AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mala suerte la tuya
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Mala suerte la tuya
Siempre he odiado ese pegajoso calor que asolaba los países más al sur de Europa por aquella época del año. Estaba acostumbrado a vivir rodeado de montañas, de hielo, de nieve, hasta el punto de que el verano más cálido que solía recordar fue una única vez en que la nieve se derritió en mi país natal, cuando apenas tenía ocho años, dejando ver bajo ella la densa capa de hierba que había permanecido oculta bajo su manto. Fue un espectáculo precioso y digno de ver, pero que ni de lejos me preparaba para las temperaturas que luego me fui encontrando al ir descendiendo en latitud, a medida que viajaba. Pero París ya lo llevaba a un extremo que me resultaba más que insoportable. No sabría decir si era por lo viciado del aire, por la suciedad de las calles, o si simplemente se debía a la mala circulación de aire que solía haber en pleno centro, pero el calor era tal que llegaba un punto en que los ropajes se te pegaban tanto al cuerpo que apenas sabías dónde terminaba la tela y empezaba la piel. Y si a eso le añadimos el hecho irreversible de que mi temperatura siempre es bastante más alta que la de cualquier humano, el resultado era que en más de una ocasión debía detenerme para recuperar el aliento, cosa que jamás en mi vida había tenido que hacer en otra ocasión, o mientras estaba convertido. O simplemente cuando estaba corriendo en pleno bosque, fuera de ese maldito ambiente. Era terrible. Y más cuando a cada paso que daba sentía cómo se clavaban las miradas de recelo de todos los presentes, recordándome lo mucho que desentonaba.
Lo que no sabían era que a mi no encajar en un sitio que odiaba me importaba poco menos que una mierda. De hecho, si aquella mañana había decidido salir de mi refugio, ubicado en un lugar estratégico del bosque, donde siempre daba la sombra, era por la simple razón de que me habían encomendado un trabajo con una suma tal que no pude negarme a hacerlo, a pesar de las altas temperaturas. Aquellas semanas, probablemente debido al excesivo calor, la cantidad de animales que había podido cazar en mis paseos por el bosque se había reducido drásticamente. Apenas un par de ardillas, un ciervo y un lobo herido, del que tras darle una muerte rápida y sin dolor, aproveché sus pieles para hacerme ropa para el invierno, que esperaba -por Thor, y todos los dioses- que no se demorase mucho en llegar. Porque si aquella ciudad ya de por sí despertaba lo peor de mi, en forma de una mala hostia impresionante, cuando además el calor era tan asfixiante que apenas me dejaba pensar, ni que decir queda que mi facilidad para aguantar tonterías ajenas se reducía a la nada, prácticamente. Lo que más raro se me hacía, de hecho, es que muchos no parecieran notarlo simplemente con mirarme. No era como si no me esforzara en conseguirlo.
- Que te quites de en medio, gilipollas. -Tras el primer empujón, mis manos se cerraron instintivamente en un par de puños, que hubiera dirigido a su rostro sin dudarlo ni un momento, de no haber hecho caso a mi amenaza. Más que explícita. Seguí mi camino sin prestar atención a nadie en concreto, y a la vez, estando cabreado con todo el mundo. Sólo quería regresar a mi puta cabaña, a comerme una puta ardilla guisada, y que la nieve cubriera toda la mierda que hacía que la ciudad apestase. La mala suerte hizo que mis pesquisas me llevaran precisamente al lugar en el que mayor concentración de gente había a esas horas. Y por si no fuera poco, la mezcla de olores que se alzaba lentamente en aquella masa de aire caliente sin movimiento, me dio una bofetada en toda la cara que casi me hizo tambalearme. Colonia en cantidades que no eran normales, olor a comida, a animales de alcantarilla, a maquillaje, a chocolate, a sudor... Nunca era tan consciente del odio que tenía hacia la gente hasta que me encontraba en un lugar en el que se concentraban tantas personas juntas. Y por supuesto este hecho, no hacía que la cosa mejorara, precisamente.
