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Algunas cosas no hay que dejarlas a merced del destino, por lo que pueda pasar. × Privado 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Roland F. Zarkozi Sáb Oct 01, 2016 4:06 pm

Quién sabe,
tal vez no nos amaríamos tanto si nuestras almas no se contemplaran desde tan lejos.
Quién sabe,
si el destino no nos hubiera separado tal vez no estaríamos tan cerca uno de otro.

- Nazim Hikmet






No tardaría en establecerse el otoño de forma correcta. Su piel mitad lobo comenzaba a percibir la brisa de aquella estación. Prefería el invierno, pero no podía quejarse, muchas veces no gustaba de su temperatura corporal tan elevada, le recordaba lo fuerte que era, y que la vulnerabilidad no era lo suyo, lo cual lo alejaba a ser más normal de lo deseado. ¿Acaso eso no es irónico? Quizá, pero a esas alturas, ya nada era extraño, mucho menos inusual, él era una caso tan enfermizo como el resto del mundo. Ya nada era normal, ni siquiera los humanos. ¡Nada!

¿Qué se suponía iba a hacer aquella tarde? Se encontraba más que aburrido. Era sábado por la tarde, incluso él, como soldado, se tomaba un descanso, debía darle espacio personal a los demás.

Caminó por un momento fuera de casa, se encontraba en los limites de su terreno: en el bosque. No tardó en levantar un poco de leña, sin embargo no era la suficiente, hacía falta más. Corrió hasta encontrar un hacha, y sin perder más tiempo empezó a talar un árbol. Media hora después ya tenía cuadros para quemar no sólo esa semana, sino para las siguientes tres. No podía negarlo, aquello era de las grandes ventajas de su ahora condición.

Tranquilamente regresó a casa. Llevó la leña hasta la sala principal, y acomodó los lechos  para posteriormente encender el fuego. Le gustaba ese ritual, pero quizás sería mejor y más divertido hacerlo acompañado. ¿Dónde estaría Abigail? Extrañaba mucho a su hermana, pero tomando en cuenta su situación actual, no podía estarla molestando, ella comenzaba a formar su vida.

Roland jamás se sintió tan sólo, de hecho, jamás se lo había cuestionado, se sentía bien ayudando a los demás, pero ¿quién lo iba a ayudar a él? Debía tener un plan B, pero la vida no sólo era de planes, sino también de sentires.

El joven Zarkozi había vivido sentires, no iba a negarlo, pero sí se ponía a detallarlos, en realidad todos habían sido negativos, demasiado grises. En algunos sentía añoranza, en otros sentía dolor, resentimiento, enojo, ira, incluso muchas ganas de vengarse, lo único bueno había sido Abigail, pero solo fue esporádica; demasiado breve. ¿Acaso no merecía felicidad y amor?

Probablemente si hubiese llevado una vida común y corriente; una vida cualquiera… ¡Pero no lo tuvo! Lo correcto es que ya se hubiese casado, quizá hasta tener cuatro hijos corriendo por los campos seguros de aquel lugar, pero no, era un hombre solitario en una jaula de oro, por lo que no existía demasiado que decir. Su vida no era tan exitosa en todos los sentidos.

Bebió un par de copas, algo inútil porque no le ejercía el efecto que él verdaderamente quería, de igual forma el sabor era reconfortante. ¡Ojalá pudiera emborracharse! Las tardes solitarias serían más sencillas. El chocolate caliente le sabría a amor y la podría compartir con su familia.

Algo debía cambiar en su vida, aunque no sabía como lo iba a lograr. Según Abigail, existían momentos en los que la realidad te daba grandes lecciones, pero ¿cómo ocurrirían? Estar siempre encerrado en casa lamentándose o tocando el piano de cola. Sin embargo reconocía que no sabía a donde ir.

Cuando Roland se dio por vencido, decidió que lo mejor era no contagiar a nadie más en aquella miseria personal, sin embargo, como dicen por ahí, el destino siempre nos tiene sorpresas. No imaginó lo que estaba por ocurrir, ni siquiera lo deseó, pero el sonido de la puerta lo hizo reaccionar.
Roland F. Zarkozi
Roland F. Zarkozi
Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Mensaje por Ninette Vassiljeva Sáb Oct 15, 2016 3:52 pm


Soy una suerte de hoja ocre plagada de hongos,
un papiro abandonado sobre el tope de una nevera
inservible.
—Rafael Arráiz Lucca, Cuarto.




