Terrores nocturnos {Nahuel}

Día de fiesta, el circo gitano preparaba una gran actuación que había llamado la atención de un gran número de personas, alta sociedad, las clases más pudientes, se aunaban a las medias y bajas con tal de contemplar las algarabías que deparaban los estrambóticos artistas. Nadie sabía muy bien que verían, pero, cercano como estaba, Halloween, esperaban encontrar algo que hiciera honor al anuncio que habían estado repartiendo por dos semanas en la ciudad.

Ella, sola, como se había acostumbrado a pasear, se dirigió dinero escondido, hasta la entrada del circo donde pagó y tomó su entrada. Era una fila del centro, no sabía si le gustaba o no, los circos gitanos eran famosos por sus escaramuzas, robos, peligros y más cosas, y ella era una joven sola en medio del tumulto. Debería, probablemente, haber llamado a alguno de sus conocidos para que la acompañasen, tal vez a Valeria, que había acudido, probablemente, con el Señor Cross, o tal vez con el joven que vivía con ella, quien lo sabía, pero cualquier idea había sido mejor que acudir allí sola.

Tomó asiento junto a una pareja acaramelada que la ponía nerviosa, no por su rango social, ni siquiera sabía su clase, si no porque las muestras públicas de cariño la habían llegado a incomodar tras lo sucedido con Bethlem. Tenía superada la ruptura, por supuesto, pero había cosas que siempre marcaban, tal vez con el tiempo eso cambiase, pero, de momento, no se sentía cómoda con ciertas cosas.

Cuando el lugar estuvo lleno, las luces se apagaron y la carpa se iluminó por candelas de un suave tono amarillento, el asiento a su lado, vacío, no hacía más que ponerla nerviosa. La oscuridad la seguía atemorizando, Tragó saliva y, sosteniendo con fuerza la capa de su regazo, comenzó a jugar con la tela, intentando calmar el acelerado latido de su corazón, que la hacía temblar de miedo.

Empezó a sonar la música con fuerza, flautas, panderetas y guitarras acompañaban la salida de juglares y mimos de rasgos grotescos que se paseaban por la separación de las gradas dando sustos a los incautos que no sabían donde fijarse, los gritos se comenzaron a repartir por el lugar y ella cerró los ojos, rezando porque no se le acercasen y que pronto el asiento a su lado estuviera ocupado. No quería enfrentarse a la cara de los payasos diabólicos. Por muy interesante que le había resultado el espectáculo, comenzaba a arrepentirse de haber acudido, debería haberse quedado en su casa, leyendo un libro frente a la chimenea mientras tomaba un té y acariciaba a Brave.

El frío del Otoño había llegado a la ciudad, el viento arrastraba hasta mis barrios los papeles olvidados que la gente dejaba por el suelo. Uno de ellos había sido el de que el circo gitano, tenía preparado una gran actuación con temática de Halloween, una noche de sustos y gritos. Siempre me había gustado este tipo de circos y la temática del miedo, por lo que sin pensármelo dos veces, decidí ir allí, a la primera actuación por la noche.

¿Cómo iba a pagar? No tenía dinero... Lo poco que habíamos conseguido cuando nos colamos en el banco de las afueras, ya se había gastado en mejorar un poco las viviendas en las que vivíamos. Ahora teníamos ventanas y puertas, ya no hacía mucho frío si encendíamos un fuego.

Las puertas alrededor de la carpa del circo estaban abarrotadas de gente de clase alta. Yo era un objeto que desentonaba en el lugar, todo completamente vestido de negro y la ropa algo vieja. Para ellos, mi ropa era con lo que limpiaban sus criados o esclavos. Me escabullí entre la multitud, perdiéndome por la izquierda, tenía que dar una vuelta al rededor de la carpa, seguro que había algún sitio por el que colarme sin que me viese nadie. Entre unos carromato grandes que les servían a los gitanos como casa, me quedé escondido, esperando. Había unos cuatro disfrazados con trajes que daban miedo. Entraron por una pequeña abertura que tenía la carpa y les seguí, colándome así en el lugar.

El sitio estaba completamente lleno, ya no dejaban pasar a más gente y muchos tenían que esperar al siguiente acto. Caminé entre las butacas, buscando un sitio libre. El corazón casi me da un vuelco cuando vi sentada a Beatrice en uno de ellos. ¿Con quién había venido? ¿Estaba sola? Su asiento de al lado estaba vacío. ¿Que podía hacer? ¿Iba a sentarme con ella? La había visto desnuda estando en forma de mapache... Iba a ser incómodo... No me dio tiempo a pensar, una gitana me empujó hasta el asiento libre, todo acababa de comenzar y mucha gente estaba gritando porque tenía miedo. Me senté al lado de Bea y la miré, tenía los ojos cerrados. -¡Eh B...! Señorita, no tenga miedo. Son disfraces.- Le dije para intentar calmarla.

Una voz llegó desde su lado, el asiento vacío parecía ir a ser ocupado, pero tal era el miedo de la chica que solo fue capaz de gritar y abrir los ojos dando un salto en el sitio. Miró con ojos horrorizados a quien le había hablado, mientras una lágrima le corría la mejilla, asustada, y suspiró aliviada al ver a un joven, algo más alto que ella pero de, probablemente, más o menos su misma edad, con sonrisa afable.

Se relajó en el sitio, los monstruos enmascarados ya no podrían alcanzarla, tampoco, desde ese lado. El chico parecía amable, incluso intentaba consolarla para que no tuviera miedo. En parte, tenía razón, la chica había visto un asesinato en persona, había tratado con fantasmas, con licántropos, con cambiantes y vampiros, y, aun así, le asustaban unas personas disfrazadas.

- Buenas noches. Gracias, no se me da muy bien esto del terror.- murmuró secandose la lágrimilla que le resbalaba por la mejilla.

Con un gesto lo invitóa sentarse a su lado, no había ido acompañada, y el joven parecía amable, cualquier cosa era mejor que sentirse sola en medio de un espectáculo que le resultaba tan macabro. Alguien, desde arriba, con una careta, plantó la cara frente a la de ella, que gritó agachandose, no había esperado que nadie llegase por arriba. Era un saltimbanqui que, dado el susto, se marchó haciendo piruetas por encima de las gradas, saltando sobre las cabezas de la gente.

Cuando los artistas estuvieron en la parte baja del escenario, una risa salió desde algún lado y un hombre apareció de la nada, entre el humo, en el centro de la pista. Sonrió con suficiencia y mostró dos largos colmillos blancos.

- Bienvenidos a nuestra noche de miedo, damas y caballeros. Me complace decirles que son los afortunados que hoy, nos servirán de cena.- algunos de los mimebros del público estalló en carcajadas.

