AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Resilience | Privado
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Resilience | Privado
¿Qué había llevado a la señora Sablick a adentrarse en la armería clandestina? Luego de un suspiro, la cambiante deslizó la mano, acariciando la herida en su costado izquierdo. La lesión no tardaría en completar su sanación, pese a que esta no dejaba de ser tan profunda como reciente. Era consciente, que aquel dolor no era tan físico, como lo era de carácter psíquico. Un dolor intangible, la maldita metáfora de una interminable guerra, gestada desde su alumbramiento. En ningún momento había dejado de seguir al depredador; en ningún momento el recuerdo funesto la abandonó. No fue sino el demonio quien estuvo para recordárselo. Tan sólo horas atrás, se encontraba sobrevolando la floresta, alejada del gran centro parisino, y sin embargo no muy distante de su nueva residencia. Habían pasado exactamente tres meses del incidente, ni un día más, ni un día menos. Innecesario sería aclarar el estado de sus ideas. Entre los cercanos de su pasado, Raven siempre fue considerada como una joven de gran resiliencia; y aunque esto siempre resultó cierto, ahora ella misma personificaba la rémora de sus proyectos. Sería entonces, que la constante repetición de la escena fatídica la había arrodillado a dudar de sus aptitudes. La soledad del vuelo nocturno era su único consuelo; tan liberador, como falso.
Considerado alguna vez guardián de las almas nocturnas, el búho era la conversión con la cual más cómoda se sentía. Era aquella una de las numerosas noches en la que la pequeña ave rapaz escogía perderse en el follaje del bosque. La abstracción generada por el sombrío aniversario, no obstante, habría sido motivo suficiente para desentenderse de las advertencias de la criatura que, de un fuerte azote, la lanzaría contra el suelo. Precisamente era un licántropo, o así era llamada la especie en la cultura popular. La cambiante entendió finalmente su imprudencia al ver la fase lunar. El poco tiempo que el licántropo — inconsciente — le otorgaba entre maniobras había sido aprovechado para cambiar su piel a la de un halcón. Como le fue posible se defendió, como le fue posible lo atacó. De gran fortaleza, su cuero era difícil de penetrar. Este apenas parecía inmutarse ante los ataques del ave, pocas veces había visto semejante resistencia al dolor. A duras penas conseguiría lacerar la zona del cuello, pues no le fue posible llegar a los ojos. El halcón graznó, y la bestia gruñó. El halcón erró, y la bestia atacó. Clavaría esta sus garras en el costado ajeno, llegando a desgarrar algo de carne antes de que su presunta presa lograra escapar; justo antes que el astro, ya oculto, dejara de surtir efecto sobre él. El hijo de la luna comenzaba a ser expuesto, dejando que los restos caninos mueran al paso del hombre. Aturdido, desnudo, se hizo al fin presente a sus ojos. Ella sentía horrorizada, por la repugnancia, por la pena del pobre condenado.
Este, sumido en la confusión, comenzó a dirigirse hacia una dirección que parecía ciega. Raven, dispuesta a seguir sus pasos, comenzó a secundar el camino con su vuelo. El mismo se extendió por como una hora, tiempo en el cual el dolor fue lo suficientemente fuerte como para que el búho cayera a tierra. Bastaron unos segundos para que se descubriera nuevamente la identidad de la mujer. Para su suerte, o eso creía ella, había hallado un punto de referencia, al ver como la bestia ingresaba a lo que parecía ser una armería clandestina. Faltaban entonces sólo un par de horas para el amanecer. Ocultaría su figura entre los considerables arbustos que adornaban la improvisada, pero imponente, fachada ilícita. A merced del tiempo, debía esperar el cesar de las descargas que sentía al moverse; la rectificación, a esas circunstancias, resultaba poco factible.
Para cuando este último dio su tregua habían pasado más de dos horas. No sólo juzgaba la iluminación del paisaje, sino la cantidad de hombres que veía entrar y salir del establecimiento.
Sintiéndose más segura, retomó una de sus conversiones, para poder así pasar inadvertida. Como no podía de otra manera, escogió camuflarse nuevamente bajo la figura del búho, buscando un sitio de altura donde posarse, y poder esperar a la bestia.
