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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Calcabrina Miér Sep 14, 2016 7:30 pm

Hacía no demasiados meses había comprendido sobre qué era la marca en mi pecho, un Uróboros, una serpiente que se comía la cola formando un infinito circulo. Uno del infierno, de las oscuras sombras y llamas que cubrían el mundo y lo dividían entre “buenos y malos” según las ingenuas lenguas. Las profecías sobre Dante siempre habían sido simples estupideces a mi modo de ver. Cuentos de fantasía pues la magia no era más que un producto de nuestra propia potencia. Algunos dependían de los Dioses, canalizándose en ellos, otros brujos y hechiceras tomaban su poder del caos y de las bestias que había del “otro lado”. Según sabía los aquelarres dependían de brujas muertas y consagradas o de la misma naturaleza. Yo buscaba la fuerza en mí mismo, la expresión de mis propias artes para hacer nacer lo imposible con solo creerlo. Por supuesto que nunca estaría seguro si realmente lo estaba haciendo bien, a menos claro que pudiera despertar las historias que escondía el tatuaje o más bien era una marca que había aparecido en mi pecho en la pubertad. Contactar con los muertos no era complicado, había nacido con ese don pero ninguno sabía decirme nada, algunos simplemente no querían. ¿Cómo obligar a algo que ya está muerto y torturado en el plano en donde no hay paz ni vida? Era imposible. Necesitaba más fuerza, canalizar algo que tuviese verdadero contacto con las vidas pasadas. Las investigaciones me habían llevado a una sola solución: La Luz. Tenía que encontrar una fuente que fuese pura y a la vez tan fuerte que no se destruyera al primer contacto con su contrariedad.

La búsqueda fue por demás de ardua, en esos entonces me di cuenta que la guerra entre pecadores y justos era completamente en vano. ¡La habíamos ganado desde siempre! ¿O es que quizá simplemente con un puñado de inocentes podrían hacer la gran diferencia? Eso no lo tenía claro y rememorar a las vidas anteriores quizá también podía sacarme de la infinita duda. Porque los demás que tenían la misma marca que yo de nada servían. Era estúpido el solo hecho de hablarles, cada uno rodaba en imbecilidad y testarudez. La pesquisa terminó derivando a pasearme por toda la ciudad incontables veces hasta que un mínimo joven de aura agradable y acentuada se divisó detrás de varias paredes. Mi incapacidad de teorizar con solo una vista me hizo indagarlo por semanas, encontrándome con un muchacho casi albino, de contextura tan fácil de quebrar que el hecho de que antes me hubiesen avisado de una fuente “pura y fuerte” me hizo dudar por completo. Pero al final era el alma de lo que se trataba.

Unos días más tarde y en vista que él parecía tener urgencias económicas y hasta sanitarias me dejé aparecer en su propio camino. Mi habilidad de comunicación siempre había sido reducida, tan limitada como infinita era mi curiosidad. No obstante, no vacilé en aparcar toscamente en donde se encontraba. Aparentemente ocupado, aunque no me interesaba en lo más mínimo mantener tanta educación como para esperarlo mucho más que el tiempo que tardaba en caminar a él. — Quiero usarte. Te pagaré. ¿Necesitas eso, dinero? Si me sirves, entonces te recompensaré también con una pócima para tu madre. —¿Acaso alguien en su sano juicio diría que sabía sobre el estado de su madre así como así? Probablemente no, sin embargo en mi caso, entre más claras quedaran las cosas se me hacían más sencillas. No necesitaba más que su poder o su aura más bien, pero debido a que el tiempo me había indicado que se trataba de un gitano, por supuesto que podía intensificar mi habilidad con aquella mínima que tenía él. Quizá estripársela en otro momento -eso sí que no iba a decirlo-. Simplemente porque era un posibilidad a mi favor y no un hecho en donde se le cobrara la vida de un solo golpe. Lamentablemente para mi persona, lo necesitaba vivo durante todo el tiempo posible. Encontrar a alguien más sería engorroso y por supuesto que la idea de perder el tiempo tampoco me agradaba demasiado. Le miré a los ojos, sin pestañear y siendo obvio el hecho de que esperaba que se acercara y respondiera. Al tardar demasiado terminé por acercarme yo, tomándole de la muñeca para llevármelo igual como si fuese una cosa. Saqué entonces unos francos en el camino, que serían el pago de al menos una semana de cualquiera de clase media, claro que tenía recibos del Banco de Francia. Es que no valía la pena perder ni una céntima si al final terminaba por serme inútil. — No tengo tiempo para gastar. —


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Mensaje por Ghenadie Monette Lun Sep 19, 2016 10:47 pm



Lumière dure
las prioridades son definidas por los sentidos
No me malinterprete, mi objeto no es jugar al mensajero del mal augurio, usted me ofreció las seis manzanas a cambio de una premonición y ya he cumplido con mi parte, si la peste asecha a su hijo Myura…
―Gyula.
Gyula, ¿verdad? Pues, como decía, si su destino es padecer la peste y perecer, no existe alternativa más que aceptar su porvenir. Aquello de sortear lo previsto no tiende a dar buenos resultados, al final de cuentas, sucede aquello que ha de ocurrir.
La anciana gitana le enfrentó con el recelo impregnado en su ajado rostro; una infinita y espesa trenza le sostenía el grasiento cabello grisáceo y, a juzgar por la suciedad acumulada en el vuelo de su harapienta falda, aquella era la única prenda de vestir de la que disponía. El motivo por el que Ghenadie se encontraba dialogando con la mujer residía dentro de un cajón de madera destartalada, eran seis manzanas en estado de maduración dudoso que destacaban de entre la multitud de frutas dispuesta para la venta.
Una manzana para el desayuno, dos para el almuerzo, una para la merienda y otras dos para la cena. No se brindaba el lujo de tanta abundancia desde hacía días, todo suponiendo que las condiciones del trueque fuesen aceptadas por la usurera.

El pacto al que habían arribado consistía en el intercambio de las seis unidades por una premonición del futuro; Ghenadie salía perdiendo siempre que hacía tratos de este índole y es que nadie anhelaba jamás recibir malas noticias como augurio; sin embargo, el destino daba su veredicto, el albino leía los indicios y, en su afán por serle fiel al curso del universo y prolongar su voto de honestidad, acababa por enterrarse en una encrucijada con una única escapatoria sumamente desfavorable.
La mujer le contemplaba con dos esmeraldas por orbes mientras él se sometía a su penetrante escrutinio; los tobillos le escocían, pues sus zapatos de tela apenas le cubrían los pies y los pantalones arremangados dejaban expuesta la piel al incordio del viento arenoso. Su cartera hilada siempre contra las caderas y la camisa de trapo cubriéndole cuanto era capaz del torso y los brazos. Las seis manzanas en el cajón y la anciana observándole impasible.

Dar con una premonición diurna y espontánea no resultaba tarea sencilla, la mayoría de sus previsiones se le revelaban en sueños durante estadios de inconsciencia o en las conclusiones resultantes del uso de diferentes elementos ―las convencionales cartas, la bola de cristal―, también era válida la inducción en un trance en contacto físico directo con la persona cuyo destino se buscaba averiguar.
En esta ocasión, había empleado una olla de cerámica repleta de agua diáfana para canalizar su habilidad, abandonándose a la atenta escucha de la voz perteneciente al hilo conductor que rige el universo. La superficie del líquido había hecho las veces de cristal y le había revelado que Gyula, uno de los nueve hijos que había parido vivos la mujer, contraería la peste y perecería en la eventualidad. Ahora la obtención de las manzanas se hallaba en disputa porque el augurio era todo menos estimulante para la hostigada mujer.