Peno no Beatrice, ella ya había vivido la persecución de un vampiro, y sabía que no era algo a tomar en broma. Debían salir de allí, cuando el vampiro atacase a alguien, era su momento. Pero debió suponer que no sería tan sencillo, los vigilantes de la puerta eran, también, seres de a noche, que sacaron sus dientes a relucir y, a una señal del que parecía "el jefe de pista" se lanzaron contra los incaútos que tenían más cerca. Cundió el pánico.

- Debemos salir de aquí.- dijo la chica agachada en el suelo, donde era más difícil de alcanzar, mientras tiraba del chico que se había sentado a su lado, intentando controlar su pánico, no era cosa de broma, lo que sucedía era real, pero... cómo hacer que el chico no la tomase por loca cuando los dos sentados al otro lado parecían dudar entre la risa y el miedo.

Beatrice seguía asustada cuando le hablé, había podido evitar el decir su nombre y quedar como un auténtico idiota. Tenía que caerle bien hoy, hacerme su amigo. Vi como una lágrima caía por su mejilla por el miedo que le daba. ¿Si tenía tanto miedo porque había venido? Igual no se esperaba pasar tanto miedo. Me encogí un poco de hombros, sin dejar de mirarla, estaba preocupadísimo por ella. Ella había sido buena conmigo o con Brave. Yo tenía que devolvérselo.

Me senté a su lado cuando me lo permitió, seguía siendo una dama de clase alta, yo llamaba mucho la atención a su lado, pero... Bueno. Mejor que estuviese conmigo que con cualquier otro que no le protegiese de su miedo ni de la gente disfrazada. Un hombre con una careta se le apareció desde arriba, asustandola de nuevo. ¿Porqué iban a por nosotros? Fruncí el ceño y acaricié su brazo, intentantole dar un poco de apoyo, que supiese que yo estaba con ella. -No te preocupes... Es solo una careta. No es tan feo en realidad.- Esbocé una sonrisa, intentando que su miedo se fuese.

Un hombre apareció en medio de la pista, riendo con una risa que me puso los pelos del brazo y de la nuca como auténticas escarpias. Ese tipo si que daba miedo y no los que habían asustado a Beatrice. Comenzó a hablar y sus palabras no me gustaron ni un pelo. Era un vampiro y nosotros íbamos a ser su cena. Era una trampa macabra, y todos los que estábamos aquí habíamos caído en ella, nos habíamos dejado llevar por la emoción de poder ver un espectáculo... Y íbamos a ser devorados por vampiros. Los señores de las puertas también eran vampiros, que comenzaron a abalanzarse sobre las personas que tenían más cerca. La gente comenzó a gritar, corriendo hacía todas partes en busca de alguna salida.

Beatrice se agachó en el suelo, ahí era más difícil que nos viesen. Me agaché con ella y la miré. -Iré yo delante, sígueme ¿Vale? Agárrate a mí si quieres.- Me quité la sudadera que llevaba, completamente de color negra y se la di para que se la pusiera por encima, así no seríamos tan visibles, con un color que no llamaba demasiado la atención. -Pontela, así igual no nos ven... Siento que esté sucia.- Me disculpé y esperé a que se la pusiera, era algo difícil que no nos viesen pero quizás, si íbamos por las sombras... Coloqué la braga del cuello hasta la mitad de mi boca, tapando así completamente mi cuello por si las moscas.

Caminé por delante de ella, esquivando a gente que como nosotros, también huía intentando encontrar alguna vía de escape. Yo sabía bien a donde iba, tenía que encontrar de nuevo la entrada en el lateral, ese pequeño agujero por el que había conseguido colarme. Agarré la mano de Bea, así era mejor por si se soltaba de mi espalda. -Hay una abertura en la carpa, en el lateral por la izquierda. Tenemos que encontrarlo. Es por ahí por donde he entrado. Si me atrapan, corre en busca de ese sitio ¿Vale? Tienes que ponerte a salvo. Y no te preocupes por mi. Saldré de aquí.- Si yo tenía problemas, podía transformarme, por lo que no me preocupaba por mi vida. Era ella quien importaba.

Sorprendida por la amabilidad del joven, aceptó la sudadera sin saber que pretendía, la oscuridad se había apoderado de la sala, los gritos de pánico cubrían el lugar y la sangre comenzaba a bañar el suelo, los vampiros, para ser vampiros, desperdiciaban gran cantidad de alimento, aunque con toda la gente allí congregada entendía que no pensaran en tener cuidado.

Se puso la sudadera, que le venía bastante grande, y soltó su pelo para cubrir bien el cuello. Le intentó sonreir, no le importaba la suciedad, bastante que le había dejado ponersela para ocultarse, la parte de bajo, su vestido, rojo oscuro, tampoco debería verse demasiado. Siguió al chico a gatas, esquivando patadas y rezando porque no los viesen.

Respiró temblorosa mientras se encaminaban en busca de alguna salida, cogiendo al joven al que acababa de conoder de la manga de la camisa. La gente que había decidido correr la golpeaba, asustada, lo mejor que podrían hacer era mantener la calma, dejar que cundiera el caos solo alimentaba las ansias de los vampiros que habían comenzado ya con sus segundos platos. Siguieron avanzando hasta llegar a una parte en la que la tela parecía crear una cortina, la chica detuvo allí al joven, ¿que si lo cogían saliera huyendo?

- ¿Estás loco? te estás arrisegando para ayudarme cuando podrías haber salido de aquí, no voy a dejarte solo si te pasa algo.- decretó con firmeza, ella no abandonaba a nadie, no cuando ya había hablado con esa persona.- saldremos de aquí, los dos, y avisaremos a la guardia.- afirmó siguiendo el camino, mirando la carpa, por si lograba encontrar algún hueco.- vamos.- le sonrió intentando tranquilizar los ánimos, a pesar del miedo que tenía.

Al ver acercarse a uno de los enmascarados, tiró del chico para quedar ambos en el suelo, el tipo tomó en su lugar, a un hombre que corría intentando escapar. Era ahora o nunca. Debían salir de allí.

Fue un alivio ver que Bea sabía más o menos lo que se debía hacer cuando cundía el pánico, no se estaba dejando llevar por el miedo ni por la demás gente que corría sin saber a donde y acababa en el suelo rodeados de charcos de sangre. Era una visión sangrienta... Menudo espectáculo de circo de Halloween. Sin duda, era lo más terrorífico que había visto en toda mi vida.