- Quita de en medio, joder. -Esta vez, golpeé sin mirar, y justo cuando vi tambalearse a la chica, para luego precipitarse de cara al suelo, no pude evitar soltar un exabrupto que sonó más como un gruñido que otra cosa. Menos mal que la atrapé justo cuando iba a golpearse, o probablemente toda aquella rabia contenida se hubiera convertido en culpabilidad... Bueno, no sé si tanto. Observé la tez pálida de la joven, que inconsciente, yacía entre mis brazos. Y algo se removió en mi interior.
Lo que no sabían era que a mi no encajar en un sitio que odiaba me importaba poco menos que una mierda. De hecho, si aquella mañana había decidido salir de mi refugio, ubicado en un lugar estratégico del bosque, donde siempre daba la sombra, era por la simple razón de que me habían encomendado un trabajo con una suma tal que no pude negarme a hacerlo, a pesar de las altas temperaturas. Aquellas semanas, probablemente debido al excesivo calor, la cantidad de animales que había podido cazar en mis paseos por el bosque se había reducido drásticamente. Apenas un par de ardillas, un ciervo y un lobo herido, del que tras darle una muerte rápida y sin dolor, aproveché sus pieles para hacerme ropa para el invierno, que esperaba -por Thor, y todos los dioses- que no se demorase mucho en llegar. Porque si aquella ciudad ya de por sí despertaba lo peor de mi, en forma de una mala hostia impresionante, cuando además el calor era tan asfixiante que apenas me dejaba pensar, ni que decir queda que mi facilidad para aguantar tonterías ajenas se reducía a la nada, prácticamente. Lo que más raro se me hacía, de hecho, es que muchos no parecieran notarlo simplemente con mirarme. No era como si no me esforzara en conseguirlo.
- Que te quites de en medio, gilipollas. -Tras el primer empujón, mis manos se cerraron instintivamente en un par de puños, que hubiera dirigido a su rostro sin dudarlo ni un momento, de no haber hecho caso a mi amenaza. Más que explícita. Seguí mi camino sin prestar atención a nadie en concreto, y a la vez, estando cabreado con todo el mundo. Sólo quería regresar a mi puta cabaña, a comerme una puta ardilla guisada, y que la nieve cubriera toda la mierda que hacía que la ciudad apestase. La mala suerte hizo que mis pesquisas me llevaran precisamente al lugar en el que mayor concentración de gente había a esas horas. Y por si no fuera poco, la mezcla de olores que se alzaba lentamente en aquella masa de aire caliente sin movimiento, me dio una bofetada en toda la cara que casi me hizo tambalearme. Colonia en cantidades que no eran normales, olor a comida, a animales de alcantarilla, a maquillaje, a chocolate, a sudor... Nunca era tan consciente del odio que tenía hacia la gente hasta que me encontraba en un lugar en el que se concentraban tantas personas juntas. Y por supuesto este hecho, no hacía que la cosa mejorara, precisamente.
- Quita de en medio, joder. -Esta vez, golpeé sin mirar, y justo cuando vi tambalearse a la chica, para luego precipitarse de cara al suelo, no pude evitar soltar un exabrupto que sonó más como un gruñido que otra cosa. Menos mal que la atrapé justo cuando iba a golpearse, o probablemente toda aquella rabia contenida se hubiera convertido en culpabilidad... Bueno, no sé si tanto. Observé la tez pálida de la joven, que inconsciente, yacía entre mis brazos. Y algo se removió en mi interior.
