A Little Cup Of Tea -Odalyn-

Mi hermano odiaba a aquella mujer. No sabía muy bien por qué, pero sí que sabía algo más; si Damon tenía recelos de aquella mujer que le había acogido durante semanas, su beta Arely la odiaba con todo su corazón e, incluso me atrevería a decir que la temía de un modo u otro. Mis dedos acariciaban aquel delicado y, a la vez, regio papel que descansaba sobre mi regazo.

Había llegado un par de días atrás, Madame Agnès de Charny me invitaba a tomar el té en su mansión para interesarse por mi estado de salud y para no perder la relación con la hermana de uno de sus inestimables amigos. Dudaba que realmente fueran amigos, dudaba incluso que le interesara realmente mi estado de salud, pero sabría reconducir la situación y ponerla, finalmente de mi lado. Si algo había aprendido en los años anteriores en los que la política y las luchas eran mi día a día, era que el enemigo de uno de tus enemigos podía resultar el más fiel y poderoso de tus aliados y Agnès y yo compartíamos un enemigo: Arely.

No podría olvidar jamás esos aires de grandeza con los que nos miraba a Reidar y a mi cada vez que nos veíamos con Damon, ese gesto de desprecio cada vez que el hombre al que ella amaba me prodigaba un gesto de cariño. Ella esperaba y deseaba que Damon nos diera la espalda nada más contarle nuestra situación, nada más Reidar le pidiera ayuda. Pero había sido todo lo contrario, Damon nos estaba ayudando, estaba dispuesto incluso a luchar codo con codo con nosotros para salvar nuestra manada, la manada de su padre.

Así pues acudiría a aquella cita con la bruja francesa y, quien sabía, quizá hasta ambas saliéramos beneficiadas de aquella peculiar reunión. Un vestido discreto y modesto no serviría para aquella ocasión, debía ser algo ostentosos, que llamara su atención pero que al mismo tiempo me hiciera parecer poderosa ante sus ojos y no la hermana pequeña que se esconde tras los lobos mayores. Me probé uno, dos y hasta tres vestidos hasta dar con el apropiado, coloqué el sobrero con aquel pequeño velo que cubría parte de mi rostro y me dirigí a mi curioso destino.

Parecía que aquella mujer y yo teníamos más cosas en común de las que ambas podíamos haber imaginado. Ambas parecíamos delicadas y frágiles en apariencia y por ello tratábamos de reforzar nuestra imagen. Yo con un vestido imponente de seda blanca y negra, ella con una mansión rodeada de lujos, jardines y fuentes que evidenciaban su nivel socioeconómico y que, por tanto, no era muy inteligente llevarse mal con aquella mujer.

-Mademoiselle- dijo una de las doncellas sacándome de mi ensimismamiento –Madame de Charny tardará unos cinco minutos, puede esperarla sentada en aquella otomana si lo desea-

-Merci- dije con una cálida sonrisa mientras le tendía mis guantes y mi sombrero. Así que me tocaba esperar y aprender una valiosa lección: su tiempo era más valioso que el mío. Sonreí de medio lado, esperaba que pronto el tiempo de ambas fuera igual de valioso.

No tardó en llegar y yo, no tardé en levantarme para alisar los pliegues de mi vestido y dedicarle una pequeña reverencia. -Merci Agnès... ¿Me permitís que os llame por vuestro nombre no querida? Intuyo que vos y yo podemos llegar a ser grandes amigas-


Una traviesa sonrisa se dibujó en la comisura de mis labios, una sonrisa que no auguraba nada bueno y, en los labios ajenos pronto ocurrió lo mismo como si aquella mujer fuera capaz de adivinar mis más oscuras intenciones.

Parecía que aquello iba justo como yo deseaba. Había aceptado que la llamara por su nombre y has estaba siendo cortés conmigo. Quizá el desdén que Damon decía que aquella bruja sentía por él y Arely no era más que una invención o una malinterpretación de mi hermano. Los Landvik eran conocidos por ser grandes estrategas pero, en cuanto a sentimientos y temas relacionados con mujeres, eran también conocidos por sus meteduras de pata y por no tener ni idea de cómo actuar adecuadamente con ellas.

