Tres tiros de mala suerte (Morgan)

por **Athan Avramidis** Dom Oct 02, 2016 10:08 pm

Nunca habían dicho que ser inquisidor fuera fácil. Había miles de cosas que podían salir mal, incluso en las noches en las que una ejecución sucedía sin problemas, podían suceder giros insospechados. De esos que te acercan más a la muerte que los propios colmillos de un vampiro.

El dolor era una mordedura constante contra la piel húmeda por su propia sangre, mientras luchaba por conseguir mantenerse en pie, con el suficiente equilibrio, como para seguir caminando sin problemas y llegar a casa. Su vista se estaba nublando por el cansancio y la falta de sangre, pero se resistía a morir entre la intersección de dos calles que ni siquiera reconocía, en un país que no era el suyo.

Casi parecía una broma del destino, había conseguido matar a un vampiro. La lucha había sido encarnizada, tanto, que uno de sus compañeros había caído en combate. Eso sí, no sin antes propinarle tres disparos, que iban destinados al vampiro. Murió sin darse cuenta que había acribillado al pobre Athan y no al vampiro. No hacia falta ser un genio para entender lo cerca que había estado de morir, si no fuera porque su compañero estuviera moribundo al disparar. Los disparos habían ayudado a sorprender lo suficiente al vampiro, como para estacarlo, pero el dolor que tenía ahora, le hacía querer haber muerto en combate.

Una de las balas había entrado en su muslo derecho y salido por la parte interna del mismo, para enterrarse en una de las piernas del vampiro. La segunda, la debía tener enterrada en uno de sus hombros y la tercera, le había rozado una costilla. Abriendo la carne como un cuchillo. Así que sangraba constantemente, le dolía al caminar y sólo quería que alguien cuidase de sus heridas. ¿Qué más podía salirle mal?

por **Morgan Larsson** Jue Dic 01, 2016 7:03 pm

“Refuse to become a victim of your circumstances and give a lift to your potentials each and every day against the wish of any obstacle you encounter!”
― Israelmore Ayivor, The Great Hand Book of Quotes

Aquella noche pidió permiso para terminar antes los servicios en el burdel, la lista de clientes crecía cada vez mas, pero Milenka estaba enferma y la vecina que se ofreció a cuidarla era una señora de unos ochenta años que a penas si recordaba cual era la puerta de su hogar.

Nadie sabía en que trabajaba Morgan, —Camarera de un restaurante que esta a las afueras de la ciudad - eso les dijo a las personas que vivían como sus vecinos en aquel edificio desgastado, una vecindad cuya renta podía pagar y que si bien parecía una pocilga, donde ellas dormían, de la puerta hacia adentro, era lo que necesitaban.

Se colocó ropa menos llamativa, una falta hasta los tobillos, una blusa cuyo escote tapó con una chalina delgada de lentejuelas y un abrigo verde olivo que denotaba ya los años de uso. Caminó con la cabeza gacha dejando que su cabello cubriera parte de su rostro, siempre cambiaba la ruta de regreso a casa, el miedo hacia Gustav aún la atormentaba.

Las calles estaban solas, aquello aumentaba mas la ansiedad en la morena. Su oído se aguzaba con cualquier ruido, inclusive con aquel que hacía el viento, las ligeras risas de quienes sabía eran compañeras de oficio, los pasos de la gente que vivía de noche. Cambió de dirección, apresuró el paso, el silencio se quebró con aquel ligero grito ahogado al ver la imagen de un muerto viviente.

Pensó en salir corriendo, no faltaba mucho para llegar a casa, Milenka... apretó la mano contra su pecho y sin saber porque, se acercó a aquel hombre pasando su brazo sobre sus hombros antes de que éste pareciera desfallecer. Morgan era una mujer delgada, de cuerpo menudo, llevar casi a cuestas a un hombre que fácil duplicaba o triplicaba su peso fue toda una odisea, pero logró hacerlo.

Entró en silencio a su departamento, depositó al hombre en aquel diminuto cuarto que tenía una cama vieja, hecho un vistazo al cuarto que compartían ella y u hija, Milenka estaba dormida, se asomó a la diminuta sala de estar y despidió a su vecina quien ya se había quedado dormida. Regresó al cuarto después donde estaba aquel hombre unos cinco minutos después de estar con la pequeña y verificar que la fiebre había bajado —¿Que se supone que haré contigo? - se arrodilló junto a él y comenzó a buscar el origen de los borbotones de sangre.

por **Athan Avramidis** Vie Dic 09, 2016 6:44 pm

"Tengo miedo -Y me siento tan cansado y pequeño
que reflojo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)"

Pablo Neruda.

El dolor le hacía cerrar sus ojos, adormeciéndose en una vigilia peligrosa que lo acercaba cada vez más a una muerte prematura. Apretó los dedos con tanta fuerza sobre su cintura que sus uñas se enterraron en la carne, mordiéndola para obligarse a seguir despierto y proseguir en su camino a casa.

No fue consciente de cuando sus ojos se cerraron hasta que tuvo la calidez de otro cuerpo cerca del suyo, intentó mirar a la persona que tiraba de su cuerpo para enderezarlo, pero sólo podía concentrarse en la pesadez de su cuerpo y cómo esta conseguía borrar su dolor. Jamás creyó que algo tan sencillo como el tacto humano podría ser tan reconfortante, casi volvía a ser un niño abrazado a su madre, buscando olvidarse de los problemas. Cerró los ojos de nuevo y se rindió a aquella sensación de estar rodeado por algo: tan suave como el algodón, tan cálido como los rayos del sol, tan reconfortante como el arrullo materno.

El profundo aguijonazo del dolor lo arrastró de regreso a la conciencia, aunque el hallarse en un lugar desconocido sólo hizo que la sensación fuese mucho peor de lo que esperaba. Gimió al notar de nuevo todas las heridas y suspiró para concentrarse en algo que no fuera el pánico.

- ¿Quién.. - Hizo una mueca de dolor cuando su mano intentó agarrar la de una mujer que jamás había visto en su vida, pero su toque fue a penas un roce tembloroso dada su debilidad. - ...eres?. - Sus ojos azules mostraban la debilidad de un moribundo. Sabía que su vida estaba en menos de alguien que no le debía nada. Sólo tenía que llamar a la policía para que se lo llevaran de allí a morir en una cárcel, ya que no duraría mucho más si no trataban sus heridad. O terminar con su vida, si es que aquellas delgadas manos podían ejercer la presión suficiente algunos puntos débiles.

Nunca se había sentido tan horriblemente indefenso, quería llorar y ceder al dolor. No deseaba morir, ni tener que confiar en otra persona. Para empezar, ni siquiera deseaba que una mujer tuviera que ver la carnicería que había en su cuerpo, ni sus cicatrices. Estaba siendo ultrajado, arrancándole las pequeñas y frágiles capas de seguridad que se había obligado a construir.

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