AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No cuestiones a un borracho (privado) +18
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No cuestiones a un borracho (privado) +18
Era uno de esos malos bares. Las luces casi apagadas, el humo negro de los puros que se acumulaba en el techo, la bebida aguada, la mala actuación del escenario y el viejo taburete de madera en el que estaba sentado eran pruebas suficientes para saber que aquella era, definitivamente, un mal garrito. Lo último era lo que más le molestaba. Había estado en bares cuyos taburetes estaban reforzados con un mullido cojín que hacía que la instancia en ellos fuera más agradable y cómoda. Sentado en uno de esos buenos taburetes, cualquier cosa que le sirvieran, aunque fuera la orina de rata que servían en el mal garrito, sabía a gloria bendita. Al final, todo era tan fácil como tener el culo puesto en un buen lugar.
Lo único bueno que tenía aquella tasca era el precio. Era barato y para emborracharse igual le servía el buen vino que el whisky aguado. Esa ley igual la sabían los ricos que los pobres, los que sentaban su trasero en cómodos cojines como los que se tenían que aguantar con la áspera madera de los taburetes. Gerrit, de entrar en una categoría social, sería de la clase media. Robando y atracando a diestro y siniestro se podía vivir lo suficientemente bien como para haber probado toda la serie de taburetes y cojines de Paris. Era por eso que decidió ir a aquella a esa mala taberna. Si quería poder seguir yendo a los buenos sitios, de vez en cuando, tenía que pasarse a beber por los peores.
Aunque, bien pensado, aquel bar tenía sus ventajas. A parte del precio, cosa que era más una necesidad que una ventaja, era el espectáculo que allí se veía; Gerrit no podía dejar de verlo mientras, uno a uno, bebía de un solo trago los vasos de whisky para no notar el sabor. Había un músico en el escenario apaleando las teclas de lo que parecía un acordeón (o quizás un bandoneón, Gerrit no sabía distinguirlos) pero ese no era el auténtico espectáculo que el garrito disponía. Las peleas entre borrachos. ¡Eso sí que era divertido! Esa clase de espectáculos solo estaban disponibles en los bares como aquel.
El hombre de la cabeza al revés, Gerrit lo bautizó con ese sobrenombre a modo de sátira pues todo el pelo que debería haber estado en su cabeza estaba ahora en su barba le había dado un puñetazo a otro tipo. El segundo no tenía apodo. Dada a su enorme barriga hubiera sido demasiado fácil ponerle uno por lo que Gerrit prefirió no decir ponerle ningún nombre antes de caer en los tópicos de gordos. Llegó el momento del contragolpe. Un tercer hombre, un amigo del barrigón o un simple aficionado a las peleas, cogió uno de los incómodos taburetes de la taberna y lo hizo estallar contra la espalda del hombre con la cabeza al revés.
-Esa era la razón.- Susurró Gerrit para sí mismo mientras veía la gran multitud de trozos de madera que había por el suelo.- Ahora lo entiendo.-
¿Para qué pagar por taburetes cómodos y caros si iban a quedar hecho añicos por un borracho cualquiera? Claro, sería una tontería por parte del dueño de la tasca. Pensar en ello, de alguna manera, hizo que no fuera tan malo estar sentado en un incómodo taburete. Era eso o que estaba lo suficientemente borracho para no darse cuenta. Ambas cosas, tal vez. Había bebido algo más de media botella y le estaba haciendo una nueva señal al metre para que volviera a llenarle el vaso.
Lo único bueno que tenía aquella tasca era el precio. Era barato y para emborracharse igual le servía el buen vino que el whisky aguado. Esa ley igual la sabían los ricos que los pobres, los que sentaban su trasero en cómodos cojines como los que se tenían que aguantar con la áspera madera de los taburetes. Gerrit, de entrar en una categoría social, sería de la clase media. Robando y atracando a diestro y siniestro se podía vivir lo suficientemente bien como para haber probado toda la serie de taburetes y cojines de Paris. Era por eso que decidió ir a aquella a esa mala taberna. Si quería poder seguir yendo a los buenos sitios, de vez en cuando, tenía que pasarse a beber por los peores.
Aunque, bien pensado, aquel bar tenía sus ventajas. A parte del precio, cosa que era más una necesidad que una ventaja, era el espectáculo que allí se veía; Gerrit no podía dejar de verlo mientras, uno a uno, bebía de un solo trago los vasos de whisky para no notar el sabor. Había un músico en el escenario apaleando las teclas de lo que parecía un acordeón (o quizás un bandoneón, Gerrit no sabía distinguirlos) pero ese no era el auténtico espectáculo que el garrito disponía. Las peleas entre borrachos. ¡Eso sí que era divertido! Esa clase de espectáculos solo estaban disponibles en los bares como aquel.
El hombre de la cabeza al revés, Gerrit lo bautizó con ese sobrenombre a modo de sátira pues todo el pelo que debería haber estado en su cabeza estaba ahora en su barba le había dado un puñetazo a otro tipo. El segundo no tenía apodo. Dada a su enorme barriga hubiera sido demasiado fácil ponerle uno por lo que Gerrit prefirió no decir ponerle ningún nombre antes de caer en los tópicos de gordos. Llegó el momento del contragolpe. Un tercer hombre, un amigo del barrigón o un simple aficionado a las peleas, cogió uno de los incómodos taburetes de la taberna y lo hizo estallar contra la espalda del hombre con la cabeza al revés.
-Esa era la razón.- Susurró Gerrit para sí mismo mientras veía la gran multitud de trozos de madera que había por el suelo.- Ahora lo entiendo.-
¿Para qué pagar por taburetes cómodos y caros si iban a quedar hecho añicos por un borracho cualquiera? Claro, sería una tontería por parte del dueño de la tasca. Pensar en ello, de alguna manera, hizo que no fuera tan malo estar sentado en un incómodo taburete. Era eso o que estaba lo suficientemente borracho para no darse cuenta. Ambas cosas, tal vez. Había bebido algo más de media botella y le estaba haciendo una nueva señal al metre para que volviera a llenarle el vaso.
Última edición por Gerrit Nephgerd el Vie Sep 30, 2016 10:35 am, editado 2 veces
Re: No cuestiones a un borracho (privado) +18
Cuarta noche en París, y como empezaba a ser costumbre desde que llegué mis pasos se adentraban en aquella cochambrosa taberna donde había dado no con una, si no con dos sobrenaturales.
