Otro día mas, es un día menos (+18)

Otro día mas de mi no vida, persiguiendo el rastro de un fantasma, trazando así en mi mente la venganza definitiva.
Solo eso me mantenía en pie, en esta misera no vida, dar alcance y muerte a esa mujer que ni padecía ni sentía.
Esa que hace ya varios siglos convirtió a mi ejercito, el de los Unos en sus lacayos, nos utilizo a voluntad y nos destruyó cuando ya no le resultábamos de ninguna utilidad.
Black, maldigo su apellido, su nombre y su descendencia.
Mas algo tenia claro, mi mandoble arrancaría esa preciosa cabeza de sus hombros y al poseerla colgaría esta de una pica para que sus hermanos vinieran por ella.
Acabaría con su linaje, con sus ancestros y si era necesario con la misma parca con al que iba de la manos.
Isthar era su nombre y odio, lo que yo le procesaba desde el principio de mis tiempos.

Entré en París cuando la noche se adueño del día, una ciudad a la que odiaba, no solo por su pomposidad y por el modo de vestir de sus gentes si no por le bullicio que representaba.
Acostumbrado a ser una alma errante aquel lugar se me antojaba demasiado pernicioso, una celda de oro en la que pensaba quedarme el menos tiempo posible, mas que el rastro de esa mujer me orillaba a quedarme mas de lo que me hubiera agradado.

Busqué una pensión algún lugar donde dar descanso a mi cuerpo, sin peligro de que al salir el sol me convirtiera en cenizas y ardiera como un desgraciado.
No me costo demasiado, pues las gentes del lugar parecían dispuestas a ayudar.
Aunque también es verdad que los ojos fijados en mi atuendo no dejaban dudas de que pocos de mi condición debían de pasear por cada rincón, de aquel lugar iluminado por farolas, y transitado por gentes demasiado encorsetadas en mi opinión.

Tras hacer la reserva y los registros, tome mi caballo bayo en busca de la taberna mas cercana. Estaba sediento de vitae, de alcohol y de mucho mas, que mejor lugar para poder empezar.
Me adentré en una taberna que apestaba a sudor, a cerveza negra y a mugre. Un lugar en el que sin duda me sentía como en casa. Sonrisa de medio lado cuando tome asiento en la barra pidiendo una gran jarra de esa cerveza que decían era legendaria en ese tugurio de mala muerte.

Aquella noche mi padre había decidido que lo mejor era que marchase a mi habitación a descansar después de la cena, pues según él, no habían negocios que tratar con el resto de empresarios que le acompañaban, razón por la cual yo me encontraba en París acompañándolo.  Bien sabía que mi presencia le incomodaba cuando de otros menesteres se trataba, pues los viajes de negocios no solo se centraban en éstos, y que después de compartir mesa con el resto de hombres, éstos se irían a un lugar menos apropiado para una dama, al menos no era el apropiado si no trabajabas allí.

Poco me importaba tener que estar sola el resto de la noche, al fin y al cabo teníamos habitaciones separadas aunque contiguas. De hecho, necesitaba un poco de espacio para llevar a cabo aquello por lo que había viajado a París, pues no solo los negocios de mi padre eran la razón de mi viaje, sino que quería averiguar que había de  verdad sobre todas esas leyendas de inmortales y licántropos que a modo de libro o de historias contadas habían llegado hasta mí. Aquella noche sería perfecta para empezar mi búsqueda, pues mi padre no llegaría hasta tarde, y adivinando el estado en el que volvería, tampoco creía que se aventurase a ver si yo dormía antes de retirarse a su cámara.

Esperé a que mi padre se despidiese de mí en el hall del hotel, creyéndome a salvo de los peligros de la noche. Solo tenía que subir las escaleras hasta mi habitación, y él podría disfrutar de una noche de desenfreno. Le di un beso en la mejilla acompañado de un “buenas noches”, subiendo despacio las escaleras que llevaban a la planta superior. Cuando comprobé al llegar al primer rellano que mi padre ya no estaba, di media vuelta, bajando de nuevo las escaleras con una seguridad en mí misma que no conocía. Y tomando una profunda bocanada de aire, me  aventuré hasta la calle donde sin duda, tendría que ser precavida y andar con cuidado.

