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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Târsil Valborg Dom Oct 30, 2016 3:20 am

The irony of life is that those who wear masks
often tell us more truths than those with open faces.

Un baile, y además de máscaras. Qué tontería. Desde donde se encontraba, era perfectamente capaz de visualizar la magnitud del evento. Se llevaba a cabo en un espléndido salón de baile ubicado a las afueras de París. El lugar brillaba con la luz de cientos de velas que habían sido colocadas en las espectaculares arañas de cristal del techo. Y más allá del salón, un enorme y bello jardín con forma de laberinto y una fuente de piedra. El recinto ya se encontraba atestado de personas, la crema y nata de la sociedad se había dado cita. Ataviados con sus mejores galas, los invitados desfilaban por la gran escalinata, impacientes hasta el vestíbulo. Los que no sonreían ampliamente, igualmente se les notaba complacidos. Cualquiera hubiera matado por estar allí, presente en el evento que de tan espectacular, parecía no tener precedentes.

Târsil, por su parte, parecía todo menos sorprendido. Su semblante sólo podía describirse como el de un hombre resignado. Era demasiado evidente que no deseaba estar allí, ser parte de aquello, mas era algo inevitable. Realizar un trabajo de espionaje, era su misión. No todo en la vida era recorrer las calles de la ciudad o adentrarse en el bosque para cazar bestias. En ocasiones los inquisidores, específicamente los espías, debían mezclarse con grandes multitudes en busca de alguna pista. Debía agradecer que al menos el trabajo le ofrecía la posibilidad de distenderse. Demasiadas cosas malas habían ocurrido en su vida los últimos meses, pero ninguna tan terrible como el hecho de haber perdido a su hermano, justo después de haberlo encontrado, y peor aún, convertido en un maldito vampiro.

Suspiró. No quería seguir pensado en aquello. Bajó la mirada hasta su mano, en la cual sostenía una sencilla máscara dorada, y se la colocó, dispuesto a seguir con el plan. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era el líder de una facción y aunque por su carácter no era muy querido, se había hecho de una buena reputación como inquisidor, mas eso no significaba estar libre de responsabilidades.

Enfundado en un traje negro con el que lucía regio pero que lo hacía sentir realmente incómodo y enfadado, casi como si llevara encima un ridículo disfraz completo, avanzó por la gran escalinata hasta llegar al vestíbulo, donde un criado ejecutó una amable reverencia y le solicitó la invitación. Târsil lo miró con recelo, demorándose más de la cuenta en entregarla, lo que provocó que el sirviente lo mirara del mismo modo, pero cuando finalmente demostró que no se trataba de un intruso y realmente figuraba dentro de la lista de invitados, la puerta le fue abierta de par en par.

Qué gran espectáculo de frivolidad presenció. Comprendió entonces que acababa de adentrarse en otro mundo, uno demasiado ajeno, en el que difícilmente encontraría su lugar.


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Mensaje por Danna Dianceht Dom Nov 20, 2016 4:30 pm

El hombre es menos sincero
cuando habla en su nombre.
Dadle una máscara y os dirá la verdad.
—Oscar Wilde.


El sonido de la música era atronador, pero en su interior lo único que oía era el silencio. Después de tantos años apartada de los altos eventos de la sociedad Parisiense, estos le resultaban fríos, descorazonados. La sociedad se reunía y se bañaba en oro. Cada uno de ellos se escondían entre máscaras, simulando tener unas vidas perfectas, sin preocupaciones y aunque aquello en el momento pudiera parecerles real, luego irremediablemente los pies tocaban el suelo y junto a ello; las máscaras rotas caían, como sus mentiras. Toda ilusión al final del día desaparecía y aquella velada, más bien parecía un sueño; una fantasía. Las velas, las lámparas, El derroche de glamour era tal, que sus organizadores habían hecho de esa noche una de las fiestas más recordadas en los próximos años, más aun así, Danna no olvidaba el asunto principal que la había llevado esa noche a ser una más de las damas allí presentes. Hoy más que nunca deseaba esconderse, liberarse… olvidar quizás por una noche, su vida. Ella no era una mujer que escapase muy a menudo, todo al contrario. Danna era una mujer de guerras, y aunque aún no hubiese estado en una, todas las batallas en las que se había enfrascado las había conquistado. Y esa noche no iba a ser menos, se dijo bajando por la escalinata principal, tomando así aquella primera mirada a todo cuanto la rodearían esas horas de la noche.

