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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jonas Kullberg Lun Oct 31, 2016 10:33 pm

In the land of gods and monsters, she was an angel.

Luego de un largo año viviendo en la incertidumbre, Blake, que nunca abandonó la búsqueda, finalmente había encontrado al asesino de su hermano. Mas el hallazgo no resultó de acuerdo a lo planeado. Siempre había creído que le asesinaría al instante, apenas ver su rostro, sin importar la hora o el lugar donde se encontrase. Pero el homicida no solo seguía vivo y había logrado escapar. Antes de golpearlo y dejarlo inconciente, le había hecho experimentar toda clase de sentimientos negativos, entre los que se destacaban la rabia y la frustración, pero también el temor. ¿Era extraño que con su temple experimentase tal cosa? Sí, lo era, y al mismo tiempo no. Y es que si bien Blake era un renegado, un tipo con un carácter complicado tan fácil de doblegar, no era tan idiota como para hacerse el valiente contra quien claramente llevaba todas las de perder.

La mafia rusa era cosa seria, él mejor que nadie lo sabía. Había trabajado un tiempo para ellos y conocía de sobra la cantidad de horrores que eran capaces de ejecutar sin ninguna clase de remordimiento. De ellos, ni más ni menos, era que se venía escondiendo desde hacía poco más de un año. Lo buscaban y Oliver, su hermano, había sido asesinado luego de que confundieran a los gemelos. Era la cosa más horrible que le había tocado vivir, sobre todo porque lo había presenciado todo. Escondido a tan solo unos metros de distancia, con horror había observado el ataque, sintiéndose incapaz de intervenir, como si se tratase de un auténtico cobarde. ¿Lo era? Él sabía que sí. Pero también era cierto que de haberse mostrado en la escena, ambos estarían muertos. Por ese motivo se sentía con el deber de vengar a Oliver. Se lo debía. Su muerte no podía quedar impune, no debía ser en vano.

No supo por cuánto tiempo permaneció en la habitación de aquel del burdel, tirado en el piso, completamente noqueado. Cuando despertó, se sentía aturdido y le costaba oír y ver con claridad. Abandonó el lugar casi sin recordar lo que había ocurrido, pero salir a la calle y sentir el viento fresco golpeándole con fuerza el rostro, lo devolvió de golpe a la realidad. Entonces, recordó. Todo había salido mal. Sin embargo, aquel callejón mugriento era el lugar menos indicado para derrumbarse. Ya tendría tiempo para lamentarse por sus errores, esos que no dejaba de cometer, uno tras otro, desde que tenía uso de razón. El más reciente de ellos había sido confesar el secreto sobre su verdadera identidad a quien no debía. Esa imprudente declaración lo ponía en una situación difícil y lo obligaba a actuar con rapidez… si es que deseaba seguir con vida.

Para cuando llegó a la catedral, la subida de adrenalina era más que evidente. Estaba cubierto de sudor y la sangre le bombeaba salvajemente por todo el cuerpo, agolpándose principalmente en su cabeza, provocándole dolor. Estaba sufriendo una gran tensión y le costaba decidir qué hacer. Algo le hizo pensar que la habitación donde Francine descansaba era un buen refugio. Entró de golpe y cuando cerró la puerta se quedó de pie junto a ella, con la espalda pegada a la gran hoja de madera, como si temiera que alguien lo hubiera seguido e intentase derribarla en cualquier momento. Era de madrugada y el cuarto estaba a oscuras, pero se dio cuenta de que Francine se había despertado con su alboroto. Ella probablemente lo miraría asombrada, preguntándose por qué irrumpía de aquella manera, intentando descifrar eso que él creía era tan importante como para no poder esperar a que amaneciera. Pero en lugar de despejar sus dudas, sólo lograría alarmarla más.

Bien. Es suficiente para mí —concluyó, luego de recorrer la habitación en silencio, eufóricamente pensativo. Había tomado una decisión—: Me largo de aquí.