Una sonrisa de medio lado se instauro en mis labios cuando mis pensamientos algo perjudicados por los vasos de whisky que ya había metido entre pecho y espalda me recordaban “que no hay dos sin tres”
Aquella noche por ende no era como las otras, aquella misma mañana me había alojado en la mansión de la señorita Cavey, algo que no debería de ser una preocupación para mi si no fuera por dos claros motivos, el primero por la insistencia de mi tío en que lo hiciera.
Bien sabia que nada bueno esperaba que me deparara el destino en París, y que sin duda pondría todo lo que estaba de su mano para que volviera caído y no en pie.
Mi segundo motivo eran esos ojos esmeralda que me habían cautivado y que ahora, whisky tras whisky aun veía en mi clavados.
Sabia que ella podía ser la mano que empuñara la daga que mi “amado” tío hubiera puesto en mi camino, que esa mujer era mas peligrosa para mi que todos los inmortales que pudiera encontrar allí reunidos.
Una pelea me saco de mis pensamientos, una que al parecer era habitual en ese lugar pues la gente jaleaba al gordo y su amigo y no al calvo barbudo.
Reí ligeramente apartando mi vaso del camino de varias de las patas del taburete que habían volado por los aires tras ser estampadas en el cuerpo del barbudo.
Acabada la trifulca todo continuamos bebiendo acompañados de aquel olor infrahumano, de las risas ensordecedoras y del alcohol que poco a poco embotaba nuestros sentidos.
Observé la botella de whisky antes de servirme otro vaso con avidez, iba por la mitad, y aun quedaba suficiente para hacer mas placentera mi noche, para borrar de mi cabeza aquellos ojos que me perturbaban el día y que posiblemente también el sueño.
Di un profundo trago de aquel cristalino vaso cuando un golpe en mi espalda me saco del trance, me gire dispuesto a saber a que se debía el placer de ser llamado cuando un gordo, que posiblemente me sacaba mas de medio metro de altura, golpeaba de nuevo mi espalda con su repugnante mano abierta.
Sonreí de medio lado vaso en mano consciente de la mueca burlesca que dibujaba su rostro, mientras el resto de inútiles de una mesa cercana, de donde sin duda había alzado su sarnoso culo lo jaleaban animados, no solo por le alcohol si no por las ganas de gresca.
-¿Desea algo? -pregunté con cierta indiferencia.
Su respuesta no se hizo de esperar, claro que no en forma de palabras, dudaba tanto de que supiera hablar.
Fue su puño el que tenaz dirigió hacia mi cara, mientras mis ojos centelleaban fruto del ardor del whisky y de la inmediatez de la batalla.
Puñetazo que con gracilidad esquive a un lado mientras mi cuerpo se deslizaba del taburete al suelo estampandole el vaso que aun portaba en su rostro.
-Seguro que así ligas mas -aseguré con gracia al ver todos los cristales clavados en su piel, aunque claro, algunos también quedaron incrustados en mi mano (daños colaterales se llamaba a eso)
El hombre aulló de dolor frente a aquel arranque que sin duda no esperaba de alguien como yo, posiblemente se había fijado en mis ropas caras y no en la espada bastarda que sobresalía a mis espaldas, craso error.
Mis ojos se desviaron hacia los idiotas de la mesa, que ahora parecían enmudecer, y mas lo hicieron cuando camine hacia ellos, tomando asiento en el hueco vació del herido que aun luchaba por sacar de su fea cara los cristales adheridos.
Tomé uno de los vasos para servirme otro poco de eso que ellos estaban bebiendo mientras los estúpidos me miraban incrédulos, no solo por mi atrevimiento si no por la desfachatez que según ellos veían en mis actos y esa sonrisa picara que me acompañaba a todos lados.
Llevé el vidrio a mi boca para dar un profundo trago, mientras por el rabillo del ojo veía a uno de esos valientes sacar una daga con la que presentar batalla.
En la mesa del señor siempre había un valiente, que de normal era el mas estúpido por ende.
Desenvaine la espada con rapidez cortando el brazo del idiota que con un alarido soltó no solo la daga si no parte de su cuerpo con ella.
-¿espero que le pase como a la cola de las lagartija -añadí con una sonrisa mientras la sangre bañaba el suelo de la taberna.
Los otros me miraban con los ojos fuera de las órbitas, aterrados guardaban sepulcral silencio mientras alguno, viéndome espada en mano alzaba los brazos rindiéndose en el acto.
-Espero que me dejéis beber tranquilo, odio ser molestado -sentencié cogiendo la botella para caminar serenos hacia la barra enfundando de nuevo la espada a mis espaldas.
Un hueco quedaba frente a un hombre que aparentaba algo mayor que yo y que miraba la escena copa en mano.
-¿Le importa? -pregunté señalando el taburete que había a su lado.
Una sonrisa de medio lado se instauro en mis labios cuando mis pensamientos algo perjudicados por los vasos de whisky que ya había metido entre pecho y espalda me recordaban “que no hay dos sin tres”
Aquella noche por ende no era como las otras, aquella misma mañana me había alojado en la mansión de la señorita Cavey, algo que no debería de ser una preocupación para mi si no fuera por dos claros motivos, el primero por la insistencia de mi tío en que lo hiciera.
Bien sabia que nada bueno esperaba que me deparara el destino en París, y que sin duda pondría todo lo que estaba de su mano para que volviera caído y no en pie.
Mi segundo motivo eran esos ojos esmeralda que me habían cautivado y que ahora, whisky tras whisky aun veía en mi clavados.
Sabia que ella podía ser la mano que empuñara la daga que mi “amado” tío hubiera puesto en mi camino, que esa mujer era mas peligrosa para mi que todos los inmortales que pudiera encontrar allí reunidos.
Una pelea me saco de mis pensamientos, una que al parecer era habitual en ese lugar pues la gente jaleaba al gordo y su amigo y no al calvo barbudo.
Reí ligeramente apartando mi vaso del camino de varias de las patas del taburete que habían volado por los aires tras ser estampadas en el cuerpo del barbudo.
Acabada la trifulca todo continuamos bebiendo acompañados de aquel olor infrahumano, de las risas ensordecedoras y del alcohol que poco a poco embotaba nuestros sentidos.
Observé la botella de whisky antes de servirme otro vaso con avidez, iba por la mitad, y aun quedaba suficiente para hacer mas placentera mi noche, para borrar de mi cabeza aquellos ojos que me perturbaban el día y que posiblemente también el sueño.
Di un profundo trago de aquel cristalino vaso cuando un golpe en mi espalda me saco del trance, me gire dispuesto a saber a que se debía el placer de ser llamado cuando un gordo, que posiblemente me sacaba mas de medio metro de altura, golpeaba de nuevo mi espalda con su repugnante mano abierta.