Mentiría al decir que la imagen de la armería no logró llamarle la atención. La variedad de armas sobrepasaba lo ostentoso. Pistolas de percusión, rifles de chispas, bayonetas, carabinas, y fusiles eran, ciertamente, las armas menos fastuosas a la vista, pues aún intentaba descifrar (siempre a manos de la incredulidad) los inventos que pretendían llevarse a cabo puertas adentro. ¿Qué tan locos eran los franceses? Se preguntó entonces si en sus tierras existían tales novedades; por algo siempre habría preferido las armas blancas, eran más leales. Se preguntó también qué haría un hombre como él allí. No podía significar nada bueno. Se sentía amenazada al cuestionar el número de licántropos que podían hallarse en Francia.
Última edición por Raven Sablick el Jue Mar 23, 2017 2:05 am, editado 9 veces
Raven Sablick- Cambiante Clase Alta
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Re: Resilience | Privado
Había tenido un sueño de esos en donde es posible enfrentarse al propio reflejo, incluso parecía una parte idéntica de sí mismo. No había sido agradable, no para alguien como él. Guillaume no disfrutaba de aquel tipo de ensoñaciones, prefería dormir en absoluta calma sin tener que viajar por los universos oníricos. A veces se convertían en una suerte de aventura gratis, pero en otras ocasiones, lograban ser muy molestos, tal y como ocurría aquella vez. Estaba cansado, había pasado gran parte de la noche despierto organizando cosas en el escondite del grupo de sicarios al que pertenecía, pues Ernest estaba sufriendo las consecuencias del plenilunio y debía ausentarse el tiempo que fuera necesario. Por suerte, Friedrich estuvo a su lado sirviendo de apoyo, y también, sirviéndole café. Sin embargo, el sueño fue lo suficientemente insistente como para ganar la batalla.
Cuando despertó, de manera repentina, todavía estaba oscuro afuera. Las luces del alba parecían muy distantes y el silencio era inminente; asimilaba la calma ante de una próxima tempestad. Bufó al ver los folios de papel envejecido sobre un escritorio, y sin pensárselo mucho, se puso de pie para dirigirse a su cama a continuar con su pendiente: dormir. Pero en ese momento Friedrich lo detuvo. Guillaume no hizo más que refunfuñar, no obstante, la petición hecha por el cambiante era algo que no podía ignorar.
Ambos salieron a toda marcha de la supuesta tienda de antigüedades y apresuraron su paso hacia las zonas alejadas de la ciudad. Estaban seguros que Ernest se encontraba en ese lugar, ya que, tenía como amigo cercano, al dueño de la armería clandestina a la que frecuentaba. Ambos hombres compartían la misma condición, por lo que, tanto Friedrich como Guillaume, sabían con exactitud hacia dónde ir.
Acortaron el tramo, metiéndose por un par de atajos conocidos. Gracias a la habilidad de Friedrich, y a los poderes de Guillaume, la oscuridad de la madrugada no fue mayor problema. Algunos compañeros suyos iban siguiéndole el paso, como una manera de protegerse entre sí. El tiempo fue algo que escapó del interés de cada quien, sus mentes sólo se centraban en hallar el objetivo final: la armería clandestina. Aquel edificio parecía una mansión antigua, con fachada derruida y con la intención evidente de ser un lugar abandonado, pero no era así.
Mientras Friedrich y otros más ingresaban en el interior de la residencia, Guillaume se quedó afuera. Faltaría poco para el amanecer, pudo percatarse de ello al observar al cielo, que aunque no estuviera tan visible a causa del follaje, se notaba aún más claro. Apenas saludó a un par de conocidos y continuó de pie frente a la entrada, contemplando la llegada del alba como cuando estaba en el monasterio con los monjes. Aquella era una infancia que nunca regresaría, pero que dejó muy buenos recuerdos, y también, la sensación de duda al pensar en qué sería de él si se hubiera quedado. Tal vez sería monje o fraile; tal vez nunca sabría lo que es tenerle amor a la literatura. Eran dos opciones que lo hacían estar en guerra consigo mismo.
