Une nuit de plus [Privado]

Una fiesta más. Nada diferente. Los mismos invitado y ambiente, la comida no se diferenciaba de la última vez. Siempre era invitada a fiestas de esas índole y otras más privadas en donde acaba totalmente satisfecha en todos los sentidos, olvidándose de la casa Cavey y sus inquilinos, solo centrándose en ella pues se lo merecía ¿no? de todos modos, daba lo mismo…ella terminaba haciendo lo que le venía haciendo en gana y eso nadie podría cambiarlo jamás.

Sus orbes esmeraldas, se ocultaban bajo un sencillo antifaz de color negro como su vestido. Un vestido sencillo pero elegante, que sin duda, marcaban su esbelto cuerpo. ¿A qué casa se dirigía? No tenía ni idea, solo dio la invitación al cochero donde venía la dirección. Por el camino, se acordó de ciertas personas…qué pensarían si la vieran ir sola hasta un lugar desconocido. Iba en honor a su apellido, en su lugar debía de estar su padre pero ese mequetrefe sin sentimientos ya no acudiría a otra cosa que no fuese un encuentro con gusanos y más seres que es mejor no nombrar.

Suspiró largamente, jugueteando con algún mechón rubio…haciendo tiempo. Odiaba esperar, ¿cuánto tiempo iban a tardar en llegar? Dio un par de golpes en el techo para que el cochero acelerase el paso. En cuestión de media hora, el carruaje se detuvo y un “por fin, maldita sea” escapó de sus labios carmesí. Labios rojos como la sangre que se curvaron en una media sonrisa. Se acomodó los guantes negros, dejando escapar un suspiro antes de tomar el vestido para no pisarlo y subir las escaleras que le llevarían a aquella condenada fiesta.

Entregó la invitación al recepcionista y entró sin ser anunciada, lo quiso así. Prefería pasar desapercibida de momento, el aura de misterio se le hacía de lo más interesante. La música se oía de fondo, un tono suave…acariciador que hacía la velada más llevadera entre los invitados que con disfraz hablaban entre sí, intentando saber quién se encontraba tras la máscara o simplemente…conseguirlo fácil esa noche.

Era inevitable que las miradas no se centrasen en ella. Su piel de porcelana brillaba con luz propia y esas orbes verdes, divisándolo todo a conciencia. Necesitaba una copa cuanto antes y fue antes de que una joven tomase la última a lo que ella se adelantó, consiguiendo la primera enemiga de la noche . Una risa juguetona antes de darle un sorbo, encontrándose con alguna cara conocida pero evitando ser embaucada, prefería unos minutos de soledad.

A paso lento, se alejó el centro del salón para desde aquella posición…observarlo todo. No se percató de que alguien se encontraba a su lado, alguien…que conoció una vez y a la vez olvidó. Dio un largo trago a su copa y sonrió contra el cristal de bohemia… le hacía gracia la manera absurda que tenían algunas señoritas de intentar parecer castas cuando se comían a los hombres con los ojos y conseguir cualquier cosa.

-Patético… y más patético si acepta. Va a ser más aburrido que la última… -susurró en voz alta, mirando de reojo a su acompañante de “conversación”, negó con la cabeza… esa noche era mejor beber…para olvidar o mejor dicho, recordar ciertas cosas.

Efectivamente, una fiesta más. El Conde Von Kleinmann acude la mayoría de las veces, ya sea por su posición social o porque realmente le apetece  ir. ¿Cuál de los dos motivos era esta vez? Su posición social, seguramente. No le apetece en exceso tener contacto con gente que no es de su agrado, y más de una conversación le hace reprimir bostezos, pero por suerte puede evadirse de vez en cuando con la excusa de ir a buscar otra copa.

¿Cuántas lleva ya? ¿Tres? ¿Cuatro? Las que fueran. Pocas, sin duda, para estar rodeado de tanta gente. Von Kleinmann no es que sea un hombre solitario, que tal vez lo sea de vez en cuando, simplemente es bastante selectivo a la hora de elegir compañía. No todo el mundo se merece una conversación con él. Se considera demasiado importante como para que alguien cualquiera disfrute de su presencia.

Y ahí está, colocándose bien el antifaz y uno de los mejores trajes negros que llevaba. Es un maniático del orden y le gusta que todo esté en su sitio, especialmente en lo que respecta a sus ropajes. Aunque también lo manifiesta alineando un par de copas que descansan sobre la enorme mesa en la que se encuentran las bebidas, intentando que éstas sigan una especie de patrón en lo que respecta a la separación entre cada una de ellas. ¿Aburrimiento? Sí, pero realmente se trata de una manía sin importancia.

