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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jean D. Lachance Sáb Nov 12, 2016 11:49 am

La lluvia cae fría en el exterior, encharcando los desgastados adoquines de París. Con un repiqueteo constante, salpica los enmarcados cristales de la cafetería. Situada en el corazón de la urbe, está tan llena de gente que el calor casi resulta asfixiante; se entremezcla con el aroma de los puros y el café, hasta formar una ligera neblina en el ambiente. El sonido de las conversaciones ajenas, las tazas entrechocando con los platos, el arrastrar de las sillas; el crepitar de las llamas, los estornudos en pañuelos, las risas de las camareras. Puede que resulte incómodo al principio, pero tras las dos horas que llevo sentado en una butaca junto a la chimenea, a duras penas percibo algo más que un murmullo a mi alrededor. Hace ya tiempo que el café ha quedado frío en su taza; al lado de las delicias que se sirven en las colonias, resulta aguado, insípido. Fácil de olvidar. Como todas esas jóvenes de buena familia a las que mi padre envía constantemente a revolotear a mi alrededor, en busca de mi fortuna.

Es el caso de la chica de hoy. De rostro ovalado con forma de corazón y claros cabellos como el oro fundido, resultaría más bonita si fuese capaz de conversar. Sin embargo, la joven parece incapaz de hacer algo más que sonreír, y alabar mi aspecto con la levita nueva que me hice confeccionar por Mihaela. Deshaciéndome en cortesía, llevo toda la tarde intentando encontrar un interés común entre ambos. Infructuosamente. Al parecer, el único interés del jarrón rubio es cuidar de su aspecto; no monta a caballo, ni gusta del arte, ni tampoco de la lectura. A la pregunta de quién fue el fundador de las colonias de mi tierra se ha limitado a sonreír de nuevo, para después desearme por enésima vez una buena salud para mi familia. Sólo le falta preguntar cuantos francos gano por mes, porque resulta evidente que es su único interés en mi persona.

Y yo busco algo más en mi pareja. Que sirva para algo más que para parir hijos. Que sea algo más que una cara bonita. Que sepa decirme en qué año nació sin necesidad de contar con los dedos.

En estos momentos me está explicando cuántas pasadas de cepillo se da cada noche antes de irse a dormir. - Comprendo - Le digo, recostado cómodamente en la mullida butaca. Intentando mantener una sonrisa afable, meto la mano en mi chaleco para sacar de él mi reloj de bolsillo. El oro refleja las llamas en la superfície, creando un juego de luces y sombras sobre mi rostro. Sin interrumpir a la joven, abro ostentosamente la tapa del reloj. Después, me incorporo bruscamente en el sillón, con el rostro demudado por la falsa preocupación - ¡Vaya, pero mira qué hora es! - Digo, pasándome una mano por los rizados cabellos - Lo siento mucho, mademoiselle, pero he quedado con un amigo en este mismo lugar. Asuntos de negocios, ya sabe; nada de lo que deba preocuparse una joven señorita. - La rubia hace ademán de abrir su boca, exactamente lo que llevo intentando toda la tarde que haga. Sin embargo, su momento ya ha pasado; ahora la única opción que aceptaré es que se marche, puesto que yo ya he cumplido con mis obligaciones para con mi familia. Levantándome con brusquedad, saludo con efusividad a un hombre que acaba de entrar por la puerta para disimular. Aunque todavía no lo sabe, acaba de convertirse en un hombre de negocios importante - ¡Amigo! ¡Aquí!
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Mensaje por Colton Bradley Sáb Nov 12, 2016 5:54 pm

Tarde lluviosa en París, qué novedad. El león estaba acostumbrado al clima cambiante de las motañas sudafricanas donde se encontraban las tierras de los Bradley, pero allí era diferente; había bosques, vegetación, aire puro, no una urbe apestosa que más bien parecía una enorme cloaca llena de seres humanos grises y decadentes que hacían juego con el tiempo.

Nebet estaba especialmente insidiosa. Lo había estado cabreando durante toda la comida, atacándolo gratuitamente con palabras hirientes escupidas con todo el veneno del que era capaz. La paciencia no era una de sus virtudes y ya estaba teniendo mucha con ella, recordándose a diario que su mujer había enfermado de los nervios por una cuestión psicológica y sentimental. Estaban atrapados en aquella farsa de matrimonio convenido por ambos unos pocos años atrás para mantener sus respectivas libertades, cuando creyeron que aquella bonita amistad se podría mantener tras intercambiarse sendos anillos. Pero no, ella finalmente quería un marido de facto, que ejerciese como tal, y eso no era posible. Se suponía que París iba a proporcionarle a su mujer una fuente inagotable de actos sociales, fiestas, reuniones y bailes, exposiciones, charlas arqueológicas y un sinfín de eventos que la mantendrían distraída y con suerte pudiera conocer a alguien que de nuevo la ilusionara. Pero la diosa Fortuna es caprichosa y nos favorece cuando a ella le da la gana, y éste no era el caso.

Tras el té, Colton se sentó a leer un libro que acababa de recibir sobre las expediciones de Champolion en Egipto, donde había descubierto la piedra Rosetta con la cual serían capaces de descifrar los jeroglíficos que estaban inscritos en las pirámides y otros objetos. Estaba absolutamente fascinado con el continente negro y las antiguas civilizaciones, especialmente aquellas que veneraban a Bastet, la diosa felina a la que adoraban algunos clanes de cambiaformas, especialmente el suyo, Los Bastet. Nebet irrumpió en el despacho iracunda.

¡Oh! déjame adivinar... te vas a quedar toda la tarde ahí leyendo, ignorando a la loca de tu mujer ¿no? haciendo tiempo para irte esta noche por ahi a buscar algun mozo de cuadras que te deje empotrarlo contra el establo...

El león cerró los ojos apretándolos con fuerza. Los abrió de nuevo, cerró el libro con cuidado y se puso el abrigo pasándose las manos por el pelo, rubio e indomable. Le dolía en el alma ver cómo ella se consumía en amargura, cómo su odio hacia él crecía y crecía. Pero no podía amarla más de lo que la amaba, y ella sabía que eso iba a ser siempre así, desde el primer momento. No hubo engaño, ella sabía que le gustaban los hombres y que jamás la vería de otra forma que no fuera su mejor amiga.

No me esperes despierta. Trata de divertirte.— El tono empleado fue algo seco, pero es que ya no podía aguantar más sus acometidas sin saltar y si lo hacía, acabarían gritándose o peleando y no le apetecía. Le dirigió una dura mirada y salió por la puerta, calándose el abrigo de paño gris y subiendo las solapas para protegerse del aguacero.

El libro seguía en su mano, así que lo ocultó en el interior de la prenda porque no quería que se estropease. A veces leía en algún banco solitario a orillas del Sena, otras en las vastas extensiones de los campos Elíseos. Pero llovía y no le gustaba estar mojado. ¿A qué gato le gustaba?. Deambuló por las calles un rato hasta decidirse a entrar en una café de aspecto bastante anodino, uno de tantos, lleno de gente que tomaba algo, charlaba o fumaba. Gente gris como esa ciudad,gente que jamás conocería la grandeza del amanecer en el Kilimanjaro, personas que morirían sin salir de aquella cloaca, estrechos de miras y de visión. Humanos que se enorgullecerían de que un paisano descubriese un nuevo territorio para la gloriosa madre patria; como si fueran ellos mismos los que hubieran llevado a cabo aquella gesta. Ignorantes. Él era británico pero no era su graciosa majestad la que se había jugado el pellejo en Tanzania, Níger o Marruecos. Él sí que había estado allí, explorando en expediciones arqueológicas, saciando su insaciable curiosidad. Había visto el mundo con ojos de niño día tras día y ahora mismo se sumía en un sopor rutinario que lo ahogaba. Echaba de menos viajar y el cielo estrellado sobre su cabeza.

Bueno, con suerte Nebet se cansase de machacarlo y encontrase otra diversión. Ojalá que encontrase un amante que la mantuviese ocupada, pero eso ya sería mucho pedir. Empujó la puerta con el hombro y una vaharada de aromas variopintos invadieron sus fosas nasales. Rastreó con la mirada el local en busca de alguna mesa libre, a ser posible en un lugar tranquilo donde pudiera hojear ese tesoro compuesto de páginas y viajar mentalmente de nuevo a su querido Egipto. De pronto vio a un hombre hacerle señas e indicarle que se acercara. Enarcó una ceja. ¿Se lo estaba diciendo a él? se giró un segundo para asegurarse que no había nadie a su espalda a quien el hombre estuviera avisando. Pues no, no había nadie, así que lo estaba llamando a él.

Avanzó unos pasos fijándose en el hombre del pelo rizado que lo llamaba como si lo conociese. ¿Lo conocía de algo? pues la cuestión es que no estaba seguro, creía que no. Pero Colton solía ser un tipo muy sociable, dicharachero, el alma de la fiesta allí donde iba, lo cual le grangeaba un buen éxito social. Quizás habían coincidido en algun lugar y no lo recordaba. Era imposible recordar a todo el mundo, aunque a él si que lo recordasen... alto, de complexión musculosa pero elegante, rubio como el sol, con aquellos ojos del intenso color del mar y una sonrisa constante en la boca. Tenía esos andares y esos movimientos felinos que un buen observador podría catalogar de hipnóticos. Elegancia natural por los cuatro costados, el rey de la selva transfigurado en hombre. Y un ego tan grande como él mismo.

Buenas tardes.... amigo.— Le tendió la mano y a la mujer que estaba sentada le hizo una reverencia con la cabeza.— señorita...— se pasó las manos por el pelo haciendo que resbalasen algunas gotas por el abrigo, y a continuación se desabrochó los botones del mismo para quitárselo y colgarlo en una silla. Casualmente llevaba el librote en la mano, así que el invento de su nuevo "amigo" quedaría redondo sin haberlo planeado.— Siento interrumpir, afuera está cayendo una buena, la meteorología en esta ciudad es cambiante como la voluntad de una mujer.— Su acento lo delataba claramente, era inglés hasta la médula. Le sonrió a la chica y después se giró hacia al hombre con el interrogante flotando en los ojos, pero manteniendo el gesto cordial.— Un placer... volver a verle.

