AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Al servicio de la oscuridad [Privado]
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Al servicio de la oscuridad [Privado]
La noche se cernía de nuevo sobre París y la desafortunada búsqueda de mis hermanos seguía sin dar sus frutos. Era como si se los hubiese tragado la tierra, como si todas las noticias sobre su estancia en aquella ciudad no fuesen más que un simple rumor. Más yo sabía que se encontraban no muy lejos de allí, podía notar su sangre llamando a la mía, sentía como mi poder se acrecentaba por la cercanía de los suyos. Juntos seríamos invencibles de nuevo, juntos volveríamos a sembrar el caos allá donde fuésemos, aunque para ello primero tenía que encontrarlos. Ardua labor la que me había sido encomendada, o más bien, en la que me había embarcado yo sola a pesar de las advertencias de mi otro hermano.
Llevaba horas despierta en aquel hotel de lujo que se me antojaba la prisión más lúgubre, esperando que la luz del sol dejase de amenazar mi existencia y gozar, como el ser oscuro que era, de la intimidad de los callejones pocos iluminados. Durante mi cautiverio desde el amanecer hasta el ocaso había estado pensando donde estaba mi error, porque tras varias noches de intensa búsqueda no había conseguido nada. Por primera vez en mi milenaria existencia, reconocí que necesitaba ayuda. París era una ciudad muy grande que apenas conocía, y donde muchos lugares me estaban vetados a esas horas intempestivas de la noche.
Necesitaba un sirviente, un esclavo que me sirviese en mi personal batalla durante la jornada diurna; alguien que consiguiese cruzar esas puertas imposibles en las que yo perdía el rastro por la noche. No sería la primera vez que tenía un guardián de día, un hombre que me sirviese de una forma u otra en mis caprichos y necesidades, de modo que solo me quedaba encontrar con la persona idónea para esta delicada misión.
Salí del hotel cuando el último rayo de sol se ocultó tras el horizonte, con una sonrisa ladina dibujada en el rostro. El otoño había llegado con rabia a Paris, y tanto el frío como la humedad en sus calles invitaba a los ciudadanos a volver a sus casas demasiado pronto para mi gusto, pues hacía de mi caza particular para cenar otra misión imposible. Observé varios viandantes que apresuraban sus pasos hacia la taberna de una calle poco transitada del centro, lugar que me pareció perfecto para matar dos pájaros de un tiro: conseguir un sirviente y elegir mi cena. Quizás incluso la misma persona me serviría para ambas tareas.
Sentí como las miradas se dirigían hacia mí en cuanto abrí la pesada puerta de madera noble y crucé el umbral de esta taberna de mala muerte donde el alcohol y el sudor eran el perfume típico de la clientela. Sonreí de lado al sentirme de nuevo el centro de atención, mientras deslizaba con sensualidad mis pasos por el pegajoso suelo hasta llegar a la barra. Podía escuchar sus lascivos pensamientos, sentía sus corazones palpitar con fuerza animándome a desgarrarles la aorta con mis colmillos que comenzaban a crecer por la hambruna. Siempre era lo mismo, pero a mí me producía un indescriptible placer saber que los tenía a mi merced.
Tomé asiento en un taburete libre frente a la barra, y tras pedirle un whisky doble al cantinero me giré sin más dilación hacia aquel rebaño de indeseables donde esperaba encontrar a alguien de utilidad. No era algo difícil teniendo en cuenta que podía dominar sus mentes a mi antojo, pero después de tantos milenios haciéndolo, me resultaba tremendamente aburrido. Me era más grato mostrar mi superioridad, que me respetasen y temiesen sabiendo lo que era, y no solo que obedeciesen como corderitos sin saber porque lo hacían; la adrenalina por el miedo daba un sabor exquisito a su sangre. Me gustaba jugar, quizás demasiado, y lo peor para ellos, es que no me gustaba perder.
-Escúchenme atentamente caballeros.- interrumpí sus banales conversaciones levantando la voz por encima de las suyas.- Acabo de llegar a París, y necesito de un sirviente que me preste sus servicios durante el día el tiempo que dure mi estancia en la ciudad. Servicios que serán bien remunerados, y que no serán de exclusividad para mi persona. Estaré aquí durante unos minutos, si hay alguien interesado en la oferta, puede acercarse a concretar los pormenores del empleo.
-No me importaría hablar de esos “pormenores” con vos.- dijo una voz socarrona en uno de los laterales, riéndose después con sus compañeros de mesa por su valentía. Enarqué una ceja dubitativa ¿cómo era posible que después de que el hombre hubiese evolucionado, por decir algo, siguiesen existiendo inútiles como aquel? Gritos salieron después de la garganta de aquel hombre, agarrándose la cabeza con fuerza mientras comenzaba a sangrar por todos sus orificios. La paciencia no era mi fuerte, con esto lo dejaba claro. Tomé mi copa recién servida olvidando el contratiempo, y centré de nuevo mi atención en aquellos débiles humanos que no tenían nada que hacer si despertaban mi ira.
De nuevo las miradas sobre mi persona, pensamientos indiscretos poco originales de algunos de ellos, más que después de lo ocurrido no se atrevían a pronunciar en voz alta; y de pronto, él. Un hombre de color que poco tenía que ver con un esclavo; un hombre cuya aura era fuerte como la de un león y que consiguió acaparar mi atención. Fijé mis ojos en el desconocido, mordiéndome con sensualidad el labio. Mi objetivo estaba elegido, más ¿con qué fin? Todavía no lo tenía decidido. Todo dependería de él y de hasta que punto fuese capaz de satisfacer mis necesidades.