Pero, justo en el momento en que dejó a un lado sus pensamientos, se percató de algo, o más bien, de alguien. Pudo notar una presencia desconocida entre la arboleda; además, siendo él un hechicero, era más fácil detectar otras auras. Guillaume exhaló, y tras unas palabras en latín, evocó a la bruma. Ésta empezó a alzarse lentamente, ascendiendo hasta las copas de los árboles, volviéndose tan espesa como una pared hecha de humo. Sea quien fuera el espía, lo haría salir tarde o temprano.
Cuando despertó, de manera repentina, todavía estaba oscuro afuera. Las luces del alba parecían muy distantes y el silencio era inminente; asimilaba la calma ante de una próxima tempestad. Bufó al ver los folios de papel envejecido sobre un escritorio, y sin pensárselo mucho, se puso de pie para dirigirse a su cama a continuar con su pendiente: dormir. Pero en ese momento Friedrich lo detuvo. Guillaume no hizo más que refunfuñar, no obstante, la petición hecha por el cambiante era algo que no podía ignorar.
Ambos salieron a toda marcha de la supuesta tienda de antigüedades y apresuraron su paso hacia las zonas alejadas de la ciudad. Estaban seguros que Ernest se encontraba en ese lugar, ya que, tenía como amigo cercano, al dueño de la armería clandestina a la que frecuentaba. Ambos hombres compartían la misma condición, por lo que, tanto Friedrich como Guillaume, sabían con exactitud hacia dónde ir.
Acortaron el tramo, metiéndose por un par de atajos conocidos. Gracias a la habilidad de Friedrich, y a los poderes de Guillaume, la oscuridad de la madrugada no fue mayor problema. Algunos compañeros suyos iban siguiéndole el paso, como una manera de protegerse entre sí. El tiempo fue algo que escapó del interés de cada quien, sus mentes sólo se centraban en hallar el objetivo final: la armería clandestina. Aquel edificio parecía una mansión antigua, con fachada derruida y con la intención evidente de ser un lugar abandonado, pero no era así.
Mientras Friedrich y otros más ingresaban en el interior de la residencia, Guillaume se quedó afuera. Faltaría poco para el amanecer, pudo percatarse de ello al observar al cielo, que aunque no estuviera tan visible a causa del follaje, se notaba aún más claro. Apenas saludó a un par de conocidos y continuó de pie frente a la entrada, contemplando la llegada del alba como cuando estaba en el monasterio con los monjes. Aquella era una infancia que nunca regresaría, pero que dejó muy buenos recuerdos, y también, la sensación de duda al pensar en qué sería de él si se hubiera quedado. Tal vez sería monje o fraile; tal vez nunca sabría lo que es tenerle amor a la literatura. Eran dos opciones que lo hacían estar en guerra consigo mismo.
Pero, justo en el momento en que dejó a un lado sus pensamientos, se percató de algo, o más bien, de alguien. Pudo notar una presencia desconocida entre la arboleda; además, siendo él un hechicero, era más fácil detectar otras auras. Guillaume exhaló, y tras unas palabras en latín, evocó a la bruma. Ésta empezó a alzarse lentamente, ascendiendo hasta las copas de los árboles, volviéndose tan espesa como una pared hecha de humo. Sea quien fuera el espía, lo haría salir tarde o temprano.
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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Re: Resilience | Privado
Desde el subconsciente emerge la fatalidad transfigurada en un recuerdo; sus imágenes se extienden siempre sobre el impresionante vergel de Alberta. Las terminaciones nerviosas, por otro lado, parecen no captar los estímulos nerviosos del cuerpo. ¿Podía decirse que Raven no era consciente del sangrado de la herida? Por supuesto. La lesión ciertamente no hallaba mejora. Pese a que la biología de su especie le permitía acelerar el proceso de sanación, esta no dejaba de ser grave. Unos segundos más en sus garras y hubiese muerto. Existía entonces una relación entre la supresión momentánea — meramente ilusoria — del nervio sensitivo y la excitación que segregaba la idea febril de enfrentar la causa de su angustia. Pero aquel comportamiento no era habitual en ella, desde luego. Normalmente, la dama podía definirse dentro del estándar sobrio, quizá un tanto rústico en determinadas situaciones, pero no lo suficiente como para opacar su deje afable y enigmático.