―Oh, bueno, por aquí se dice que traes contigo algo especial, así que toma las manzanas y esfúmate de mi vista.
La anciana se introdujo de regreso en su tienda y Ghenadie, imbuido por la satisfacción de la victoria, comenzó a introducir las seis manzanas en su bolso (ni una más, ni una menos).
De improviso, una voz profunda y penetrante se dejó oír a sus espaldas, pero se hallaba demasiado abstraído como para darle importancia, al menos hasta el momento en que creyó escuchar algo en referencia a una madre. ¿La suya?
Se volteó apenas, para ser interceptado por un individuo de excesiva estatura y maciza complexión, el joven gitano apenas contó con los segundos para echarle un vistazo antes de comenzar a ser arrastrado rumbo a la calle próxima; en su avance, dos de las manzanas se fugaron de entre sus manos y se machucaron contra el suelo de adoquines para erradicar la posibilidad del desayuno y la merienda o el almuerzo y cena dobles.

¡Oye! ¡Aguarda! ―las réplicas, sin embargo, se lucían inútiles antes la determinación del desconocido.
Ghenadie intentó zafarse de tan fiero agarre, pero tan pronto como entró en contacto voluntario con el cuerpo del sujeto, sintió cómo se le helaba la sangre en las venas. Cuán poderosa y devastadora era el aura de aquel sujeto, tan omnipresente y fatua que incluso le había arrastrado a ignorarla hasta ese preciso momento; sin dudas sabía ―u olía o se oía, la percepción de la esencia estaba arraigada a un sentido ajeno a todos los demás― a mortal dotado con habilidades espirituales o artes de la hechicería. Sin embargo, aquel que le arrastraba en contra de su voluntad, arrasaba con cualquier estereotipo esencial de su especie, consumía toda deducción sobre su naturaleza hasta hacerla desaparecer, y no era él solamente, sino que le escoltaba un séquito de espíritus abismales que, no necesariamente presentes, se anclaban en aquella alma a un plano próximo de existencia.
¡Que te detengas! ¡Has hecho que se me cayeran las frutas! ―el joven albino no se dispuso a ceder tan pronto, y como si de un niño caprichoso se tratara, se sentó sobre el suelo y flexionó las piernas ofreciendo resistencia al avance de su captor.
¿Qué es lo que quieres? ¿Cuál es el tiempo que te escasea? ―clavó la mirada en el rostro del desconocido y aguardó, reacio a desistir, una respuesta clara y concisa que compensara la pérdida de las dos manzanas.

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Mensaje por Calcabrina Miér Sep 28, 2016 10:04 am

Pocas veces podía interesarme excusar sobre mis actos. Ésta no era la ocasión en absoluto, mas el joven albino de menuda contextura no hacía más que refunfuñar y arañar al respecto. Los animales no me molestaban en la existencia digna, ya que no contaban con la habilidad de bajar al infierno, así que imaginando que se trataba de alguno de esos, me volteé a mirarle con el rostro inmutable y amargado. — ¿Qué? ¿Por qué te detienes? — La voz salía indudablemente a regañadientes, seca cual si nunca saliera demasiada conversación de mi garganta. Dejando escapar un suspiro largo y viéndolo acurrucarse en el suelo ante la eventual pérdida de sus podridas manzanas, me acerqué mínimamente, agarrando apenas sus cabellos revoltosos para insistir en que se levante. Forzosamente intentaba de alguna manera que no le doliera el tirón. Sabía que a los animales había que tratarlos con precaución para que sigan órdenes, no me salía bien, ¿o no? En una especie de depresión artística, mascullé alguna que otra maldición y bajé unos centímetros a mirarle. — ¿Acaso no dije hace un momento que quería usarte? — Estaba sorprendido de la inoperancia que un humano simple podía tener. Por más que la maravillosa aura del chico estuviese en el orden correcto, no me creía capaz de soportar la inutilidad de alguien. Mucho menos si era algo para mí.

Fue entonces que observé con una extraña curiosidad como protegía el pago que había recibido de la anciana. Para mi era imposible poder usar la empatía, y me pregunté qué tanto había con ello, siquiera le encontraba un uso a las frutas apestosas. No se me ocurría por qué habían tardado tanto en dárselas. No era mi asunto, incluso con la investigación que anteriormente había hecho eso era algo que no se me había ocurrido observar. Me agaché, apoyando un codo sobre una rodilla y alcé las cejas completamente anonadado por su rostro entre miedoso y furioso. — Ghenadie, lo eres, ¿no? Te voy a usar como un catalizador para encontrar algo. Así que quiero que subas a éste caballo. Hay demasiada gente aquí y me estoy cansando de sentir sus presencias. — De repente y sin tardar fue que apareció un hombre cabalgando un caballo, manteniendo otro sujeto por una correa. El vacío era de un vivo color perlado, con la melena gastada en negros y blancos. Parecía, curiosamente, tener albinismo. Tenía dos caballos para mi gusto, uno negro y poderoso. El otro era grácil, delicado, pero veloz, correcto para llevarlo en la ciudad. Apoyé un pie sobre el estribo y decidiendo no esperar más busqué tomar la cintura del joven que aunque era lo bastante alto para ser un hombre, se sentía pequeño entre mis manos. La herejía, según decían algunos libros, siempre aparecía en forma maciza y monstruosa en algunos casos. Tosca para poder hundir a los justos en la miseria. Me enmarqué terminando de subirme, teniendo a la criatura de costado. — El tiempo de prueba es lo que se acaba, hoy será luna nueva. Si sale de la manera esperada te daré una poción y unos francos. Aunque lo dudo… Con éste cuerpo no aguantarás mi poder. — La voz de mi conciencia se escapó, con un semblante perfectamente enojado. Sus huesos eran fáciles de sentir, incluso la tela de ropa gitana era demasiado fina para soportar los vientos de primavera. Como fuese, por ahora era la mejor opción entre muchas que había buscado. Así que manteniéndole con un brazo enganchado cual animal y con el otro sujetando las riendas busqué dar marcha al camino. De otra manera probablemente empezaría a buscar el caos en el lugar, la magnitud de personas juntas en una sola zona provocaba que mis deseos de mandar el infierno a sus vidas se hicieran presentes. Podría hacerlo, realmente lo único que importaba era lo que tenía en las manos y con solo balbucear algunas palabras el poder innato con el que había nacido podía hacer que las personas comenzaran a golpearse unas con otras. Sin embargo no estaba ahí para sembrar el caos. En ese momento buscaba obtener algo mucho más importante. Mis recuerdos, todo aquello que había pasado en mis otras reencarnaciones y la verdad de por qué siempre buscaban al portador del pecado más retorcido en último lugar. En mi experiencia podía pensar que los había traicionado, pero necesitaba palparlo, encontrarlo y verlo por mí mismo. Y solo aquello que fuese lo contrario a mis mentiras podía ayudarme. — ¿Entonces no sabes mentir ni hacer el mal? ¿O por qué mantienes el aura limpia? — Esa era la mejor forma que había encontrado de sacar una conversación que fuese beneficiosa para mí y que calmara el hambre de histeria que podía contener el gitano.


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Mensaje por Ghenadie Monette Dom Oct 09, 2016 7:44 pm



Lumière dure
un ángel probó la manzana y en sus alas se ocultó el alba, en sus plumas surgió la noche
Resultaba imposible recuperar su botín en aquellas circunstancias, pues hacía las cuentas del niño en falta que, sin haber cometido travesura alguna, era regañado por el anciano vecino amargado al que se tachaba de brujo. Lo irónico de la corriente situación era que, efectivamente ―quitando algunas décadas de existencia― aquel sujeto encajaba en ambas suposiciones.
Permaneció sentado sobre el suelo, hasta que fue halado por el cabello. «Usarle», si mal no recordaba, algo así había mencionado aquel individuo. Desvió la mirada hacia los adoquines, procurando hacer acopio de fragmentos de memoria para reconstruir la proposición, tenía el presentimiento de que, si insistía en que se la repitiera, acabaría haciéndole enfadar aún más.
Cierta cuestión sobre su madre y un pago rondaban su conciencia con dulce seducción; tanto había deambulado por las callejuelas de París con objeto de obtener algunos francos que suponer el arribo de tal posibilidad sin haber hecho nada significativo por su cometido resultaba, sin dudas, sumamente sospechoso.