Llevaba horas despierta en aquel hotel de lujo que se me antojaba la prisión más lúgubre, esperando que la luz del sol dejase de amenazar mi existencia y gozar, como el ser oscuro que era, de la intimidad de los callejones pocos iluminados. Durante mi cautiverio desde el amanecer hasta el ocaso había estado pensando donde estaba mi error, porque tras varias noches de intensa búsqueda no había conseguido nada. Por primera vez en mi milenaria existencia, reconocí que necesitaba ayuda. París era una ciudad muy grande que apenas conocía, y donde muchos lugares me estaban vetados a esas horas intempestivas de la noche.
Necesitaba un sirviente, un esclavo que me sirviese en mi personal batalla durante la jornada diurna; alguien que consiguiese cruzar esas puertas imposibles en las que yo perdía el rastro por la noche. No sería la primera vez que tenía un guardián de día, un hombre que me sirviese de una forma u otra en mis caprichos y necesidades, de modo que solo me quedaba encontrar con la persona idónea para esta delicada misión.
Salí del hotel cuando el último rayo de sol se ocultó tras el horizonte, con una sonrisa ladina dibujada en el rostro. El otoño había llegado con rabia a Paris, y tanto el frío como la humedad en sus calles invitaba a los ciudadanos a volver a sus casas demasiado pronto para mi gusto, pues hacía de mi caza particular para cenar otra misión imposible. Observé varios viandantes que apresuraban sus pasos hacia la taberna de una calle poco transitada del centro, lugar que me pareció perfecto para matar dos pájaros de un tiro: conseguir un sirviente y elegir mi cena. Quizás incluso la misma persona me serviría para ambas tareas.
Sentí como las miradas se dirigían hacia mí en cuanto abrí la pesada puerta de madera noble y crucé el umbral de esta taberna de mala muerte donde el alcohol y el sudor eran el perfume típico de la clientela. Sonreí de lado al sentirme de nuevo el centro de atención, mientras deslizaba con sensualidad mis pasos por el pegajoso suelo hasta llegar a la barra. Podía escuchar sus lascivos pensamientos, sentía sus corazones palpitar con fuerza animándome a desgarrarles la aorta con mis colmillos que comenzaban a crecer por la hambruna. Siempre era lo mismo, pero a mí me producía un indescriptible placer saber que los tenía a mi merced.
Tomé asiento en un taburete libre frente a la barra, y tras pedirle un whisky doble al cantinero me giré sin más dilación hacia aquel rebaño de indeseables donde esperaba encontrar a alguien de utilidad. No era algo difícil teniendo en cuenta que podía dominar sus mentes a mi antojo, pero después de tantos milenios haciéndolo, me resultaba tremendamente aburrido. Me era más grato mostrar mi superioridad, que me respetasen y temiesen sabiendo lo que era, y no solo que obedeciesen como corderitos sin saber porque lo hacían; la adrenalina por el miedo daba un sabor exquisito a su sangre. Me gustaba jugar, quizás demasiado, y lo peor para ellos, es que no me gustaba perder.
-Escúchenme atentamente caballeros.- interrumpí sus banales conversaciones levantando la voz por encima de las suyas.- Acabo de llegar a París, y necesito de un sirviente que me preste sus servicios durante el día el tiempo que dure mi estancia en la ciudad. Servicios que serán bien remunerados, y que no serán de exclusividad para mi persona. Estaré aquí durante unos minutos, si hay alguien interesado en la oferta, puede acercarse a concretar los pormenores del empleo.
-No me importaría hablar de esos “pormenores” con vos.- dijo una voz socarrona en uno de los laterales, riéndose después con sus compañeros de mesa por su valentía. Enarqué una ceja dubitativa ¿cómo era posible que después de que el hombre hubiese evolucionado, por decir algo, siguiesen existiendo inútiles como aquel? Gritos salieron después de la garganta de aquel hombre, agarrándose la cabeza con fuerza mientras comenzaba a sangrar por todos sus orificios. La paciencia no era mi fuerte, con esto lo dejaba claro. Tomé mi copa recién servida olvidando el contratiempo, y centré de nuevo mi atención en aquellos débiles humanos que no tenían nada que hacer si despertaban mi ira.
De nuevo las miradas sobre mi persona, pensamientos indiscretos poco originales de algunos de ellos, más que después de lo ocurrido no se atrevían a pronunciar en voz alta; y de pronto, él. Un hombre de color que poco tenía que ver con un esclavo; un hombre cuya aura era fuerte como la de un león y que consiguió acaparar mi atención. Fijé mis ojos en el desconocido, mordiéndome con sensualidad el labio. Mi objetivo estaba elegido, más ¿con qué fin? Todavía no lo tenía decidido. Todo dependería de él y de hasta que punto fuese capaz de satisfacer mis necesidades.
Ishtar Black- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/09/2016
Re: Al servicio de la oscuridad [Privado]
Dos meses habían pasado tras la muerte de padre. Cuando él falleció en el fatídico accidente en la mina. No podía negar que su falta era lo que más echaba de menos, y mis pensamientos no me dejaban conciliar el sueño por la noche. Pero la vida seguía para los que todavía permanecíamos en este mundo de mierda que no daba un respiro a nada. La falta de una economía sostenible me había llevado a trabajar como un esclavo, literalmente, para poder conseguir unos tristes francos que me permitieran comprarme un pasaje al mar y un posterior billete de barco para los Estados Unidos.