El búho acechó el panorama, esperando con paciencia la aparición de su agresor entre las multitudes que entraban y salían con las manos ocupadas de cargamento. Todo indicaba que su presa se resguardaba dentro del establecimiento, y, sin embargo, de esta nunca hubo rastro. ¿Pero con qué propósito iba a hostigarle? En efecto, comprendía que la intención de enfrentar a un licántropo no aplacaría su malestar. Seguramente habría de ser un hombre más, desentendido de sus conversiones nocturnas, o al menos en el manejo de ellas. Pero, contrario a lo que se podría esperar de ella, esta vez no se marcharía. Aguardaría a su encuentro. Deseaba enfrentarlo en su momento de mayor debilidad, en el desabrigo de la barbarie canina.
Tal vez fuera la abstracción impuesta sobre el individuo lo que la obligó inconscientemente a ignorar cualquier otro rostro del lugar. Había fallado como centinela al desdeñar a un joven que acababa de salir de la armería, y bastó solamente un instante para que pudiera entenderlo. Su visión comenzaba a verse borrosa como producto de una inexplicable bruma que se alzaba a lo largo del árbol, misma que al cabo de unos segundos fue adquiriendo una densidad insólita, logrando que el ave se ahogara. ¿De quién demonios se trataba? Limitadamente había logrado divisar una delgada silueta masculina, cuando de repente escuchase un golpe sólido contra el suelo. Una vez más su cuerpo le exhortaba mediante el dolor a que se detuviera, una vez más las plumas se desperdigaron por la tierra, dejándose ver su identidad humana. El inconfundible quejido que brotó de sus labios permitió que se revelara su suplicio.
Como le fue posible levantó su cuerpo y se movió en dirección opuesta a la armería, buscando el anonimato en el follaje. Sus pies no pudieron desplazarse más que unos cuantos metros, sin tener mucho éxito en la búsqueda del área de mayor frondosidad del perímetro. Llegó entonces a vislumbrar un conjunto de juníperos, en los que decidió resguardarse sin más remedio. Aún y de todas formas, era consciente que el paso de su persecutor no necesitaba siquiera acelerarse para alcanzarla.
Suspiró y se encogió, intentando ocultar todo lo que podía su figura contra la planta.
— Aléjate —gruñó con la cabeza gacha, viendo apenas las piernas del hombre por el rabillo del ojo, sin tener siquiera el orgullo de levantar la vista. No estaba en condición de amenazarle, había perdido. En su lugar, se limitaría a repetir con monotonía la misma palabra, como si fuera el eco de una petición inútil — Aléjate…
Última edición por Raven Sablick el Jue Mar 23, 2017 2:06 am, editado 1 vez
Raven Sablick- Cambiante Clase Alta
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Re: Resilience | Privado
Pocas veces era bueno para quedarse a ser la defensa de los demás, pero esa vez resultaba un tanto diferente, quizás era por poseer cualidades que algunos envidiarían. Aunque, no estaba muy contento con estar ahí, había tenido una noche extraña, agotadora, y sólo deseaba, más que cualquier otra cosa, era poder colocar la cabeza en la almohada y despertar luego de tres días, de ser posible. Sin embargo, las alternativas eran pocas y tenía por deber quedarse en el lugar, al menos hasta que le dieran una buena señal. Guillaume solía ser un tanto desinteresado con algunas cosas relacionadas con el oficio paterno; últimamente estaba más metido en sus escritos que en cazar personas de la mala vida. Pensar en aquello sólo abrió una brecha de inseguridad en su interior. Una que se abrió mucho más al recordar el despertar del alba en el monasterio de los dominicos, de quienes aprendió casi todo.
Sin embargo, no podía dejarse llevar por una emoción repentina, surgida de recuerdos que se hallaban en el abismo de su mente. Debía conservar aquello como parte de sus buenos días, y no como algo que fuera dañino para su propio pensamiento. Hasta se sintió un malagradecido. Aunque, todas aquellas cavilaciones debería dejarlas para después, porque justo, cuando creyó que nadie lograría ser una amenaza, resultó que no. Muy para su lamentable situación. Por suerte, poseía energías suficientes para hacer uso de sus habilidades para lograr despistar al intruso.