Le expliqué por donde tenía que salir y que si me dejaba atrás no se girase a por mí. Pero ella, tan cabezota como era, dijo que no iba a dejarme solo aquí. ¿Llamar a los guardias? Esos no iban a poder hacer nada. Teníamos que llamar a algunos cazadores. ―Hay que llamar a cazadores, seguro que si ellos vienen acabaran con todos...― El problema era que no tenía ni idea de como se llamaba a un cazador. Esperaba que vinieran solos. Trabajan de eso, estarían informados.

Bea tiró de la manga de mi camisa y quedamos los dos tirados en el suelo. El corazón me iba a mil, me acababa de salvar, nos acababa de salvar a los dos. El vampiro enmascarado se desprendió de su careta y atacó a un señor que pasaba por nuestro lado. Miré a Bea, teníamos que salir. Pero ella primero. Le hice una señal para que saliera corriendo.

Salió delante mía y yo me incorporé para salir, pero un vampiro consiguió atraparme por la pierna. Giré la cara hacía él, tenía miedo, auténtico miedo, el frío de su piel me atravesaba el pantalón. Cerré los ojos, deseando que Bea ya hubiera salido, porque si seguía con este miedo, me iba a transformar en mapache para escapar más fácilmente.

Siguió las indicaciones del chico, y, gateando, salio de la carpa notando el frío aire de la noche golpeare las mejillas, nunca pensó que se sentiría tan feliz de notar el viento frío en la cara. No era la primera vez que algo así le sucedía, puede que no a tan gran escala, pero ya se había enfrentado a cosas sobrenaturales antes. Fantasmas, vampiros, hombres lobo, cambiantes y... cazadores, si, el chico había dicho bien, debía llamar a algún cazador, conocía a uno, el que la había sacado del embrollo en el bosque, pero... ¿Cómo podría contactar con él? De momento estaban vivos y eso era lo importante.

Se giró para celebrarlo con el joven pero él no estaba a su lado. Beatrice palideció. ¿Se habría quedado dentro? Si era así, estaría en peligro, ¿le habrían atrapado? Buscó, apresurada, algo con lo que defenderse al entrar, y dio con un afilado y rojizo trozo de resistente hierro, no era madera, pero bien le valdría de estaca.

Cogiéndolo con fuerza, respiró hondo, se agachó, y volvió al interior de ese infierno teñido de colores en busca del joven que la había ayudado. Se sentía como si estuviera buscando a Euriditze en el interior del tártaro y el mayor reto no fuera encontrarla, si no salir con vida. Escondida entre las telas, vio al vampiro que había atrapado al joven de la sudadera y, sin pensarlo demasiado. Se lanzó, hierro en alto, a por él.

Como si esgrimiera su florete de prácticas, hizo un amago a la izquierda para esquivar al chico preso y, después, mientras los colmillos del monstruo salían a la luz, le atravesó el pecho con el oxidado metal, notando la sangre del vampiro, que no fue capaz de dar ni un último estractor de vida, resbalarle por las manos y entrar por la sudadera para llegarle a los brazos.

Se quedó muda y paralizada un instante. Era la segunda vez que acababa de ese modo con un no muerto. Los chupasangres, como le había dicho Bethlem una vez, eran difíciles de matar, pero si les podía ganar terreno, con eso se conformaba. Cuando logró recuperarse un poco, con ojos llorosos por la impresión y el miedo, tomó al chico que la había sacado de allí por la mano y se lanzó con el al exterior, dejando dentro el caos.

- E... ¿estás bien?- preguntó mirándolo mientras temblaba por su última acción, apartándose un mechón de pelo que le caía sobre la cara, sin darse cuenta de que se la manchaba de la sangre del animal. Intentó, al notarlo de reojo, no mirar su propia mano, debía controlarse, aun no había acabado, debían avisar a alguien, sin embargo, y aunque podía no gritar e intentar seguir actuando, no podía detener las lágrimas que le habían empezado a recorrer el rostro, ella no estaba hecha para gestas heroicas, lo suyo era leerlas, vivirlas le causaba demasiado pavor, siempre acababa llorando, pero, por alguna extraña razón, esas cosas parecían perseguirla.

Pude ver en un solo segundo como Beatrice abandonaba la carpa y fue entonces cuando cerré los ojos, estaba al límite de transformarme, seguro que la sagre de un cambiante no les sabía tan bien como la de un humano normal. Notaba sus colmillos cerca de mi cuello y sus garras me habían roto el pantalón por el que me había sujetado, me dolía la pierna, pero no sabía si también me había desgarrado un poco la carne o me dolía de lo fuerte que me había agarrado.

Abrí los ojos intentando defenderme, intentando meterle mis dedos en sus ojos, pero era imposible, tenía más fuerza que yo. Bea salió de la nada con un hierro en la mano y lo manejó como si fuese una espada, atravesando al vampiro con él, que cayó encima de mí. Conseguí salir de debajo del monstruo y me puse en pie, mirando a mi salvadora. Nos agarramos de la mano en silencio y salimos de la carpa, dejando allí dentro a los pobres humanos que quedaban, quienes no iban a ver un nuevo amanecer.

Miré a Beatrice, estaba llena de sangre, y le hacía verse un tanto gore, ahora sí que daba miedo ella y no los demás. Asentí mientras me miraba la pierna, no tenía heridas graves, solo leves arañazos... Y un pantalón roto. -¿Tú como estás?- Pregunté al volver a mirarla, y me di cuenta de que estaba llorando. Las lágrimas le limpiaban un poco allí donde había sangre en su cara. Me acerqué a ella y la abracé con fuerza. -No llores, me has salvado la vida. Eres la mejor.-  Sonreí para intentar que estuviera mejor, pero teníamos que salir de aquí, aún era posible que hubiese vampiros cerca.

-Tenemos que salir de aquí ¿Vale? Podemos ir a una cafeteria a que tomes algo para calmarte. ¿Te apetece?- Obviamente, yo no tenía dinero para tomarme algo para mí, y tampoco para invitarla, pero no quería permanecer en la calle y mucho menos que ella estuviese así de mal, seguro que un té le calmaba los nervios, como ese que había tomado en su habitación cuando estaba trabajando en esos papeles que firmaba con desgana.

Tragó saliva para mirar al chico cuando le preguntó cómo estaba, ¿cómo, decía? pues... asustada, temblorosa, empapada en sangre, temiendo haber acabado con la vida de alguien y pensando en que, tal vez, debería volver para sacar de allí a más gente, pero, ¿cómo? solo era... solo era ella. El temblor aumentó un poco, pero se detuvo cuando el chico frente a ella le dio un abrazo. Hundió la cabeza en su cuello, era más alto que ella, eso sin duda.

