AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
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Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
No llegaron juntos, la desanimó un poco.
Nunca había ido a un museo, lo que le había parecido insólito a Hero, y el Louvre era para la gitana un monumento a lo prohibido. Casi diez años de haber vagado por las calles de París le enseñaron que algunos sitios eran especialmente hostiles con los gitanos. De hecho, había sido más fácil colarse a una fiesta de clase alta que al museo. Era un sitio muy respetable y sobrio, en el que los gitanos no tenían cabida. Una vez a los quince años, por ejemplo, recibió un buen azote al intentar echar un vistazo. Hoy en día, muy cerca de sus veinticinco, las piernas le temblaban a sus puertas.
Tenía las manos enguantadas y el cabello estirado en un moño detrás de la cabeza, la cual terminaba de adornar con un precioso sombrero de copa y unas guirnaldas que le hacían cosquillas detrás de las orejas. Eligió su vestido más recatado para la visita, aunque no era tan cómodo como los demás. El cuello era muy alto y la cintura muy fina. Pero valía la pena, pensó, si con eso podía dar un paseo con Hero sin atraer miradas hostiles.
Pagó la entrada al museo con una ligera reverencia al guardia, quien le comentó con desconfianza que era peligroso pasear sola sin una escolta. La gitana creyó que se marcharía corriendo de terror, pero en cambio, sonrió con nerviocismo y aseguró que su compañía le esperaba adentro. No estaba segura de si su amigo habría llegado antes, en realidad, pero una mentirita blanca de vez en cuando no la devolvería a sus viejos malos hábitos. Cuando entró a las instalaciones, se sintió en otro mundo. Nada más la arquitectura era bella, los colores y el intento olor a pintura que rondaba por los pasillos del museo. No se dio cuenta que estaba tan ensimismada con las obras de arte, que había empezado a caminar de espaldas.
El choque de su espalda con la de otra persona la hizo pegar un respingo. Se giró rápidamente con una expresión de disculpa.
— ¡Lo lamento mucho, monsieur, yo...! —Pero se interrumpió a sí misma cuando reconoció el rostro del hombre con el que había chocado. Se sintió un poco tonta, pero especialmente tímida, al darse cuenta que nunca dejaba de causarle problemas a Hero. Las comisuras de sus labios se levantaron inmediatamente. Se sentía abrumada cada vez que lo veía, pues habían pasado cosas muy difíciles, y un paseo era demasiado normal y cotidiano para sentirse totalmente acorde a la situación. Hizo una reverencia más informal y relajada, como las que le dedicaba a Camila de vez en cuando, y le acarició el rostro.— Lamento si he llegado un poco tarde. He sido muy tonta.
Nunca había ido a un museo, lo que le había parecido insólito a Hero, y el Louvre era para la gitana un monumento a lo prohibido. Casi diez años de haber vagado por las calles de París le enseñaron que algunos sitios eran especialmente hostiles con los gitanos. De hecho, había sido más fácil colarse a una fiesta de clase alta que al museo. Era un sitio muy respetable y sobrio, en el que los gitanos no tenían cabida. Una vez a los quince años, por ejemplo, recibió un buen azote al intentar echar un vistazo. Hoy en día, muy cerca de sus veinticinco, las piernas le temblaban a sus puertas.
Tenía las manos enguantadas y el cabello estirado en un moño detrás de la cabeza, la cual terminaba de adornar con un precioso sombrero de copa y unas guirnaldas que le hacían cosquillas detrás de las orejas. Eligió su vestido más recatado para la visita, aunque no era tan cómodo como los demás. El cuello era muy alto y la cintura muy fina. Pero valía la pena, pensó, si con eso podía dar un paseo con Hero sin atraer miradas hostiles.
Pagó la entrada al museo con una ligera reverencia al guardia, quien le comentó con desconfianza que era peligroso pasear sola sin una escolta. La gitana creyó que se marcharía corriendo de terror, pero en cambio, sonrió con nerviocismo y aseguró que su compañía le esperaba adentro. No estaba segura de si su amigo habría llegado antes, en realidad, pero una mentirita blanca de vez en cuando no la devolvería a sus viejos malos hábitos. Cuando entró a las instalaciones, se sintió en otro mundo. Nada más la arquitectura era bella, los colores y el intento olor a pintura que rondaba por los pasillos del museo. No se dio cuenta que estaba tan ensimismada con las obras de arte, que había empezado a caminar de espaldas.
El choque de su espalda con la de otra persona la hizo pegar un respingo. Se giró rápidamente con una expresión de disculpa.
— ¡Lo lamento mucho, monsieur, yo...! —Pero se interrumpió a sí misma cuando reconoció el rostro del hombre con el que había chocado. Se sintió un poco tonta, pero especialmente tímida, al darse cuenta que nunca dejaba de causarle problemas a Hero. Las comisuras de sus labios se levantaron inmediatamente. Se sentía abrumada cada vez que lo veía, pues habían pasado cosas muy difíciles, y un paseo era demasiado normal y cotidiano para sentirse totalmente acorde a la situación. Hizo una reverencia más informal y relajada, como las que le dedicaba a Camila de vez en cuando, y le acarició el rostro.— Lamento si he llegado un poco tarde. He sido muy tonta.
Yuna Rutledge- Gitano
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
“Lluvia de oro y cenizas de cristal. Pueden ser peligrosas, pero sin duda son hermosas”
Un paseo, un recorrido rápido por donde me había pasado días y noches. Hace ya casi cuatro años que estaba en Paris y sin duda el museo era uno de los lugares que más había disfrutado. Había pagado fortuna para que lo dejaran estar muchas horas, husmeando, leyendo, memorizando nombres y lugares. Claro, eso había hecho que el tiempo sea eterno, pues era demasiado tonto como para recordar algo a la primera leída. Pero no me arrepentía y menos ahora que podría compartir esos escasos conocimientos que me habían quedado en la memoria. Iba con las manos en los bolsillos, mi traje cotidiano de botas altas con el pantalón color claro adentro; una camisa holgada, chaleco de cuello bajo desabotonado y el saco fino tipo frac con cadenas que se ajustaban en un costado. Mi cabello estaba oscuro, había decidido que el negro era un color menos llamativo. Había llegado al lugar junto cuando el sol se escondió y rondaba por los pasillos desde ese momento. Habían quedado a otro horario, estaba seguro de ello, pero no me había importado, quería recordar solo, tan solo un rato más. Cuando el tiempo pasó, saqué el reloj de bolsillo que estaba sujeto a una cadena. Se abría apretando un botón del lado derecho. Habían pasado apenas diez minutos desde el horario dicho. Sonreí, no me sorprendía que llegara tarde, tampoco si no venía. Tenía conocimientos sobre la situación que los gitanos podía sentir al venir a un lugar como este.