La fría noche comenzaba a calar mis huesos, y sin saber muy bien porque, acabé entrando en una taberna un tanto descuidada y en la que temía poder contraer alguna enfermedad por la falta de limpieza de ésta, más ¿Dónde mejor lugar para encontrar información sobre estos seres del folklore clásico que en una taberna?

Me acerqué hasta la barra  acomodándome en un pequeño taburete, no sin antes pasarle un pañuelo para limpiarlo. Fijé mi vista en el posadero que no tardó en atenderme, y tras pedir una copa de vino tinto, me dediqué a observar el resto de clientela tan variopinta del lugar, donde sin duda se llevaba la palma el hombre sentado frente a la barra a unos metros de donde yo me encontraba. Un hombre apuesto que me pilló mirándolo entretenida, y tras una sonrisa tímida y sintiendo el rubor que subía por mis mejillas, giré de nuevo mi cuerpo para tomar la copa de vino recién servida; reprochándome que si quería pasar desapercibida en la noche, debería que menos que ser más discreta en mis observaciones.

Mi cena acababa de llegar, una niña de cabellos dorados, que limpiaba con un pañuelo el taburete de aquella cochambrosa taberna. ¿Se podía ser mas absurda?
Sin duda si, pidió un vino, creo que al posadero casi le da un ataque de risa, y si no tubo que desempolvar una poco le falto.
Allí todos bebíamos otro tipo de bebidas, unas mucho menos femeninas.
Podía ver los ojos de la dama pasearse por todos y cada uno de los presentes ¿estaría también de caza? Su aura era la de una simple mortal, sin duda había elegido el peor lugar para entrar.

Alcé la jarra en su dirección cuando la dama hundió sus ojos en mi mirada, y sin darle tiempo a reaccionar me puse en pie acortando las distancias.
-Buenas noches madam ¿puedo? -pregunté indicando el taburete que había cerca de ella.
No espere respuesta alguna, ¿para que? Si a fin de cuentas iba a hacer lo que me viniera en gana.

Un nuevo sorbo de mi jarra y mis ojos hundidos en los ajenos, olía bien, me gustaba saborear la comida, jugar con ella y algo me decía que con esta me iba a divertir.
-y bien madam, le haré la pregunta mas absurda pero con mas sentido en este caso ¿que hace alguien como vos en un lugar como este?

Aquella joven de refinados modales no sabia aun que se había metido en la boca del lobo, mejor dicho de una bestia nocturna que se alimentaba de sangre y que hoy especialmente se sentía sediento.
-¿sois de París?
Tampoco es que la respuesta me importara demasiado, para devorarla en el callejón de atrás y dejar su cuerpo abandonado no necesitaba saber ni su nombre, claro que engatusarla para llegar a ese callejón, llamaría menos la atención que arrastrarla de los pelos.
Cosa que tampoco descartaba.

-Mi nombre es Ellak ¿y vos sois?
Otra pregunta que no necesitaba conocer para saborear su sangre, hasta saciarme después.
Lo que no sabia es si antes de alimentarme tomarla, de eso también tenia ganas.
Bueno, la noche es larga, aun tenia tiempo de decidir los detalles sin importancia.

Aquel hombre que me había pillado infraganti mirándolo segundos antes,  se acercó sin más dilación hasta donde yo me encontraba, tomando asiento en un taburete cercano, sin entender muy bien el por qué me pedía permiso para luego hacer lo que quería sin esperar mi respuesta . Sus modales eran los propios de un hombre de las cavernas, y aunque pudiese resultar excitante que un hombre mostrase cierta rudeza en sus actos, ese hombre rebasaba el límite de lo racionalmente correcto.

-Buenas noches, caballero.- contesté observando como bebía de su jarra al tiempo que me observaba por encima del vidrio que la formaba. Desde luego tenía unos ojos cautivadores y letales, demasiado letales para que no fuesen una señal de que debía ser cauta. Más como eso de mantener la compostura y comportarme como la señorita que era no iba conmigo, opté por mostrarle mis encantos, donde mi lengua viperina lo espantaría de mi lado y podría disfrutar de esa copa de vino tranquilamente- Por supuesto que puede sentarse, faltaría más. De hecho estaba pensando en  ofrecerle el asiento desde que lo he visto al fondo de la barra.