Sonreí de medio lado vaso en mano consciente de la mueca burlesca que dibujaba su rostro, mientras el resto de inútiles de una mesa cercana, de donde sin duda había alzado su sarnoso culo lo jaleaban animados, no solo por le alcohol si no por las ganas de gresca.
-¿Desea algo? -pregunté con cierta indiferencia.
Su respuesta no se hizo de esperar, claro que no en forma de palabras, dudaba tanto de que supiera hablar.
Fue su puño el que tenaz dirigió hacia mi cara, mientras mis ojos centelleaban fruto del ardor del whisky y de la inmediatez de la batalla.
Puñetazo que con gracilidad esquive a un lado mientras mi cuerpo se deslizaba del taburete al suelo estampandole el vaso que aun portaba en su rostro.
-Seguro que así ligas mas -aseguré con gracia al ver todos los cristales clavados en su piel, aunque claro, algunos también quedaron incrustados en mi mano (daños colaterales se llamaba a eso)
El hombre aulló de dolor frente a aquel arranque que sin duda no esperaba de alguien como yo, posiblemente se había fijado en mis ropas caras y no en la espada bastarda que sobresalía a mis espaldas, craso error.
Mis ojos se desviaron hacia los idiotas de la mesa, que ahora parecían enmudecer, y mas lo hicieron cuando camine hacia ellos, tomando asiento en el hueco vació del herido que aun luchaba por sacar de su fea cara los cristales adheridos.
Tomé uno de los vasos para servirme otro poco de eso que ellos estaban bebiendo mientras los estúpidos me miraban incrédulos, no solo por mi atrevimiento si no por la desfachatez que según ellos veían en mis actos y esa sonrisa picara que me acompañaba a todos lados.
Llevé el vidrio a mi boca para dar un profundo trago, mientras por el rabillo del ojo veía a uno de esos valientes sacar una daga con la que presentar batalla.
En la mesa del señor siempre había un valiente, que de normal era el mas estúpido por ende.
Desenvaine la espada con rapidez cortando el brazo del idiota que con un alarido soltó no solo la daga si no parte de su cuerpo con ella.
-¿espero que le pase como a la cola de las lagartija -añadí con una sonrisa mientras la sangre bañaba el suelo de la taberna.
Los otros me miraban con los ojos fuera de las órbitas, aterrados guardaban sepulcral silencio mientras alguno, viéndome espada en mano alzaba los brazos rindiéndose en el acto.
-Espero que me dejéis beber tranquilo, odio ser molestado -sentencié cogiendo la botella para caminar serenos hacia la barra enfundando de nuevo la espada a mis espaldas.
Un hueco quedaba frente a un hombre que aparentaba algo mayor que yo y que miraba la escena copa en mano.
-¿Le importa? -pregunté señalando el taburete que había a su lado.
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Re: No cuestiones a un borracho (privado) +18
Gerrit sentado en la barra, alejado de las mesas que, en aquellos momentos, parecía un campo de batalla. Quien no participaba en la pelea se le obligaba a que participase. La mayoría de los borrachos solo quería bronca fuera con quien fuera. El mismo tipo gordinflón le dio un puñetazo al aficionado que le vengó del hombre de la cabeza del revés. Lo derribó de un solo golpe. Era como ver a un elefante golpear un árbol. Así de fuerte era el amigo barrigón y se enorgullecía de serlo. Levantaba los brazos a la vez que gritaba una y otra vez su nombre, o lo que Gerrit creía que era su nombre pues, tenía un acento tan profundo y hablaba con la típica voz gangosa y áspera de los asiduos bebedores que no se le entendía que decía.
Después de un rato de celebración, el barrigón sin nombre, fue en busca de una nueva pelea. No escogería a aquella persona que estuviera igual de borracho o que tuviera tantas ganas de bronca como él. Gerrit había visto muchos tipos como el barrigón para poder deducir la clase de persona que escogería para su próximo combate: Tomaría y molestaría a quien no le hubiera prestado atención en toda la noche.
Antes de que prestase atención en él, cogió con su mano izquierda su copa de whisky con sabor a orina y se giró de cara a la barra. Mientras, con la mano derecho, Gerrit palpaba la empuñadura de sándalo de la navaja que tenía escondida en el bolsillo de su gabardina. A la mínima que el barrigón se acercase, un movimiento de brazos, y la batalla daría fin en ese mismo momento.
Hubiera estado bien que el gordinflón, con el su séquito de seguidores que había conseguido reunir, se hubieran acercado a su espalda. Lástima, hubiera sido tan divertido. Sin embargo, no fue la espalda de Gerrit a la que decidieron tocar sino a la de otro tipo que, como el hechicero, su único delito fue el de tener una copa en las manos.
El chico al que molestaron parecía ser bastante joven, por lo menos tendría unos diez años menos que Gerrit. Aunque, no por ello, significó que contestase a la oferta del barrigón de una manera diferente a la que el hechicero lo hubiera hecho. La sangre corría igual fuera de una forma de otra. El joven chico, el pobre chaval, tuvo que enfrentarse a todos los borrachos uno por uno. No lo hacía mal. Era divertido verlo. Tanto que Gerrit se volvió a girar para ver mejor la nueva batalla entre las mesas. Ojos morados, cristales incrustados en la cara de la gente, sangre por el suelo y taburetes rotos. Gerrit continuaba fijándose ante todo en los incómodos taburetes de madera y en la facilidad con la que siempre acababan hechos añicos.
El final de la batalla fue marcado por el cuchillo del chaval. De un tajo, el brazo derecho del barrigón quedó desprendido de su cuerpo. Sangre, gritos y un gran número de personas con las bocas abiertas en forma de o fue lo que vino después. Gerrit se mantuvo impasible. No era lo más horrible que había visto. Pero sí reconocía que podía ser lo más horrible que cualquiera de esos borrachos hubiera podido ver.
E chaval abandonó el asiento donde empezó su pequeña batalla particular y se dirigió al lugar de la barra donde estaba Gerrit, se sentó justo al lado.
-Adelante.- Contestó el hechicero volviendo toda su atención hacia el vaso ya casi vacío de alcohol. – No ha estado mal.- Dijo una vez el chico se sentó en el taburete de al lado. A continuación, y sin apartar los ojos del vaso, señaló con dos dedos el ojo morado del joven. -Pero tampoco bien.- Dejó un segundo de silencio para terminar de beberse lo que le quedaba de whisky. - Me gustaría ver ese cuchillo que tu tienes. Déjamelo.- La voz de Gerrit sonaba natural, como si no importase que, apenas unos minutos antes, un hombre se hubiera quedado sin brazo por culpa de ese cuchillo. Tan natura que, a la vez que lo pidió, hizo una señal al camarero del bar para que le volviera a llenar el vaso.
