Teatro de las sombras.

por **Alphonse de La Rive** Dom Oct 23, 2016 2:16 pm

Teatro de las sombras

La historia puede ser interminable. Un capítulo tras otro, sin un final que pueda ser intuido. Ésta varia según el tiempo y sus personajes, según los actos y las escenas. No obstante, a veces el encuentro con la temida página en blanco puede acarrear que todo sea envuelto en la exacta rutina. Sin variación. Una, otra vez, viviendo la misma fotocopia del día anterior. ¿Acaso es posible? El clérigo reía ante las palabras del que se había convertido en su amigo, el dramaturgo Marlowe.

De leyendas se regía el teatro, eso era más que conocido. Los cómicos y todos aquellos dedicados al mundo de la tragicomedia no eran más que pecadores orgullosos de serlo. Inseguros, creyentes en fábulas -así pensaba el religioso, como si al ser él mismo un creyente en la cristiandad no cometiera la misma estupidez que ellos. Venerar algo creado por los propios vasallos de la supuesta divinidad-, de modo que, ¿por qué no creer en otra más? El escritor le había comentado que unos seres -no sabía como interpretar lo que eran-, habían hecho acto de presencia en el teatro. Marlowe, quien disfrutaba de la eternidad, había visto numerosas obras en la longevidad de aquella supuesta vida. Para matar aquel tiempo inmortal, acudía a cualquier obra que pasara por la ciudad donde le tocaba residir. Ya fueran escritas por dramaturgos de la época, o por totales desconocidos. Y he ahí lo curioso del asunto. Tiempo atrás, había acudido a una obra totalmente desconocida. Un estreno mundano, una compañía sin seguidores ni renombre. Para sorpresa del escritor, éstos consiguieron fascinarle. Intentó incluso conocerlos, y auguró malamente éxito hacia ellos. Nada. Cayeron en su propio olvido, y en el de todos.

Alphonse le escuchaba como si le estuviera contando una de sus muchas historias de caballeros y princesas. Marlowe era imaginativo, y desde luego, el tiempo no le ayudaba lo más mínimo, y según éste transcurría, su mente más afectaba parecía. No obstante, cuando el religioso se dignó a mirarle, vio claramente como sus ojos parecían estar realmente maravillados. Hacía una semana que había ido al teatro como en tantas otras noches y había visto la misma obra. Aquella obra que le había cautivado. ¿Lo extraño? Eran los mismos actores. Actuaban igual, sus frases, su entonación. El tiempo si que no había hecho mella en ellos, sin embargo, no había captado que fueran vampiros como su persona, y mucho menos hombres lobo. Algo extraño pasaba, era evidente. Siendo sinceros, no era de la incumbencia del clérigo. ¿Qué le importaba a él? No habían dado problemas, no eran chupasangre asesinando por su propia supervivencia, ni hechiceros jugando con el provenir de la gente. Tampoco hombres lobo fuera de control. ¿Para qué investigar? Ah, la maldita curiosidad... Marlowe tenía un don en la palabra, y aquella historia contada por él, había surtido efecto en el cardenal. De modo que invitó a la única mujer que acudiría resignada al teatro junto a él, Cordelia.

La noche había llegado. Con sus mejores galas -Cordelia no le dejaba atrás, claro estaba-, se situaron en un palco reservado. Alphonse notaba a la irlandesa dubitativa, a la defensiva -evidente, ¿invitándola al teatro, de buena fe? En cuanto se descuidara, podría ser nuevamente guillotinada-.

-Querida Cordelia -susurró el religioso, cuando el telón comenzaba a abrirse-, ¿qué pensarías si te dijera que los actores que ahora mismo presenciarás, actuaron siglos atrás, y ninguno de ellos es un inmortal?

Marlowe no entraba en el acertijo. Demasiada información, quizá. La obra comenzó y Alphonse cogió su binocular, para no perder ni un detalle de aquel aparente misterio.

por **Cordelia Holtz** Jue Oct 27, 2016 9:43 am

Con la edad a cuestas y el espíritu a contrarreloj, la vida ya no sabía que más decepciones procurarle a la ya no tan joven Cordelia Holtz. Abandona su cama en busca de aventuras que en muchas ocasiones hacen que se despierte en otras camas, presta oídos a los mayores secretos de estado que almacena ya de forma mecánica y de forma mecánica también se deshace de ellos –y de sus dueños-, incluso huele las primeras flores que despiertan en primavera como el que huele el humo que acompaña a las chimeneas de los barrios obreros.
No es del todo difícil de digerir, dadas las circunstancias, la presencia de un nuevo amante en la vida de la mujer: el opio. Tentada por eludir la lucidez a que nos obliga la propia existencia, dedica más tiempo a abandonar su cuerpo al veneno negro que a arreglar los pedazos del cristal que resume su vida y llena sus manos de cortes.

Teatro. No había mayor teatro, mayor representación o pantomima, que aquella llevada a cabo por el cardenal y ella misma -una gran parte del cristal-. El rapto de Proserpina pasaba a ser la sombra de un peculiar Romeo y Julieta y, de nuevo, se volvía a convertir en la joven doncella raptada por Hades. ¿Qué representación tocaba esta vez? Alphonse parecía haber elegido el papel del Montesco, pero la cazadora permanecía todavía atrapada entre la tierra y el Infierno, sujeta del brazo por su madre y dejando su tobillo prisionero en manos del Diablo francés. ¿Cuándo se desvaneció el último rayo de ilusión que alumbraba los ojos de Cordelia? Cuando la trama de aquella velada parecía haberse desvelado por fin.

- Pues que no soy la única que hace tratos con el Diablo – confesó, refiriéndose al hombre que susurraba en su oído, y antes de sonreír ante su propia ignorancia-. ¿No puedes invitarme al teatro como hace la gente normal, cuando los actores son humanos?

La función había comenzado, pero los asientos de nuestros protagonistas se habían quedado vacíos. Se habían puesto a la cola para adquirir las entradas a un espectáculo que les interesaba todavía más: el enigma que en aquel teatro estaba teniendo lugar.

- Colémonos entre bambalinas, resolvamos el puzzle y regresemos antes de que enciendan las luces.

¿Tendría un espectáculo similar a alguien custodiando la entrada hacia los camerinos? La primera sospecha de que aquello era de todo menos teatro les golpeó en la cara. Por suerte, la cazadora parecía tener la solución a tal inconveniente. Ajustó el corsé a la altura adecuada y su escote hizo el resto. Ella y el guardián de la cripta se esfumaron de la mano. A los pocos segundos, la irlandesa volvió a dar señales de vida.

- Está inconsciente, atado y encerrado. No me preguntes cómo. Ni siquiera yo lo sé.

¿Se atreverían a adentrarse en los peligros que parecía esconder la puerta número uno? El auténtico telón estaba a punto de abrirse.

Teatro de las sombras.

Teatro de las sombras.

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