No tenía ni idea de si se habían visto antes, pero por si acaso, no quería ser descortés.
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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Nov 15, 2016 4:24 pm

El corazón me late a toda velocidad, acelerado ante la perspectiva de que el desconocido no quiera seguirme el juego. Unas palabras equivocadas ante los oídos de la dama bastarían para hacerme quedar en ridículo, dándome fama de artero en la sociedad. Y es que, si hay algo que me ha quedado claro durante esta tarde, es su naturaleza chismosa y cortesana. En cuanto la joven abandonase el café media París estaría hablando sobre el tema. Matronas y doncellas susurrarían por igual a mis espaldas, preguntándose si la razón de mi soltería es una consideración astronómica de mi propio ego. Los caballeros se reirían de mi con una copa en las manos, lo que les impediría mantener relaciones comerciales serias con la compañía Lachance. Nadie respeta a aquellos de los que se ríe cuando bebe; y de mi, como indiano recién llegado de las colonias, menos que nadie. Incluso los criados hablarían del tema, sintiéndose por una vez tan importantes como los señores.

Durante unos instantes, me planteo si realmente ha valido la pena arriesgarse por librarme de la dama. Varek siempre dice que soy demasiado impulsivo, y tiene razón... pero, por suerte para mi, cuento con armas suficientes para salir de cualquier atolladero. Otro apenas podría contener los temblores ante la perspectiva del oprobio público. No es mi caso. Mis manos permanecen firmes a los costados; mi sonrisa, presta a mis órdenes. El tono de mi voz es cálido, matizado por la familiaridad que se le concede sólo a unos pocos amigos y allegados. Sólo mis ojos dejan translucir lo que realmente sucede en mi interior; una tormenta de emociones contradictorias que sólo la experiencia de mi profesión me permite recluir. Un desconocido no percibiría nada extraño en mi actitud, pero un observador muy minucioso podría desenmascarar el engaño. Que no es, para nada, el caso de mademoiselle Lynesse.

Tomando su mano con delicadeza, la ayudo a levantarse de la butaca. Parece desconcertada, pero pronto recurre a su cortesía para ocultar su decepción. Lástima; es joven, pero ya aprenderá que en esta vida, las desilusiones son más frecuentes que los triunfos. Esbozando una triste sonrisa, obsevo sus orbes oscuros antes de despedirme de ella. Son su rasgo más hermoso, brillante a la cálida luz de las lámparas - Lamento tener que interrumpir nuestra velada, mademoiselle - Le digo, besando el dorso de sus dedos con suavidad y delicadeza. - Tal vez podamos vernos otro día, en el que el deber no me impida continuar disfrutando de su compañía.

La credibilidad de mis palabras se ve reforzada por la conducta del desconocido. Pese a su sorpresa inicial frente a mi saludo, ha sabido reaccionar rápidamente ante la circunstancias. Saluda con educación a Lynesse, mientras tiende una enguantada mano en mi dirección como un buen caballero. Estrechándosela con fuerza, observo con curiosidad los rasgos de mi salvador. Sus ojos son tan azules como los míos, del color de las aguas caribeñas. No es el caso del pelo; sus cabellos, empapados por la lluvia, son del color del oro fundido. Enmarcan un rostro de mandíbulas fuertes, pómulos marcados y piel morena. Unos ragos agraciados, sin duda, y mucho más interesantes que el de mi anterior acompañante. Estupendo.

- Tienes razón, monsieur amigo; el tiempo es horrible. Es una de las cosas que menos me gustan de Europa - Le digo amistosamente, haciéndole un gesto para que tome asiento en el recién vaciado butacón. El hombre coloca su abrigo en el respaldo, tan mojado como sus cabellos. La lana gotea sobre la madera pintada, dejando brillantes surcos sobre la superfície dorada. Lynesse, de pie junto a la mesa, nos dedica una última mirada tímida. Abre y cierra sus rosados labios varias veces, como si fuese a exponer algún reproche. Sin embargo, para variar, no articula palabra alguna. No importa; ya me encargo yo de despedirla- Caballero, por favor - Detengo a uno de los camareros, que vuelve a la cocinas cargado con una gran bandeja de porcelana sucia - Lleve a la señorita a los establos, y que la lleven en mi carruaje a su hogar. Dígale al cochero que a continuación vuelva aquí, por favor. Gracias.

Acompaño mi petición con un par de monedas en su bolsillo, que le entrego discretamente a modo de propina. El hombre hace una reverencia en mi dirección, tan marcada como se lo permite su carga. Después, desaparece tras la puerta del servicio, seguido de cerca por una cohibida Lysanna.

Aliviado por su partida, me giro con una sonrisa en dirección al caballero. Pese a que el problema principal ya ha partido, me siento en la obligación de compensar al caballero por su amabilidad en el asunto. Con cuidado para no arrugarme la levita, tomo asiento en la ornamentada butaca dispuesta frente a él. Estar sentado disimula mi altura, bastante inferior a la del caballero, lo que me hace sentir más cómodo y seguro.

- Muchas gracias por su ayuda, monsieur. Las atenciones de las doncellas no siempre son fáciles de satisfacer, y ésta en concreto, menos que el resto - Alargo la mano hacia mi café, para después recordar que está tan helado como insípico. Dejándolo de nuevo en la taza, miro fijamente a los ojos del rubio antes de continuar hablando - Por favor, pídase lo que quiera. Se lo pagaré con mucho gusto. Imagino que ha venido usted a leer y relajarse; si mi presencia le es inconveniente, con mucho gusto le dejaré a solas con sus pensamientos.
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Mensaje por Colton Bradley Miér Nov 16, 2016 2:49 pm

Ahora sí que tengo claro que no conozco al caballero de nada, de lo contrario lo recordaría. Ese pelo rizado que desafía la gravedad, como si fueran los muelles de un colchón, esa tez morena y esos ojos de un color azul intenso, azul tormenta imprevisible, como las del estrecho que separan África de Europa; no me habrían pasado desapercibidos.

La jovencita encantadora compone un mohín de pura frustración, porque su plan estupendo para esa tarde acaba de esfumarse y ha sido enviada a su casa impunemente con una promesa vaga que los allí presentes saben que no se va a cumplir. Hay que entender que para las mujeres el mundo es mucho más complicado; sin un matrimonio conveniente, su vida y su bienestar penden de un hilo. El estatus social y el conseguir un marido-trofeo es su máxima aspiración y meta en la vida, y perder una batalla las acerca a perder la guerra. Una lástima que la sociedad las obligue a estos clichés, porque el león siempre apostó por las mujeres fuertes, las leonas que son capaces de sacar adelante a su manada sin importar lo que se ponga por delante. Como Nebet. ¡Ay! Nebet. Su mujer, una rareza, una leona, fuerte e independiente que había perdido completamente el norte.

Sacudo la cabeza para que las gotas que amenazan con caer sobre la mesa, caigan al suelo, y de paso quitarme los pensamientos negativos que siempre trae a lomos mi mujer. Dejo el libro frente a mí y me siento frente al caballero.

Supongo que eso es relativo, que depende del prisma de quién lo observe. Dicen que muchas veces lo que queremos no es lo que necesitamos. Quizás lo que necesitaba la señorita era otro tipo de atención y no era lo que usted quería. Desear atención de alguien a quien consideramos interesante no es delito ¿no le parece?. Tenga un poco de compasión con ella, no tiene la culpa de sentirse atraída por un caballero— ¡Oh! ahí Jean había tocado un tema espinoso sin saberlo. El león solía ser el centro de atención y le encantaba serlo, alimentaba su enorme ego de rey de la selva. De hecho, cuando no lo era, se preguntaba qué estaba mal, qué había cambiado para no serlo; se miraba en el espejo tratando de descubrir arrugas o michelines inexistentes que hubieran mermado su atractivo.— Soy Colton Bradley, un placer haber sido su excusa para una tarde interminable.— esbozó una sonrisa demasiado sincera para ser irónica del todo, que Bradley era inglés pero su sentido del humor no tenía la acidez petulante de los lords.

El camarero pasó por allí cerca y le hizo una señal para pedirle un té a ser posible Earl Grey con una rodaja de limón y una ramita de canela. Ciertamente era un gourmet, como la mayoría de los felinos, tenía un paladar exigente para ciertas cosas. En su forma animal siempre optaba por presas grandes y jugosas, no cazaba pájaros o ratas ni aunque estuviera famélico. Y como humano era un poco sibarita con lo que comía y bebía. Cuando estaba explorando en lugares recónditos se adaptaba al rancho que hubiera, no sin antes haber dejado claras sus protestas y su opinión sobre lo que él consideraba comida para perros. Era todo un derroche de energía contenido en un envase de elegantes movimientos.

No se preocupe, entré en el café porque odio que me caiga la lluvia encima si hay otra alternativa. Traje el libro, pero a decir verdad, no creo que tenga la cabeza lo suficientemente centrada para leer. Si no le resulta molesto conversar, será un placer tomar el té e intercambiar historias de lugares remotos, ya que detecto por su acento que procede de ultramar.
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Mensaje por Jean D. Lachance Miér Nov 23, 2016 4:11 pm

- Encantado, monsieur Bradley. Yo soy Jean Lachance - Me recuesto en la butaca mientras hablo, cruzando mis piernas y apoyando ambas manos en sus respectivos reposaderos. La tensión que había acumulado tras dos horas de incomodidad ha desaparecido; en su lugar sólo queda la curiosidad, un rasgo distintivo en mi desde que no era más que un niño. En mi tierra natal de Luisiana, me encantaba descubrir cualquier cosa que pudiera revestir cualquier clase de misterio. No importaba si era una cueva en el bosque, o un secreto celosamente guardado; debía encontrar la respuesta, y no paraba hasta hallarla.  Mis habilidades analíticas nos llevaron a Varek y a mi a descubrir que la criada se probaba las joyas de nuestra madre; que los esclavos estraperlaban las mejores botellas de alcohol; y que padre bajaba una vez al mes a las cabañas de los esclavos, a visitar a sus hijas de un modo más cariñoso del habitual. Es un rasgo más bien problemático, pero que me ha resultado muy útil en la vida. Y es precisamente éste el que me impulsa a analizar a Colton, para obtener una primera impresión útil de él. Señalando con el mentón su libro, le dedico media sonrisa misteriosa antes de continuar hablando. - ¿Puedo preguntar cuáles son sus intereses literarios? ¿Es usted sensacionalista, o se decanta tal vez por las lecciones objetivas?