Tuvo la sensación de ser observado desde las copas de los árboles, y no le era una idea descabellada, muy al contrario, era completamente creíble. Tal vez se trataría de algún hechicero con la habilidad de transmutar su apariencia, o un cambiante curioso. Quiso quedarse con la segunda opción. Y ya cuando la calina estuvo lo suficientemente alta y espesa, avanzó con sigilo, reconociendo la energía tan característica de dichas criaturas; hasta le pareció oír un golpe seco sobre la hojarasca. Guillaume esbozó una sonrisa ladina, y un suspiro, casi imperceptible, surgió de sus labios. Estaba cerca, demasiado. No había forma de ocultarse de él, y no pudo negar el hecho de sentir una insana curiosidad por descubrir al fisgón.
—No huyas, apenas te he invitado a... lo que sea. No me gustan las fiestas —murmuró, mientras acortaba más la distancia entre ambos—. ¿Qué has dicho? ¿Eh? —Alojó una mano alrededor de su oído, como si con ello fuera lograr escuchar mejor—. ¿Podrías repetir? ¡Ah! No, no. Si alzas la voz llamarás la atención de otros y no estaría bien, ¿verdad que no? Se amable y... accede a mis peticiones.
Se quedó observando el suelo, a pesar de la densa bruma, logró reconocer las formas de unas plumas. Las luces del alba empezaban a aclarar más el sendero, indicando que en un par de horas el sol saldría por completo. «Hmmm». Sólo fue una queja silenciosa, el ingenio no le funcionaba muy bien en ese momento.
—No me obligues a sacarte de ahí, mira que hasta creé esta neblina magnánima para que te ocultaras. Anda, sal de tu escondite y explícame tus motivos para estar espiando en un lugar como este. ¿Estás consciente de los problemas que tus acciones te traerían? —Y de un momento a otro, se encontraba al lado de aquella persona. Guillaume era hábil cuando se lo proponía. También se percató de que estaba lidiando con una fémina—. No se preocupe, madame, no veo nada con tanta calina. Pero si puedo escucharla.
Sin embargo, no podía dejarse llevar por una emoción repentina, surgida de recuerdos que se hallaban en el abismo de su mente. Debía conservar aquello como parte de sus buenos días, y no como algo que fuera dañino para su propio pensamiento. Hasta se sintió un malagradecido. Aunque, todas aquellas cavilaciones debería dejarlas para después, porque justo, cuando creyó que nadie lograría ser una amenaza, resultó que no. Muy para su lamentable situación. Por suerte, poseía energías suficientes para hacer uso de sus habilidades para lograr despistar al intruso.
Tuvo la sensación de ser observado desde las copas de los árboles, y no le era una idea descabellada, muy al contrario, era completamente creíble. Tal vez se trataría de algún hechicero con la habilidad de transmutar su apariencia, o un cambiante curioso. Quiso quedarse con la segunda opción. Y ya cuando la calina estuvo lo suficientemente alta y espesa, avanzó con sigilo, reconociendo la energía tan característica de dichas criaturas; hasta le pareció oír un golpe seco sobre la hojarasca. Guillaume esbozó una sonrisa ladina, y un suspiro, casi imperceptible, surgió de sus labios. Estaba cerca, demasiado. No había forma de ocultarse de él, y no pudo negar el hecho de sentir una insana curiosidad por descubrir al fisgón.
—No huyas, apenas te he invitado a... lo que sea. No me gustan las fiestas —murmuró, mientras acortaba más la distancia entre ambos—. ¿Qué has dicho? ¿Eh? —Alojó una mano alrededor de su oído, como si con ello fuera lograr escuchar mejor—. ¿Podrías repetir? ¡Ah! No, no. Si alzas la voz llamarás la atención de otros y no estaría bien, ¿verdad que no? Se amable y... accede a mis peticiones.
Se quedó observando el suelo, a pesar de la densa bruma, logró reconocer las formas de unas plumas. Las luces del alba empezaban a aclarar más el sendero, indicando que en un par de horas el sol saldría por completo. «Hmmm». Sólo fue una queja silenciosa, el ingenio no le funcionaba muy bien en ese momento.
—No me obligues a sacarte de ahí, mira que hasta creé esta neblina magnánima para que te ocultaras. Anda, sal de tu escondite y explícame tus motivos para estar espiando en un lugar como este. ¿Estás consciente de los problemas que tus acciones te traerían? —Y de un momento a otro, se encontraba al lado de aquella persona. Guillaume era hábil cuando se lo proponía. También se percató de que estaba lidiando con una fémina—. No se preocupe, madame, no veo nada con tanta calina. Pero si puedo escucharla.
