Detrás de la mala suerte viene la buena —LIBRE—

por **Leela Rajari** Vie Mar 21, 2014 7:48 pm

Descalza, sobre el frío suelo de la noche, la joven Leela -que ya no era tan joven- no dejaba de correr con la intención de despistar a la molesta dama de compañía. Aquella mujer regordeta con unas lentes de más de medio centímetro y pelo apretado desde las raíces, parecía ser toda una atleta pero con unos pocos movimientos ágiles de la medio gitana pronto la chaperón quedo atrás. Tanta atención por parte de su padre la estaba volviendo loca. Se sentía realmente miserable cada vez que él le exigía que durmiese en hoteles caros, entre sabanas de seda y servida hasta a la hora de darse el baño diario. Para un rom, o en este caso una rom, poseer tales lujos era un signo de deshonra y por mucho que su familia paterna lo odiase ella era en parte rom. No había aprendido todo lo necesario de su enfermiza madre, pero si había aprendido de sus abuelos a sentirse orgullosa de lo que era. No había más que echarle un vistazo a su ropa para saber que todo en ella era una mezcla de rom e hindú. A pesar de que su piel era un poco más oscura que el de muchos roms normales y sus ojos mucho más saltones, tenía ese pelo chacoloteado e ondulado como el de todas las gitanas, una sonrisa picara por nacimiento y los típicos adornos falsos que toda gitana llevaba.

Sus pies se sintieron realmente pesados en cuanto descendió el ritmo. Con la miseria que tenían las calles de París probablemente sus talpas debían estar sangrando pero eso poco importaba. No había nada que un poco de agua caliente no pudiese hacer más tarde, porque ahora lo que necesitaba era rodearse de aquellos gitanos que tanto había echado de menos. Su vida en la India no había sido mala, de hecho fue todo lo contrario, pero no tenía toda la libertad que como rom podía ansiar. Cada vez la mujer se sentía más encerrada y más presionada por las normas sociales. No soltarse el pelo, no vestirse con saris en los eventos Europeas. Intentar parecer lo más blanca posible...

¡Las mujeres hacían autenticas locuras para estar blancas!

Tantas que Leela se hacía sentido escandalizada y por supuesto ella nunca había probado. Valoraba su libertad por pequeños detalles como esos. Su piel era como tostada y nadie podía cambiarlo. Sus pies así como varias partes de sus cuerpos tenían tatuajes gravados de la manera más dura posible, su pelo era rebelde y por ello lo adoraba llevar suelto, y por encima de todo, aquellos molestos corsés no eran una moda muy frecuente entre los gitanos. Estando con gitanos no tenia que fingir. No tenía que hacer nada que su corazón no quisiese y lo primero que quería su corazón en ese instante era cobijarse en una carpa y no volver a salir de ahí. Después tantos minutos de pensamiento y de andar lento por fin había llegado al lugar deseado. El área gitana se veía desde su perspectiva muy viva pero no se podía presentar ante los roms con los pies, las manos y probablemente el rostro lleno de polvo. Su vestimenta, ese sari de tonalidades rojas, era más o menos adecuado pero algo lejos de que las gitanas se lo pusiesen. Se quedo observando desde la lejanías hasta que una pequeña muchacha persiguiendo a lo que parecía un conejo se acerco a ella. Se paro en seco en cuanto vislumbro su figura y después de repasarla unas cuantas veces con la mirada sentenció con voz aguda un "No eres gitana". Ante esas palabras una mueca de disgusto apareció en la casa de Leela pero después enseguida recuperó su sonrisa y negó —Lo soy bhen, soy medio gitana— se callo un breve segundo y después de repasar la reacción de la pequeña muchacha señalo con voz calmada —¿Que tal si vas corriendo y me traes un cuenco con agua? Quiero tratar mis pies maltratados y quitarme el polvo de encima antes de acercarme. A cambio te prometo que este pequeño saco de joyas se va a quedar olvidado por aquí en alguna parte— murmuró la bruja sacando el saquito pequeño de entre los pliegues de su falda. La mayoría de las joyas eran falsas pero había unas cuantas que eran verdaderas. A veces para sobornar a las personas venían bien incentivos y por ello una siempre debía llevarlos encima aunque no fuesen del todo verdaderos. Cuando la pequeña niña se marcho a por agua, Leela empezó a jugar con el saquito entre sus manos, mientras que cuantos más minutos pasaban más se impacientaba.

por **Lucién Magné** Dom Mar 23, 2014 1:57 pm

La necesidad de cambiar el tipo de ambiente me llevó a las afueras de la ciudad, cerca de uno de esos campamentos gitanos donde juegan con cuerdas y pelotas, luego de pasar unas horas rondando en la oscuridad, ocultándome tras los arboles y disfrutando de la agilidad que la inmortalidad me proporciona (casi nunca lo hago, la constante presencia de nobles y damas no me lo permite) me percate de una presencia distinta entre el alboroto de los gitanos, una señorita de tez medianamente tostada se acerco al campamento descalza, aunque con un bello vestido, eso y la reacción de uno de los infantes de la tribu al verla me dio a saber que la joven no pertenecía al clan, al parecer le ofreció una bolsa a la niña a cambio de algo, sabrá ella que cosa, y tomó asiento dejando ver sus magullados pies, una sola gota de sangre fue suficiente para que mi piel se erizara como hacía bastante tiempo no lo hacía; de golpe lleve ambas manos a mi cara, ya había comido hoy y seguir haciéndolo no me convendría, pero la belleza de la dama me impidió cohibirme de acercarme a ella lentamente sin quitarle la mirada de sus ojos, con pasos lentos me vi delante de ella, casi inconscientemente asentí con la cabeza y al tiempo la salude de manera educada, dado que no tiene pinta de ser una cortesana cualquiera.