Sollozó un poco apretando el abrazo, era raro, pero la calmaba, olía como el jabón de su cuarto de baño, olía a casa, a pesar de ser un total desconocido, le transmitía paz. Demasiado pronto para que la paz regresara, totalmente, a ella, se acabó el abrazo e intentó volver a centrarse mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de su mano, esperando no manchar la sudadera, que le venía demasiado grande para su menudo cuerpo.

Salir de allí, cierto, debían irse, pero no a una cafetería, ni a ningún lugar público, no, debían irse a su casa, su hogar había sido protegido poco menos de un año atrás por Bethlem, era el "territorio" de un hombre lobo, él lo protegía. Y aunque todo había cambiado, eso era algo que los vampiros no sabían, de camino podrían avisar a la guardia, que, aunque no pudieran detenerlo todo, probablemente despejarían la zona al llamar la atención sobre el lugar. Asintió y, cogiendo la mano del chico, comenzó a correr, intentando no matarse con los tacones, hasta su caballo.

- ¿Sabes montar?- le preguntó, subiendo, aun algo temblorosa, esperaba que si, pues tal y como estaba ella, el caballo no le respondería y podría acabar con la cabeza rota contra el suelo por una coz, incluso teniendola, simplemente, sobre la grupa, parecía nervioso, no, ella definitivamente no podía guiarlo, no de momento.

El abrazo nos vino bien a los dos, a ella pareció calmarle los nervios, tranquilizarla aunque fuese solamente un poco, con que dejase de llorar y de temblar me bastaba para que yo estuviese mejor. Aún tenía el susto metido en el cuerpo por culpa de ese vampiro y tampoco podía dejar de pensar en las personas que seguían ahí dentro, posiblemente fuéramos los únicos que iban a salir con vida del circo. Pero no podíamos hacer nada, no sabíamos como luchar contra ellos, eran demasiados y nosotros únicamente dos.

Bea se separó tras el intenso abrazo y no me contestó si quería ir a alguna cafetería a tomarse algo para que se relajase, me cogió de la mano y comenzamos a correr con cuidado de que ella no se tropezase con sus tacones, hasta su caballo. Mordí mi labio cuando se subió encima del animal y me preguntó si sabía montar. Solamente había montado encima de Caroline, una cambiante que se transformaba en yegua, pero nada más, había sido una única vez. -Ehm... No he montado mucho, pero... Espero que se me de bien. ¿Seguro de que no quieres llevarlo tú? No se donde vives.- Puse como excusa, si es que íbamos a su casa. Al no saber donde vivía dirigir al caballo iba a ser complicado.

Lo malo es que sabía en donde vivía, recordaba como si fuera ayer cada rincón de su casa gracias a mi habilidad de memoria fotográfica. Subí al caballo con un pequeño impulso y agarré las riendas, mirando a Bea de reojo. -Dime que no se volverá loco... Porfavor.- Notaba al caballo algo nervioso, no sabía si por Bea o por si podía notar que yo era un cambiante y me podía transformar en un animal como él lo era.

Moví un poco las riendas para que el caballo comenzase a andar hacia la salida del circo, si me equivocaba de camino Beatrice me lo haría saber para poder corregir la dirección, pero lo primero era salir de aquí para que no nos atrapasen de nuevo.

Aunque algo dudoso, el chico pareció acceder a subir. Si por ella fuera, lo guiaría, pero estaba nerviosa, más qué él, o eso parecía, y con sus animos a flor de piel de ese modo, probablemente acabaría hiriendo al caballo y a si misma. Eran animales sensibles, después de todo. No pasaba nada, ella le indicaría el camino, pero primero quería salir de allí, necesitaba salir de allí.

Cuando el chico tomó las riendas del animal, subiendo con bastante gracia para decir que no acostumraba a montar, la chica enredó los brazos en su cintura y respiró hondo, nuevamente, el olor que tanto la calmaba, el de su gel de baño. Negó con la cabeza, no, mientras quien lo guiara mantuviera la calma, el animal se mantendría tranquilo, y ella se calmaba poco a poco con la presencia del chico, por lo que no creía que el animal fuera a dar coces, no mientras todo saliera bien.Cuando el caballo comenzó a moverse hacia la salida del recinto, por la tierra desierta, haciendoles saber, así, que todo el drama quedaba bajo la carpa.

- Ve primero a comisaría, por favor.- pidió con la cabeza sobre la espalda del chico, dejando de temblar poco a poco.- Puede que no puedan salvar mucho más que los cuerpos, pero las familias tienen derecho a poder reconocer a sus muertos.- musitó recordando el destrozo que había sido de su padre, ni siquiera habían podido tener el ataud abierto para el velatorio.- Con que los asusten, me basta.- musitó algo cabizbaja.

Esperaba que el chico no le pidiera demasiadas explicaciones, el shock y el miedo habían pasado a segundo plano al abandonar el terreno terroso y había dado paso a una tristeza profunda mientras el animal seguía avanzando por las calles frías y húmedas en la noche oscura y envuelta en silencio. Con algo de suerte no tardarían en llegar a comisaría y podrían irse a casa.

- Luego te diré como llegar a mi casa, creo que estaremos seguros allí.- musitó poniendo su barbilla sobre el hombro del chico, para ver por donde iban, si no se concentraba, ni que fuera en el camino, volvería a ver imagenes que la hundirían en sombras.

Noté como Bea se agarraba a mi cintura con fuerza una vez que el caballo comenzó a caminar. Este gesto me puso algo nervioso, nunca se me había agarrado una chica de esta forma y mi nerviosismo se trasladó al pobre caballo, que hizo un giro un tanto brusco en una calle. -Shh tranquilo... ¿Cómo se llama... Y ya de paso, como se llama, señorita?- No nos habíamos dicho nuestros nombres, aunque yo sabía el suyo, quería que ella supiera el mío, así no sería recordado como "el chico que le llevo a casa en su propio caballo".

Beatrice me indicó que quería ir a la comisaría, así que cogí las riendas con fuerza y guié el caballo en esa dirección. Poco iban a poder hacer contra los vampiros, los únicos que podrían serían esos cazadores, pero yo no conocía ninguno y ya era demasiado tarde para buscar uno. Aquellos vampiros seguro que habían acabado con todos a su paso y temía, que si acudía la policía, acabasen con ellos también. ¿Sabrían combatir a gente de esa naturaleza? Quizás unos inquisidores fuesen mejor opción, pero... Hoy era una noche pagana para la gente de la iglesia.

Bea volvió a hablar y dijo que luego estaríamos seguros en su casa. Tragué saliva mientras el caballo giraba la última calle que quedaba para llegar a comisaría, donde podríamos informar lo que estaba ocurriendo en el circo gitano. La miré de reojo, aún sintiendo su agarre sobre mi cuerpo. -¿Seguro que es adecuado que vaya a tú casa?- Esperaba que a su sirvienta, esa de la que me tuve que esconder, no le importase que Beatrice llevara un hombre a casa... Nose, no lo veía adecuado.