Enarcó una ceja confundido porque le contestase después de ya haber tomado asiento. Esperé unos segundos a que pillase el sarcasmo de mi comentario y que sirviese como razón de más para marcharse, pero al parecer aquel hombre parecía tener más paciencia que el resto de hombres que trataban de cortejarme sin éxito. O tal vez no fuese muy audaz, y estaba todavía pensando que había querido decir con mi respuesta.
Escuché con una sonrisa camuflada tras mi copa de vino ese tópico comentario sobre la razón de mi encuentro en esa taberna que desde luego desentonaba con mi atuendo. Más, ¿se podía ser más simple en la forma de darle conversación a una dama? Traté de esforzarme en buscar una respuesta adaptada a su nivel intelectual, depositando mientras tanto la copa de nuevo en la barra.

-Desde luego que esta taberna de mala muerte no es un local con el que me sienta identificada, a diferencia de vos, que parecéis mimetizaros con el ambiente.- contesté sin pensar en demasía mis palabras, mordiéndome el labio inferior por unos comentarios que desde luego serían reprochados por mi padre.- Tras llevar un largo rato paseando comenzaba a tener frío, y este fue el primer lugar que encontré abierto. Pero en cuanto me termine esta copa volveré al hotel en donde me alojo con mi padre.  No me gustaría correr el riesgo de que algún descocido me asalte en esta taberna.

Seguí bebiendo de mi copa, satisfecha por mis respuestas, aunque como bien decía mi progenitor, con esas formas jamás conseguiría un marido. Más  viendo que el caballero seguía esforzándose por entablar una cortés conversación, me animé a mí misma a esta vez contestarle sin ser demasiada bordería por mi parte; cuan de aburridas se tornaban entonces las conversaciones.

-Mi nombre es Iraia, Iraia Paskov, y como deducirá al haberle dicho que me alojo en un hotel, no soy de París.- apunté alargando mi mano a modo de saludo, aunque dudaba que aquel salvaje conociese cual era el protocolo a seguir cuando una dama le tendía su mano.- Y ahora Señor Ellak que ya conoce de  mí todo lo necesario para poder dormir tranquilo ésta noche, ¿qué puede contarme de vos? Por su acento deduciría que no es de aquí, ¿me equivoco? ¿A qué se dedica? Si no es un despropósito por mi parte realizarle esas preguntas, por supuesto.


Menos mal que me había propuesto contestarle de forma calmada y sin pullas, más era mil veces más divertido provocar a los hombres y que se marchasen ofuscados tachándome de intratable. Tomé de nuevo mi copa y observé con atención cada facción de ese hombre que desde luego era abrumadoramente atractivo. Tal vez con una ducha y un traje pareciese hasta una persona.

La dama dijo una obviedad, de sobra sabia por como sus ojos me miraban que estaba deseando ofrecerme ese asiento, es mas, posiblemente estaba deseando regalarme mucho mas.
Enarqué una ceja divertido, quizás ella pensaba que era distinta al resto de mujeres. Mas si algo había aprendido en todos estos siglos era, que daba igual época o condición todas gemían del mismo modo y decían cosas que no pensaban, hacían cosas que no querían y al final siempre creían tener la razón.
Había hombres que trataban de entenderlas, pobres necios ignorantes. Un mujer es un enigma imposible de descifrar, el mal mora en su cuerpo, la razón las abandona en su nacimiento y a cambio les otorgan la capacidad de joder a hombres, de derrumbar ejércitos y de enloquecernos con eso que les han regalado los dioses entre las piernas y por lo que se han destruido imperios.

Bien tras mi larga exposición sobre la perfección de la mujer seguía escuchando sus sandeces, esas que escapaban de sus labios como si no hubiera otro modo de entablar una conversación. Claro, es que yo no quería conversar.
Pero por los dioses, esa mujer no se callaba, me contó en cuestión del tiempo en el que apuré su jarra su vida en obras y milagros.
Sabia donde se alojaba, que compartía habitación con su padre y si la dejo seguir hablando me cuenta hasta que era virgen y que deseaba dejar de serlo para desposarse y tenes pequeños parlanchines como ella.