No era tan difícil después de todo. Sólo debía coger las pocas cosas que poseía, lo más rápido posible y esfumarse para siempre de aquel maldito lugar. Buscar un nuevo sitio en el cual refugiarse hasta que las aguas se calmasen. Sí, eso haría. Dispuesto a llevar a cabo su plan se acercó nuevamente a la puerta. Sin embargo, cuando tuvo la mano sobre el pomo, éste no llegó a girar. Levantó la vista y su mirada chocó con la de Francine. Por algún extraño motivo que probablemente nunca llegaría a entender del todo, supo que no podía dejarla.

Yo te encontré, palomita. Por mí estás aquí —habló con voz áspera, sin despegar su mirada de penetrantes ojos azules de la muchacha—. Tú vienes conmigo.

Y, sin decir nada más, la cogió del brazo y de un tirón la sacó de la cama. De nada le valdría protestar.


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Mensaje por Francine Capet Vie Dic 02, 2016 12:08 am

"It has been said time heals all wounds. I do not agree. The wounds remain. In time, the mind, protecting its sanity, covers them with scar tissue and the pain lessens. But it is never gone."
Rose Kennedy

Había logrado una relativa paz. No sabía cómo, ni en qué momento, el tiempo ya no le dolía como dagas clavándose en el alma y en la piel. De pronto, ya no necesitaba de estar alcoholizada jornadas enteras, y la caricia tenue del Sol otoñal, le parecía reconfortante. Debía tener siempre, para sentirse segura, una petaca con alguna bebida espirituosa entre las enaguas. Debía, en ella, refugiarse cuando sentía que todo le era demasiado pesado. Y si bien sus heridas nunca acabarían por cerrarse, encontraba cierta motivación en la lectura de trabajos pasados, o en bucear en los momentos humillantes de los últimos tiempos: el encuentro con su enemiga, quien la socorrió como si se tratase de su hermana; y cuando despertó en un convento, rescatada por su antiguo confesor. Ambos sucesos, marcaron un quiebre en su existencia; a ella le gustaba pensar que le habían insuflado vida. Quizá, si corría los velos que le recubrían los sentimientos, aún quedaba un poco de aquel orgullo pasado.

La temporada entre las religiosas, también había sido de gran ayuda. Aquellas mujeres silenciosas, que no indagaban en su pasado y que la contenían cuando creía que no podía más, se habían vuelto su sostén. Los primeros días, estuvo confinada en el convento, no quería salir de la habitación que le habían designado. Sin embargo, conforme su estadía se fue prolongando, comenzó a necesitar de otros sonidos y otros aromas, y fue saliendo de a poco. A las pocas semanas, ya salía de paseo por las mañanas y alguna que otra tarde, y había ido acumulando valor para volver a su vida real. Se había reencontrado con Narcisse, con quien las cosas no habían quedado demasiado bien, y le había dado algunos biblioratos para que analice, y el tema de su adicción no había vuelto a tocarse. Ambas estaban seguras de que no deseaban seguir peleando, al menos, no por algo en lo que nunca iban a coincidir. La relación se había vuelto meramente profesional, como nunca tendría que haber dejado de serlo.

Había tomado la decisión de regresar a su cotidianeidad. Aún no les había comunicado la decisión ni al sacerdote, ni a las hermanas, pero esa era su última noche allí. No podía continuar abusando de la confianza de aquellas nobles personas. Cuando ya todos dormían, había preparado sus pocas cosas en una muy pequeña maleta que poseía –había ido a buscarla al hotel donde vivía- y había decidido dormir sin tomar una gota de alcohol. Dio vueltas en la cama, sopesando las posibilidades de continuar. Incluso, llegó a contemplar el vender la propiedad en la que había vivido con su marido, y comprar una nueva, más pequeña, para ella sola. El dinero jamás le faltaría. La fortuna de los Capet era lo suficientemente grande como para permitirle una holgada existencia, y también había heredado todo de su esposo, sumado a sus propios ingresos, todos ahorrados. Los bienes materiales no eran un problema, y nunca lo serían. La pregunta que realmente se hacía, era si estaba lista para encarar cada día de su vida en la completa soledad. No encontró respuesta a ello, el sueño la venció en plena madrugada, tras varias horas de intentar conciliarlo.