El trabajo disponible en París era de mala muerte. Llevaba dos meses en la fábrica de chocolate. ¿Qué ironía, verdad? Trabajaba de sol a sol y cobraba lo mínimo para sobrevivir, era incapaz de ahorrar lo suficiente para comprarme el dichoso pasaje. Necesitaba una fuente de ingresos.
A ratos, iba a una taberna en la zona céntrica de la ciudad. Ahogaba mis penas entre alcohol y tabaco. Sentado en una mesa con mi sombrero tapándome media cara, inclinado hacia atrás, con los pies apoyados sobre la mesa y la botella de Cointreau sobre mi mesa. Sí, el Cointreau era lo mejor que tenían los franceses. Porque su carácter agrio y reservado distaba mucho del americano. No debía criticarlos demasiado pues, en cierto modo, yo también era como ellos, al menos en los últimos tiempos.
De pronto, entre aquella amalgama de hombres entró una mujer. Bien vestida. Llamaba la atención, al menos por ser la única fémina del local. La miré de reojo, encendí un cigarro y seguí a lo mío. Ella se sentó en la barra y, de pronto, comenzó a solicitar sirvientes. ¿A qué se refería aquella mujer? Había dicho bien remunerados, con aquello me bastaba.
Varios hombres se ofrecieron, como no podía ser de otro modo, burlándose por tratarse de una mujer ofreciendo empleo. La mayor parte de hombres no veía en ella un negocio, veían una esbelta mujer muy apta para otras cosas. Qué típico. Yo, de aquella, apreciaba bastante más el dinero que las curvas, la volví a mirar de reojo, parecía adinerada, y tras hurgarme el bolsillo y comprobar que, efectivamente, no tenía un franco, me levanté.
Haciendo el esfuerzo de bajar los pies de la mesa y todavía fumando. Me ajusté el sombrero y me ajusté el poncho vaquero a mi espalda, guardé el revólver enfundado bajo el mismo, por si las cosas se ponían feas. Ella ya me había visto llegar. Se mordió el labio con deseo. Cualquier otro hombre de la taberna estaría babeando, pero yo no. Mantuve mi mirada inalterada en su rostro, tratando de atravesarla con la misma, demostrarle que no era un cualquiera. La gente tendía a prejuzgar que todos los negros éramos sumisos y no teníamos orgullo. Craso error para la mujer si pensaba así. Yo no iba a ponérselo tan sencillo.
-Goodnight, milady. – saludé con seriedad en inglés, cuando llegué a su altura, sin sonreír. De cerca, era aún mucho más impresionante que de lejos. Luego ya volví al idioma común. – Mi nombre es Roma Hawke. Habéis asegurado que buscáis sirvientes. – si lo que buscaba era un fiel baboso, conmigo lo llevaba claro. De primeras la trataría igual que si estuviese hablando con el hombre más recto. - ¿Para hacer exactamente qué? ¿Y de cuánto estaríamos hablando? – pregunté apoyándome sobre la barra, exhalando el humo del cigarro lejos de su rostro que, visto de cerca, tenía rasgos orientales. – Me pregunto los asuntos que traeran a una mujer… ¿árabe? ¿hindú, quizás? A una ciudad como París. – Dije pensativo para tratar de pensar que podía llevar a una mujer como ella a buscar trabajadores en un antro como aquel. Desde luego, ya imaginaba que para algo no muy bueno. - Entiendo que tal vez no queráis hablar de vuestros asuntos delante de esta panda de analfabetos, de ser así, os acompañaré fuera. - indiqué serio, sin mirarla, apagando el cigarro en el cenicero y me dispuse a seguirla si lo requería. Lo dejaría a su gusto y, si prefería ir a algún lugar más privado, la seguiría, a fin de cuentas, si intentaba asaltarme llevaba el revólver bien cargado.
El trabajo disponible en París era de mala muerte. Llevaba dos meses en la fábrica de chocolate. ¿Qué ironía, verdad? Trabajaba de sol a sol y cobraba lo mínimo para sobrevivir, era incapaz de ahorrar lo suficiente para comprarme el dichoso pasaje. Necesitaba una fuente de ingresos.
A ratos, iba a una taberna en la zona céntrica de la ciudad. Ahogaba mis penas entre alcohol y tabaco. Sentado en una mesa con mi sombrero tapándome media cara, inclinado hacia atrás, con los pies apoyados sobre la mesa y la botella de Cointreau sobre mi mesa. Sí, el Cointreau era lo mejor que tenían los franceses. Porque su carácter agrio y reservado distaba mucho del americano. No debía criticarlos demasiado pues, en cierto modo, yo también era como ellos, al menos en los últimos tiempos.
De pronto, entre aquella amalgama de hombres entró una mujer. Bien vestida. Llamaba la atención, al menos por ser la única fémina del local. La miré de reojo, encendí un cigarro y seguí a lo mío. Ella se sentó en la barra y, de pronto, comenzó a solicitar sirvientes. ¿A qué se refería aquella mujer? Había dicho bien remunerados, con aquello me bastaba.
Varios hombres se ofrecieron, como no podía ser de otro modo, burlándose por tratarse de una mujer ofreciendo empleo. La mayor parte de hombres no veía en ella un negocio, veían una esbelta mujer muy apta para otras cosas. Qué típico. Yo, de aquella, apreciaba bastante más el dinero que las curvas, la volví a mirar de reojo, parecía adinerada, y tras hurgarme el bolsillo y comprobar que, efectivamente, no tenía un franco, me levanté.