Suspiré entonces, estaba frente a La Gioconda de Leonardo da Vinci, observaba sus muecas, como se movían sus ojos a cada paso que daba. Sonreí de lado y cerré el reloj para empezar a caminar, guardándolo de esa forma en mi bolsillo del frac. Fue cuando me dispuse a seguir caminando que sentí los pasos agudos de unos tacos mal usados. Pestañeé y olisqueé el aire, el dulce sabor de la gitana se encaminaba hacia mí y me quedé esperándola de espalda. Supuse que querría venir a sorprenderme desde atrás y no quería desilusionarla. Mordí mi labio inferior entonces y con la sonrisa de lado a lado esperé. Pensé que sentiría sus manos abrazándome, pero al contrario de ello su torpe espalda se encimó a la mía. Enarqué la ceja y me giré, ¿qué hacía? Me pregunté con curiosidad y la observé con debida sorpresa. — ¿Estabas caminando al revés? Esa ropa no te sienta, pero estas bella igual. — Le sonreí dulcemente, sin prestarle atención a su disculpa, me percaté de su mano sobre mi mejilla y enseguida doble mi cuello para frotarme más. Cerré los ojos y disfruté su tacto, solo un poco más de su esencia, tatuarla para que nunca se vaya. Subí mi mano derecha para agarrar la ajena, dejando ambas apoyadas en mi rostro y me agaché a besar su mejilla, primero una y luego la otra. — Está bien, importa que hayas llegado. ¿La conoces? Le dicen “La alegre”, quizá la hayas escuchado por ‘La mona lisa’. Mírale el cuerpo y notarás su sonrisa, pero cuando la vez a los ojos, la sonrisa desaparece. ¿Lo percibes? — Comenté apuntando la pintura, estaba lejos, cubierta por vidrio seco y antirreflejo. A apenas un metro de los espectadores. Suficiente para poder apreciar su belleza, pero cuidada para que nadie pueda dañar la obra de arte. Sin duda una de las más costosas, pues hace ya más de cien años que existe. — ¿Llegaste sin problemas? Ven, dame la mano, caminaremos juntos. ¿En qué pensabas al caminar así? — Susurré, insistente mientras observaba el cuadro y los bordes, aún había mucho por ver de la parte del Renacimiento. Retrato de Baltasar Castiglione, Las bodas de Caná, obras que habían marcado un gran antes y después en las técnicas de pintura. Sonreí a la muchacha y deslicé la mano por su cintura, acercándola a mí, para seguir caminando luego de la rápida vista al cuadro de Leonardo.
“Hay muchas cosas por aprender, pero la eternidad nunca alcanzará.”
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
Una de las cosas que más disfrutaba de Hero era que él nunca la rechazaba. Ni por un vestido equivocado ni por una tardanza considerable, ni siquiera por una torpeza, retiraba la mano de su rostro o le mostraba frialdad en los ojos. Con todo y los problemas, los más recientes y más sanguinarios, él seguía poseyendo una amabilidad innata, aunque ahora le parecía mucho más adulto. Quizás en lo que iba de un año, ambos habían crecido bastante. Y ella comenzaba a quererlo con naturalidad, y con la misma, se dejaba querer.
Por esto mismo, en vez de reprochar entre pucheros y rabietas, sonrió de oreja a oreja y le lanzó una mirada resignada al vampiro.
— Me gusta tu honestidad. —Y lo decía enserio, podía notarse que ella misma era sincera al respecto.— Pero esto es lo más apropiado para un museo, ¿no? Mi ropa... es muy llamativa. —Argumentó, dando por terminado el tema. Aunque la mayoría de sus vestidos nuevos tenían la clase de cualquier dama respetable de la época, todos poseían colores vivos, cálidos, y algunos incluso bordados de su propio diseño. Exquisitos para una velada o un paseo, inapropiados para un museo como el Louvre. Al menos, así lo creía la acomplejada gitana. Cada uno de sus besos los recibió con un ligero encogimiento, no como el recato obligatorio de cualquier joven, sino como una innata timidez hacia Hero. Levantó los ojos brillantes a los suyos, cuando le relató los detalles de aquel cuadro tan importante. Sólo cuando él le pidió mirar la pintura, lo hizo.— La he oído mucho, pero nunca la había visto. —Se limitó a decir. Para vivir en París desde hacía tanto tiempo, ella no sabía mucho de arte, pero con la explicación del vampiro, casi podía percibirlo.— Es difícil decir si lo noto o no. La veo un poco borrosa a esta distancia. Pero... sí, creo que sí. —Mientras hablaba, había entornado los ojos hasta parecer una niña curiosa que mira un aparato mecánico por primera vez. Entonces se sobresaltó.— ¡Ah! ¿Estoy mal? Creo que el fondo está... chueco. —Ladeó la cabeza, intentando hallarle sentido.
Sin duda, no era experta en arte. Cuando Hero le pidió la mano, ella la acunó entre la suya, disfrutando de ese extraño cosquilleo por el intercambio de temperaturas. De no se por el sombrero, habría recargado la cabeza en su hombro; además, si se lo quitaba, probablemente el guardia del pasillo la miraría con sospecha.
— Llegué sin ningún contratiempo. Es que no me decidía a entrar. Esperé a que un grupo de hombres se marchara para poder pagar la entrada al guardia. —Le explicó al oído, sin intención de molestar a nadie por el ruido de su voz. Aunque, técnicamente, el museo estaba casi vacío. La insistencia del vampiro con respecto a su torpeza, la hizo sonrojar. Entonces sí que hizo un puchero. Le apretó la mano como reprimenda.— N-No pensaba en nada. Sólo me despisté. El lugar es muy grande y hay muchas cosas increíbles. No me di cuenta que caminaba al revés hasta que choqué contigo. —Le miró de reojo con cierto reproche.— Apuesto a que sabías que estaba detrás de ti.
Por esto mismo, en vez de reprochar entre pucheros y rabietas, sonrió de oreja a oreja y le lanzó una mirada resignada al vampiro.
— Me gusta tu honestidad. —Y lo decía enserio, podía notarse que ella misma era sincera al respecto.— Pero esto es lo más apropiado para un museo, ¿no? Mi ropa... es muy llamativa. —Argumentó, dando por terminado el tema. Aunque la mayoría de sus vestidos nuevos tenían la clase de cualquier dama respetable de la época, todos poseían colores vivos, cálidos, y algunos incluso bordados de su propio diseño. Exquisitos para una velada o un paseo, inapropiados para un museo como el Louvre. Al menos, así lo creía la acomplejada gitana. Cada uno de sus besos los recibió con un ligero encogimiento, no como el recato obligatorio de cualquier joven, sino como una innata timidez hacia Hero. Levantó los ojos brillantes a los suyos, cuando le relató los detalles de aquel cuadro tan importante. Sólo cuando él le pidió mirar la pintura, lo hizo.— La he oído mucho, pero nunca la había visto. —Se limitó a decir. Para vivir en París desde hacía tanto tiempo, ella no sabía mucho de arte, pero con la explicación del vampiro, casi podía percibirlo.— Es difícil decir si lo noto o no. La veo un poco borrosa a esta distancia. Pero... sí, creo que sí. —Mientras hablaba, había entornado los ojos hasta parecer una niña curiosa que mira un aparato mecánico por primera vez. Entonces se sobresaltó.— ¡Ah! ¿Estoy mal? Creo que el fondo está... chueco. —Ladeó la cabeza, intentando hallarle sentido.
Sin duda, no era experta en arte. Cuando Hero le pidió la mano, ella la acunó entre la suya, disfrutando de ese extraño cosquilleo por el intercambio de temperaturas. De no se por el sombrero, habría recargado la cabeza en su hombro; además, si se lo quitaba, probablemente el guardia del pasillo la miraría con sospecha.
