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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anneliese Wasenbell Jue Oct 25, 2012 5:08 pm

La música...¿cómo podía ser que una cosa tan insustancial pudiera provocar tanta alegría en un alma? ¿Cómo podía convertirse en el único consuelo de las almas que más la necesitaban? De las más desafortunadas, al menos. O podría convertirse simplemente en la pasión que llevaba a una persona a convertirla en el objetivo de su vida. A escucharla, a crearla, o simplemente a disfrutar de sus acordes eternos. Porque eran eternos. Había canciones que duraban para toda la eternidad, podías oír una canción creada desde el corazón desde hace más de doscientos años. O de quinientos. Me habían enseñado canciones aún más antiguas.
Caminaba por el jardín botánico después de salir de una fiesta. Había hecho una de las mías, no había podido evitarlo. Había usado el viejo truco de echarle una poción embriagadora al ponche. Vamos, que le echas la poción, y luego, si te bebes el ponche, acabas en un santiamén con una borrachera que ni te cuento, vamos, que probablemente a la mañana siguiente te encuentres con un resacón del tres al cuarto. Yo misma lo había probado una vez...había sabido por primera vez en mi vida lo que era una resaca. Y eso me había prevenido contra beber demasiado. Mejor limitarse al vino.
Aunque había sido condenadamente divertido ver la reacción de la gente. Se había liado una buena, y ya estaba el mayordomo y algunos más tratando de calmar a los borrachos. Culpándolos de beber de más.
Me reía como una loca cuando salí con disimulo. En esa fiesta actuaba mi amiga Nói. Por lo general actuaba en el teatro, pero me había contado que a veces había actuado en alguna fiesta. Es lo que tiene ser de clase media, lo entendía muy bien ya que casi estaba en la misma situación. Casi. Menos mal que no había probado el ponche...(a lo mejor se había visto venir mi jugarreta cuando me vio junto al ponche y poco después viera a la gente medio borracha) al menos que yo supiera.
Comencé a dar varias vueltas y a cantar, con voz melodiosa, la melodía que había oído en la fiesta. Las letras las improvisaba, pero trataba de seguir el ritmo de la melodía lo mejor que podía. Que me gustaba cantar. Era tan...¡mágico! Con la música se puede crear magia, eso lo he pensado siempre. Es más, muchas veces he intentado hacer eso. Crear magia con la música. Cantar los nombres de los hechizos, inventar otros. Por ahora no ha funcionado, pero estoy dispuesta a seguir intentándolo.
Se me tenía que ver muy elegante. Aquel día llevaba un vestido dorado muy elegante con adornos negros y el pelo recién suelto, con un lila tan claro que parecía de chicle. A veces la gente me miraba por eso, pero no me importaba lo más mínimo. Si me gustaba a mí, qué le dieran al pairo a los demás. Es más, muchos humanos son tan...susceptibles ante esas cosas.
Y así seguí, cantando alegre como siempre y con una poción luminosa en las manos, para iluminar la noche.
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Mensaje por Nói Runa Hauksdóttir Mar Oct 30, 2012 1:00 pm

Tenía toda la atención puesta en el instrumento, los cinco sentidos concentrados entre mis manos y las cuerdas del arpa, como si no hubiera nada alrededor, como si no hubiera nada alrededor, como si no hubiera nada alrededor…, me repetía a mí misma una y otra vez, procurando no despistarme por culpa del peculiar panorama que se presentaba ante mí. Los invitados llenaban la sala con sus gritos incoherentes o bailes carentes de equilibrio, incluso ya había alguno que otro sentado de mala manera en la primera silla que había encontrado o en el mismo suelo. Todos ebrios hasta las cejas, como si hubieran pasado tres horas bebiendo champagne, una copa detrás de otra. ¿Dónde estaban los modales de la nobleza?

En un momento dado, uno de los invitados se plantó frente al pequeño escenario improvisado en el que estábamos situados los músicos y empezó a aplaudir enérgicamente, tanto que, sin querer, golpeó a una mujer que pasaba por allí. La señora se retiró, con una mano presionando el punto donde había recibido el golpe y, el que al parecer era su marido, se enzarzó en una disputa con el borracho que los mayordomos y demás asistentes trataban de impedir en una escena demasiado absurda.