Haciendo el esfuerzo de bajar los pies de la mesa y todavía fumando. Me ajusté el sombrero y me ajusté el poncho vaquero a mi espalda, guardé el revólver enfundado bajo el mismo, por si las cosas se ponían feas. Ella ya me había visto llegar. Se mordió el labio con deseo. Cualquier otro hombre de la taberna estaría babeando, pero yo no. Mantuve mi mirada inalterada en su rostro, tratando de atravesarla con la misma, demostrarle que no era un cualquiera. La gente tendía a prejuzgar que todos los negros éramos sumisos y no teníamos orgullo. Craso error para la mujer si pensaba así. Yo no iba a ponérselo tan sencillo.
-Goodnight, milady. – saludé con seriedad en inglés, cuando llegué a su altura, sin sonreír. De cerca, era aún mucho más impresionante que de lejos. Luego ya volví al idioma común. – Mi nombre es Roma Hawke. Habéis asegurado que buscáis sirvientes. – si lo que buscaba era un fiel baboso, conmigo lo llevaba claro. De primeras la trataría igual que si estuviese hablando con el hombre más recto. - ¿Para hacer exactamente qué? ¿Y de cuánto estaríamos hablando? – pregunté apoyándome sobre la barra, exhalando el humo del cigarro lejos de su rostro que, visto de cerca, tenía rasgos orientales. – Me pregunto los asuntos que traeran a una mujer… ¿árabe? ¿hindú, quizás? A una ciudad como París. – Dije pensativo para tratar de pensar que podía llevar a una mujer como ella a buscar trabajadores en un antro como aquel. Desde luego, ya imaginaba que para algo no muy bueno. - Entiendo que tal vez no queráis hablar de vuestros asuntos delante de esta panda de analfabetos, de ser así, os acompañaré fuera. - indiqué serio, sin mirarla, apagando el cigarro en el cenicero y me dispuse a seguirla si lo requería. Lo dejaría a su gusto y, si prefería ir a algún lugar más privado, la seguiría, a fin de cuentas, si intentaba asaltarme llevaba el revólver bien cargado.
Roma Hawke- Esclavo
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 06/11/2016
Re: Al servicio de la oscuridad [Privado]
No pude evitar sonreír con picardía cuando el desconocido de color emprendió sus pasos hacia mi posición, creyéndose que era él quien había decidido aproximarse, en lugar de ser una fuerza incomprensible lo que lo orillaba a acercarse hasta mí. Fuesen como fuesen, los humanos siempre terminaban creyéndose sus propias mentiras, incapaces de reconocer que no eran ellos mismos los que tomaban sus decisiones; buscaban razones por las que obedecían a mis órdenes, y se justificaban de modo que la idea parecía suya.
Algunas miradas seguían fijas en nosotros, pendientes de aquel hombre que al parecer había tenido el suficiente valor como para acercarse.
No negaré que no me resultaba interesante aquel hombre que durante todo el trayecto desde la mesa donde minutos antes se lamentaba sobre su suerte junto a una copa de Cointreau. Poder leer los pensamientos del resto de mortales solía conferirme cierta ventaja a la hora de conseguir mis objetivos, más este hombre me resultaba un tanto desconcertante.
-Bonum vespere, domine.- contesté yo en latín; si su intención era impresionarme por conocer otras lenguas, no lo había conseguido. Una de las ventajas de ser inmortal, y llevar tanto tiempo pisando la tierra, es que te convertías en poliglota con mucha facilidad. Lo cierto es que o lo hacías, o te quedabas sin alimento. - Permítame que me presente, yo soy Ishtar Black.- alargué mi mano esperando que aquel hombre de las cavernas tuviese los modales suficientes como para saber el protocolo correcto a la hora de saludar a una dama.- Como bien ha escuchado y razón por la que está frente a mí suplicando un empleo, estoy buscando sirvientes que me ayuden en algunos asuntos cotidianos que debido a motivos personales no puedo realizar yo misma.- expliqué tomando la copa de whisky para darle un largo trago antes de continuar. El joven parecía contradicho por estar negociando ante una mujer, hecho común en un mundo primitivo donde los hombres se creían superiores a las mujeres. El hecho de que se propusiese tratarme como a un igual consiguió divertirme; aunque eso era porque todavía no sabía que era yo, ¿debería decírselo para sentir como su corazón se aceleraba por el miedo? Tal vez más tarde, me gustaba jugar con la comida antes de hincarle el diente.- Soy una mujer de muchas partes en realidad y ninguna en particular, y los asuntos que me traen a París están lejos de su entendimiento.- sabía el enfado que en los demás provocaba; sabía que no era fácil tratar conmigo, más cuanto más molestos estaban mis presas, más satisfacción recibía tras mi cena Pero no podía revelar más información mía que la estrictamente necesaria, y aunque borraría sus recuerdos en cuando su trabajo hubiese finalizado, no podía arriesgarme a que mientras tanto hablase de cosas que no debía..- Lo cierto es que no había pensado en una cantidad exacta de dinero, pero…- acerqué mi cuerpo al suyo, colocándome de pie mientras posaba la mano en su hombro para aproximarme a su oído. Mis labios rozaron el lóbulo de su oreja durante un instante, suficiente para que su piel se erizase por mi contacto.- ¿Y si le ofreciese un pasaje para volver a Estados Unidos, y el suficiente dinero para que no tuviese que preocuparse por aceptar trabajos como el de la fábrica de chocolate?