Después de un rato de celebración, el barrigón sin nombre, fue en busca de una nueva pelea. No escogería a aquella persona que estuviera igual de borracho o que tuviera tantas ganas de bronca como él. Gerrit había visto muchos tipos como el barrigón para poder deducir la clase de persona que escogería para su próximo combate: Tomaría y molestaría a quien no le hubiera prestado atención en toda la noche.
Antes de que prestase atención en él, cogió con su mano izquierda su copa de whisky con sabor a orina y se giró de cara a la barra. Mientras, con la mano derecho, Gerrit palpaba la empuñadura de sándalo de la navaja que tenía escondida en el bolsillo de su gabardina. A la mínima que el barrigón se acercase, un movimiento de brazos, y la batalla daría fin en ese mismo momento.
Hubiera estado bien que el gordinflón, con el su séquito de seguidores que había conseguido reunir, se hubieran acercado a su espalda. Lástima, hubiera sido tan divertido. Sin embargo, no fue la espalda de Gerrit a la que decidieron tocar sino a la de otro tipo que, como el hechicero, su único delito fue el de tener una copa en las manos.
El chico al que molestaron parecía ser bastante joven, por lo menos tendría unos diez años menos que Gerrit. Aunque, no por ello, significó que contestase a la oferta del barrigón de una manera diferente a la que el hechicero lo hubiera hecho. La sangre corría igual fuera de una forma de otra. El joven chico, el pobre chaval, tuvo que enfrentarse a todos los borrachos uno por uno. No lo hacía mal. Era divertido verlo. Tanto que Gerrit se volvió a girar para ver mejor la nueva batalla entre las mesas. Ojos morados, cristales incrustados en la cara de la gente, sangre por el suelo y taburetes rotos. Gerrit continuaba fijándose ante todo en los incómodos taburetes de madera y en la facilidad con la que siempre acababan hechos añicos.
El final de la batalla fue marcado por el cuchillo del chaval. De un tajo, el brazo derecho del barrigón quedó desprendido de su cuerpo. Sangre, gritos y un gran número de personas con las bocas abiertas en forma de o fue lo que vino después. Gerrit se mantuvo impasible. No era lo más horrible que había visto. Pero sí reconocía que podía ser lo más horrible que cualquiera de esos borrachos hubiera podido ver.
E chaval abandonó el asiento donde empezó su pequeña batalla particular y se dirigió al lugar de la barra donde estaba Gerrit, se sentó justo al lado.
-Adelante.- Contestó el hechicero volviendo toda su atención hacia el vaso ya casi vacío de alcohol. – No ha estado mal.- Dijo una vez el chico se sentó en el taburete de al lado. A continuación, y sin apartar los ojos del vaso, señaló con dos dedos el ojo morado del joven. -Pero tampoco bien.- Dejó un segundo de silencio para terminar de beberse lo que le quedaba de whisky. - Me gustaría ver ese cuchillo que tu tienes. Déjamelo.- La voz de Gerrit sonaba natural, como si no importase que, apenas unos minutos antes, un hombre se hubiera quedado sin brazo por culpa de ese cuchillo. Tan natura que, a la vez que lo pidió, hizo una señal al camarero del bar para que le volviera a llenar el vaso.
Re: No cuestiones a un borracho (privado) +18
Una felicitación del caballero de mi lado me hizo desviar la vista de nuevo hacia el, era un hombre de cabello castaño y mirada algo distinta a los del resto de borrachos de aquella taberna de mala muerte.
Sin embargo la osadía con la que me hablaba, casi sin inmutarse por mi gesta me decía que ese hombre había visto mas sangre de la que su aspecto a simple vista podía aparentar.
Tenia pinta de ser un hombre templado por los años y sin poder evitarlo, gajes del oficio mi vista se cernió sobre la daga que bien pertrechada en su cinto auguraba poder sacarle de los problemas de dicho sitio.
Sonreí de medio lado cuando me pidió la daga con la que había partido en dos el brazo de aquel tipo, aunque enarque una ceja consciente de que su vista debía fallarle o por el contrario era el alcohol lo que empezaba ha hacer estragos en su cabeza.
De mi espalda saqué la espada bastarda, un arma de gran envergadura con un filo perfectamente afilado, una obra maestra forjada para mi a fuego, aceite y hielo por uno de los mejores creadores de armas del norte.
Se la acerque por le mango ,envuelto en un extraordinario cuero que acariciaba la palma de la mano de cualquiera que se atreviera a empuñarla, un mango que como su nombre indicaba permitía posar una o ambas manos dependiendo de la ocasión indicada.
-¿os gustan las armas? -pregunté al ver su repentino interés por la mía.
Sabia que le no era un hombre curtido en la guerra, al menos sus manos no eran callosas como las, mías y me atrevería a decir que su cuerpo no quedaba expuesto a cicatrices de distinto índole que delataban mi inmortalidad frente a la guerra y las innumerables batallas que cargaba a mis espaldas.
Pronto llego la bebida pedida por le caballero y con un gesto pedí otra botella que pronto fue desapareciendo entre mis labios, poco a poco mi estado de animo cambiaba a uno infinitamente mas distendido, el mismo que el delo resto de borrachos del local.
El hombre y yo reíamos mientras las copas quedaban apuradas una tras otra entre nuestros labios, vasos que se agolpaban a ambos lados de nosotros a lo largo de la barra.
Aquel tipo era divertido, sin duda tenia ocurrencias mucho mas entretenidas que la de la mayoria de los inútiles que había conocido en París.
¿Sabría el, de la presencia de los seres sobrenaturales? Es mas ¿seria el uno de ellos? Desde que había descubierto su existencia distintas ideas se agolpaban en mi cabeza, mi misión había tomado vital importancia, tenia que encontrar aquello que buscaba y con ella en mi poder volver a mis tierras.
Aquello que era una leyenda hoy veía plausible y aunque tenia claro que mi tío me había mandado a la misma muerte, yo hijo de un fantasma nunca fui fácil de matar, ahora volvería sobre mi escudo o con el, pero por los dioses antiguos y los nuevos esa arma mitológica llegaría a rozar mi mano como hoy lo hacia la empuñadura de esta que a mis espaldas envainaba con brío.
Dos mujeres de vida alegre se acercaron ,al verdad es que no podía decir que habíamos sido los primeros, aunque intuyo que tampoco los últimos, parecían tener las puertas del burdel recientemente abiertas y la competición con el burdel de la zona mas cercana al centro de la ciudad era voraz.
