Al filo de la Oscuridad {Privado}

El vampiro empujó a la mujer que se encontraba sentada a horcajadas sobre su verga con una fuerte maldición. Sus colmillos se retrajeron conforme se erguía amenazante. La joven, de alrededor trece años, temblaba incontrolablemente ante la intensidad de su orgasmo. – ¡Puta que te parió! Te advertí que no te corrieras todavía. El odio refulgía en la mirada de Darren. Tamara se había convertido en una de sus “niñas” favoritas en cuanto había sido transferida a su puto orfanato. De cabello rubio, orbes aguamarina y curvas pronunciadas, ya pintaba para ser toda una dama, un par de años más y cualquier pendejo la buscaría como perro en celo. Su hermana, dos años menor que ella, compartía los mismos rasgos, la misma notable belleza. Darren aún no la había tocado, no por falta de ganas, simplemente había estado esperando por el momento indicado. Uno que ya había llegado. Haberse adueñado de ese jodido lugar había sido una de sus mejores decisiones. Sangre fresca y joven. Niños siempre a su alcance. Las marcas gemelas palpitaban en el cuello de Tamara, una prueba más que se añadía a la violación en su cuerpo. La sonrisa del vampiro se extendió con la misma lentitud en que ella despertaba de su ensueño. Como acto reflejo intentó cubrirse con sus pequeñas manos. La prueba de su orgasmo caía sobre sus muslos, Darren no necesitaba bajar la mirada para confirmarlo, su miembro estaba bañado de esos jugos. Inhaló con fuerza para llenar sus pulmones con su fragancia. – Espero que Francine sea mejor siguiendo órdenes. Se había acomodado sus ropas, aunque las arrugas estaban lejos de desaparecer. No le importaba. ¿A quién cojones podría importarle si no iba implacable? Solo era el primo de un conde. ¡La maldita blasfemia no podría volverlo más desquiciado! El reconocimiento llegó a la mirada de Tamara, el nombre de su hermana le había hecho detener las lágrimas. ¿Es qué todas las mugres mujeres creían que llorando ablandarían al diablo? La puerta cerrándose de un golpe amortiguó su voz. Darren no iba a perder el tiempo. El Théåtre Des Vampires se engalanaría con su presencia. Era un Ralph. Ni más ni menos que el bastardo que había heredado el condado.

Francine quería ver una función y él se sentía tan malvado como para aceptar su petición. La última. Además, nunca había entrado. ¿Qué clase de perdedor se metía como actor? ¿Cuántos vampiros formaban parte de las presentaciones? La idea era aberrante. Estaba claro que tiempo era lo que sobraba, tanto que muchos decidían malgastarlo. Dejó escapar un gruñido conforme se subía al carruaje para transportarse. De no ser por Francine, habría recorrido los bosques, pero esa noche tenía una acompañante. La risa explotó a través de su garganta conforme se alejaban. La ironía del momento lo enfebreció. No era diferente a aquéllos que tomaban un personaje para representarlo, él también estaba actuando. Golpeó el techo para que el chofer se detuviera, abandonándolos en uno de los callejones oscuros. ¿De qué servía actuar sino habían espectadores? Compañía. Tenía que encontrar a una desconocida. Cualquiera. Seguramente habría una que se dirigiera al teatro que frecuentaban los humanos. O quizás... Fue Francine la que le alertó de una mujer fuera de las instalaciones del Teatro. Su mirada era delatadora, pero sus pensamientos lo eran aún más. Quería entrar. Darren tenía mejores planes que perderse entre el bullicio de corazones palpitando y sangre fluyendo sonoramente. No. ¿Por qué torturar a un vampiro cuando podría a torturar a más de uno llevando a las presas a su cueva? Se acercó a grandes zancadas, cruzando la distancia, advirtiéndole a Francine que le esperara. Cruzó la calle sin apartar la mirada de su víctima. Era sencillo, podría ir por su voluntad o bien, ir por la fuerza. Darren no se inclinaba por una en especial, pero la fuerza siempre había sido su especialidad. - ¿Fantaseando con sentarse en uno de los palcos? El tono de su voz sonaba terriblemente amable, en contraste con la mirada que parecía devorarla por completo.