AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Música [Privado]
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Música [Privado]
El sol comenzaba a iluminar la estancia, reflejando sus rayos sobre el piano de cola. Harmonie observaba ese bello juego de luces apoyada en la pared, con una buena taza de té entre sus manos. Le dio un sorbo y ladeó ligeramente la cabeza. Se acababa de levantar, no hacía ni media hora que estaba por el mundo, y todavía se encontraba en camisón, tapada únicamente por la bata que solía llevar, descalza y con la trenza que se hacía nada más levantarse para que los mechones de su cabello no le molestaran al deslizar sus dedos por las teclas del piano. Su vida entera pasaba por hacer sonar las notas dormidas del instrumento, pero desde que su padre le había dado la noticia del compromiso de su hermana una idea había acudido a su mente.
Se sentó sobre el taburete que tenía enfrente del piano, dejando la taza sobre una mesilla y tocando una simple escala a modo de calentamiento. Nunca había dado un concierto, no más allá de las cuatro paredes que conformaban su casa o cuando acudía a alguna que otra fiesta y se lo pedían, pero no creía que hubiera mejor momento que durante el banquete de la boda de su hermana. Ese sería su regalo. Daría lo mejor de ella para que nunca lo olvidara, para que ese día superara las expectativas que Dianthe tuviera.
Sin embargo, no conseguía decantarse por una partitura o por otra. Quizás tuviera que ir en busca de alguna nueva canción o pagarle a algún compositor por una de sus obras, no lo sabía. Quería que fuera algo especial, por lo que sería consecuente con su idea. De manera inconsciente, volvió a deslizar sus dedos sobre las teclas del piano, haciendo que en aire flotaran las notas de una de sus canciones favoritas, una vieja nana que siempre conseguía relajarla y a la que acudía cuando necesitaba tranquilizarse para poder pensar, para poner en orden sus ideas. La música era lo único que conseguía que dejara de pensar en cualquier cosa que no fuera la siguiente nota, el siguiente compás. Y esa canción, particularmente, le gustaba porque podía ir tarareándola a medida que le arrancaba las notas al instrumento.
Quizás su profesora pudiera darle algún consejo. Estaba segura de que ella sabría mejor que nadie cuál sería la canción idónea, pero no la vería hasta dentro de unos días, por lo que no debía descuidarse. Si iba al centro de la ciudad, se acercaría a la pequeña tienda a la que solía ir. Le encantaban todas esas partituras antiguas, siempre que se perdía allí dentro soñaba despierta con encontrar una partitura perdida, una que en la que nadie hubiera reparado.
Estaba tan inmersa en acariciar las teclas del piano que no se dio cuenta de que alguien más se encontraba en esa parte de la mansión. La sala de música, como ella la llamaba, estaba apartada del resto de habitaciones, para evitar que la pequeña molestara a alguien de la casa. No es que lo hiciera, a sus hermanas les gustaba quedarse a escucharla mientras bordaban o cualquier otra cosa, pero Harmonie tenía que reconocer que era lo mejor. Muchas veces el tiempo pasaba volando y ella no se daba cuenta de que alguien podía estar intentando descansar.
Se sentó sobre el taburete que tenía enfrente del piano, dejando la taza sobre una mesilla y tocando una simple escala a modo de calentamiento. Nunca había dado un concierto, no más allá de las cuatro paredes que conformaban su casa o cuando acudía a alguna que otra fiesta y se lo pedían, pero no creía que hubiera mejor momento que durante el banquete de la boda de su hermana. Ese sería su regalo. Daría lo mejor de ella para que nunca lo olvidara, para que ese día superara las expectativas que Dianthe tuviera.
Sin embargo, no conseguía decantarse por una partitura o por otra. Quizás tuviera que ir en busca de alguna nueva canción o pagarle a algún compositor por una de sus obras, no lo sabía. Quería que fuera algo especial, por lo que sería consecuente con su idea. De manera inconsciente, volvió a deslizar sus dedos sobre las teclas del piano, haciendo que en aire flotaran las notas de una de sus canciones favoritas, una vieja nana que siempre conseguía relajarla y a la que acudía cuando necesitaba tranquilizarse para poder pensar, para poner en orden sus ideas. La música era lo único que conseguía que dejara de pensar en cualquier cosa que no fuera la siguiente nota, el siguiente compás. Y esa canción, particularmente, le gustaba porque podía ir tarareándola a medida que le arrancaba las notas al instrumento.
Quizás su profesora pudiera darle algún consejo. Estaba segura de que ella sabría mejor que nadie cuál sería la canción idónea, pero no la vería hasta dentro de unos días, por lo que no debía descuidarse. Si iba al centro de la ciudad, se acercaría a la pequeña tienda a la que solía ir. Le encantaban todas esas partituras antiguas, siempre que se perdía allí dentro soñaba despierta con encontrar una partitura perdida, una que en la que nadie hubiera reparado.
Estaba tan inmersa en acariciar las teclas del piano que no se dio cuenta de que alguien más se encontraba en esa parte de la mansión. La sala de música, como ella la llamaba, estaba apartada del resto de habitaciones, para evitar que la pequeña molestara a alguien de la casa. No es que lo hiciera, a sus hermanas les gustaba quedarse a escucharla mientras bordaban o cualquier otra cosa, pero Harmonie tenía que reconocer que era lo mejor. Muchas veces el tiempo pasaba volando y ella no se daba cuenta de que alguien podía estar intentando descansar.
Harmonie E. Marchessault- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/12/2015
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