Llegamos a comisaría y bajé del caballo, ofreciéndole mi mano para que ella también bajase. -Dèjame hablar a mí.- No me gustaba ir a la policía, muchas veces me habían perseguido por las calles porque me habían visto robar algo, pero nunca me habían atrapado, estaba entrando en la boca del lobo, pero esperaba que no me reconociesen, no quería fastidiarle más la noche a Bea. Pasé por la puerta, y me encontré con el hombre que estaba en la recepción. -Hola, vengo a decir que ha habido unos asesinatos dentro de la carpa del circo gitano. No ha sido un espectáculo... Ha sido de verdad.- Insitía en esto, porque estaba viendo la cara del policía con una ceja alzada. ¿Quién iba a creer a alguien pobre? Nadie. -Verá señor... Es Halloween, no vamos a salir porque usted haya creído ver asesinatos de verdad. Váyase porfavor.- Desde el primer momento sabía que no me iban a creer. Miré a Bea suspirando. -Vámonos... No podemos hacer nada.- Suspiré y me miré a los pies, seguro que estaba pensando en irse, en dejar de estar con alguien que no valía ni su palabra.

El camino a caballo se le hizo corto, el animal parecía algo alterado, lógico, ella seguía algo nerviosa a pesar de que la calma comenzaba a vencerla poco a poco, la pregunta del chico la hizo reflexionar, pero sonrió un poco, entendía que alguien creyera raro que una dama, sola, invitara a un joven desconocido a su hogar, pero no sería la primera, ni, probablemente, la última vez, su casa parecía más un hospital que un hogar, a esas alturas.

- El caballo se llama Hans, y yo soy Beatrice, pero mejor llámame Bea.- dijo con tanta naturalidad como era usual.- Y no te preocupes, no es malo, tampoco, solo... es un sitio seguro, además, me has salvado la vida, lo mínimo que puedo hacer es lavarte la sudadera que me has prestado e invitarte a una taza de té, si no me hubieras dicho por donde salir, habría acabado tan muerta como los que se han quedado en la carpa.- susurró apretando el agarre con un ligero temblor al imaginar los cuerpos desmembrados, eso había sido una carnicería.

Asintió al llegar a la comisaría y, mientras el chico entraba, ella permaneció fuera, montada en el caballo, esperándolo. Pero cuando el joven salió, minutos después, sin resultado alguno, la chica suspiró, cabizbaja, debía suponerlo, noche de hallowen, policías vagos, solo los cazadores podrían hacer algo, pero no sabía donde encontrar ninguno. Resignada, asintió y tendió la mano al chico para que volviera a subir.

- Vamos, solo hay que girar a la izquierda y llegar a la zona residencial, la quinta calle y a la izquierda, es la tercera casa.- musitó mientras el caballo comenzaba a andar nuevamente.

No tardaron demasiado en llegar a la casa de color azulado con vallas negras, la única de un tono diferente en todo el vecindario, que era de blanco impoluto, Bea había pedido que la pintaran a su regreso, necesitaba un cambio, y ya que no estaba bien visto que una dama se cortase demasiado el pelo, había decidido cambiar su casa.

Las luces estaban aun encendidas en su hogar, probablemente la señora Marie estuviera leyendo, practicando con los libros sencillos que ella usaba para darle clases, o tal vez fuera el señor Jones, que tomaba una copa del vino que Bea solía regalarle cada mes, solo una botella, no quería problemas de alcoholismo en su casa.

- Vamos.- dijo descendiendo del caballo y cogiendo las riendas para guiarlo a los establos, desiertos como estaban, quitó ella misma la silla y demás para que el animal descansara comiendo un merecido cubo de avena y bebiendo agua del abrevadero, le palmeó el hocico y volvió a dar la vuelta para entrar por la puerta de delante.- No te preocupes, son muy buenas personas, no van a decir nada.- asintió con una leve sonrisa temblorosa.

Abrió la puerta con manos temblorosas y dejó pasar al chico cerrando la puerta a sus espaldas. Cuando el clac sonó, se escucharon unos pasos apresurados hacia la puerta y la señora Marie salió, con unas gafas a medio poner. La cara de la mujer fue un cuadro.

- Pero, Niña, ¿qué te ha pasado?- dijo con aire maternal abrazándola con fuerza. Era varios centímetros más baja que ella, y mucho más ancha, pero olía a comida casera y a paz.
- Estoy bien, no pasa nada, este joven me ha salvado la vida.- musitó aun temblorosa, dando paso a que el chico se presentara.

-Yo me llamo Nahuel.- Le dije una vez que ella terminó de decir el nombre del caballo y el suyo propio, aunque este último ya lo sabía, ahora podría decirlo sin que se escandalizase, porque me lo había dicho. ¿Qué yo le había salvado la vida? Ella me la había salvado a mí, si ella no hubiera matado al vampiro que me había cogido por la pierna, yo estaría muerto. Negué con la cabeza y suspiré. -Has sido tú quien me ha salvado, Beatrice. - Le traté de dejar claro, antes de llegar a la comisaría y dejarlos a ellos dos fuera.

Al salir, estaba frustrado, era normal que el polícia no quisiera creerme. ¿Quién lo iba a hacer en una noche como esta y más si venía de alguien como yo, alguien sin siquiera un apellido, ni mediocre ni importante para que alguien me creyese. Me sentía mal porque no había podido ayudar a Bea en su "misión" de querer que la policía espantase a los vampiros de la carpa, no valía siquiera para eso. La miré un tanto alicaído, ella estaba dándome todo y yo no era capaz de darle nada. Era un auténtico asco. Me agarré a su mano para poder subir al caballo, no dijo ni una palabra relacionada con los policías, esperaba que no pensase que era por mi culpa, aunque lo fuese.

Guié al caballo siguiendo las indicaciones que me decía, aunque conocía de sobra el camino. Su casa me daba mucha gracia, era la única casa con distinto color en todo el vecindario, eso hacía que fuese más fácil reconocerla para mis siguientes veces, si tenía que colarme como Brave. Me puse nervioso conforme el caballo iba llegando a la casa. ¿Qué iba a pensar la gente de su servicio? Las manos comenzaron a sudarme un poco, hasta que bajamos del caballo y esperé a que Beatrice lo metiera dentro de los establos.

