Sombras sobre el fuego ~ Priv.

por **Jean D. Lachance** Lun Oct 31, 2016 4:15 am

Oculto bajo una basta capa de paño sin teñir, observo cómo las sombras cubren lentamente la ciudad. El cielo, de un tornasolado y cautivador naranja, va dando paso a la oscuridad conforme el sol desciende y se pone por el horizonte. Las estrellas no tardan en salpicar la noche, presididas por una llena y hermosa luna que ilumina tanto como las farolas de las calles parisinas. Recostado contra la fría pared de piedra de una hermosa casa señorial, me calo más la oscura capa mientras enciendo un pequeño cigarro habano. Los transeúntes han ido abandonando paulatinamente las calles, acabando sus asuntos para volver a la seguridad de sus casas. Los últimos niños han cesado ya en sus risas, y las amas de casa han recogido ya la ropa en sus cestos. En cambio, prostitutas, teatros y restaurantes empiezan ahora su función. Es el momento de que la realidad deje paso a la magia, de que los soñadores sustituyan a los humanos comunes. El momento de pillarnos una buena borrachera, para olvidar que nuestra acomodada vida carece completamente de la magia que rodea de las clases bajas. El aburrimiento es uno de los peores problemas del primer mundo; y es que, si no tienes que pelear por nada, ¿cuál es el sentido de la vida?

Varek opina que soy un necio buscándolo en la noche. Aunque como él siempre ha intentado protegerme tanto de los demás como de mi mismo, su opinión no la tengo demasiado en cuenta. Por suerte, otros jóvenes de la sociedad parisina opinan de la misma forma que yo. También encuentran adrenalina en lo raro y lo misterioso, en entremezclarse con la muchedumbre para olvidar durante unas horas las rígidas exigencias de tener un apellido. Hemos compartido reyertas en tabernas, visitas a los muelles e incluso tardes en burdeles de baja estofa. Nos han echado las cartas mujeres de piel tan oscura como el ébano, y hemos gozado de las funciones de los espectáculos ambulantes tanto como las del teatro o de la ópera. Sin embargo, nuestro camino de esta noche es más excitante que todo eso junto. Y es que una de mis esclavas escuchó mientras hacía la compra que los gitanos celebran hoy una de sus rituales festividades, con un nombre impronunciable en su lengua tradicional. A Höor y a mi nos pareció una magnífica idea ir a echar un vistazo, y el joven incluso propuso invitar a una tercera compañera conocida suya, una tal mademoiselle Delteria, a disfrutar del desenfreno. Por ello, y en lugar de quedar en nuestra taberna habitual, hemos pactado que nuestra aventura de hoy empezaría frente al hogar de la mencionada dama. Un simple vistazo a mi reloj de bolsillo, el único lujo que me permito llevar durante nuestras excursiones nocturnas, me advierte de que la hora convenida está a punto de llegar; Höor y Beatrice pronto se reunirán conmigo, y podremos sentirnos vivos y despiertos durante tantas horas como dure la noche.

por **Höor Cannif** Mar Nov 01, 2016 4:10 am

La dama blanca ya corona el cielo cuando los cascos de mi espectro surcaban el empedrado.
Aquella noche la que la oscuridad se cernía en tonos platas sobre París, las estrellas pintaban un cielo gris y el firmamento parecía hablar de dioses, promesas y hombres.
Había quedado con Jean, en la mansión de Beatrice.
Al parecer este primero había escuchado de la boca de unos sirvientes que se daría una fiesta en el circo gitano, jamas había asistido a nada igual y admito que me llamaba de sobremanera observar de cerca a esas gentes con las que apenas me habia relacionado ni en el norte, ni mucho menos en París.

Aquella noche invite a Beatrice, le presentaría a Jean, y quien sabe quizás acabaríamos los tres completamente ebrios bailando al ritmo de la música pagana alrededor de una hoguera.
Lo que si estaba claro, es que no me perdería esto por nada. Hoy dejaría atrás la búsqueda de la espada, y desintoxicaría mi cuerpo de la sangre de Lakme, que tras el encuentro de la noche anterior aun la sentía fluir por mis venas.
Claro, que nadie dijo que para desintoxicarme de una cosa, no pudiera llenarlo de otra.
Sonreí de medio lado al ver a Jean a lo lejos, como siempre cigarro en mano, apoyaba su espalda sobre la recia pared exterior de la mansión de Beatrice.

Las calles se habían quedado casi desiertas, ni un alma las recorría, y menos con la luna llena y sus leyendas.
Detuve mi montura frente a mi conocido, al menos últimamente frecuentábamos las partes mas oscuras de París juntos, desde suburbios a burdeles habíamos compartido peleas, risas y confesiones completamente ebrios.
-Hoy viene una dama con nosotros, compórtate -bromeé bajando de un salto de mi montura con una picara sonrisa.

Sus ojos se alzaron en mi búsqueda devolviendome esa sonrisa que nada bueno hacia presagiar, ¿acaso alguna vez habíamos acabado ambos la noche en pie?
Recoloqué la capa de pieles sobre mis hombros antes de acercarme al portón y golpearlo con cierta insistencia.
-Las mujeres siempre nos hacen esperar -apunte sin borrar la sonrisa.

por **Beatrice Delteria** Mar Nov 01, 2016 5:46 pm

Noche de fiesta, no esperaba que la fueran a invitar a una velada de caballeros, ni siquiera tenía claro que era exactamente una velada de caballeros, suponía que tendría que ver con mujeres de mala fama, licores y puros. No le atraía nada, pero era necesario para los negocios, y aunque es no sería una noche para negociar, si lo sería para hacer, ni que fuera, un contacto.

El señor Caniff, Hoör como habían quedado que ella le llamaría tras los sucesos de la playa, el inquilino de su querida amiga Valeria, por el que, como ella misma le había confesado en su paseo hasta la perfumería, tenía ciertos sentimientos que se negaba a admitir, la había invitado, probablemente pensando que, en ausencia del cabeza de familia, y con ella como lider de la empresa familiar, sería bueno que experimentara las locuras de la noche con un amig por si, en alguna ocasión, necesitaba tener noches alocadas, y no entre sábanas, porque era algo a lo que se negaba en redondo, con caballeros.

Cuando la luna comenzaba a salir por el cielo, iluminando la ciudad en tonos grises, matizados por el dorado de los candiles que habían encendido en las calles, Bea acabó de prepararse. Había cambiado sus vestidos usuales por unos pantalones que le ceñían las piernas, más fáciles para moverse con un corsé exterior y una camisa blanca de mangas anchas, asñi como el pelo suelto, parecía más sacada de una escuela de doma que no de una casa para damas, a pesar de que, incluso con esa ropa, se distinguía el porte regio,y la delicadeza dela dama junto a la exquisitez de las telas.