— Llegué sin ningún contratiempo. Es que no me decidía a entrar. Esperé a que un grupo de hombres se marchara para poder pagar la entrada al guardia. —Le explicó al oído, sin intención de molestar a nadie por el ruido de su voz. Aunque, técnicamente, el museo estaba casi vacío. La insistencia del vampiro con respecto a su torpeza, la hizo sonrojar. Entonces sí que hizo un puchero. Le apretó la mano como reprimenda.— N-No pensaba en nada. Sólo me despisté. El lugar es muy grande y hay muchas cosas increíbles. No me di cuenta que caminaba al revés hasta que choqué contigo. —Le miró de reojo con cierto reproche.— Apuesto a que sabías que estaba detrás de ti.
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
“Una sonrisa puede perdurar por toda la eternidad, o morir a los segundos que florece”
Acurrucaba a Maia como si se tratara de una nueva víctima, de un alimento del cual me estaba por enamorar. Encandilando sus deseos, sumiéndola en caricias que quizá iban más allá de un simple recato por parte de mí. La había extraño, había sentido que podía morir y perderlo todo y ahora que estaba todo frente a mí, deseaba sujetarlo hasta que sin duda esté a punto de romperla. — Sí, es muy apropiado, de esta manera pareces casi de clase alta. Solo faltaría que tu corsé se ajuste más a tu cintura y tus bustos se marquen más en el borde. — Bromeé con gusto y picardía, enarcando una ceja mientras pasaba las yemas de mis dedos por su fino borde, su vestido estaba justo para su cuerpo, pero en aquella época, las mujeres usaban un talle menos, apretaban su piel y deformaban sus huesos hasta parecer unas hermosas copas de cristal. Perfectas para beber los más finos licores, pero tan frágiles como el mismo contenedor que podía ser destrozado con el movimiento de una mano. — ¿Cómo es que no llegas a verlo? ¿Tienes problemas para ver de lejos? Tendríamos que ir a un médico si es ese el caso, quizá precises usar unos cristales. — Argumenté al instante que ella forzaba la vista al horizonte, mis ojos asombrados la observaban y prestaba atención a sus movimientos que sin duda me preocupaban. Los ojos, no podía permitir que alguien de a mi alrededor pierda la capacidad de ver nuevamente.
Pestañeé ante su comentario del fondo y con curiosidad alcé la cabeza, observando, allí estaba el puente de tres arcos que llegaba hasta una ciudad Italiana de la que no recordaba el nombre. El pasto y los caminos se curveaban pero… ¿chueco? No entendí su comentario y por ende la miré fijo a los ojos, pestañeando un par de veces. — No veo eso, creo que enloqueciste, ¿tienes fiebre? ¡¿Q-qué?! ¿Esperaste a que se vaya otra gente para entrar? Eso es un poco sospechoso. — Me reí dulcemente de principio a fin, mis labios se curvearon, los dientes romos se escaparon y una muy silenciosa risita imparable se escurrió obligándome a tapar mis labios, no quería hacer disturbios, sin duda reír a grandes voces en un museo no era algo acorde. Negué suave a sus palabras y pronto a lo lejos seguí observando las obras de arte que estaban frente a nosotros. —Sí sabía que estabas atrás, pero pensé que querías saltarme a la espalda o cubrirme los ojos. No pensé que chocarías así y menos que caminarías de ese modo. Sabes, si algún religioso te ve haciendo eso, pensará que estás pisándole la espalda a la virgen. No sé dónde es que leí eso. — Subí los hombros y encerré su mano y dedos entre los míos, besando su mejilla una vez más, mientras me dignaba a caminar por los pasillos, a lo lejos muchas antigüedades se encontraban, incluso las del propio museo que antes había sido un enorme palacio. — Dime, ¿ya has hecho todas esas cosas que me dijiste que pasarían en tu vida? Hace bastante no nos vemos, actualízame. —
Reproché, pero no expliqué a qué me refería, no quería decir la palabra casamiento, ni nada que se le asemejara. Pensar en que ella daría un paso como ese en su vida, me hacía entender que poco a poco el tiempo pasaba para todos, menos para mí, que seguía tan estático cómo hacía ya más de diez años. Esa era la razón por la que me había dicho a mí mismo que no quiera a los humanos. Me había obligado a ignorarlos, pero respetarlos. Pero con el tiempo, todo aquello se desmoronó, así como mis pasiones. Y ahora estaba encarcelado en un círculo de seres vivos, con un solo inmortal a mi lado que me acompañaría por siempre o quien sabe hasta cuándo. — Mmm, yo estoy bien, hace poco acomodé las cosas en Paris, creo que me podré quedar sin miedos aquí por varios años más. ¿Tú vas a quedarte un tiempo más o te irás a recorrer el mundo como lo hacías de pequeña? — Mi curiosidad era grande y mis ojos a sí mismos, estaban avergonzados por la cantidad de preguntas que disparaba contra ella. Me sentí metido, demasiado más de lo habitual, así que tomé su mano y aceleré el paso hasta donde se encontraba la Venus de Milo. Hermosa y perfecta figura femenina, dispuesta hacia un lado, sin sus brazos, los cuales aún mantenían una larga y terrible leyenda. Y entonces, me puse a leer lo que decía en un costado, haciendo caso omiso de la gitana que estaba contra mí.
“No quiero saber nada, pero cuéntamelo todo.”
Invitado- Invitado
Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
Aunque el contacto con Hero era ya apreciado y acostumbrado por la joven gitana, la referencia a aquellos vestidos tan reveladores y coquetos no pudo sino hacerla ruborizar. Y no de una forma sutil y elegante, sino con una mezcla de irritación fraternal y verdadero bochorno al respecto. Si bien, vestía cosas de verdad atrevidas en el circo gitano, durante sus actos de baile, nunca se hubiese atrevido a salir con ellos a un sitio tan sobrio como el Louvre. ¡Hero podía decir unas cosas tan alocadas!
— Ay, cielo, puedes ser todo un payaso cuando dices cosas así. —Le recriminó con falsa molestia, tallándose un poco los ojos cuando desenfocó la vista y se rindió en su intento de ver lo que el vampiro le detallaba. La verdad, no creía que jamás, por más ropa fina y peinados pulcros que llevara encima, pudiera verse como una dama de sociedad. Y tampoco estaba tan segura de querer serlo. Su vida se limitaba a adaptarse a lo que la rodeara, en especial, con la gente que la acompañara. Por eso, si debía verse como una copa de cristal para estar con Hero, lo intentaría. Pero su espíritu siempre sería el de una juguetona gitana. Sin embargo, al darse cuenta del curioso intercambio de palabras entre ella y el vampiro, una sonrisa cálida acudió a sus labios. Nunca había tenido tanta confianza con alguien para regañar y ser regañada de ese modo.— Oh, tal vez sí enloquecí. Mira esto, haciendo una extraña entrada al museo, vistiendo ropas de gadji como si fueran mías, andando del brazo con un guapo y elegante vampiro... cielos, he perdido la cabeza. —Rió para sí misma.
Siguió sin demoras al vampiro en su andar por el museo, admirando otras obras aunque omitiendo los más diminutos detalles. Desafortunadamente, era posible que sí le fallara un poco la vista, aunque no era nada tan grave para ir al médico, como parecía pensar Hero.
