AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un niño... diferente (The Phantom)
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Un niño... diferente (The Phantom)
Alguien le había dicho al pequeño Edmond que su padre, —si es que así podría llegar a llamarle algún día— trabajaba en el teatro de manera permanente, no sabía ni tenía la más remota idea de a lo que podría dedicarse, sabía que el Gran Ángel de la música pasaba muchas noches allí, pero aquel pequeño se preguntaba ¿Que podría hacer si el teatro cerraba sus puertas antes de la última función? Aquella donde las manecillas del reloj estaban colocadas en el número doce del reloj antiguo que colgaba de una tienda cercana al teatro.
Él estaba escondido allí, justo atrás de un muro donde pasaba como siempre, completamente desapercibido por los demás. Se había escapado de su casa de mami Selena, él rogaba por que ella siguiera durmiendo en un profundo sueño del que la dejo no hacía mucho, esperaba con ansias que así sucediese o de lo contrario estaría metido en un grave problema, quizás no lo regañaría pero al menos la haría llorar ante la preocupación y a él no le gustaba verla triste por su culpa.
Sus ojos traviesos vieron el va y ven de los carruajes, muchos se marchaban llevando con ellos a personas muy ricas, como Edmond los describía, sus trajes eran de un lujo con el que solo podía soñar, no es que su padre no le diera todo, pero con él era renuente, después del encuentro que había tenido con él en la pequeña casa de mamá Selena, el angelito se había asustado al parecer y jamás había vuelto a verle de la misma forma o dirigirle una sola palabra, para Edmond resultaba algo bastante duro, él solo quería entender que había hecho mal aquella noche en que le mostró su mundo y su obra de arte, de hecho, en su pequeño morralito llevaba unas cuantas cosas, algo menos elaborado, pero que le dejará ver que Edmond lo quería y que no era un monstruo, solo un niño… diferente.
Espero pacientemente, esa era una de sus virtudes más notables y después de la última mujer regordeta quien se pavoneaba ante unos cuantos presumiendo de que su voz fue demasiado potente para impresionar al ángel logro entrar por un pequeño agujero que aún había en la puerta entrecerrada que al final y justo detrás se cerraron bruscamente gracias al viento que emanó de forma inexplicable por uno de los pasillos. Para la pequeña estatura de Edmond aquel lugar resultaba gigantesco, parecía construido para alberga a una comunidad de hombres enormes, le costaba creer que ese era el hogar de su padre. Lo que más le impresionaba era el arte y el color dorado que relucía por lo ancho y alto del lugar, cada figura le hacia honor a lo que el interpretaba como música y baile.
Sonrió hasta que las luces se empezaron a apagar sin que nadie estuviera por allí —¿Angelito?- llamó en un débil susurro pero nadie contestó, sintió pánico y comenzó a caminar sin saber a bien hacia donde dirigirse. El viento se intensificaba cada vez que daba un paso -¿Angelito?- llamó un par de veces más pero nadie acudió a su llamado, presa del pánico Edmond comenzó a correr mucho más rápido hasta toparse con una escalera arrinconada y casi empolvada pero de la cual ni siquiera se detuvo a pensar que tan peligrosa era, comenzando a subir escalón por escalón hasta que en el penúltimo un paso en falso hizo que una puerta falsa se abriera, arrojándolo al vacío donde solo su caída se amortiguo por el agua helada que iba de un lado a otro como en una especie de cubo.
Edmond desesperado comenzó con sus pequeñas manitas a golpear la pared, obligo a sus piernitas a impulsarlo para nadar en círculos sin ningún éxito pues de pronto una reja, descendido para encerrarle —¡Angelito! ¡Angelito!- exclamó —¡Papá!- logro pronunciar antes de quedar cubierto por agua. No había forma de respirar y poco a poco los párpados los sintió pesados y el agua dentro de su nariz, de su garganta, poco a poco perdió el conocimiento, dejo de luchar, de llamar debajo del agua, dejo de sentir.
P.D DEL USER: GRACIAS POR VOLVER CON NOSOTROS Y TRAER A THE PHANTOM CONTIGO.
Él estaba escondido allí, justo atrás de un muro donde pasaba como siempre, completamente desapercibido por los demás. Se había escapado de su casa de mami Selena, él rogaba por que ella siguiera durmiendo en un profundo sueño del que la dejo no hacía mucho, esperaba con ansias que así sucediese o de lo contrario estaría metido en un grave problema, quizás no lo regañaría pero al menos la haría llorar ante la preocupación y a él no le gustaba verla triste por su culpa.