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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Re: Resilience | Privado
—Idiota... —alcanzó a soltar en voz baja, aún agitada. Se había tomado la cabeza entre las manos, haciendo de ella misma un pequeño ovillo en la bruma remanente, ocultándose en la extraña materia que irónicamente la había delatado. En visto de que su presencia ya representaba una obviedad para el enemigo, su intención no precisamente esconderse; y sin embargo, su cuerpo, sensibilizado por el alud de situaciones presentadas en las últimas horas, exigía dicho anonimato, que lo dejaran en paz, y ella no podía hacer más que obedecer a cada uno de sus reflejos.
Al oírlo en la cercanía, resopló con molestia, y se replantó con una voz mucho más fuerte. Poco parecía importarle el hecho de que algún tercero pudiera escucharle
—Dije que eres un idiota. Y un traidor. —Siguiendo cierta lógica, después de todo, debía ser expuesta ante toda la armería luego de su confesión. Aún cuando esta fuera vulgar, y no involucrara realmente un espionaje que pudiera poner en peligro semejante aberración. Y lo peor de todo, es que el hombre decidía jugar con el sarcasmo. A Raven comenzaba a molestarle el hecho de no tener fuerzas suficientes, ni siquiera como para ahuyentarlo, de manera quizá un tanto patética, mediante picotazos.
—¿Un brujo acompañando a una bestia? Serán franceses... —agregó con cierta resignación, siendo que el espectador, a todo esto, probablemente entendiera poco y nada acerca de lo que la mujer hablaba. Era algo así como quejarse al aire, mientras el resto condenaba a la locura a la persona, que bramaba incoherencias que sólo esta podía entender de la mano de lo que significaba su cultura. Y así, con la irritabilidad con la que se podría caracterizar alguien semejante, logró aventar una de las tantas piedras que encontró a su costado hacia la cabeza del hombre.
—¿Crees que me importa? En este estado, el mismo en el que me dejó tu amigo, ¿por qué debería? —A medida que el tiempo transcurría, toda clase de fervor mermaba con la idea de su muerte; la cual era aceptada y, en determinados intervalos, abrazada, puesto los últimos meses se resumían en una miscelánea trágica que no hacía más que consumirla. Y estando en ese estado físico, ¿de qué más podría servir?
—No tengo nada que decir, mas que lo evidente. Así que, si mi destino es morir, puedes hacerlo aquí, y ahorrarte las ceremonias, niño. Será mejor que lo apresures antes de que te escupa o arroje otra cosa a tu bonito rostro.
Raven Sablick- Cambiante Clase Alta
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Re: Resilience | Privado
¿Cuál era su problema con las bestias? Uh, resulta que ahora estaba lidiando con una mujer racista, que hablaba de bestias, porque no le gustaban y... ¿A quién le decía bestia? Por un momento la cabeza de Guillaume se hizo un lío; por más que intentó entenderla, le fue complicado. Ignoraba las razones de ella para encontrarse en aquel lugar, agazapada en su escondite como una cobarde, o una espía, o lo que fuera. Él no había hecho nada como para merecer semejante dolor de cabeza, simplemente quería dormir y dedicarse a sus escritos, y ya, tan sencillo como eso, ¿acaso no se le iba...? ¡Un momento! Tuvo que obligarse a pensar con claridad cuando asimiló lo de la bestia y la espía. ¡Claro! De seguro se trataba de alguna “amiga muy querida” del dueño de la armería, que quería verlo, pero que debía guardar las apariencias...
¡Tonterías! Había atrapado a una persona nada bienvenida en aquel sitio, que podría representar un conflicto, dadas las circunstancias. Bueno, no, ¿a quién engañaba? Por la manera en que apareció, lo menos que parecía era una amenaza. Por eso que Guillaume permaneció tan tranquilo, como si estuviera tomando el sol en la playa, o el aire fresco de las montañas... ¡O simplemente nada! No le gustaba estar lidiando con esa clase de situaciones que no le competían, y menos de amantes caprichosas y cosas por el estilo. Él ni siquiera tenía pareja, como para intentar espantar a la querida de otro.