Óðinn- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 13/10/2014
Re: Mala suerte la tuya
Si tuviera escrúpulos, que se dirigieran a ella con los términos "mercenaria" o "asesina a sueldo", le resultaría una ofensa e insulto de lo más terrible. Pero, ¿acaso podía considerar que le quedaba algún tipo de reparo o resquemor? Aunque los objetivos a los que daba caza generalmente tenían motivos para merecerse la diana a sus espaldas, el hecho de que lo estaba haciendo por dinero y no por un deseo interno de librar al mundo de la maldad de los monstruos, no dejaba de estar presente. Había comenzado su camino, su labor como "vengadora" de un modo en cierto modo altruista, y aunque francamente se le había olvidado el momento justo en que comenzó a hacer encargos a cambio de una recompensa, no podía negar que ya había pasado un buen tiempo desde que lo hiciera simplemente movida por sus deseos de imponer justicia en base a su propia moralidad. Así que, en efecto, la palabra mercenaria le venía como anillo al dedo, y ya ni siquiera reaccionaba de ningún modo cuando se la escupían a la cara. ¿Para qué mentir a alguien cuya opinión no afecta a tu existencia? Como la vieran otros no era algo que le quitara el sueño, precisamente. Nunca había deseado ni intentado encajar en los cánones establecidos en su entorno. Y no es que pudiera quejarse: vivía como quería. Y su consciencia estaba perfectamente tranquila, probablemente porque de eso tampoco tenía.
La camisa de lino blanco, demasiado ancha y demasiado larga para resultar femenina, resultaba extremadamente confortable, y aunque las miradas de reojo de los transeúntes eran más de alarma que de curiosidad de la sana, era más que evidente que cuando se percataban de que sus kilométricas piernas estaban desnudas desde los muslos para abajo, la atención que algunos ojos le prestaban se volvía bastante más lasciva. La noche anterior había bebido tanta sangre que sus sentidos en aquellos momentos estaban completamente saturados. La temperatura de su cuerpo no estaba lo bastante regulada como para percibir el frío, o el calor, así que optó por la acción más simple y también la menos ortodoxa: cubrir a conciencia las partes de su cuerpo más susceptibles de ser lastimadas por error, y dejar libres aquellas a las que sin duda daba mayor y mejor uso. Ser tan alta se traducía en zancadas largas, ágiles y seguras. No deseaba limitar la libertad de movimiento de la mejor herramienta de la que disponía. El calzado era tosco, y pensado para actividades en terrenos complicados, lo que, al combinarse con el resto de su indumentaria, le daba un aspecto entre excéntrico, exótico y totalmente fuera de lugar. ¿Y acaso no era eso justamente lo que buscaba?
Su cabellera plateada ondeaba al viento, haciéndola aún más visible entre el gentío. Su rostro mantenía una perpetua media sonrisa de suficiencia. Mirar a otros por encima del hombro resulta sencillo cuando sabes acerca de realidades de las que ellos ni siquiera sospechan, y además posees la fortaleza necesaria como para enfrentarte a esos seres cuya existencia seguía siendo un misterio... Su buen humor, provocado por el festín de sangre, no duró todo lo esperado, cuando una figura opulenta, y claramente más fornida que la suya, impactó de lleno contra ella, lanzándola al suelo en una pose de lo más ridícula. Podía contar con los dedos de una mano las veces que había caído de culo, y en ninguna de esas ocasiones su oponente había salido bien parado. No le importó demasiado que el hombre hubiera tratado de ayudarla, cuando la vio caer y entrecerrar los ojos a causa del dolor y la falta de oxígeno a causa del golpe. Cuando se cabreaba, en su mente no había cabida para nada más que no fuera devolverle la jugada a quien se hubiera puesto en su camino.
Puso una mueca para zafarse de su agarre en cuando recuperó el control de su cuerpo, dirigiéndole la mejor mirada de odio que pudo ejecutar. El tipo, que antes casi había parecido mostrar arrepentimiento, adoptó de nuevo su actitud de "odio-al-mundo-y-por-eso-toco-los-cojones" al darse cuenta de que la rubia no estaba precisamente complacida por su intento de acto "heroico". En primer lugar, había sido culpa de él que se hubiera dado semejante hostia. Así que, cuando el imbécil comenzó a farfullar y culparla por algo que claramente era responsabilidad suya, no tardó ni dos segundos en levantarse de un salto y agarrarlo por el cuello de la camisa. El tipo le sacaba un par de cabezas con facilidad, pero eso no la hizo acobardarse. Al revés, la enfureció aún más. - ¿Cuál es tu puto problema, capullo? Si miraras por donde vas quizá no te irías chocando con nadie, egocéntrico de mierda. Ni que la calle fuera tuya y de tu gigantesco trasero de machito. -La delicadeza no era lo suyo, y la educación tampoco, menos aún cuando se enfrentaba a tipejos con aires de grandeza. Había degollado a presas más grandes por menos.