En el fondo, se siente bien tras su antifaz, pues más de una persona no le reconoce. En esos momentos no le apetece entablar conversaciones políticas con más de un probable conocido. Simplemente le apetece beber aquel licor que desconoce pero que le ha gustado, a la espera de que ocurra algo interesante o que capte mínimamente su atención.

Tras alejarse de la mesa de las bebidas, copa en mano, y se dirige al centro del salón. Más de una mujer le intercepta por el camino intentando llamar su atención. Von Kleinmann conoce bien a las mujeres que, a sabiendas de que se encontraban en un salón lleno de gente rica, aún solteras buscan a un hombre adinerado. Sin embargo, él, hace caso omiso y sigue su camino. Al menos hasta que se detiene en seco al percatarse de una mujer rubia que parece estar hablándole a él.    

- ¿Nos conocemos?  - no se trata de orgullo ni de fingida indiferencia hacia aquella mujer que conoció una vez en un callejón. Simplemente no la reconoce. La conoció en la oscuridad de un callejón y él no es de fijarse en los ojos de una mujer, de ahí que en esos momentos no caiga. No está enamorado, ni le vuelve loco, ni siquiera se acuerda de su voz, ni de sus ojos. Por tanto, el antifaz de la chica cumple la función de no dejar que el Conde la reconozca todavía.

Efectivamente, es eso lo único que dice, frunciendo el ceño debajo de su antifaz mientras intenta identificar a su ahora compañera de conversación.  

Los mismos rostros, las mismas personas que adornan una noche más aquellas fiestas. Una que se le antojaba demasiado aburrida. Al menos, tenía una copa entre los dedos, degustó el líquido detenidamente mientras que bajo su disfraz, lo observaba todo y a todos los presentes con sus orbes esmeralda. Alguna sonrisa fugaz, una mirada que indicaba que bailaría con esa persona en otra ocasión, ¿Esa noche? U otra, no era de las que bailasen, menos con cualquiera.

Le gustaba y se sentía más cómoda, en aquel punto del salón en donde podía apreciar lo que ocurría, quien entraba y salía… oír diferentes conversaciones de esos grupos de personas que se formaban en la nada. suspiró largamente contra el filo de su copa, el carmín de sus labios quedó marcado, su sello personal al igual que esas ondas de su cabello rubio que caía a un lado de su hombro… como una cascada infinita hasta perderse en su antebrazo.

Enredó sus dedos en uno de sus mechones, rizándolo aún más…. demasiado aburrimiento, como todo siguiese así se terminaría yendo junto con una botella al jardín , juntos lo pasarían mejor que entre esas cuatro paredes donde acogían a tantas personas, todas cortadas por el mismo calibre. Y Haytham no pudo acompañarla, estaba demasiado ocupado con el tema de su hermana, a saber lo que ocurriría cuando la tuviese de frente… quizás esa mujer era el eslabón perdido en su vida…aún así, no quiso pensarlo. Negó con la cabeza, dando un largo trago a su copa. Y qué decir de Hoör, si supiese donde estaba terminaría llevándosela de allí para hacerle cualquier cosa, sonrió de medio lado, dejando escapar un suspiro.

-¿Conocernos? Lo dudo… me acordaría -mintió, claro que mintió porque aunque se acordase lo negaría, quién sabe si fue uno de esos hombres a los que la pasión los sorprendió en aquel callejón. -¿No baila? Muchas están deseosas les pida una pieza y no, no me incluyo… no bailo con cualquiera -enarcó una ceja, sonriendo de medio lado y mirarle de arriba abajo, estaba intentando hacer memoria pero… por mas que intentaba nada -Una manera de empezar una conversación, supongo -le ofreció su mano, parpadeando elegantemente… un juego de ojos, como si fuese un abanico… un gesto coqueto.

-Valeria Cavey ¿y usted es? -sonó de fondo una nueva pieza, quien sabe si al final sí que necesitaría esa botella - Me aburren demasiado, la misma gente, las mismas conversaciones… y yo quiero algo más -no lo dijo por nada, solo decía lo que pensaba… así de simple.

Aquel "Me acordaría" por parte de la mujer, se lo toma como un piropo del estilo: Con ese cuerpazo, me acordaría de vos si le conociera. Lástima que aquella mujer no esté en lo cierto, pues le conoce, le conoce muy bien. Y al igual que ella no le reconoce, él tampoco la reconoce a ella. Demasiada oscuridad en aquel callejón hace unas semanas. Tal vez, si la viera desnuda, sí que consiguiera identificarla...

