AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dulce sepultura frente a mis ojos en forma de mujer. (Valeria Cavey)
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Dulce sepultura frente a mis ojos en forma de mujer. (Valeria Cavey)
Recuerdo del primer mensaje :
Llevaba un par de dias en el hotel, mi llegada a Paris había sido mas productiva de lo esperado pues en esa misma noche logre hacer un prometedor hallazgo, uno que me infundía ánimos sobre la búsqueda que ahora se había tornado mas real que nunca.
Puede que mi tío me hubiera mandado a la muerte, que su ilusión por verme aparecer sobre mi escudo y no con el acabará convirtiéndose en realidad, pues frente a mis ojos, se abría ahora un mundo de posibilidades, uno donde las leyendas se mezclan con el día a día, uno donde la magia es posible y donde los inmortales caminan sobre la faz de la tierra.
¿Cuantas cosas desconocía?
Admito que la adrenalina recorría mi cuerpo, que aquella habitación se quedaba pequeña frente a mis pasos que seguros, acompañaban a mi cavilante mente en su paseo errante lleno de pensamientos sobre aquello que me llevaba a un mundo nuevo, desconocido y excitante.
Fue entonces cuando el repiqueteo de la puerta me saco de mi obnubilacion, ese que no esperaba y que sin duda me forzó de forma instintiva a tomar la daga de mi bota para con semblante serio acercarme a la puerta y abrirla vacilante.
Un hombre de mediana edad, uno que había visto en la recepción del hotel me dedico la mejor de sus sonrisas ofreciéndome una nota que había llegado ese mismo día con un cuervo.
Me la entregó sin dilación despidiéndose de mi con un ligero movimiento de cabeza que me presentaba sus mas sinceros respetos.
Cerré la puerta con el papel entre mis dedos, acariciando aquel sello rojo que tanto conocía y que cerraba así la nota de lecturas indiscretas.
El sello del Grifo, el emblema real, la carta solo podía ser de mi tío, y eso me hacia enormemente desconfiar.
La abrí con rapidez, de forma impulsiva, sajando con mis dedos la misma cera, que se alzaba contra ellos hasta que la hoja quedo abierta frente a mis ojos, permitiéndome la lectura de la misma.
Mi amado tío, preocupado por la soledad de mi estancia y mi falta de arraigo en París, me había “invitado” por no decir ordenado a acudir a la mansión de los Cavey. Según el, fieles amigos desde la infancia que me acogerían como un hijo, lo que yo era para el.
Casi me muero de la risa frente a la ironía de mi rey, mas si algo sabia, es que sus ordenes no podían ser desobedecidas o le daría motivos suficientes para condenarme por desacato y desterrarme de sus tierras o incluso algo peor.
Sin mas dilación preparé mi corto equipaje y de nuevo, deshice mis pasos hasta dar con esa mansión que frente a mis ojos se erguía elegante, sin duda digna de ese que mi rey decía ser un hombre de elevada posición.
Golpeé el metal de la aldaba, mas como esperaba pronto fui recibido por un plantel de doncellas y un mayordomo que parecían mas que dispuestos a acompañar mis pasos hasta el interior de aquella lujosa mansión en férrea comitiva.
Viniendo de mi tío, nada bueno me hacia presagiar aquella invitación ,posiblemente camuflada en segundas intenciones.
Puede que entre los muros de esta casa se encontrara la mano que decidida esperaba darme muerte en el confiado sueño sobre el mullido lecho.
Atravesando el corredor de la muerte en el que se había convertido aquella comitiva, llegué frente a unas blancas escaleras de piedra donde un hombre de porte recio me esperaba, a su lado una dama de ojos claros y cabellos dorados.
Mis ojos se fundieron raudos en tanta belleza consciente de que si alguien de esa casa podía darme segura sepultura era ella.
Llevaba un par de dias en el hotel, mi llegada a Paris había sido mas productiva de lo esperado pues en esa misma noche logre hacer un prometedor hallazgo, uno que me infundía ánimos sobre la búsqueda que ahora se había tornado mas real que nunca.