Así no había quien se concentrara, así que dejé de tocar. Al fin y al cabo, a esas alturas nadie nos prestaba atención. Miré a los músicos con cara de circunstancias y ellos simplemente se encogieron de hombros a modo de respuesta. Los violinistas recogieron, dando su actuación por terminada y, al final, sólo quedamos el pianista y yo sin saber muy bien qué hacer. Tuve la intención de marcharme yo también, pero, tras echar un vistazo a la escena que tenía frente a mí, se me ocurrió algo mejor. Posé de nuevo mis dedos sobre las cuerdas del arpa e improvisé lo primero que se me vino a la mente. Era una obra rápida, divertida, y eso provocó que la gente se animara aún más. El pianista, muy espontáneo él, se incorporó al ritmo y le dio un toque gracioso a la improvisación. A decir verdad, siempre había querido hacer esto, tocar lo que yo quisiera en una fiesta de la nobleza sin que nadie me criticara por ello. Realmente me estaba divirtiendo con todo este asunto.

Cuando dimos por concluida la improvisación, me levanté del asiento y sacudí levemente la falda del vestido con las manos para que volviera a su forma original. Alcé la cabeza y dediqué unos instantes a contemplar el panorama que se abría ante mí. Buscaba a mi amiga Anneliese con la mirada, pero no la veía por ninguna parte. Esto ha sido cosa suya, seguro, y luego la muy cobarde ha huido, pensé, divertida. Vaya ideas tenía.

Frente a mí había esta vez tres borrachos que, agarrados por los hombros, se balanceaban levemente en una muestra clara de descoordinación. Llamaron mi atención con silbidos y me acerqué a ver qué querían, temiéndome lo peor. El del medio le arrebató la copa de ponche a su compañero y me la ofreció, ofrecimiento que yo rehusé por razones obvias. Saqué una petaca mía rellena de whisky y brindé con ello. Era menos arriesgado que beber de su copa y acabar como ellos. Hizo un elogio a mi música de una forma casi incomprensible y le sonreí abiertamente, aunque en mi fuero interno luchaba por contener una risotada.

Entonces, de pronto, chocó sus labios contra los míos, dejando que el peso de su cuerpo fuera cayendo sobre mí, como si se hubiera quedado dormido. Me separé rápidamente de él, dispuesta a soltarle alguna burrada, cuando apareció una mujer tras él que le propinó una bofetada. Supuse que sería su esposa, prometida o novia, qué importaba, el caso es que yo debía salir de allí si no quería acabar mal.

No tuve tiempo siquiera de despedirme de mis compañeros. Salí corriendo, riendo para mis adentros debido a lo surrealista que se había tornado la noche. Saludé a los mayordomos con la mano y desaparecí por la puerta.

Bajo las estrellas, podía escuchar la voz cantarina de Anneliese en la distancia, lo que me ayudó a ir tras sus pasos. Unos metros más allá de mi posición podía ver una silueta recortada sobre una luz tenue, como de una vela. Corrí hacia ella.

¡Te parecerá bonito! —le reproché en un enfado fingido, mientras intentaba recuperar el aliento. Me crucé de brazos.— No imaginas la que has armado ahí dentro, están todos como locos, por los suelos, da vergüenza verles y a ti debería darte vergüenza…

Corté mi propio discurso con una risa incontenible. Llevaba desde que había salido de la casa tratando de aguantarla y ya no podía más.

Tendrías que haberlos visto. Nunca, en la vida, había estado presente en una escena tan patética. —Me detuve de nuevo, debido a la risa.— ¿Cómo se te ha ocurrido hacer algo así? Creo que es la mejor fiesta a la que he asistido, en serio, y mira que no han sido pocas. Si hasta un hombre ha intentado besarme.