Las damas no dudaron en distraernos con sus atributos entre risas ebrias y a invitarnos a disfrutar las mieles de sus labios y de lo que igual de húmedo nos esperaba mas abajo.
Ni siquiera se porque aquello malditos ojos esmeralda se dibujaron en mi mente, unidos a una frase que empezaba a antojarseme incluso divertida metido en este ambiente.
Apure la copa de whisky dispuesto a desoír su consejo mientras miraba a mi compañero.
Hablaban de un espectáculo de baile, uno erótico del que sin duda no nos arrepentiríamos de presenciar, uno que encendería nuestros bajos fondos que sin duda y de querer en el mismo local podríamos saciar.
Sin embargo la osadía con la que me hablaba, casi sin inmutarse por mi gesta me decía que ese hombre había visto mas sangre de la que su aspecto a simple vista podía aparentar.
Tenia pinta de ser un hombre templado por los años y sin poder evitarlo, gajes del oficio mi vista se cernió sobre la daga que bien pertrechada en su cinto auguraba poder sacarle de los problemas de dicho sitio.
Sonreí de medio lado cuando me pidió la daga con la que había partido en dos el brazo de aquel tipo, aunque enarque una ceja consciente de que su vista debía fallarle o por el contrario era el alcohol lo que empezaba ha hacer estragos en su cabeza.
De mi espalda saqué la espada bastarda, un arma de gran envergadura con un filo perfectamente afilado, una obra maestra forjada para mi a fuego, aceite y hielo por uno de los mejores creadores de armas del norte.
Se la acerque por le mango ,envuelto en un extraordinario cuero que acariciaba la palma de la mano de cualquiera que se atreviera a empuñarla, un mango que como su nombre indicaba permitía posar una o ambas manos dependiendo de la ocasión indicada.
-¿os gustan las armas? -pregunté al ver su repentino interés por la mía.
Sabia que le no era un hombre curtido en la guerra, al menos sus manos no eran callosas como las, mías y me atrevería a decir que su cuerpo no quedaba expuesto a cicatrices de distinto índole que delataban mi inmortalidad frente a la guerra y las innumerables batallas que cargaba a mis espaldas.
Pronto llego la bebida pedida por le caballero y con un gesto pedí otra botella que pronto fue desapareciendo entre mis labios, poco a poco mi estado de animo cambiaba a uno infinitamente mas distendido, el mismo que el delo resto de borrachos del local.
El hombre y yo reíamos mientras las copas quedaban apuradas una tras otra entre nuestros labios, vasos que se agolpaban a ambos lados de nosotros a lo largo de la barra.
Aquel tipo era divertido, sin duda tenia ocurrencias mucho mas entretenidas que la de la mayoria de los inútiles que había conocido en París.
¿Sabría el, de la presencia de los seres sobrenaturales? Es mas ¿seria el uno de ellos? Desde que había descubierto su existencia distintas ideas se agolpaban en mi cabeza, mi misión había tomado vital importancia, tenia que encontrar aquello que buscaba y con ella en mi poder volver a mis tierras.
Aquello que era una leyenda hoy veía plausible y aunque tenia claro que mi tío me había mandado a la misma muerte, yo hijo de un fantasma nunca fui fácil de matar, ahora volvería sobre mi escudo o con el, pero por los dioses antiguos y los nuevos esa arma mitológica llegaría a rozar mi mano como hoy lo hacia la empuñadura de esta que a mis espaldas envainaba con brío.
Dos mujeres de vida alegre se acercaron ,al verdad es que no podía decir que habíamos sido los primeros, aunque intuyo que tampoco los últimos, parecían tener las puertas del burdel recientemente abiertas y la competición con el burdel de la zona mas cercana al centro de la ciudad era voraz.
Las damas no dudaron en distraernos con sus atributos entre risas ebrias y a invitarnos a disfrutar las mieles de sus labios y de lo que igual de húmedo nos esperaba mas abajo.
Ni siquiera se porque aquello malditos ojos esmeralda se dibujaron en mi mente, unidos a una frase que empezaba a antojarseme incluso divertida metido en este ambiente.
Apure la copa de whisky dispuesto a desoír su consejo mientras miraba a mi compañero.
Hablaban de un espectáculo de baile, uno erótico del que sin duda no nos arrepentiríamos de presenciar, uno que encendería nuestros bajos fondos que sin duda y de querer en el mismo local podríamos saciar.
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Re: No cuestiones a un borracho (privado) +18
No fue la daga con la que había cortado de un solo tajo al hombre de la enorme barriga sino otra espada que llevaba colgada de la espalda. Gerrit, sin decir nada, aceptó la ofrenda. Aunque no fuera el arma que había pedido, la espada no se quedaba atrás. En cuanto la cogió con ambas manos, por la parte del hierro de encima de la empuñadura, notó el filo y el frío del acero. A poco estuvo de hacerse un corte en los dedos por haberla cogido en la parte del hierro.
-Nada mal.- Lo dijo con un susurro, como si fuera una continuación de la frase anterior con la que había felicitado, a su manera, al chaval.
Una vez, la espada estuvo a su disposición total, la cogió por la empuñadura con la mano derecha. Su tacto era más áspero que el tacto que tenía el cuchillo de madera de sándalo de Gerrit. Áspero e incómodo. Era un arma más vulgar, pesada antigua y, sobre todo, letal. ¿De dónde había sacado una espada así, de un museo? No podía comprender que hubiera todavía gente que llevase armas como esas, tan incómodas y pesadas… Sí, letales. Muy letales. Pero, ¿a qué precio? A uno muy barato, de eso no cabía la menor duda. Igual de barato como los taburetes de madera del bar.
-Solo las buenas.- Sentenció a la vez que levantaba y bajaba en pequeños movimientos la espada del chico para comprobar su peso. –Dime amigo, ¿de dónde la has sacado, de alguna excavación arqueológica?- Preguntó con una sonrisa sarcástica. - No sé de historia, pero en mi tierra he visto cuadros de viejos caballeros llevando espadas como ésta.- Dejó la espada en la barra. - Es extraño ver a alguien tan joven como tú con algo así. ¿Tus padres no te han dicho que te puedes cortar?-
Después de haber tenido la espada en sus manos, al coger la como de whisky con sabor a orina le parecía que pesaba mucho menos que al principio. Era tan liviano como una pluma. Gerrit se sorprendió con la facilidad con la que se había acostumbrado a tener una espada en las manos. Era posible que su empuñadura no estuviera hecha para ser cómoda pero nadie había dicho que las espadas tenían que ser cómodas. Eran armas de matar y, conforme había podido comprobar por el mismo, esa lo tenía que hacer muy bien. “Nada mal”. Como estuvo a punto de decir de nuevo.