Ten cuidado con lo que haces, Ninette. No seas demasiado impulsiva.

—Impulsiva mis calzones —murmuró, mientras ocultaba una daga en su cinturón—. Vladimir, te has ablandado, amigo mío. Ese trabajito con el susodicho Rey de Rusia te tiene mal.

Y siguió conversando con la nada; era una forma de relajarse. Recordaba cuando la hermana Katherine le decía que dialogar con uno mismo era una manera de volverse alguien más reflexivo. Y sí, claro que tenía razón. Ninette solía hablar sola, desde que era una niña lo hacía. Se lo atribuía, quizás, al hecho de haber sido siempre introvertida en exceso; le costaba entablar conversaciones fluidas con las demás personas. Ni siquiera cuando estaba en la Inquisición lo hacía, algo que admiraba el padre Henri y consideraba una virtud en la jovencita. Aunque eso a ella le tenía sin cuidado; simplemente detestaba el contacto con otras personas. Pero, ahora, luego de haberse fugado de las filas inquisitoriales, de haberse forjado una vida nueva, el contacto con otros era necesario. Había encontrado un trabajo con un traficante de información, y también, se le había solicitado en Rusia, para ayudar al zar en sus hazañas personales. No se quejaba; sin embargo, la conciencia estaba recriminándole el hecho de volver a esas andanzas. Aunque ya no servía al Santo Oficio, estaba haciendo casi lo mismo. Y no, no debía culpar a su inquietud, sino, a su mala cabeza. ¿De verdad esa era la vida que quería?

Se puso de pie y acomodó su chaleco. Lo hizo en silencio, intentando ignorar sus pensamientos. Ahora no estaba para ponerse a llorar como una chiquilla; nunca lo había hecho, su orgullo no se lo permitía. Observó por última vez la pequeña bodega en donde estaba para luego abandonarla. Aquel lugar estaba ubicado en las zonas alejadas de la ciudad. En el poco tiempo que había estado en París, ya se conocía todo de extremo a extremo. Para ella era importante familiarizarse con el terreno en donde estaba, y así no estuviera haciendo nada, en su condición era muy importante.

Salió del almacén en ruinas y se limitó a escuchar los sonidos a su alrededor; los que la perseguían estaban cerca. Sabía que no había sido buena idea trabajar con un inquisidor corrupto; pero lo disfrutó, no lo negaba. Lo único malo era haber asesinado a alguien en el momento menos adecuado. Ninette se encogió de hombros, sin importarle la muerte del sujeto, y cuando tuvo la oportunidad, se echó a correr por el bosque. A diferencia de aquellos hombres, ella era un ser sobrenatural, capaz de alcanzar mayor velocidad, ganándoles por mucha ventaja. No obstante, era tal su adrenalina, que no midió por dónde iba. Saltó troncos caídos, esquivó obstáculos y sólo se detuvo en seco cuando se vio frente a la propiedad de alguien.

Ninette maldijo su mala suerte, susurrando varios improperios en ruso. Si no buscaba la manera de ocultarse, la iban a alcanzar. Y eso no se lo iba permitir. Prácticamente se lanzó hacia la puerta principal; quiso patearla, pero no, se aseguró de comprobar si estaba abierta. Por suerte, ésta se encontraba sin el seguro puesto; pero no contó con que el ruido iba a llamar la atención de alguien más.

—Oh, bueno. ¿Qué toca para la cena? ¿Chantaje, amenaza, o quizás, otra muerte accidental? —dijo, casi susurrando—. Vas por mal camino, Vassiljeva. Te irás al infierno.

Y cuando cruzó el umbral, la persona menos indicada la recibiría. No porque la esperaba, sino, porque estaba tan sorprendido como ella.

¿Qué? ¿Una trampa?

Su corazón se aceleró en pocos segundos, haciendo que vacilara un poco al retroceder.

—Esto tiene que ser una broma...

Ninette Vassiljeva
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