Puede que mi tío me hubiera mandado a la muerte, que su ilusión por verme aparecer sobre mi escudo y no con el acabará convirtiéndose en realidad, pues frente a mis ojos, se abría ahora un mundo de posibilidades, uno donde las leyendas se mezclan con el día a día, uno donde la magia es posible y donde los inmortales caminan sobre la faz de la tierra.
¿Cuantas cosas desconocía?
Admito que la adrenalina recorría mi cuerpo, que aquella habitación se quedaba pequeña frente a mis pasos que seguros, acompañaban a mi cavilante mente en su paseo errante lleno de pensamientos sobre aquello que me llevaba a un mundo nuevo, desconocido y excitante.
Fue entonces cuando el repiqueteo de la puerta me saco de mi obnubilacion, ese que no esperaba y que sin duda me forzó de forma instintiva a tomar la daga de mi bota para con semblante serio acercarme a la puerta y abrirla vacilante.
Un hombre de mediana edad, uno que había visto en la recepción del hotel me dedico la mejor de sus sonrisas ofreciéndome una nota que había llegado ese mismo día con un cuervo.
Me la entregó sin dilación despidiéndose de mi con un ligero movimiento de cabeza que me presentaba sus mas sinceros respetos.
Cerré la puerta con el papel entre mis dedos, acariciando aquel sello rojo que tanto conocía y que cerraba así la nota de lecturas indiscretas.
El sello del Grifo, el emblema real, la carta solo podía ser de mi tío, y eso me hacia enormemente desconfiar.
La abrí con rapidez, de forma impulsiva, sajando con mis dedos la misma cera, que se alzaba contra ellos hasta que la hoja quedo abierta frente a mis ojos, permitiéndome la lectura de la misma.
Mi amado tío, preocupado por la soledad de mi estancia y mi falta de arraigo en París, me había “invitado” por no decir ordenado a acudir a la mansión de los Cavey. Según el, fieles amigos desde la infancia que me acogerían como un hijo, lo que yo era para el.
Casi me muero de la risa frente a la ironía de mi rey, mas si algo sabia, es que sus ordenes no podían ser desobedecidas o le daría motivos suficientes para condenarme por desacato y desterrarme de sus tierras o incluso algo peor.
Sin mas dilación preparé mi corto equipaje y de nuevo, deshice mis pasos hasta dar con esa mansión que frente a mis ojos se erguía elegante, sin duda digna de ese que mi rey decía ser un hombre de elevada posición.
Golpeé el metal de la aldaba, mas como esperaba pronto fui recibido por un plantel de doncellas y un mayordomo que parecían mas que dispuestos a acompañar mis pasos hasta el interior de aquella lujosa mansión en férrea comitiva.
Viniendo de mi tío, nada bueno me hacia presagiar aquella invitación ,posiblemente camuflada en segundas intenciones.
Puede que entre los muros de esta casa se encontrara la mano que decidida esperaba darme muerte en el confiado sueño sobre el mullido lecho.
Atravesando el corredor de la muerte en el que se había convertido aquella comitiva, llegué frente a unas blancas escaleras de piedra donde un hombre de porte recio me esperaba, a su lado una dama de ojos claros y cabellos dorados.
Mis ojos se fundieron raudos en tanta belleza consciente de que si alguien de esa casa podía darme segura sepultura era ella.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Dulce sepultura frente a mis ojos en forma de mujer. (Valeria Cavey)
La escuché en silencio como se refería al caballo y como se veía identificada en el. Me pedía que insistiera en mi empeño por domarla, mas a la vez, me garantizaba que seria imposible hacerlo.
No pude evitar sonreír contra sus labios, quizás porque no estaba de acuerdo con la descripción que esa dama hacia de la yegua, quizás porque tampoco estaba de acuerdo con como se veía a si misma o quizás porque solo era un necio que empezaba a sentir algo que no debía por la dueña de esa casa.
-Min doom -palabras que expresaron en un susurro que murió en sus labios la realidad mas absoluta.
No discutí aquello que decía, mas no por falta de argumentos si no porque sabia que odiaría verse reflejada en lo que yo veía. Una yegua asustada, una incapaz de ver que había algo mas allá de ese recinto donde sin éxito trataban de quebrarla a golpe de látigo.