El camarero escoge ese momento para volver con una tetera, cargada con un aromático té desconocido para mi. Lo cierto es que las infusiones me parecen agua sucia, pero me guardo mis opiniones para mí mismo; el origen británico de Colton excusa sus excentricidades, que posiblemente sean iguales respecto de la oferta culinaria. Realizando una ligera reverencia, el empleado deposita una taza esmaltada frente a Colton. Está tan ornamentada como el resto del local, con los bordes dorados y unos pequeños ruiseñores representados sobre una rama. Con la habilidad que confiere la práctica, no tarda nada en servirle la infusión al inglés; le pregunta sus gustos respecto al azúcar y la leche, que coloca siguiendo las instrucciones de Bradley. Junto a la tetera y la taza deposita un pequeño plato de pastas, cortesía de la casa.

Antes de que se marche, le hago un gesto con la mano para que me traiga otra consumición. El café ha resultado ser una mala opción, pero el licor es el mismo aquí y en las colonias.- Tráigame el mejor whisky que tenga, por favor – Le pido, sin prestarle demasiada atención. La referencia a Lynesse por parte de Colton me ha hecho torcer ligeramente el gesto, sumiéndome en un incómodo silencio durante unos minutos. Resulta complicado explicarle a un desconocido que mis expectativas en el amor no son, en la mayoría de casos, cumplidas por las féminas. Son hermosas, cierto, y algunas incluso están instruidas en más artes que en la música y la costura. Pero siempre hay más diferencias que similitudes entre nosotros, que provocan que no pueda amarlas con la intensidad que desearía. Y que es precisamente por ello por lo que casi siempre, por alguna razón extraña y antinatura, acabo sucumbiendo a los encantos de los hombres. Son más similares a mi, y también más fuertes; y sin embargo, al mismo tiempo, constan de una inocencia y simplicidad que ninguna mujer podría poseer. Ellas son maliciosas  por naturaleza, dadas al chismorreo, la envidia y el hogar. Algo a lo que en ningún caso buscaría atarme para toda la vida.

Cauteloso, clavo mi mirada en la del extranjero. Sus ojos brillan a la luz de la araña, semejantes a un cielo estrellado.  Resultan inquietos, vivaces. Y me hacen sentir como si fuesen capaces de leer incluso mis más oscuros secretos. - El tema de mademoiselle Lynesse es complicado. No la culpo por querer buscarse un matrimonio respetable, y en cierto modo, de coincidir nuestros deseos podría hallar en mi a un buen partido. Soy sólo un segundo hijo, pero no puede decirse que carezca de fortuna. Mi profesión me ha permitido amasar una importante cantidad de francos desde que la practico, y como usted bien ha adivinado por mi acento, tengo negocios en ultramar. Además, mi hermano mayor no está casado, ni tiene hijos; en caso de sucederle algo, yo sería su heredero. Sin embargo... - Hago una pausa, durante la cual el camarero deposita frente a mi un vaso con el whisky pedido minutos atrás. - Como le iba diciendo, busco algo más en una mujer que una cara bonita. Y mientras no sienta un deseo intelectual que supere al físico, hasta que no crea haber encontrado una alma junto a la cual quiera pasar el resto de mi existencia, por más que mi señor padre me obligue a entrevistarme con todas las doncellas casaderas nobles de París, jamás consentiré frente a nadie, ni Dios ni hombre.
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Mensaje por Colton Bradley Vie Nov 25, 2016 2:11 pm

El inglés apreciaba el buen té, como todo británico que se preciase, aunque tampoco decía que no a un buen licor en determinadas ocasiones; y quizás aquella lo fuera, el transcurrir del tiempo en aquel café lo diría. No solía beber por costumbre, sólo si estaba a gusto socialmente, para divertirse, celebrar, o cuando necesitaba olvidar algún agravio inflingido por su mujer. Removió el earl grey y le dio un sorbo, reposando la taza y haciéndole un gesto de aprobación al camarero, para que se pudiera ir tranquilo. No es que fuera el mejor té del mundo, pero estaba correcto, y en general la gente era amable contigo si tú eras amable con la gente.

Empujé el libro por la mesilla hacia Jean, para responderle a su pregunta.

No soy un erudito, pero tampoco me interesan las novelas policiacas o románticas. Esto es lo que estaba leyendo, los descubrimientos de Champolion en Egipto. Me he pasado media vida explorando África, mi familia tiene tierras en Pretoria, Sudáfrica, allí crecí con mi hermano Bastian y mi madre. No soy arqueólogo, mi suegro sí, uno de los buenos. Yo sólo soy un explorador, un primogénito algo rebelde, que no tenía demasiadas ganas de quedarse en casa llevando las tierras y aumentando el legado familiar.— Hablaba varios idiomas, leía todo aquello que caía en sus manos sobre las antiguas civilizaciones, sus ritos, sus culturas, sus leyendas, los tesoros que podían esconder bajo las dunas, en medio de la selva o en un templo abandonado. Era hijo de un Lord, le habían enseñado a montar a caballo, a emplearse a fondo con las armas y a desenvolverse en el ámbito social. Pero realmente se salía del arquetipo de inglés de la rancia nobleza por sus gestos elegantes a la par que francos.

Levanté el té como si fuera el mejor whisky escocés del mundo y enarqué las cejas con gesto risueño.

Brindo por la libertad y por el deseo ilusorio de no pasar jamás por el aro!!!.— Sonreí entre dientes a Jean, que se había tomado muchas molestias en explicarme cuáles eran sus prioridades acerca de las relaciones de pareja.— ¡Ah! tarde o temprano nos dan caza, amigo, hasta el mejor cazador se convierte en presa. Si algún día tiene una tarde libre, estaré encantado de mostrarle algunos objetos curiosos que he ido recolectando en nuestras expediciones, y seguro que le caerá bien mi esposa. Digo que es mía porque eso dicen los papeles, pero Nebet es muy independiente y realmente sólo nos une la costumbre.— pasé la mano por mi melena mojada, que en cuanto se secase ya no podría domarla. Aunque el tono de la conversación fuera algo jocoso, entre la broma había muchas verdades descarnadas a la vista.— se preguntará usted el porqué de ese dato innecesario, pues verá, creo conveniente comentárselo porque mi esposa tiene un carácter muy… peculiar. Es una mujer increíble, es hermosa, inteligente, aventurera…poco convencional. Pero no se preocupe, no es el fin del mundo, es la consecuencia lógica de los matrimonios de conveniencia. Venga alguna tarde y si sobrevive a la guerra de los Bradley, creo que se lo convalidarán como acto heroico por la patria.

En esas palabras había buen humor, ironía y sencillez, pero se adivinaba un panorama donde las emociones auguraban ser intensas.

¿A qué se dedica? déjeme adivinar… — Lo repasé con mis ojos siempre curiosos y agucé el resto de los sentidos, el olfato, el oído, el sexto sentido felino…—no tiene las manos curtidas de trabajo a la intemperie, con lo cual deduzco que tiene un trabajo de oficina. No huele a hierbas y ungüentos, no es algo relacionado con la medicina. Tampoco observo las típicas manchas de tinta de los arquitectos. mmmm… ¿hombre de negocios? es quizás abogado?
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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Nov 29, 2016 1:20 pm

Cojo el libro que Bradley me tiende, admirando su hermosa cubierta ornamentada en pan de oro. Mientras paso mi zurda por la suave superfície de cuero, el inglés me explica cuál es el contenido del volumen. Atento a sus palabras, ojeo las amarillentas páginas con una fruición casi intelectual. Es una promesa de exotismo y aventuras, justo la clase de libros que me gusta leer en mi tiempo libre. Aquellos que, sin entrar en la fantasía, ilustran culturas que sólo unos pocos afortunados llegan a conocer en la vida. El hecho de que monsieur Bradley haya explorado personalmente África no hace más que incrementar mi curiosidad por su persona. Con los ojos brillantes por la emoción, le devuelvo el volumen, dedicándole una media sonrisa de interés.

- ¿Así que gusta usted de la exploración? Me da que se llevaría bien con mi hermano Varek - El mayor de los Lachance jamás ha sabido conformarse con los planes prediseñados. Desdeñando la administración de lo que le corresponde por derecho, prefiere ser un espíritu libre sin normas ni barreras. Cómo ha cambiado desde que éramos niños, y el caótico de ambos era el pequeño y travieso Jean. La vida nos cambia a todos, sin excepción.- A mi también me gustan las aventuras, pero mi profesión no me permite alejarme demasiado de los juzgados. Siempre hay juicios que atender, y oportunidades procesales que de no observarse comportarían la preclusión para mis clientes - Hago una pausa para tomar un trago de whisky, que me hace esbozar una mueca por su alta concentración de alcohol. Delicioso - Ya que, como usted ha adivinado hábilmente, soy abogado. Aun así, he viajado por todas las colonias americanas, tanto inglesas como francesas. Siempre llevaré Cuba en el corazón, y también mi natal Luisiana. Pero París tiene un encanto especial, he de reconocerlo. ¿Fue ese encanto lo que le hizo abandonar la salvaje África, monsieur? ¿Prefería usted la estabilidad a la adrenalina? ¿O fueron su rebeldía y el afán por huir de las obligaciones del hogar las que lo trajeron aquí?

Colton propone un brindis por la libertad, que ensancha mi sonrisa de dientes blancos. Es un hombre cargado de vitalidad, que desprende energía y buenas vibraciones con cada uno de sus gestos. Sin duda una de las personas más interesantes que he conocido desde que llegué a París, y alguien a quien vale la pena conocer en mayor profundidad. Por ello, su propuesta de enseñarme su colección de objetos es acogida con alegría. -  ¿Tanta oda a la libertad y usted es el primero aprisionado por el matrimonio? - Le digo al inglés, escuchando su descripción sobre su esposa Nebet - Aunque por su descripción sobre la afortunada, debo reconocer que apunta a ser una mujer de armas tomar. Será interesante conocerla... aunque si me la sigue vendiendo tan bien, puede que decida quedármela y todo. - Acompaño mi comentario por un guiño jovial, para que el rubio vea que simplemente estoy bromeando con él. No tengo intención alguna de acabar la noche con un duelo de caballeros; además de estar prohibidos, son propios de quienes carecen de razón sin violencia.