-Muy buenas noches señorita, ¿como está usted?-

A la espera de una respuesta, los gitanos aún no se percataban de la presencia de estas dos personas, a excepción de la niña anteriormente mencionada

por **Leela Rajari** Mar Mar 25, 2014 1:11 pm

El deseo loco de caminar entre esos gitanos como igual, aunque fuese por unas pocas horas, había ocasionado que Leela descuidase todo lo que la rodeaba. Solo se dio cuenta de la presencia del bello muchacho cuando este, vestido con ropajes caros y portando los modales de un noble, le hablo. Su voz sedosa habría embrujado a la bruja de no haber sido por el color pálido teñido a veces con motas de rojo intenso de su aura. Supo al instante con que criatura trataba, y se dio cuenta que mientras más tiempo permaneciese cerca de él teniendo las talpas de los pies ensangrentadas más caro le iba a costar. Los vampiros eran reconocidos por ser bestias sedientas constantemente de sangre, pero no podía evitar preguntarse hasta que punto sería eso totalmente cierto. La medio gitana paro de jugar con el saquito entre sus manos mientras analizaba las palabras del hombre en un ensordecedor silencio. Fue colocando las joyas para la muchacha en uno de los troncos de los arboles cortados y luego le presto toda la atención a su invitado inesperado.

—Buenas noches encantador caballero— no contesto a su pregunta deliberadamente. Simplemente se acerco dos pasos lista para usar su barrera si al hombre se le ocurría echarse encima de ella para beber su sangre. Al fin y al cabo le tenía mucho aprecio a ese liquido rojo que recorría sus venas y le permitía vivir medianamente bien —¿Que hace una persona como usted en lugares como estos? Es peligroso para un hombre con ropa tan cara estar cerca de los gitanos. A esta gente se la conoce hasta por robar los mocasines de los pies de uno si es necesario— era curioso que la misma Leela dijese eso dado el grado de calidad de su ropa. Aunque su vestimenta de ese día no era la convencional si se podía notar que el sari estaba hecho a mano y era de buena calidad. Lo bordado con el hilo de oro brillaba bajo la intensa mirada de la luna y por lo tanto ante la mirada de aquel vampiro con las aletas de la nariz ligeramente dilatadas —Le aconsejaría que se marchara pero me da la ligera sensación de que no lo hará aunque se lo pida ¿Estoy en lo correcto?— Si por algo se le podía definir a Leela era por ser sincera y tener poco tacto. No necesitaba dar muchos rodeos como las damas de clase alta para llegar al mismo punto cuando lo podía soltar desde el principio. Si algo le rondaba la cabeza lo decía simplemente a pesar de que eso en el pasado había herido la sensibilidad de más de un hombre.

por **Lucién Magné** Jue Mar 27, 2014 8:14 pm

Curiosamente, la mujer no se espantó con mi presencia tan fantasmal y pálida, y por el contrario respondió educada mente mi pregunta; aunque se le notó rápidamente como su pupila se dilataba, quizás por miedo a verme tan tarde por aquí, quizás por otra cosa, y ahora lo que debería hacer sería ganarme su confianza, quizás con suerte pueda llevarme un beso suyo hoy, y es que la soledad me atormenta durmiendo solo en mi amplio castillo.

-No se si es mas peligroso que yo esté por aquí siendo un hombre con educación marcial, o que usted tan bella y delicada se encuentre en un lugar tan evitado por las señoritas de alta alcurnia, y déjeme decirle que por su forma de vestir me doy cuenta de que no es una mujer cualquiera, es usted hija de un noble, ¿me equivoco?-

Desplegué una sonrisa y le indiqué con mi mano derecha que tomara asiento, y que si así lo hacía yo iba a seguirla. No dudé ni un segundo que esta mujer sería una buena compañía si la tentación no me obligaba a asesinarla, y a pesar de tener la certeza de que no lo haría esta noche, ya tenía un un plan para que cada vez que la viera de hoy en adelante, su caliente sangre no me provocara tan notablemente.

-Mi nombre es Lucién, soy el barón de la corte del rey, aunque por estos lugares mi titulo no me serviría de mucho, y a juzgar por su presencia aquí, a usted tampoco le debe importar demasiado.-

-De ser necesario, utilizaré la ancestral tecnica de seducción de la que disfruto como poder, pero no dejaré que esta hermosa joven se vaya sin una razón suficiente..

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