron de su vida, su propio padre se encargó de ello pero ¿por qué razón?
Él acababa de descubrir que Abbey lo creía muerto, después de tantos años volvían a mirarse a los ojos, frente a frente. Ambos tambaleándose, flaqueando en aquellos recuerdos que se habían convertido en fantasmas, fantasmas en sus vidas del pasado y presente. Fantasmas reales, uno frente al otro. Era el momento de derribar aquellos muros de mentiras. Si él era Frederick, toda su vida, una gran parte…fue una mentira. ¿Qué conseguían con haber mentido a dos niños? Dos niños que se perdieron en el camino, por culpa de adultos irresponsables.
Apretó los labios rosados con cierta fuerza, cierto…él siempre se menospreciaba y ella estaba segura que se convertiría en un joven apuesto, todo un caballero que cualquier mujer perdiese la razón. Una media sonrisa apareció en sus labios al oír aquellas palabras, llevándole al pasado, a aquellos momentos que vivieron juntos. Él ya no era aquel niño pálido y escuálido, ahora se encontraba frente a un joven completamente diferente salvo por esas orbes oscuras tan características que la propia Abbey se negaba a recordar, por miedo, alegría… una mezcla muy extraña. La miraba y ella hacía lo mismo, imaginándose aquel niño que se despedía de ella siempre en los pasillos y corría hasta que los pasos se perdían.
-Barón de Rumania. -murmuró dedicándole una leve reverencia con la cabeza, sin apartar sus orbes azules de él - Abbey Lynn Appleby, hija menor de los Appleby… mi rango no ha cambiado como el tuyo. Sigo siendo la manzana podrida del cesto pero eso es algo que imaginas. Veo que al final, llevaba razón, el cargo de Barón te pertenecía y creían que alguien como fuiste no podría afrontarlo pero yo… sí, lo sabes -sonrió de forma leve tras las presentaciones y suspiró…aún quedaban muchas cosas que exponer, aclarar, seguía con la interrogante en su mirada… y seguía allí, como siempre…ofreciéndole su mano cuando nadie… fue capaz de ello.
Entrecerró los ojos, escuchando cada palabra de sus labios. Su carácter y forma de actuar le había llevado justo a donde se encontraba. En Paris, en esa residencia para señoritas… método para “domarla”, terminar por ser esa chica joven de clase alta que debería. Llevaba meses en Paris y si su vida había cambiado, ella también en ciertos aspectos. No dijo nada, solo escuchó, en silencio, imitándolo cuando se deslizó por la puerta hasta quedar sentada a su lado. No imaginó que su vida , en otra parte del mundo le hubiese atormentado tanto. Su testimonio, sus vivencias le calaron a lo más hondo, llegando a esa parte de niña que él conoció mejor que nadie.
Y por primera vez, no interrumpió. Guardó silencio hasta que emitió sus últimas palabras. Suspiró largamente, deslizando la mano por el suelo hasta rozar la ajena, apretando con suavidad y supiese que ella pese a todo, estaba a su lado. Le recordaba a sí misma, aquellos recuerdos aún le perseguían y contarlo seguramente le había liberado. Cerró un instante los ojos, odiándose a sí misma por no haber estado a su lado cuando no le permitieron nada, solo alejarse. ¿Cuántos minutos pasaron? No sabía pero eso no importó cuando volvieron a convertirse en esos niños, tan sinceros que recuperaron la inocencia que les arrebataron una vez.
-Recuerdo que ese día, cuando mi padre llegó como un ventisco a casa, después de estar fuera. Yo estaba en el jardín construyendo nuestro escondite. Me ayudó Paul, ¿lo recuerdas? El muchacho que se encargaba de las caballerizas. Conseguí que me trajesen panelas de madera de la mejor calidad, me comí todas las verduras durante una semana entera y… fue mi premio. Una niña de clase alta jugando a hacer casas de madera cuando en su habitación tenía todos los juguetes deseados, casas de muñecas… pero no sería igual que aquella casa que comencé a construir y esperaba que tú… vieses, disfrutases jugando conmigo hasta que los gritos de nuestros padres nos obligasen a abandonar aquel lugar -hizo una pausa, hablaba de forma suave, tomándose su tiempo…recordando detalles que creía olvidados -Pasaron las cinco, las seis, las siete… horas y horas, días y días y no volviste. Pregunté, me negaron respuesta hasta que un día mi padre, en uno de sus ataques de ira… me confesó de que nunca ibas a volver. Tuviste un accidente y tu familia volvía para devolverte, enterrarte en tu tierra natal
Sus ojos azules, le miraron de reojo, buscando su mirada oscura… le creyese como ella empezaba a aceptar. Aceptar algo así era muy duro y parte de aquel hecho, hizo que fuese quien era ahora… la mujer en la que se había convertido.