—Cuide su vocabulario, señorita, porque en ningún momento he osado en ofenderla. Pero dado el sitio en el que se encuentra, y el modo en que apareció por estos lares, pues no es que me inspire demasiada confianza, ¿entiende? —dijo con tranquilidad, porque la verdad, ¡qué pereza intentar llevarle la contraria! Aunque podía ser divertido, a quién engañaba—. ¿Y acaso la he traicionado? No, no. Ni la conozco, no sea demente, señorita. De seguro me confundió con otra persona, y eso, mire, ya me pasó. No es bonito saber que tienes a un gemelo por el mundo, haciendo de las suyas, mientras uno es un mártir...
¿Se estaba burlando? Sí, naturalmente. ¿Qué más iba a hacer? Por alguna razón, sintió cierta pena por la mujer. No conocía la verdad de su presencia, pero de seguro no la había pasado bien en... lo que fuera que le haya hecho el otro.
—Mire, en primer lugar, esa bestia no es amiga mía, ¿de acuerdo? Segundo, deje el drama, ¿quiere? Eso llévelo a una obra teatral o ¡yo qué sé! —espetó, un poco irritado esta vez. La única niña ahí era ella, porque él estaba muy tranquilo haciendo de vigilante sin importunar a nadie—. ¡Venga! Déjese de tonterías.
Y la encaró, acabando con la calina que él mismo había creado. ¡Y además le estaba tendiendo su propio abrigo! Para que siguiera de grosera, así, tan gratuitamente, cuando él no entendía nada de lo que estaba pasando por su cabeza. ¡Bah! Ni se entendía a él mismo algunas veces.
—Cúbrase, no vaya a ser cosa que coja un resfriado por culpa de la “bestia”. Y haga el favor de comportarse y no ofender, ¿le cuesta mucho?
¡Tonterías! Había atrapado a una persona nada bienvenida en aquel sitio, que podría representar un conflicto, dadas las circunstancias. Bueno, no, ¿a quién engañaba? Por la manera en que apareció, lo menos que parecía era una amenaza. Por eso que Guillaume permaneció tan tranquilo, como si estuviera tomando el sol en la playa, o el aire fresco de las montañas... ¡O simplemente nada! No le gustaba estar lidiando con esa clase de situaciones que no le competían, y menos de amantes caprichosas y cosas por el estilo. Él ni siquiera tenía pareja, como para intentar espantar a la querida de otro.
—Cuide su vocabulario, señorita, porque en ningún momento he osado en ofenderla. Pero dado el sitio en el que se encuentra, y el modo en que apareció por estos lares, pues no es que me inspire demasiada confianza, ¿entiende? —dijo con tranquilidad, porque la verdad, ¡qué pereza intentar llevarle la contraria! Aunque podía ser divertido, a quién engañaba—. ¿Y acaso la he traicionado? No, no. Ni la conozco, no sea demente, señorita. De seguro me confundió con otra persona, y eso, mire, ya me pasó. No es bonito saber que tienes a un gemelo por el mundo, haciendo de las suyas, mientras uno es un mártir...
¿Se estaba burlando? Sí, naturalmente. ¿Qué más iba a hacer? Por alguna razón, sintió cierta pena por la mujer. No conocía la verdad de su presencia, pero de seguro no la había pasado bien en... lo que fuera que le haya hecho el otro.
—Mire, en primer lugar, esa bestia no es amiga mía, ¿de acuerdo? Segundo, deje el drama, ¿quiere? Eso llévelo a una obra teatral o ¡yo qué sé! —espetó, un poco irritado esta vez. La única niña ahí era ella, porque él estaba muy tranquilo haciendo de vigilante sin importunar a nadie—. ¡Venga! Déjese de tonterías.
Y la encaró, acabando con la calina que él mismo había creado. ¡Y además le estaba tendiendo su propio abrigo! Para que siguiera de grosera, así, tan gratuitamente, cuando él no entendía nada de lo que estaba pasando por su cabeza. ¡Bah! Ni se entendía a él mismo algunas veces.
—Cúbrase, no vaya a ser cosa que coja un resfriado por culpa de la “bestia”. Y haga el favor de comportarse y no ofender, ¿le cuesta mucho?
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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