A la hora pactada, con el caballo ensillado, habiendo recibido escasas horas antes la información de que se dirigían a una fiesta gitana, montó en Hans y saló por la entrada a los establos. Desde las alturas de su corcel, miró al los dos hombres que hablaban parados frente a su puerta, uno fumando, el otro no. Y les lanzó una sonrisa impaciente, lo cierto era que se sentía emocionada, siempre había querido hacer las mismas cosas que leía en sus novelas, y se disponía a vivir una aventura digna de una de estas.

- Vamos, caballeros, ¿a qué esperan? ¿No saben que es de mala educación hacer esperar a una dama? Apresurense, no quiero perderme cuando enciendan la hoguera y comiencen a narrar historias.- Apremió desde encima de su montura esperando que los hombres la guiasen hasta el lugar del festejo.

por **Jean D. Lachance** Vie Nov 04, 2016 5:18 am

Perplejo, monto en mi caballo en cuanto la dama se reúne con nosotros. Por la expresión del rostro de Höor, el está tan indignado como yo; ¿hacer esperar a una dama? ¡Pero si la que llega tarde es ella! ¿Por qué las mujeres siempre tergiversan la realidad para acabar teniendo la razón? No importa su clase social; todas lo hacen. Mi madre, mi antigua nana, la secretaria del tribunal en el que trabajo... todas. Debe de ser algo que las madres enseñan a sus hijas cuando todavía son pequeñas. Eso, y esa expresión de frialdad absoluta que utilizan para que hagamos lo que ellas quieren cuando no lo consiguen mediante las palabras. Al final, y sin que sepamos muy bien cómo ha sucedido, los hombres nos encontramos comprometiéndonos a hacer cosas que en ningún momento habíamos pensado siquiera en hacer. Mujeres.

Intentando no mirar demasiado la esbelta figura de Delteria (¡esos pantalones tan ceñidos permiten apreciar perfectamente las curvas de sus piernas!) doy un par de caladas más a mi cigarro antes de tirarlo al suelo. Los cascos de mi caballo lo pisotean al pasar, apagando la pequeña brasa contra el desgastado empedrado del suelo. Estirando mi mano hacia la capucha, calo la tela hasta alcanzar la altura de mis ojos. Después, me pongo a la altura de mis dos compañeros mientras recorremos las oscuras calles de París.

- Nos dirigimos al circo gitano, señorita Delteria. O como debería llamarla para evitar que se percaten de nuestra noble cuna, Beatrice - Le digo a la pelirroja, mis manos firmes sobre las riendas de cuero. - Está en las afueras de la ciudad, para evitar despertar la antipatía de determinados estamentos de la sociedad. Aun así, dicen que sus funciones son poco menos que mágicas. Imagine como será pues una fiesta que celebran para ellos mismos, en lugar de para los demás.

Continúo charlando con ella y Cannif, explicándoles las cosas que me ha contado Varek sobre el pueblo de los gitanos. Tradiciones, festivales, historia... la conversación hace que las calles pasen rapidez, apenas borrones iluminados por las farolas conforme nos alejamos del centro. La oscuridad es más densa en la parte exterior de la urbe, y pronto me queda claro que no es lo único que cambia respecto a la zona en la que residimos. A nuestras espaldas, el sonido de unos cascos ajenos repiquetea sobre el asfalto. El viento arrastra en nuestra dirección el murmullo de unas roncas voces, junto con el silbido del acero al ser liberado de la vaina que lo protege. Girando ligeramente sobre mí mismo, atisbo cómo dos hombres cabalgan a una distancia prudencial de nosotros. La luz de la luna se refleja plateada en sus espadas, cubiertas por manchas de óxido allí donde la sangre ha acabado por corroer el metal.

- Parece que no estamos solos - Les digo a mis compañeros, fingiendo a ojos de los asaltantes que no nos hemos percatado de su presencia - El circo gitano está muy cercano al bosque de Boulogne. Si cabalgáis hasta allí, las luces de los carromatos deberían ser guía suficiente para encontrar el camino. Vamos a despistarlos - Acabo, con los ojos brillando pícaramente ante la perspectiva de una carrera. No espero a su respuesta; azuzando mi caballo con flancos y riendas, me desvío por una de las callejuelas laterales de la vía por la que cabalgamos.

por **Höor Cannif** Vie Nov 04, 2016 11:49 am

Jean y yo nos dedicamos una sonrisa de medio lado, lo que no se bien es si es por aquellos pantalones que sin duda no desmerecen a la dama en ninguno de los aspectos o por el contrario por la afirmación de que dos caballeros no deben hacer esperar a una dama.
Sonreí de medio lado clavando mis ojos en los ajenos -¿y la dama es? -pregunté echándome a reír antes de dar un salto para subir sobre mi espectro.
-Vamos Jean no hagas esperar a la dama -bromeé de nuevo

Jean se dedico a explicarle a la joven con todo lujo de detalles, la información que había sacado de uno de sus criados sobre el lugar al que nos dirigimos.
Beatriz parecía entusiasmada con la idea de salir de su recatada burbuja, de esa sociedad que la convertía en un bello trofeo que prender del brazo de cualquier soltero y por ende acudir con dos “caballeros” a emborracharse y a bailar hasta no poder mas.

Mire a Jean de soslayo, ya esta, ya le había dado un ataque de esos en los que se convertía en una enciclopedia andante, ahora nos narraba las mil anécdotas y detalles sobre el pueblo gitano, sus costumbres, leyes, tradiciones.
-Tío, a este paso cuando lleguemos nada nos sorprenderá -añadí con una ligera mueca de fastidio -¿donde esta el descubramos juntos todo eso que hacen los gitanos?

Mas lo que interrumpió la conversación, fue que tras nosotros dos hombres ataviados de ropajes poco recomendables y con sendas espadas adheridas a sus espaldas parecían seguirnos el rastro de cerca.
Habíamos dejado la zona centro, cuyo empedrado estaba bien cuidado, los balcones engalanados de rosas y las calles iluminadas y con perfume a jazmín.
Ahora el camino era de tierra, las luces y sombras las dibujaba la luna sobre nuestros rostros y el olor, a orín de la zona pobre se entremezclaba con el de la podredumbre y prostitución del lugar.

No tardamos en tomar un desvió, un pequeño sendero hecho por le paso de los carros y los cascos de caballos que nos llevaría a la zona de descampado donde al parecer residían las carpas de los gitanos, ahí fue cuando detuve mi montura.
De medio lado vi como Beatrice y Jean seguían al galope por el sendero, mientras yo desmontaba de un salto dispuesto a cortar el paso a esos dos forajidos.
De sobra sabia que de no hacerlo nos seguirían y darían caza mas adentro del camino, tenia que proteger a Bea. Me reuniría mejor luego con ellos.