-Me negué aceptarlo pero los días pasaban, los meses y años y perdí la esperanza… no volverías. Me dejaste sola, sin despedirte, sin razones… no lo entendía y ahora…-qué impropio de alguien de su clase y aún así, seguía siendo ella, de rodillas… acercándose a él y quedar frente a él, un gesto que de niños era normal en ellos -Y ahora estás aquí y no sé si golpearte, si abrazarte o…reír como una loca porque estás aquí -apoyó su frente en la ajena, un leve choque de confianza y cariño -Ya no somos unos niños, cierto, pero seguimos siendo nosotros y… ¿no vas a abrazarme y alzarme como me prometiste? Seguro que ya puedes conmigo y… me lo prometiste. Ya no eres flacucho… demuéstramelo -un reto, un reto que volvía a devolverles su infancia.
Y si era él, si era Frederick Haider, el que conoció…lo sabría. Sus orbes azules como el océano no se desviaban de él, lo estudiaba, examinaba…buscando algún gesto , detalles que le delatasen del que fue su mejor amigo, el único que tuvo hasta entonces. ¿Qué sentía en ese momento? Desconcierto, sorpresa, temor y rabia. Abbey no comprendía nada. Conocía la versión de sus padres, mejor que nadie, pues preguntó tantas veces, le buscó otras tantas por si era mentira… ¿o acaso no le mintieron un sinfín de veces? Las noticias de la familia Haider desaparecieron de su vida, su propio padre se encargó de ello pero ¿por qué razón?
Él acababa de descubrir que Abbey lo creía muerto, después de tantos años volvían a mirarse a los ojos, frente a frente. Ambos tambaleándose, flaqueando en aquellos recuerdos que se habían convertido en fantasmas, fantasmas en sus vidas del pasado y presente. Fantasmas reales, uno frente al otro. Era el momento de derribar aquellos muros de mentiras. Si él era Frederick, toda su vida, una gran parte…fue una mentira. ¿Qué conseguían con haber mentido a dos niños? Dos niños que se perdieron en el camino, por culpa de adultos irresponsables.
Apretó los labios rosados con cierta fuerza, cierto…él siempre se menospreciaba y ella estaba segura que se convertiría en un joven apuesto, todo un caballero que cualquier mujer perdiese la razón. Una media sonrisa apareció en sus labios al oír aquellas palabras, llevándole al pasado, a aquellos momentos que vivieron juntos. Él ya no era aquel niño pálido y escuálido, ahora se encontraba frente a un joven completamente diferente salvo por esas orbes oscuras tan características que la propia Abbey se negaba a recordar, por miedo, alegría… una mezcla muy extraña. La miraba y ella hacía lo mismo, imaginándose aquel niño que se despedía de ella siempre en los pasillos y corría hasta que los pasos se perdían.
-Barón de Rumania. -murmuró dedicándole una leve reverencia con la cabeza, sin apartar sus orbes azules de él - Abbey Lynn Appleby, hija menor de los Appleby… mi rango no ha cambiado como el tuyo. Sigo siendo la manzana podrida del cesto pero eso es algo que imaginas. Veo que al final, llevaba razón, el cargo de Barón te pertenecía y creían que alguien como fuiste no podría afrontarlo pero yo… sí, lo sabes -sonrió de forma leve tras las presentaciones y suspiró…aún quedaban muchas cosas que exponer, aclarar, seguía con la interrogante en su mirada… y seguía allí, como siempre…ofreciéndole su mano cuando nadie… fue capaz de ello.