En la mesa de al lado, un par de damiselas ríen entre ellas. Al parecer su compañera, una hermosa muchacha de cabellos oscuros como la noche, acaba de quedarse dormida en unas circunstancias jocosas. Tal y como comenta la mayor de ellas, que exhibe orgullosa un brillante anillo de prometida, un pálido caballero ha estado hablando con ella. Sólo han sido unas pocas palabras, que ellas han supervisado como sus carabinas. En la despedida, el hombre ha besado su mano con galantería, y apenas unos minutos después, la morena se ha sumido en un sueño tan profundo que su rostro reposa ahora de costado sobre la mesa. - Cuando llegue la noche de bodas, no habrá quien consiga despertarla - Comenta una de ellas, abanicándose con un fino accesorio de encaje rojo. Con eterno cariño, acaricia los negros cabellos de la joven, dejando al descubierto sus claros ojos azules.

Sobresaltado, abro y cierro la boca varias veces sin decir nada. Noto cómo mi cuerpo se entumece por el terror, perdiendo el calor corporal al mismo tiempo que el color. Mis mejillas palidecen, pero no son nada en comparación con las de la joven doncella; el color ha abandonado completamente su rostro, y sus labios empiezan a adquirir un tono amoratado impropio en los vivos. Sin apartar la mirada de su cuerpo, dejo el vaso de whisky en la mesa con un golpe seco. Tengo que hacer un esfuerzo para que la voz acuda a mi, y cuando lo hace es un susurro apenas audible para Colton - Dios mío. Esa muchacha está muerta.
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Mensaje por Colton Bradley Jue Dic 01, 2016 10:15 am

Soy un hombre curioso, me fascinan las antiguas civilizaciones, sus conocimientos, su forma de entender el mundo...a veces creo que esto que llamamos progreso no es sino otra forma de ser esclavos de intereses superiores ¿no cree? mi padre era Lord inglés, perdimos el título pero no los bienes, y casi que debo estar agradecido por lo primero. Las reglas y el protocolo de la nobleza no están hechas para mí. Eso no les sucede a ustedes, los americanos, tienen una nación libre, o eso dicen sus padres fundadores. Hay tradiciones que mantienen la conxión de los mortales con sus dioses, o que les otorgan una visión de la naturaleza como ente creador...pero las tradiciones de la nobleza inglesa sólo sirven para contentar egos y agrandar bolsillos.— removió el té y le dio un trago acomodándose mejor en el sillón y esbozando una sonrisa de medio lado.— Me intrigan los nativos americanos. He pensado incluso en embarcarme al oeste de su nación, donde están todavía documentando esas tribus. Pero supongo que no es el momento.

Se estiró en el sillón, elevó una pierna despreocupadamente y la apoyó sobre su otra rodilla, de forma informal, y después apoyó las manos sobre ella.
¡Ah! las responsabilidades... huyo de todas aquellas que no son absolutamente necesarias. No quiero pasarme la vida siendo lo que los demás esperan en vez de ser lo que de verdad deseo ser..— Clavó sus azules ojos en los del abogado, con esa mirada intensa, depredadora.— Pero algunas de esas responsabilidades son imposibles de eludir, como Nebet. Mi esposa. ¿Sabe que le digo? que si se la queda me hace un favor...— Esbozó una sonrisa divertida.— No me malinterprete, aprecio a mi mujer, muchísimo. Pero no estoy enamorado de ella, ya sabe, cosas que pasan cuando uno intenta cumplir con las obligaciones dejando a un lado sus verdaderos deseos. Vinimos a París precisamente por eso, para que ella pudiera encontrar diversión, oportunidades, que volviera a ilusionarse con algo que no fuera yo, porque no la puedo corresponder. Al corazón nadie puede mandarle, ojalá yo pudiera, pero no es así.

El felino que llevaba dentro notó en su sexto sentido unas vibraciones extrañas del aire, algo estaba pasando por allí que se salía de lo normal. Sus ojos dieron con la muchacha de oscuro cabello que se había quedado dormida. Pero no era ella la que le daba ese pálpito extraño, era su acompañante que ya se estaba escabullendo del local.

Así que abogado... debe ser usted muy fuerte mentalmente para construir una defensa bien ilustrada con objeto de defender a un asesino, o a alguien que no tenga escrúpulos y que haya provocado más mal que bien a su alrededor. A la escoria, vaya. Yo no podría, en África o matas o te comen, es así de sencillo, el más fuerte es el que sobrevive. Prefiero enfrentarme a los leones como un león, no como una serpiente.— esas palabras iban cargadas de doble significado, aunque sólo él lo entendía. Fue en ese instante cuando Jean le dijo que la chica estaba muerta, y el rubio se levantó de golpe mirando al abogado.— He visto la cara de su acompañante,creo que le ha hecho algo, con suerte aún esté en el callejón, sígame!!

Salió apresuradamente por la puerta laterla del café, volvía a mojarse bajo el manto de lluvía que caía sobre la ciudad, pero esta vez el depredador tenía una presa a la que dar caza. Sus movimientos eran un festival de precisión, ligereza y elegancia. Se movía con rapidez esquivando a la gente, los objetos y las trampillas de las aceras, como si no le costase esfuerzo alguno. Sus pupilas estaban algo dilatas de la adrenalina, si pillaba a aquel desgraciado lo iba a dejar tieso.
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Mensaje por Jean D. Lachance Vie Dic 09, 2016 11:58 am

- En la América actual, las tierras y el dinero valen más que el apellido. Aunque ello no obsta para que muchos nuevos ricos busquen comprar un puesto en la aristocracia casando a sus hijas por una cuantiosa dote. - Respondo al joven inglés, asintiendo con la cabeza - Es por ello que hay tantas familias nobles de la París aristocrática que nos desprecian en secreto, a mi y a mi hermano. Pese a que nuestro apellido posee el mismo rancio abolengo que el suyo, no ven más allá de nuestras riquezas conseguidas en el Nuevo Mundo. Y nos envidian por ello.

Colton se estira en el sillón con felina elegancia, mientras me habla sobre la responsabilidad que le supone su esposa Nebet. Algo sorprendido por su sinceridad, le escucho atentamente con una imperturbable expresión en el rostro. Lo último que esperaba era que el inglés me ofreciese tan abiertamente a su mujer, pero aun así, la idea de conocerla se va volviendo cada vez más tentadora. Es la atracción de lo prohibido, y el morbo que otorga una situación como la presente. Al fin y al cabo, ¿qué clase de persona será esa tal Nebet, si su propio marido prefiere deshonrar su casa a cambio de su felicidad? Y lo más importante: ¿qué dice eso del propio Colton? Pasándome una mano por los rizados cabellos, observo fijamente al rubio, sin saber muy bien qué responder. Su pregunta sobre mi profesión me ofrece la oportunidad de esquivar el escabroso tema sin dar una respuesta comprometida. Y es que en estos casos, la opinión no es siempre la mejor de las opciones. No sin haber escuchado antes a ambas partes de la relación, al menos.

- Es difícil encontrar un equilibrio entre lo moralmente correcto y el ejercicio de la abogacía. Yo soy de la opinión de que para ser un buen abogado hay que ser consciente de que, lo que para nosotros es sólo un caso más, para nuestro cliente es el centro de su mundo. Hemos de esforzarnos en todos los casos como si fuera el primero, desde en la redacción de los documentos hasta en la práctica de pruebas - Empiezo, aliviado por el cambio de tema. El anterior, aunque interesante, empezaba a ser demasiado complicado para nuestra primera copa en común. - pero sin permitir que el saberlo nos impida conciliar el sueño o seguir con nuestras vidas. Verá monsieur, por suerte o por desgracia, todo el mundo tiene derecho a la asistencia letrada cuando es parte en un juicio. Asesinos, ladrones, violadores... pero también inocentes que, por estar únicamente en el lugar equivocado y en el momento equivocado, acaban pagando por personas más listas o más poderosas que ellos. Y es en ese momento cuando nosotros realmente tenemos sentido. Porque por cada asesino que defendemos, podemos estar salvando a una persona que está a punto de ser condenada a la horca por un crimen que no cometió. Aunque en la mayor parte de ocasiones sea culpable, claro - Hago un gesto con la diestra como para restarle importancia, antes de darle un apresurado sorbo a mi bebida - Hay muchas ramas en el Derecho, por supuesto, aunque la más famosa sea el Derecho Penal. Mi despacho se encarga de asuntos comerciales entre empresas y particulares, de conflictos entre ciudadanos, de herencias, matrimonios y dotes... La gama es tan amplia como las leyes, caballero.

Pálido como la cera, observo cómo la mujer detiene bruscamente su caricia. Su enjoyada mano, que había estado peinando los cabellos de la joven, acaba de tocar por fin su mortecina piel. Desconcertada, parpadea varias veces antes de sacudir bruscamente a la chica por el hombro. Pero nada; ella no despierta, sólo se mueve al ritmo de la sacudida como un peso muerto. Alarmada, la mujer la sacude esta vez con más fuerza. Su movimiento provoca que la muchacha resbale de la mesa, quedando tendida en el suelo. La caída provoca que sus cabellos se aparten de su rostro, dejando al descubierto su inexpresiva y vacía mirada.

Durante unos segundos, se hace el silencio en la cafetería. Los camareros, alertados por el golpe del cuerpo al caer, giran la cabeza en su dirección. Las conversaciones han quedado interrumpidas, y parece que el salón haya sido paralizado eternamente en el tiempo. Hasta que la dama grita, su boca desencajada por el terror.

Después, se desata el caos.

La gente empieza a levantarse bruscamente de sus asientos, olvidando pagar convenientemente sus cuentas. Un par de caballeros se acercan rápidamente a la joven y sus acompañantes. Uno de ellos, retirándose apresuradamente la engorrosa levita, se arremanga la camisa al grito de "¡Soy médico!". El otro sostiene por los hombros a la horrorizada mujer, que no cesa de gritar mientras sus claros ojos se llenan de lágrimas. Aturdido, es la voz de Bradley la que me hace volver a la realidad. El inglés tiene razón; hay que atrapar al caballero, que es el que tiene más probabilidades de haber cometido el crimen. Tomando mi chaqueta del asiento, dejo unos cuantos francos sobre la mesa para saldar nuestras consumiciones en la cafetería. Después, sigo al señor Bradley hasta el frío y húmedo exterior.