La camisa de lino blanco, demasiado ancha y demasiado larga para resultar femenina, resultaba extremadamente confortable, y aunque las miradas de reojo de los transeúntes eran más de alarma que de curiosidad de la sana, era más que evidente que cuando se percataban de que sus kilométricas piernas estaban desnudas desde los muslos para abajo, la atención que algunos ojos le prestaban se volvía bastante más lasciva. La noche anterior había bebido tanta sangre que sus sentidos en aquellos momentos estaban completamente saturados. La temperatura de su cuerpo no estaba lo bastante regulada como para percibir el frío, o el calor, así que optó por la acción más simple y también la menos ortodoxa: cubrir a conciencia las partes de su cuerpo más susceptibles de ser lastimadas por error, y dejar libres aquellas a las que sin duda daba mayor y mejor uso. Ser tan alta se traducía en zancadas largas, ágiles y seguras. No deseaba limitar la libertad de movimiento de la mejor herramienta de la que disponía. El calzado era tosco, y pensado para actividades en terrenos complicados, lo que, al combinarse con el resto de su indumentaria, le daba un aspecto entre excéntrico, exótico y totalmente fuera de lugar. ¿Y acaso no era eso justamente lo que buscaba?
Su cabellera plateada ondeaba al viento, haciéndola aún más visible entre el gentío. Su rostro mantenía una perpetua media sonrisa de suficiencia. Mirar a otros por encima del hombro resulta sencillo cuando sabes acerca de realidades de las que ellos ni siquiera sospechan, y además posees la fortaleza necesaria como para enfrentarte a esos seres cuya existencia seguía siendo un misterio... Su buen humor, provocado por el festín de sangre, no duró todo lo esperado, cuando una figura opulenta, y claramente más fornida que la suya, impactó de lleno contra ella, lanzándola al suelo en una pose de lo más ridícula. Podía contar con los dedos de una mano las veces que había caído de culo, y en ninguna de esas ocasiones su oponente había salido bien parado. No le importó demasiado que el hombre hubiera tratado de ayudarla, cuando la vio caer y entrecerrar los ojos a causa del dolor y la falta de oxígeno a causa del golpe. Cuando se cabreaba, en su mente no había cabida para nada más que no fuera devolverle la jugada a quien se hubiera puesto en su camino.
Puso una mueca para zafarse de su agarre en cuando recuperó el control de su cuerpo, dirigiéndole la mejor mirada de odio que pudo ejecutar. El tipo, que antes casi había parecido mostrar arrepentimiento, adoptó de nuevo su actitud de "odio-al-mundo-y-por-eso-toco-los-cojones" al darse cuenta de que la rubia no estaba precisamente complacida por su intento de acto "heroico". En primer lugar, había sido culpa de él que se hubiera dado semejante hostia. Así que, cuando el imbécil comenzó a farfullar y culparla por algo que claramente era responsabilidad suya, no tardó ni dos segundos en levantarse de un salto y agarrarlo por el cuello de la camisa. El tipo le sacaba un par de cabezas con facilidad, pero eso no la hizo acobardarse. Al revés, la enfureció aún más. - ¿Cuál es tu puto problema, capullo? Si miraras por donde vas quizá no te irías chocando con nadie, egocéntrico de mierda. Ni que la calle fuera tuya y de tu gigantesco trasero de machito. -La delicadeza no era lo suyo, y la educación tampoco, menos aún cuando se enfrentaba a tipejos con aires de grandeza. Había degollado a presas más grandes por menos.
Skulð- Esclavo de Sangre/Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/07/2018
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