Otra escena típica de los malos bares como aquel tuvo presencia. Esta vez, los borrachos quedaban en segundo plano y las putas recién llegadas en el primero. Y es que daba igual como se les llamase: Prostitutas, putas, meretrices, concubina, señoritas de compañía… Al final, todo se quedaba en lo mismo: “Coños calientes en busca de monedas frías.”
Muchos hombres, la inmensa mayoría, se quedaron hipnotizados por los escotes que lucían las mujeres a través del corsé que llevaban puestos y salieron de la tasca en busca del burdel de donde provenían las recién llegadas. Los que no se quedaron, fueron los objetivos de las chicas, una caricia en el cuello, un susurro en la oreja y un beso en la sien les era más que suficiente para convencer a cualquier hombre para que fuera con ellas y les diera todo lo que llevaban encima. Eran maestras en el arte de calentar pollas.
Dos de las chicas fueron a la barra, al lugar donde estaban el chaval y Gerrit hablando sobre la procedencia y calidad de la espada. Sigilosas como serpientes y astutas como zorras, se pusieron a la espalda de los hombres e hicieron lo propio. La chica que se encargaba de Gerrit tenía el pelo de color rojo tan vivo que parecía ser fuego. Sus ojos eran azules, sus dientes negros manchados de tabaco de mascar y sus caderas sensuales y sus pechos del tamaño que tenían que ser.
-Hola guapos.- Dijo que se quedó abrazando a Gerrit mientras se adecuaba el escote delante suya para que lo viera a su perfección. - Mi amiga y yo queremos pasar un buen rato. ¿Nos acompañáis?-
El joven estaba encantado con su chica, Gerrit se mantuvo impasible unos momentos. Antes de decir un sí o un no, iba a jugar con ella. Algo que no le gustaba de las putas es que ellas ya venían con el coño caliente. ¿Qué gracia tenían si el trabajo ya estaba hecho? Quitaban todo lo divertido.
El hechicero susurro unas palabras mágicas a la vez que miraba de frente a la chica del pelo rojo quien ya tenía una de sus piernas sobre la rodilla de Gerrit. Eso estaba bien, así se daría cuenta antes si el hechizo había tenido éxito.
No paso mucho tiempo desde que hizo el conjuro y en la misma pierna que tenía sobre las rodillas de Gerrit ya se veía correr unas gotas de algo que, obviamente, no era sudor. Y es que no es que la chica no estuviera sudando, pues lo estaba. Ella también notado que se había corrido. Se había puesto nerviosa y estaba sudando. Veía a Gerrit, no con los ojos de una puta en busca de monedas, sino con los ojos de una animal en celo. Eso estaba mejor, mucho mejor.
-¿Qué me has hecho?- Susurró nerviosa la chica a la vez que abrazaba al hechicero.
-Solo estoy jugando preciosa mía.- Contestó con una sonrisa a la vez que se terminaba la copa de alcohol. - Chaval,- llamó a su inesperado nuevo compañero. - si no tienes nada más que decir, me voy.- Cogió con un brazo a la chica del pelo rojo quien se había quedado besando el cuello del hechicero sin decir nada más.
-Nada mal.- Lo dijo con un susurro, como si fuera una continuación de la frase anterior con la que había felicitado, a su manera, al chaval.
Una vez, la espada estuvo a su disposición total, la cogió por la empuñadura con la mano derecha. Su tacto era más áspero que el tacto que tenía el cuchillo de madera de sándalo de Gerrit. Áspero e incómodo. Era un arma más vulgar, pesada antigua y, sobre todo, letal. ¿De dónde había sacado una espada así, de un museo? No podía comprender que hubiera todavía gente que llevase armas como esas, tan incómodas y pesadas… Sí, letales. Muy letales. Pero, ¿a qué precio? A uno muy barato, de eso no cabía la menor duda. Igual de barato como los taburetes de madera del bar.
-Solo las buenas.- Sentenció a la vez que levantaba y bajaba en pequeños movimientos la espada del chico para comprobar su peso. –Dime amigo, ¿de dónde la has sacado, de alguna excavación arqueológica?- Preguntó con una sonrisa sarcástica. - No sé de historia, pero en mi tierra he visto cuadros de viejos caballeros llevando espadas como ésta.- Dejó la espada en la barra. - Es extraño ver a alguien tan joven como tú con algo así. ¿Tus padres no te han dicho que te puedes cortar?-
Después de haber tenido la espada en sus manos, al coger la como de whisky con sabor a orina le parecía que pesaba mucho menos que al principio. Era tan liviano como una pluma. Gerrit se sorprendió con la facilidad con la que se había acostumbrado a tener una espada en las manos. Era posible que su empuñadura no estuviera hecha para ser cómoda pero nadie había dicho que las espadas tenían que ser cómodas. Eran armas de matar y, conforme había podido comprobar por el mismo, esa lo tenía que hacer muy bien. “Nada mal”. Como estuvo a punto de decir de nuevo.
Otra escena típica de los malos bares como aquel tuvo presencia. Esta vez, los borrachos quedaban en segundo plano y las putas recién llegadas en el primero. Y es que daba igual como se les llamase: Prostitutas, putas, meretrices, concubina, señoritas de compañía… Al final, todo se quedaba en lo mismo: “Coños calientes en busca de monedas frías.”
Muchos hombres, la inmensa mayoría, se quedaron hipnotizados por los escotes que lucían las mujeres a través del corsé que llevaban puestos y salieron de la tasca en busca del burdel de donde provenían las recién llegadas. Los que no se quedaron, fueron los objetivos de las chicas, una caricia en el cuello, un susurro en la oreja y un beso en la sien les era más que suficiente para convencer a cualquier hombre para que fuera con ellas y les diera todo lo que llevaban encima. Eran maestras en el arte de calentar pollas.
Dos de las chicas fueron a la barra, al lugar donde estaban el chaval y Gerrit hablando sobre la procedencia y calidad de la espada. Sigilosas como serpientes y astutas como zorras, se pusieron a la espalda de los hombres e hicieron lo propio. La chica que se encargaba de Gerrit tenía el pelo de color rojo tan vivo que parecía ser fuego. Sus ojos eran azules, sus dientes negros manchados de tabaco de mascar y sus caderas sensuales y sus pechos del tamaño que tenían que ser.