El aguacero ya no es más que una llovizna persistente, como agujas heladas cayendo desde la oscuridad del cielo. No hay estrellas, ni tampoco luna; las nubes ocultan cualquier atisbo de firmamento, dejándonos en una perturbadora semioscuridad. Sólo unas pocas lámparas de gas alumbran las calles, mojadas y resbaladizas. Pero el señor Colton parece saber perfectamente a dónde nos dirigimos. - Puede que haya sido veneno, aunque no sé si se lo ha colocado en la bebida o en las manos - Le susurro a mi acompañante, levantando las solapas de mi abrigo para cubrirme el cuello con ellas - Tuve un caso muy similar en Luisiana; en cuanto la víctima se tocó la boca con las manos, ingirió el brebaje mortal que acabó con su vida. No se me ocurre qué otra cosa podría ser; la muchacha estaba tan pálida... como si no quedase nada de sangre en su cuerpo, o ésta hubiera sido corrompida por alguna sustancia vil.
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Mensaje por Colton Bradley Vie Dic 16, 2016 12:22 pm

El león acababa de entrar en esa trance especial de depredador que persigue a su presa. Todos sus sentidos estaban puestos en rastrear y dar con el culpable de aquella atrocidas, más que por ser una acción inmoral, porque el estímulo de la caza lo hacía sentir vivo. Sus instintos felino estaban amplificados y peinaban cada variación del aire recabando información valiosa sobre dicho acompañante.

No era vampiro, todavía había luz. No era licántropo, no olía a perro. No era brujo, los campos magnéticos no se habían distorsionado imperceptiblemente. Por tanto era humano, un vulgar y vil saco de carne animado.

El hombre abrió una puerta de un bloque de viviendas y se perdió en la penumbra del portal. Colton se apresuró a llegar hasta ella son una agilidad increíble, sus zancadas parecían no tener fin a pesar de la lluvia. Interpuso la mano cuando la puerta estaba a punto de cerrarse y se coló en la oscuridad del zaguán. Su vista era mucho mejor en condiciones de poca luz, ya que los leones eran cazadores nocturnos, así que la adaptación de sus pupilas fue en cuestión de centésimas. El hombre se detuvo al pie de la escalera al verlo entrar e iba a decir alguna cosa, pero Bradley se abalanzó contra él y lo agarró del cuello empotrándolo contra la pared.

¡quieto! no se mueva ni un milímetro o es hombre muerto...— No sabía si el tipo llevaría algun arma o similar, y desde luego se estaba jugando el pellejo a que así fuera, porque él estaba desarmado (en cuanto a armas convencionales se refiere, porque él mismo ya era una potencial arma si cambiaba de forma)— ¡Eh Doc! Creo que este tipo necesita que le lean los derechos, si es que tiene alguno...— Llamó a Jean como "doc" porque supuso que sería doctor en leyes. Seguidamente se acercó a la cara de aquel rufián y le siseó.— Si en verdad has matado a esa chica... te juro que no volverás a dormir tranquilo ni en la cárcel...— El hombre frunció el ceño y se revolvió, iba a increpar al rubio y a decirle alguna gilipollez chulesca, pero no le dio tiempo de soltar palabra alguna. Colton hizo cambiar sus ojos, que se sesgaron, adoptando la forma fusiforme de la pupila de un felino, y brillaron con ese fulgor extraño que tenían los ojos de los gatos en la oscuridad. Fue sólo unos segundos, pero fueron suficientes para que el presunto asesino abriese los suyos desmesuradamente, incrédulo ante lo que acababa de ver, y dejara de revolverse hasta que el abogado los alcanzó.
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Mensaje por Jean D. Lachance Miér Dic 21, 2016 8:59 am

El señor Colton no responde a mis suposiciones. Su rostro está crispado por la concentración; labios fruncidos, ojos entrecerrados escudriñando la oscuridad. Al pasar junto a una farola, incluso relucen levemente, como sucede con los gatos al verse alumbrados sorpresivamente de noche. Las aletas de su nariz se agitan con suavidad, como si estuviera percibiendo alguna clase de información a través del ambiente. En determinado momento, Bradley aumenta la velocidad de sus pisadas. Sus músculos se tensan perceptiblemente bajo su caro abrigo, las manos crispadas por la rabia. Tengo que hacer un esfuerzo para mantenerme a su paso, y aun así, pronto me adelanta por las callejuelas. Con una agilidad casi sobrehumana, se dirige sin margen de error al lugar en el que se encuentra el sospechoso. Unos cuantos gritos sugieren un forcejeo, pero para cuando quiero llegar a su altura, el africano ya lo tiene inmovilizado contra la pared. El hombre no se revuelve, sino que observa horrorizado a Colton sin oponer resistencia. Algo en su rostro sugiere que está demasiado conmocionado para hablar. No sé qué le habrá dicho o hecho mi nuevo amigo, pero no me parece demasiado relevante; el desconocido tiene todas las papeletas de haber asesinado a una muchacha, y si es así, es de justicia que pague por lo que ha hecho.

- Los abogados no podemos detener a nadie, señor, pero cualquier ciudadano que haya atrapado a otro in fraganti puede retenerlo hasta que llegue la policía. Igualmente, creo que le vendrá bien saber - Empiezo, mirando fijamente a los ojos del presunto. Todavía con los guantes puestos, revuelvo en sus bolsillos en busca de algo relevante. El moreno no hace ademán de detenerme. Apenas aparta la mirada de Bradley, que lo vigila con ojo atento sin perder detalle a mis palabras  - que tiene derecho a permanecer en silencio. Además, cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a consultar a un abogado, o a tener a uno presente cuando sea interrogado por la policía. Si no puede contratar a un abogado, le será designado uno para representarlo - Acabo, sacando las manos del abrigo ajeno para mostrarle a Colton lo encontrado. Junto con la cartera e identificación del malhechor hay un par de guantes de cuero, con las puntas manchadas de una extraña sustancia. - Lo que yo le decía. Veneno - Musito, agachándome para buscar también en las botas del criminal. Un examen más exhaustivo de sus pertenencias revela también una pistola, y un pequeño tarrito repleto de una pasta oscura y amarga. - Parece que venía preparado para acabar sí o sí con la pobre chica. Un tiro a quemarropa con esto habría conseguido los mismos efectos, aunque de una manera mucho menso discreta que con el veneno. - Me guardo la pistola en el bolsillo trasero, lejos del alcance de su propietario. Después, empiezo a examinar sin abrir el tarro de cristal - Es poco recomendable que lo abramos, amigo. Debe ser su contenido el mismo que mancha los guantes, y si él tomó semejantes precauciones aun corriendo el riesgo de que los encontrásemos, es porque debe ser altamente tóxico para el ser humano.

Rebusco entre sus enseres un par de minutos más, pero no aparece nada nuevo. Frunciendo el ceño, intercambio una mirada con Colton antes de añadir - Pensaba que encontraríamos algo que lo relacionase con el verdadero culpable, pero no hay nada. Ni una nota, ni un recibo. Porque aunque haya sido él el ejecutor, es todo demasiado abstracto. ¿Para qué querría él cortejar a esa muchacha, si después iba a matarla? No; me da la impresión de que actuaba por encargo de alguien más poderoso que él. Alguien que quería que muriera, por ser ella o para que un tercero sufriera. Y quería hacerlo sin mancharse las manos ¿Usted que opina, señor?. - Evito pronunciar su nombre real, para que el criminal no tenga más datos que los imprescindibles sobre nosotros. Nunca se sabe con quién podría comunicarse incluso desde prisión, y por más que se lo cedamos a las autoridades tan pronto salgamos de aquí, es mejor ser cautelosos para evitarnos problemas.
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Mensaje por Colton Bradley Vie Dic 30, 2016 9:06 am

Colton no era de mente tan aguda y rápida como Jean, era más de acción-reacción y se movía podría por instintos animales, pues tenía un totem poderoso que lo guiaba. Así que esa escoria asesina era un simple peón... interesante.

que qué opino... humm... pues opino que este saco de mierda debería decirnos para quien trabaja o... quizás ingrese en la cárcel con un ojo menos, o con algunos dedos echándolos a faltar… no los necesitas ¿hm?…— se acercó peligrosamente a la testa del criminal esbozando una sonrisa depredadora y haciendo que el fondo de sus ojos volviese a brillar con esa fosforescencia felina propia del tapetum lucidum de su fondo de ojo. Agarró dos de sus dedos con la mano libre y los forzó en una postura dolorosa de forma que si continuaba ejerciendo presión los rompería.

El tipo balbuceó algunas palabras.

no sé como se llama… me pagó mil francos en un sobre en el parque de Las Tullerías, llevaba un abrigo caro de piel de camello, tenía el pelo blanco y olía a ámbar y clavo. ¡¡No sé nada más!! sólo soy un mandado.

Las palabras del delincuente dejaron a Colton noqueado. Conocía a alguien que se ajustaba a esa descripción de forma exacta.

Bien. Ya llegan las autoridades.— Alguien había llamado a los gendarmes cuando se armó el revuelo en la cafetería y éstos habían seguido sus pasos por indicación de alguno de los parroquianos que los había visto salir. Entregaron al asesino a los agentes y el león dejó que Jean hablase sobre lo que habían visto u oído y declaró como testigo, entablando una conversación en jerga legal con el responsable de aquella detención. Se apartó a un lado, esperando que acabase aquello para regresar, pensativo y taciturno hacia el café, pues allí se había dejado el abrigo y su libro de Champolion. Cuando iban de regreso al local se detuvo un segundo y encaró al abogado agarrándolo del codo.

Sé quién es el que encargó ese asesinato. Su descripción concuerda a la perfección, y no mucha gente lleva abrigos de piel de camello. Es Filimore Willebrand, el conservador de la colección de escultura antigua del Museo del Louvre. He participado en múltiples exploraciones para ese museo y algunos de nuestros hallazgos se exponen allí, bajo su cargo.— Dudó si decirle a Jean algún dato más sobre el tal Filimore, pero se calló porque aquello podría tener un alcance indeseado. El conservador era un hechicero, lo sabía por su aura. Muchos de los mayores coleccionistas y archiveros del mundo eran brujos, buscaban el conocimiento y las reliquias arcanas que pudieran servirles para aumentar su poder o traficar con ellas en sus círculos mágicos.— discúlpeme un momento.

Se acercó a la barra y conversó con el dueño del local, le informó de que habían detenido al asesino y a cambio obtuvo el nombre de la chica asesinada. Se acercó de nuevo al abogado, pasándose las manos por la rubia melena con un gesto algo indescifrable. Por un lado estaba indignado, por otro decepcionado ya que alguien a quien él consideraba “respetable” acababa de cometer un crimen horrendo, se había manchado las manos de sangre y no entendía por qué.

