Sojourn Ghost | Privado

Quizás ya ha pasado suficiente tiempo desde el momento en el que logré escapar del letargo en el cual me sumergí hace siglos. Algunos considerarán aberrante, y hasta paradójica, la idea de pensar en si un espectro es capaz de hundirse en largos períodos de somnolencia; es comprensible, tendrán que hallarse muertos para poder comprender mejor cómo funcionan las cosas en este universo. Ni siquiera aquellos, quienes están en pleno contacto con los espíritus, son capaces de encontrar respuestas fiables; y no, no es porque estén mal sus habilidades, es porque, muchos condenados a abandonar la vida, no tienen conciencia de su nueva naturaleza. Es más, ni los vivos son completamente conscientes de lo que son. No tienen la más remota razón de porque están vivos; continúan en ascuas de la ignorancia. Es más, me atrevo a decir, con honestidad absoluta, que yo también estuve de ese modo alguna vez. Y no, no me avergüenza reconocerlo.

Cuando escapé del fondo de la laguna, atraído por fuerzas irreconocibles para mí, quise permanecer en el bosque. Tal vez continuaba atado a mi antigua vida humana, o simplemente, lo hice para hallar un poco más de sentido a este lugar; la verdad era una: Estaba terriblemente confundido. Todo había transcurrido muy rápido.

Mi divagar por el bosque, rodeado de la siempre gentil naturaleza, estuvo lleno de encuentros curiosos. ¿Qué si logré hallar a Morrigan? Sí, lo hice. Por lo que, en este preciso momento, ya no estoy paseándome entre los edificios de la ciudad por la necesidad de encontrarla, sino, por algo más. Hace poco, reviví, en mi conciencia espectral, el rostro amargado de la jovencita que hallé en el bosque; algo, una fuerza superior a mi propia conciencia, me guió hasta ella. Fue el primer encuentro con un mortal después de tantos siglos. Supe, en ese instante, que mi labor no había culminado; había escapado de las aguas arcanas por una razón. Y sí, hasta los muertos tenemos propósitos que cumplir. Nuestra existencia etérea no es siempre la de un ser errante entre mundos.

Era muy tarde, la noche ya había dado paso a las altas horas de la madrugada; aún no alcanzaba el alba, para eso faltaban varias horas. ¿Cómo lo sabía? Porque las estrellas así me lo decían. Cuando estaba vivo, y desde mi niñez, aprendí a leer los astros. Sus posiciones me daban las horas, fechas, y hasta ubicaciones exactas. No necesitaba de los múltiples inventos de este siglo para poder guiar mi posición. Nuestro aprendizaje era más riguroso, y debo decir, que mucho mejor. Pero dejando a un lado las cavilaciones, y centrándome en lo verdaderamente importante, cuento con poco tiempo para hallar al motivo de mi aparición en este lugar. Lo que supongo ha de ser una plaza –así escuché que le llamaban–, se extiende ante mi mirada ausente. Estoy seguro de que ella hará aparición pronto; me bastaba con hacer un seguimiento de sus movimientos. Continuaba con la misma mente turbia de cuando la conocí, y eso, por más que sonara extraño, me preocupaba. Nunca me ha agradado dejar a las personas de ese modo; me acostumbré a cooperar, como mejor podía. Esta vez no iba a hacer excepción alguna.

Me acerqué a una pequeña fuente, un poco retirada de la gran plaza. El sonido del agua cayendo con elegancia y monotonía me hizo recordar muchísimas cosas; eventos del pasado iban y venían, pero antes de poder adentrarme más en esos recovecos de antaño, vislumbré a quien buscaba. No me contuve y me acerqué a ella, siguiendo sus pasos, hasta que no pude aguantar el deseo de hacerle saber que yo había regresado.

—Veo que sigue igual de confundida. No se preocupe, esta vez no hay bestias al acecho, señorita.