Quizá lo que Damon había interpretado como desdén hacia él y Arely era simple frialdad y desconfianza al no conocerles en demasía. No podían pretender que alguien que apenas los conocía los acogiera en su casa con los brazos abiertos. Si ese era el caso, Agnès me era del todo inútil, inservible. Necesitaba a alguien que detestara a Arely casi tanto como yo, alguien que la conociera o que fuera capaz de propoorcionarme los oscuros secretos que me harían abrirle los ojos a Damon y demostrarle así que su beta ni era digna de confianza, ni era alguien que mereciera la pena para estar en su manada, liderándola con él.

Era más que obvio que ella le amaba o, simplemente, perseguía estar con él y, mi único objetivo, era impedir que esto ocurriera. Bastante influencia ejercía ella sobre mi hermano como para que encima tuviera tanto control sobre la manada y, además, ella no estaba a la altura de mi hermano, de lo que se esperaba de la futura esposa de un alfa. No contaba con una dote o un ejército con el que reforzar a la manada y, simplemente, no podía acabar con él.

Acepté gustosa aquel delicioso té, sin duda alguna importado de Inglaterra o de la misma India o China. Algo caliente corriendo por mi garganta era cuanto necesitaba para calmarme y pensar con mayor frialdad mi siguiente movimiento en caso de que todos los anteriores hubieran sido erróneos. Mis labios se acercaron a aquella porcelana para paladear aquel manjar hecho bebido y, cuando iba a tragarlo, las palabras de aquella bruja hicieron que éste se fuera por otro lado, atragantándome y haciéndome toser ante su divertida sonrisa.

¿Arely embarazada de Damon? No, aquello no podía estar pasando. No podía permitir que la sangre de esa loba se mezclara con la nuestra, no podía permitir que ella me mirara una sola vez más por encima del hombro cuando, en realidad, no me llegaba ni a la suela de mis botas más embarradas. No podía permitirlo y de hecho, no iba a hacerlo. Mis dedos se apretaron de manera inconsciente sobre aquella delicada taza y, mis ojos, se volvieron del color del oro fundido, fruto de la rabia que sentía en aquel momento. La rabia fluía por mis dedos, haciendo que cada vez apretara más y más la taza entre ellos y mi mandíbula hiciera lo propio con mis dientes. Apreté, apreté tanto que, sin se consciente de ello, esa delicada pieza acabó rota entre mis dedos, manchando mi vestido de té y mis manos de sangre.

-Disculpad el estropicio- dije cogiendo los pedazos de porcelana ante su sonrisa y su atenta mirada. Respiré profundamente, debía controlarme, mostrarle a aquella bruja que no podría alterar mis ánimos tan fácilmente. Con cuidado, deposité los pedazos de porcelana sobre la bandeja que se encontraba en la mesa de cristal. Con una servilleta, envolví cuidadosamente mi mano para que así, la sangre no echara a perder aquel precioso y, solo entonces, elevé mi mirada hasta encontrarme con la suya. -Creo que el jugar a las casitas está de más ya- La había subestimado, aquella mujer de apariencia frágil era el puro demonio pero yo, si me lo proponía no me quedaba atrás.

-Damon tenía razón, sois una bruja despiadada y sin corazón. Espero que tampoco se equivocara al decirme que no le teníais aprecio y que odiabais a Arely- Ahora la sonrisa frívola y cruel se dibujó entre mis labios –Porque una bruja cruel y despiadada es justo lo que necesito para quitarme de en medio a esa loba con aires de grandeza- Apenas un pequeño cambio se hizo perceptible en las facciones de su rostro, como si no esperara que yo también podía tener una parte fría y calculadora. Adoraba a Reidar, apreciaba a Damon y quería lo mejor para ambos y, Arely, estaba muy lejos de ser lo mejor -Así que, ¿qué me decís Agnès? ¿Nos dejamos de tonterías e insinuaciones y hablamos de lo que de verdad nos importa a ambas? -