La muchacha se llamaba Marie Duprey, era la prometida de Filimore Jr. el hijo del conservador. No me da la impresión de que se tratase de una simple cuestión de desaveniencias familiares. Aquí huele a algo más gordo. ¿Cree que deberíamos investigar un poco más? porque no me cabe duda que los gendarmes cerrarán el caso en seguida, Willebrand sobornará a quien deba y se olvidará en pocos días.

Iba a beber un trago de su taza de té, que todavía descansaba sobre la mesilla de la cafeteria, pero se había enfriado así que la dejó sobre el platillo con un gesto de disgusto, resoplando, y pidió sendos whiskys. El suyo lo apuró de un trago. Había salido de casa con el ánimo de olvidarse de Nebet un rato y leer y se había visto envuelto en la persecución de un asesino con un desenlace que sólo hacía que añadir incógnitas y posibilidades.

Investigaremos. Hay que llegar al fondo del asunto.— sentenció. Su curiosidad felina acababa de encontrar un nuevo reto que descifrar, una nueva caja de Pandora que abrir y esperar a que de ella saliesen mil horrores. ¿Pero y qué más daba? siempre sería mejor que quedarse en casa leyendo el periódico y aguantando los sarcasmos de su mujer.
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Mensaje por Jean D. Lachance Vie Dic 30, 2016 1:57 pm

A través de amenazas muy poco ortodoxas, Colton logra obtener una descripción algo difusa del verdadero culpable. Datos como el abrigo o su olor me resultan desconcertantes; habría preferido algo más sólido por lo que empezar, como los lugares de reunión habituales, algún rasgo llamativo como un lunar grande, o una nariz extraña, o incluso si había observado algún símbolo en sus prendas que pudiera identificarlo como miembro de alguna casa nobiliaria. Acercándome más a Colton, estoy a punto de hacerle un par de preguntas más cuando escucho voces en el callejón. Acompañadas del golpeteo sordo de las botas, parecen indicar que las autoridades por fin van a hacer acto de presencia. Cambiando rápidamente de opinión, saco mi cuaderno de cuero y una plumilla para anotar la exigua información. Si los policías nos atrapan obteniendo cualquier clase de dato concerniente a su caso, Colton y yo pasaremos unas cuantas horas siendo interrogados en comisaría. Es mejor que, cuando den con nosotros, crean que nos hemos limitado a retener al bribón para que no escape, en lugar de inmiscuirnos en asuntos que a un par de caballeros no deberían concernir. El sonido del rasguear de la pluma queda amortiguado por los gritos, cada vez más cercanos. Pese a la velocidad a la que escribo, intento que las letras queden claras y legibles. Nunca se sabe cuándo el más pequeño detalle puede resultar esclarecedor en un crimen, y más cuando estamos a punto de perder a nuestra única fuente a manos de los policías. Porque tengo muy claro que en cuanto lleguen las autoridades, Bradley y yo quedaremos fuera de ésto; nos darán una palmadita en la espalda por ser tan buenos ciudadanos, y nos invitarán a meternos en nuestros propios asuntos en lugar de a invadir sus competencias. Como si no supiera que sus ganas de trabajar no alcanzan a investigar más allá del asesinato. Encarcelarán a este pobre diablo y ninguna consecuencia llegará al maquinador, que tendrá guardadas las espaldas para evitar verse implicado en estos asuntos tan incómodos. Sobornos que cambiarán rápidamente de manos; amenazas sobre seres queridos o negocios. El tráfico de influencias es poderoso en las capitales; y es que la justicia, como todo lo demás, es la primera víctima del poder.

En cuanto guardo de nuevo la libreta en mi abrigo, recién sacudida para liberarla de la arena secante, los primeros agentes llegan a nuestra altura. Tal y como imaginaba, no están demasiado interesados en nosotros; se limitan a relevar a Bradley en la custodia del asesino, propinándole un par de caricias que le dejan el rostro un poco magullado. El hecho de que mi profesión sea la abogacía hace que todo resulte incluso más sencillo; junto con mi relato fáctico incorporo una tipificación del delito más que satisfactoria, que los policías se apresuran a corroborar con alegría. Tras firmar un parte testifical e invitarles a acudir un día de estos a mi bufete, mi nuevo amigo y yo volvemos a la cafetería, en la que al parecer se había dejado un par de enseres personales. Allí sigue todavía su bonito volumen ricamente encuadernado, que nadie se ha molestado en tocar tras el revuelo inicial causado por el asesinato de la dama. Algunos policías continúan todavía en la escena del crimen, interrogando camareros que poco o nada saben del delito. Sin embargo, nosotros no les interesamos; para ellos acabamos de llegar, de modo que somos tan ajenos a lo sucedido como cualquier otro transeúnte.

Antes de entrar, mi compañero me detiene para comunicarme una información vital sobre el caso: al parecer sabe quién es exactamente el hombre al que se refería el detenido, por tener relación con el mundo arqueológico que tanto adora. Sorprendido, analizo la información mientras Colton informa al dueño del local de que ya no es necesaria la actividad policial. Sentado en la misma butaca en la que empecé la tarde, consumo dos raciones de whisky, pensativo. Sabía que debía de tratarse de una figura poderosa, puesto que nada parecía encajar en la perpetración del delito. Sin embargo, al no haber visto jamás en persona al señor Willebrand, no relacionaba su descripción física con él. Apretando con fuerza el vaso, apuro su contenido antes de alzar de nuevo el dedo hacia el camarero. El hombre, que se ha percatado de que en un tiempo récord me he bebido un tercio de la botella, se apresura a acercarse para rellenar de nuevo el continente.

- Parece que el mundo es un pañuelo - Le digo a Colton, que acaba de ocupar la butaca situada justo en frente de la mía. Durante unos instantes, me limito a mirar fijamente a la chimenea. Mis recuerdos se entrelazan con las llamas que bailan en ella, sobreponiéndose a la brillantez de naranjas, rojos y dorados crepitando con un intenso olor a madera. Las cartas de Varek durante los siete años que estuvimos separados, él, en París, y yo, en Luisiana. Lo que sucedió entre nosotros la primera vez que volví a verlo, que jamás fue mencionado de nuevo. La angustia de pensar en que no tardaría en perderlo, quién sabe si para siempre. La noticia de que había roto con su primera prometida, y el revuelo que se armó en la plantación entonces. Y la alegría de saber que, aunque egoístamente, ninguna mujer volvería a interponerse entre nosotros- No conocía a la joven, aunque sí he oído hablar del señor Willebrand. - Empiezo, apartando la mirada del fuego para volver a fijarla en el africano. Mi voz ha adquirido cierto matiz soñador, con el acento de Nueva Francia más marcado que nunca - Mi hermano estuvo prometido con su primogénita durante muchos años, ¿sabe? De hecho, vivió en su mansión durante todo ese tiempo. Es la razón por la cual él, a diferencia de mi, parece tan urbanita. - Esbozo una media sonrisa de cariño, que deja translucir cuánto idolatro aún todavía hoy a mi hermano mayor - Pero descubrió algo sobre su padre, algo que no le gustó. Y como ella tampoco le parecía más que otro jarrón de alta alcurnia, rompió el compromiso. Seguro que estaría interesado en saber que, después de todo, Nuestro Amigo Común no era trigo limpio - Acabo, cambiando deliberadamente el nombre del susodicho por un pseudónimo para evitar levantar sospechas. Nunca se sabe quién puede estar escuchando, y nos conviene que Willebrand se sienta a salvo. Sus objetivos han salido a pedir de boca: la muchacha ha muerto, y el cabeza de turco habrá borrado ya a estas alturas cualquier pista que pudiera conducir hacia su persona. La situación es inmejorable para investigar, si es que Bradley y yo decidimos hacerlo después de todo.
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Mensaje por Colton Bradley Mar Ene 03, 2017 9:34 am

Así que el abogado tenía un hermano que estuvo comprometido con la menor de los Willebrand. Interesante. Quizás lo que descubrió sobre su padre tuviera relación con lo acontecido actualmente. Se inclinó un poco hacia su interlocutor para obtener un poco de intimidad en la conversación.

¿Qué fue lo que descubrió su hermano, si puedo preguntar?. El señor W...— Había decidido llamarlo así para encriptar el apellido al percatarse del cuidado que tenía Lachance en no pronunciarlo en alto ya que hasta las paredes podía escuchar.— siempre ha sido un gran apasionado de Egipto y a él se deben las colecciones mortuorias del ala sudoeste del Louvre. Es un tipo... hum... peculiar. He tenido algunas reuniones con él para cerrar los fondos de unas expediciones a Sudán y al Valle de los Reyes. Todo el mundo sabe que es un gran coleccionista particular de objetos de la época la Tercera Dinastía del imperio Antiguo. Tiene en su colección los vasos canópicos del emperador Keops..— La información que el cambiante omitió fue que esos vasos que servían para contener las vísceras del difunto, solían ser empleadas en rituales mágicos para contener el totem animal de los hombres-felino. Iba tras ellos con ansia, los encontraba en los yacimientos arqueológicos y los hacía desaparecer, porque no era plato de buen gusto para ninguno de los suyos el ser controlado por una brujo. Los vasos de Keops se decía que eran reliquias poderosas, que con el conocimiento adecuado, su propietario podría controlar a su antojo al cambiante que quisiese. Menos mal que Filimore Willebrand no era un gran mago, era más bien un snob millonario que quería atesorar objetos mágicos para compensar su incompetencia en hechicería.

Quizás quiera acompañarme a hacerle una visita. De hecho tenía pensado poner en marcha una expedición al oeste de Abu Simbel, donde tuvo lugar la batalla de Kadesh y el faraón Ramsés II venció a los hititas. Me ha llegado un rumor de que el carro y las armas de Ramsés podrían estar ocultas en un arsenal secreto ahora engullido por las dunas del desierto. No creo que nuestro amigo se pueda resistir a conseguir el arco de Ramsés, el hijo del gran Seti.— Tamborileó con los dedos sobre su libro, que descansaba aún sobre la mesa de la cafetería.— Eso nos daría excusa para visitar su despacho y los archivos del museo por un tiempo. ¿Qué me dice?