Entrecerró los ojos, escuchando cada palabra de sus labios. Su carácter y forma de actuar le había llevado justo a donde se encontraba. En Paris, en esa residencia para señoritas… método para “domarla”, terminar por ser esa chica joven de clase alta que debería. Llevaba meses en Paris y si su vida había cambiado, ella también en ciertos aspectos. No dijo nada, solo escuchó, en silencio, imitándolo cuando se deslizó por la puerta hasta quedar sentada a su lado. No imaginó que su vida , en otra parte del mundo le hubiese atormentado tanto. Su testimonio, sus vivencias le calaron a lo más hondo, llegando a esa parte de niña que él conoció mejor que nadie.
Y por primera vez, no interrumpió. Guardó silencio hasta que emitió sus últimas palabras. Suspiró largamente, deslizando la mano por el suelo hasta rozar la ajena, apretando con suavidad y supiese que ella pese a todo, estaba a su lado. Le recordaba a sí misma, aquellos recuerdos aún le perseguían y contarlo seguramente le había liberado. Cerró un instante los ojos, odiándose a sí misma por no haber estado a su lado cuando no le permitieron nada, solo alejarse. ¿Cuántos minutos pasaron? No sabía pero eso no importó cuando volvieron a convertirse en esos niños, tan sinceros que recuperaron la inocencia que les arrebataron una vez.
-Recuerdo que ese día, cuando mi padre llegó como un ventisco a casa, después de estar fuera. Yo estaba en el jardín construyendo nuestro escondite. Me ayudó Paul, ¿lo recuerdas? El muchacho que se encargaba de las caballerizas. Conseguí que me trajesen panelas de madera de la mejor calidad, me comí todas las verduras durante una semana entera y… fue mi premio. Una niña de clase alta jugando a hacer casas de madera cuando en su habitación tenía todos los juguetes deseados, casas de muñecas… pero no sería igual que aquella casa que comencé a construir y esperaba que tú… vieses, disfrutases jugando conmigo hasta que los gritos de nuestros padres nos obligasen a abandonar aquel lugar -hizo una pausa, hablaba de forma suave, tomándose su tiempo…recordando detalles que creía olvidados -Pasaron las cinco, las seis, las siete… horas y horas, días y días y no volviste. Pregunté, me negaron respuesta hasta que un día mi padre, en uno de sus ataques de ira… me confesó de que nunca ibas a volver. Tuviste un accidente y tu familia volvía para devolverte, enterrarte en tu tierra natal
Sus ojos azules, le miraron de reojo, buscando su mirada oscura… le creyese como ella empezaba a aceptar. Aceptar algo así era muy duro y parte de aquel hecho, hizo que fuese quien era ahora… la mujer en la que se había convertido.
-Me negué aceptarlo pero los días pasaban, los meses y años y perdí la esperanza… no volverías. Me dejaste sola, sin despedirte, sin razones… no lo entendía y ahora…-qué impropio de alguien de su clase y aún así, seguía siendo ella, de rodillas… acercándose a él y quedar frente a él, un gesto que de niños era normal en ellos -Y ahora estás aquí y no sé si golpearte, si abrazarte o…reír como una loca porque estás aquí -apoyó su frente en la ajena, un leve choque de confianza y cariño -Ya no somos unos niños, cierto, pero seguimos siendo nosotros y… ¿no vas a abrazarme y alzarme como me prometiste? Seguro que ya puedes conmigo y… me lo prometiste. Ya no eres flacucho… demuéstramelo -un reto, un reto que volvía a devolverles su infancia.
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
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Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
¿Barón de Rumania?... Un título más para él, no para su padre, siempre su familia había estado orgullosa de aquella palabra que los calificaba de la realeza. De pequeño poco entendía que significaba aquello tan gracioso que provocaba las miradas alrededor de su familia y que al parecer su padre disfrutaba. Varias personas, incluyendo sus abuelos, habían creído que tenía poco porte o presencia para llevar tan noble título de la familia Haider, solo dos personas habían creído en él en todo ese tiempo, una de ellas había muerto mucho años atrás al raíz de una enfermedad y la otra, estaba sentada a su lado y mantenía su cálida mano con la suya, sin pensarlo, queriendo que el tiempo entre ellos dos no hubiera avanzado, tuve el atrevimiento de entrelazar mis dedos con los de ella como miles de veces cuando era tan solo un niño.