Me retiré despacio, con una sonrisa ladina dibujada en mi rostro y satisfecha por haber llamado la atención de ese hombre que ahora parecía confuso por mis palabras. Una ebullición de sensaciones agolpaban en su mente, y divertida por haber creado tal caos, me senté de nuevo en el taburete, retomando la distancia que nos separaba al principio. Solía ser complicado llegar a la conclusión de que era yo la que leía las mentes, normalmente pensaban que los conocía de algo o les había estado investigando. Para cuando descubrían cual era mi naturaleza, resultaba ser demasiado tarde. ¿Estaría Roma a la altura y me sorprendería de nuevo?
Algunas miradas seguían fijas en nosotros, pendientes de aquel hombre que al parecer había tenido el suficiente valor como para acercarse.
No negaré que no me resultaba interesante aquel hombre que durante todo el trayecto desde la mesa donde minutos antes se lamentaba sobre su suerte junto a una copa de Cointreau. Poder leer los pensamientos del resto de mortales solía conferirme cierta ventaja a la hora de conseguir mis objetivos, más este hombre me resultaba un tanto desconcertante.
-Bonum vespere, domine.- contesté yo en latín; si su intención era impresionarme por conocer otras lenguas, no lo había conseguido. Una de las ventajas de ser inmortal, y llevar tanto tiempo pisando la tierra, es que te convertías en poliglota con mucha facilidad. Lo cierto es que o lo hacías, o te quedabas sin alimento. - Permítame que me presente, yo soy Ishtar Black.- alargué mi mano esperando que aquel hombre de las cavernas tuviese los modales suficientes como para saber el protocolo correcto a la hora de saludar a una dama.- Como bien ha escuchado y razón por la que está frente a mí suplicando un empleo, estoy buscando sirvientes que me ayuden en algunos asuntos cotidianos que debido a motivos personales no puedo realizar yo misma.- expliqué tomando la copa de whisky para darle un largo trago antes de continuar. El joven parecía contradicho por estar negociando ante una mujer, hecho común en un mundo primitivo donde los hombres se creían superiores a las mujeres. El hecho de que se propusiese tratarme como a un igual consiguió divertirme; aunque eso era porque todavía no sabía que era yo, ¿debería decírselo para sentir como su corazón se aceleraba por el miedo? Tal vez más tarde, me gustaba jugar con la comida antes de hincarle el diente.- Soy una mujer de muchas partes en realidad y ninguna en particular, y los asuntos que me traen a París están lejos de su entendimiento.- sabía el enfado que en los demás provocaba; sabía que no era fácil tratar conmigo, más cuanto más molestos estaban mis presas, más satisfacción recibía tras mi cena Pero no podía revelar más información mía que la estrictamente necesaria, y aunque borraría sus recuerdos en cuando su trabajo hubiese finalizado, no podía arriesgarme a que mientras tanto hablase de cosas que no debía..- Lo cierto es que no había pensado en una cantidad exacta de dinero, pero…- acerqué mi cuerpo al suyo, colocándome de pie mientras posaba la mano en su hombro para aproximarme a su oído. Mis labios rozaron el lóbulo de su oreja durante un instante, suficiente para que su piel se erizase por mi contacto.- ¿Y si le ofreciese un pasaje para volver a Estados Unidos, y el suficiente dinero para que no tuviese que preocuparse por aceptar trabajos como el de la fábrica de chocolate?
Me retiré despacio, con una sonrisa ladina dibujada en mi rostro y satisfecha por haber llamado la atención de ese hombre que ahora parecía confuso por mis palabras. Una ebullición de sensaciones agolpaban en su mente, y divertida por haber creado tal caos, me senté de nuevo en el taburete, retomando la distancia que nos separaba al principio. Solía ser complicado llegar a la conclusión de que era yo la que leía las mentes, normalmente pensaban que los conocía de algo o les había estado investigando. Para cuando descubrían cual era mi naturaleza, resultaba ser demasiado tarde. ¿Estaría Roma a la altura y me sorprendería de nuevo?
Ishtar Black- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Re: Al servicio de la oscuridad [Privado]
A la mujer se le veía venir de lejos. Era candente, explosiva. Y lo sabía. Y sabía sacar ventaja de ello. Una mujer con evidente atractivo físico sumado a una actitud cuanto menos sensual daba como resultado alguien demasiado complicado como para no caer en las redes de “su juego”. Tenía “armas” para ello. Además, quería hacerse la enigmática o la interesante sin decirme qué hacía allí ni explicar grandes detalles.
Pero las manos no era lo único que tenía largo, también la lengua, y eso fue lo que le falló cuando dijo la última de sus frases.
“¿Cómo demonios sabe…?” pensé. Me quedé asustado cuando dijo. Absolutamente nadie en la ciudad sabía que yo, Roma Hawke, buscaba un pasaje para volver a los Estados Unidos, ni siquiera lo había contado a mis amigos. Nadie excepto yo y madre sabíamos aquello, y madre jamás salía de casa. Aquella mujer, Ishtar Black, como se hizo llamar, había usado algún tipo de magia extraña para averiguarlo. Seguramente sorprendería a muchos hombres charlatanes, pero a mí, que apenas hablaba con nadie y jamás contaba mis cosas privadas a nadie, no podía.
Yo no era estúpido, y si quería jugar a ver quién tenía la sartén por el mango, jugaríamos. Tratando de hacerme el sorprendido le respondí.