El filo de mi bastarda reflejó la plateada luna frente a los dos asaltantes, que sorprendidos por mi presencia y creo que tomándome por un loco se miraron uno al otro sin entender que había llegado el fin de su sino.
Hundí mis ojos en uno de ellos sonriendo de soslayo.
-¿Quien sera el primero? El infierno esta lleno de valientes, también de descerebrados. Y a mi me espera una fiesta, no tengo tiempo que perder. Mas os presentaré el filo de mi acero cuando se hunda en vuestros cuerpos -rugí lanzándome al ataque embistiendo a uno de ellos.

por **Beatrice Delteria** Sáb Nov 05, 2016 2:26 am

Frunció el ceño sacando la lengua ante la broma de Hoor, divertida, aunque razón no le faltaba, esa noche no era una dama, era una aventurera. Oliendo el humo de los cigarrillos de Sir D. Lachance, esperó paciente a que subieran a los caballos mientras Hans, su propio corcel, parecía tan impaciente por comenzar a correr como la propia Beatrice.

Avanzaron bajo la luna de plata, por las calles de piedra a paso lento, mientras Jean se deshacía en maravillas de las fiestas gitanas, lo cierto era que, conocer el lugar al que se dirigían, le daba cierta tranquilidad, quería descubrir, po rsupuesto, pero no podía salir del caparazón de golpe, así como así, y tener cierto conocimiento de lo que iba a experimentar le causaba tranquilidad que no quitaba su entusiasmo.

- Bea, por favor, y déjese de formalismos, esta noche no hay clase que valga, Jean.- sonrió en respuesta.

Comenzaron a acelerar la marcha al vislumbrar la linde del bosque. Hoor, al contrario que ella, no parecía demasiado contento con saber detalles de lo que iban a ver, eso diferenciaba a un aventurero experto de uno en prácticas, le daba igual lo que se fuera a encontrar, a ella, no tanto.

A medida que avanzaban, unos pasos sonaron a sus espaldas, los seguían. Jean dió instrucciones claras. Bea asintió alzando el trasero de la grupa del caballo y acercando el cuerpo al cuello, como había visto hacer a los jockers en las carreras para ganas velocidad y resistencia al viento y saió del camino dispuesta a atravesar ramas y espinas sin saber nada de lo que quedaba a sus espaldas.

El viento azotaba su cara, dejándola, a penas, distinguir figuras borrosas al secarle los ojos, la espalda, forzada en esa posición de carrera, comenzaba a dolerle y las ramas le golpeaban brazos y piernas, no sabía si dar gracias a su idea de los pantalones porque la hacía más ligera para sumontura, o reprocharsela porque se daba cuenta de que, las capas de tela que solían llevar los vestidos, protegían más el cuerpo, fuera como fuere, tras varios minútos de carrera, cuando los pasos habían quedado ya alejados y unas luces se veían acercarse desde el fondo, alzó el cuerpo y volvió a ponerse sobre la silla de montar para que así, el animal, fuera, poco a poco, bajando su velocidad.

Cansada, miró a su alrededor, no parecía haber nadie ni escuchaba sonido alguno más que el de los buhos ululando, suspiró aliviada y golpeó el cuello del caballo, a modo de agradecimiento para seguir su camino a paso lento. Sentía una pequeñísima herida en la mejilla, y la piel helada, pero le hervía la sangre, como cada vez que se había encontrado en peligro, la diferencia era que, por alguna razón, esa noche no tenía miedo de nada, tal vez porque se había mentalizado de que podría pasar cualquier cosa, tal vez porque se sentía preparada para afrotarlo todo o porque el simple hecho de haberse atrevido a cambiar su rutina le daba valor, quien sabía.

Siguió, como había dicho Jean, la dirección de las luces, hasta salir del entramado del bosque y, por fin, respirar hondo, aliviada. Parecía haber sido la primera en llegar, no veía por ahí a ninguno de sus compañeros, lo que si veía eran tiendas multicolor, carromatos de madera detenidos, animales pastando con calma y una hoguera, una hoguera inmensa en medio de un gran círculo de troncos de madera que servían las veces de silla, en los que se congregaban un numero indeterminado de artistas algunos de los cuales ya habían comenzado su espectáculo privado, los juglares saltaban de lado a lado haciendo volteretas y piruetas imposibles.

Los ojos de la chica se agrandaron impresionados, había descendido al infierno, y era lo más divertido que había visto jamás.

por **Jean D. Lachance** Mar Nov 08, 2016 2:52 am

En ningún momento me vuelvo para comprobar si los demás han hecho caso de mi consejo. A diferencia de Varek, yo no soy diestro en las armas; soy demasiado torpe para ello, y dependo de mi mente y de mi apellido para salir de las situaciones comprometidas. Ni siquiera llevo una espada al cinto, como correspondería a alguien de mi posición social; todas las que poseo son poco más que decorativas, demasiado ornamentadas para sacarlas en mis noches de fiesta con Höor. Hoy, mi única defensa es un pequeño puñal acerado, y una pistola que de poco me serviría contra un elevado número de atacantes. Lo mismo debe sucederle a la dama; su cadera estaba tan desnuda de armas como de ropa. En cambio, se mueve con la gracia de una amazona experta; parece capaz de soportar un trote prolongado, y llegar ilesa al bosque de Bologne. No sé qué es lo que hará Cannif, pero sin duda, nuestra mejor opción es huir de los atacantes, despistarlos en las callejuelas para perderlos antes de alcanzar nuestro destino.

Y eso es lo que hago; sin bajar el ritmo de mi cabalgadura, zigzagueo por las oscuras calles de extramuros hasta alcanzar la linde del bosque. Ningún sonido de cascos ha sonado a mis espaldas durante el recorrido; sólo las herraduras de mi caballo contra el empedrado, metálicas y tintineantes. Los asaltantes deben de haber desistido con nosotros, o bien, perseguido a Beatrice o a Höor en lugar de a mi. No importa; confío en que ambos podrán hacerse cargo de ellos, y se reunirán pronto conmigo. Todavía alerta, cabalgo un par de minutos más en dirección al circo gitano. La gigantesca carpa a rallas rojas y blancas es apenas una sombra más en el bosque. En cambio, unos pocos metros más allá, las hogueras relucen con tanta intensidad que tengo que entrecerrar los ojos para no quedar deslumbrado por ellas. El crepitar de las llamas se entremezcla con las risas, y el ambiente huele a una mezcla de humo, alcohol y empanadas. Los carromatos, dispuestos en círculos concéntricos cada vez más amplio, ocultan a sus habitantes de las miradas indiscretas. Aun así, siluetas humanas se desdibujan para formar sombras sobre el fuego, danzando salvajemente entre el sonido de las gaitas, violines y flautas.