Abbey permaneció a mi lado, sin decir nada, en extrañas ocasione su mirada se topaba con la mía pero su rostro no decía absolutamente nada, el único gesto que había tenido había sido el anterior. Cuando termine, inhale profundamente y vi hacia la oscuridad por unos instantes en los que las nubes del cielo siguieron su camino y dejaron que la luz de la luna volviera a entrar por los ventanales de aquel pasillo desierto. Gire a verla, su mirada perdida por el paisaje detrás de los cristales, la punta de sus largas pestañas fácilmente podían tocar su blanca piel de porcelana, su nariz delgada y respingada seguía como yo la recordaba tiempo atrás solo que con los cambios naturales de la edad que ya teníamos, sus mejillas con un leve rubor y esos labios que jamás había visto pintados me hacían confinar que ya no estaba con la niña de mi pasado. Sin embargo, esos ojos azules como zafiros seguían conservando el brillo que tantas veces había disfrutado ver en esos días soleados en los que jugar era nuestra principal misión. Observe y analice cada centímetro de su bello rostro para tratar de compararlo con el de mis recuerdos – Nunca le hice justicia a tu belleza- susurre sin pensar bien en mis palabras.
Me gire de nuevo y baje mi vista para observar solo la punta de mis zapatos, si una sonrisa había aparecido cuando la estuve mirando y dije aquello termino por desaparecer cuando Abbey comenzó a hablar, cuando supe que todas sus palabras le traían recuerdos dolorosos para ambos y que lo más seguro era que imágenes de aquellos sucesos estuvieran apareciendo frente a sus ojos como instantes antes me había sucedido a mí - ¿Qué más te puedo decir?- le pregunte con un susurro- siempre me he sentido culpable de no haberte avisado, de irme a sí sin decir nada, sin siquiera escribirte… soy culpable de todo eso y más Abbey- negué con fuerza, enojado conmigo mismo por aquella situación- te drafraude, cuando era yo él que una y otra vez te decía que no lo haría, que estaría contigo siempre- deje escapar una sonrisa que de inmediato desapareció para dejar caer mi cabeza con dureza en la pared en la que me recargaba.
No la mire, la volví a escuchar solamente- Si deseas golpearme no te detendría, soy un idiota por esperar tanto tiempo para darte una explicación- termine por decirle, sin embargo, su contestación fue lo que me sorprendió después de girar mi mirada nuevamente a ella. Estaba de rodillas a mi lado, acercándose a mí y terminando por poner su frente sobre la mía, gesto que era frecuente entre nosotros cuando éramos unos críos. Si alguien hubiera entrado en esos momentos que espectáculo y habladurías hubiéramos dado, no era correcto para ninguno de los dos aquella situación… pero que poco me importo hacer lo que hice.
Deje que mi cuerpo reaccionara, que mis brazos se colaron por su cintura para atraerla contra mí para abrazarla con fuerza como tantas veces había deseado y soñado. Mi rostro se quedó atrapado entre su hombro y su cabellera, ese aroma que tan bien recordaba seguía siendo el mismo de hace años que tome mi tiempo para aspirarlo y para cerrar mis ojos por unos instantes, tiempo suficiente para volver a ser esos niños inocentes y traviesos que habíamos sido hace ya tantos años.
Me separe de ella sin realmente quererlo y me apoye de rodillas para después ponerme de pie y ofrecerle ambas manos para que ella hiciera lo mismo-Ya no soy ese niño flacucho del que te burlabas, solo que no se si podré cumplir mi promesa- le sonreí a ella- si has comido de más, tal vez no pueda con eso- reí como aquel entonces sin creerme del todo que estaba ya con mi mejor amiga.