-¡Oh! ¿Cómo sabéis eso? ¿Espiáis a mis amigos, señora? – le estaba dando unos segundos de satisfacción, para que se creyera la vencedora. – Sabéis cosas que nadie en la ciudad sabe porque jamás han salido de mi boca. - Reí pícaramente, para que se diera cuenta ella misma del error que había cometido – Bonitas dotes adivinatorias, milady. No habéis querido decirme quién sois y, sin embargo, vos misma os habéis delatado. – terminé el Cointreau y la miré de manera penetrante, acercándome a ella. – Disculpad, tenéis una gotita de alcohol en vuestro labio. – y acerqué el dedo a su labio superior y se lo levanté ligeramente, lo suficiente para verle uno de sus afilados colmillos de chupasangre. – Justo lo que me esperaba… ¿Veis como yo también se jugar a los detectives? - volví a sonreír, tras haberla ridiculizado ya dos veces.
Le di unos instantes para que asumiera su posición actual y miré hacia atrás, para comprobar que se encontraban en el local la pareja de tipos con sombrero y armas mágicas que se encontraban detrás de mí y que siempre solían llegar a la hora a la que estábamos. Efectivamente, lo habían hecho.
-¿Veis a aquellos dos de allí atrás? – me aparté de la barra ligeramente, para que pudiera verme. Su aspecto lo revelaba todo, eran inquisidores, cazadores de vampiros. ¿Qué más daba? Aquella mujer sería un buen aperitivo. - ¿Queréis que sea a ellos a quien les pregunte acerca de vuestras habilidades mágicas, señorita Black? Vamos, no me diga que no los reconoce, seguramente sea usted mucho mayor que yo. – y volví a reír. –No me lo toméis a mal, mi dama, no me importa su condición. Además no le negaré que deseo ese pasaje, al igual que vos necesitáis mi ayuda. Sólo que... Igual podéis entregármelo por adelantado. – le “propuse”, aunque era una “propuesta” que no podría rechazar. - De lo contrario iré a explicarles a los caballeros que deberían probar suerte a que les leyera la mente. – me acerqué a su oído, igual que ella había hecho antes, la tomé por la cintura y le susurré. - Y como intentéis algo extraño, tengo balas de plata en el cargador. - le indiqué con una sonrisa. La mujer no podía negar que sentía atracción por mí, sentí su respigo cuando le dije esto y puse mi mano sobre su pierna. Luego me alejé. – No os ruboricéis, por favor, no era mi intención invadir vuestro espacio. – dije ya en voz alta, para el resto de la taberna, riéndome. - ¿Y bien, quién gana ahora, Ishtar? ¿Me vais a dar el pasaje, verdad? – indiqué pidiendo una nueva copa para ambos. Ella era una cabrona, cierto, pero yo también. Y sabía de mucha gente que había perecido a manos de un vampiro. Así que conmigo, más le valía no pasarse de lista.
Pero las manos no era lo único que tenía largo, también la lengua, y eso fue lo que le falló cuando dijo la última de sus frases.
“¿Cómo demonios sabe…?” pensé. Me quedé asustado cuando dijo. Absolutamente nadie en la ciudad sabía que yo, Roma Hawke, buscaba un pasaje para volver a los Estados Unidos, ni siquiera lo había contado a mis amigos. Nadie excepto yo y madre sabíamos aquello, y madre jamás salía de casa. Aquella mujer, Ishtar Black, como se hizo llamar, había usado algún tipo de magia extraña para averiguarlo. Seguramente sorprendería a muchos hombres charlatanes, pero a mí, que apenas hablaba con nadie y jamás contaba mis cosas privadas a nadie, no podía.
Yo no era estúpido, y si quería jugar a ver quién tenía la sartén por el mango, jugaríamos. Tratando de hacerme el sorprendido le respondí.
-¡Oh! ¿Cómo sabéis eso? ¿Espiáis a mis amigos, señora? – le estaba dando unos segundos de satisfacción, para que se creyera la vencedora. – Sabéis cosas que nadie en la ciudad sabe porque jamás han salido de mi boca. - Reí pícaramente, para que se diera cuenta ella misma del error que había cometido – Bonitas dotes adivinatorias, milady. No habéis querido decirme quién sois y, sin embargo, vos misma os habéis delatado. – terminé el Cointreau y la miré de manera penetrante, acercándome a ella. – Disculpad, tenéis una gotita de alcohol en vuestro labio. – y acerqué el dedo a su labio superior y se lo levanté ligeramente, lo suficiente para verle uno de sus afilados colmillos de chupasangre. – Justo lo que me esperaba… ¿Veis como yo también se jugar a los detectives? - volví a sonreír, tras haberla ridiculizado ya dos veces.
Le di unos instantes para que asumiera su posición actual y miré hacia atrás, para comprobar que se encontraban en el local la pareja de tipos con sombrero y armas mágicas que se encontraban detrás de mí y que siempre solían llegar a la hora a la que estábamos. Efectivamente, lo habían hecho.