— Pisándole la espalda a la virgen... —Repitió, distraída. No recordaba de donde provenía aquel dicho, pero le sonaba bastante. Le echó un vistazo a un cuadro precioso de querubines, y luego volvió la vista al vampiro. Bueno, tenían la misma expresión, salvo por... esa sombra que últimamente nublaba a su fiel amigo. Era imposible omitirla, aún hasta la fecha.— La mayoría de las cosas que hago suelen ser bastante extrañas. —Admitió la muchacha con una sonrisa distraída. Entonces, al oír su pregunta, suspiró resignada. No tenía muy claro si veía a su propio compromiso como una carga demasiado pesada o como un acontecimiento que esperaba con anhelo. Tenía días buenos, en los que recordaba la sonrisa de Melalo, y tenía muchísimos más días malos en los que luego lo imaginaba en la cama de otra mujer. Por todo, intentó ser honesta con el vampiro.— No ha habido gran avance. La familia de Lalo... mm... Melalo, está algo inquieta. Es sólo que no me gustaría apresurar nada, ¿sabes? Además... —Le miró de reojo y no pudo evitar apretar su mano entre las suyas.— No quiero nada que me aleje de ti.
Y era cierto. Recientemente había llegado a la conclusión de que lo único de verdad importante en su vida actual, era Hero. Lo único estable, lo único que estaría ahí pasara lo que pasara. Había conocido a gente nueva y se había encontrado con gente de su pasado, pero seguía sintiendose perdida. Pero Hero... y Camila, estaban ahí, con sus sonrisas brillantes que parecían iluminar una habitación.
— Creo que es mi respuesta. —Añadió luego de un rato, pues le emocionaba la idea de que Hero se quedara varios años en París. Se detuvo con él cerca de unas escaleras y le acarició el rostro, levantándose de puntillas para besar su mejilla. Luego lo rodeó del cuello con ambos brazos, esforzándose en alcanzarlo a pesar de la diferencia de estaturas.— Te quiero mucho, y no quiero nada que me separe de ti. Si me caso va a ser bajo mis condiciones. Si viajo, volveré siempre. Sé que han pasado cosas muy oscuras... y que quizás pasen cosas peores. Pero siempre estaré aquí contigo.
— Ay, cielo, puedes ser todo un payaso cuando dices cosas así. —Le recriminó con falsa molestia, tallándose un poco los ojos cuando desenfocó la vista y se rindió en su intento de ver lo que el vampiro le detallaba. La verdad, no creía que jamás, por más ropa fina y peinados pulcros que llevara encima, pudiera verse como una dama de sociedad. Y tampoco estaba tan segura de querer serlo. Su vida se limitaba a adaptarse a lo que la rodeara, en especial, con la gente que la acompañara. Por eso, si debía verse como una copa de cristal para estar con Hero, lo intentaría. Pero su espíritu siempre sería el de una juguetona gitana. Sin embargo, al darse cuenta del curioso intercambio de palabras entre ella y el vampiro, una sonrisa cálida acudió a sus labios. Nunca había tenido tanta confianza con alguien para regañar y ser regañada de ese modo.— Oh, tal vez sí enloquecí. Mira esto, haciendo una extraña entrada al museo, vistiendo ropas de gadji como si fueran mías, andando del brazo con un guapo y elegante vampiro... cielos, he perdido la cabeza. —Rió para sí misma.
Siguió sin demoras al vampiro en su andar por el museo, admirando otras obras aunque omitiendo los más diminutos detalles. Desafortunadamente, era posible que sí le fallara un poco la vista, aunque no era nada tan grave para ir al médico, como parecía pensar Hero.
— Pisándole la espalda a la virgen... —Repitió, distraída. No recordaba de donde provenía aquel dicho, pero le sonaba bastante. Le echó un vistazo a un cuadro precioso de querubines, y luego volvió la vista al vampiro. Bueno, tenían la misma expresión, salvo por... esa sombra que últimamente nublaba a su fiel amigo. Era imposible omitirla, aún hasta la fecha.— La mayoría de las cosas que hago suelen ser bastante extrañas. —Admitió la muchacha con una sonrisa distraída. Entonces, al oír su pregunta, suspiró resignada. No tenía muy claro si veía a su propio compromiso como una carga demasiado pesada o como un acontecimiento que esperaba con anhelo. Tenía días buenos, en los que recordaba la sonrisa de Melalo, y tenía muchísimos más días malos en los que luego lo imaginaba en la cama de otra mujer. Por todo, intentó ser honesta con el vampiro.— No ha habido gran avance. La familia de Lalo... mm... Melalo, está algo inquieta. Es sólo que no me gustaría apresurar nada, ¿sabes? Además... —Le miró de reojo y no pudo evitar apretar su mano entre las suyas.— No quiero nada que me aleje de ti.
Y era cierto. Recientemente había llegado a la conclusión de que lo único de verdad importante en su vida actual, era Hero. Lo único estable, lo único que estaría ahí pasara lo que pasara. Había conocido a gente nueva y se había encontrado con gente de su pasado, pero seguía sintiendose perdida. Pero Hero... y Camila, estaban ahí, con sus sonrisas brillantes que parecían iluminar una habitación.
— Creo que es mi respuesta. —Añadió luego de un rato, pues le emocionaba la idea de que Hero se quedara varios años en París. Se detuvo con él cerca de unas escaleras y le acarició el rostro, levantándose de puntillas para besar su mejilla. Luego lo rodeó del cuello con ambos brazos, esforzándose en alcanzarlo a pesar de la diferencia de estaturas.— Te quiero mucho, y no quiero nada que me separe de ti. Si me caso va a ser bajo mis condiciones. Si viajo, volveré siempre. Sé que han pasado cosas muy oscuras... y que quizás pasen cosas peores. Pero siempre estaré aquí contigo.
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
“La belleza de la carne cuando rosa tu piel y el deseo de la sangre palpitando en tus venas”
La risa flotó al aire ante esa respuesta, era la esencia de aquella gitana en estado puro, tan tosca como falsa en su extraño humor. No pude evitar sacar la lengua para abochornarla un poco más al respecto, siempre me había fascinado esa curva de las mujeres, esa estructura que podía ser un paraíso para el hombre, como si fuese una montaña imposible de escalar, pero al alcance de la mano, solo alzando los dedos se podía rozar la ternura del calor, tan apretado y dulce que incluso podía saborearlo ahora mismo en mis labios. Me apreté los mismos y sonreí con descaro, hacer que su sonrojo se explayara, por más diligente que fuese, no provocaba más que divertidas muecas en mi rostro. Estaba de ese humor negro e infantil, como si hubiese bajado la edad de un momento a otro, quizá era por su culpa, siempre me sentía como un adolescente humano frente a ella, aun cuando tenía unos cuantos años más. — Gadji… suena ofensivo. Y creo que lo de guapo vampiro me calza bien. Aunque, ¿me pregunto si me seguirías viendo así si no fuese un inmortal? Mmm, en realidad, seguro estaría en mi tierra natal si no fuese de esta manera, ¿no lo crees? — Consulté de manera que no sabía si le estaba hablando a la nada misma, a Maia o a la gitana que ella en verdad era. A aquella humana de habilidades extrañas, como ver el futuro y leer la suerte, esos seres que siempre me habían intimidado, pues podían ver cosas que uno no, cosas más allá que el aura y la raza, podían hacerte cambiar incluso modificar el estado de ánimo. Pensarlo me seguía dando escalofríos, pero hacía tiempo había pensado en consultar mi destino en alguno de ellos.