Aunque ella lo niegue, el conde da por hecho que se muere de ganas por bailar con él. Von Kleinmann no es fanático de aquel tipo de fiestas, ni siquiera de bailar con personas desconocidas, por esa razón decide no insistir con el tema. Sí, sabe que muchas mujeres tienen ganas de bailar con él, tanto en posición horizontal como en vertical, y sabe que la mujer con la que está hablando también. Que ella no quiera aceptarlo es otra cosa.

- No me gusta bailar, mademoiselle Cavey - confiesa una vez ella le dice su nombre. Ese nombre que no dio aquella noche en los callejones. Sin embargo, él no es consciente de ello - Erik Von Kleinmann, un gusto conoceros - agarra la mano que ella le tiende, con aparente delicadeza, y tras una leve reverencia, deposita un breve beso en dicha mano. Es educado, cuando quiere. Debido a su estatus social, está acostumbrado a los tratos cordiales, por mucho que a veces los aborrezca.

Una leve carcajada escapa de la garganta de Erik al escuchar las últimas palabras de Valeria. Entiende a la perfección cómo debe sentirse, pues él se siente exactamente igual. Le aburre aquella fiesta. Le aburre la música, la gente, la comida, la bebida... Todo le aburre en esos momentos. Todo excepto, tal vez, aquella mujer que cree acabar de conocer.

- ¿Es una indirecta para que le conceda un baile, mademoiselle? - bromea, mostrando media sonrisa - Tenéis dos opciones: Coger una botella de alto alcohol destilado y emborracharos. O bien podéis robarle el peluquín a aquel conde de allí - dice lo primero que se le pasa por la cabeza, señalando al hombre más gordo de aquella sala. Al menos, aquel hombre no saldría corriendo tras ella.

Apenas llevaba allí menos de una hora y ya había tenido proposiciones. Miradas que indicaban e incitaban a tener más que unas palabras con ella. ¿Su reacción? Una breve sonrisa, una risa coqueta que podía significar mucho… pero en este caso nada. No le apetecía en absoluto estar allí. Desde el tema de la partida de Haytham y otras cosas que le acaparaban toda su mente y atención. Debía estar allí por su sola presencia, los Cavey no se perdían una y Valeria era vista en casi todas , a no ser que le surgiesen otros asuntos.

Ante ella, el atractivo desconocido, se mostraba cordial y caballeroso, como debía de ser pero su intuición le gritaba que no eran tan diferentes. Si no bailaba y solo observaba, era porque estaba allí de paso, o simplemente para divertirse…buscando presa fácil para esa noche e inevitablemente terminarían borrados esos recuerdos. Personas grises que aparecen en tu vida, como sombras, te dan lo que deseas y… se acabó, fin, no hay más.

Desde la primera vez con Haytham, hubo más hombres que saciaron sus momentos de ira pero últimamente, estaba tan sumamente insoportable como una niña que no sabía lo que quería o tal vez sí y por eso, hacía oídos sordos a su propia conciencia. Los dos hombres, que habitaban en su casa se marcharían ¿hasta cuándo? Quizás no volvería a verlos nunca más. A Haytham seguramente no, a Hoör… prefería no pensarlo, pues aún no se hacía a la idea.

-A mí tampoco me gusta bailar, no al menos en el salón…prefiero los bailes privados con quien realmente desee hacerlo -sonrió contra su copa, dando un largo sorbo y dejarla sobre una de las mesas de robusta madera. El champagne se le hacía poco, necesitaba algo más fuerte junto con aire fresco. -Nunca hay dos opciones, puede haber las que se desee, ahora mismo quiero beber hasta saber quién soy… si lo he sabido alguna vez -murmuró más para sí misma, sus sombras la seguían torturando inconscientemente.

-Prefiero una botella de whisky y dos vasos ¿me acompaña? Es mejor que tanto barullo, además… hay un pequeño estanque por si en algún momento de la noche decide hacer unos largos -bromeó dirigiéndose con paso rápido hasta la barra y sin pedir permiso y fuese dueña y señora de aquella casa. Tomó la botella, dos grandes copas y se dirigió hacia el jardín, necesitaba respirar cuanto antes… olvidar por unos segundos.

No se sirvió en la copa, bebió directamente y la ofreció en silencio, oyó pasos tras ella…supuso que le seguiría si no, más para ella sola.