Ella ansiaba la libertad y quizás aun no lo sabia. También deseaba poder ser montada, ceder, pero a su modo no al de los otros. Solo había que ser paciente, comprendedla y ganarse su respeto.
Quizás la señorita Cavey tampoco entendiera esas palabras, estaba demasiado enfrascada en mostrarse como un demonio que imaginé era incapaz de verse a través de mis ojos, esos que la contemplaban de otro modo.
Su boca tomo la mía tras una larga parrafada en la que me invitaba a luchar ¿acaso no era ese el trabajo de un guerrero? Llevaba luchando desde que tenia uso de razón, creo que incluso antes.
La vida de un bastardo nunca fue fácil y menos cuando ante los ojos de un reino, eres fruto de la violación a la suma sacerdotisa y hermana del rey.
Mi madre, ejemplo de rectitud y adoración ultrajada por el hombre que venció un reino y se la llevo.
Yo fiel reflejo de ese hombre había tenido que demostrar mas que nadie de los presentes. Quizás ella no entendiera que deje de ser un niño antes incluso de serlo, quizás pensara que solo era uno de esos pijos con los que ella frecuentaba a salir y a otras cosas mas.
Esos que la veían seguramente como una dama fácil a la que poseer y a su vez olvidar.
Yo tenia honor, orgullo y valor, quizás esas palabras para ella no fueran nada, ni siquiera suficiente, mas para mi lo significaban todo.
Su lengua se aventuro con brusquedad entre mis labios, saqueando mi interior entre jadeos mientras nuestros cuerpos ávidos del otro, deseaban continuar por donde la noche anterior lo habíamos dejado. Nos buscábamos plagados de necesidad y de un deseo sin igual.
Aceptó la cena, y me advirtió de que iría de rojo como el mismo demonio en el que ella ahora se estaba convirtiendo para mi, la reina de mi abismo.
Hablaba de fuego, mas por ende, siempre me detenía en el momento de arder en las llamas, lo hizo anoche y lo volvía ha hacer ahora. La escusa, los mozos ¿mas acaso a esa mujer le importaban un ápice esos hombres? ¿de querer poseerme como decía, no me hubiera llevado a su lecho en ese preciosa instante? Es mas ¿no le hubiera seguido yo jadeante?
No, sus motivos eran otros, otros que guardaba para si y no decía, mentía. Mentía frente a mis labios porque así era su vida, una cruel mentira de una niña asustada que fingía ser una mujer despiadada.
Sonreí contra sus labios dejándola ir, porque las cosas cuando te importan han de ir despacio, y porque has de saber dejarlas ir, para ver si vuelven a ti.
-A las ocho señorita Cavey, muéstreme su infierno, estoy deseando cabalgar en el.
Mis ojos se fundieron con los esmeralda, una mirada que lo decia todo y nada.
Le di la espalda volviendo hacia el corcel, ahora con el permiso de su dueña, me dispuse a ordenar las nuevas normas para el.
-escucharme solo una vez, pues no lo repetiré.
Busqué con la mirada a todos los mozos y domadores del lugar
-No volveréis a darle con la fusta o el látigo, no volveréis a ponerle silla, ni bocado, no quiero riendas. A partir de ahora este cuadrilátero esta prohibido para ella.
Me acerque y tome una soga que anude con facilidad. Un nudo corredero en cada extremo que no dañaría la piel de ningún animal.
Me acerqué a la yegua y con suavidad lo deje caer sobre su cuello.
Los mozos me miraban atónitos mientras la yegua coceaba frente a mi salvaje, indómita, dispuesta a entablar batalla pensando que yo era ahora el enemigo a batir.
Mas incrédula hundió su amarilla mirada en la mía cuando me limité a pasar el otro extremo por el cuello de mi corcel.
-Abrir la puerta, a partir de ahora pastara en el prado de la señorita Cavey, lo hará en libertad
Pude ver el desconcierto en los ojos de los domadores, esos experimentados que parecían no estar de acuerdo con mis métodos.