Era la primera vez en lo que databa de su existencia que se hallaba a considerable proximidad de un noble; por donde se mirase a aquel sujeto, no cabían dudas de que jamás había recorrido una calle sin calzado.
Ghenadie no podía dejar de sentirse acorralado, el contratista conocía su nombre, la condición de su madre y, más aún, exactamente aquello que necesitaba; aunque intentara escapar ―algo que no se le daba especialmente bien―, no podía estar seguro de que las consecuencias de tal resolución fuesen menos peligrosas que consentir su exigencia. Al fin y al cabo, no veía desventajas en seguirle la corriente, el destino estaría jugando su pasada e, independientemente de qué tanta utilidad pudiese tener frente a la propuesta, no podría culpársele del desenlace.
El gitano se puso de pie y buscó desprender el polvo de sus vestiduras, toda meditación resultó vana cuando su cuerpo se vio aprisionado por el agarre de aquel sujeto; apenas bastó el tiempo para soltar un quejido frente a la presión sobre sus costillas, pues de inmediato se vio pendiendo a un costado del caballo.

Qué postura tan humillante para cualquier hombre honrado y, aunque el albino poco conociera de la honradez de los adinerados, no se abstuvo de refunfuñar para sí mismo del inoportuno desarrollo de la situación. Había decidido guardar silencio y limitarse a su rol de saco de patatas cuando las preguntas de su captor se dejaron oír; volteó ligeramente la cabeza, en búsqueda de aquel tosco semblante y no pudo privarse de sonreír al notar que, por muy dispuesto que estuviera a tratarle como un objeto, se había tomado la delicadeza de dirigirle la palabra.
Exhaló un suspiro antes de realizar un brusco movimiento con intención de ocupar la montura; calzó la pierna sobre el lomo del animal y volteó con suficiente habilidad para librarse del sostén del hechicero. Tomó asiento detrás de él, pero prefirió hacerlo de espaldas, pues el contacto frontal con el cuerpo de hospedaje de tan abrumador espíritu habría resultado incómodo.
Extrajo una de las cuatro manzanas que había logrado introducir en su bolsa de hilo y, seguro de estar bien aferrado a la montura con piernas y brazos, empleó su diestra para darle un mordisco.
Es descortés conocer el nombre de una persona sin que esta esté al tanto, y más aún en ese caso, no anunciar cuál es el propio ―hizo una pausa para cuajar la fruta con sus dientes, si bien estaba algo pasada, aún podía reconocérsele el buen sabor―. Entonces, ¿cuál es su nombre, señor?

Poco sabía de modales Ghenadie, pero si algo había aprendido de sus aventuras por la ciudad, era que a las personas bien vestidas les irritaba no ser tratadas con debido respeto.
No es que no sepa mentir ni que no pueda hacer el mal, simplemente no lo prefiero. Tal vez se deba a que no se me ha dado la oportunidad, siempre que haya variedad de posibilidades, es preferible optar por la más acorde a las intenciones de uno, ¿verdad?
»Me pregunto qué tan útil puedo resultarle, señor. No tengo un cuerpo fuerte ni soy hábil para muchas cosas, pero no juzgo nada a mi espíritu. ¿No cree que las almas eligen a su vasallo más adecuado? Cuando una esencia es sumamente poderosa, procurará amoldarse a un cuerpo que le prive de hacer uso de su plena capacidad, porque, ¿qué bien traería un desequilibrio tan pronunciado en la convivencia de la energía? Si se abusa del poder en potencia, el cuerpo será consumido y el equilibrio regresará al universo, así es como debe ser.

Propició otro mordisco a su manzana, sin estarse seguro del motivo por el cuál había dicho todo aquello a ese sujeto en particular; conocía muchas cosas a raíz de su devota observación y experiencia, pero no acostumbraba a revelar cuestiones esenciales a cualquiera que no pudiese comprender. Quizá este fuera un caso especial.

Volteó ligeramente la cintura y extendió el brazo que cargaba la manzana hasta las proximidades del rostro del jinete; esbozó una sonrisa sutil y, sin escrúpulos, le ofreció.
¿Quiere un poco? No sabe mal.

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Mensaje por Calcabrina Mar Oct 18, 2016 7:18 am

Observaba mi entorno e inevitablemente el chico estaba en él, removiéndose como una sabandija que está siendo secuestrada. Por supuesto que no me inmutaba en lo más mínimo, seguramente si terminaba por tirarse se lastimaría solo y sería más que en vano. De mi parte, esperaba poder confiar en el sano juicio que podía tener un humano, al fin y al cabo eran animales que querían sobrevivir. El pesado suspiro se escapó de mis labios cuando le sentí volver a arremeterse contra la silla de montar hasta que pareció encontrar la posición indicada, a lo que mis brazos se aferraron a las sogas del caballo con tanta paciencia como así podía tener el demonio de la herejía: muy poca. ― Soy Calcabrina, un hechicero oscuro. ― Totalmente apático y a secas respondí sus preguntas, no me importaba hacerlo pues bien sabía que cuando lo utilizara para poder adentrarme más al fondo de mi pasado, él se encontraría sabiendo incluso más de mí que yo mismo. En otras circunstancias le hubiese dicho Samuel, era el nombre insospechado para los humanos de mentes tiernas. Claramente ese no era el caso, bah, si lo era tendría que empezar a ejercitar esa emponzoñes lo antes posible, pues tenía encargado un destino cruel en sus manos. Pronto la vía se despejó de gente, dejándole paso a los caminos de tierra desolados que iban hacia las zonas abandonadas, cerca de los cementerios y bastante alejados del bosque. Ahí donde la tristeza y oscuridad más albergaba en la ciudad, pues los mortales con pestes dejaban sus últimos alientos en esas calles para luego ser enterrados en fosas comunitarias por la armada de la ciudad. Eso incrementaba el séquito de muertos que llevaba en la espalda. Lo que significaba lisa y llanamente más poder.

― La más acorde a las intenciones de uno. ¿Las almas? Eso es lo que investigaremos, por qué las almas eligen el cuerpo cuando están en el otro lado. ― “Porque en éste mundo yo puedo elegir” Repensé para mis adentros con el claro deseo maligno en mis adentros. No buscaba solamente conocer la historia de mis antepasados, sino que intentaría en algún momento, terminar de descifrar la maldición de Dante. El alma que estaba encadenada a los infiernos tenía que tener alguna manera de liberarse para poder hacer lo que cualquier brujo inmensamente poderoso hace: cambiar de cuerpo una y otra vez a través de los milenios. Pero eso era solo un deseo oculto que por el momento no necesitaba relucir en absoluto. ― Son palabras inocentes, de quien no conoce el poder de las energías. No importa, ésta vez no tengo la intención de manchar tu alma. Necesito pureza para encontrar una historia perdida y como dices, las almas eligen el vasallo cuando tienen la oportunidad. ― En ese caso me refería a él, la eterna clarividencia y los poderes que había usado con almas errantes me habían pedido sobre él, como un faro para caminar entre un camino tenebroso. Parecía una especie de chiste, el solo sentir sus mordiscos provocó que frunza la nariz hasta arrugarla, entrecerrando los ojos cuando al final inevitablemente la acercó, como quien quiere darle de comer a un pobre. ― No, guardo mi apetito para más tarde. Y está pasada, chico. ¿Eso cobraste por leer el futuro? Tus poderes pueden ser usados para cosas más entretenidas que esas. Desperdicias la magia que cogiste de la naturaleza. ― Como un hechicero viejo y bastante cerrado que era, la idea de que las energías fuesen usadas para situaciones estúpidas no me agradaba, sean puras, rojas, azules de la salud o negras de la plenitud, ninguna debía ser malgastada en personas que no la sabían aceptar. Mucho menos cuando el cobro era unas manzanas semi podridas que no podían alimentar por más de un día. Un movimiento bastó para que los huesos de mi cuello suenen uno tras otro hasta hacerlos crujir en serie. Me llamé a silencio, agradeciendo de cierta manera que no pudiese ver mi rostro que seguramente hacía algunas leves expresiones de disgusto, algo que difícilmente podía verse en la cotidianidad. Me gustaba pensar que la herejía no tenía momentos felices o tristes, sino que vivía constantemente en un limbo de desesperación. Pronto el caballo se detuvo, apenas estábamos terminando de pasar el área de gitanos, aunque el ambiente era claramente más pesado. Una carpa estaba en un costado, no podía llevarlo a la mansión de una sola vez. ― La luna estará en media hora quizá. ¿Alguna vez has probado viajar astralmente al pasado? Eres un gitano, suelen hacer eso con plantas estupefacientes, pero les falta un activador, un hechicero. A mí me falta el camino. Baja. ― Apresuré a decir en lo que me volteaba para ver el rostro afeminado del muchacho una vez más.