Sus resplandecientes ojos se dirigían una y otra vez a contemplar la multitud de parejas que llenaban el salón principal. Había entrado sin problema alguno y sintiéndose de cierta forma lejana a lo que ocurría a su alrededor, únicamente admiraba el lugar y a las parejas que despreocupadas danzaban los primeros bailes de la temporada. Alguna vez ella también se había encontrado entre ellos disfrutando de veladas de tal magnitud como la actual, no obstante, el tiempo de su juventud había terminado desde la llegada de su hija, y aunque siguiese igual de bella que de antaño, ahora era su cabeza la que no la dejaba descansar. Francia en los últimos años se había vuelto una tierra aún más hostil de lo que recordaba y sumida como se encontraba entre sobrenaturales y la inquisición, no era difícil bajar la guardia y encontrarse cara a cara con la muerte en los lugares menos insospechados. Por ende, las pocas veces que una podía disfrutar o darse el lujo de no pensar; de esconderse, y disimular que todo estaba bien… ¿Quién era ella para negárselo?

Suspiró, y dedicando una sutil sonrisa a uno de los tantos caballeros que pasaron por su lado, Danna siguió su lento paseo por los laterales del salón admirando todo lo que podía de cada uno de sus recovecos. Era la primera vez que acudía a ese salón de baile y no podía estarse de admirar todo de aquel inmenso lugar. Tocando el marfil de una de las escalinatas casi con reverencia por la labor de quien construyó aquel hermoso palacete, bajó al salón principal desde donde terminó por detenerse contra una de las columnas disfrutando así de una visión perfecta de cada uno de los bailes que se estaban llevando a cabo. El cuerpo de la duquesa entallado en el vestido negro de satén que aquella noche llevaba, eclipsaba a otros muchos tantos vestidos aquella noche, llamando la atención tanto a caballeros como a damas por igual, pero fue una pareja de jóvenes los que atrayeron fuertemente la suya al poco rato de estar allí.

Ambos bailaban con destreza, sincronizados perfectamente, y por unos míseros segundos en los ojos de Danna brilló el deseo de bailar. Por suerte, escondida su mirada bajo su hermosa mascara roja y dorada, nadie lo notó y en su mente pudo dar rienda suelta a su deseo. Se imaginó como de joven había hecho incontable veces antes, siendo ella aquella joven, en brazos de un enigmático desconocido dando rienda suelta a sus cuerpos en aquella armonía perfecta entre cuerpos y música. Dos almas entretejidas entre sí; Dos cuerpos en uno, acompañando a la mas exquisita de las melodias. Una suave sonrisa curvó sus labios cuando la joven volteó rápido en brazos de su acompañante y sintiéndose de pronto incomoda tras unos minutos viéndoles, como si estuviese contemplando algo más bien íntimo, retiró la mirada recayendo sus ojos al instante en un caballero que inconscientemente o no; se acercaba a ella.

Le miró y en ese momento sin saber el porqué de su fugaz pensamiento, juró para sus adentros que si no fuera por la dorada mascara que escondía su tez, se habría podido deducir que aquel no era su lugar, que no se encontraba cómodo entre tanta parafernalia. Se veía regio, serio, y por la forma en que los hombres se apartaban de su paso y como las mujeres fijaban sus ojos en él, nada podría explicar cómo lo sabía. Habría podido pasar como algún miembro de la realeza sin ningún problema, sin embargo, la actitud de él, la forma en que sus labios se tensaban, lo encontró familiar. Ella también se sentía de aquel modo, fuera de todo lo que ella era, de lo que la formaba. Y si alguien entendía de obligaciones y de sonrisas que no llegaban a los ojos, esa era ella. —Envidiable la facilidad en que parecen olvidarse del mundo, no cree? —Señaló aprovechando el momento en que el joven pasó por su lado, y este se detuvo a escasos centímetros de ella.