-Hay que cansarla, debilitaría y cuando no se tenga en pie se dejará montar si quiere volver a comer -dijo un listo, que parecía ser el jefecillo de los demás.
Sonreí de medio lado mirándolos antes de subir sobre mi negro espectro para ir hacia el patio de armas, seguidos como no, sin remedio, de la yegua blanca que no entendía nada.
Ahora parecía expectante, nerviosa, incluso mas asustada.
Se había acostumbrado a los golpes y que otro la tratará diferente le suponía un reto imposible de entender, uno que la hacia tambalearse.
Perder la razón y necesitar tiempo para volver a encajar las piezas de ese puzzle que durante años de batalla se había formado.
Su mundo se tambaleaba frente a mis ojos, yo lo sabia y ella también, pero así teníamos que empezar, no había otro modo.
-Hoy toca tiro con arco -susurré a mi corcel acariciando su cuello -estas preparada yegua para correr una rato -bromeé mientras alcanzábamos ese patio de armas.
La mañana paso tranquila, el entrenamiento fue enriquecedor y creo que los tres lo pasamos bien de algún modo.
Las doncellas me trajeron un bocadillo enorme que deguste entre risas con ellas, les costo un poco quedarse, al parecer la señorita Cavey tenia normas muy claras sobre lo que podían y no hacer, mas mi encanto fue suficiente para que ellas, unos cuantos mozos y yo trasladáramos ese almuerzo aburrido en las cocinas a uno al aire libre, tipo piknic en el prado.
Los caballos pastaban a nuestro alrededor mientras las historias y las hazañas de unos y de otros eran narradas entre risas al ritmo que los bocadillos desaparecían de nuestras manos.
La tarde la pasé en los pantanos, allí me había llevado mi búsqueda, así que, tras una tarde complicada, volvimos los tres a casa.
Di un baño a sendos caballos y los deje al recaudo de los mozos para hacer ahora lo propio con mi cuerpo.
Me vestí con rapidez, ya se me hacia tarde y aun tenia que recoger de las cocinas lo que durante el almuerzo había pedido prepararan para nosotros.
Una botella de vino del gusto de la anfitriona, sendos bocadillos. Fresas y una botella de champang bien frio.
Por suerte una de las doncellas me intercepto de camino, sonreí agradecido por su amabilidad conmigo.
-Corra señor Cannif, la señorita Cavey odia esperar.
Tras despedirme de la doncella recorrí el pasillo que me separaba de la pequeña sala donde me habían dicho me esperaba y golpeé sendas veces la puerta con los nudillos, abriéndola inmediatamente después.
-Buenas noches señorita Cavey -susurré hundiendo mis ojos en sus esmeraldas
No pude evitar sonreír contra sus labios, quizás porque no estaba de acuerdo con la descripción que esa dama hacia de la yegua, quizás porque tampoco estaba de acuerdo con como se veía a si misma o quizás porque solo era un necio que empezaba a sentir algo que no debía por la dueña de esa casa.
-Min doom -palabras que expresaron en un susurro que murió en sus labios la realidad mas absoluta.
No discutí aquello que decía, mas no por falta de argumentos si no porque sabia que odiaría verse reflejada en lo que yo veía. Una yegua asustada, una incapaz de ver que había algo mas allá de ese recinto donde sin éxito trataban de quebrarla a golpe de látigo.
Ella ansiaba la libertad y quizás aun no lo sabia. También deseaba poder ser montada, ceder, pero a su modo no al de los otros. Solo había que ser paciente, comprendedla y ganarse su respeto.
Quizás la señorita Cavey tampoco entendiera esas palabras, estaba demasiado enfrascada en mostrarse como un demonio que imaginé era incapaz de verse a través de mis ojos, esos que la contemplaban de otro modo.
Su boca tomo la mía tras una larga parrafada en la que me invitaba a luchar ¿acaso no era ese el trabajo de un guerrero? Llevaba luchando desde que tenia uso de razón, creo que incluso antes.
La vida de un bastardo nunca fue fácil y menos cuando ante los ojos de un reino, eres fruto de la violación a la suma sacerdotisa y hermana del rey.