Continué riendo un buen rato. Siempre había querido hacer algo así en alguna de estas reuniones de la clase alta que tanto me fastidiaban, con sus protocolos y su hipocresía exacerbada. Quería ver cómo perdían los papeles, porque, al fin y al cabo y aunque ellos nunca lo reconocieran, eran humanos como todos los demás y tenían las mismas debilidades que hasta el más pobre de nosotros. No sabía cómo expresar lo agradecida que estaba a mi amiga por su ocurrencia. Hacía tiempo que no me reía tanto.

Apoyé la mano en su hombro y continuamos andando.

¿Y tú qué? ¿Qué tal lo has pasado? ¿Te ha gustado el concierto? —inquirí con alegría. Lo que había empezado como una noche más se había transformado en algo digno de recordar. Me sentía llena de energía.

Seguíamos el camino del jardín botánico hasta que éste se bifurcó en otros dos distintos. Me quedé pensativa, no sabía muy bien por cuál ir. Uno me llevaba directa a casa y otro al centro de París. Miré a Anneliese y tuve una idea.

Ven, ¡sígueme!

La agarré de la mano con suavidad para que no se apartara de mí y corrí a través de uno de los jardines. A lo lejos estaban las dependencias de uno de los guardianes del jardín y, tras ésta, había un pequeño huerto. Me aseguré de que todas las luces de la caseta estaban apagadas y que nadie podía vernos. Me giré hacia mi amiga y me puse un dedo en el labio, pidiendo que no hiciera ruido y se quedara allí, escondida tras las ramas de un árbol frondoso. Caminé sigilosamente hacia el huerto.

Un espantapájaros bastante carcomido por la luz del sol y los temporales típicos de la época se alzaba triunfante sobre las hortalizas. Lo abracé por detrás y lo desencajé del agujero en el que se encontraba clavado, con sutileza, sin hacer el menor ruido. Así, con el espantapájaros raquítico bajo el brazo regresé a la posición en la que se encontraba Anneliese.


Off-rol: ¡Siento mucho mucho la tardanza! (y la parrafada, es que el tema me encanta y me he emocionado escribiendo, jajaja).
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Mensaje por Anneliese Wasenbell Jue Nov 08, 2012 9:23 am