— ¿Algo inquieta? ¿Por qué te alejarían de mí? Eso no pasará, a menos que tú lo aceptes y por lo que sé, ese Melalo no te agrada mucho, así que mantente pegada a mí por toda tu vida. — Insistí y abracé su cintura con amor y ternura, olisqueando su cuello que tan suave era, mirándola a los ojos de reojo pues tenía la curiosidad de observar su oscuridad. Descubrí entonces que la mirada de la gitana me iluminaba un poco, una sonrisa blanca e inocente se marcó en mi rostro y con un suspiro pausado asentí con la cabeza, siguiendo el camino por el que habíamos optado, miré hacia arriba y ladeé la cabeza, sin percibir los actos que aquella estaría por hacer. Cuando se levantó, una de mis cejas se arqueó y me quedé observando, sin hacer movimiento bruto alguno, solo seguí su cercanía con una mano, ayudándola a quedarse en puntillas. — Lo sé, es inevitable pensar que te voy a perder. Pero al menos si me dices esas cosas calmas mi desesperación. ¿Qué ves? ¿Te ves a mi lado en el futuro? ¿Alguna vez lo investigaste o te da tanto miedo como a mí? — Consulté haciendo referencia al futuro que se avecinaba, pasando los dedos por su mejilla, acomodando sus cabellos hacía atrás con cuidado. Ahora los tenía largos y se enredaban en mis largas manos, se entrelazaban y yo me quedaba acariciando esa suavidad que estaba viva. Oliendo su aura que era fuerte y me acosaba con su energía espiritual que tan solo observándola de lejos me perturbaba.
Le dediqué una mirada curiosa y una pequeña sonrisa cuando sus últimas palabras salieron a flote, así que siempre estaría allí conmigo… Eso decía, pero yo era eterno, estaría en la tierra hasta que esa misma desaparezca o hasta que el sol golpeé mi piel y me haga cenizas. Lo cual esperaba no suceda, algunas veces pensaba en vivir solo algunos años, divertirme y disfrutar todo lo que fuese posible. Pero cuando me llegaba el pensamiento de que Nicolás seguiría sin mí. Miles de pensamientos y celos se me aparecían, no lo podía dejar solo, literalmente estaría por toda la eternidad detrás de él. Mis ojos se oscurecieron entonces y miré hacia arriba una vez más, suspirando. — No podrás estar para siempre, aunque sé que te refieres a tu espíritu, ¿siempre me acompañaras en ese sentido, no? — Acaricié su pequeña cabeza y me acerqué a besarla, caminando con tranquilidad por los pasillos luego, observando las pinturas de reojo que tan sublimes se alzaban, antiguas y no tanto, mostraban la esbeltez de la arquitectura y el arte de la época. — ¿Alguna vez haz pintado algo? Me gustaría intentarlo, seguro es entretenido, pero no sé si podría dibujar un cuerpo humano, eso es muy difícil y demasiado especial… — Murmuré mientras observaba unas siluetas en uno de los cuadros, esperaba por sus palabras, por sus pensamientos acerca del futuro y de eso que yo nunca podría ver. Y que en parte, tampoco deseaba saber, pero la curiosidad me embriagaba.
“Incluso en un mundo sombrío, la luz de los ojos siempre brillará.”
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
Juguetear formaba parte de la naturaleza de la gitana tanto como lo era respirar, caminar, correr, saltar y, si el tiempo y la suerte lo permitían, comer y beber. El sistema de los gitanos era bien conocido por su excéntrica forma, y aunque la palabra "peculiar" describía perfectamente el comportamiento de Maia, no era tanto por las costumbres de su pueblo como de la libertina crianza que obtuvo de su padre. Esa noche en el museo, sin embargo, se hacía evidente que no sólo había sido influenciada por los alegres fantasmas de su pasado, sino también por ese tierno querubín que le sonreía y la molestaba; que la mimaba y la rescataba en cada sentido de la palabra. Gracias a él tenía nuevas costumbres y renovados sentimientos de afecto que creía no poder volver a sentir. Por supuesto, también había traído consigo peligros inminentes a causa de su inmortalidad, pero a la gitana no le gustaba ser pesimista.
Se concentró en el presente, en su amigo y sus palabras, aunque descubrió algo inquietante. Hero hablaba con una extraña predilección por el futuro y su adivinanza, lo que no era común en él. De hecho, todavía podía recordar el tiempo en el que le conoció, hacía ya cierto tiempo, y su renuencia a hablar del destino. Nunca había conocido a alguien tan asustado debido al porvenir, pero lo había aceptado dado el cariño que le cogió al vampiro. ¿Y ahora se mostraba curioso? ¡Bienaventurado fuera el dueño del corazón no latiente de Hero Jaejoong!
— Oh, guapo eres y seguirás siendo, pero te apuesto mil francos a que seguiría encandilada de ti aunque poseyeras grandes arrugas en tu rostro y tu sonrisa desluciera a causa de la piel flácida. —Le aseguró con voz práctica, con cierta sospecha en los ojos ambarinos.— Sobre tu localización en caso de que así fuera... eso lo sabe el destino. —Fue su única respuesta. No había nada más que decir. Hero estaba envuelto en un misterio que, aunque ella anhelaba conocer, no se revelaría tan fácilmente como el de cualquier otra persona. Ni las cartas eran tan certeras. Sólo una visión sobrenatural podría atinar a decir qué le vendría a ese generoso vampiro en los años venideros.
El tiempo transcurrió y también sus acciones. El amor que sentía hacia Hero, tan puro e inocente, podía compararse al de cualquier hermano de sangre. Sí, podía ser a veces un amor platónico más acalorado a causa de la edad de la joven, pero creía firmemente que la ilusión era más tierna que la realidad. Jamás haría o diría nada para cambiar las cosas entre los dos, y como era de esperar en ella, esto no le provocó tristeza en absoluto. Pero la cercanía del vampiro podía ser un verdadero tormento cuando se hallaba tan sensible, pues estaba tan consciente como él del irremediable inconveniente que tarde o temprano los separaría.
— En espiritu... —Admitió la castaña en voz baja, aceptando con dulzura el beso de su amigo.
No quería mencionar lo que ocurriría una vez que los años o una enfermedad o un fatídico accidente la arrastraran a la muerte, pero era inevitable. Entonces, como salida de la nada, le llegó una alocada idea. La mantuvo en privado mientras él cambiaba de tema con respecto al arte de la pintura. Le siguió los pasos y por un instante se mantuvo en silencio. Sabía que debía decir algo, pero incluso tras varias jornadas de estudio le era difícil ordenas las palabras para hablar con propiedad. Al final suspiró y probó con lo único que se le ocurría.