-¿Veis a aquellos dos de allí atrás? – me aparté de la barra ligeramente, para que pudiera verme. Su aspecto lo revelaba todo, eran inquisidores, cazadores de vampiros. ¿Qué más daba? Aquella mujer sería un buen aperitivo. - ¿Queréis que sea a ellos a quien les pregunte acerca de vuestras habilidades mágicas, señorita Black? Vamos, no me diga que no los reconoce, seguramente sea usted mucho mayor que yo. – y volví a reír. –No me lo toméis a mal, mi dama, no me importa su condición. Además no le negaré que deseo ese pasaje, al igual que vos necesitáis mi ayuda. Sólo que... Igual podéis entregármelo por adelantado. – le “propuse”, aunque era una “propuesta” que no podría rechazar. - De lo contrario iré a explicarles a los caballeros que deberían probar suerte a que les leyera la mente. – me acerqué a su oído, igual que ella había hecho antes, la tomé por la cintura y le susurré. - Y como intentéis algo extraño, tengo balas de plata en el cargador. - le indiqué con una sonrisa. La mujer no podía negar que sentía atracción por mí, sentí su respigo cuando le dije esto y puse mi mano sobre su pierna. Luego me alejé. – No os ruboricéis, por favor, no era mi intención invadir vuestro espacio. – dije ya en voz alta, para el resto de la taberna, riéndome. - ¿Y bien, quién gana ahora, Ishtar? ¿Me vais a dar el pasaje, verdad? – indiqué pidiendo una nueva copa para ambos. Ella era una cabrona, cierto, pero yo también. Y sabía de mucha gente que había perecido a manos de un vampiro. Así que conmigo, más le valía no pasarse de lista.
Roma Hawke- Esclavo
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 06/11/2016
Re: Al servicio de la oscuridad [Privado]
Era divertido observar como aquel hombre de piel morena pasaba de la estupefacción producida por mis extraños conocimientos sobre su persona, al enfado por sentirse engañado. ¿Qué acaso no se daba cuenta de que sabía lo que estaba pensando en cada momento? ¿Incluso que ahora se había propuesto intimidarme con sus palabras?
Pobre necio que pensaba que podría apostar igual de fuerte que yo en este juego que había inventado hace milenios. Pensé que podría terminar en aquel mismo momento con tanta tontería, dejarle claras las cosas de quien mandaba allí, pero sin duda sería más divertido ver que as se pensaba que guardaba bajo la manga. Si quería contratarlo como sirviente, desde luego no me valía ningún inútil que no supiese hacer la o con un canuto.
- No ha sido ningún error por mi parte decirle lo que le he dicho, solo una forma de llamar su atención.- bebí despacio de mi copa, clavando mis ojos en los suyos. A estas alturas sabía que dudaba entre que yo fuese una inmortal o tal vez una hechicera; y su gesto para comprobarlo no se hizo de rogar. Un hombre valiente donde los haya, pues acercó su mano hacia mis labios con una escusa poco original.-Quizás se crea que ha descubierto la Atlántida por conocer mi naturaleza en estos mismos momentos; pero debe saber que he sido yo quien se lo ha permitido, porque me interesa que lo sepa si quiere aceptar el trabajo. Conmigo no hay segundas oportunidades, si me traiciona, me servirá de cena.
Sonrisa ladina que se dibujó en mis labios al escuchar en su mente que pensaba que me había ridiculizado. Desde luego que este hombre no sabía con quien estaba hablando. Tal vez un pequeño mordisco podría enseñarle modales, o un poco de dolor que le hiciese doblegarse ante mí. Pero lo cierto es que no quería causarle daños si luego requería de sus servicios.
Desvié la mirada hacia esos dos cazadores que estaban dando buena cuenta de sus bebidas; esos que de vez en cuando desviaban la vista hacia nosotros, y que en sus mentes desde luego no estaba la idea de clavarme una estaca en el corazón precisamente. ¿Así que ahora me amenazaba? No podía negar que no le echaba huevos el esclavo, pero las amenazas y yo no hacíamos buenas migas. Quizás una pequeña lección de humildad no le iría mal al joven que las creía todas consigo.
Esperé que terminase de hablar para tomar mi turno, turbándome su cercanía no solo por el calor de su cuerpo, sino por la tensión de mis colmillos al sentir tan cerca el latir de su aorta cuando se aproximó para susurrar su plan en mi oído. Otra amenaza que se veía reducida a la nada, especialmente cuando se diese cuenta que con su acercamiento le había quitado el revolver que tenía sujeto por el cinto a sus espaldas.
- Debo confesarle, querido Roma, que vi a esos cazadores nada más entrar en la taberna, y que no creo que tengan intención de darme caza cuando no son capaces siquiera de beber de sus copas.- sonreí de medio lado, haciéndole un gesto con la cabeza para que volviese a mirarlos. Clavé mis ojos en ellos, que en ese momento también me miraban, y concentrándome en sus mentes, destrocé todo aquello que había en ellas, los sometí de tal forma que ambos se quedaron solidificados y solo un hilo de baba caía de sus labios.- Bien, pasando al siguiente tema, no me importaría darle el pasaje por adelantado, pero tal y como vos no demostráis confianza en mí, ¿por qué debería demostrarla yo en vos? Cierto que si me traicionaseis os encontraría sin problema, a vos y a vuestra madre que por supuesto también pagaría las consecuencias, pero para mí sería un incordio desperdiciar en vos un tiempo precioso.- traté de pensar de que forma podríamos llegar a un acuerdo; era complicado negociar con un hombre como aquel, y la paciencia no era mi fuerte. Tal vez lo eligiese como cena, y escogiese a otro humano menos altivo para servirme.- No sé con cuantos otros inmortales habrá tratado, ni siquiera si lo ha hecho, pero debo confesarle por su bien, que yo no soy como el resto. Como bien decís soy mayor, lo suficiente como para poder someter a otros de mi misma naturaleza. No os conviene enfadarme, la paciencia no es una de mis virtudes. Y si se refería al cargador del revolver que portaba a su espalda, haría bien en comprobar que ya no lo porta.- Saqué su arma de debajo de mi capa, doblando con un solo dedo la punta de esta hasta inutilizarla por completo, dejándola después sobre la barra donde el posadero terminaba de servir la reposición de nuestras bebidas.- Podemos hacer una cosa, si desea dos pasajes, le daré a su madre uno, y el suyo se lo entregaré cuando haya cumplido con su cometido, ¿qué le parece?