Quizás entre peces fuera del agua, la noche tuviera solución.
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Mensaje por Târsil Valborg Dom Mar 12, 2017 4:36 pm

Su antipatía no se reducía a los eventos de ese tipo, sino que en general, los lugares atestados de gente siempre le ocasionaban disgusto. Encontraba el bullicio enfadoso, y si éste provenía de petulantes aristócratas alardeando sobre todo cuanto poseían, la situación se tornaba todavía más desagradable para él. Incómodo, como se sentía, Târsil estuvo tentado a abandonar el salón a tan solo diez minutos de haberlo pisado, aun si esto significaba dejar la misión inconclusa, pero decidió intentarlo, tomarlo como un reto y de paso descubrir cuánto de aquello era capaz de soportar.

Comenzó a andar entre la multitud, muy lentamente, y en ningún momento intentó esconder su desgano, aunque la máscara que le cubría la mayor parte del rostro fue de gran ayuda. En aquel gentío, dudaba encontrar algo que le resultara estimulante y le hiciera la noche más llevadera. Ni siquiera las mujeres parecían ser de su interés, y por Dios que el lugar estaba repleto de ellas y tenía de donde escoger. Ataviado en un elegante traje enteramente de color negro, esa noche estaba destinado a atraer miradas, y conforme avanzaba, éstas no se hicieron esperar. Algunas jóvenes lo veían de soslayo y sonreían, cuchicheando entre sí, agitando sus abanicos, invitándolo discretamente a acercarse. Târsil les rompía el corazón pasando de largo, desechando tajantemente cualquier mínima posibilidad –si es que era posible que existiera- de invitar a alguna a bailar. La danza le parecía algo bobo, y los delicados y elegantes movimientos que exigía tal actividad, no iban para nada con él, que era burdo por naturaleza. También era cierto que al no haber tenido oportunidad de practicarlo nunca, carecía de conocimientos en ese arte. Lo habían adiestrado en todo, y lo habían hecho bien, excepto en lo que tenía que ver con actividades de interacción social. En eso no solo era torpe, también sus modos dejaban mucho que desear y esa parte de sí no tardaría demasiado en hacerse presente.

Cuando llegó al otro extremo del salón, muy cerca de la escalera de mármol, una voz destacó por encima de todas las demás. Volvió el rostro y se descubrió al lado de una mujer de extraordinaria belleza, cuya presencia gracias a su ensimismamiento, no fue capaz de notar antes. Târsil la miró con ojos penetrantes y con fallida reserva bajó la vista, detallando el vestido negro que llevaba puesto. La prenda se le ceñía al cuerpo extraordinariamente, ofreciéndole a quien le observase una visión gloriosa de sus curvas de mujer. Su vista cayó en el escote, donde los pechos sobresalían como una invitación que no llegaba a ser descarada. Reparó también en la hermosura de su rostro, en sus ojos, que lo miraban con la misma intensidad a través del antifaz. El rostro de Valborg no se alteró, y aun así fue evidente que la extraña mujer había logrado conseguir lo que ninguna otra: su interés.

Quizá sus mundos no son tan difíciles de olvidar —se oyó decir, murmurando con seriedad, respondiendo así al comentario que había quedado flotando en el aire más tiempo de lo que era lo normal.

Se quedó ahí, contemplándola con atención. En ese instante, un empleado pasó junto a ellos y les ofreció bebidas que llevaba sobre una charola de plata. Era champagne, lo que se acostumbraba. Târsil lo rechazó y fulminándolo con la mirada lo invitó a esfumarse. No bebería; el alcohol adormecía los sentidos y esa noche, luego de haber descubierto aquella belleza, quería permanecer alerta. Dio un paso al frente con la firme intención de acortar un poco la distancia que los separaba.