La despertó la puerta cerrándose, y el susto la enmudeció. Le costó distinguir la figura frente a sus ojos, y como un acto reflejo, buscó bajó su almohada. No encontró nada, pues recordó que no podía tener elementos cortantes en aquel lugar. Podría luchar, por supuesto. Y si bien hacía mucho que no lo hacía, había recibido el entrenamiento suficiente. Finalmente, entendió que el sacerdote era quien había entrado. La sorpresa la invadió cuando la sacó brutalmente de la cama, llamándola palomita, diciéndole que se iría con él. Por un momento, pensó que estaba soñando, o que estaba alucinando por el alcohol, pero nada de eso estaba ocurriendo. Era la realidad. Lo supo porque el dolor en su brazo le indicó el daño que le estaba haciendo.

Suéltame. Te has vuelto loco —intentó zafarse, sin demasiado éxito. Finalmente tuvo que actuar con violencia. Le clavó las uñas en la muñeca y, cuando logró que su amarre se aflojara, sacudió su brazo y se alejó algunos centímetros. —Dios mío. ¿Qué te ocurre? —olía mal, estaba desalineado, y en nada se parecía al hombre que ella conocía. — ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? Dime en qué puedo ayudarte —sin embargo, desconfiaba de él, y se alejó un paso más. Instintivamente, observó a su alrededor en busca de algo con lo que defenderse, pero no había nada contundente.
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Mensaje por Jonas Kullberg Lun Mar 06, 2017 9:52 pm

Blake ya no deseaba seguir interpretando un papel que, en realidad, nunca le salió bien. Era momento de aceptarlo: jamás sería como su hermano. Ni siquiera actuando era capaz de parecérsele un poco. La personalidad de Oliver, agradable y generosa, distaba mucho de la suya, que era áspera y de malas costumbres. Le habían educado para convertirse en un caballero, recibido todas las lecciones que se esperaba obtuvieran los hijos de buena familia, pero debido a su carácter, siempre inconformista y contestatario, éstas no le resultaron tan útiles como al difunto Oliver. A diferencia de él, Blake se metía en problemas constantemente, principalmente porque no acostumbraba a morderse la lengua, sin importar frente a quién estuviese. No obstante, se había visto obligado a auto reprimirse por el bien de su ridícula actuación. Estaba harto, cansado de pretender y hubiera preferido morir en ese instante antes que tener que volver a vestir un hábito, oficiar una misa o entrar a un estúpido confesionario. Lo que le esperaba más allá, lejos de ese lugar que había aprendido a detestar en tan poco tiempo, no era para nada esperanzador, pero quedarse ya no era una opción. Tenía que salir de allí cuanto antes y Francine no le estaba facilitando las cosas.

Solamente tenemos un minuto. Un minuto —indicó, impaciente y algo distraído. Estaba demasiado nervioso como para reaccionar como debía a las acciones o preguntas de Francine. Lucía verdaderamente estresado y exhausto pero, la amenaza que se ceñía sobre él, lo obligaba a actuar y moverse con demasiada energía.

De una zancada logró llegar a la única ventana que la habitación tenía y con cautela se asomó para escudriñar el panorama. No logró vislumbrar nada sospechoso pero aún así el peligro continuaba latente, lo presentía, se percibía en el ambiente. Evidentemente, Francine no compartía el sentimiento. Blake le había dado una indicación y ella sólo había atinado a quedarse allí, sin moverse, mirándolo, sumida en una notoria y gran confusión. Estaba retrasándolo. Lo más inteligente hubiera sido dejarla y largarse cuanto antes pero, incluso en momentos como ese, Blake carecía de sentido común y actuaba con imprudencia. Se iría con él, porque así lo había decidido.

¿Qué crees que estás haciendo? —Cuestionó con evidente indignación cuando se volvió hacia ella y la vio absolutamente pasiva. ¿Qué pretendía? ¿Que los mataran allí mismo a los dos? Quizá para ella todo fuese una broma, pero para Blake era algo demasiado serio—. ¡Con un demonio, no tengo tiempo para ponerme a discutir esto! —Explotó. Comenzaba a exasperarse.