No le di tiempo a contestar, tal vez habían sido demasiado atrevidas mis palabras pero quería comprobar si algo había cambiado en nuestra relación, o si podíamos recuperar lo que hace años habíamos tenido. La sujete nuevamente por la cintura pero ahora con un poco más de fuerza para después apoyarme en mis piernas y flexionarlas un poco para poder alzarla y dejar mis brazos rectos, sentí el peso de sus manos sobre mis hombros y cuando la vi reír y sonreír supe que desde antes de que ella lo hiciera yo lo había hecho. La música volvía a sonar en la habitación continua, una balada clásica que hacía eco hacia la habitación donde nos encontrábamos dando vueltas y riendo como nuevamente esos dos niños que habíamos sido. La baje con delicadeza pero sin soltar su cintura, tome su diestra con la mía y con una corta reverencia deje que mis pies se movieran a la par de lo que se escuchaba allá fuera, se dejó guiar por mí, nuestra mirada no se perdió del otro al igual que no desapareció nuestra sonrisa. Termine por darle una vuelta para detener su andar cerca de mi cuerpo cuando la última nota termino – He mejorado… ya puedo ser yo el quien te lleve- susurre en su oído para después depositar un beso en su mejilla que tardo más de lo normal pero que hacía a mi corazón volver a palpitar con rapidez por su presencia.
Abbey permaneció a mi lado, sin decir nada, en extrañas ocasione su mirada se topaba con la mía pero su rostro no decía absolutamente nada, el único gesto que había tenido había sido el anterior. Cuando termine, inhale profundamente y vi hacia la oscuridad por unos instantes en los que las nubes del cielo siguieron su camino y dejaron que la luz de la luna volviera a entrar por los ventanales de aquel pasillo desierto. Gire a verla, su mirada perdida por el paisaje detrás de los cristales, la punta de sus largas pestañas fácilmente podían tocar su blanca piel de porcelana, su nariz delgada y respingada seguía como yo la recordaba tiempo atrás solo que con los cambios naturales de la edad que ya teníamos, sus mejillas con un leve rubor y esos labios que jamás había visto pintados me hacían confinar que ya no estaba con la niña de mi pasado. Sin embargo, esos ojos azules como zafiros seguían conservando el brillo que tantas veces había disfrutado ver en esos días soleados en los que jugar era nuestra principal misión. Observe y analice cada centímetro de su bello rostro para tratar de compararlo con el de mis recuerdos – Nunca le hice justicia a tu belleza- susurre sin pensar bien en mis palabras.
Me gire de nuevo y baje mi vista para observar solo la punta de mis zapatos, si una sonrisa había aparecido cuando la estuve mirando y dije aquello termino por desaparecer cuando Abbey comenzó a hablar, cuando supe que todas sus palabras le traían recuerdos dolorosos para ambos y que lo más seguro era que imágenes de aquellos sucesos estuvieran apareciendo frente a sus ojos como instantes antes me había sucedido a mí - ¿Qué más te puedo decir?- le pregunte con un susurro- siempre me he sentido culpable de no haberte avisado, de irme a sí sin decir nada, sin siquiera escribirte… soy culpable de todo eso y más Abbey- negué con fuerza, enojado conmigo mismo por aquella situación- te drafraude, cuando era yo él que una y otra vez te decía que no lo haría, que estaría contigo siempre- deje escapar una sonrisa que de inmediato desapareció para dejar caer mi cabeza con dureza en la pared en la que me recargaba.
No la mire, la volví a escuchar solamente- Si deseas golpearme no te detendría, soy un idiota por esperar tanto tiempo para darte una explicación- termine por decirle, sin embargo, su contestación fue lo que me sorprendió después de girar mi mirada nuevamente a ella. Estaba de rodillas a mi lado, acercándose a mí y terminando por poner su frente sobre la mía, gesto que era frecuente entre nosotros cuando éramos unos críos. Si alguien hubiera entrado en esos momentos que espectáculo y habladurías hubiéramos dado, no era correcto para ninguno de los dos aquella situación… pero que poco me importo hacer lo que hice.