Mi madre, ejemplo de rectitud y adoración ultrajada por el hombre que venció un reino y se la llevo.
Yo fiel reflejo de ese hombre había tenido que demostrar mas que nadie de los presentes. Quizás ella no entendiera que deje de ser un niño antes incluso de serlo, quizás pensara que solo era uno de esos pijos con los que ella frecuentaba a salir y a otras cosas mas.
Esos que la veían seguramente como una dama fácil a la que poseer y a su vez olvidar.
Yo tenia honor, orgullo y valor, quizás esas palabras para ella no fueran nada, ni siquiera suficiente, mas para mi lo significaban todo.
Su lengua se aventuro con brusquedad entre mis labios, saqueando mi interior entre jadeos mientras nuestros cuerpos ávidos del otro, deseaban continuar por donde la noche anterior lo habíamos dejado. Nos buscábamos plagados de necesidad y de un deseo sin igual.
Aceptó la cena, y me advirtió de que iría de rojo como el mismo demonio en el que ella ahora se estaba convirtiendo para mi, la reina de mi abismo.
Hablaba de fuego, mas por ende, siempre me detenía en el momento de arder en las llamas, lo hizo anoche y lo volvía ha hacer ahora. La escusa, los mozos ¿mas acaso a esa mujer le importaban un ápice esos hombres? ¿de querer poseerme como decía, no me hubiera llevado a su lecho en ese preciosa instante? Es mas ¿no le hubiera seguido yo jadeante?
No, sus motivos eran otros, otros que guardaba para si y no decía, mentía. Mentía frente a mis labios porque así era su vida, una cruel mentira de una niña asustada que fingía ser una mujer despiadada.
Sonreí contra sus labios dejándola ir, porque las cosas cuando te importan han de ir despacio, y porque has de saber dejarlas ir, para ver si vuelven a ti.
-A las ocho señorita Cavey, muéstreme su infierno, estoy deseando cabalgar en el.
Mis ojos se fundieron con los esmeralda, una mirada que lo decia todo y nada.
Le di la espalda volviendo hacia el corcel, ahora con el permiso de su dueña, me dispuse a ordenar las nuevas normas para el.
-escucharme solo una vez, pues no lo repetiré.
Busqué con la mirada a todos los mozos y domadores del lugar
-No volveréis a darle con la fusta o el látigo, no volveréis a ponerle silla, ni bocado, no quiero riendas. A partir de ahora este cuadrilátero esta prohibido para ella.
Me acerque y tome una soga que anude con facilidad. Un nudo corredero en cada extremo que no dañaría la piel de ningún animal.
Me acerqué a la yegua y con suavidad lo deje caer sobre su cuello.
Los mozos me miraban atónitos mientras la yegua coceaba frente a mi salvaje, indómita, dispuesta a entablar batalla pensando que yo era ahora el enemigo a batir.
Mas incrédula hundió su amarilla mirada en la mía cuando me limité a pasar el otro extremo por el cuello de mi corcel.
-Abrir la puerta, a partir de ahora pastara en el prado de la señorita Cavey, lo hará en libertad
Pude ver el desconcierto en los ojos de los domadores, esos experimentados que parecían no estar de acuerdo con mis métodos.
-Hay que cansarla, debilitaría y cuando no se tenga en pie se dejará montar si quiere volver a comer -dijo un listo, que parecía ser el jefecillo de los demás.
Sonreí de medio lado mirándolos antes de subir sobre mi negro espectro para ir hacia el patio de armas, seguidos como no, sin remedio, de la yegua blanca que no entendía nada.
Ahora parecía expectante, nerviosa, incluso mas asustada.
Se había acostumbrado a los golpes y que otro la tratará diferente le suponía un reto imposible de entender, uno que la hacia tambalearse.
Perder la razón y necesitar tiempo para volver a encajar las piezas de ese puzzle que durante años de batalla se había formado.
Su mundo se tambaleaba frente a mis ojos, yo lo sabia y ella también, pero así teníamos que empezar, no había otro modo.