Llego la pregunta del millón ¿quien era yo?
-Soy el desconocido que te asalta a la salida de la taberna. Ese que ahora conoce tu nombre, donde te alojas y quien es tu padre, ese que parece saber demasiado de ti sin abrir tan siquiera la boca. Sois demasiado ingenua pequeña.

Una risa contra el vidrio de mi jarra y de nuevo mis ojos hundidos en los ajenos.
-Tranquila, me gusta jugar con las presas antes de darles caza ¿queréis jugar conmigo o ya estáis demasiado asustada?
Recorrí con mis ojos su perfecta figura.
-Lo he decidido, primero os tomaré y después os devorare, o puede que intercambie el orden.
Podía sentir el palpitar incesante de su corazón, ese que me mostraba que mis palabras la estaba asustando y con razón.
-Solo bromeaba madam.

La verdad es que no, no bromeaba en nada de lo dicho, mas que gritara para pedir auxilio complicaría ligeramente las cosas y para comer odiaba los contratiempos.
Sonrisa ladina en mi rostro observándola.
-No soy de París, acabo de llegar como bien habéis deducido y también me alojo en vuestro hotel. Quizás la ultima copa podamos tomarla en mi habitación ¿no creéis?

Lo dicho, que aquel hombre no parecía gozar del entendimiento normal en un ser humano. A pesar de sus parcas palabras cuyo propósito parecía infundarme algún tipo de inseguridad, poco o nada bueno decía sobre su inteligencia. Eso, o que no me escuchaba con atención cuando le hablaba, lo cual me ponía de muy mal humor.

-Permítame mi señor que le corrija al decir que mi preocupación  era que me asaltasen dentro de la taberna, no en el exterior de ésta. Y  no por temor, sino por ver interrumpida mi tranquilidad por un necio que se creyese con el derecho de acercarse a mí.- contesté pensando que más podría decirle para ofenderle. Aquella conversación empezaba a ser tediosa, aunque no negaré que me llamaba la atención la rudeza del hombre de las cavernas.- No se confunda pensando que sabe de mí algo más que mi nombre, lo mismo que yo de vos. Me imagino que habrá más de un hotel en la ciudad, así que no conoce tanto de mí como piensa. Y respecto a que soy ingenua; no se lo negaré, tal vez lo sea, o tal vez es lo que deseo que piense de mí, ¿no cree?

Tomo su jarra de nuevo, ocultando una preciosa sonrisa tras mostrar sus cartas. Unas cartas que se me antojaban demasiado tentadoras para no jugarlas, aunque mi mente me gritaba que me alejase de él. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo, pendientes ambas de la reacción del otro; dos jugadores natos que no se dejarían vencer por el contrario. Di un pequeño trago a mi copa de vino, pasando después la lengua por mis labios con suavidad, sopesando sus palabras, que enigmáticas parecían esconder parte de verdad. Al final iba a resultar que no era tan simple como parecía.

-Siento comunicarle que hace falta mucho más que unas cuantas bravuconadas para que pueda asustarme. Aunque le daré un consejo, si trata de asaltar a una dama por la calle, no entable conversación con ella antes. Cualquiera de los aquí presentes recordará haberme visto hablar con vos, y en el caso de que algo me ocurriese, seriáis el principal sospechoso.- afirmé con una sonrisa triunfal mientras mi dedo índice contorneaba el filo de mi copa con delicadeza, y mis ojos se clavaban en los suyos. Quizás pudiese parecer temeraria aceptando el juego de un extraño, más había salido en búsqueda de inmortales y licántropos, ¿me iba a asustar por un simple neanderthal?- Y  por supuesto que acepto su juego, si antes me explica en qué consiste, no quisiera quebrar sus normas y que tras ganarle me acuse de haberle hecho trampas.

¿Sería posible que como decía se alojase en el mismo hotel que yo? Aquella suposición turbó mis pensamientos sin saber muy bien el por qué. Quizás porque esperaba que en cuanto saliese de aquella taberna no volvería a verle, y el hecho de cruzarme con él de nuevo me desconcertaba. ¿Me estaba poniendo nerviosa al pensar que podía dormir cerca de mi habitación?