Deje que mi cuerpo reaccionara, que mis brazos se colaron por su cintura para atraerla contra mí para abrazarla con fuerza como tantas veces había deseado y soñado. Mi rostro se quedó atrapado entre su hombro y su cabellera, ese aroma que tan bien recordaba seguía siendo el mismo de hace años que tome mi tiempo para aspirarlo y para cerrar mis ojos por unos instantes, tiempo suficiente para volver a ser esos niños inocentes y traviesos que habíamos sido hace ya tantos años.
Me separe de ella sin realmente quererlo y me apoye de rodillas para después ponerme de pie y ofrecerle ambas manos para que ella hiciera lo mismo-Ya no soy ese niño flacucho del que te burlabas, solo que no se si podré cumplir mi promesa- le sonreí a ella- si has comido de más, tal vez no pueda con eso- reí como aquel entonces sin creerme del todo que estaba ya con mi mejor amiga.
No le di tiempo a contestar, tal vez habían sido demasiado atrevidas mis palabras pero quería comprobar si algo había cambiado en nuestra relación, o si podíamos recuperar lo que hace años habíamos tenido. La sujete nuevamente por la cintura pero ahora con un poco más de fuerza para después apoyarme en mis piernas y flexionarlas un poco para poder alzarla y dejar mis brazos rectos, sentí el peso de sus manos sobre mis hombros y cuando la vi reír y sonreír supe que desde antes de que ella lo hiciera yo lo había hecho. La música volvía a sonar en la habitación continua, una balada clásica que hacía eco hacia la habitación donde nos encontrábamos dando vueltas y riendo como nuevamente esos dos niños que habíamos sido. La baje con delicadeza pero sin soltar su cintura, tome su diestra con la mía y con una corta reverencia deje que mis pies se movieran a la par de lo que se escuchaba allá fuera, se dejó guiar por mí, nuestra mirada no se perdió del otro al igual que no desapareció nuestra sonrisa. Termine por darle una vuelta para detener su andar cerca de mi cuerpo cuando la última nota termino – He mejorado… ya puedo ser yo el quien te lleve- susurre en su oído para después depositar un beso en su mejilla que tardo más de lo normal pero que hacía a mi corazón volver a palpitar con rapidez por su presencia.
Frederick Haider- Realeza Rumana
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Re: La noche de nuestro re encuentro (Abbey Appleby)
Lo que no había cambiado, era su gentileza, esa que tanto le precedía y a Abbey siempre le había encantado. De pequeño era tal que así, un niño educado y caballeroso, que sin duda sacaba sonrisa a toda dama que se propusiese. Arrugó la nariz, haciendo un mohín de lo más divertida, terminando por sonreír y presionar un dedo índice sobre la nariz del joven, como solía hacer cuando era pequeña. Quizás, era mejor no decir absolutamente nada. No darle más coba ni importancia a lo que ocurrió en un pasado…era mejor olvidar y vivir el presente. Se habían encontrado, nada ni nadie podía cambiar eso…o eso creían al menos en ese momento.
-Llamarse y sentirse culpable ahora no tiene sentido. Hiciste todo lo posible como yo investigar sobre tu muerte, la ida de tu familia. No encontré nada, mis padres se encargaron de ello y los tuyos de que no volviésemos a vernos. No hay que pensar ni darle más vueltas -enarcó una ceja, ¿le acababa de dar permiso para golpearlo? Eso ahora no tenía sentido , pero ahora que le había dado esa posibilidad, le atrajo hacia sí de la ropa y sin más le dio un golpe seco en la mejilla. Despertaría, ambos lo harían a esa realidad…en esa fiesta donde se habían vuelto a encontrar.
Y después de aquel momento de anécdotas y verdades conocidas. Llegó aquello que tantas veces y momentos necesitó, un abrazo. Un abrazo que duró lo suficiente para abandonarse a sus brazos, se relajase y no pensase en otra cosa que ese momento. Apoyó su barbilla en uno de sus hombros, susurrando su nombre incontables veces entre risas y susurros, murmullos de fondo de gente al verlos compartir ese momento que ante otras personas darían una imagen equivocada.