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Mensaje por Ghenadie Monette Lun Nov 28, 2016 10:21 pm



Lumière dure
sólo la luna es testigo del aliento del impuro
Calcabrina. Como procurando invocar un remoto recuerdo, la chispa de la incertidumbre destelló en el campo de su conciencia; creía reconocer familiaridad en aquel nombre, pero no encontraba justificación para tal juicio. Se preguntaba si le habría visto en un sueño, uno de aquellos que solía olvidar por el simple hecho de no corresponder con el permitido dominio de sus saberes. El destino jugaba con él a las escondidas, revelándosele en el momento preciso antes de volverse a ocultar y cuando él le encontrara de improviso, se esfumaba el recuerdo de su visión, porque el porvenir es caprichoso y se niega a permitir el conocimiento de una información que aún no está dispuesto a revelar.

Su captor expresaba interés en un campo que a él le infundía respeto, no era capaz de dejar a un lado aquel remordimiento que le advertía del peligro inminente; después de todo, los vivos no tenían por qué inmiscuirse en asuntos de los muertos, en cuestiones de un pasado que definía su presente y pautaba el sendero hacia el futuro. Podría suponerse que estar al tanto de aquello que aún no acontecía era embustero, pero Ghenadie no era culpable por su habilidad, era un simple canal de premoniciones que, bien sabía, podían llegar a alterarse.
La escolta de espíritus incrementaba el número de sus filas a medida que se adentraban en la región con mayores miserias; el gitano sentía la temperatura disminuir a su alrededor y debió sacrificar el soporte de una de sus manos para poder cubrirse el pecho en vano.

El cadáver de la manzana aterrizó en el suelo y se bañó con el polvo del que pronto pasaría a formar parte; resultaba casi irónico que aquel individuo hablase de desperdiciar la magia cuando era claro que jamás se había visto en una situación desesperada. Ghenadie no acogía envidia o desprecio en su espíritu y fue por ello que simplemente atribuyó aquel comentario a la ignorancia de un afortunado, en su mundo, cualquier atributo que pudiese traer beneficios debía ser empleado en toda ocasión, por muy denigrante que pudiera considerarse, con el objeto de prolongar la supervivencia siquiera un día más.
A veces desearía encontrarme en posición de decir eso mismo ―murmuró más para sí mismo que en respuesta a su interlocutor.

El recorrido pronto llegó a su fin y el joven albino debió abandonar su cómodo pedestal para dar comienzo a su cometido. En las inmediaciones solo existían indicios de desolación, débiles auras en proceso de extinción y un viento perezoso que rumoreaba sobre muerte. El miedo no era un sentimiento que Ghenadie acostumbraba a experimentar, pero de haber sido consciente de sus síntomas, posiblemente se encontrara aterrado en aquellos instantes.
Inspiró una bocanada de aire con completa convicción, la idea de llevar una cena abundante a casa aquella noche le aportaba ánimos, su madre esbozaba escasas sonrisas y uno de sus más destacados detonantes era el estómago repleto.
Se adentró sin miramientos en una tienda de paños corroídos, no sabía con qué se toparía en el interior pero le destinó poca importancia, cuanto antes pudiese concluir aquel ritual, menos riesgos correría a la hora de regresar con los bolsillos pesados. La noche era el velo que favorecía a los bandidos.

El aroma a inciensos penetró en sus pulmones, el sitio aún conservaba destrozadas pertenencias de su antiguo propietario aunque nada exhibía un valor razonable, seguramente hubiesen saqueado lo que pudiera ser vendido. La luz no penetraba en la tienda, los harapos pendían del improvisado techo obstaculizando el desplazamiento que los tres por cuatro pasos de extensión constituían del interior.
Resultaba casi imposible ver nada allí, pero el vestigio del aura que apenas refulgía en los objetos le permitió dar con una lámpara de aceite, claro que no restaba nada de combustible que emplear para encenderla, pero todo hombre de andanzas debía disponer con algo de resina en caso de emergencias. Extrajo, pues, un frasco de modesto tamaño de su morral, una de las manzanas se había golpeado y su débil complexión había colapsado para inundar el interior del bolso con su dulce fluido.
Bastó un escaso par de minutos para que la lámpara encendiera; el joven la colgó de un gancho que sobresalía de la estructura de la tienda, otorgando al escenario un lúgubre atisbo de luminosidad.
Tomó asiento sobre el suelo, cruzó las piernas y amarró su cabello a la altura de la nuca, procuró ignorar aquel mal augurio que le infundía encontrase en aquella situación, había dicho que llevaría a cabo la petición de Calcabrina y él siempre cumplía su palabra.
Nunca he viajado al pasado voluntariamente; tampoco he forzado las premoniciones con algún tipo de detonante aunque sí he empleado catalizadores, pero haré todo lo que sea necesario en esta ocasión.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, era ya, pues, la hora indicada.
La Luna pronto ascenderá en el cielo ―sentenció, casi inmerso en un trance.


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Mensaje por Calcabrina Lun Dic 12, 2016 10:05 pm

Frío y sombras, eso se veía a la distancia y es que los muertos llevan un hálito congelado en su interior y no se dejan pasar desapercibidos, se acercan para susurrar en las orejas entrometidas. En ese momento hubiese sonreído de haber podido, pero el demonio que había perdurado en mi pecho desde mi nacimiento se hallaba absorbiendo cada sentimiento revelador para convertirme en un ser que adora la herejía, que la esparce como una cólera o como una plaga del tan flamante y débil Dios. Fueron segundos antes de terminar el recorrido a caballo que le escuché resonante en mi cabeza, intenté encontrar la respuesta a su histeria. ¿Suerte? No, eso no existía, se trataba del destino, siempre era de ese modo, la historia estaba escrita desde hace infinito tiempo y nunca nadie había querido descubrirla. El Santo Grial, escondido durante milenios, seguía perdido de las manos de los hombres. ¿Cómo podían ser tan patéticos? Así mismo el chico no entendía que simplemente se puede hacer lo que se desea cayendo al mal y dejándose guiar por la avaricia. ¿Tendría que ayudarlo a pintar su alma de negro para que las riquezas cayeran en sus manos? No. No iba a permitir que la preciada gema que había hallado terminara sucia cuando la necesitaba pura y perfecta. Por lo tanto, siquiera gasté un suspiro en responderle y moví la cabeza para que siguiera el camino pactado. Con el semblante serio y los ojos que irradiaban una ansiedad casi catastrófica. ― ¿Por qué creas luz en la noche? ― Consulté de improviso, notando sus casi delicados movimientos. Era como una maldita flor en un campo de guerra, plagado de sangre y destrucción. Me pregunté si llegaría al cielo o quedaría condenado en el primer circulo.