Sus ojos traviesos vieron el va y ven de los carruajes, muchos se marchaban llevando con ellos a personas muy ricas, como Edmond los describía, sus trajes eran de un lujo con el que solo podía soñar, no es que su padre no le diera todo, pero con él era renuente, después del encuentro que había tenido con él en la pequeña casa de mamá Selena, el angelito se había asustado al parecer y jamás había vuelto a verle de la misma forma o dirigirle una sola palabra, para Edmond resultaba algo bastante duro, él solo quería entender que había hecho mal aquella noche en que le mostró su mundo y su obra de arte, de hecho, en su pequeño morralito llevaba unas cuantas cosas, algo menos elaborado, pero que le dejará ver que Edmond lo quería y que no era un monstruo, solo un niño… diferente.
Espero pacientemente, esa era una de sus virtudes más notables y después de la última mujer regordeta quien se pavoneaba ante unos cuantos presumiendo de que su voz fue demasiado potente para impresionar al ángel logro entrar por un pequeño agujero que aún había en la puerta entrecerrada que al final y justo detrás se cerraron bruscamente gracias al viento que emanó de forma inexplicable por uno de los pasillos. Para la pequeña estatura de Edmond aquel lugar resultaba gigantesco, parecía construido para alberga a una comunidad de hombres enormes, le costaba creer que ese era el hogar de su padre. Lo que más le impresionaba era el arte y el color dorado que relucía por lo ancho y alto del lugar, cada figura le hacia honor a lo que el interpretaba como música y baile.
Sonrió hasta que las luces se empezaron a apagar sin que nadie estuviera por allí —¿Angelito?- llamó en un débil susurro pero nadie contestó, sintió pánico y comenzó a caminar sin saber a bien hacia donde dirigirse. El viento se intensificaba cada vez que daba un paso -¿Angelito?- llamó un par de veces más pero nadie acudió a su llamado, presa del pánico Edmond comenzó a correr mucho más rápido hasta toparse con una escalera arrinconada y casi empolvada pero de la cual ni siquiera se detuvo a pensar que tan peligrosa era, comenzando a subir escalón por escalón hasta que en el penúltimo un paso en falso hizo que una puerta falsa se abriera, arrojándolo al vacío donde solo su caída se amortiguo por el agua helada que iba de un lado a otro como en una especie de cubo.
Edmond desesperado comenzó con sus pequeñas manitas a golpear la pared, obligo a sus piernitas a impulsarlo para nadar en círculos sin ningún éxito pues de pronto una reja, descendido para encerrarle —¡Angelito! ¡Angelito!- exclamó —¡Papá!- logro pronunciar antes de quedar cubierto por agua. No había forma de respirar y poco a poco los párpados los sintió pesados y el agua dentro de su nariz, de su garganta, poco a poco perdió el conocimiento, dejo de luchar, de llamar debajo del agua, dejo de sentir.
P.D DEL USER: GRACIAS POR VOLVER CON NOSOTROS Y TRAER A THE PHANTOM CONTIGO.
Edmond Antoine- Humano Clase Baja
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 24/03/2015
Re: Un niño... diferente (The Phantom)
Llevaba más de quince días sumergido en mi lugar, en mi santuario dedicado enteramente a la música tratando de componer algo nuevo, algo que marcase mi regreso, debía ser algo majestuoso pues la muerte personificada en un demonio debía volver a infringir duros tormentos entre los mortales. Aceptar la sangre de Selena sació por breves instantes al monstruo detrás de la máscara, luego simplemente algo en mi interior revivió el deseo de terror y carmesí a niveles casi insoportables, por lo que debía alejarme si quería evitar una tragedia de la que el hombre que amaba a la pequeña rosa no se pudiese reponer. Por supuesto que también estaba es tonto niño que me seguía a donde quiera que fuese en la casa de mi bella flor, se había convertido casi en mi sombra y hablaba tanto que podía llegar a aturdirme ¡Cuando solo quiero inspiración y silencio!.