— Nunca he tenido acceso a la pintura, salvo el barro si eso cuenta, pero he observado a más de un maestro grabar inmensos murales a lo largo de Europa. Italia era un sitio espléndido, repleto de pinturas gigantescas, pero nunca entendí el idioma. —Suspiró y recostó la cabeza en el hombro de Hero.— Déjame decirte, mi querido amigo, que muero de curiosidad por el futuro. Quisiera saber si algún día tendrás la osadía de pintar algo, aunque no se te de bien hacerlo. La verdad, quisiera saber cosas que ni siquiera entiendo ahora mismo. —Se giró hacia él y lo admiró un instante, como si deambulara por su mente el sentimiento más tierno y resignado. Levantó una mano y tocó los labios del vampiro con sus dedos.— Y sólo leyendo entre líneas, en nuestras conversaciones, debo suponer que hay alguien en tu vida que te preocupa tanto como tú me preocupas a mi. Sé que esa persona es quien está grabada en tu mano, que leí hace ya casi un año. Yo sólo... —Hizo una pausa, taciturna. Era difícil decir todo eso. Le dedicó una sonrisa tristona y besó sus labios con castidad.— Quiero que seas feliz. Pregúntame lo que quieras saber, y haré lo que pueda para despejar tus dudas.
Se concentró en el presente, en su amigo y sus palabras, aunque descubrió algo inquietante. Hero hablaba con una extraña predilección por el futuro y su adivinanza, lo que no era común en él. De hecho, todavía podía recordar el tiempo en el que le conoció, hacía ya cierto tiempo, y su renuencia a hablar del destino. Nunca había conocido a alguien tan asustado debido al porvenir, pero lo había aceptado dado el cariño que le cogió al vampiro. ¿Y ahora se mostraba curioso? ¡Bienaventurado fuera el dueño del corazón no latiente de Hero Jaejoong!
— Oh, guapo eres y seguirás siendo, pero te apuesto mil francos a que seguiría encandilada de ti aunque poseyeras grandes arrugas en tu rostro y tu sonrisa desluciera a causa de la piel flácida. —Le aseguró con voz práctica, con cierta sospecha en los ojos ambarinos.— Sobre tu localización en caso de que así fuera... eso lo sabe el destino. —Fue su única respuesta. No había nada más que decir. Hero estaba envuelto en un misterio que, aunque ella anhelaba conocer, no se revelaría tan fácilmente como el de cualquier otra persona. Ni las cartas eran tan certeras. Sólo una visión sobrenatural podría atinar a decir qué le vendría a ese generoso vampiro en los años venideros.
El tiempo transcurrió y también sus acciones. El amor que sentía hacia Hero, tan puro e inocente, podía compararse al de cualquier hermano de sangre. Sí, podía ser a veces un amor platónico más acalorado a causa de la edad de la joven, pero creía firmemente que la ilusión era más tierna que la realidad. Jamás haría o diría nada para cambiar las cosas entre los dos, y como era de esperar en ella, esto no le provocó tristeza en absoluto. Pero la cercanía del vampiro podía ser un verdadero tormento cuando se hallaba tan sensible, pues estaba tan consciente como él del irremediable inconveniente que tarde o temprano los separaría.
— En espiritu... —Admitió la castaña en voz baja, aceptando con dulzura el beso de su amigo.
No quería mencionar lo que ocurriría una vez que los años o una enfermedad o un fatídico accidente la arrastraran a la muerte, pero era inevitable. Entonces, como salida de la nada, le llegó una alocada idea. La mantuvo en privado mientras él cambiaba de tema con respecto al arte de la pintura. Le siguió los pasos y por un instante se mantuvo en silencio. Sabía que debía decir algo, pero incluso tras varias jornadas de estudio le era difícil ordenas las palabras para hablar con propiedad. Al final suspiró y probó con lo único que se le ocurría.
— Nunca he tenido acceso a la pintura, salvo el barro si eso cuenta, pero he observado a más de un maestro grabar inmensos murales a lo largo de Europa. Italia era un sitio espléndido, repleto de pinturas gigantescas, pero nunca entendí el idioma. —Suspiró y recostó la cabeza en el hombro de Hero.— Déjame decirte, mi querido amigo, que muero de curiosidad por el futuro. Quisiera saber si algún día tendrás la osadía de pintar algo, aunque no se te de bien hacerlo. La verdad, quisiera saber cosas que ni siquiera entiendo ahora mismo. —Se giró hacia él y lo admiró un instante, como si deambulara por su mente el sentimiento más tierno y resignado. Levantó una mano y tocó los labios del vampiro con sus dedos.— Y sólo leyendo entre líneas, en nuestras conversaciones, debo suponer que hay alguien en tu vida que te preocupa tanto como tú me preocupas a mi. Sé que esa persona es quien está grabada en tu mano, que leí hace ya casi un año. Yo sólo... —Hizo una pausa, taciturna. Era difícil decir todo eso. Le dedicó una sonrisa tristona y besó sus labios con castidad.— Quiero que seas feliz. Pregúntame lo que quieras saber, y haré lo que pueda para despejar tus dudas.
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
“Incluso si logro decir que me lastimas, será una mentira”
La manera suave y juguetona en la que me hizo reír provocó que me sintiera como hace dos años atrás. La sensación pura y dulce en mis labios se hizo presente y me recordaba que siempre cuando estaba ella a mi lado, las cosas eran más bonitas de lo habitual. Maia era una persona tan cálida y agitada como lo era yo en mis mejores momentos. Buscando siempre el lado bueno a las cosas, mostrándome esos ojos que no eran del todo inocentes, pero que nos llevaban a ambos a caminos de niños. Apreté entonces su cuerpo contra el mío, olisqueándola curiosamente, mirándola como si intentara buscar alguna otra verdad. Sabía que sus palabras se debían más al miedo que yo le tenía al futuro que a otra cosa. Me encontraba en una encrucijada y ella hacía que la olvide por unos segundos, tenía la capacidad de inundarme de su energía, podía decirse, que me sentía vivo. — ¿Tú te llamas destino? Ummh~ En espíritu, si está bien de ese modo. — Murmuré ante su respuesta suave y melodiosa, besando su frente y párpados con cuidado, acurrucando su cuerpo contra el mío como quien quiere devorar a su presa y con una sonrisa la separé un poco, así estaba bien, eso quería escuchar, quería sentirme acompañado, aunque fuese por unos años, puesto que luego no podría ser capaz de encontrar nuevas amistades, estaba seguro que en cien años, me sentiría tan solo que siquiera la compañía del cuervo me daría felicidad, pero para eso faltaba mucho tiempo, tanto, que siquiera valía la pena pensarlo.
— Ohh, nunca fui a Italia, debería hacerlo alguna vez, pero es doloroso viajar para nosotros, en el día sientes que te calcinas en el féretro. ¿Qué has hecho con barro? Deberías enseñarme, aunque suena bastante sucio. — Encarqué la ceja pensativo y me imaginé a la gitana embarrada de pies a cabeza, lo cual me provocó una leve risa y un movimiento suave de negativa con el rostro. Siempre era de ese modo, tan aniñada que encajaba perfectamente con mi personalidad alterada. Escuché entonces sus siguientes palabras, mirándola extrañado mientras caminaba para seguir observando lo que había a nuestro alrededor, cuadros y estatuillas por muchos lugares, algunos parecían tan místicos que me hacían perder unos momentos en su interior. Pero era aquella mujer la que me hacía volver y me hablaba con un extraño sentimiento escondido. Mordí mi labio inferior cuando ella se quedó mirándome tan íntimamente y mis pestañas se alborotaron de indagación. — No deberías hacer eso… Pronto serás una mujer casada. — Fue alli cuando sus pequeños y finos labios se acercaron a los míos en un roce muy suave e inocente. Me sentí malvado pues era la segunda vez que me pasaba algo como aquello. ¿Por qué? No lo sabía, pero mis mejillas se tiñeron castamente por la sangre viajando a mi rostro. Suspiré entonces y acaricié su nuca con cordialidad, como quien se siente triste y alagado al mismo tiempo.