En la entrada de su campamento, una esbelta mujer aguarda sobre su corcel. Al parecer Beatrice es todavía mejor amazona de lo que imaginaba, y así se lo digo en cuanto mi caballo se detiene a su altura. - Eres una caja de sorpresas, Bea. Espero que no te hayan seguido durante mucho rato. - Me llevo la mano a la cabeza para saludarla, antes de recordar que ahora no llevo un sombrero con el que saludarla. Deteniendo la mano antes de llegar, disimulo bajándome la capucha, como si esa hubiera sido mi intención desde el principio - Höor estará a punto de llegar, imagino. ¿Le esperamos, o vamos entrando en la fiesta?

por **Höor Cannif** Miér Nov 09, 2016 5:42 am

Como supuse, no me llevó demasiado que esos dos patanes se dieran a la fuga, es lo malo de los que se creen mejor que nadie, que tienden a menospreciar al rival.
Posiblemente al ver a la dama, y los ropajes nuestros deslucieron que eramos gente adinerada y que de algún modo robarnos nuestras pertenencias y dejarnos muertos a un lado del camino no seria una tarea complicada.
Entendía que cada cual se ganaba la vida como podía, algunos saqueadores eran viejos conocidos míos en el norte y para que mentir, tenían duras vidas a sus espaldas que los habían llevado a una situación quizás de la que no se sentían orgullosos pero que era suya.
Juzgar era difícil, sobre todo cuando no estas en la piel del otro.

Tras volver sobre mi espectro recorrí aquel sendero ahora con mas calma, intuía que Bea y Jean ya habrían llegado, incluso que se habrían unido a aquella fiesta gitana que admito me llamaba poderosamente la atención.
Pese a ser un hombre de mundo las palabras de Jean sobre las costumbres de estos me habían intrigado, posiblemente pasaríamos un buen rato entre esas gentes que plagados de leyendas y ancestros resultaban una civilización mágica.

No tarde demasiado en vislumbrar a lo lejos y cerca de unas carromatos dispuestos en circulo a Beatriece y Jean.
Ambos parecían hablar animadamente mientras me esperaban, sus ojos brillaban frente a aquel ambiente distinto a lo que estábamos acostumbrados.
Casi podia ver la adrenalina dispararse en sus ojos frente a la idea de como colarse entre aquel muchedumbre que frente a una gran hoguera bailaba y cantaba.

El olor a maderos, a fuego, a alcohol y humo era embriagador, el chisporroteo de la leña quebrándose frente al bullicio y las voces varias acompañadas de carcajadas eran una invitación para nuestros oídos.
-¿Ya habeis pensado como infiltrarnos? -pregunté con una sonrisa mirando a ambos.

Aunque nos habíamos vestido para la ocasión, Beatrice con ese pantalón ajustado distaba mucho de parecer una zingara, que con esas largas faldas, corsees ajustados y decoraciones en plata parecían diosas ardiendo con el mismísimo fuego del infierno.
-No creo que pasemos desapercibidos, mas eso lo hará mas interesante, descubramos cuan hospitalarios son nuestros vecinos -bromee ajustando la capa de pieles negruzcas de osos a mis hombros y de un salto desmontando del caballo.

por **Beatrice Delteria** Jue Nov 10, 2016 3:06 am

Mientras la magia de la fiesta que se abría ante ella la abstraía, escuchó, a sus espaldas, los golpes de las patas un caballo y la voz de Jean que le hablaba tranquila. Giró sobre la grupa de Hans y lo miró con una sonrisa asintiendo con la cabeza a modo de saludo.

- Y siempre guardo unas cuantas de reserva, por si las usuales se acaban.- bromeó al oír que el joven la llamaba "caja de sorpresas".- No demasiado, los he perdido antes de entrar al bosque, y antes de eso me pareció que solo me seguían un par.- afirmó volviendo a mirar hacia el frente.

Suponía que, pensando que una dama sería fácil de vencer, los asaltantes o lo que hubieran sido habían preferido dejarla con menos vigilancia, no se consideraba buena amazona, no participaba en carreras, no sabía saltar obstaculos altos ni estaba dotada para galopar durante horas, pero le gustaban las carreras rápidas por el bosque que había tras su propiedad y eso se notaba, era probable que esa fuera la única razón por la que había llegado la primera y, tal vez, que había tomado un camino más corto sin saberlo.

Miró al hombre que se había puesto a su lado, a punto de decir que deberían comenzar a pensar en como entrar, cuando el mismo Hoor, a quien Jean había nombrado hacía escasos segundos irrumpió en el claro con la misma pregunta que tenía ella en los labios. A modo de saludo, Bea le lanzó una sonrisa y volvió a mirar a la hoguera.

La fiesta estaba empezando y un grupo de mujeres se había unido a los saltimbanquis con bailes y fuego, sabía que algunos gitanos eran, más bien, cerrados, y que guardaban sus tradiciones con mimo, pero eran tan animados que no pensaba que fueran a tener problemas aceptandolos en su celebración, eran solo tres personas, no podrían provocar algún desastre.

- Pues yo creo que solo tenemos que acercarnos.- musitó haciendo avanzar a Hans despacio, dejando atrás a los dos hombres.

Cuando la luz de la hoguera ya iluminaba su cara, bajó del animal y se acercó sonriente a una joven sentada en una esquina. La chica de piel oscura, pelo negro y ojos verdes la miró extrañada.

- Hola.- saludó con soltura Beatrice.- perdón, se que no debería estar pero... ¿puedo unirme? Siempre me han gustado las fiestas y llevo años curiosa por las vuestras, si molestó me iré, lo prometo.- afirmó dando su palabra.

Pasaron unos largos instantes en silencio en los que, plantada, sola frente a la joven de pelo negro y varios más que se habían girado a mirarla, estallaron en carcajadas. La chica a la que se había dirigido en primer lugar le tomó las manos y la hizo sentarse a su lado, aun riendo.