-Hoy toca tiro con arco -susurré a mi corcel acariciando su cuello -estas preparada yegua para correr una rato -bromeé mientras alcanzábamos ese patio de armas.
La mañana paso tranquila, el entrenamiento fue enriquecedor y creo que los tres lo pasamos bien de algún modo.
Las doncellas me trajeron un bocadillo enorme que deguste entre risas con ellas, les costo un poco quedarse, al parecer la señorita Cavey tenia normas muy claras sobre lo que podían y no hacer, mas mi encanto fue suficiente para que ellas, unos cuantos mozos y yo trasladáramos ese almuerzo aburrido en las cocinas a uno al aire libre, tipo piknic en el prado.
Los caballos pastaban a nuestro alrededor mientras las historias y las hazañas de unos y de otros eran narradas entre risas al ritmo que los bocadillos desaparecían de nuestras manos.
La tarde la pasé en los pantanos, allí me había llevado mi búsqueda, así que, tras una tarde complicada, volvimos los tres a casa.
Di un baño a sendos caballos y los deje al recaudo de los mozos para hacer ahora lo propio con mi cuerpo.
Me vestí con rapidez, ya se me hacia tarde y aun tenia que recoger de las cocinas lo que durante el almuerzo había pedido prepararan para nosotros.
Una botella de vino del gusto de la anfitriona, sendos bocadillos. Fresas y una botella de champang bien frio.
Por suerte una de las doncellas me intercepto de camino, sonreí agradecido por su amabilidad conmigo.
-Corra señor Cannif, la señorita Cavey odia esperar.
Tras despedirme de la doncella recorrí el pasillo que me separaba de la pequeña sala donde me habían dicho me esperaba y golpeé sendas veces la puerta con los nudillos, abriéndola inmediatamente después.
-Buenas noches señorita Cavey -susurré hundiendo mis ojos en sus esmeraldas
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Dulce sepultura frente a mis ojos en forma de mujer. (Valeria Cavey)
El hecho de que le susurrase palabras desconocidas en otro idioma, le parecía excitante como le llevaban los demonios. Siempre quería, deseaba saber lo que decía la otra persona pero el señor Cannif le dejaba con esa intriga que avivaba le brillo de aquellos ojos verdes que lo observaban con ese fuego y curiosidad. El tema del caballo quedó a un lado, por supuesto que ya no se referían al corcel si no a esa tensión no resuelta entre ambos que se hacía más poderosa al solo hecho de estar uno cerca del otro.
Aquel hombre la encendía, la buscaba y la encontraba y ella como una condenada diabla se escabullía avivando aún más las ganas. Sabía que llegaría el momento en el que terminaría saciando su sed, la de ambos. Momentos de anoche, los de ahora…los del primer encuentro. Sonrió pícara, demostrándole que sus labios no pecaban de otra cosa que no fuesen promesas futuras sin nadie que les estuviese observando. Su mirada esmeralda, le recorrió cada centímetro de su rostro y a la vez que se alejaba de él, su cuerpo sin ocultar su descaro ¿para qué? le gustaba lo que veía y para dejarlo claro, se relamió los labios mordiéndoselos deseosa de más.
Podía sin duda haberlo arrastrado al lugar donde aún no debían haber salido y …sin embargo, allí estaban, mirándose a los ojos como si nada más existiese. ¿Por qué se lo pensaba tanto? No quería que ocurriese en cualquier lugar, como lo haría con un extraño. Y aquello le hacía qué pensar. Sonrió de medio lado, dejando escapar un suspiro y un susurro que le dejaba con la miel en los labios pero también una clara invitación. “Hasta la noche….min doom”. No tenía ni idea de que significaba pero estaba claro que le había gustado.
Apenas quedaban diez minutos cuando el último retoque le hizo estar perfecta, su toque de perfume a violetas. Vestido rojo, como sus labios carmesí, cabello suelto y ondulado, salvo que bajo aquel exuberante vestido, se encontraban sus botas de montar. Si iban al bosque no podía llevar un calzado más delicado. Como bien puntual que es…. Se encontraba esperando en la puerta, colocándose bien los guantes negros de seda que le llegaban a los codos, tapándolos de la vista del caballero. Exuberante, hermosa como una rosa roja rociada con perlas de rocío, le recibió expectante…esperando cogerse de su brazo.