Lindo vestido —parecía un comentario inofensivo, hasta que añadió—: me tienta a querer descubrir lo que hay debajo —y por si acaso sus palabras no fueran suficientes, continuó mirándola de aquel modo, quizá haciéndole sentir como un jugoso pedazo de carne.

Resultaba completamente inapropiado. No eran formas para tratar a una dama. Quizá a una cantinera, a una prostituta, pero no a una dama. Târsil, como siempre, tan atrevido, con sus modales bruscos y sus arrebatos de franqueza brutal.
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Mensaje por Danna Dianceht Vie Abr 14, 2017 5:15 am

Hay encuentros que los orquestra
el mismísimo diablo.
—Anónimo


Danna nunca había considerado los eventos de disfraces como atractivos o sensuales. Quizás si misteriosos, pero en particular las máscaras únicamente eran mascaras que servían para esconderse, para adornar en secreto un rostro, una identidad… pero en él;  en él, todo ese concepto parecía haber cambiado.  Había algo terroríficamente sensual en su máscara, en su forma de mirar y en su porte  ¿Qué tenía este hombre que hacía que quisiera estar allí hablando con él, cautivándolo… queriendo que siguiera mirándola de aquel modo tan primitivo? Jamás hubiera permitido que nadie le hablase de aquel modo, más nunca tampoco, se había sentido tan atrapada en el en crucifijo de una mirada como aquella, de aquellos ojos que más que beber de su imagen, parecían devorarla en una oscura e impaciente espera. Si no fuera por el color de su piel, habría afirmado estar ante un vampiro. Y en toda su vida únicamente se había encontrado con otros ojos semejantes una única vez: una vez que la marcaron para siempre y que ahora los dioses amenazaban con hacer de nuevo. ¿En qué diablos estaría pensando al hablarle?

Desde el primer instante en que sintió la mirada masculina recorrerla, un fuego se extendió por sus venas. ¿Cuánto haría de la última vez que la habían mirado no por ser una duquesa, sino por ser una mujer? Lo único que podía gustarle de las fiestas de disfraces era aquello, allí ella no era nadie más que una mujer con una mascaras. Atrás quedaba todo lo demás; y por delante solo quedaba la libertad de ser quien quisiera ser aquella noche. Y la duquesa esa noche solo ansiaba ser una mujer, y por ahora, parecía haber encontrado el compañero perfecto para llevar a cabo su anhelo.

La música a su alrededor no dejaba de entonarse, los bailes habían seguido a la par que nuevas parejas se unían en el esplenderoso salón, aún así; por más que pasara a su alrededor los ojos de él no dejaban de atravesarla. Le interrumpió un camarero con un poco de champan y aún así, sus ojos seguían clavados en ella; sin separarse, sin dejar de evocarla. Por dios, ella tampoco podía sacarle los ojos de encima. Amó el sonido de su voz, profunda y provocativa, pero fueron sus ojos la orna de su zapato. Estaban colmados de una oscura inteligencia y deseo que la dejaron sin aliento y del cual sus verdes iris no podían tampoco ignorar. ¿De verdad habría oído bien? Se preguntó milésimas de tiempo después de las palabras masculinas. El hombre más que un seductor caballeroso parecía un conquistador nato con su postura regia, demasiado seguro en carácter y burdo en palabras. Era el perfil de hombre del que una dama de buena fortuna debía hacer bien en burlar. No obstante, no había duda alguna de que él podría tener a cualquier mujer que le llamara la atención y muchas de las femeninas de la fiesta, aún esperaban su turno únicamente de que les mirase con un poco de atención. De nada valía saber el riesgo de caer con los hombres como él, una vez te atrapaban debías de caer y Danna sin quererlo, se veía a si misma a punto de caer por aquel precipicio oscuro.