- Tu, como espía, mal.- bromeó la gitana.- demasiado transparente.- rió al ver la cara extrañada de Beatrice.- Bienvenida a nuestra fiesta. Soy Rubi.- se presentó.
- Bea, encantada.- sonrió sentándose, mirando hacia atrás para ver a los dos hombres que habían ido con ella.- han venido dos amigos conmigo, ¿pueden unirse también?.-Preguntó.
- Claro.- respondió la joven tomando una jarra de cerveza y pasándole, otra, a ella.
- Gracias.- sonrió ante ambas cosas, tomando la jarra y levantándose para hacer un gesto con el brazo, indicandoles que se acercasen, ya estaban dentro, había sido sencillo, como siempre suponía ella, la verdad por delante abría muchas puertas.

por **Jean D. Lachance** Lun Nov 14, 2016 4:55 pm

Para mi gran asombro, todo resulta tan sencillo como había supuesto Beatrice. Unas cuantas palabras sinceras hacia los bailarines son suficientes para que nos acepten, entre risas y palabras de bienvenida. Dos de ellos se acercan a Höor y a mi, para ofrecernos un par de jarras de cerveza. Sus cabellos, largos hasta la cintura, son matas lustrosas del color del azabache. Van a juego con sus pieles, de un brillante dorado oscuro que adquiere matices casi mágicos a la luz de las hogueras. Mirando hacia atrás para asegurarse de que nuestra acompañante no lo escucha, uno de ellos nos sonríe con amabilidad antes de decir: - ¿Es necesario mencionar que la invitación no incluye mancillar la jonra de nuestras mujeres? Porque si tenemos que repetirlo, puede que no lo digamos con una sonrisa. - El otro gitano asiente, dándonos una palmada en la espalda a modo de aviso. Sin dejar de sonreír, ambos nos tienden las jarras de cerveza, para después volver de vuelta a los bailes.

Intercambiando una mirada con Höor, bebo un trago de la bebida gitana. La cerveza es tan espesa que casi puedo masticarla, y bajo la espuma su color es oscuro como la noche. Además está helada; resulta tan agradable de beber que para cuando quiero darme cuenta, ya he acabado con el contenido. - ¿Crees que bailar cuenta como deshonrar a una moza? - Le pregunto a Canniff, mientras relleno la jarra en una de las mesas de los carromatos. - Espero que no, porque si lo fuera, antes de que amanezca tendremos que batirnos en duelo para defender a Bea. Mira como la miran los gitanos; acabará con los pies destrozados de tanto bailar en la hoguera.

Doy otro sorbo a la bebida, sintiendo cómo el alcohol me desentumece los miembros. Un par de tragos más y me sentiré con fuerza de bailar al ritmo de las gaitas, como si hubiera nacido de entre la raza más exótica de París.

por **Höor Cannif** Dom Nov 27, 2016 4:09 am

A veces me sorprende y para bien la interpretación fácil de las cosas de las mujeres.
Beatrice toma la iniciativa, y como si no quisiera la cosa, se adentra con naturalidad entre los carromatos hablando con toda la sinceridad del mundo sobre que ha traído a estos tres desconocidos hasta su hoguera.

Mi cuerpo se tensa, estoy mas acostumbrado a la gesta que a la bondad, mas lejos de ser mal recibidos, nos abren los brazos como hermanos y pronto Bea se adentra con las gitanas frente al fuego para beber como una mas, dedicándonos una sonrisa al ritmo que su jarra se vacia.
Jean y yo nos miramos entre risas, lo difícil lo había hecho fácil la señorita.

Un gitano de largo pelo azabache y tez aceituna nos acerca un par de jarras de cerveza negra, sin duda la noche no podía ir mejor.
Un gesto con la cabeza como agradecimiento mientras este nos explica que sus mujeres no se tocan ¿y las nuestras?
Miro a Jean con una picara sonrisa, posiblemente pensando lo mismo, tras unas jarras vamos a tener que batirnos en duelo por salvar la integridad de nuestra mujer que sentada sigue bebiendo de su jarra mientras los hombres la admiran animados.

Llevo el vidrio a mis labios, espesa, oscura y fresca, sin duda esta si es como la norteña.
Su sabor me lleva a situaciones muy similares a estas, donde la hoguera se convertía en nuestra fiel aliada tras la batalla, donde contábamos historias sobre nuestras hazañas y llorábamos a los que frente al fuego ,esa noche no regresaban.
La cerveza se fue agotando con rapidez arrastrando ciertos recuerdos por mi garganta, Skadi, el peor de todos ellos.
Si cerraba los ojos podía verla guiada por el propio Loqui, tirando de mi mano para que me uniera a su danza entre los vítores de los guerreros.
Otra época, otro lugar, mas demasiado similar. Recargué mi jarra de un bidón en uno de los carromatos y junto a Jean tomé asiento en el suelo mirando como las mujeres seguían calentando nuestros cuerpos al ritmo del fuego.

El alcohol sin duda ayudaba a describirnos, la verdad esta cerveza subía como la norteña, tendría que venir mas a menudo. Desde que llegué a Paris había echado de menos una buena bebida.
-Jean, esa te mira mucho, por que no vas a mancillarla con un baile de esos de la corte -bromeé entre risas dándole un empujón con el hombro.

por **Beatrice Delteria** Jue Dic 01, 2016 5:19 am

- Oye Rubi, ¿os es dificil?- Preguntó dando un trago a la cerveza, y frunciendo el ceño al notar el sabor amargo, era la primera vez que probaba una pinta, y no sabía si legustaba demasiado.
- ¿El qué?- preguntó la chica mirandola de reojo.
- El vivir así, es decir, supongo que estaréis acostumbrados, pero... ¿cómo es?
- Mejor será que lo veas, y deja la cerveza, como se te suba me reiré de tí.- comentó acabandose su bebida.

Bea dejó la jarra en el tronco que usaba como asiento y sonrió esperando a escuchar lo que la chica quisiera contarle, pero, en cambio, le tiro de los brazos, levantándola, y llevándola hasta la hoguera, donde algunas mujeres bailaban tocando panderetas. Resistiéndose un poco, logró apartarse y mientras Rubi bailaba se quedó junto a los músicos.

Había panderetas, violines y guitarras que creaban un conjunto curioso y de melodía alocada. Observó el movimiento de los dedos del violinista e intentó imitarlo, no solo sus dedos, si no todo el parecía fluir con la música, como si su cuerpo siguiera los movimientos de las notas, por mucho que ella habia practicado, nunca había sido tan libre tocando como lo era ese anciano en ese instante.

- Ey, ¿señorita, quiere probar?- Le preguntó un joven que llevaba un violín similar al del anciano.
- Ah... ¿puedo?- preguntó dudosa, y aceptó al ver como el joven asentía.- ¡Gracias!

Tomó el violín, era dificil tocar con un instrumento al que no estaba acostumbrada, y vio las intenciones del hombre, de "enseñarle" a cogerlo, por suerte, no era la primera vez que usaba un violín diferente a su stradivarius rojo. Rápidamente, antes de que las manos del tipo llegasen a tocar sus hombros, comenzó a tocar con una primera nota aguda, intentando coger el ritmo de los que ya tocaban.

