Engranajes ancestrales ~#Privado

por **Alondra de Castilla** Lun Sep 19, 2016 4:05 am

Nerviosismo era lo que me invadía a cada minuto que pasaba, dentro del carruaje, mientras éste se dirigía sin pausa alguna hacia el castillo del rey. En mi falda, dos cartas selladas, una con el sello familiar y otra con un sello que no era capaz de reconocer junto a la confirmación de una audiencia con su majestad. Realmente, no sabía a ciencia cierta el motivo por el que se celebraba dicha audiencia, ni tampoco comprendía el motivo por el que, mis padres, habían insistido en que fuera yo la que hiciera el viaje y llevara sendas cartas al rey. ¿Cuál era el contenido de éstas para que fuera tan importante cómo para tener que llevarlas personalmente en vez de enviarlas a través de un mensajero? No lo sabía y no sabía si quería saberlo, puesto que una parte de mi me advertía que el contenido de las mismas tenía el poder de cambiar muchas cosas. Un ligero suspiro se escapó de entre mis labios en el momento en que, finalmente, a lo lejos, se empezó a vislumbrar el castillo, indicando que ya me encontraba cerca de mi destino. Mi mirada, por un momento se posó en las cartas y mis dedos se aferraron a la cubierta del libro que había intentado leer durante el viaje y en el cual no había sido capaz de concentrarme en ningún momento a pesar de los varios intentos realizados.

Largas y pesadas horas después, cuando la velocidad del carruaje empezaba a decrecer cuando, a través de las ventanillas, se veía de cerca la verdadera magnificencia del castillo real. Un largo suspiro escapó de mis labios en el momento en que, finalmente, el carruaje pasó y la portezuela del carruaje fue abierta para dejarme salir a un exterior que no se asemejaba en casi nada a tal y cómo lo había imaginado desde lejos. Intentando apartar de mi mente la sensación de que algo estaba a punto de suceder, alisé cuidadosamente la falda de mi vestido, intentando hacer que cualquier arruga que se hubiera podido formar durante el largo viaje no fuera visible y, una vez terminado, recogí de nuevo los sobres, intentando deshacerme de la sensación que me invadía y que me llenaba de inquietud. Un suspiro, quedo, se escapó de entre mis labios, mientras el mayordomo me dirigía, con un casi sepulcral silencio, hacia el lugar en dónde se suponía que se debía celebrar la reunión, una reunión cuyo contenido se escapaba de mi conocimiento.

Mi mirada vagó, en silencio, por la amplia sala en dónde me habían dejado, en los acolchados y amplios sillones y sofás que se encontraban repartidos por la estancia, las luces repartidas por la misma y los colores poco alegres que predominaban en la misma y el piano situado a un lado de la misma. Quizás me equivocase, pero la sensación de que, esta sala no se había usado en mucho tiempo, me invadió juntamente con la extraña certeza de que así era. En silencio, y por instinto, mis pasos me llevaron cerca del piano y mi mano se alargó para acariciar lentamente la pulida madera de éste; apenas recordaba la última vez que me había sentado delante de un piano, puesto que, aproximadamente, unos diez años habían pasado de ése momento, tiempo suficiente cómo para que, aquello que me había hecho dejar de tocar el piano, solo fuera un pequeño eco, un pequeño escozor que tras unas horas se desvanecía, dejando que pudiera seguir adelante. Sin saber exactamente el tiempo que iba a permanecer ahí, a la espera del monarca, mis pasos me condujeron hacia un pequeño sillón, situado en un rincón de la sala, desde dónde pudiera estar atenta de la puerta y, de esa manera, poder ponerme de nuevo de pie ante el menor indicio de que ésta fuera a abrirse de nuevo dándole paso al rey.

por **José Alfonso De Castilla** Vie Oct 21, 2016 8:00 pm

España

Castillo de José Alfonso de Castilla

El velo de la noche que cubre por completo aquel castillo que durante el día muestra toda la vida en su esplendor, pero cuando el sol se oculta en el horizonte aquellos felices sirvientes caen en el temor de su amo y señor que cuando aparece el apetito con el que despierta es tan voraz que es mejor guardar silencio por el bien de las almas católicas.

El viejo reloj anuncia la hora anuncia del despertar del dueño de aquel castillo, las iluminación que precede se vuelve tenue así como el ruido del exterior de aquel lugar van mermando hasta que los ojos de su propietario quedan expuestos a la oscuridad. Ojos rojos y fríos que avanzan en silencio de aquella habitación, el León de España por fin ha regresado y su sonrisa es muestra de ello. Sus aposentos son dejados atrás con el sonar de aquellas botas contra la roja alfombra, la luz a penas y se infiltra por los enormes ventanales; un perfume le llega, uno que obliga a José Alfonso a deleitarse con el apetito de una cena ligera

—Al parecer la cena llego por sus propios pies, ¿de quién se trata?— la ira irreversible aumente cuando en cuestión de segundos como el viento de un huracán ingresa a aquel salón abriendo las puertas de par en par viendo a la figura femenina frente a él —¿Otra más? Cuantas putas de la corona y nobles debo recibir para que estén satisfechos y sepan que NO, no tomaré a ninguna de sus hijas como consorte, estoy harto de esto— en sus ojos la furia es notoria con el cambio de color al rojo sangre —SACADLA, y llevadla al calabozo, estoy harto de estas visitas inesperadas para con su majestad el Rey, llévenla y denle veinte azotes para que sus padres estén feliz de tener a una hija marcada por su Rey, así dejarán de enviar a estas insulsas, ni siquiera para comida sirve— agita la mano cuando el sirviente, mayordomo se acerca a la mujer.