-Dudo mucho que nos alojemos en el mismo hotel, pues según me indicaron, en el nuestro no admiten a cierto tipo de personas.- apunté ofendida sin saber porque, tal vez confusa por mi último pensamiento. Incliné la cabeza levemente observándolo con detenimiento; memorizando cada parte de ese cuerpo que bajo sus harapientos ropajes parecían propios de la escultura de un dios.- Y ni tomándome una botella de vino entera, conseguiría estar tan ebria como para aceptar tomar una última copa en su habitación.

-Buenas noches preciosa, ¿te está molestando este desgraciado?- escuché de pronto a mi derecha cuando un hombre que rozaba el coma etílico se acercó a mí tambaleante.

Su repugnante mano se acercaba a mi rostro con la intención de acariciarme, mientras su fétido aliento llegaba hasta mis sentidos provocándome arcadas. Lo miré con desaprobación, intentando evitar el contacto de su mano en mi cara, retrocediendo mi espalda hasta ser frenada por la barra. Una sonrisa ladina cruzó su rostro, y siguió con su propósito de acercarse más. Agobiada por el acoso de aquel hombre, cerré mi puño para asestarle un golpe en su mandíbula, que no logró moverlo de su sitio aunque si cabrearlo, pues sus ojos cargados de odio se clavaron en los míos.

Y fue entonces cuando cometí la mayor estupidez de todas, de un salto me coloqué entre las piernas de Ellak, pegando mi espalda a su pecho, esperando que me sacase de aquel aprieto en el que me había metido yo solita. Y yo buscando el peligro en la calle...; debería haber empezado por las tabernas, si todas eran como aquella, no me faltaría adrenalina.

Aquella mujer creía tener una lengua viperina, la escuchaba tratar de excusarse con mordaces comentarios tratando de quedar como el aceite por encima.
Era increíble como habían cambiado las cosas en esta época ¿hasta donde íbamos a llegar? las mujeres Hunas, sabían bien cual era su papel, nuestro lecho. Darnos paz en tiempos de guerra abriendo sus piernas para que nos adentráramos en ellas. Acariciar nuestros cuerpos, sosegar con besos y gemidos nuestras almas.
Puede que esa descripción suene a mujeres sumisas, mas nada mas alejado de la realidad, ellas, mujeres fuertes y con temple, conseguían mas, con un movimiento de cadera que con cien lenguas viperinas como las de estas nuevas mujeres que se creían únicas y que la final, como todas,  conseguían algo de nosotros a fuerza de galopar sobre nuestros cuerpos y no de hablar mas de la cuenta.

Nuestra conversación fue interrumpida por un incauto, la verdad estaba a punto de intervenir, pero quería ver cuan mordaz tenia la lengua ahora.
Así que me limité a sonreír mientras escuchaba su corazón bombear como un tambor la sangre mostrando no solo su inquietud, si no su miedo.
Al final no iba a ser tan valiente como fingía la muchacha.
Un puñetazo mostró al menos que tenia agallas, claro que el borracho ni se movió, ella era una mosca comparada con la envergadura del gigante.

Se coló entre mis piernas, ahora si buscando la protección de la bestia que tranquila se llevo la jarra a sus labios dando un profundo trago de ella.
Era divertido ver como me miraba desconcertada, asustada por que no la protegiera.
Fue entonces cuando el hombre estiró la mano para tomar la ajena. Mano que no llego a su destino, pues mi pequeño sable sajo de un golpe seco su muñeca.
Un alarido, sangre salpicando rostro y cuerpo de la dama y un ultimo movimiento de muñeca para sajar su yugular escuchando como el hombre se ahogaba en su propia sangre cayendo inerte a los pies de la dama, resbalando su mano por la falda suplicando con los ojos desencajados auxilio.

Deje la jarra en la mesa, limpiando mi sable en la falda del vestido de esta.
-Bien, ¿por donde íbamos? Creo que me ibas a llevar a tu hotel para tomar allí la última copa ¿verdad?

La gente salia despavorida de la taberna, pronto aquello se llenaría de policía e inquisidores, así que me puse en pie y tiré de la mano de la dama que parecía en shock después de lo visto.
-Vamos pequeña, te llevaré mejor a mi hotel ,veo que tienes ciertas necesidades insatisfechas -presumí con una picara sonrisa tirando de ella hacia le exterior de la taberna.