No objeté sobre aquello, siquiera expresé algo con el rostro; podía hacerlo si se trataba de un hombre, pero en una mujer y más si era ella, me era imposible refrenarla o aplacarla. — ¿Y tú cuando serás feliz? Mi felicidad puede ser eterna o puede darse en mucho más tiempo que el tuyo. Pero quiero verte enamorada de alguien especial. ¿Cuándo será eso, no puedes leer tu propio futuro? — Alzando los dedos acaricié su mejilla y le sonreí de lado, siguiendo el camino del museo con total tranquilidad, aunque estaba algo nervioso y quizá avergonzado, no quería mostrarle aquello, no quería hacerla sentir incómoda. ¿Cómo podría lastimar a alguien tan precioso y preciado como lo era ella para mí? Fastidiado, apreté quizá con demasiada fuerza su cintura contra mí y apreté su cabeza que estaba sobre mi hombro, acurrucándola como si me la quisiera tragar. — Quiero saber un montón de cosas, pero me da miedo, el futuro es tenebroso y siempre pasan cosas malas en él. Será mejor que me contenga de preguntarte y mejor deberíamos ir a sentarnos a algún lugar. ¿Tienes hambre? ¿Has estado alimentándote bien Maia? — Consulté castamente en el instante que la aprisionaba, deteniéndome en el borde de una pared, deslizando así mis dedos por su cabello, entrelazándolos pues estaban tan largos y suaves que parecían mecerse entre mis falanges de una manera hermosa y cautivante.
“Eres el grito de la maldad hecha carne”
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
Sus ojos se cerraron como los pétalos de una flor en el reposo de la noche, no por cansancio ni por tristeza. Nunca, salvo con su primo Merripen, había sentido una calidez fraternal tan dulce y pacífica. Cualquiera diría que un beso en los labios no era la muestra de afecto más apropiada entre parientes y amigos, y quizás era cierto, pero ella medía lo correcto de lo incorrecto de un modo muy diferente. ¿Por qué algo tan bello como eso podía ser algo malo? Ya que al abrir los ojos y mirar de nueva cuenta a Hero, no sintió remordimiento ni vergüenza; incluso rió por las palabras de reproche que éste le mandó. Quería decirle, comunicarle de algún modo, la paz que le había traído ese beso, como la visión que nunca tuvo y había necesitado desesperadamente durante los últimos meses.
Pero era imposible explicárselo sin mencionar primero el amor platónico que sentía hacia él. Aunque inocente, la romaní no era ninguna tonta. Había estado consciente de su afecto, de su atención y preocupación hacia el vampiro; el aburrimiento que sentía cuando él no estaba cerca. Sin embargo, no fue sino hasta este breve y efímero beso que había comprendido la naturaleza de sus sentimientos, que resultaron no ser los que tendría hacia un amante.
El hilo de sus pensamientos y las propias palabras de Hero la hicieron ruborizar, pues la condujeron al recuerdo de Brodrick. Un hombre con el que había pasado dos únicas noches y que, en tan poco tiempo, le había robado el corazón. No se dio cuenta que sonreía con cierto pesar, lo que le impediría lanzar una evasiva consistente al vampiro.
— Creo que enamorarme no es el problema. —Le dijo con cautela, aunque se adivinaba cierto dolor en sus palabras. El brillo en sus ojos era triste, resignado.— Es irónico que, desde que te conocí, sentí tanta curiosidad por tu pasado, presente y futuro. Tu línea en el amor es tormentosa, pero larga como pocas. —Continuó, cerrando los ojos una vez más cuando él la atrajo hacia sí. La gitana suspiró, disfrutando de su cercanía. Deseaba retener en su memoria esa clase de contacto, la seguridad de que él estaba a su lado, charlando, transmitiéndole ese aroma único de los vampiros, de Hero. Pero empeñada en no ensimismarse demasiado, abrió los ojos y lo miró.— Pero, ¿mi futuro? Nunca lo he visto, salvo algunas pistas en mi mano. Mi tía, quien me enseñó a leer la fortuna, me dijo que tendría horrorosas experiencias amorosas. —Le confió con una sonrisa socarrona, y luego se encogió de hombros.— Quizás estoy maldita.
Resultaba casi gracioso que tuviera una perspectiva tan negativa de su futuro y, sin embargo, su sonrisa no se desvaneciera. Su linaje, su crianza y sus experiencias la hacían una mujer testaruda hasta con el bendito destino, haciéndole frente con la frente en alto y la seguridad de que podía sobreponerse a cualquier cosa.
Además, el hombre al que más miedo le había tenido jamás, por cuanto lo amaba, estaba enfrente, con esa sonrisa suya tan desesperante. No lo destruirían, no tan fácilmente. La única manera en que ella pudiera ser feliz, era creyéndolo.
— El futuro no está escrito en piedra, phral. —Repuso, acomodándose las guirnaldas del sombrero, pues las orejas le cosquilleaban demasiado.— Hoy en día no estoy tan de acuerdo con la costumbre gitana de descifrar el por venir detalle a detalle. Y es tu culpa. —Añadió con una sonrisa burlona.— Pero no quiere decir que venga mal un vistazo, una pista. Tal vez de ese modo estés más preparado, o... sólo para guardar esperanza. —Suspiró de nuevo, con esa expresión de paz que el vampiro le había estado provocando desde hacía rato. Miró a su alrededor y torció el gesto.— Nunca había venido aquí, tendrás que decirme tú si podemos sentarnos. Y... ¡ah! —Rió y lo miró con los dedos enguantados sobre la boca.— Claro que he comido... más o menos. Pero si no me cocinas tú, me pongo quisquillosa. ¿Ves cuánto me has malcriado? Seré la peor esposa del planeta.
Pero era imposible explicárselo sin mencionar primero el amor platónico que sentía hacia él. Aunque inocente, la romaní no era ninguna tonta. Había estado consciente de su afecto, de su atención y preocupación hacia el vampiro; el aburrimiento que sentía cuando él no estaba cerca. Sin embargo, no fue sino hasta este breve y efímero beso que había comprendido la naturaleza de sus sentimientos, que resultaron no ser los que tendría hacia un amante.
El hilo de sus pensamientos y las propias palabras de Hero la hicieron ruborizar, pues la condujeron al recuerdo de Brodrick. Un hombre con el que había pasado dos únicas noches y que, en tan poco tiempo, le había robado el corazón. No se dio cuenta que sonreía con cierto pesar, lo que le impediría lanzar una evasiva consistente al vampiro.
— Creo que enamorarme no es el problema. —Le dijo con cautela, aunque se adivinaba cierto dolor en sus palabras. El brillo en sus ojos era triste, resignado.— Es irónico que, desde que te conocí, sentí tanta curiosidad por tu pasado, presente y futuro. Tu línea en el amor es tormentosa, pero larga como pocas. —Continuó, cerrando los ojos una vez más cuando él la atrajo hacia sí. La gitana suspiró, disfrutando de su cercanía. Deseaba retener en su memoria esa clase de contacto, la seguridad de que él estaba a su lado, charlando, transmitiéndole ese aroma único de los vampiros, de Hero. Pero empeñada en no ensimismarse demasiado, abrió los ojos y lo miró.— Pero, ¿mi futuro? Nunca lo he visto, salvo algunas pistas en mi mano. Mi tía, quien me enseñó a leer la fortuna, me dijo que tendría horrorosas experiencias amorosas. —Le confió con una sonrisa socarrona, y luego se encogió de hombros.— Quizás estoy maldita.