Oliver jamás hubiera reaccionado así. Levantarle la voz a una mujer, en especial si se trataba de su amiga Francine, habría sido imperdonable. Sin embargo, Blake no tuvo ni la intención ni el tiempo para detenerse reflexionar eso. Muy irritado avanzó hacia la joven y sin la menor delicadeza la alzó del suelo para echársela sobre los hombros. Si tenía que llevarla de ese modo o arrastrarla por toda la calle, eso haría. Ella intentó zafarse, defendiéndose de su tosco e irrespetuoso trato con una fuerza y determinación que Blake no le había visto antes. Estaba fuera de sí; le dio la impresión de que en cualquier momento intentaría morderlo.

Cansado de la situación, decidió solucionar el problema de una vez por todas. La bajó y sin darle tiempo de preveer lo que haría a continuación, le propinó un bofetón con una fuerza tremenda que terminó por dejarla noqueada. La pobre Francine se desvaneció entre sus brazos, tan frágil e indefensa, como cuando la había encontrado en aquel callejón. Inconsciente fue más fácil maniobrarla. Volvió a echársela sobre los hombros, tomó las pocas cosas que necesitaba y abandonó aquel lugar con determinación. Ya en la calle eludió a la muchedumbre, avanzando por las sombras a un ritmo bastante lento pero cauteloso, evitando ser visto.

Y ahí estaba de nuevo, retomando lo de hacía un año; huyendo y necesitando esconderse, como una sucia y miserable rata.
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Mensaje por Francine Capet Sáb Mar 25, 2017 6:41 pm

Despertó mareada, confundida, sin noción del tiempo ni del espacio. Sueños negros la habían asaltado durante ese tiempo que había permanecido dormida ¿o inconsciente? Primero, las escenas con el padre Blake se habían sucedido con una violencia que ella desconocía, y la asaltó la culpa por haber recreado semejantes episodios. Luego, sus hijos. Siempre sus hijos venían a su mente y era al dormir, cuando se reencontraba con ellos. A la hija que no nació, le había puesto un rostro y la imaginaba parecida a Noah. Por último, soñó con su marido, pero su rostro estaba difuso. Se sentó en la cama y se tocó la mejilla, que le ardía. Contuvo la respiración un instante el percatarse que aquello que consideraba un sueño, había sido real.

Se descubrió en una cama que no era la suya, en una habitación que nunca había visto. Entró en pánico, porque pensó que había vuelto a emborracharse y la habían secuestrado. Pero, inmediatamente, lo que había ocurrido con quien creía su amigo, tomaba forma una vez más. No daba crédito a lo que estaba ocurriéndole, y se incorporó, aunque todo le daba vueltas como cuando bebía demasiado, lo cual era recurrente. Experimentó el miedo, eso que había dejado de sentir hacía mucho tiempo, y buscó a su alrededor, en busca de una botella que contuviera ese elixir que la alejaba de todo mal. Se bajó de la cama, pero nada halló. También, notó que se encontraba sola, e intentó desesperadamente abrir la puerta, sin resultado favorable.

Se asomó a la ventana, pero estaba en un piso demasiado alto. No se atrevía a saltar. La caída podía no ser mortal, aunque serían las heridas lo que no le permitirían continuar. El frío de la noche la ayudó a tranquilizarse, y se abrazó a sí misma, en busca del propio consuelo. ¿Blake la había secuestrado? ¿Era realmente Blake? ¿Y si todo aquello había sido un engaño, y había caído, nuevamente, en otra de las trampas a las que los inmortales la tenían acostumbrada? Se sintió una completa estúpida, una ingenua. No era capaz de utilizar todo su entrenamiento para distinguir el bien del mal. Había elegido hacer oídos sordos a las cavilaciones que le decían que algo no estaba bien con su amigo. Había optado por creer y confiar, poniéndose en riesgo, como ya le había ocurrido en el pasado. Sólo que ahora, no tenía nada que perder.