Me quedé estupefacta cuando vi como Ellak sonreía divertido al observar la escena mientras bebía de su jarra, impasible ante los pasos de aquel hombre que se acercaba a nosotros con intenciones que desde luego no serían de buen gusto para mí. ¿De verdad iba a quedarse de brazos cruzados mientras ese desgraciado trataba de ponerme la mano encima? Su sonrisa ladina me indicó que esperaba que le suplicase, que deseaba que me rebajase a rogarle por mi salvación, más iba listo si pensaba que cedería de forma tan fácil. Yo no era de las que daban su brazo a torcer, y pedirle algo así implicaría tener que ser más amable con él después.

No pensaba suplicarle que me defendiese, si era necesario me enfrentaría de nuevo a ese hombre que enseñándome sus asquerosos dientes sonreía de lado clavando su sucia mirada en la mía. Me estremecí al ver como alargaba su mano para apresar mi muñeca, satisfecho por no tener que enfrentarse a esa mole de puro músculo que tras mi espalda parecía ausente de toda situación.

Me preparé para asestarle otro puñetazo cuando estaba tan cerca de mí que podía sentir su aliento en mi rostro, más en cuestión de segundos esa mano que estaba a punto de apresarme cayó al suelo seccionada tras el reflejo de un sable que pasó ante mis ojos con una rapidez sobrenatural; arma que volvió a hundirse sobre el cuello enemigo, salpicándome en su totalidad de la sangre de aquel pobre desgraciado que imaginándose una noche de placer ahora yacía inerte a mis pies. El calor de su sangre resbalaba por mi cara cuando aquel hombre en el que me había refugiado limpiaba su arma en mi vestido, empapado de vitae, como si nada atroz hubiese pasado.

Sentí como las nauseas amenazaban con vaciar mi estómago ante tan dantesca imagen, como la sangre del hombre teñía el suelo de carmesí mientras yo movía mis pies hacía atrás para no mancharme los zapatos. Conseguí darme cuenta de que Ellak me hablaba, pero no conseguía entender sus palabras, incapaz de apartar la mirada de ese crimen ocurrido ante mis ojos y sobre todo, que yo había provocado.

La fría mano del hombre de las cavernas tomó mi muñeca, añadiendo con una sonrisa ladina algunas palabras que seguía sin entender, tirando de mí hacia el exterior de la taberna donde se acababa de producir el mayor caos posible. Arrastró mi cuerpo entre una estampida de clientes que huían del hombre que me acompañaba, que gritaban aterrados por lo sucedido minutos antes.
El helor de la noche me hizo volver a ser dueña de mis pensamientos, a ser consciente de que ese hombre que me llevaba de la mano había asesinado a un hombre a sangre fría; hecho que me llevó a pensar que no era la primera vez que lo hacía, ni la última.

-¿Pero qué clase de bestia sois vos?- grité junto a la entrada de un callejón, frenándome en seco y soltándome con un tirón de su agarre.- ¿Es que no podía terminar esa confrontación de otro modo? Con lo bien que sabe manejar la lengua para provocarme, y no es capaz de usarla para solucionar los problemas.- añadí ofuscada y enfadada por lo que había presenciado, agitando las manos nerviosa al recordar ahora de forma más lúcida lo ocurrido.- Sois, sois…..un salvaje despiadado.- escupí por fin, incapaz de encontrar una palabra en esos momentos que lo definiese mejor. Una sonrisa ladina se dibujó en sus labios y me dieron ganas de estrangularlo, más recordando la suerte del hombre de la taberna, comprendí que mejor no jugar con el neanderthal- Y que sepa monseiur, que me debe un vestido nuevo.

Anduve en círculos frente al callejón, ofuscada por lo ocurrido, nerviosa y hablando conmigo misma recriminándome la estupidez que había llevado a ese hombre a la muerte; además de que cualquier cliente podría recordarme acompañada de aquel criminal. Entonces recordé lo que me había dicho antes de salir de la taberna, y sentí como mis mejillas enrojecían. Me acerqué hasta a él, clavando mi mirada en la suya a escasos centímetros el uno del otro, y le susurré recobrando de nuevo el valor que había perdido.-Como bien le dije ni una botella de vino entera me hará ir a ninguna parte con vos, y para su información le diré, que no tengo ninguna necesidad insatisfecha que vos pueda complacer.