Ella debió notar mi nerviosismo porque intentó tranquilizarme con unas palabras y le sonreí mientras asentía, siguiéndola hasta la misma puerta de su hogar. Cuando abrimos la puerta y esta se cerró, el calor de la casa comenzó a calentar mi cuerpo, no había dicho nada pero sin la sudadera tenía algo de frío. La mujer miró a Bea preocupada y la abrazó después de preguntarle que le había pasado. Bea le explicó y me limité a negar con la cabeza. Ella había sido más valiente que yo. -Ella también me ha salvado a mí señora... Nos hemos salvado mutuamente.- Miré a la señora del servicio y desvié la mirada hasta mis zapatos. Tanto Bea como yo estábamos llenos de sangre seca de otras personas y sangre de vampiro. Deberíamos de darnos un baño caliente.

- No le haga caso Marie, ha sido horrible, había sangre por todos lados, y él me ha sacado de allí, ha tenido muchísimo valor.- lo miró con una sonrisa, mientras tomaba las manos de la mujer.
- Gracias por salvar a mi niña.- respondió la señora Marie, tomando una mano del chico, refrendos a Bea, no como a una señora, si no como a una igual, como a una niña, como a su propia hija.- Id a daros un baño y poneos algo de ropa caliente, hoy hace frío, yo mientras os prepararé algo de comer para quitaros el susto.- insistió la mujer empujandolos a ambos hacia las escaleras.
- Gracias Marie.- abrazó a la mujer dándole un beso en la mejilla a la mujer.- Vamos, arriba están los baños.- le sonrió al chico comenzando a subir las escaleras, mirandolo con una sonrisa, mucho más relajada que cuando se encontraban en la fría y oscura calle.

Marie cerró la puerta de la luminosa casa que olía a pastel de manzana y a fuego encendido mientras los pasos sobre el marmol de la cocina y los atenuados, de los dos jóvenes que subían las escaleras, por la moqueta, se fundían con el crepitar de las chimeneas. Llegados al segundo piso, donde se encontraban la mayoría de habitaciones, la chica se detuvo a mirar al chico con detenimiento.

Era delgado, alto, espigado, no tenía la espalda demasiado ancha, pero tampoco era escuálido, bajo la camiseta de manga larga podía distinguir algunos músculos, es más, la chica juraría que era puso músculo y que todo lo que ocupaba, era por eso, porque con lo delgado que era, dudaba que tuviera algo de grasa corporal. Asintió para si y fue a abrir la boca hasta que pensó que el chico debía haberse preocupado cuando ella le había estado dando el repaso.

- Lo siento.- musito algo colorada.- era solo para saber la talla de ropa, aunque debería haberte preguntado directamente, perdona.- susurró avergonzada.

Se dio la vuelta y abrió un cuarto grande, no tanto como el suyo, pero lo bastante como para ser cómodo, un armario al fondo, una cama bastante grande como para dos personas, una alfombra que la rodeaba para que los pies no se enfriasen y un par de detalles más componían el cuarto. Se acercó al armario y sacó un pijama de hombre cómodo y cálido y ropa de calle que, suponía, debía caberle al chico.

Lo dejó sobre el escritorio y se giró a mirar al chico con una media sonrisa mientras encendía una lámpara de aceite para iluminar el cuarto y se acercaba a la chimenea para, cogiendo unas cerillas de la repisa, encenderla. Comenzó a soplar para hacer más fuerte el fuego y frotó sus manos ante las llamas.

- Puedes quedarte aquí esta noche, si quieres, este cuarto no lo usa nadie.- le ofreció con una ligera sonrisa.- ahí tienes baño, o puedes usar el del final del pasillo, hay una bata tras la puerta y cuando acabemos de asearnos la señora Marie ya tendrá preparado algo de comer, por favor, no tengas prisa, te debo la vida, así que... esto es lo mínimo.- sonrió antes de salir del cuarto dejándole intimidad.- Nos vemos luego.- se despidió en un susurro, dirigiéndose a su propio dormitorio, aun avergonzada por haberlo mirado de arriba a bajo, ¿qué le pasaba? eso no era propio de una dama.

Beatrice siguió quitándose el mérito de que me había salvado ella también delante de Marie, como se llamaba la señora del servicio, de la que me tuve que esconder el otro día cuando estaba como Brave. Me puse un poco colorado, nunca me habían echado tantos piropos juntos en una sola noche. Más bien me insultaban y me tiraban piedras porque me habían pillado robando. La mujer me agarró de la mano y alcé la mirada hasta verla. Tenía los ojos llenos de gratitud y alivio. Le sonreí antes de poder decirle algo. –Ha sido un placer salvar a su… niña, señora Marie. – La mujer pareció leerme la mente, y sugirió que podíamos darnos un baño y cambiarnos de ropa y después, poder comer algo. Mi tripa rugió, hoy solamente había comido un plato de estofado. Bea comenzó a moverse escaleras arriba y la seguí sin dudarlo, no sin antes despedirme de la señora Maria con un gesto de mi mano, no quería ser mal educado, aunque no me había criado en la alta clase, sabía cuando debía de mantener la compostura, o la poca que tenía.

Tuve que frenar rápido porque Beatrice decidió pararse nada más subir al segundo piso, se giró y se quedó mirándome de arriba abajo. De la cabeza a los pies. Nunca antes nadie me había mirado de aquella forma, así que yo aproveché e hice lo mismo. No iba a ser el único idiota que no miraba detenidamente a una mujer cuando ella era la que había empezado a hacerlo. Era… Tenía una figura perfecta, mi sudadera aunque le quedaba grande también le quedaba bien. Estaba muy guapa, aunque ya la había podido ver sin ningún ápice de ropa encima. Me puse nervioso al tener aquellos pensamientos y Beatrice dejó de mirar mi cuerpo y me pidió perdón, sonrojándose un poco. Me reí y negué con la cabeza, no tenía importancia, había sido gracioso. –No te preocupes. Parecía que estabas viendo un ángel o un cuadro de esos de los famosos. – Me reí de nuevo, yo no me consideraba ni un ángel ni un cuadro echo para admirar.

Entramos en una habitación, era más grande que mi casa. La cama tenía pinta de ser un auténtico paraíso, como si estuvieras durmiendo sobre una nube. Sacó un pijama de hombre del armario, Beatrice había dado por hecho que me iba a quedar a dormir y no se equivocaba, no iba a domir en casa con este frío, además, mis padres seguro que hoy dormirían en su estado animal al lado del fuego de algún excursionista del bosque, como siempre hacían en invierno. Encendió la lámpara de aceite y me acerqué al escritorio para acariciar la suave tela del pijama. Vi como se ponía a encender la chimenea de la habitación y la luz jugaba con su cuerpo, era muy hermosa… Moví la cabeza cuando se giró para dejar de pensar en ella de esa forma. No quería ser un cerdo con ella, ella se había portado demasiado bien. –No me iré. Me quedo a dormir por hoy. Muchas gracias a ti por todo Beatrice, de verdad. – La vi marchar de la habitación y suspiré, empezaba a notarse el calor de la chimenea, pero acerqué un poco el pijama, dejándolo sobre una silla algo cerca del fuego pero no demasiado, no quería provocar un incendio.