Resultaba casi gracioso que tuviera una perspectiva tan negativa de su futuro y, sin embargo, su sonrisa no se desvaneciera. Su linaje, su crianza y sus experiencias la hacían una mujer testaruda hasta con el bendito destino, haciéndole frente con la frente en alto y la seguridad de que podía sobreponerse a cualquier cosa.
Además, el hombre al que más miedo le había tenido jamás, por cuanto lo amaba, estaba enfrente, con esa sonrisa suya tan desesperante. No lo destruirían, no tan fácilmente. La única manera en que ella pudiera ser feliz, era creyéndolo.
— El futuro no está escrito en piedra, phral. —Repuso, acomodándose las guirnaldas del sombrero, pues las orejas le cosquilleaban demasiado.— Hoy en día no estoy tan de acuerdo con la costumbre gitana de descifrar el por venir detalle a detalle. Y es tu culpa. —Añadió con una sonrisa burlona.— Pero no quiere decir que venga mal un vistazo, una pista. Tal vez de ese modo estés más preparado, o... sólo para guardar esperanza. —Suspiró de nuevo, con esa expresión de paz que el vampiro le había estado provocando desde hacía rato. Miró a su alrededor y torció el gesto.— Nunca había venido aquí, tendrás que decirme tú si podemos sentarnos. Y... ¡ah! —Rió y lo miró con los dedos enguantados sobre la boca.— Claro que he comido... más o menos. Pero si no me cocinas tú, me pongo quisquillosa. ¿Ves cuánto me has malcriado? Seré la peor esposa del planeta.
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Re: Normalidad entre fuego [Priv. Hero]
“El triunfo de ganar lo que uno creía perdido”
Si enamorarse no era el problema, entonces ¿cuál? Mis oídos escuchaban las palabras salir de su boca y estaba seguro que no me había confundido. Pero jamás me había sentido tan perdido, mis ojos ovalados y negros, alzados como un gato sorprendido se quedaron mirándola. Por una parte, pensé instantáneamente en que alguien ya le había robado el corazón. ¡Quién podría haber sido ese maldito! Mis labios se curvearon de celos y vergüenza. Pero por el contrario, ni una sola palabra salió a reprochar, más era la curiosidad la que me embriagaba por saber de qué clase de hombre o de mujer se trataba. Ella era tan extraña, que no dudaba que pudiese haberse enamorado de una bella señorita y por supuesto, ¿quién era yo para juzgarla? Sabiendo mi pasado, mi presente y el probable futuro que jamás cambiaría. Estaría feliz de solo verla sonreír, aunque eso significara que se la podían llevar lejos y no me la devolverían jamás. Mordí mi labio inferior y entrecerrando la mirada pasé a abrazar su dulce figura con ambas manos, pasando la mejilla por la ajena, suspiraba. Como si de verdad necesitara respirar dejaba, salir el aire dulcemente, cual briza que empaña los vidrios. Lamiendo con la yema de mis dedos su mejilla, me quedé expectante, notando la tranquilidad que de ella emanaba. Como si estuviese en el limbo, me pregunté si eso era por aquel roce tan dulce que habíamos tenido o simplemente porque se había perdido en un pensamiento ajeno.
— ¿Maldita? Oh pues, somos dos. Así que estamos bien si nos quedamos así, ¿no? — Entre una risa tan frágil como un hilo congelado, apretaba su cuerpo, se sentía pequeño en mi pecho y el calor que emanaba me daba hambre, abría mi estómago su aroma, su perfecta humanidad que viajaba latente por todo su cuerpo. En esos instantes me di cuenta de que quería probar de ella, un poco más, su elixir podía ser saboreado en mi boca de solo olisquearla. Pero sus frases aún resonaban plagadas de temor en mi cabeza. Estaba acostumbrado a las tormentas en mi vida, desde siempre había tenido que combatir mucho para obtener lo que quería. Incluso en las cosas más tontas había terminado con cicatrices. Pero ¿por qué ella tenía que sufrir también? ¿No estaba bien con que lo haga solo yo? Lamentando la conversación que al final habíamos dirigido intenté abordar otra cuestión. Pero estaba tan pegado a sus sentimientos, que casi los había succionado. — En realidad, eso de horrorosas no me gusta mucho como suena. ¿No te dijo que pasaba en el final? Una vez me preguntaron, ‘¿qué harías si tuvieses el libro de tu vida?, ¿leerías el final?’ Creo que es mejor que nos sorprenda. — Tomando sus manos entre las mías, las escondía como si con ello quisiera decir que no las lea, que siquiera piense en hacerlo. Pues tener miedo al propio destino era una cosa, pero tener que sobrellevar el miedo de ambos era otra, no podría sobrevivir cuerdamente.
Me sobresalté ante su pequeño chirrido, el de una risa escondida y mirando hacía ambos lados en busca de guardias, volví a su rostro y negué como quien reprocha a un pequeño niño que ha cometido un grave error. — No puedes gritar en espacios públicos princesa. Te siento más delgada, de por si no tienes pechos y si sigues así vas a desaparecer. Tendré que alimentarte mucho en estos días, no quiero que enfermes. — Jugando traviesamente repasé sus costillas con los dedos, delineando los huecos que podía encontrar, en tanto curioseaba aquel sombrero tan exuberante y a la moda que llevaba arriba. Era de esas vestimentas que no terminaba de aceptar, pues de dónde provenía las cosas eran más sencillas en forma y más extravagantes en colores. Pero de ese modo estaba bien o al menos en ella se veía hermosamente. —Podemos sentarnos en las afueras, hay un bar, el lugar no se mantiene solo de la entrada de las visitas. ¿Qué quieres de cenar? Por cierto, ¿quién es ese que te lastimó de antes? Aquella persona que te hizo poner ojos de cordero degollado, ¿necesitas que vaya a matarlo? Lo haré si tú quieres. — Entre broma y verdad la miraba de reojo, tenía ese deje de curiosidad aún impregnado en mi mirada. Pero más que eso, lo que quería saber es ¿por qué?’ No podía preguntárselo, aunque con ella fuese siempre tan sincero y abierto, aquello era algo que no creía conveniente sin tener que sentirla llorar. Y de ella, yo amaba su sonrisa, aquella pícara expresión en su mirada y sus dientes blancos y llamativos que siempre me hacían perder cuando se estiraban. En un suspiro derrotado me vi caminando con ella arrastras hacia aquel pequeño rincón lejos de las obras de arte. Un juego de mesa y sillas soldadas de metal con grandes adornos nos estaba esperando. Como solía hacer, no tardé en retirar el asiento de ella, para después de verla sentar dirigirme al mío. La noche estaba esperándonos, la luna parecía abanicarse sobre mi piel tan perfectamente que supe que iba a ser la noche más delicada con ella a mi lado. — Aquí tienes la carta, lo que quieras, como siempre. Eres la niña consentida, no tienes que ser esposa de nadie si no quieres. Yo te mantendré por siempre. —
“Sobre mi tumba te dejaré en las tinieblas”
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