Se recostó de nuevo sobre el sillón y se mesó la barba bien arreglada. Le duraba muy poco el afeitado, es lo que sucedía con los leones, la melena y el vello facial crecía de forma desorbitada. Esbozó una sonrisa maledicente.

Si nos vamos a meter en un lío, creo que necesitaremos a un abogado.— Había una fina línea entre "investigar" y "allanar la propiedad privada", y ésta última para el cambiante era mucho más estimulante que seguir los cauces legales.

La lluvia cesó y el rubio se levantó. Por esa tarde había tenido suficiente acción, asesinato incluido. Se estiró un poco, cual gato perezoso y se colocó de nuevo el abrigo recogiendo su tomo.

Un placer señor Lachance, por mi parte puede llamarme Colton, ya que ahora vamos a ser hum... socios. Le espero mañana a las nueve en la Rue de Rivoli, en el café Marly al lado de la entrada para el personal del Lovre. Hasta entonces...— Le tendió la mano con un apretón.— vaya con cuidado y descanse. Y si me permite el consejo, mandele una nota de disculpa y despedida a mademoiselle Lynesse, aunque no tenga en sus planes volver a verla. Cuesta muy poco hacer feliz a la gente.
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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Ene 03, 2017 2:37 pm

- Lo cierto es que no tengo ni idea, monsieur. Mi hermano Varek siempre es un poco reservado respecto los siete primeros años que pasó viviendo en París. Puede que le parezca extraño que no conozca demasiado, pero piense que yo por aquel entonces todavía residía en Luisiana; y las cartas, además de tardar mucho en llegar, no siempre eran un medio eficaz para enviar información. Especialmente si ésta era privilegiada - Alargo el brazo para tomar el vaso de licor, observando el juego de luces que el fuego crea al pasar a través del ambarino líquido mientras el rubio habla. Parece conocer mucha información sobre Willebrand, algo que me interesa bastante. Y es que a partir de las cosas más nimias puede obtenerse un perfil psicológico bastante útil. En más de una ocasión, conocer el carácter o las afinidades de una persona me ha permitido diseñar una estrategia más que eficaz para un juicio. Y esto se parece tanto, que incluso puede acabar en los tribunales - En cualquier caso, podría preguntárselo. Si es que a usted no le importa que Varek se una a nosotros, Colton. Es un poco sobreprotector, y pese a que yo ya tengo una edad, supongo que hay cosas que nunca cambian - Esbozo media sonrisa inconscientemente, todavía mirando el vaso. Acabo de recordar algunas de nuestras últimas salidas por la ciudad. Siempre ha cuidado de mi, y todo apunta a que, tan pronto como se entere de que pretendo tomarme la justicia por la mano, intentará protegerme por todos los medios posibles - Piénselo esta noche, y mañana me dice algo. Sería un buen compañero, y no sólo por su información. Varek combina dos características inusuales de encontrar juntas. Por una parte, es tan letrado como usted mismo. Estudió filología cuando era joven, y la lectura es una de sus pasiones actuales. También lo es el deporte; siempre está en perfecta forma física, y tiene muy buena puntería. Complementa bastante bien al abogado torpe que es su hermano, ¿no le parece?

Bebo un trago de whisky para humedecer mi garganta, mientras Bradley propone que vayamos a visitar el museo. Por la manera en la que habla, se nota que la arqueología es una verdadera pasión para él; no tiene que pensar demasiado para buscar una excusa para visitarle, y resulta tan creíble que incluso a mis ojos parecería verdadera. Asintiendo con la cabeza, dejo el vaso ya vacío de vuelta en la mesa. Parece que, ahora que ya está todo planeado, nada nos queda por hacer en esta cafetería.

- Pues así lo haremos, Colton. Puede utilizar como excusa que estoy interesado en subvencionar alguna de sus expediciones. No sería nada extraño que un abogado, que además posee negocios en ultramar quiera invertir su dinero en algo así. - Le propongo, levantándome de la butaca para ponerme el abrigo de paño - Está muy de moda eso del mecenazgo, y da mucho de lo que hablar en fiestas y banquetes. Nadie sospecharía nada, y tendría todo el derecho del mundo a merodear por el Museo y así ver en qué se está invirtiendo mi dinero. - Una vez abrochado el abrigo, extiendo la mano para estrechar la que me tiende el rubio, a modo de despedida. - Ha sido un placer, monsieur, y descuide; le enviaré esa nota. Gracias a ella, lo sepa o no, he pasado una tarde entretenida. Casi diría que demasiado entretenida, por desgracia para la pobre chica. Pero no todos los días se hacen amigos de calidad. Si algún día tiene algún problema de cualquier naturaleza, está usted invitado a venir a mi despacho. Le haré un precio especial, y llevaré su caso yo mismo.
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Mensaje por Colton Bradley Mar Ene 24, 2017 3:15 pm

A la mañana siguiente, Bradley esperaba en el café Marly leyendo el periódico, había llegado veinte minutos antes de la cita porque su puntualidad inglesa no le permitía llegar apurado. Bueno, tampoco le costaba mucho esfuerzo largarse temprano de casa para no escuchar las quejas de su mujer, todo sea dicho. Había dormido regular, la noche le había traído pensamientos algo oscuros sobre lo que su naturaleza le pedía hacer con Filimore Willebrand, y en esos deseos había bastante sangre y gritos.

Los brujos eran unos pretenciosos, egoistas, soberbios, ansiosos de poder y control, y pensaban que las criaturas cambiantes como él eran seres inferiores, animales, ganado. Odiaba que lo minusvalorasen, que menospreciasen sus capacidades, su letalidad, su perfecta armonía entre hombre culto, educado, refinado, y su fiera salvaje. Y los hechiceros tenían la maldita manía de pensar que estaban por encima del resto de mortales. Willebrand no era la excepción, muy al contrario, era un snob, bajito, con prominente barriga y gustos sexuales de dudosa catadura moral; por ahí se decía que le gustaban los jovencitos imberbes a pesar de estar casado y tener una familia bastante conocida en los círculos sociales.

Traía consigo una carpeta de cuero marrón donde solía llevar documentos, lo necesario para exponerle al conservador del museo del Louvre la conveniencia de realizar aquella expedición para buscar el arsenal de Ramsés en el Valle de los Muertos. Tendría por delante una tediosa reunión en la que tendría que convencerlo de ello y que les diera acceso ilimitado a los archivos, biblioteca y recursos del museo. Con la excusa de investigar más sobre esa zona y sus antigüedades, podrían moverse e investigar el asesinato de la joven y las motivaciones secretas del hechicero. Lo cierto es que tenía mucha curiosidad por conocer toda la historia del hermano de Jean con la hija de Willebrand, eso de que hubieran estado prometidos era un acicate mayor para meter las narices en las cosas de esa familia.

Tomó un sorbo de té cuando vio al moreno entrar en el café Marly. Se levantó para saludarlo con un apretón de manos.

Buenos días señor Lachance. ¿Preparado para empezar a desentrañar los secretos del faraón Ramsés? ¿Ha desayunado? debería probar la tarta de manzana, es soberbia.— El león lo recibió con una amplia sonrisa, vestido con un traje de corte impecable de blanca camisa y estilo británico hasta las trancas.
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Mensaje por Jean D. Lachance Vie Feb 03, 2017 3:48 am

- Ya verás, Varek, el señor Bradley te gustará – Le repito por enésima vez a mi hermano, escrutando por las bordadas cortinas del carruaje. Las casas y peatones, antes apenas visibles por la velocidad, empiezan a definirse conforme los caballos reducen el ritmo. Es una señal de que nos estamos acercando al lugar convenido, un café situado en las cercanías del famoso museo.

Emitiendo un suspiro de impaciencia, me acomodo mejor en el asiento, dedicándole una mirada de reojo a mi silencioso hermano. El moreno está apoyado despreocupadamente junto a mi, su rostro fijo e inexpresivo en la otra ventana de la calesa. Inclinándome un poco hacia él, rozo su mano con mi diestra, intentando que se relaje un poco. Lo conozco demasiado bien como para no saber que, por debajo de toda esa fachada de tranquilidad, su mente bulle como en un torbellino. - Varek - Repito, buscando su mirada de ojos azules. Él me mira un instante antes de volver a clavar sus claros orbes en la calle, sin separar siquiera los labios. No ha pronunciado ni una palabra en todo el viaje, pero no es necesario; sé que no aprueba que me meta en problemas que no me conciernen, y menos con personas a las que acabo de conocer. Ayer se puso muy nervioso cuando le expliqué lo que había sucedido en la cafetería, y no escatimó en reproches cuando le expliqué cuan alegremente Colton y yo nos habíamos lanzado a la caza del asesino. Me pidió que le repitiera varias veces los detalles del asesinato, como si supiera algo y estuviera intentando confirmarlo. Insistió, enfadado, en que las cosas podrían haber acabado muy mal para mi. Que podría haber acabado muerto en un callejón, por involucrarme en asuntos que no me conciernen. En mi fuero interno, sé que tiene razón; fui demasiado inconsciente, ebrio de la novedad que representaban mis compañías. No pensé en la posibilidad de cómplices, ni en que carecía de armas para defenderme. Pero no necesita saberlo; se sentiría con la autoridad moral de coartarme en otras ocasiones, basándose en que en esta tenía razón. Y ¿qué es la vida sin un poco de emoción?

Esbozando una media sonrisa que pretende ser animosa, le doy una palmadita en el hombro tan pronto como el carruaje se detiene. Después, le guiño un ojo mientras abro la portezuela con mi enguantada mano. - Sé que preferirías que ordenase al cochero dar la vuelta, hermano, pero no pienso hacerlo. Anímate y sonríe; vas a volver a ver a uno de tus antiguos y despechados suegros. Eso es motivo de alegría, ¿no te parece?

Sujetándome el sombrero para evitar que salga volando por el viento, bajo de la calesa con torpeza. Por desgracia, y al ir mirando hacia atrás, mi pie resbala con la tierra, en lugar de pisar firme y seguro. Sólo el sujetarme a su hombro impide que acabe tendido de una manera muy poco digna en el empedrado parisino, manchado de barro sin haber empezado siquiera la aventura. Con las mejillas encendidas por la vergüenza, miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie haya visto mi casi desgracia. Nada; el bullicio propio de las mañanas parisinas se encuentra en su máximo apogeo, y todos están demasiado ocupados con sus quehaceres cotidianos como para preocuparse por un señorito más. Sacudiéndome la levita para disimular, carraspeo un par de veces a veces antes de ponerme en marcha. No miro al moreno mientras recorremos la escasa distancia que nos separa del café en el que hemos quedado con el inglés; no soportaría verle sonreír, no ahora que ha visto confirmado que, después de todo, necesito una niñera que vele por mis pasos.