-Quien sabe si esto sea el elixir que nos impulse a bailar, señor Von Kleiman -giró el rostro, mostrando una breve sonrisa.

Von Kleinmann entiende perfectamente a qué se refiere aquella mujer rubia. Sabe a qué se refiere con lo de preferir bailes privados. O al menos cree que se refiere a un encuentro privado en horizontal, con una persona interesante y atrayente. Él también prefiere ese tipo de bailes, entre sábanas o sin ellas, contra una pared o contra el suelo. El lugar siempre es lo de menos.    

- ¿Beber hasta saber quién sois? ¿No será al revés? Beber hasta olvidar quién sois... - le resulta mucho más lógico beber para olvidar que beber para recordar. Igualmente, prefiere no darle mayor importancia. Los problemas de otras personas no le interesan lo más mínimo. Otra cosa es que quiera fingir que le interesa.

Cuando quiere darse cuenta, mademoiselle Cavey ya ha ofrecido compartir su compañía junto con una botella de whisky. Von Kleinmann no dice nada, simplemente la deja marchar. En otra ocasión, no habría ido detrás, pues nunca va. Pero, en esos momentos, aquella fiesta se le antoja lo suficientemente aburrida como para que el hecho de seguir a una mujer se le antoje apetecible. Tarda algo más de la cuenta, pero finalmente lo hace. Va en busca de la joven desconocida. Aunque no tan desconocida como él piensa.

¿El elixir que les hará bailar? Duda bailar sin haberse bebido antes la botella él solo, ciertamente. Aunque, si ella se refiere a 'bailar' como sinónimo de 'fornicio', entonces le resulta una idea maravillosa.  

- Quién sabe, mademoseille. ¿Hay algo que le inquieta, le atormenta o le perturba?   - pregunta tras llegar a su lado y agarrar la botella de whisky para dar un largo trago. A las mujeres les gusta hablar aunque no les escuchen, ¿no? Y él es experto en fingir escuchar, así que le está dando pie a la mujer a desahogarse mientras el conde observa el estanque que tienen frente a sus ojos.

Demasiadas temas en cuestión, personas que aparecían en su vida, otras que se marchaban. Esa noche no quería pensar, si no justo lo contrario. La vida en su propia casa se había vuelto gris y monótona, todos los problemas iban acrecentándose en su contra. Toda acción llevaba sus consecuencias, si su padre abandonó este mundo… ella heredaría todo y no solo dinero. Quería olvidar, ese era su único objetivo y nada mejor que una botella de whisky.

-Qué más da, si los problemas y demás quedan a un lado… solo importa este momento en el que ya todo da vueltas y solo tu risa es el mejor sustento -sonrió decidida, muy segura de sí misma…estaba deseando no solo abandonar la fiesta, tomar esa bocanada de aire fresco y volver a huir de sus responsabilidades.

Tampoco es que le importe que le siga, solo fue una cortés invitación. ¿Desde cuándo necesitaba depender de nadie para pasarlo en grande? Era cierto que podía parecer ante los demás una loca desquiciada, borracha… que se evadía de la realidad en el alcohol pues muchas veces había despertado en sitios diferentes… a cual peor pero bueno, eso formaba parte de su vida. Era joven y alocada, sin ataduras aunque sus pensamientos y emociones le llevasen muchas veces a equivocarse o peor para ella, sentir.

-Así es. Me atormentan muchas cosas… me perturban otras pero no creo que le interese ¿o sí? -enarcó una ceja, aún saboreando el whisky, dejarse caer en el mullido césped y observar el jardín detenidamente… con sus expresivos orbes verdes -Tengo que casarme y siempre imaginé que fuese por conveniencia, por ambas partes… pero tengo una propuesta distinta diferente…sentimientos ¿yo sentimientos? Es que es imposible, totalmente… -intentaba negárselo a si misma y aún así sabía que iba a terminar por estropearlo todo, el amor no podía llamar a su vida y menos justo en ese momento.

Le tendió la mano para que le devolviese la botella, dando un largo trago a la botella, hizo un guiño…era fuerte, tendría que beber más para no saber lo que hacía, de momento parecía serena…al menos hasta que se echó a reír de lo más divertida, dándose cuenta de algo, su acompañante pensase que estaba absolutamente loca.

-¿Y a usted qué le perturba? Todos tenemos secretos… a no ser que le haya plantado cara, yo tengo que hacer lo mismo -se encogió de hombros, observando la fuente, sería divertido… pero de momento, bebería otro poco más. La noche era muy larga.