Comencé a desnudarme, dejando mi ropa vieja encima de la cama. Parecía estar mal en este lugar, estaba completamente fuera de lugar, seguro que esta ropa era la que utilizaba Marie para limpiar el suelo de la casa. Una vez desnudo, pasé al baño y miré todo. Era increíble. Abrí la llave del agua y me metí dentro de la gran bañera, entraba yo entero y completamente estirado. El agua calmaba el frío que tenía metido en los huesos y me quitaba los restos de sangre seca. Me metí hasta la cabeza, aguantando la respiración. Podía escuchar desde aquí dentro el movimiento que hacía el fuego de la habitación. Cuando no pude más, salí y pasé a enjabonar mi cuerpo, era el mismo gel que Bea había usado cuando me bañó en forma de mapache. Olía a ella. Me quité los restos de gel y salí del baño, poniéndome el albornoz. Me tumbé en la cama unos segundos y cerré los ojos. Esperaba que Bea ya hubiera terminado de su baño… Decidí ponerme el pijama y salir en su busca. Me hice el tonto, por si venía alguien y me pillaba que sabía exactamente donde estaba su habitación. Golpeé en su puerta dos veces. –¿Beatrice? ¿Has terminado? – Esperaba que no me abriese la puerta desnuda, porque si no… No aguantaría.

Salió del cuarto cerrando con una sonrisa en los labios, parecía un joven amable y dulce, aunque daba la impresión de que la vida no lo había tratado demasiado bien, era algo que a la chica le daba bastante rabia, la sociedad en la que vivía consideraba que la condición en la que se nacía era la que debía mantenerse durante el resto de la vida, ella se negaba a aceptarlo.

Por su condición de mujer debería estar casada y dando de mamar a tres hijos mientras su marido dirigía su negocio, pero a esas alturas ya nadie que la conociera pensaría que la joven fuera a hacer algo así o a permitir que la obligaran, sabían que, por muy dulce que pareciera, tenía el orgullo de un coronel de ejercito y la ira fría de cualquier personaje de la mitología griega. Por eso, probablemente, la habían comenzado a tomar en serio en los negocios y habían visto el amor y la devoción que la joven tenía por su empresa, algunos le habían dicho que, al verla trabajar, veían la viva imagen de su padre. Eso la llenaba de orgullo.

Abrió la puerta de su dormitorio y, al cerrarla, no perdió un solo instante, se deshizo de la sudadera, que mantuvo un momento en sus brazos, tenía algunos agujeros, pediría, por favor, que la arreglasen, después de lavarla. Suspiró dejando la prenda sobre la mesa de su escritorio, con cuidado, y se desprendió sin cuidado de su vestido. Deslizó sus medias desde su muslo hasta retirarlas, incluso estas estaban manchadas de sangre, las debería dejar a remojo y seguro que perderían ese color blanco y se quedarían de un tono rosado.

Con un suspiro se deshizo de su corsé y entró rápido al baño, llenando la bañera con agua caliente mientras sacaba toallas del armario y acercaba su bata y su camisón hasta el baño. Puso en el agua unas gotas del perfume que había comprado en la tienda de Valeria, era un aroma que la relajaba, le recordaba al mar, a la lluvia y al sol, y se sumergió mientras el agua caliente aun caía en la tina.

Un escalofrío la recorrió de arriba a bajo mientras, cerrando el grifo para que el agua no se saliera, hundía la cabeza. Siempre he había gustado bañarse así, era cómodo, sobretodo cuando ponía una toalla para el cuello en el borde. Estiró los brazos sacándolos del agua, mucho más tranquila entre las esencias y el calor del agua y se mantuvo descansando allí unos instantes antes de salir y comenzar a frotar todo su cuerpo con jabón para deshacerse de la sangre. Cuatro veces tuvo que enjabonar y aclarar piel y cuerpo hasta que dejó de salir agua rosada. Se hundió de nuevo en la tina para acabar de relajar su cuerpo y salió al oír golpes en la puerta.

Se envolvió en las toallas y se apresuró a secarse y vestirse mientras pedía un momento, había oído la voz del chico, debía haberle costado encontrar su dormitorios y habría llamado a bastantes cuartos vacíos antes de dar con el suyo. Se colocó el camisón y la bata y abrió la puerta poniéndose las zapatillas, con el pelo mojado y algo revuelto, aun abrochándose la bata que, desordenada, no cubría completamente su camisón.

- Perdona, me he quedado algo traspuesta.- se disculpó arreglándose la bata.- vayamos a comer algo.- dijo notando un pequeño gruñido de su propio estómago mientras el aroma de la deliciosa sopa de cerdo de la señora Marie subía por la escalera, mezclada con la del pastel de manzana que había olido al entrar.

Tras golpear a la puerta, pasaron unos pocos segundos y escuché la voz de Beatrice, la cual me pedía un momento. Una sonrisa traviesa apareció en mi cara mientras miraba al suelo, le había pillado todavía desnuda. Me removí algo nervioso, estos pensamientos me abrumaban al igual que me abrumaba ella. Al haber estado con ella en forma animal, no había pensando en ella de esa forma, si no... Me hubiera dado algo al verla completamente desnuda.

Me aparté un poco de la puerta para no parecer un auténtico baboso ansioso que estaba pegado en ella como si quisiera ver a través y la miré de arriba a bajo un poco con la boca abierta. Estaba increíblemente sexy con esta ropa. Rasqué mi nuca para disimular y la miré cuando comenzó a hablar, deseando y rezando por dentro que no se hubiera percatado de mi mirada lasciva. Estaba actuando como un auténtico degenerado, yo no era así. ¿Porqué ella me afectaba de esa forma?

-Sí, la verdad... Tengo algo de hambre.- La seguí todo el camino, desde el piso de arriba hasta las cocinas. Había dicho que tenía "algo" de hambre por no decir que se moría de inanición, no quería parecer un aprovechado que se iba a comer todo lo que le pusieran en el plato y en la olla y en la despensa. El olor que subía por la escalera, mientras nosotros la bajábamos me hizo gruñir aún más la tripa, seguro que Beatrice lo había oído. El olor era delicioso y la boca comenzaba a hacérseme agua.