-Hola guapos.- Dijo que se quedó abrazando a Gerrit mientras se adecuaba el escote delante suya para que lo viera a su perfección. - Mi amiga y yo queremos pasar un buen rato. ¿Nos acompañáis?-
El joven estaba encantado con su chica, Gerrit se mantuvo impasible unos momentos. Antes de decir un sí o un no, iba a jugar con ella. Algo que no le gustaba de las putas es que ellas ya venían con el coño caliente. ¿Qué gracia tenían si el trabajo ya estaba hecho? Quitaban todo lo divertido.
El hechicero susurro unas palabras mágicas a la vez que miraba de frente a la chica del pelo rojo quien ya tenía una de sus piernas sobre la rodilla de Gerrit. Eso estaba bien, así se daría cuenta antes si el hechizo había tenido éxito.
No paso mucho tiempo desde que hizo el conjuro y en la misma pierna que tenía sobre las rodillas de Gerrit ya se veía correr unas gotas de algo que, obviamente, no era sudor. Y es que no es que la chica no estuviera sudando, pues lo estaba. Ella también notado que se había corrido. Se había puesto nerviosa y estaba sudando. Veía a Gerrit, no con los ojos de una puta en busca de monedas, sino con los ojos de una animal en celo. Eso estaba mejor, mucho mejor.
-¿Qué me has hecho?- Susurró nerviosa la chica a la vez que abrazaba al hechicero.
-Solo estoy jugando preciosa mía.- Contestó con una sonrisa a la vez que se terminaba la copa de alcohol. - Chaval,- llamó a su inesperado nuevo compañero. - si no tienes nada más que decir, me voy.- Cogió con un brazo a la chica del pelo rojo quien se había quedado besando el cuello del hechicero sin decir nada más.
- Spoiler off rol:
- Uso la habilidad de encandilamiento con la prostituta.
Última edición por Gerrit Nephgerd el Vie Oct 07, 2016 8:20 am, editado 1 vez
Re: No cuestiones a un borracho (privado) +18
La taberna parecía ir vaciándose frente a las nuevas promesas de calor para sus entrepiernas. Putas que se contoneaban mostrando sus atributos frente a los rostros ya ebrios de todos aquellos idiotas que pensaban meter sus monedas en la hucha de sus tetas. No los culpaba, a que hombre no nos gustaba tener a una mujer jadeando sobre nuestra boca mientras mojaba nuestros falos entre sus piernas.
Pronto nos toco el turno, quizás porque eramos los únicos mas enfrascados en el filo de las espadas que en el de sus bragas.
Mas dos fulanas se acercaron a nosotros, las observe por le rabillo del ojo como se hacían señas entre ellas recolocandose frente a nuestros ojos sus protuberantes razones para hacernos levantar de la silla y a poder ser no solo nuestro trasero si no algo mas.
Sonreí de medio lado cuando la morena de pelo ondulado y orbes castaños se acerco a mi, no aparentaba ser muy diestra en la conquista, posiblemente era nueva en esto de abrirse de piernas y venia ya algo entonada por el olor a whisky que la acompañaba.
Su cuerpo se pego al mio necesitada, no de mi polla si no de la bolsa que en mi cinto llevaba, y con sus manso sobre mi pecho, prometió en mi odio una noche de diversión sin fin.
Reí divertido siguiéndole el juego, enfrentando su mirada mientras esta rodeaba mi cuello con sus brazos sentándose sobre mi rodilla.
Tomo la copa que aun sobre mi mano vació dándole un profundo trago mientras reía volviendo a acercarse a mi oído para depositar allí sus labios.
Fue entonces cuando con mi mano sobre el muslo de la chica, vi a mi desconocido acompañante hacer algo extraño, algo que de sobra sabia no era natural si no mágico.
¿Quizás también era un vampiro?
Enarqué una ceja ignorando a la mujerzuela que recorría mi cuello con la lengua sin tregua.
Había tocado su piel en el momento que tomó mi bastarda y esta era tibia y no gélida
¿que era ese tipo? Tenia claro que no un hombre cualquiera y descubrirlo me acercaría mas a cumplir la misión que me traía a estas tierras.
El hombre se alzo dispuesto a con su puta acudir al burdel y aunque yo, no me había planteado hacer lo propio con la mía. No porque mis ganas de follar no existieran si no porque para hacerlo no necesitan soltar unas monedas. Ahora acababa de cambiar de opinión, el trascurso de la noche me llevaría irremediablemente a ese antro que prometía una noche cuanto menos..divertida.
Pagué la consumición dejando las monedas pedidas sobre la barra, para alzarme del taburete con la morena mas que decidida a no separarse de mi en toda la noche hasta sacarme la ultima moneda.
Su trasero rozaba sinuoso mi entrepierna, frotándose contra la dureza mi espada en alza.
-Algo me dice que estas mojada -le dije cuando desvió su mirada hacia la mía con los labios entreabiertos dejando que su aliento saliera de forma ronca contra mi boca.
Desvié mis ojos de la muchacha hasta el hombre que jugueteaba con la pelirroja.
-Aun queda mucha noche por delante, y no estoy suficientemente ebrio para retirarme de la velada, así que si no te importa, sigamos en el burdel bebiendo, ahora que la compañía calentara algo mas que nuestras gargantas.
Reí divertido dándole un azote a la fulana en el trasero antes de rodear su cintura con mi brazo siguiendo así a aquel hombre del que no me fiaba y del que pronto descubriría el secreto que encerraba.
Pronto nos toco el turno, quizás porque eramos los únicos mas enfrascados en el filo de las espadas que en el de sus bragas.
Mas dos fulanas se acercaron a nosotros, las observe por le rabillo del ojo como se hacían señas entre ellas recolocandose frente a nuestros ojos sus protuberantes razones para hacernos levantar de la silla y a poder ser no solo nuestro trasero si no algo mas.
Sonreí de medio lado cuando la morena de pelo ondulado y orbes castaños se acerco a mi, no aparentaba ser muy diestra en la conquista, posiblemente era nueva en esto de abrirse de piernas y venia ya algo entonada por el olor a whisky que la acompañaba.
Su cuerpo se pego al mio necesitada, no de mi polla si no de la bolsa que en mi cinto llevaba, y con sus manso sobre mi pecho, prometió en mi odio una noche de diversión sin fin.
Reí divertido siguiéndole el juego, enfrentando su mirada mientras esta rodeaba mi cuello con sus brazos sentándose sobre mi rodilla.
Tomo la copa que aun sobre mi mano vació dándole un profundo trago mientras reía volviendo a acercarse a mi oído para depositar allí sus labios.
Fue entonces cuando con mi mano sobre el muslo de la chica, vi a mi desconocido acompañante hacer algo extraño, algo que de sobra sabia no era natural si no mágico.