El pequeño lugar era todo lo contrario a acogedor, se sentía el olor a podredumbre que venía de unos metros hacia dentro y palpitaba penas y tragedias. Era el sitio ideal para poder saber si él era capaz de fluir más allá del muro que yo había encontrado. Al final me senté en el suelo, a un lado de él, tenía que examinarlo, como si fuese uno de mis tantos experimentos, solo que en éste había puesto todas mis fichas. No podía salir fallido. Me senté de manera que una pierna quedaba con la rodilla hacia arriba, para poder apoyar ahí mi codo y observarlo minuciosamente, las cejas por demás de populosas se habían alzado en una expresión curiosa, lo cual era más de lo habitual. ― No controlas tu poder, por eso no puedes viajar. Yo puedo saber el pasado y también el futuro. Pero hay algo que no me deja viajar más allá. Una barrera, como si fuesen las murallas de Dite. Te daré un espíritu para que te ayudes con su poder. No vas a poder ver mucho. Solo llegarás al principio de mi vida, supongo. Simplemente dime hasta donde y sabré si me eres de utilidad. Intenta buscar una serpiente que se come la cola, así. ― Al terminar de hablar desaté los hilos que sujetaban la camisa en la parte superior del pecho, dejando ver a un lado el exacto tatuaje que estaba rodeando el pectoral derecho. Sin pudor o sentimiento alguno había dejado el lado abierto para que el muchacho pudiera inspeccionarlo. En tanto busqué uno de mis contenedores de almas, como nigromante y también manipulador de cuerpos había encontrado maneras para mantener a algunas almas poderosas ligadas a mí. La dejé fluir, era de un viejo mago. No sabía realmente qué podía necesitar el joven gitano para hacer nacer sus habilidades, simplemente sucedía que por donde lo miraba era débil, quizá terminaría muriendo por el sencillo susto. Después de todo viajar en mi vida no era un camino agradable. Y para su suerte aún no le pedía llegar a otras. Miré de reojo a la luna, sí había escogido el día correcto para hacer eso, aunque aún no estaba seguro de todo lo que me podría llegar a dar. Tendría que ser bueno, el chico ya sabía demasiado y no lo había hecho caer a ningún círculo, sin duda iba a ir a la entrada del cielo si era capaz de no mancharse y no podía perdonarme que fuese con información valiosa. El bajo infierno era un lugar acorde para su ignorancia a la hora de esa supervivencia de la que tanto se valía en la tierra.


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Mensaje por Ghenadie Monette Lun Dic 19, 2016 10:02 pm



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todas las puertas se hallan abiertas, acciona el pestillo y atente al interior
¿Por qué un individuo tan poderoso como revelaba ser Calcabrina requería de la colaboración de alguien como él? Un manipulador de las artes mágicas con la habilidad de indagar en otros tiempos no debería necesitar de un peón experimental; Ghenadie apenas estaba al tanto de aquello en lo que se estaba entrometiendo e, indiscriminadamente de la naturaleza del trato, presentía que excedería todas las experiencias con las que se hallaba familiarizado. Había consultado al curso del destino sobre el futuro incontables veces, a voluntad o por accidente, y aunque no lo hubiese hecho con el pasado, tenía confianza en su capacidad para lograrlo. Resultaba alarmante, sin embargo, la insistencia de su interlocutor en las cualidades de su cuerpo, bien sabía el gitano que no disponía de una robustez que admirar, pero jamás se había enfrentado a dificultades a la hora de apelar a su espíritu para recorrer los senderos del curso ya escrito; ¿a qué se estaría enfrentando? Algo no lograba encontrar su lugar en todo aquel asunto, como si su campo de conocimientos, el mismo mundo que habitaban fuese insignificante ante lo que se avecinaba con aquel viaje.

Víctima de la curiosidad, alargó ligeramente el cuello, dispuesto a obtener una visión más nítida de la piel del brujo; la minuciosidad con la que las escamas de la serpiente calaban la piel herida resultaba sorprendente, el albino la escrutó con orbes desorbitados, reprimiendo el impulso de extender su mano para rozarla con los dedos. No había forma en que una cicatriz de esas características procediera del hacer de los mortales, la carne se comporta a su antojo en pos de la misma naturaleza de la que procede pero en aquel reptil retorcido se perdía todo indicio de humanidad. Algo en aquella marca le resultaba familiar, sin dudas, pero el velo de la temporaria amnesia se interponía a sus pensamientos sumiéndolo en la exasperación del que sabe y no logra recordar.
Cerró los puños una vez satisfecho con la observación y desvió la mirada hacia el suelo; la de los muertos no era su compañía preferida y, en consecuencia de lo acontecido con su insana madre, no podía evitar sentir cierta incomodidad en su presencia.

Hasta el principio solamente, ¿verdad? Supongo que podré hacerlo; no, déjeme intentarlo, lo lograré ―inspiró una prolongada bocanada de aire, la temperatura ambiental había descendido de improviso al liberarse el espíritu, así que debió frotarse las piernas con las palmas en un intento por infundirles calor, y torcer la nariz en otro por contener un estornudo.
Alzó la vista en dirección del alma presente, como todo difunto su aura se percibía distante, descolorida, un vestigio del hombre que alguna vez hubiese sido y, a juzgar por la cantidad de luz que emanaba del centro de su pecho, podía deducir que se trataba de un portador de habilidades mágicas. No le agradaba la idea de colaborar con aquella entidad para alcanzar su objetivo, pero no podía negarse a las exigencias del impulsor del trato.

Extendió las manos con resignación hacia el espectro y le invitó con la mirada a aproximarse.
Acércate ―pronunció. Como si la nieve hubiese adoptado la figura de unos dedos y luego disuelto en aire, el ente espiritual rozó sus palmas y se dejó guiar hasta ocupar un lugar a sus espaldas. Resultaba aterrador que se comportara con sumisión siendo que los muertos solían jactarse de su eternidad para burlarse de los vivos; ¿quién era Calcabrina y qué le conducía a solicitar su ayuda para indagar en su pasado? Ghenadie esbozó una sutil sonrisa dotada de melancolía al reparar en que todo el riesgo y la incertidumbre eran insignificantes ante la idea de poder regresar con una cena abundante y los medicamentos que hacían falta a su madre para aliviar el sufrimiento.

Dejó que el alma del difunto le sostuviera el rostro con sus gélidas manos, como tantas veces había visto hacer a su tutora antes de que perdiera la razón; extendió las suyas sobre la caja de madera que, cubierta por una sábana raída, hacía las veces de mesilla y con las palmas hacia arriba volvió a contemplar el rostro del joven que yacía frente a él.
Sostenlas, con que las roces basta, lamento que no estén del todo limpias ―admitió con cierto embarazo―, no será por mucho.
Aguardó, haciendo a un lado la impaciencia y apelando a la serenidad que requería en aquel tipo de ocasiones. Inspiró y exhaló. La Luna ya reinaba en el trono del firmamento.


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Mensaje por Calcabrina Mar Dic 27, 2016 1:37 pm

En mis ojos se podía notar el poco decoro que le regalaba, atisbé una mano contra su hombro, bajándola de modo que sentí los huesos y la piel. Mi rostro se frunció en enojo y frustración. ¿Cómo podía ser que no conociera lo que se requería para poder viajar a las profundidades del tiempo? Imaginé que siempre lo había acariciado, igual que el agua tocaba el roce por el aire y no se adentraba. ¿Cómo pretendía conocer el suelo verdadero si no estaba dispuesto a mojarse o hasta ahogarse? Y claro, se necesita fuerza, músculos para soportar la presión que ejerce el agua, la misma que tiene el espacio. Supuse que tendría que darle un trato especial al nuevo objeto de experimento que había conseguido, no bastaría solo con un espíritu que lo acompañara, necesitaba las vitaminas que da la tierra y de la cual parecía solo estar al tanto instintivamente. — Sí. Hazlo, si lo logras tendremos que conversar sobre tu cuerpo. Vamos, la luna está en posición. — Presioné sin ninguna clase de sentimiento de por medio, nunca había nada más que mis propios deseos y añoranzas. Incluso cuando podía sentir el propio rechazo que tenía el joven hacia mis fantasmas. Sí, su pureza era lo que hacía que no quisiera acercarse a quien está encarcelado. La dominación de alimañas era algo mucho más poderoso de lo que algunos creían. Y se necesitaba no solo jurisdicción sobre la mente, también sobre el cuerpo, que es nuestro jarrón, la piel que nos aleja de la muerte. Si lo rompemos, no importa que tanto liquido tenemos dentro, todo se derrama y queda perdido.