Sonrió al hombre, en una señal de "no necesito ayuda" y siguió el ritmo con cierta torpeza, al principio, no conocía la pieza, pero, pronto, notó que no había pieza, simplemente, tocaban, tocaban lo que se les venía a la cabeza y transmitían sus sensaciones, improvisando. Se detuvo un momento, mordiendose el labio, y mientras la mujeres daban vueltas al fuego, elevó una nota grave sobre las agudas de los demás, y comenzó a unir un ritmo en "alegro" cambiando las notas con velocidad, logrando unirse, por fin, a la orquesta gitana.

por **Jean D. Lachance** Jue Dic 08, 2016 7:11 am

El empujón de Höor me hace dar un traspiés, mi cuerpo algo torpe por los efectos de la bebida. Devolviéndole la sonrisa, apuro el contenido de mi jarra de un trago antes de dejarla abandonada sobre un tronco. Tal vez el nórdico tenga razón, y sea un buen momento para unirme ya al baile. - No creo que aquí nadie sepa bailar como en la corte, pero no les hace falta. Míralos; se mueven como el fuego, más libres y salvajes de lo que nosotros seremos jamás. - Le respondo, señalando con la diestra hacia la hoguera. Algunos varones se han unido ya al desenfrenado baile de las muchachas, que se mecen al ritmo de la música mientras sus manos hacen extraños movimientos sobre su cabeza. Sus caderas se agitan también, sensuales, aunque siempre se mantienen decorosamente separadas de los cuerpos de los hombres. Mi sonrisa se ensancha al percatarme de que nuestra pelirroja acompañante ya ha conseguido integrarse entre ellos. Aunque no con las bailarinas. Con la expresión demudada por la concentración, Beatrice toca un ajado violín junto a la improvisada orquestra. Por más que me concentro no consigo identificar la melodía, pero ella pronto entra en armonía con el resto de músicos. Hay que ser muy hábil para conseguirlo; o eso, o tener una tolerancia muy alta a la cerveza monstruosamente fuerte que sirven.

Despidiéndome de mi compañero con la mano, me aliso la chaqueta mientras camino en dirección a un grupo de muchachas sentadas. Una de ellas es la que, según Höor, me había estado mirando desde que llegamos; sus largos cabellos negros caen lacios a sus espaldas, como una cascada de azabache líquido. Puede que antes de la bebida su aspecto no hubiese resultado tan hermoso, pero ahora está revestida de la frescura que le otorga su juventud. Además, tiene unos hermosos ojos del color de la noche; grandes y brillantes a la luz de la hoguera, y enmarcados por una espesa capa de pestañas. Con el valor que le otorga el alcohol a los borrachos, realizo una perfecta reverencia ante la joven gitana. Después, e ignorando las risas del resto de sus acompañantes, le tiendo una mano para invitarla a salir a bailar. - Tendrás que enseñarme, porque todo esto es muy distinto a lo que estoy acostumbrado - Le digo a la muchacha, sin dejar de sonreír. Ella me sonríe a su vez, mostrando una perfecta dentadura de dientes blancos bajo sus carnosos labios. Intercambia unas palabras en una lengua extraña con sus amigas, pero toma la mano que le ofrezco y se deja guiar hasta la hoguera.

El resto de bailarines nos aceptan enseguida. Como una masa de cuerpos sudorosos por la danza, nos rodean entre risas, invitándonos con sus gestos a unirnos a su desenfreno. Riendo a carcajadas, intento imitar con cierta torpeza los ágiles movimientos de los gitanos. Sé que estoy haciendo el ridículo, pero no me importa; es como si el resto del mundo hubiese desaparecido, y sólo importase que la música siga fluyendo junto con la adrenalina por mis venas.

por **Höor Cannif** Vie Dic 16, 2016 12:21 pm

Beatrice toma un violín y pronto improvisa junto a aquella orquesta un buen ritmo pagano. Uno la mas de apropiado con las jarras de cerveza negra que íbamos agotando.
No puedo evitar reírme con las miradas que Jean y una gitana se prodigan, algo me dice que acabaremos saliendo de allí mas rápido de lo que entramos y recuerdo las palabras del gitano en la que se nos advierte que sus mujeres no se tocan

Aun así, empujo a Jean para animarlo a bailar, lo estaba deseando y este tambaleándose ligeramente se pone en pie despidiéndose de mi entre risas con un ligero movimiento de mano.

Un trago de aquella fría cerveza mientras mis ojos desfilan por el fuego rodeado de cuerpos que frenéticos se acompasan a las llamas.
No me cuesta demasiado viajar a otra realidad, en la que las llamas también son el centro del momento.
Claro que la fiesta es distinta, pues lloramos y celebramos por nuestros muertos.

Campo de batalla, noche enterrando y quemando cuerpos que lloraran sus viudas, que dejara huérfanos. Esa es la vida del guerrero, siempre en guerra para que la paz llegue a otros que desde sus tronos celebran la victoria con un buen vino.

Una dama se acerca, tira de mi mano, tan fuerte o quizás yo estoy tan distraído que casi parte del liquido negruzco se esparce por le suelo.
Niego con una sonrisa agradecida, nunca consiguió Skadi hacerme bailar, dudo que ninguna lo consiguiera si no era en un salón donde Podía fundirme con el resto y pasar desapercibido.

La dama de cabello lacio y piel aceituna insiste un poco hasta que se da cuenta que mi decisión es feme y que al menos por esa noche, me limitaré a beber junto a otros gitanos que dan palmas junto a uno de los carromatos.

El aire es fresco, mece mi pelo que rebelde ondea ligeramente, acomodo la capa de piel a mis hombros, esto es lo mas parecido a sentirse en casa.
Hoy echo mas de menos que nunca ciertas cosas, la añoranza es un arma de doble filo, y por un instante es en Skadi en quien pienso.

Pronto Valeria copa mi pensamiento, quizás porque cuando vuelva borracho ella estará en el lecho.
Eso me despierta las ganas de volver, de hacerle el amor despacio, es extraño como puedes echar de menos a alguien con quien pasas gran parte de tu tiempo.
Mas por ende, las fiestas nocturnas de ella, parecen ser solo suyas, no se digna a llevarme a ninguna. No la culpo, mis celos pese a que no me pertenece, son demasiado fuertes y posiblemente acabaría a golpes con mas de uno.
Quizás si ella estuviera aquí, no me importaría fundirme entre las llamas de ese fuego con su cuerpo calentando el mio en un baile distinto a los del gran salón que ambos conocemos.

por **Beatrice Delteria** Sáb Ene 14, 2017 5:49 am

Dejó el violín poco después, mientras veía a Jean acudir a la pista junto a una de las gitanas, ¿sería eso bueno para los gitanos? Bueno, era ella quien lo había invitado, así que, en un principio, no tendría porque suceder nada. En cuanto devolvió el violín a un sorprendido gitano que aun miraba del isntrumento a ella, incrédulo, fue arrastrada hacia la hoguera por varias mujeres que le anudaron un pañuelo con monedas ligeras a la cintura y la invitaron a imitarlas.