De nuevo mis cartas sobre la mesa, una mano ganadora sin duda. Lo que no sabía Roma es que yo siempre tenía el comodín a mi favor, y que no me gustaba perder ni a las canicas. Si algo no me interesaba, su final no sería mucho mejor que el de los pobres cazadores cuya mirada ahora se encontraba perdida en la nada; vidas que habían sido destrozadas por el simple hecho de amenzar con delatarme.
Pobre necio que pensaba que podría apostar igual de fuerte que yo en este juego que había inventado hace milenios. Pensé que podría terminar en aquel mismo momento con tanta tontería, dejarle claras las cosas de quien mandaba allí, pero sin duda sería más divertido ver que as se pensaba que guardaba bajo la manga. Si quería contratarlo como sirviente, desde luego no me valía ningún inútil que no supiese hacer la o con un canuto.
- No ha sido ningún error por mi parte decirle lo que le he dicho, solo una forma de llamar su atención.- bebí despacio de mi copa, clavando mis ojos en los suyos. A estas alturas sabía que dudaba entre que yo fuese una inmortal o tal vez una hechicera; y su gesto para comprobarlo no se hizo de rogar. Un hombre valiente donde los haya, pues acercó su mano hacia mis labios con una escusa poco original.-Quizás se crea que ha descubierto la Atlántida por conocer mi naturaleza en estos mismos momentos; pero debe saber que he sido yo quien se lo ha permitido, porque me interesa que lo sepa si quiere aceptar el trabajo. Conmigo no hay segundas oportunidades, si me traiciona, me servirá de cena.
Sonrisa ladina que se dibujó en mis labios al escuchar en su mente que pensaba que me había ridiculizado. Desde luego que este hombre no sabía con quien estaba hablando. Tal vez un pequeño mordisco podría enseñarle modales, o un poco de dolor que le hiciese doblegarse ante mí. Pero lo cierto es que no quería causarle daños si luego requería de sus servicios.
Desvié la mirada hacia esos dos cazadores que estaban dando buena cuenta de sus bebidas; esos que de vez en cuando desviaban la vista hacia nosotros, y que en sus mentes desde luego no estaba la idea de clavarme una estaca en el corazón precisamente. ¿Así que ahora me amenazaba? No podía negar que no le echaba huevos el esclavo, pero las amenazas y yo no hacíamos buenas migas. Quizás una pequeña lección de humildad no le iría mal al joven que las creía todas consigo.
Esperé que terminase de hablar para tomar mi turno, turbándome su cercanía no solo por el calor de su cuerpo, sino por la tensión de mis colmillos al sentir tan cerca el latir de su aorta cuando se aproximó para susurrar su plan en mi oído. Otra amenaza que se veía reducida a la nada, especialmente cuando se diese cuenta que con su acercamiento le había quitado el revolver que tenía sujeto por el cinto a sus espaldas.
- Debo confesarle, querido Roma, que vi a esos cazadores nada más entrar en la taberna, y que no creo que tengan intención de darme caza cuando no son capaces siquiera de beber de sus copas.- sonreí de medio lado, haciéndole un gesto con la cabeza para que volviese a mirarlos. Clavé mis ojos en ellos, que en ese momento también me miraban, y concentrándome en sus mentes, destrocé todo aquello que había en ellas, los sometí de tal forma que ambos se quedaron solidificados y solo un hilo de baba caía de sus labios.- Bien, pasando al siguiente tema, no me importaría darle el pasaje por adelantado, pero tal y como vos no demostráis confianza en mí, ¿por qué debería demostrarla yo en vos? Cierto que si me traicionaseis os encontraría sin problema, a vos y a vuestra madre que por supuesto también pagaría las consecuencias, pero para mí sería un incordio desperdiciar en vos un tiempo precioso.- traté de pensar de que forma podríamos llegar a un acuerdo; era complicado negociar con un hombre como aquel, y la paciencia no era mi fuerte. Tal vez lo eligiese como cena, y escogiese a otro humano menos altivo para servirme.- No sé con cuantos otros inmortales habrá tratado, ni siquiera si lo ha hecho, pero debo confesarle por su bien, que yo no soy como el resto. Como bien decís soy mayor, lo suficiente como para poder someter a otros de mi misma naturaleza. No os conviene enfadarme, la paciencia no es una de mis virtudes. Y si se refería al cargador del revolver que portaba a su espalda, haría bien en comprobar que ya no lo porta.- Saqué su arma de debajo de mi capa, doblando con un solo dedo la punta de esta hasta inutilizarla por completo, dejándola después sobre la barra donde el posadero terminaba de servir la reposición de nuestras bebidas.- Podemos hacer una cosa, si desea dos pasajes, le daré a su madre uno, y el suyo se lo entregaré cuando haya cumplido con su cometido, ¿qué le parece?
De nuevo mis cartas sobre la mesa, una mano ganadora sin duda. Lo que no sabía Roma es que yo siempre tenía el comodín a mi favor, y que no me gustaba perder ni a las canicas. Si algo no me interesaba, su final no sería mucho mejor que el de los pobres cazadores cuya mirada ahora se encontraba perdida en la nada; vidas que habían sido destrozadas por el simple hecho de amenzar con delatarme.
Ishtar Black- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 21/09/2016
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