— ¿Me quieres canalizar? Está bien, dame tus manos. — Sujeté sus muñecas, subí las yemas de los dedos por cada costado de sus falanges hasta que hube sentido la más mínima de sus texturas y las acerqué para morder un borde de su mano, hundiendo los dientes hasta dejar marca, pero sin llegar a lastimarlo abiertamente. Luego simplemente las entrelacé y esperé, sentía la reticente vibración de su energía, como la emanaba dulcemente. ¿Dulce? Sí, era de ese modo, parecía blanco, como el azúcar. Como un demonio, la cola de la serpiente estaba siendo estrujada por los colmillos de la misma, haciéndome doler, gritándome que llevara esa alma a la más profunda agonía que existiera hasta hacerla caer en mi círculo. Sí, lo haría. Tarde o temprano su alma pura caería en la herejía por el solo hecho de ayudarme, pero no por ahora. Acaricié sus costados, dejando salir una ínfima sonrisa demencial, cargada de deseo que iba mucho más allá que cualquier pensamiento terrenal. Deseaba indagar en lo que seguramente ahora estaba mirando. ¿Podría verlo igual que lo había hecho yo o sería diferente? Perspectivas. Esa era una de las mayores razones por las cuales no lograba pasar la muralla que me detenía. Necesitaba poder verlo desde el lado de la bondad, algo que no tenía en lo más mínimo. Ya llegaba el momento, él iba a encontrar mi pasado y quién sabría si iba a enloquecer. Yo mismo había sentido la demencia rozar mis entrañas por un momento. Era la pena de mi humanidad muriéndose la que se sentía miserable, pero ahora quedaba la coraza y lo que estaba dentro era netamente maligno. Aunque siempre lo justo para seguir cuerdo, para seguir teniendo deseos más allá de lo mundano. Para saber que el límite entre la traición y la verdad estaba unido a los ángeles y que tenía bien en claro que no me importaba utilizar a ninguno con tal de poder encontrar, de una vez por todas, la verdadera razón por la cual moría una y otra vez sin pasar nunca los cincuenta años. Era como una maldición, nadie quería contarme mis vidas pasadas. ¿Se trataba de Graffiacane que se escondía de mí? No podía estar seguro y no me percaté cuando apreté de más las manos del chico y abriendo los ojos le observé, acariciando con cuidado la piel enrojecida que había terminado por dejar. — ¿Y bien? Dime qué sentiste y hasta donde llegaste, Ghenadie. Mientras tanto, haré la pócima de tu madre. Deberías aprender a hacerla. — Observé su pálido rostro, su pena era viva, estaba allí frente a mí. Pero no me molesté en hacer nada al respecto, simplemente busqué con la mirada un recipiente, aunque había traído una poción a medio hacer, sabía que podía hacer algo mejor, simplemente no se me había apetecido horas antes.


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Mensaje por Ghenadie Monette Jue Dic 29, 2016 9:30 pm



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esto que ves y te depara, es un ayer que se hizo hoy y será mañana
Innumerables veces había estrechado las manos de los mortales, cerrado los ojos e introducido en el correr del destino al que las almas se hallaban ligadas, sin embargo, aquella era la primera vez en la que una corriente eléctrica se infundía con tanta violencia tras haberse establecido el contacto. El espíritu a sus espaldas bufó al respecto y Ghenadie creyó perder por unos instantes la concentración, echó un sutil vistazo al rostro de Calcabrina y se limitó a cerrar los párpados una vez más, dejándole hacer a voluntad. El roce de sus dedos se saboreó casi gentil y el gitano logró establecer la conexión aferrándose a esa ilusión; inspiró una profunda bocanada de aire y cuando los dientes se incrustaron en su carne, exhaló pacientemente. La energía clamó a su conciencia y de inmediato se encontró zambulléndose en el tejido de su voluntad. El joven ya no era presente en su cuerpo, sino que se desenvolvía a merced del destino.

En primera instancia se centró en su propia figura, estableció puntos de similitud con su cuerpo terrenal para no extraviar ningún fragmento de espíritu en la travesía. La oscuridad era contundente, pero él ya sabía que, si comenzaba a avanzar, las imágenes se manifestarían a su alrededor hasta envolverlo y convertirlo en parte omnisciente del episodio. Sin embargo, este procedimiento con el que se hallaba familiarizado era un ejercicio que resultaba para visualizar el futuro; a sabiendas de tal cuestión, se dispuso a dar el primer paso y así iniciar la revelación. La energía que le estaba siendo infundida por el espíritu y el mismo Calcabrina le inducía escalofríos, pero sin dudas aumentaba la claridad con la que las imágenes se reproducían; dispuesto a indagar en un tiempo distinto al del aún no acontecido, procuró no centrar su atención en ninguna de las apariciones, en cuyos reflejos no vislumbraba nada relevante más allá de escenarios parisenses y rostros que le eran desconocidos.
Continuó transitando el hilar del destino hasta que la incertidumbre se esfumó y solo se vio contemplando la silueta del hechicero. Aguardó inmóvil, el destino le estaba interrogando sobre sus intenciones. Hasta ese entonces se había sometido al azar de los episodios e inmiscuido en el porvenir para anunciar a sus consultores qué les deparaba el futuro; pero no era ese el objetivo esta vez, claramente cargaba con otro motivo y, dependiendo de su respuesta, supo que se le permitiría continuar o se le expulsaría de la visión. Así hablaba el tiempo, dándose a conocer sin emitir palabra alguna.

Extendió la mano hacia el reflejo de Calcabrina y, descartando todo pensamiento propio, se limitó a elaborar la siguiente pregunta: «¿de dónde viene?»
Como habiendo introducido la llave correcta en la cerradura, frente a él se arremolinaron infinidad de imágenes que mucho diferían de las que acostumbraba a visionar, aquellas siempre conservaban el rastro de la pureza, indicios de posibilidad; éstas ostentaban un inmenso parecido con los papiros, los cuadros o libros, pues en ellos se reconocía la esencia de la desesperanza, hechos incapaces de variar, aunque repletos de significado. El pasado.
De inmediato Ghenadie se encontró recorriendo las calles de París en los ojos de otra persona, por momentos era parte de su entorno y podía divisarlo desde la distancia, en otros regresaba al cuerpo del hechicero. Contempló los infinitos muros de las casonas de alta clase, admiró la suavidad de los asientos en el carruaje, botas lustradas, sortijas de oro, rostros por doquier.
Pero aquello no era suficiente, debía alcanzar el principio, el génesis mismo de aquel hombre y no perder de vista a la serpiente. Cerró los ojos y volvió a concentrarse, dejó que a través de él desfilaran los sentimientos y no pudo dejar de sorprenderse al no percibir en momento alguno el calor de la bondad. Vio transitar a su alrededor las distancias recorridas hasta París, los años acontecidos en las ciudades hasta arribar al escenario que, presintió, le concedería la información que estaba buscando.

Un pueblo, un pueblo en plena metamorfosis de ciudad, calles repletas en horario diurno, desiertas al caer el sol; ahora ocupaba un contenedor mucho más pequeño, tierno y expectante. Los acontecimientos se sucedían velozmente, pues el gitano no contaba con el tiempo de reparar en los detalles de poca importancia: barcos en el puerto, hombres originarios de tierras lejanas, conversaciones en idiomas desconocidos, juegos de niños, un ritual. Se detuvo. Calcabrina conversaba con los muertos, el destino jugaba a su antojo con la arbitrariedad de las visiones, puesto que Ghenadie aún era un novato en asuntos del pasado y poco control podía infligir a las circunstancias. Indiferentemente de las variaciones repentinas de contexto, el evidente avance y retroceso de la edad del joven, llevó al gitano a comprender que aquella era una congregación de episodios de nigromancia, un frecuente encuentro con los difuntos.
Pronto las habitaciones dejaron de cambiar aunque no había indicios de una pausa en el transcurso del tiempo, ¿le habrían encerrado? La respuesta devino sin demora, cuando la aparición esporádica de hombres y mujeres portadores de alimentos, cambios de vestimenta, libros variados y una latente incomodidad se sucedía al sonido de las llaves al ser introducidas en la ranura del picaporte.

