AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Let the healing begin · Priv ·
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Let the healing begin · Priv ·
"De todo lo que se escribe, sólo me gusta lo que un hombre escribe con su propia sangre.
El que así escribe máximas no quiere ser leído, sino aprendido de memoria."
Fiedrich Nietzsche
El que así escribe máximas no quiere ser leído, sino aprendido de memoria."
Fiedrich Nietzsche
Enero de 1798
Mansión Saint-Bonnet
01:00 Am
Aquel día a penas había sido un largo suspiro. Tras las puertas de aquella habitación, amplia como varias casas humildes, se encontraba una férrea seguridad, mientras que allí dentro, bajo la luz de varios candelabros y lámparas de aceite se mostraba la alquimia en todo su esplendor.Mansión Saint-Bonnet
01:00 Am
Líquidos vaporosos de olores almizclados adornaban la mesa de trabajo de Jessica. Obsesionada con su trabajo, con el modo de dar explicación a lo inexplicable le daba más de un quebradero de cabeza.
La marca, la puerta, las cinco llaves, el velo protector, la guardiana y el círculo marcado a fuego bajo su cama inexplicablemente apareció de la noche a la mañana, sin explicación alguna, nadie podía haber entrado ni salido de la habitación, pero aquello se volvió un delirio para ella, que desde hacía unos meses todo comenzaba a cobrar sentido, aunque no del todo.
Un fuerte azote de viento abrió la ventana de golpe, apagando velas, pero no las lámparas de aceite, sumida en la casi oscuridad, fue a cerrarla por sí misma, pero allí tan solo se encontraba una rama de árbol, como si hubiese sido la culpable señalaba hacia dentro. Jessica alzó la mano y tras ello cerró la ventana de nuevo, observó a través de la ventana, cómo la noche hacía acopio de su fiereza, peligrosa y mundana como era.
Los guardias ante el sonido de la ventana abrirse entraron alborotados, al ver que nada había ocurrido tan solo se cercioraron de que todo fuese acorde las especificaciones.
- Todo en orden, tan solo era la ventana, no quiero volver a ser molestada. Cómo ya sabréis sé ocuparme de mí misma…
Encendió una lámpara de aceite, que iluminaba la estancia y bien podría ser vista desde las cercanías. Ella, caminaba de un lado a otro de la habitación, pues entre sus manos un libro portaba toda su atención en aquellos instantes. Llevaba semanas en las que escasamente podía conciliar el sueño y eso la agotaba en ocasiones tanto física como mentalmente ya que sus pensamientos la llevaban a un lugar más desquiciado del que se encontraba.
Tras dejar el libro donde acostumbraba, se atavió con una camisa de hombros descubiertos, un pantalón bien ceñido que le dejaba total libertad de movimientos y una especie de fajín que le daba aquella férrea seguridad en los movimientos referentes a su abdomen.
Con un florete en mano se dirigió hacia los extensos jardines de la finca, con la tan sola compañía de la oscuridad. Debía de dejar a un lado todos los prejuicios que tenía, aunque eran inevitables pues era así lo que sentía desde que todo cambiase en el pasado, en aquella transición inolvidable.
Debía hacer uso de las armas de nuevo, pues aún no se acostumbraba a la falta de aquella falange.
Hacía tan solo unos días que ella misma acabó con aquella pesada promesa que cernía su alma en aquel mundo para nada justo. Aquella noche su dedo aún sangraba, pero reaccionaba lentamente a los preparados químicos para que aquella herida se cerrase, daba igual cuanto habría de esperar, mientras en su cuerpo ya no residiese aquel estigma que la atormentaba.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Let the healing begin · Priv ·
Siendo absolutamente fiel a la verdad, y eso era algo que yo no practicaba casi nada (ni la fidelidad ni la verdad, ahora que lo pienso…), no me habían dado el puesto de líder de los soldados por méritos o por misiones, y no porque no hubiera realizado muchas, sino porque había otros inquisidores con más años que el clavo de un calendario que yo había desdeñado para pasar por delante sin inmutarme ni despeinarme. Si había conseguido el puesto había sido porque era más lista, más trepa y peor persona que ellos, aunque eso último era discutible; sin embargo, si me mantenía en el puesto era porque se me daba bien cazar sobrenaturales y organizar tropas, y eso nadie me lo podía negar. Probablemente por mi licantropía, que me permitía oler a los vampiros a varios kilómetros de distancia (literalmente), y me convertía en una de las mejores exterminadoras de sanguijuelas que existían en todo el Santo Oficio. Probablemente, también, porque me había entrenado durante toda mi maldita vida para ser una inquisidora, gracias a la obsesión del desgraciado de Gregory, quien, gracias a ello, me había arruinado la existencia. No echaba de menos ser una dama normal como la mayoría de mujeres de sociedad; me aburría sobremanera la idea de tomar y servir el té en una sala apartada de donde los hombres trataban asuntos de estado mientras fumaban y se sentían superiores al resto. Solía preferir el uniforme inquisitorial a los vestidos con corsés prietos y más capaz que una maldita cebolla; el peso de un arma me era más satisfactorio que un ligero abanico con el que jugar a seducir, como si no hubiera maneras más apropiadas de conseguir enredar a un hombre que con tamañas sutilezas… Y, por si fuera poco, desde que era una mujer prometida y mi futuro marido controlaba todo lo que hacía, la Inquisición se había convertido en mi única vía de escape, por lo que aún disfrutaba más de mis salidas que antes, si cabía.