No era muy buena bailarina, en realidad, le costaba un poco aprender bailes nuevos, pero por la esgrima sus movimientos eran fluidos, al menos no quedaría totalmente en ridículo. Pasó cerca de media hora intentando aprender sus bailes hasta que comezaron a hacer un círculo para bailar en grupo, era curioso, parecían las danzas de las fiestas de pueblo, pero más movidas, como si el fuego ardiera en la piel de los gitanos y les llegara al alma.

Comenzaron a cambiar de parejas, y fue el momento que ella aprovechó para salir del baile, cansada de tanto movimiento. Se sentó junto a Hoor, que parecía ensimismado y tomó una jarra de cerveza de la que dio un trago. No le gustaba demasiado, pero tenía sed. Miró el baile con una sonrisa, era divertido, aunque creía que no era la suyo, se cansaba rápido, acostumbrada cmo estaba a danzas más pausadas.

- Es divertido, ¿verdad?- le preguntó buscando a Jean con la mirada, ¿se habría perdido entre los matorrales con alguna gitana? Como tuvieran que salir de allí corriendo la tendrían que dejar atrás, estaba agotada.

por **Jean D. Lachance** Sáb Ene 14, 2017 6:53 am

El sudor no tarda mucho en perlar mi frente, fruto del calor que emana la hoguera y mis propios músculos tras danzar baile tras baile a su alrededor. La gracia parece ser lo de menos para los gitanos; y es que da la impresión de que, más que un ritmo fijo, lo que siguen son los dictados de los sentimientos que les transmite la música. Sus pies golpean repetidamente la tierra batida del suelo, con un rítmico sonido que acompaña al de los tambores. Sus manos giran a su alrededor, sujetándose a veces en la cintura de otros bailarines, y también en la propia. Es bastante cansado, pero ninguno de ellos da muestras de desfallecer. Un par de varones se retan, vociferantes, a saltar sobre el fuego, de manera que los que estábamos bailando nos dispersamos para dejarles sitio. Con sus pies descalzos en alto, pasan uno tras otro lamiendo las llamas, entre los gritos y aplausos de ánimo de los demás espectadores. La música aumenta de volumen cuando un par de gitanas añaden más madera a las llamas, que crecen en altura. Parece que la competición seguirá hasta que uno de los desafiados se retire, pero por ahora el alcohol y la adrenalina les impide ver algo más que emoción en el reto.

Mi joven acompañante aprovecha la algarabía para tironear suavemente de mi brazo. Sus ojos oscuros reflejan las salvajes llamas de la antorcha, y su piel reluce más que nunca con un misterioso tono dorado. Me señala con la barbilla la oscuridad de las caravanas vacías, y no necesito más. Esbozando una sonrisa alcoholizada, la sigo torpemente a través de los carromatos hasta alcanzar uno más grande que el resto. La pintura, antaño roja, está ahora desvaída; se desconcha junto a las ventanas, de cuyos alféizares cuelgan macetas de brillantes colores rosados y amarillos. Un par de cortinas de ganchillo cuelgan junto a ellas, añadiéndole un toque hogareño al vehículo. Curioso, estoy observando las grandes ruedas de madera cuando la chica se cuelga de mi cuello. Sus manos son tan cálidas como una hoguera, y se enredan en mis espesos rizos oscuros. Sus labios buscan los míos con fiereza, carnosos y fragantes. Y los míos le corresponden con furia, olvidado cualquier interés en averiguar más sobre el modo de vida de los errantes. Accionando la puerta del carromato a ciegas, entramos en él sin dejar de besarnos ni un instante. La morena me empuja suavemente sobre una cama empotrada en la madera. Ahora que me fijo, parece más joven de lo que había pensado antes. Como mucho tendrá dieciséis, no, diecisiete años. Casi podría ser mi hija. Sin embargo, cualquier atisbo de remordimiento desaparece tan pronto la chica se desabrocha la blusa. Los conceptos del bien y el mal se difuminan en la noche, y sólo quedamos nosotros, acariciándonos en la oscuridad mientras la música de la fiesta nos llega desde la lejanía.

por **Höor Cannif** Dom Ene 22, 2017 12:27 pm

La noche desfilaba frente a mis ojos evocando recuerdos no muy alejados de tiempos pasados en los que otra hoguera y norteños eramos los protagonistas y dueños del fuego.
Ensimismado en mis propios pensamientos me hundí en la jarra y su espeso liquido que cada vez entraba mucho mejor por la garganta.
Varias fueron las gitanas que trataron sin éxito de sacarme a bailar contra sus cuerpos, podía admitir que su belleza racial era digna de acompañarlas al fuego, mas...bailar otro baile y con otra mujer era lo único en lo que era capaz de pensar en ese momento.

Beatrice acortó la distancia que nos separaba, había dejado de tocar el instrumento y su sonrisa denotaba lo sumamente bien que se lo estaba pasando.
Sonrisa ladeada en mi rostro al escuchar sus palabra, el ruido de las palmas y gritos de los hombres que se retaban a saltar el fuego embravecidos por el alcohol no permitía mantener una conversación sin tener al menos que acercarnos para poder escucharnos.

Fue entonces cuando vi a Jean tambaleándose abandonar el fuego de la hoguera tironeado por una de las gitanas con la que había compartido gran parte de la noche.
Negué con la cabeza a sabiendas de que era una niña y que esto acabaría trayéndonos problemas, claro que, si nadie se daba cuenta mi amigo pasaría una buena velada entre sus piernas. ¿Valía la pena arriesgarse? Sin duda, me conteste con una ria ebria. ¿Acaso no lo haría yo de ser libre?
-Los gitanos si entienden de fiestas y no los nobles con sus bailes de salón -bromeé guiñándole un ojo

La noche siguió su curso, hasta que tras nosotros vi el revuelo de un par de gitanos que parecían buscar a alguien, algo me decía que habían notado la ausencia de la joven y que pese a que todos íbamos borrachos no tardarían en atar cabos.
-Espérame aquí Beatrice -le susurré al oído poniéndome en pie con cierto disimulo.
Sonreí a los presentes, siguiendo el rastro antes trazado por la pareja apasionada. No pude evitar echarme al reír al ver el rítmico movimiento del carromato.
-Jean, acaba pronto, que la cosa por fuera se esta poniendo fea.

por **Jean D. Lachance** Lun Ene 23, 2017 4:15 am

El final se precipita minutos después de la llegada de Höor. Sudorosos y jadeantes, la gitana y yo nos apartamos, en un intento por recuperar algo de las energías gastadas antes. Ella busca con rapidez su colorida blusa, mientras que yo vuelvo a calzarme las desgastadas botas. Apenas me mira, pero parece algo nerviosa; debe de saber que la están buscando a ella, y las consecuencias que sufrirá si alguien se entera de lo que ha sucedido aquí esta noche. - ¿No ha estado mal, no? - Le digo jocosamente, mis dedos abrochando los últimos cordones de la bragueta de mi pantalón. Mi comentario consigue que la muchacha esboce una pícara sonrisa, que pronto se desvanece al escuchar un par de gritos provenientes del bosque. Colocándose la larga falda con toda la rapidez que es capaz, corre en dirección a la puerta para marchase de la escena del crimen. Sin embargo, y antes de que desaparezca, la tomo de la muñeca, reteniéndola en la caravana.