¿Quizás también era un vampiro?
Enarqué una ceja ignorando a la mujerzuela que recorría mi cuello con la lengua sin tregua.
Había tocado su piel en el momento que tomó mi bastarda y esta era tibia y no gélida
¿que era ese tipo? Tenia claro que no un hombre cualquiera y descubrirlo me acercaría mas a cumplir la misión que me traía a estas tierras.
El hombre se alzo dispuesto a con su puta acudir al burdel y aunque yo, no me había planteado hacer lo propio con la mía. No porque mis ganas de follar no existieran si no porque para hacerlo no necesitan soltar unas monedas. Ahora acababa de cambiar de opinión, el trascurso de la noche me llevaría irremediablemente a ese antro que prometía una noche cuanto menos..divertida.
Pagué la consumición dejando las monedas pedidas sobre la barra, para alzarme del taburete con la morena mas que decidida a no separarse de mi en toda la noche hasta sacarme la ultima moneda.
Su trasero rozaba sinuoso mi entrepierna, frotándose contra la dureza mi espada en alza.
-Algo me dice que estas mojada -le dije cuando desvió su mirada hacia la mía con los labios entreabiertos dejando que su aliento saliera de forma ronca contra mi boca.
Desvié mis ojos de la muchacha hasta el hombre que jugueteaba con la pelirroja.
-Aun queda mucha noche por delante, y no estoy suficientemente ebrio para retirarme de la velada, así que si no te importa, sigamos en el burdel bebiendo, ahora que la compañía calentara algo mas que nuestras gargantas.
Reí divertido dándole un azote a la fulana en el trasero antes de rodear su cintura con mi brazo siguiendo así a aquel hombre del que no me fiaba y del que pronto descubriría el secreto que encerraba.
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Re: No cuestiones a un borracho (privado) +18
Dio la espalda a la barra de la tasca y se fue caminando junto a su puta pelirroja seguro de que el otro chaval le seguiría. El camarero se quedó mirándolo unos instantes. Por un momento pareció que lo fuera a llamar para cobrarle por todo el whisky que el hechicero había bebido, más de media botella. Pero, pronto cambió de opinión. Gerrit vio en el reflejo del cristal de las ventanas la figura del delgado metre con el brazo medio levantado e inseguro de lo que estaba viendo. Para un tipo como él en un bar de mala muerte como aquel, las peleas eran algo que estaba a la orden del día. Personas como el hombre con la cabeza al revés o el barrigón, si es que se les podían llamar personas, era común verlas. Sin embargo, personas armadas con espadas afiladas, de esas que rebanaban brazos, era más extraño. Desde el primer momento que el joven sacó su primer cuchillo, el camarero, que no era ningún idiota, se quedó temblando. Con la segunda espada, la que parecía salir del museo, casi le dio un sincope. Cuando Gerrit menospreció tanto el cuchillo como la espada arqueológica, el camarero dio la espalda y se escondió en su propia barra. Hizo bien, ebrio como estaba, el hechicero era capaz de rebanarla el pescuezo al camarero si este le hubiera vuelto a servir el whisky con sabor a orina y, además, le hubiera hecho pagar por él.
El chaval sí pagó por su bebida y Gerrit no se extrañó de ello. La juventud siempre iba enlazada con la ignorancia y la estupidez. A su edad, tampoco se hubiera fijado en los nervios a flor de piel del camarero, sus dedos temblorosos ni en las gotas de sudor que recorrían su sien. A su edad, Gerrit, también se hubiera quedado embobado con la puta que tenía delante de sus narices. No culparía al chaval de algo que el mismo hubiera hecho.
Otra que no veía nada era la prostituta de los cabellos rojizos. Se sujetaba el pecho de Gerrit con una fuerza terrible, casi parecía que se estuviera dejando caer encima de su hombro. El hechicero, sujetaba a la chica por su cintura sin miedo por no tocar más abajo por muy mojada que estuviera.
-No me has dicho cómo te llamas.- Dijo en tono burlón Gerrit a su puta a la vez que seguía andando hacia fuera del bar.
-Satine.- Dijo casi en un susurro y volvió a seguir con su gama de besos hacia el cuello del hechicero.
-Me gusta ese nombre.- Gerrit sonrió. - ¿Cuánto dinero llevas, Satine?- Paró de besarle para mirar directamente a los ojos del hechicero como si no entendiese la pregunta. - No importa, cuando acabe contigo me lo darás todo.-
Gerrit sabía que Satine lo había entendido. Igual como el camarero, ella no era una idiota. Sabía perfectamente de qué estaban hablando. De sexo, claro. Pero, también de venganza. Ella había ido al bar a calentar pollas a cambio de dinero y se había encontrado con una maldición que no dejaba de chorrear por su entrepierna. Si quería una cura tendría que pagar. Y antes de curarla, Gerrit iba a jugar.
El chaval sí pagó por su bebida y Gerrit no se extrañó de ello. La juventud siempre iba enlazada con la ignorancia y la estupidez. A su edad, tampoco se hubiera fijado en los nervios a flor de piel del camarero, sus dedos temblorosos ni en las gotas de sudor que recorrían su sien. A su edad, Gerrit, también se hubiera quedado embobado con la puta que tenía delante de sus narices. No culparía al chaval de algo que el mismo hubiera hecho.
Otra que no veía nada era la prostituta de los cabellos rojizos. Se sujetaba el pecho de Gerrit con una fuerza terrible, casi parecía que se estuviera dejando caer encima de su hombro. El hechicero, sujetaba a la chica por su cintura sin miedo por no tocar más abajo por muy mojada que estuviera.
-No me has dicho cómo te llamas.- Dijo en tono burlón Gerrit a su puta a la vez que seguía andando hacia fuera del bar.
-Satine.- Dijo casi en un susurro y volvió a seguir con su gama de besos hacia el cuello del hechicero.
-Me gusta ese nombre.- Gerrit sonrió. - ¿Cuánto dinero llevas, Satine?- Paró de besarle para mirar directamente a los ojos del hechicero como si no entendiese la pregunta. - No importa, cuando acabe contigo me lo darás todo.-
Gerrit sabía que Satine lo había entendido. Igual como el camarero, ella no era una idiota. Sabía perfectamente de qué estaban hablando. De sexo, claro. Pero, también de venganza. Ella había ido al bar a calentar pollas a cambio de dinero y se había encontrado con una maldición que no dejaba de chorrear por su entrepierna. Si quería una cura tendría que pagar. Y antes de curarla, Gerrit iba a jugar.
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