Era difícil contenerme con ese mocoso y estaba consciente que con él las cosas podían ir más lejos, día llegar por mínimo a lastimarlo, como aquella vez en que intentó mostrarme su mundo color de rosa en su habitación, envolverme bajo la idea de que era un interesado por las artes y patrañas que eran propias de un miserable mortal enseñándose a mentir para ganar un lugar que era claro no tenía en mi existencia, le empuje tan fuerte que sin quererlo se lastimó su brazo izquierdo pasando varias semanas sin hacer nada más que lamentarse y meterse en las sábanas de mi Selena, buscando el “cobijo de mami”.
Después de aquel día no volví a parecerme en la vida de ninguno de los dos y no tenía pensado hacerlo en algún tiempo más, por lo que me dedicaba a la composición de mi opus triunfal, sentado frente al órgano que tenía a un costado de una guarida que no era el mismo sótano de siempre. En aquel sitio solo se escuchaba el agua correr por debajo de los cimientos, el soplido del viento helado entre los huecos de las piedras que insistía en dejarme en completa oscuridad sin éxito todavía, más el roce caprichoso y rápido de la punta de mi pluma sobre la partitura escrita en tinta roja, la idea estaba ahí y por si sola se estaba escribiendo, era como si alguien más dentro de mi cabeza me dictara los sonidos y el ensamble para armar la sinfonía macabra.
Todo marchaba excelente, a la perfección tal cual es mi modo de manejar cualquier cosa respecto al arte, hasta que las cadenas de metal que sostenían una jaula —a modo de trampa para quien quisiese entrar— cayeron dejando sus ecos nítidos en mi lugar que un mortal había sido presa. Ignoré los gritos de auxilio las primeras veces, aquello era música para mis odios y una fuente de inspiración más para las notas agudas que se desprendían de los violines en mi mente, con aquel tormento se desataba una cadena de notas altas y bajas, un vertiginoso camino musical que quien no tenga la facultad para tocar en medio del acto estaba condenado a muerte.
Mi inspiración y mi torrente de notas se detuvieron de golpe, el último grito fue claro y de una voz chillona e infantil bastante familiar, por lo que a regañadientes me levante del asiento frente al órgano, dirigiéndome a la palanca que tenía el poder de abrir todas las rejas y dejar pasar el cúmulo de agua, al camino donde yo deseara. El agua contenida se dejo venir por el pequeño canal que había hecho hace siglos, trayendo a demás de desperdicios, el cuerpo de un diminuto humano. Contemplé el bulto flotando por un instante, parecía estaba muerto y eso era un verdadero deleite hasta que vi el odioso morral, lo reconocía hasta en mis sueños más profundos, el odioso y pequeño mortal, era la víctima.
Un instinto me decía que para acabar con mis problemas de una buena vez debía dejarlo ahí, sin embargo la maldita consciencia, presa del amor que profesa hacia Selena, me dejo la imagen de mi pequeña rota y llorando hasta el cansancio, me vi perdiéndola y eso, muy pesar, era mi mayor debilidad.
—Niño tonto- solté en un suspiro mientras le jalaba por el chaleco viejo, sucio y mojado, lo lleve a la tierra a rastras, pero él seguía inerte —¡Maldita sea!- el chico no respiraba y mis oídos no alcanzaban a percibir algún latido proveniente de su pecho —¡Vamos estúpido niño, con un demonio respira!- espere a que hubiese una respuesta pero nada ocurrió —¡Despierta, maldita sea!- junte mis manos enfundada en guantes negros para dar fuertes golpes en su pecho —Edmond, esta no es la maldita manera en que tenía pensado que murieras, no me aleje de tu madre solo por que se me había dado el antojo, ¡Maldita sea!- pegué con fuerza una vez más y entonces el pequeño miserable comenzó a toser, abriendo los ojos lentamente, pareció verme y sonreír levemente -¿Que demonios haces aquí?- pregunté, mientras en el fondo el monstruo me reprochaba el dejarlo vivir —¡Lárgate! ¡Lárgate ahora!—.
Aquellos gritos fueron dichos al unísono entre el demonio y el hombre detrás de esta escoria de máscara, el primero molesto por no haber dejado que muriera,deleitándose con su cuerpo flotando en el agua fría, mientras que el segundo, precipitadamente, sentía golpes en su pecho, como si el corazón fuese a salirse de su lugar.