¿Os he escuchado bien? —Preguntó mordiéndose el labio escapando una breve sonrisa tras relamérselos, humedeciéndolos. Era la primera vez que alguien le hablaba con tal franqueza que sin saber la causa; sus piernas amenazaron con fallarles por el ligero temblor que invadió su cuerpo.  —No sois un hombre corriente, quizás a otra dama le hubiesen escandalizado vuestras palabras. Habéis tenido suerte de que yo no sea así. —aguantándole la mirada dio un paso más cerca de él y su mirada hasta entonces siempre en la ajena, bajó unos segundos a la boca masculina; delineándola con la mirada. Se acercó más; y más.— Por tentaciones mas banales han caído imperios —le susurró. El fresco aliento de él chocó con la calidez de los suyos  y apartándose abruptamente del camino que habían tomado sus labios; sonrió de pronto. Se moría por besarle, por descubrir cuan posesivo podría ser, sin embargo, no dejaría que él lo supiera. ¿Él deseaba jugar a tentarla? Ella y su loba lo tentarían más. Estaban decididas a ello. — ¿Me seguís? —Sus ojos sostuvieron los de él de nuevo y acercándose a su oído, dejó que su aliento acariciara su piel —Quizás si me atrapáis podría enseñaros lo que tanto ansiáis. —susurró bajito como si acabase de contarle un secreto y antes de que él pudiera reaccionar y detenerla, avanzó alejándose rápidamente de él, perdiéndose entre la gente del salón. Su loba había iniciado la cacería, ahora solo faltaba ver si él estaba a su altura.
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Mensaje por Târsil Valborg Lun Sep 18, 2017 2:30 am

Hasta la voz de aquella mujer era cautivante. Târsil lo confirmó cuando ella volvió a hablar y las comisuras de sus labios se movieron, tentadas a esbozar una efímera sonrisa, luego de que la joven le dedicase aquellas breves pero audaces palabras. No dijo nada en respuesta, pero solo porque no tuvo el tiempo suficiente para hablar. En un abrir y cerrar de ojos ella se había esfumado y se alejaba con sorprendente y grácil agilidad. Inmóvil y algo confundido, el inquisidor meditó unos segundos lo que acababa de ocurrir. Él le había hecho un atrevido pero franco comentario y en lugar de molestarse y abofetearlo… ¿lo incitaba a intentarlo y probar su suerte? Así lo entendió. Y si eso era cierto, la tentación era demasiado grande y él no uno de ésos que se le resistían. Por el contrario, cuando Valborg quería algo, lo perseguía incansablemente hasta obtenerlo.

Aceptó el reto y fue detrás de ella. Se zambulló entre el gentío y si bien no corrió para alcanzarla, la velocidad con la que se movió entre los estirados aristócratas pilló por sorpresa a más de uno. A Târsil poco le importó que tacharan su conducta de escandalosa o que se giraran para mirarlo con reproche por su incapacidad de conducirse con elegancia y recato. No era uno de ellos y afortunadamente no le interesaba serlo. Todo lo que lo motivaba a seguir allí era esa apetecible criatura, y tan fascinante era que de pronto se sintió dispuesto a todo con tal de encontrarla.

Estuvo dando vueltas, recorriendo los salones por alrededor de quince minutos, sin éxito. ¿Cómo era posible que le hubiera perdido el rastro así de rápido y en un lugar tan pequeño? Él era un espía, líder de una facción y como tal sabía de persecuciones. Había liderado decenas de ellas en lugares mucho más inhóspitos, como el bosque o los pantanos, y pese a la dificultad de éstas, el noventa por cierto de las veces había vuelto victorioso de sus misiones. Era inaudito que una mujer lo hiciera quedar como un estúpido novato. Se detuvo un momento para hacer una veloz inspección al lugar con la mirada. Entonces, por fin la encontró. La visualizó a lo lejos, a unos ocho o nueve metros, muy cerca de un gran ventanal. Tenía apoyada la mano derecha en el cristal y se le veía muy concentrada en lo que fuera que estuviera observando allá en el exterior. De pronto, como si hubiera percibido la intensa mirada de Târsil sobre ella, la mujer giró el rostro y lo miró, pero en cuestión de segundos volvió a desaparecer entre la gente.