-Buenas noches. Mi servicio ha sido eficaz y …llegas dos minutos tarde, tendré que castigarte por ello -susurró mirando al frente, como si acabase de preguntarle qué tiempo hacía esa noche. No hacía frío pero sí refrescaba, aún así ella iba perfectamente, cogida de su brazo, esperaba que el camino lo hicieran andando. Sonrió mirando hacia el cielo, suspirando de lo más aliviada porque no lloviese aunque… tampoco le disgustaría -Nuestro ansiado encuentro ¿no, señor Cannif? Aunque basta de señorita Cavey y demás, creo que podemos tutearnos de una vez -le miró de reojo con una sonrisa de lo más divertida -El vino se me sube más que el whisky es algo que quiero que tengas en cuenta y sobre el sitio…espero que esté alejado de las calles, mis mozos no se encontrarán allí. -sonrió inclinándose a su oído -Y espero no tener que cuidarle borracho… no se me da bien -entreabrió los labios, rozando el lóbulo de su oreja…la noche acababa de empezar.
Aquel hombre la encendía, la buscaba y la encontraba y ella como una condenada diabla se escabullía avivando aún más las ganas. Sabía que llegaría el momento en el que terminaría saciando su sed, la de ambos. Momentos de anoche, los de ahora…los del primer encuentro. Sonrió pícara, demostrándole que sus labios no pecaban de otra cosa que no fuesen promesas futuras sin nadie que les estuviese observando. Su mirada esmeralda, le recorrió cada centímetro de su rostro y a la vez que se alejaba de él, su cuerpo sin ocultar su descaro ¿para qué? le gustaba lo que veía y para dejarlo claro, se relamió los labios mordiéndoselos deseosa de más.
Podía sin duda haberlo arrastrado al lugar donde aún no debían haber salido y …sin embargo, allí estaban, mirándose a los ojos como si nada más existiese. ¿Por qué se lo pensaba tanto? No quería que ocurriese en cualquier lugar, como lo haría con un extraño. Y aquello le hacía qué pensar. Sonrió de medio lado, dejando escapar un suspiro y un susurro que le dejaba con la miel en los labios pero también una clara invitación. “Hasta la noche….min doom”. No tenía ni idea de que significaba pero estaba claro que le había gustado.
Apenas quedaban diez minutos cuando el último retoque le hizo estar perfecta, su toque de perfume a violetas. Vestido rojo, como sus labios carmesí, cabello suelto y ondulado, salvo que bajo aquel exuberante vestido, se encontraban sus botas de montar. Si iban al bosque no podía llevar un calzado más delicado. Como bien puntual que es…. Se encontraba esperando en la puerta, colocándose bien los guantes negros de seda que le llegaban a los codos, tapándolos de la vista del caballero. Exuberante, hermosa como una rosa roja rociada con perlas de rocío, le recibió expectante…esperando cogerse de su brazo.
-Buenas noches. Mi servicio ha sido eficaz y …llegas dos minutos tarde, tendré que castigarte por ello -susurró mirando al frente, como si acabase de preguntarle qué tiempo hacía esa noche. No hacía frío pero sí refrescaba, aún así ella iba perfectamente, cogida de su brazo, esperaba que el camino lo hicieran andando. Sonrió mirando hacia el cielo, suspirando de lo más aliviada porque no lloviese aunque… tampoco le disgustaría -Nuestro ansiado encuentro ¿no, señor Cannif? Aunque basta de señorita Cavey y demás, creo que podemos tutearnos de una vez -le miró de reojo con una sonrisa de lo más divertida -El vino se me sube más que el whisky es algo que quiero que tengas en cuenta y sobre el sitio…espero que esté alejado de las calles, mis mozos no se encontrarán allí. -sonrió inclinándose a su oído -Y espero no tener que cuidarle borracho… no se me da bien -entreabrió los labios, rozando el lóbulo de su oreja…la noche acababa de empezar.
Valeria Cavey- Realeza Neerlandesa
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