Tengo que salir de aquí —se convenció. Comenzó a hurgar en los cajones de las mesas de luz, en los de una cómoda que descansaba en el sector derecho de la habitación, pero no encontraba algo útil para abrir la puerta. Desesperada, metió las manos entre su cabello, con la esperanza de que alguna prensilla hubiera quedado entre sus ensortijadas ondas castañas. El entusiasmo fue mermando, estaba atrapada en ese lugar. Gritar no solucionaría nada, sólo ponerse en ridículo. La puerta se abrió en ese momento, y Francine alzó el rostro, repleta de furia.

¡Quiero irme ya mismo de aquí! —se abalanzó sobre él, y el estruendo de una botella que cayó al suelo la detuvo antes de poder golpearlo. Por un momento, rezó para que fuera vino. Pero era agua… — ¿Quién eres? ¿Por qué me tienes encerrada? ¿Qué le hiciste a Blake? ¿Qué daño te hice para que me hagas esto? —las preguntas se agolpaban en su lengua, y salían una tras otra, con rapidez. Pudo ver el cansancio que había en quien tenía el mismo aspecto de su antiguo amigo, pero que no era él. Se tomó la cabeza con una mano, en un gesto de verdadera confusión. —No era necesario que me golpearas —recordó. Contenía la ira, porque no quería que un escándalo más manchara su apellido. Tenía que salir airosa de aquella situación tan controvertida.
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Mensaje por Jonas Kullberg Dom Ene 21, 2018 7:15 pm

Blake tenía enemigos, y ahora también pruebas de le seguían los pasos de cerca. Debía ocultarse, por un tiempo. Si lo encontraban, sólo Dios sabía qué planes tenían para él. Una muerte segura, pero dudaba que rápida. A los mafiosos les gustaba torturar y no estarían felices hasta hacerle pagar los problemas ocasionados. Una vez presenció el suplicio de un pobre tipo. Lo ataron a una silla y le propinaron golpes con un martillo en todas las uñas de los dedos de la mano, luego siguieron con los pies, con el fin de obligarlo a confesar la información requerida. El hombre aullaba de dolor, soltaba alaridos que taladraban los oídos y un sinfín de palabras obscenas, pero resistió admirablemente todo el dolor que le provocaron, de muchas maneras diferentes, durante casi tres días. Finalmente, lo ejecutaron de una manera atroz. Cortaron su cuerpo en pedazos y con ellos alimentaron a los perros. Algo similar tenían destinado para él, estaba seguro. Y si morir a manos de un montón de psicópatas era su destino, si era realmente inevitable, lo mínimo que podía hacer era dificultarles el trabajo.

El hostal le pareció un buen sitio para esconderse. Alquiló una habitación por siete días y lo pagó todo por adelantado. Sí, era un lugar concurrido, inquilinos y visitantes (en su mayoría prostitutas) iban y venían todos los días, lo cual podía llegar a ser riesgoso, pero si evitaba salir, o si lo hacía tomando las debidas precauciones, preferentemente de noche y sólo para cosas verdaderamente necesarias, las cosas irían bien.

Esa noche salió para hacerse de algunas provisiones. Un poco de comida, agua, lo suficiente para sobrevivir y no tener que dejar el cuarto en al menos dos días. Cuando volvió, Francine ya había despertado. Lo recibió con tremendo alboroto y en medio de un breve forcejeo, le hizo perder el equilibrio. Las bolsas de papel que cargaba cayeron al piso; una botella se rompió y una hogaza de pan recién horneada se salió de su envoltura, rodando hasta los pies de la cama. Blake se impacientó.

Te golpeé porque te comportabas como una verdadera loca y no dudaré en hacerlo nuevamente si no bajas la voz —sentenció, apuntándola con un dedo, enérgico, pero enseguida moduló la voz. Ya no gritó, pero conservó el tono desafiante—. No vas a montar otro escándalo. No aquí. No harás que nos echen. ¿Entendiste?