Cuando Calcabrina salía, los escenarios ostentaban un porte festivo y los rituales estaban dotados de una sagrada solemnidad, que nadie dejaba de asistir era un conocimiento casi evidente y nuevamente Ghenadie asimiló una rutina en los hechos: prácticas cerradas, lecciones sumidas en un latente secretismo, espíritus habladores, festividades y un volver a comenzar.
Creyó que todo estaba dicho, pero aún no encontraba a la víbora de carne y por ello apeló a mayor cantidad de energía, presionó sin abuso el correr del tiempo y una visión innovadora le reveló aquello que había estado buscando. Nuevamente una celebración, el chasquido del pestillo, el recorrido de los pasillos y el exterior, pero esta vez, el joven estaba repleto de odio, colmado de convicción; la comunión precedió al desastre, una guerra se inició entre fraternos y el protagonista de la memoria empleó las más crueles torturas contra sus agresores. Ghenadie ignoró sus propios sentimientos, dispuesto a continuar hasta el final, contempló los cadáveres con la frialdad del brujo y disfrutó con él la tortura de su progenitor, las febriles ilusiones, los gritos de agonía y, finalmente, el último gemido en escapar de su garganta. Allí fue que la vio, la serpiente arder en la piel del chico, desde la cola hasta la cabeza, grabarse en su carne. Creyó que él mismo ardía, que el fuego le consumía el cuerpo y, entonces, las imágenes se arremolinaron nuevamente frente a él, le desconcertaron y privaron del sentido hasta que la visión más nítida que hubiera contemplado hasta ese instante se manifestó en su presencia. Era el símbolo, la víbora mordiéndose la cola y de ella emanaban infinidad de hilillos de energía, bifurcándose hacia lo incierto en opuestas direcciones, cada uno un portador de tiempo, una vida diferente.

Abrió los ojos de improviso, topándose con la profundidad enigmática de los ajenos. Soltó las manos de Calcabrina y las entrelazó contra su pecho; su propio espíritu en un acto de autodefensa expulsó al espectro que le brindaba apoyo. Le era dificultoso respirar, su cuerpo no se encontraba en óptimas condiciones como para soportar un viaje astral más profundo que el reciente. Al menos ya había recorrido los parajes de la memoria y estaba seguro de que pronto dominaría la práctica.
Estaba temblando, pero no era a causa del miedo ni tampoco del frío, posiblemente una consecuencia secundaria del empleo de energía.
¿Qué…? –debió aclararse la garganta para continuar–, ¿qué sentí? Pues… odio, ira, gozo, deseos de destrucción. ¡Ah! Yo no, es decir, tú. –Guardó silencio, debía aclarar su mente para poder expresarse con fluidez–, cuando hurgué en tus recuerdos, me abstuve de dar lugar a mis propias emociones, era la primera vez que indagaba en el pasado, no podía dejar que algo interfiriera y fallara la conexión.
»He visto… muchas cosas, pero decidí que sería mejor no detenerme en los detalles. Había muchos rostros, espíritus, presidí rituales, bueno, tú en realidad. Estabas
–hizo otra breve pausa para recuperar el aliento–, encerrado, te temían. Luego ocurrió una masacre. La iniciaste. Tu padre…
»Entonces vi la serpiente, la marca, cómo apareció y todo se desvaneció.
–Aguardó un momento, parecía un niño relatándole su juego a una madre, estaba ciertamente desconcertado, era la primera vez que se topaba con alguien (o algo) como Calcabrina–. No eres humano, ¿verdad? Es decir, lo es este cuerpo, pero tu esencia no tiene origen en él. Ha atravesado otras vidas distintas de esta, ¿no es así? Aunque todas confluían en un mismo punto, supongo. No sé comprender indicios en el pasado aún, lo siento.
Exhaló un prolongado suspiro y recargó la cabeza sobre sus brazos en la mesilla. Un punzante dolor le abordó las sienes y aún no lograba controlar su respiración.
Estaría agradecido si me enseñaras a prepararla –se sinceró.


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Mensaje por Calcabrina Sáb Ene 07, 2017 7:54 am

¿Me entretenía? ¿Lo estaba disfrutando? Sí, podía decirse que algo así estaba ocurriendo en mi cabeza o más bien en las palpitaciones que daba la sangre al circular por mi cuerpo, claro que no lo habría entendido realmente hasta mucho tiempo después. Por mientras simplemente observaba minuciosamente, saboreando por un momento la textura de su piel y preguntándome como sería el sabor de su sangre. ¿Qué tan poderosa podría ser en un encantamiento efectivo? Estaba hipnotizado por la asquerosa pureza y la obvia personalidad resaltante que llevaba el muchacho. No obstante no tardé mucho tiempo en disponer mi alma a concentrarse, dejando que invocara cada uno de mis pasados, por supuesto que se lo dejaba suficientemente difícil, si no lo hacía no podría probarlo, pues bien sabía que si era mi intención podría abrirme a que cualquiera mirara dentro. Así que sujeté la posesión de mis recuerdos y las incauté como si fuese realmente un simple humano, ajustando “la piel” hasta que esta revolvió mi estómago. Antes no me había percatado de la razón por la que había buscado a alguien así: Puro y sencillo. Ahora lo notaba, el tiempo y la razón me lo estaba explicando con lujo de detalles. Cuando yo mismo iba hacia el pasado o el presente lo hacía por medio de lo espíritus, los obligaba a ellos a viajar y la información llegaba en forma de imágenes. Por el contrario, Ghenaide se estaba metiendo él mismo, algo que aparentemente solo un gitano podía ser capaz de hacer. Estaba viendo con mis ojos y sintiendo con mi cuerpo, con el de humano que cargaba esa vez. Y obviamente buscaba por él mismo cruzando por todos los rincones. No podía verlo, pero lo sentía como si supiera sus pasos a través de mi cerebro. Eran huellas que no se me irían de los pensamientos. Grují como un maldito lobo hambriento, sentía exactamente que me estaban prendiendo fuego. Eso era, la razón por la que yo no podía llegar a los mismos lugares era por eso: Dolía como el maldito infierno.

Llegó un momento en el que quise supone que acababa de encontrar algo importante. Era eso o el maldito platinado estaba maldiciéndome por dentro porque abrí mis ojos y los sentí hirviendo. El alma que estaba detrás de él, por el contrario, se comenzaba a liberar de mis ataduras y antes de que lo lograra la resquebrajé para que se metiera nuevamente en su frasco. Le había quitado una fuerza, sabía que eso tendría repercusiones, pero podía saberlo ahora: No solo él, yo también tendría que prepararme mejor para eso. La furia, como un velo que era destapado se incendió y cuando el muchacho con sus perdidos ojos claros me vió me abalancé a su cuello. En un segundo me vi arriba del quebradizo humano y le palpé la unión de su cabeza con su cuerpo. Se había aislado él mismo, parecía en un trance algo excepcional y le miré perplejo, antes de romperlo en mil pedazos me decidí a soltarlo. Y le observé temblar de la misma manera que lo hace un científico con su experimento. Segundos después volví a la normalidad y me decidí a darle la paga que antes le había ofrecido. Sí, era el indicado, incluso si no había llegado hasta donde deseaba su solo temblar me decía que había exprimido hasta la última gota de energía para intentarlo. Era suficiente, no podía pretender encontrar todo de una sola vez, ¿no es así? Intenté concentrarme en otra cosa, las palpitaciones de mi cuerpo comenzaban a parar. Aunque lo estaba tratando de evitar los músculos de mis brazos temblaban, como si los hubiesen querido arrancar. — Mira como tiemblas, eso es porque no tienes fuerzas, tu cuerpo rechaza el alma. — Aseguré de una vez y escuché cada historia, el recuerdo solo me daba un sabor dulce en los labios. Sí, los había matado porque se lo merecían, porque no servían para absolutamente nada. Se llegó a ver un atisbo de sonrisa en mi rostro. Se trataba de una memoria dulce, el único momento en el que había actuado sin pensar en nada.