No sé cuánto tiempo pasé así. Lo que sí estaba claro es que podía estar perfectamente durante un buen par de horitas haciendo lo que estaba haciendo ante de darme cuenta de que era la hora de hacer otra cosa, o que simplemente debía comer o volver a casa. Volver a la realidad era como volver de un sueño.
En este caso pude volver a ella gracias a mi amiga Nói, que llegó corriendo junto a mí. Dejé de dar vueltas poco a poco al verla acercarse, como si estuviera reduciendo la marcha para emerger de nuevo de un río, de aquel suelo en el que me había sumergido.
Sonreí ampliamente cuando al fin llegó junto a mí, una sonrisa de alegría y de bienvenia. Di un pequeño salto mientras esperaba con paciencia que recuperase el aliento. ¡A saber la carrera que se habría pegado la pobre!
-¡Bon nuit!-la saludé alegremente mientras seguía recuperando el aliento.
Luego me comentó lo que había ocurrido en la fiesta.
Mi sonrisa se tornó maliciosa cuando me hizo reproches ante lo que había hecho en la fiesta. ¡Sabía yo que lo adivinaría! Qué bien me conocía...por eso no había probado el ponche, algo muy prudente y sensato por su parte.
Se me escapó una risita cuando me imaginé la que se habría ido formando en la fiesta después de que yo saliera de allí. Si es que la gente necesitaba urgentemente un empujoncillo para animarse y..."divertirse"·
¡Si es que siempre lo había dicho!
Luego se echó a reír, por lo que deduhe que mi pequeña bromita le había animado la fiesta. No es que me extrañara, la verdad, cuando ves de repente a un montón de aristócratas estirados y que se creen superiores al resto de los mortales perdiendo de esa manera el control de sus sentidos y de su dignidad misma,mientras tú estás trabajando.
Yo también me eché a reír, poco después de que ella lo hiciera, y un un par de vueltas más, como si fuera una bailarina.
-Es fácil sacar lo que no quieren sacar...-comenté aún riéndome. -Por lo general son patéticos de por sí...-casi me dieron ganas de soltar un suspiro ante semejante afirmación, pues era una verdad como un templo-Además...¡son tan aburridos! Por lo general los mayores no saben divertirse-era una vieja afirmación que había repetido miles de veces cuando era pequeña, según mis hermanos era una de mis perlas más famosas.
Claro está que cada vez que la decía mi hermano soltaba una risita y decía algo que nunca he llegado a entender...que los mayores sólo sabían divertirse jugando al ajedrez. Lo decía de una forma tan rara que siempre tuve la sensación de que se refería a otra cosa. Nadie me aclaró nunca qué era eso a lo que se refería.
Me olvidé de este pensamiento por un rato cuando dijo que incluso un hombre había tratado de besarla. Abrí la boca en una pequeña "oh" de sorpresa, llevándome la mano a la boca, como si temiera gritar, que no era el caso, por supuesto.
-¿Y era apuesto?-¡Lo dudaba mucho, y más estando como estaría borracho el caballero en cuestión! Además, pocos aristócratas eran guapos. Había excepciones, por supuesto, pero la mayoría o eran aburridos o eran como el pelma de mi hermano, que, a pesar de tener un gran corazón, no era muy de fiar que digamos.
-No es la primera vez que hago una bromita cómo esta...dije refiriéndome a lo de la fiesta...necesitaba...mmmm....bueno....gastar las reservas de esta poción-dije sacando la poción en cuestión, que relucía como si de una lámpara se tratara. Que estaba casi llena, por supuesto. Era una poción de efectos muy fuertes. Y probablemente haría más la semana que viene cuando fuera a uno de mis improvisados "laboratorios", no fuera que se me acabaran las reservas, que Merlín no lo quiera.
Luego Nói apoyó una mano en mi hombro y seguimos andando. Me preguntó qué me había parecido la música.
-¡Magnifique!-exclamé ipso facto. Qué raro sonaba a veces ese francés con acento escocés que aún se me escapaba con tanta frecuencia. -Curiosamente, la música es casi lo único que me gusta de las fiestas...la melancolía con la que sonó esta noche casi hizo que me pusiera a cantar algo allí mismo...improvisando.-canturreé algunos de los versos de la canción que había improvisado, luego solté una risita.-Y casi me digno a buscar un baile. Pero...no había ningún caballero interesante para hacerlo. No creo de todos modos que hubiera ahora alguien con la coordinación suficiente para tenerse siquiera en pie...-ahora se me escapó una carcajada.
Y de ahí a unos minutos después llegamos a una bifurcación. Nói se quedó pensativa durante un rato, como si estuviera pensándose qué dirección tomar. La miré con curiosidad. ¿En qué estaría pensando? Si es que a veces me encantaría poder leer mentes...la curiosidad me podía.
Luego me instó a que la siguiera. Me cogió de la mano con suavidad y me llebó con ella hacia una de las dependencias de los guardianes del jardón (quién probablemente se habría quedado dormido en el lugar en el que supuestamente debería estar despierto) y luego me miró, llevándose un dedo a los labios para indicarme que me quedara bien calladita, cosa que hice haciendo el gesto de los labios sellados y asintiendo con la cabeza de forma enérgica y un poco exagerada. Luego contemplé con curiosidad lo que hizo a continuación. Entrecerré los ojos para ver mejor en la oscuridad de la noche.
Nói fue hacia el huerto y con cierto esfuerzo sacó el espantoso espantapájaros que había allí, y luego regresó hacia dónde yo estaba. Contuve una risita, llevándome la mano a la boca, pues no debía de hacer ruido, pero me estaba imaginando una cosa muy graciosa sobre el espantapájaros. Pero también me preguntaba una cosa...¿qué pensaba hacer con eso?
-¿Qué es lo que pretendes hacer con eso?-le pregunté ipso facto cuando regresó hacia dónde yo estaba.
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Mensaje por Nói Runa Hauksdóttir Lun Nov 19, 2012 3:52 am

Regresé a donde se encontraba mi amiga con una sonrisa divertida dibujada en los labios, similar a la de un niño que acaba de hacer una travesura. Bajo la luz de las estrellas pude observar su expresión entre curiosa y expectante. Ahora que me enfrentaba a esa mirada inquisitiva me percaté de que ir robando espantapájaros quizás no era lo más normal del mundo.