Târsil se indignó y apuró el paso. Sus enormes zancadas lo llevaron rápidamente al sitio donde ella acababa de estar. Se detuvo un segundo y miró por la ventana, visualizando a la perfección el jardín en forma de laberinto iluminado por las farolas. Volvió a usar su lógica. Si ella había estado mirando en aquella dirección, era por algo. Quizá era una señal. Tal vez le invitaba a seguirla yendo en esa dirección. Así lo hizo él y en menos de cinco minutos se vio rodeado de altos y espesos setos. Se quedó allí, de pie ante una fuente circular, esperando pacientemente su aparición, pero ésta demoró tanto en salir a su encuentro que al poco rato comenzó a preguntarse si aquello había sido un simple juego con el único fin de humillarlo.
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Mensaje por Danna Dianceht Lun Sep 25, 2017 7:11 am

Las pasiones son como los vientos,
que son necesarios para dar movimiento a todo,
aunque a menudo sean causa de huracanes.
—Bernard Le Bouvier de Fontenelle



En él todo irradiaba poder. Se movía con el sigilo del felino. Al principio fue fácil escapar de él, para ella hacerse pasar inadvertida era una segunda piel. Tanto por su condición de duquesa como de Licantropa, había tenido que perfeccionarse para sobrevivir todos aquellos años fuera de cualquier radar enemigo. Y ahora que tanto ella como su loba se sentían a salvo de cualquiera que quisiera importunar esa paz, este encuentro las ponía a prueba. Recorriendo a paso ligero el salón del baile, optó por esconderse entre las parejas y sin importunar a nadie llegar al otro lado del salón. Algunos de los hombres que se encontró por el camino, le propusieron bailar y a todos con mucho respeto les negó tal privilegio. Ahora estaba ocupada y únicamente habría un hombre esa noche con el que querría bailar. En ocasiones, deteniéndose a mirar a la lejanía, llegaba a verle y antes de que él pudiese encontrarla, volvía a ponerse en marcha. De esa forma llegó al lado Oeste del palacio, desde donde se encontraba la salida a los jardines del palacio y al grandioso laberinto que lo coronaba. Apoyada en uno de los cristales de los ventanales, observando la luna en la oscura noche no cayó en la cuenta de que en esa posición era fácil de ver, y  en cuanto finalmente sintió su mirada en ella, temió su captura. Toda su piel se erizó mientras su mirada seguía en aquel majestuoso laberinto. El instinto le exigía seguir escapando, mientras la loba únicamente deseaba seguir aquel juego tan temerario como excitante. ¿Qué pasaría luego, una vez este llegase a ella? Se preguntó antes de volverse directamente hacia él y afrontarlo directamente.  Una sonrisa se formó en los labios de la duquesa al verlo caminar hacia ella. Alrededor de él parecía no haber nadie más y él, como un hombre invencible, se acercaba a su victoria. Todos se apartaban de su camino al verlo venir y pocos eran los que se atrevían a aguantarle la mirada desaprobatoria por su conducta tan poco moral. Aquella actitud hacía sonreír a la duquesa que veía en él la fuerza indómita del león. Ella, una ligera loba no podía ser más distinta, no obstante a la vez, eran iguales. Él podría tener la fuerza de su lado, más ella tenía la voluntad y el sigilo.