Enseguida le miré mientras aplastaba una raíz de mandrágora, su forma humanoide la hacía maldita según leyendas pero eso era una mentira. El aceite salió y cuando lo aplasté con la ruda, cilantro y flores rojas decidí que podía contarle algunas cosas. De todas maneras ya había establecido que sería él y cuando lo hacía no había nada que pudiera modificarlo. — Al principio de todo no existía el infierno, los insectos y animales solo morían y quedaban sus almas en la tierra, luego empezó Dios con sus ángeles. Y como contraparte fueron creándose diferentes pecados a raíz de los humanos, a los más inocentes se los separa de los demás con las murallas del dite y los peores están luego del rio flegetonte. Los herejes, que no están en ningún lado quedan en el medio, atrapados entre esos extremos. En cada gran círculo existe un gran pecado que custodia. — Comentaba sereno, sin mostrar ninguna expresión, solo concentración hacia el aplastamiento que en poco tiempo empezó a tener una contextura menos sólida y vertiéndole agua tomó un color lechoso. Chasqueé los dientes y apoyé entonces el mortero de manera que pudiera verlo, era un utensilio para moler de mármol, bastante pesado. Apunté los ingredientes, no alcanzaban para más de dos pociones más. — Te los puedes llevar, tengo más. Una sola raíz, primero la aplastas sola hasta que salga el aceite, le quitas los restos. Semillas, un puñado, dos pétalos. Mueles hasta que quede una pasta y luego agua, tiene que quedar blanco. Tengo que hechizarte los ingredientes. — Enseguida terminé y volqué en una botella un líquido que simulaba a la leche aunque más rosado, se lo entregué. Seguía rondando en mi cabeza el hecho de que había efectivamente atravesado otras vidas, él lo podía notar con mi símbolo. ¿Por qué no podía llegar a ellas entonces? Tenía que preguntar más, antes de dejarlo ir con algún dinero. — Los pecados fueron maldecidos para renacer en la tierra en forma de humanos y contagiar a los demás, plagándolos de ideas y discursos erróneos. El de arriba lo vio y mandó a los propios. Pero eso no tiene tanto que ver conmigo. En todo éste tiempo, nunca sobreviví, nunca supe por qué. Hay otros como yo, que saben, que entienden todo a su alrededor. Tú descubrirás la razón por la que yo no puedo. — En ese instante dejé los francos, no eran tantos, quizá le servirían para comer esa noche y al día siguiente. Necesitaba acorralarlo y que no tuviese posibilidad de escaparse.


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Mensaje por Ghenadie Monette Mar Ene 10, 2017 9:26 pm



Lumière dure
aliados en el infierno que escogimos como hogar
Mantener los ojos cerrados resultaba igual de abrumador que introducir el rostro dentro de un candente bracero. Su conciencia viajaba y regresaba a voluntad en un virgen lago de emociones reprimidas; el vértigo de encontrarse encerrado, el remordimiento de no haber actuado a tiempo, la desilusión por haber perseguido un impulso atroz de génesis personal. Ninguna de aquellas emociones le pertenecía, pues, si bien estaban gestadas en su conciencia, eran un mero residuo de lo experimentado en los recuerdos del hechicero, una amalgama de necesidades que había optado por reprimir en el momento de indagar su pasado.
Debió haber permanecido una considerable cantidad de minutos inmóvil, recargándose en el cajón; creyó oportuno el entregarse al letargo cuando las palabras de Calcabrina le devolvieron la lucidez, tenía que regresar a casa, preparar la cena y procurar que su madre tomara la medicina; había demostrado estar dispuesto a cualquier cosa con tal de permitirle una noche plácida desprovista de atroces pesadillas.

Ghenadie se incorporó y apoyó el mentón sobre la superficie de la mesilla mientras prestaba atención al discurso y los preparativos de su acompañante. Se llevó disimuladamente la mano hasta el cuello, sentía comezón en la región, como si alguien le hubiese echado una infantil maldición a la que él decidió restar importancia.
Estaba seguro de haber leído sobre el orden del mundo en algún lado con anterioridad, pero en vistas de que no lo recordaría de inmediato por mucho que se esforzara, dejó que el brujo le instruyera. El gitano era completamente ajeno a todo cuanto envolviera la supremacía de otras razas, había nacido en un mundo de mortales, habitado por unos longevos y otros más propensos a perecer, todos y cada uno de ellos sujetos al correr de una historia que les excedía y a la vez les requería; el tiempo es el destino y nadie está privado de sus consecuencias desde el primer momento y hasta el último. Si Dios era el creador de este curso de posibilidades o si, por el contrario, estaba tan sometido a él como cualquiera de sus hijos era algo que Ghenadie ignoraba en plenitud.

Calcabrina se detuvo de improvisto y el albino alzó la cabeza para obtener una visión más propicia de la mezcla en el mortero. Repitió un par de veces las indicaciones para sí mismo con objeto de retenerlas con precisión, pues, aunque ostentaba disponer de una muy buena memoria, el cauce de pensamientos que desfilaba dentro de su mente aún no acababa de amansarse.
Te lo agradezco –se atrevió a decir, sentándose correctamente para poder sostener el recipiente. No pudo evitar el que se le escapara una sutil sonrisa, deseaba apresurarse para comprobar con sus propios ojos el efecto que la medicina produciría en su madre.

Su mirada, agotada, se posó en el rostro del hombre; ya no le temblaba el cuerpo, pero necesitaba una prolongada y grata jornada de descanso. Por muy exhausto que se encontrara, consideraba una falta abismal de consideración el no prestar atención al discurso de su interlocutor, fue por ello que le escuchó hasta el final, compenetrándose en el relato hasta lograr sacar sus propias conclusiones.
Entonces tú eres uno de ellos –comentó con indecisión. A continuación frunció los labios, inmerso en sus pensamientos, aunque dispuesto a comprender el meollo de la situación–. Un pecado, condenado a reencarnar entre los hombres para conducirlos hacia… ¿el mal? –Hizo otra pausa, le resultaba curioso y hasta intrigante que todo aquello estuviese sucediendo a su alrededor sin su conocimiento–. Debe ser duro, ¿no?
Contempló los francos sobre la mesa, no era mucha cantidad de dinero, pero hacía tanto que no vislumbraba tantas monedas juntas y en tan maravilloso estado que sintió su alma conmoverse. Las reunió con su palma y las empujó hasta el borde de la caja, dejando que cayeran dentro de su morral; si bien se sentía apenado por recibir una retribución a tan inútil desempeño, creyó que no aceptar sería una falta de respeto, sumado al hecho de que deseaba poder ser de mayor ayuda para el hechicero en un futuro, mostrar interés en la causa era de suma importancia.
No puedes recordar lo que sucedió en tus pasados y por eso requieres de mi participación –acotó con sincera modestia–. Creo habértelo dicho antes, pero lo repetiré por si acaso: estoy dispuesto a hacerlo. No dejaré a medias algo que he empezado y aunque poco sé del mundo en el que te hallas inmerso, procuraré serte de utilidad.

La temperatura había comenzado a descender en el exterior y, aunque la pequeña lámpara irradiara buena cantidad de calor, poco podía hacer la estructura de la tienda por retenerlo. Ghenadie se dispuso a ponerse de pie, pero en cuanto apoyó los pies sobre el suelo, un intenso mareo le sobrevino, llevándole a perder el equilibrio. Su acto reflejo más espontáneo fue el de dejar la medicina sobre la mesilla, de modo en que no se perdiera el líquido en lo  que él recuperaba la estabilidad. Demorarse mucho más en llegar a su hogar traería consecuencias nefastas, pues su madre, presa de sus delirios, seguro saldría en su búsqueda, perdiéndose en el laberinto de calles que oscilaba por la ciudad. Peor aún, la noche se jactaba de una inmensa Luna llena, tan hermosa y radiante como peligrosa y seductora a ojos de los sobrenaturales.
El joven gitano exhaló un prolongado suspiro y esbozó una sonrisa que dedicó brujo, con intención de hacerle saber que se encontraba bien.
No te preocupes por mí –comentó, en respuesta a una muda pregunta que, seguramente, Calcabrina no se estuviera haciendo–. ¿Cómo se supone que nos encontremos en una próxima ocasión?


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