Las plegarias también son cuentas de lágrimas

por **Désirée D'Aramitz** Jue Nov 03, 2016 8:46 pm

Los caballeros de la mesa redonda, era el título del libro que había pedido prestado en la biblioteca con motivo de la celebración de la feria medieval que se llevaba a cabo esos días en las calles de París; había puestos de comida, juegos desconocidos, animales de granjas repartidos por toda la calle y representaciones teatrales. Des se había leído aquel libro de doscientas setenta páginas en sólo un día, había disfrutado como una niña de la lectura, para luego darse cuenta que poco y nada tenía que ver aquella feria con todo lo que relataba el libro, incluida la representación teatral.

Había paseado todo el día entre el tumulto de gente, algunos hasta la habían parado en medio del caos para felicitarla por tan logrado atuendo, la miraban incrédulos, pensando que su ropaje raído, sucio y pequeño se debía a la celebración, inconscientes todos de que aquella era la única ropa que llevaba encima por no poseer nada más. Se había tirado a la captura del cerdo para salvarlo, pues el que lo capturase decidía el destino de aquel pobre animal, y por ello se había bañado en barro un par de veces, sus despeinados rizos pelirrojos eran una mezcla de barro y polvo, su cabellera se había tornado marrón por toda la suciedad. No logró atrapar al cerdito, quien fue enviado a la cocina para ser servido como lechón bañado en sidra. Aquello la entristeció.

Vagó entre el gentío en los puestos de comida, donde lograba hacerse con algún que otro alimento, como pan de maíz, fresas frescas, una jarra de cerveza de mantequilla y algún que otro dulce. Era lo bueno de aquellas ferias, casi nadie se preocupaba de lo que faltaba mientras la gente pagara todo lo que consumía, y ella pudo hacerse pasar por organizadora de obras debido a sus atuendos, pues los organizadores comían gratis. Se hartó de comer y beber en la mañana, y se hartó también de aquella feria, pues llegada la noche estaba más sucia que un charco de barro, y eso la incomodaba un poco, por lo que decidió que tendría que volver al bosque y dormir allí para así, al día siguiente, poder lavar sus atuendos y a sí misma en el río.