-Yo tampoco dejo moratones en pies ajenos, he mejorado eso así que demostrémoslo -se dejó llevar por sus brazos, no era tan pequeñita como antes pero su risa aún así no había cambiado. Como mil veces ensayó en aquella residencia para ofrecer a la otra persona un baile perfecto, comenzó a moverse junto a él en aquel pasillo donde palabras y hechos se habían contado.
Ahora solo importaba ese momento , los dos amigos iniciaban el primer baile después de tantos años, dejando de ser esos niños y a la vez, volver a sentir aquella nostalgia que tuvieron alguna vez. Enarcó ambas cejas al ver que esta vez el niño flacucho la guiaba, no perdía razón, se movían con gracia, movimientos elegantes entre miradas cargadas de complicidad y diversión por compartir aquel baile.
-Debes venir a la residencia Appleby, tienes que hacerlo. Quiero presentarte yo misma. Mi hermana Brittany está aquí y no tardará en irle con el cuento a mi padre. Estoy cansada de que siempre se salgan con la suya…y esta vez no les daré ese placer. ¿Vendrás? Ya nada puede impedírtelo, Frederik -suspiró sin dejar de dar vueltas, mirarle fijamente imaginando la reacción de su padre, su familia, esta vez no iban a ganar claro que él tendría que poner de su parte…ayudarla, creía perdido a alguien tan importante como Frederik ¿cómo iban ahora a arrebatárselo -Pase lo que pase, prométeme que… no volverás a irte , prométemelo, ellos lo intentarán otra vez… y no, no debemos permitirlo, ya no somos unos niños -
-Llamarse y sentirse culpable ahora no tiene sentido. Hiciste todo lo posible como yo investigar sobre tu muerte, la ida de tu familia. No encontré nada, mis padres se encargaron de ello y los tuyos de que no volviésemos a vernos. No hay que pensar ni darle más vueltas -enarcó una ceja, ¿le acababa de dar permiso para golpearlo? Eso ahora no tenía sentido , pero ahora que le había dado esa posibilidad, le atrajo hacia sí de la ropa y sin más le dio un golpe seco en la mejilla. Despertaría, ambos lo harían a esa realidad…en esa fiesta donde se habían vuelto a encontrar.
Y después de aquel momento de anécdotas y verdades conocidas. Llegó aquello que tantas veces y momentos necesitó, un abrazo. Un abrazo que duró lo suficiente para abandonarse a sus brazos, se relajase y no pensase en otra cosa que ese momento. Apoyó su barbilla en uno de sus hombros, susurrando su nombre incontables veces entre risas y susurros, murmullos de fondo de gente al verlos compartir ese momento que ante otras personas darían una imagen equivocada.
-Yo tampoco dejo moratones en pies ajenos, he mejorado eso así que demostrémoslo -se dejó llevar por sus brazos, no era tan pequeñita como antes pero su risa aún así no había cambiado. Como mil veces ensayó en aquella residencia para ofrecer a la otra persona un baile perfecto, comenzó a moverse junto a él en aquel pasillo donde palabras y hechos se habían contado.
Ahora solo importaba ese momento , los dos amigos iniciaban el primer baile después de tantos años, dejando de ser esos niños y a la vez, volver a sentir aquella nostalgia que tuvieron alguna vez. Enarcó ambas cejas al ver que esta vez el niño flacucho la guiaba, no perdía razón, se movían con gracia, movimientos elegantes entre miradas cargadas de complicidad y diversión por compartir aquel baile.
-Debes venir a la residencia Appleby, tienes que hacerlo. Quiero presentarte yo misma. Mi hermana Brittany está aquí y no tardará en irle con el cuento a mi padre. Estoy cansada de que siempre se salgan con la suya…y esta vez no les daré ese placer. ¿Vendrás? Ya nada puede impedírtelo, Frederik -suspiró sin dejar de dar vueltas, mirarle fijamente imaginando la reacción de su padre, su familia, esta vez no iban a ganar claro que él tendría que poner de su parte…ayudarla, creía perdido a alguien tan importante como Frederik ¿cómo iban ahora a arrebatárselo -Pase lo que pase, prométeme que… no volverás a irte , prométemelo, ellos lo intentarán otra vez… y no, no debemos permitirlo, ya no somos unos niños -
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
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