No fue muy difícil huir de nuevo. A menos de veinte pasos que separaban el uno del otro, decidió huir de nuevo. Esta vez se fue en busca de privacidad, no deseaba miradas a su alrededor cuando llegasen a encontrarse y ella debiera de enfrentarse al reto que había iniciado con sus propias palabras. Rápidamente huyó tras una intensa mirada al hombre que la veía desaparecer de nuevo y saliendo por la puerta que separaba el salón de los jardines. Sin detenerse ni un segundo, sabiendo que él pronto estaría sobre sus huellos, se desquitó de los zapatos que llevaba esa noche y dejó que su instinto la llevase hacia el frondoso laberinto donde sin temor a perderse, se adentró descalza. Su corazón bombeaba con fuerza en su pecho y sonriendo en cuanto oyó las pisadas ajenas seguirla hacia el laberinto, siguió avanzando hasta esconderse en uno de los recovecos más próximos al centro del mismo. No supo cuánto pasó de tiempo allí al acecho mientras su alrededor se llenaba de ruidos. Algunos provocados por el viento al mover los abetos, otros por el joven que parecía no rendirse en aquella misión de encontrarla y hacerla suya. Los segundos pasaron y cuando decidió que ya había habido bastante, que era hora de salir y buscarle, sorprendentemente se topó con él. Sin tener conocimiento de ello; él la había encontrado.

Ahí estaba. Frente a sus ojos, a únicamente cuatro pasos, él yacía inmóvil. Esperándola. Como la presa que espera la visita del cazador. Solo que en esta situación, él no parecía en lo absoluta una presa asustada, y tampoco, parecía de hecho; una presa, sino más bien otro cazador. La duquesa sonrío y admirando aquella fornida sombra desde el silencio, sin saber qué fuerte atracción la llevo hacia él esa noche, de pronto, se encontró a sus espaldas y antes de que este pudiera darse cuenta de su cercanía, le tapó los ojos con sus dedos y muy lentamente, depositó un beso en su nuca. —Os atrapé. — murmuró sin despegar todavía sus labios de su piel. De puntillas con los pies descalzos tal y como se encontraba, a la que el joven hizo el mínimo intento de quitarse aquellos dedos de sus ojos, ella los retiró y dando un paso atrás, dejó que él se diese muy lentamente la vuelta hacia ella.

Por una eternidad, o quizás únicamente por unos segundos, le enfrentó. Como fuego y agua sus miradas chocaron y en silencio, le contempló. Era enigmático, abrasador. Allí donde sus ojos; sus llamas, la miraban, ella ardía. Como la pequeña chispa que acompaña la gran hoguera, Danna se sentía tensa. Completamente seducida al magnetismo que salvajemente parecía unirlos esa noche. Estuvo tentada de añadir más a sus palabras de antes, más cuando intentó hablar, su boca fue incapaz de pronunciar palabra alguna. Estaba atrapada y él también. No importaba que sucediera esa noche a su alrededor. No importaba que estuviesen atrapados en aquel laberinto de altos y espesos abetos. Nada de lo que sucediera podría importar más, que aquel cruce de miradas. Danna, cautivada tanto o más que su propia alma de loba, volvió a dar un paso. No para alejarse de aquella temible sombra de ojos cobalto, sino para acercarse. Hacia él. Esta vez no deseaba huir, no habría ya más juegos. En la mirada masculina, ya no había espacios para juegos, y tampoco ella los deseaba ya. Su fina figura se perdió en la dureza del cuerpo ajeno y sintiéndose completamente femenina en cuanto se encontró envuelta por los brazos masculinos, le dedicó una sonrisa teñida de picardía antes de que sus labios rozaran los suyos y tras unos segundos de vacilación; estos se abrieron y le besó. El beso inició lento, su cálido aliento chocó con el ajeno convirtiéndose en ambrosía, no obstante, tras aquel primer reconocimiento, Danna exigió más. Sus manos lo tomaron del rostro y lo acercaron más a ella. Gimió contra su boca, contra su paladar y entreabriendo sus labios a la ferocidad de él en una silenciosa e inequívoca invitación, dejó que él arrasase con todo pensamiento en ella, hasta que solo quedara él; exclusivamente él. Las lobas amaban poco; o eso se decía, pero cuando amaban, lo entregaban todo y esa noche sin saber el porqué, la duquesa se encontraba dispuesta a darlo todo por aquellos ojos que de un momento a otro, la habían encarcelado entre ellos y aquellos pecaminosos labios que ahora, bajo aquel manto oscuro y la melodía de la noche, parecían querer devorar su mundo entero.
Danna Dianceht
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