He tenido una gran idea —explicaba en un susurro— bueno, en realidad es una idea bastante estúpida. —Y contuve la risa debido a la ocurrencia.— ¿Crees que si unimos fuerzas podemos hacer que este espantapájaros se mueva de tal forma que parezca vivo? Podríamos darle un buen susto a alguien, y se me está ocurriendo la persona perfecta…

De pronto, algo más que la luna iluminó la escena. Era una luz tenue, procedente de la casa del guardián. Apenas tuve un segundo para dirigir una mirada rápida y sesgada a la escalerita que conformaba la entrada, suficiente para ver cómo un hombre corpulento, alto, de espaldas anchas y músculos prominentes, aunque algo viejo diría yo, abría la puerta principal y salía de la casa a marchas forzadas, en dirección a nosotras. Ese instante fue suficiente para instar a Anneliese en un murmullo —¡vamos!— y salir corriendo de allí como alma que lleva el diablo, antes de que nos alcanzara. Sentía los pasos pesados de aquel hombre sobre la tierra seca, cada vez más lentos y cansados. No creo que corriéramos mucho en realidad, pero en cualquier caso nos bastó para perderle de vista.

¡Volved aquí, malhechores! —escuchamos desde la distancia. Ni siquiera se había percatado de que éramos mujeres. Pobre hombre, en el fondo sentí algo de lástima por él. Me prometí que antes de que acabara la noche le devolvería el espantapájaros intacto.

Seguimos corriendo hasta adentrarnos en uno de los callejones cercanos. Por suerte, no parecía haber nadie en los alrededores. Claro, que la gente que queda por la calle a esas horas de la madrugada suele pasear por el centro, por lugares más luminosos, era normal que apenas se viera un alma por aquellas calles, pero de momento nos convenía. Nos dirigimos a la esquina más cercana, y, tras echar un vistazo a ambos lado de la perpendicular, proseguí contándole el plan a Anneliese.

Verás, hace un par de noches fui a una taberna (no muy lejos de aquí, ahora que lo pienso) y justo coincidió con que se montó una trifulca entre dos borrachos. Otro, aprovechando la confusión, se acercó a mi mesa e intentó propasarse conmigo, y claro, me defendí, pero el dueño nos acabó echando a los cuatro. ¿No es eso injusto? No había hecho nada y encima me obliga a marcharme. Bueno, pues si tan a la ligera despacha a sus clientes, creo que no le importará quedarse sin ninguno esta noche, ¿me sigues? —Sonreí maliciosamente y le guiñé un ojo.— Sé que tú conoces unos cuantos hechizos de titiritero. Creo que si uniéramos nuestros poderes podríamos hacer que el espantapájaros entrara en la taberna y a la vez mantenernos nosotras a una distancia prudencial. ¿Qué te parece? Uhmm… —medité un segundo, sopesando las diferentes posibilidades— Bueno, quizás es una locura —concluí— Sé que puede ser peligroso exponer nuestras habilidades tan a la ligera, aunque estoy segura de que no va a pasar nada malo hoy —me señalé a la cabeza, haciendo referencia a mis premoniciones— pero, en cualquier caso, si no te apetece hacer esto, lo entiendo perfectamente. Es un asunto mío, tampoco quiero involucrarte si tú no quieres.

Le dediqué una sonrisa de circunstancias, esperando una respuesta. Si hubiera podido observar la escena desde fuera, me habría resultado bastante cómica: dos brujas en una callejuela oscura, debatiéndose entre irrumpir en una taberna o no, y entre medias un enorme muñeco de paja que parecía escucharnos con atención, como si quisiera decir “¿qué me vais a hacer?”
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