Sentí de nuevo como el rubor subía a  mis mejillas, como mi corazón se ajetreaba con su cercanía. Podía notar mi pecho subir y bajar al ritmo de mi respiración descontrolada y mi mirada se desviada involuntariamente hacia sus labios, pero ¿por qué seguía allí dándole explicaciones a ese salvaje? ¿Es que acaso quería terminar la noche como el muerto de la taberna?

Vi de pronto tras de él varios gendarmes que se acercaban con prisa hasta nuestra situación, sin duda avisados por algún cliente que había denunciado el crimen cometido en el local. Sin pensármelo dos veces, y sabiendo que estaba cometiendo el segundo error de la noche, cogí la mano de Ellak y de un tirón lo metí en el callejón, apoyando su espalda en la pared y poniéndome de puntillas para besar sus labios, que entreabiertos acogían mi lengua de una forma voraz.

Observé como en ese preciso momento los policías pasaban por nuestro lado, haciendo caso omiso a lo que seguramente interpretaron como una pareja de enamorados o a una mujer ejerciendo sus servicios. Miré de reojo hacia el exterior del callejón, y cuando me percaté de que el último policía había pasado, me separé de él y le di un tortazo en la cara.

-Que sea la última vez que me besa sin mi permiso.- apremié al tiempo que pasaba mi lengua por mis húmedos labios que todavía conservaban su sabor. No pude evitar sonreír tras ese beso, ese que me había alterado de forma extraña y que me había hecho olvidar por unos segundos el crimen que había presenciado.

La mujer esa era insoportable, ahora se paraba en el callejón llamándome bestia ¿no era evidente que lo era?
Iba a tener que mejorar mucho su repertorio de insultos si esperaba que me afectaran, bueno, para que mentir, ni teniendo la lengua mas mordaz del mundo podía ser capaz de molestarme un apice.

La miré mientras maldecía dando vueltas, hablando de que le debía un vestido nuevo, mordaz no se pero tonta era de largo.
¿No se daba cuenta de que esto no era un cortejo? No íbamos a volver a vernos ¿que vestido iba a debele una vez yaciera muerta en ese callejón?
Negué con la cabeza sin dejar de escucharla ¿no podía cerrar el pico ya?
Esta mujer podía matar a cualquiera de aburrimiento.

Esa mujer era increíble, aun se planteaba tener opciones a elegir si yacer o no conmigo ¿era tan tonta? ¿ni con una botella de vino? Miré mis manos divertido en busca de las rosas y la botella, chasqueé la lengua con ironía
-Vaya, ya decía yo que me había olvidado de algo.

Lo que si era real es que cada vez que mi cuerpo se acercaba al suyo ,el de ella temblaba, podía notar sus ojos oscuros, su boca entreabierta y su mirada atenta a mis labios.
Me deseaba, eso era una evidencia, parece que la botella de vino finalmente no haría falta.

Desvié la mirada hacia unos gendarmes que al parecer dirigían sus pasos hacia la taberna, una sonrisa sádica se pinto en mi rostro, solo eran dos y tenia hambre.
Las manos de la dama giraron mi cabeza para volver a acaparar mi atención al tiempo que sus labios colisionaron salvajemente contra los míos, lengua que traspaso mi boca en busca de la ajena con la que se batió en duelo a muerte.
Su cuerpo se movía lento contra el mio, jadeé por la intensidad de aquel beso, cuando un tortazo me dejo helado.

¿Que cojones hacia esa loca? Gruñí frente a su boca cuando esta me dijo que no la besara sin su permiso.
La giré bruscamente tomando el corseé con mis manos para desgarralo, pechos que desafiaron al frio de la noche erguidos contra la pared.
-No me digas que puedo tomar o no -rugí de nuevo alzando su falda con una mano, mientras con la otra la mantenía pegada a la rugosa pared del callejón.
Una palmada en sus nalgas mientras acercaba mi endurecida entrepierna a su culo.
-Ahora si te debo un vestido

Al parecer el tortazo bien dado que recibió en la mejilla aquella mole de puro músculo que frente a mí se levantaba no fue de su agrado, pues un enigmático gruñido salió de su garganta para morir en mis labios, que dibujaban satisfechos una sonrisa ladina.
Pero algo que no había previsto sucedió a continuación, hecho que me dejaba en una situación más que precaria. Con rápidos movimientos tiró de mí, dándome la vuelta contra la fría pared de ese callejón que podía convertirse en testigo de algo horrible.