- ¿Qué se supone que estás haciendo? - Sisea, intentando soltarse de mi mano. Sus grandes ojos oscuros reflejan terror y dudas cuando me miran, dos sentimientos que conozco demasiado bien desde que soy adulto. Negando con la cabeza, me pongo en pie antes de responderle. Las voces suenan ahora cada vez más cerca, no nos queda mucho tiempo.

- Nos van a alcanzar hagamos lo que hagamos, así que escúchame bien. Tú no tienes la culpa, te he echado algo en la bebida y no sabías lo que estaba ocurriendo - Le susurro con rapidez, mi mente trabajando a toda velocidad - Estaría bien que aprovechases para hacerte unos pocos cardenales ahora en el bosque. Eso le daría mayor credibilidad a la historia, lo he visto antes. En cualquier caso, no reconozcas que has sido tú. Yo no tengo porqué volver a pisar el circo. Pero tú vives aquí. Con los tuyos. Así que cuídate. Y si algún día necesitas ayuda, búscame en el bufete Lachance - Acabo, depositando un suave beso en su oscura piel aceitunada.

Las lágrimas anegan sus grandes ojos, tras lo cual asiente para perderse en la oscuridad. Bajando las escaleras del carruaje, observo su melena azabache perderse entre los árboles. Sus pisadas despistarán a nuestros perseguidores, o como mínimo, los dividirán. Y para cuando hayan querido escuchar su historia, Höor y yo ya estaremos lejos de aquí.

- Venga, vámonos. - Le digo al noruego, acercándome a él. Con las manos algo entumecidas por el frío, cubro mi rostro con la capucha. Seremos un par de sombras más en el bosque, y huiremos los tres... ¿Los tres? - Oh, oh - Murmuro, mirando con los ojos muy abiertos a Höor. - Dime que no has dejado a Bea en la hoguera.

por **Höor Cannif** Vie Feb 03, 2017 5:36 am

No tardó Jean en salir junto a la asustada gitana. Una chiquilla de piel oliva y cabellos azabache que se abrochaba a marchas forzadas la ropa consciente de que la buscaban, es mas, segura de que la alcanzarían.
Jean bromeó como si no fuera capaz de ver el problema que muy por el contrario yo si veía. Aun con la espalda pegada a la caravana, trataba de darles el espacio suficiente como para permitirles despedirse, aunque algo me decía que no saldríamos de allí sin derramamiento de sangre.

Mi cuerpo se tensa al escuchar no solo las voces de los gitanos, si no la voz trémula de la gitana reclamar a Jean que la sujetara contra su voluntad. Separo la espalda del carro dispuesto a mediar, mas pronto escucho a mi amigo darle instrucciones claras a la dama.
Sin duda y como buen abogado que es, bien sabe como solucionar problemas sin necesidad de armas.

Sonrió de medio lado volviendo dejarme caer, admito que admiro su buen hacer. Es un hombre diestro con la palabra, digamos que lo opuesto a mi, que soy infinitamente mas bélico que él.
A veces me olvido que la guerra no es el único modo de solucionar ciertos problemas y hoy Jean me ha dado una lección.

La niña sale corriendo perdiéndose en el bosque, apurada, asustada, mas al menos lo suficientemente bien aleccionada como para que a ella no le suceda nada. Jean no tendrá esa suerte de ser encontrado, claro que para cuando la chica cuente la historia ya estaremos de regreso y la mansión Lachance le servirá de escudo.

Jean se acercó a mi, dispuesto a que nos largáramos de allí cuanto antes. Pronto caímos en que Beatrice seguía en la hoguera.
-Jean, coge la montura y vete a casa, yo me encargo de recoger a Beatrice y de escoltarla hasta su casa.
Acaricié el mango de mi espada, mientras Jean hundía su mirada en la mía. Cada uno teníamos nuestros medios, si la cosa se complicaba, yo no seria de los que pudiera dar un gran discurso, mas sin duda, el acero me ayudaría a que me entendieran sin necesidad de palabras.
-ve, el problema lo tienen contigo, yo no he tocado mujer alguna -le guiñe el ojo -la única mujer que deseo, me espera en mi lecho.

por **Jean D. Lachance** Miér Feb 08, 2017 5:35 am

- Ella se ha dejado, pero tienes razón. No te seré de ninguna ayuda si se desenfundan las espadas. O todavía peor, las pistolas - Asiento al noruego, mientras enredo mis manos en las riendas de mi caballo. Apoyando el pie en el estribo, me impulso hacia arriba hasta acabar montado sobre la silla. El caballo no se inmuta durante el proceso; permanece callado, cambiando el peso de su cuerpo de cascos para asumir mejor el añadido de un jinete. Volviendo a cubrirme el rostro con la capucha, miro fijamente a mi amigo. No sé muy bien qué decir o hacer para poder ayudarle; sé que es fuerte, pero ellos son muchos. Y la ira del pueblo errante cuando se ultraja su honor es famosa en las leyendas. Al final, opto por lo más sencillo y sensato. - Finge que no me has visto, y que sólo has ido a mear. Se enfadarán igual, pero no pueden demostrar nada si borras las huellas de tu caballo para que no sepan que has estado aquí conmigo. Y toma - Le digo, lanzándole una pequeña bolsita de cuero. Los francos tintinean en su interior, metálicos al ser cogidos por la fuerte mano del moreno - Si hay problemas, dáselo como compensación. Son gitanos; el oro los apaciguará, porque el daño ya está hecho y es mejor que nada. Mucha suerte, Höor. Y saluda a Bea de mi parte.

Ciñéndome mejor la capa para que no se caiga de mis hombros, azuzo a mi caballo para que arranque al galope. Esquivando árboles y raíces, el blanquinegro recorre veloz el bosque, conmigo agazapado sobre su grupa para no añadirle resistencia al viento. No sé cómo acabará la noche, pero hay algo que es seguro.

No me arrepiento de nada.

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