Dicho aquello, ignorando todas sus preguntas, se giró hacia la puerta y la aseguró. Luego, ante la vista de Francine, se echó la llave en el bolsillo del pantalón. Ella no la obtendría, de ninguna manera, y más valía que se fuera haciendo a la idea. Se encargó de dejárselo claro sin necesidad de hablar, con solo una mirada. Cruzó la habitación y se dejó caer en el colchón, donde procedió a quitarse las botas y la chaqueta ante la mirada furiosa y atónita de la muchacha.

Esa era tu cena —dijo ya un poco más calmado, con la vista clavada en la hogaza que yacía tumbada en el suelo de madera—. Pensaba ponerla en un plato y ofrecértela de buena gana, con modales, como la gente. Ahora levántala del piso y come. No vamos a desperdiciarla.
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Mensaje por Francine Capet Dom Ene 28, 2018 10:18 pm

Observaba, atónita, toda la situación. Francine no daba crédito a lo que estaba pasándole. ¿Por qué a ella? ¿No tenía suficiente en la vida como para ser secuestrada? Seguramente querría dinero, pero estaba loco si creía que Narcisse le daría medio chelín por ella. No la habían incapacitado, a pesar de que el rumor de su alcoholismo se había comenzado a dispersar. Tendría acceso a su porción de fortuna, por lo que debía encontrar la forma de conciliar con el falso Blake. Lo miró deshacerse de sus prendas, tan dueño de sí, como si toda aquella situación fuese algo normal, cotidiano, como si ella misma no se encontrase en la habitación, como si se tratase del mobiliario. Apretó los puños, en un nuevo intento de contener la ira que reptaba por su cuerpo, naciendo en los talones y finalizando en la cabeza, provocándole un molesto latido en las sienes.

Lo cierto era que la inquisidora había perdido el apetito, no tenía deseo alguno de comer. Sin embargo, juntó la comida porque no soportaba que esta se desperdiciase. Reunió el pan y lanzó un suave quejido cuando se clavó un pedazo de vidrio en la planta del pie. Se levantó y rengueó hasta la cama, donde se sentó dándole la espalda al su secuestrador. Cruzó la pierna izquierda sobre la rodilla derecha y de un solo tirón extrajo al autor de su herida. Nunca había sido una mujer muy dada a los lamentos físicos, por lo que no hubo ni el más mínimo escándalo. El entrenamiento recibido en la Inquisición también servía para eso: le había endurecido el cuerpo. Y pensó que su cuerpo era capaz de resistir muchas cosas pero no había sido capaz de retener un embarazo.

Vio la sangre chorrear por su pie y caer al piso, y los recuerdos comenzaron a sucederse con rapidez. Se vio a sí misma en el convento que la acogió luego de perderse tras el ataque a su familia. Las paredes, el suelo, las sábanas, todo de un blanco tan pulcro que lastimaba. Y el rojo de su sangre esparciéndose por sus piernas y formando un río a su alrededor, los trozos de su hija cayendo por su intimidad, esparciéndose. Y los gritos mudos que la ahogaron, hasta que finalmente pudo lanzar aquel alarido lastimoso que alertó a sus cuidadores, los cuales asistieron prontamente a su recámara. Perdió su embarazo, lo único que le había quedado de vida en su vientre. Era una fracasada, una total y completa fracasada. Una mala madre, una mala esposa, una mala hermana, una mala hija, una mala inquisidora, una mala mujer…

Francine alzó las piernas y abrazó sus rodillas. Comenzó a sollozar en silencio, mientras se mecía suavemente. Escondió el rostro. Ya no importaba en dónde estaba, ni con quién. Se dio cuenta que nada importaba si no tenía a sus hijos, a su marido. Se dio cuenta de su soledad. A nadie le importaría su ausencia, nadie la notaría. Si la mataban, seguramente tardarían años en encontrarla pues nadie la buscaría. Es más, le hacía un favor a su linaje desapareciendo para siempre.

Estoy tan cansada… Ya no puedo más… —susurraba. Las palabras brotaban, pero eran inaudibles. Francine, nuevamente, había perdido la esperanza. Necesitaba volver a su lugar de dolor porque así se sentía más cerca de su familia, esa que había sido incapaz de cuidar, incapaz de proteger, a la que había traicionado con su ingenuidad, con su incompetencia.
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