Pronto mi corsé fue arrancado de mi cuerpo con rabia, gesto que rasgó mi piel saliendo un ligero siseo de mis labios, ¿pero estaba loco o qué? Y lo peor no era sentirme presionada por ese endurecido cuerpo contra el rasposo enladrillado, sino que esta situación en la que parecía querer someterme me excitaba.

Su fría mano recorría con maestría mi muslo por debajo de la falda, al tiempo que con la otra me mantenía sujeta incapaz de moverme un ápice de su prisión. Mi respiración entrecortada formaba un ligero vaho delante de mis labios por el cambio de temperatura entre la calidez de mi cuerpo y el exterior. Más un jadeo salió de mis labios cuando un cachete abrasó mi trasero.
Mis pezones endurecidos por su contacto rozaban la pared provocándome dolor, de modo que traté de echarme hacia atrás, pegando sin darme cuenta  mi cuerpo al suyo.
Fue entonces cuando sentí su endurecido falo golpeando mi trasero y mi cuerpo se humedeció oponiéndose a mi razón, que le gritaba desesperada que pidiese auxilio y huyese de allí. Más sin saber muy bien porqué continué inmóvil, incapaz de alejarme. Era como si una magia extraña me orillase a permanecer a su lado.

Pude sentir su aliento golpeando en mi cuello, dándole acceso a este inconscientemente al inclinarlo sobre mi hombro. Ladeé mi cabeza hacia un lado para buscar su boca, mordiendo su labio inferior con necesidad. Aproveché ese momento en el que pareció bajar la guardia mientras nuestras lenguas se enredaban sin pausa en una lucha de egos, para voltearme sobre mí misma y apoyar la espalda en la pared, presionando mis pechos contra el suyo. Su mano sujetó la mía contra el muro, mientras la otra acariciaba con lujuria mis pechos.
Su miembro golpeaba rabioso mi vientre, y entre jadeos me separé de sus labios para poder respirar.

-Me va a obligar a enseñarle modales, monseiur.- contesté sabiendo que eso lo cabrearía más, y que mi situación era lo suficiente precaria como para no salir bien parada de esta enfrenta. Sus manos agarraban con fuerzas las mías contra el frío muro, mientras trataba de zafarme de él con disimulo. No quería enfurecerlo más, pero tampoco sentirme a su merced.- Y no dude en que le mandaré la factura del próximo vestido que me compre para reponer este.

Hice mío su labio inferior de nuevo, tirando de él y mordiéndolo hasta que sentí el sabor férreo en mi boca. Relamí mis labios al sentir su sangre, y una sonrisa cargada de placer se dibujó en mi rostro. Más de pronto un calor abrasante subió por mi garganta y sentí un ligero mareo; una acumulación de adrenalina que no podía controlar y que me aturdió durante un segundo.

-¿Qué ha sido eso?- pregunté desconcertada, separándome de su boca y sujetándome a sus fríos brazos con la esperanza de no caerme. Espera, ¿había dicho fríos? Su fuerza, su cuerpo frío como el hielo, la rapidez al girarme y quitarme el corsé... Lo miré a los ojos tratando de encontrar en ellos la prueba que necesitaba, pero no tenía nada claro si mis suposiciones serían ciertas; tal vez si fuese capaz de sonreír un poquito podría comprobar sus colmillos.- Tal vez podríamos marcharnos a un lugar más íntimo y donde no haga tanto frío. Estáis congelado, monseiur.

Si estaba en lo cierto, tenía serios problemas. Y no se me había ocurrido hacerme con una estaca antes de salir del hotel. Lo cierto es que no tenía muy claro que fuese posible encontrarme con uno de esos seres a los que buscaba. Pero si me quedaba en aquel callejón estaría perdida; la única opción era convencerlo para ir a un lugar más íntimo y aprovechar cualquier descuido para salir corriendo.