Los guardias de la corona esperan fuera de la puerta y su majestad José Alfonso de Castilla camina pasando junto a la joven que ni siquiera mira, porque sabe que si la observa terminará por matarla en aquel salón y por el momento, no tiene deseos de ensuciarse las manos en casa.

Esa furia había cambiado su estado de ánimo y ahora quería matar, matar como nunca antes.

por **Alondra de Castilla** Sáb Oct 29, 2016 9:35 pm

Sorpresa. Sorpresa y una estupefacción creciente me llenó en los momentos consiguientes a que las puertas de la sala en la que, sumida en mis propios pensamientos, me encontraba en silencio. A pesar de ello, ninguna de ambas, se vio reflejada ni en mi mirada ni en mi expresión, la cual permaneció serena, completamente tranquila. Tal vez el pulso de la sangre en mis venas se hubiera acelerado, quizás me sentía confusa y en una situación extraña y a la vez complicada. Sabía bien que tenía que reaccionar, y tenía que hacerlo rápido, sin permitir que las cosas pudieran salirse aún mas de control. Sentía que debía ser cauta, cuidadosa con cada una de las palabras que pudiera pronunciar a continuación, que debía elegirlas con precaución puesto que, el menor error, podría empeorarlo todo. Un leve suspiro escapó de mis labios antes de que dispusiera a decir algo, antes de que mi mirada se centrara en aquel que había entrado en la sala como una exaltación furiosa. —Me temo, majestad, que ha habido un... pequeño... mal entendido —musité, en un tono tan tranquilo y pacífico cómo era capaz debido a la delicada situación en la que me encontraba.

—No tengo ni la mas mínima idea de para qué le visitan otras personas pero no creo que tenga nada que ver con aquello que me trajo aquí —mi voz era pacífica y en ella se reflejaba la sinceridad con la que eran dichas—. Mi cometido aquí es tan solo el de entregarle un par de cartas que fueron escritas para usted —sin decir nada por un momento, dejé aquello que sostenía en una de mis manos sobre la mesita antes de que, por instinto, mi otra mano se dirigiera y posara, por un momento, encima del colgante que siempre había colgado de mi cuello y siempre había estado conmigo—. Una de ellas, fue escrita por lady Tamina hace años, quién dispuso de que fuera yo quien se la entregara llegado el momento —por un momento, mis dedos se aferraron al colgante, de forma inconsciente, cómo por instinto, un instinto que me decía que me encontraba pisando un terreno delicado, algo que no tenía nada que ver con el hecho de encontrarme rodeada ni con la amenaza de unos inmerecidos azotes.

Por un momento, la sensación de que, mi colgante, desprendía una calidez que nunca antes había notado, cómo si dicha calidez intentara subir mis ánimos e intentara alentarme sobre que me encontraba en el “camino” correcto. El silencio, denso y pesado, se encontraba llenando la sala, haciendo que, incluso, el paso de los segundos fuera eterno, el ambiente prácticamente irrespirable, mientras todas las preguntas que tenía sin respuesta sobre las cartas que debía entregar volvían a mi mente, girando en un remolino incansable que tan solo me hacía ser consciente de los latidos de mi corazón y de mis dedos envueltos con firmeza alrededor de mi colgante. Al darme cuenta de eso, mis dedos soltaron el colgante, mi brazo cayendo inerte a uno de mis lados mientras, una parte de mi quería romper el silencio, dejar salir todas y cada una de aquellas preguntas que quemaban en mi curiosidad, la parte mas sensata de mi no hacía mas que decirme que lo mejor era permanecer callada y en silencio, sin decir nada aunque cada segundo en silencio que pasaba se hacía mas y mas pesado, mas insoportable que el anterior.

por **José Alfonso De Castilla** Mar Feb 21, 2017 9:38 pm

España

Castillo de José Alfonso de Castilla

El andar de su majestad se detuvo en unos segundos dejando que la mirada se clavara sobre los ojos de la muchacha que había escogido un mal día para presentarse. El mirar por encima de su hombro se había vuelto una costumbre en él, que estuvo a punto de regresar solo para plantarle la mano a la joven y mandarla a l pudrirse en la mazmorra más fría y húmeda de todo el castillo por su insolencia. La ira que fluye es más que notoria

En un rápido movimiento se acerca a donde ha dejado la nota que arruga entre sus manos, sus ojos muestran toda esa tormenta que esta por estallar en frente de la humana y antes de decir algo solo grita un nombre —TAMZIN— el estruendo que evoca por tal grito es tal que a todos los empleados del palacio agitó buscando a la mencionada mujer. Mientras tanto, en aquella habitación su majestad se acercó a al muchacha impertinente a la que tomó de las mejillas apretándolas con fuerza —¿Cómo te atreves? ¿Quién eres tú para hablar de ese nombre? ¿Qué es lo que sabes? Y más te vale no mentir a tu rey o te cortaré la lengua de un tirón y luego serán tus ojos maldita arpía infeliz— empuja a la muchacha lejos de él, ella ha logrado que José Alfonso de Castilla el León de España pierda la cabeza más de lo que ya la tenía, con solo una palabra, un nombre.

Aunque trató de evitarla, no pudo, más ganó el resentimiento —Es mejor que te largues de aquí, no quiero verte, si te vuelvo a ver en mi castillo o cerca de mi te enviaré a encerrar, pero antes, deja tu colgante aquí, alguien lo tomará junto con la carta y de ahí lárgate. Haz indispuesto a su majestad y solo la sangre lo puede calmar, a menos que ofrezcas la tuya como un sacrificio humano algo que antiguamente hacían en otros lugares ¿te ofreces?— la sonrisa con aquellos afilados colmillos se muestra a la espera que llegara su consejera.

Si la bruja demoraba más podría ser un detonante para aumentar la enervancia del Rey de España. Ahora era el tiempo crucial.

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