- Adelante - Le digo a Varek, sosteniendo la puerta para que pueda entrar primero en el café. Colton nos está esperando en una de las mesas, con una abultada carpeta marrón que imagino contiene lo necesario para el día de hoy. Quitándome el guante de cuero, estrecho la mano que me tiende con firmeza. Después, hago un gesto en dirección a mi hermano, listo para iniciar las presentaciones entre los caballeros. - Monsieur Bradley, este es mi hermano, Varek Lachance, heredero de los negocios de los Lachance y su representante en Francia. Varek, este es el señor Bradley, arqueólogo, británico y amante de la historia. - Devuelvo la sonrisa al rubio por su simpática bienvenida, tras la cual tomo asiento en una de las sillas adyacentes a la suya - La idea de la tarta suena estupenda, pero ya he desayunado. Aun así, usted no se prive.
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Mensaje por Colton Bradley Jue Feb 16, 2017 4:31 pm

El león saludó a Varek con un apretón de manos cordial, como debía ser. Se sentaron unos minutos en una mesa, hasta que Bradley acabó su té y la tarta que había pedido. Era goloso, como la mayoría de felinos, a los que les gustaban las exquisiteces y tenían apetitos caprichosos.

Señor Lachance, dice su hermano que es usted filólogo y empresario, es una bonita combinación, aunque realmente el que retuerce las palabras sin duda es el pequeño de los Lachance.— sonrió de medio lado, bromeando.— Nos van a hacer falta sus conocimientos y la lengua viperina del abogado porque el conservador del Louvre no es nada fácil...aunque eso usted ya lo sabe ¿cierto?

Con la mirada lo estaba invitando a desembuchar, porque Jean ya le había contado que había estado prometido con una hija de Filimore Willebrand, así que de sobra lo conocería y podría darles datos que a ellos se les escaparían.

A riesgo de parecer descortés, debo hacer gala de mi humor británico, porque la ocasion lo requiere. Espero que no esté usted muy incómodo en este asunto ya que pretendemos cazar al su antiguo suegro por una asesinato que con total seguridad quedará impune.— Se moría de ganas de saber más sobre esa historia, por curiosidad felina nada más. No es que fuera un cotilla, pero le encantaban las buenas historias y conociendo al brujo, le sorprendía mucho que un hombre así hubiera estado tentado de emparentar con él. Los hermanos no se parecían demasiado, y sin duda los ojos de Jean eran mucho más expresivos que los del mayor, en el que se notaba a leguas que había mucho oculto y guardado tras esa pose de tipo duro e impertérrito.

Colton sacó el reloj del chaleco y lo miró frunciendo el ceño.
Señores, será mejor que vayamos ya, no me gusta llegar tarde, ya saben, esas extrañas manías inglesas.— Dejó dinero sobre la mesa, más que suficiente para pagar la cuenta, y salieron por la puerta del café de Marly.

Atravesaron la plaza y entraron por una puerta lateral del edificio de ofinas del museo. Sólo la mitad de todas aquellas salas eran colecciones de arte abiertas al público. El resto eran oficinas, archivos, despachos y almacenes donde guardaban las verdaderas joyas. El rubio sabía cómo manejarse por aquel laberinto y conforme tenían que pasar algun control por parte de algun guarda o portero, explicaba con quién tenían cita y les dejaban pasar, estaban en la lista. Finalmente llegaron a la puerta del despacho de Filimore y llamó con los nudillos dos veces. El hechicero estaba dentro y a través de la puerta se escuchó un "adelante".

Al entrar en la estancia, el olor a perfume caro y penetrante invadió sus delicadas fosas nasales, también podía distinguir la cera del pelo, el tabaco y el pulimento de su escritorio. Olía a hombre decrépito y decadente con mucho dinero.

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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Mar 07, 2017 3:26 am

Haciendo gala de su habitual impasibilidad, Varek se limita a estrechar la mano de Colton. No pronuncia palabra alguna, ni siquiera a modo de presentación; está demasiado concentrado examinando su rostro, valorando la situación. Sus ojos, claros y fríos, nos miran alternativamente a los dos. Como si estuviesen acabando de decidir algo. Creo imaginar qué es lo que se está cociendo en su interior, y la dirección que están tomando sus pensamientos. Sin duda equivocada, como manera de justificar porqué me estoy metiendo en un berenjenal que ni me viene ni me va. Esbozando una sonrisa cordial, me siento en medio de los dos hombres en un intento por hacer menos seria la situación. Espero que Varek no acabe culpabilizando a Colton por lo que pueda suceder; ya soy mayorcito, y debería saber que una buena dosis de adrenalina es todo lo que necesito para meterme en problemas.

- Mi hermano no es muy dado al cotilleo, señor Bradley. - Le digo al inglés, observando cómo devora con deleite su azucarado desayuno. - Se ha comprometido ya varias veces, y aunque las relaciones no siempre han acabado de la mejor manera posible, no es de los que gustan de revelar intimidades ajenas. Ni siquiera yo he conseguido sacarle exactamente qué es lo que le sucedió con Willebrand y su hija. Pero se ha ofrecido a acompañarnos, por si su presencia puede servirnos para que el arqueólogo desvíe su atención y no sospeche de nuestras intenciones.

- Hablas demasiado, Jean - Murmura Varek en ese momento, apartándose un oscuro mechón del pálido rostro. Parece algo molesto por el hecho de que Colton conozca datos de su vida privada, y no sólo por un afán de mantener la privacidad. Hay algo más, estoy seguro de ello; un brillo de desconfianza en su mirada, como si temiera o sospechara algo que no va a compartir con nosotros. Tendré que preguntarle luego al respecto. - Acabemos con esto cuanto antes.

Pronuncia las últimas levantándose del sillón, en el mismo instante en que Bradley propone ir tirando hacia el museo. No tardamos demasiado en llegar hasta allí, puesto que está justo en el extremo contrario de la plaza. Una inmensa mole flanqueada por columnas en la que el historiador parecía sentirse como en casa. Atravesamos pasillos, escaleras y exposiciones, siempre guiados por el inglés en nuestra improvisada excursión. Hasta que llegamos finalmente a un pequeño despacho abarrotado de muebles, en los cuales se amontonan libros, antigüedades y extraños artilugios balda sobre balda.

De pie tras un pulido escritorio de madera maciza, nos aguarda el famoso conservador del Louvre. Su aspecto es, cuanto menos, extravagante. Su peinado está compuesto por lo que parece ser una peluca dorada, cuyos rizos cubren las largas entradas hasta acumularse en los costados. Se unen a unas patillas largas hasta la barbilla, rematadas por una barba de dos puntas del mismo color que el cabello. Los extremos muestran un brillo aceitoso que sugiere que tal vez se la tiña con alguna exótica sustancia, y sea ésta la responsable de los destellos de oro que centellean con cada movimiento del anciano. Sobre los hombros lleva la famosa chaqueta de piel de camello que sirvió para identificarle al principio, y sobresaliendo de uno de los bolsillos de su chaleco, aparece la cadena de un ornamentado reloj de bolsillo. Ahora entiendo porqué Colton fue capaz de identificarle con una descripción tan parca como la del asesino; no creo que nadie en este mundo pudiera olvidar jamás a semejante personaje, tan diferente a la conservadora sociedad parisina. Y mucho menos, evitar relacionarlo con un suceso tan extraño como su propia persona.

Tendiendo una mano en nuestra dirección, Filimore nos recibe a cada uno de nosotros con una amplia sonrisa. No me sorprende ver que uno de sus dientes está revestido también del metal precioso, ni que su mirada se detiene más tiempo de lo habitual en los orbes de mi hermano. Sin embargo, no da mayores muestras de haberle reconocido. Parece alguien prudente, y sobre todo, lo suficientemente astuto como para causarnos problemas con nuestra investigación.

- Bienvenidos al museo, señores Lachance. Señor Bradley. Tomen asiento, por favor. - Mueve la cabeza en una señal de reconocimiento tan leve que resulta casi imperceptible. Después, rodea su escritorio para tomar asiento en su recargada silla con respaldo. - Siempre es un honor tener a invitados tan ilustres, y a un activo colaborador de este nuestro museo. ¿Puedo preguntar qué se debe el placer de su visita?

Offrol: siento la tardanza. Al final Varek no participa en el post, de modo que es un npc que se acabará marchando más pronto que tarde.
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Mensaje por Colton Bradley Vie Abr 07, 2017 4:28 pm

Colton tomó asiento y le expuso al conservador su fantástica idea de ir de expedición a Egipto a encontrar las reliquias de Ramsés. Poco podía imaginar el león que el faraón seguía vivo, era un vampiro y campaba a sus anchas por el mundo mortal...pero eso sería otra historia. Como cebo para el brujo, era una buena excusa, ya que en teoría esa era la área que estudiaba Filimore y en la cual obtenía grandes artefactos mágicos que pasaban por simples vasijas o "material funerario" de escaso valor.

Le presentó al abogado, lo hizo alegando que serían socios en aquella empresa ya que los costes podían ascender un poco más de lo habitual ya que la localización de aquel túmulo era bastante remota y necesitarían más días y más recursos de lo que se necesitaban en expediciones estandar. Para ello, el rubio le dio un informe detallado, con los materiales que necesitaría, el presupuesto para llevar acabo aquella misión, la lista de papeles y permisos que debería proporcionarle el Louvre para ir en expedición oficial al país africano, y la petición firmada de acceso a los archivos y biblioteca para poder documentarse a fondo antes de ir.

La farsa estaba montada, el cebo en el anzuelo y todas las cartas repartidas. Filimore era un hechicero mediocre, así que su fortuna y su poder se basaba en el engaño y el enredo, en los lazos que había creado a su alrededor, en las extorsiones, chanchullos y secretos que conocía. Pero como hechicero y como hombre no tenía ni media torta. Era un tipo suspicaz así que sería complicado engañarle para fisgar por allí, pero tenían que intentarlo, porque acorralarlo en el callejón y amenazarlo de muerte sería el plan B. Ahora sólo quedaba escuchar su respuesta, la suerte estaba echada.
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