Llegamos a las cocinas, yo detrás de Bea y el olor casi me hace desmayarme del gusto. Me senté al lado de Bea en la mesa de la cocina y la señora Marie nos sirvió una sopa de cerdo. Me aguanté las ganas de meter la cabeza en el plato o de levantar el plato e inclinarlo en mi boca, debía de tener modales, no era un salvaje. Me reí un poco por estos pensamientos que tenía y miré a Bea antes de provar bocado. -Que aproveche. Muchas gracias por el baño y la cena.- Le sonreí algo tímido, estas cosas no me gustaba mucho tener que decirlas, básicamente porque no solía ir a casa de nadie a que me diesen de comer en forma humana. En mapache, la vida era más fácil.

La sopa estaba deliciosa, caliente, seguro que al terminarla, nuestro cuerpo empezaba a coger calor y no podríamos sentir el frío. Miré a Marie. -¡Esto está delicioso señora Marie! Debe darme la receta- Cogí un mendrugo de pan y lo unté en la sopa, haciendo que se volviera blando y me lo comí. Podría comer esta sopa el resto de mi vida.

El chico la miró por un instante cuando salió del cuarto, de algún modo, se sintió avergonzada y un ligero sonrojo subió a sus mejillas mientras bajaban las escaleras en dirección a las cocinas y se ataba bien la bata cubriendo su pecho y piernas, la bata desordenada mostraba más de lo que debería mostrar cualquier señorita.

Suspiró con disimulo, nerviosa, apartando sus mechones mojados y desordenados hacia un lado y rozándose el cuello con la mano, algo acalorada. No hizo mención alguna al sonido del estomago del chico, cualquiera podía tener hambre, solo sonrió y lo miró mientras seguía bajando las escaleras.

- Las emociones fuertes despiertan el apetito, y nosotros no hemos pasado una noche tranquila precisamente.- asintió dejando atrás el último escalón y adentrándose en la cocina.- ¿Ese es tu guiso de cerdo Marie? Huele delicioso.- musitó tomando asiento en un taburete frente a un plato, recibiendo una mirada reprobadora de la mujer mientras le servía y hacía otro tanto con Nahuel.
- De nada querido, gracias a ti por devolvernos a este terremoto sano y salvo.- comentó mirando aun, con ceño fruncido, a Bea.- y la receta te la daré encantada, pero mañana, hoy es mejor cenar y acostarse, debéis estar cansados.- suspiró mirando a uno y a otro comer.

Bea sonrió, entendía porque la mujer estaba molesta. Demasiadas veces la había regañado por comer en la cocina, según ella, la señora de la casa debía comer en el comedor, en la mesa grande, presidiéndola, pero la chica se negaba en redondo en comer sola en un sitio tan grande, la haría sentir tan abandonada que, pensaba, le entrarían ganas de llorar, estaba mejor en la cocina, rodeada de fogones, escuchando las charlas de Marie o sus reniegos, o viendo a unos y otros pasar, sentarse, incrédulos, junto a ella, y comer tranquilos.

La dama de la casa, prefería estar entre fogones y caballos que pasearse sola por los lujosos cuartos de la mansión Delteria. Su servicio había tardado en acostumbrarse a una jefa tan... rara, pero a falta de hermanos y familia cercana, su servicio se había vuelto parte de su familia, en ocasiones, jugaba, incluso, con la hija de Marie, que tenía, en ese momento doce años, y le enseñaba a tocar el piano, a leer y a escribir a escondidas de la cocinera, que pensaba que la chiquilla molestaba a Bea cuando no había nada más lejos de la realidad.

- Es una experta, de niña, no comía nada que no hubiera cocinado ella.- rió un poco con el plato casi vacío, notando como el caldo poco a poco le calentaba el estómago.
- No debería hablar de los demás como si no estuvieran.- la regañó la mujer.- ni sentarse a comer en la mesa del servicio, como venga alguien, será un escandalo.- negó Marie preocupada.
- Que se escandalicen, así es más divertido.- sonrió con ligereza antes de limpiarse la boca delicadamente con la servilleta. Notó, entonces, que las ojeras de la mujer estaban más marcadas de lo usual y sonrió con cariño, debía estar cansada.- Marie, ve a acostare, es tarde y tu horario se ha acabado hace horas.- le pidió. La mujer, se notaba, quería negarse, pero sabía que pocos ganaban a Bea en cabezoneria, por lo que, finalmente, cedió y se despidió pidiendo que dejasen los platos en el fregadero al acabar.- Buenas noches Marie.- dijo antes de girarse al joven.- se preocupa demasiado.- intentó disculparse de algún modo.

La mujer volvió a agradecerme por haber traído con vida a Beatrice y sonreí, mañana le volvería a pedir la receta, por si se le olvidaba. Comí y comí, hasta que en el plato hondo no quedó ni una mísera gota de caldo. Escuché con atención como Bea hablaba con su señora del servicio, no quise meterme en sus asuntos, así que cogí el puchero y me serví de nuevo otro plato lleno, casi a rebosar. Bebí de la cuchara con ganas, esperando que a la señora Marie ni a Beatrice les hubieran molestado que me sirviera más.

-Buenas noches señorita Marie- Dije cuando la señora se marchaba a descansar. Me había percatado de sus ojeras, púrpuras bajo los ojos. Me terminé el segundo plato y lo aparté un poco, había quedado satisfecho. Suspiré y miré a Bea. -Sí, es bueno tener gente como ella en la vida.- Yo tenía unos pocos amigos que se preocupaban así por mí, sin contar a mis padres por supuesto.

Me levanté de la silla y recogí los dos platos, el mío y el de Beatrice que ya había terminado. Los puse en el fregadero y me quedé un poco mirándolo. ¿Qué iba a pasar ahora? Estaba cansado, había sido una noche llena de emociones, de adrenalina. Nos habíamos librado de una buena. Me gire para mirarle. -¿Mañana a que hora se desayuna?- Desconocía si en esta casa tenían horarios, suponía que sí, aunque quizás a ella como era la "jefa" le dejaban total libertad, siempre tendría tostadas recién hechas fuese la hora que fuese.

Bostecé y me froté los ojos. Era hora de que cada uno se fuese a su habitación y dormir. -¿Subimos a la habitación? Será mejor que durmamos, a ver si no tenemos pesadillas.- Salí de la cocina y subí a la habitación, escuchaba sus pasos por detrás de mí, así que caminé algo más lento por las escaleras para poder dejar que me alcanzase, no quería meterme en una habitación que no fuese la que ella me había dejado. Una vez subidas las escaleras, la fui mirando por el pasillo de reojo, esa bata... Mordí mi labio y me paré cuando llegamos a la puerta de su habitación. -Buenas noches Beatrice, gracias por dejarme dormir aquí esta noche. Que descanses.- Me acerqué a su cara para darle un beso en la mejilla, pero la besé más cerca de los labios que de la mejilla.