Era difícil contenerme con ese mocoso y estaba consciente que con él las cosas podían ir más lejos, día llegar por mínimo a lastimarlo, como aquella vez en que intentó mostrarme su mundo color de rosa en su habitación, envolverme bajo la idea de que era un interesado por las artes y patrañas que eran propias de un miserable mortal enseñándose a mentir para ganar un lugar que era claro no tenía en mi existencia, le empuje tan fuerte que sin quererlo se lastimó su brazo izquierdo pasando varias semanas sin hacer nada más que lamentarse y meterse en las sábanas de mi Selena, buscando el “cobijo de mami”.
Después de aquel día no volví a parecerme en la vida de ninguno de los dos y no tenía pensado hacerlo en algún tiempo más, por lo que me dedicaba a la composición de mi opus triunfal, sentado frente al órgano que tenía a un costado de una guarida que no era el mismo sótano de siempre. En aquel sitio solo se escuchaba el agua correr por debajo de los cimientos, el soplido del viento helado entre los huecos de las piedras que insistía en dejarme en completa oscuridad sin éxito todavía, más el roce caprichoso y rápido de la punta de mi pluma sobre la partitura escrita en tinta roja, la idea estaba ahí y por si sola se estaba escribiendo, era como si alguien más dentro de mi cabeza me dictara los sonidos y el ensamble para armar la sinfonía macabra.
Todo marchaba excelente, a la perfección tal cual es mi modo de manejar cualquier cosa respecto al arte, hasta que las cadenas de metal que sostenían una jaula —a modo de trampa para quien quisiese entrar— cayeron dejando sus ecos nítidos en mi lugar que un mortal había sido presa. Ignoré los gritos de auxilio las primeras veces, aquello era música para mis odios y una fuente de inspiración más para las notas agudas que se desprendían de los violines en mi mente, con aquel tormento se desataba una cadena de notas altas y bajas, un vertiginoso camino musical que quien no tenga la facultad para tocar en medio del acto estaba condenado a muerte.
Mi inspiración y mi torrente de notas se detuvieron de golpe, el último grito fue claro y de una voz chillona e infantil bastante familiar, por lo que a regañadientes me levante del asiento frente al órgano, dirigiéndome a la palanca que tenía el poder de abrir todas las rejas y dejar pasar el cúmulo de agua, al camino donde yo deseara. El agua contenida se dejo venir por el pequeño canal que había hecho hace siglos, trayendo a demás de desperdicios, el cuerpo de un diminuto humano. Contemplé el bulto flotando por un instante, parecía estaba muerto y eso era un verdadero deleite hasta que vi el odioso morral, lo reconocía hasta en mis sueños más profundos, el odioso y pequeño mortal, era la víctima.
Un instinto me decía que para acabar con mis problemas de una buena vez debía dejarlo ahí, sin embargo la maldita consciencia, presa del amor que profesa hacia Selena, me dejo la imagen de mi pequeña rota y llorando hasta el cansancio, me vi perdiéndola y eso, muy pesar, era mi mayor debilidad.
—Niño tonto- solté en un suspiro mientras le jalaba por el chaleco viejo, sucio y mojado, lo lleve a la tierra a rastras, pero él seguía inerte —¡Maldita sea!- el chico no respiraba y mis oídos no alcanzaban a percibir algún latido proveniente de su pecho —¡Vamos estúpido niño, con un demonio respira!- espere a que hubiese una respuesta pero nada ocurrió —¡Despierta, maldita sea!- junte mis manos enfundada en guantes negros para dar fuertes golpes en su pecho —Edmond, esta no es la maldita manera en que tenía pensado que murieras, no me aleje de tu madre solo por que se me había dado el antojo, ¡Maldita sea!- pegué con fuerza una vez más y entonces el pequeño miserable comenzó a toser, abriendo los ojos lentamente, pareció verme y sonreír levemente -¿Que demonios haces aquí?- pregunté, mientras en el fondo el monstruo me reprochaba el dejarlo vivir —¡Lárgate! ¡Lárgate ahora!—.
Aquellos gritos fueron dichos al unísono entre el demonio y el hombre detrás de esta escoria de máscara, el primero molesto por no haber dejado que muriera,deleitándose con su cuerpo flotando en el agua fría, mientras que el segundo, precipitadamente, sentía golpes en su pecho, como si el corazón fuese a salirse de su lugar.
Phantom Nocte- Vampiro Clase Alta
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