La de aquella noche no fue particularmente memorable: un grupo de vampiros, ni demasiado grande ni demasiado pequeño; su líder no era más ni menos inteligente de lo normal; eran de una antigüedad media, como siglo y medio según me había arrojado a la luz la investigación previa del caso. Sin embargo, por tratarse de la primera noche que podía salir a la calle para cazar criaturas sobrenaturales en lo que me parecía una eternidad, había disfrutado absolutamente cada paso del proceso, desde el rastreo hasta la pelea propiamente dicha, que había terminado con ellos muertos y conmigo un poco herida. En fin, nada que no pudiera curar un tiempo de descanso y el aire fresco de la noche contra mi rostro y mi cuerpo; especialmente en el bosque, donde me encontraba, la brisa era agradable y se clavaba en mis heridas como los cuchillos de plata que yo había utilizado contra los vampiros y que me habían dejado algunas quemaduras, como era inevitable. Por suerte, era una mujer precavida, y siempre llevaba un saquito atado en la cintura con hierbas aromáticas que aceleraban el proceso de curación de las heridas, de tal manera que para cuando terminé de dar el paseo por entre los árboles y salí a enfrentarme a una mansión cuya existencia desconocía, apenas si me quedaban rasguños. Con el ceño fruncido ante la visión, vacié mi mente de todo pensamiento y me concentré en los estímulos que me proporcionaban los sentidos, especialmente el olfato, el oído y la vista. El primero me gritó que había varias personas, que olían a humanos (el almizcleño olor a sudor y a sangre era imposible de confundir); el segundo, que hablaban despacio varios hombres, en voz baja, y una mujer jadeaba y resollaba como si estuviera entrenándose o peleando; el tercero, que la mujer, rubia, era inquisidora, y cuando menos de oídas sabía quién era. Ante semejante certeza, no pude evitar acercarme y apoyarme, en cuanto llegué a su altura, en la reja de la valla que separaba los jardines de la villa del espesor del bosque, del que yo misma había salido.
– Saint-Bonnet, ¿no? Te veo falta de destreza. Aunque, bueno, con esa herida tan fea, no es como si pudiera culparte por ello. No sabía que vivías aquí… Tan en medio de ninguna parte como si quisieras pasar desapercibida.
La de aquella noche no fue particularmente memorable: un grupo de vampiros, ni demasiado grande ni demasiado pequeño; su líder no era más ni menos inteligente de lo normal; eran de una antigüedad media, como siglo y medio según me había arrojado a la luz la investigación previa del caso. Sin embargo, por tratarse de la primera noche que podía salir a la calle para cazar criaturas sobrenaturales en lo que me parecía una eternidad, había disfrutado absolutamente cada paso del proceso, desde el rastreo hasta la pelea propiamente dicha, que había terminado con ellos muertos y conmigo un poco herida. En fin, nada que no pudiera curar un tiempo de descanso y el aire fresco de la noche contra mi rostro y mi cuerpo; especialmente en el bosque, donde me encontraba, la brisa era agradable y se clavaba en mis heridas como los cuchillos de plata que yo había utilizado contra los vampiros y que me habían dejado algunas quemaduras, como era inevitable. Por suerte, era una mujer precavida, y siempre llevaba un saquito atado en la cintura con hierbas aromáticas que aceleraban el proceso de curación de las heridas, de tal manera que para cuando terminé de dar el paseo por entre los árboles y salí a enfrentarme a una mansión cuya existencia desconocía, apenas si me quedaban rasguños. Con el ceño fruncido ante la visión, vacié mi mente de todo pensamiento y me concentré en los estímulos que me proporcionaban los sentidos, especialmente el olfato, el oído y la vista. El primero me gritó que había varias personas, que olían a humanos (el almizcleño olor a sudor y a sangre era imposible de confundir); el segundo, que hablaban despacio varios hombres, en voz baja, y una mujer jadeaba y resollaba como si estuviera entrenándose o peleando; el tercero, que la mujer, rubia, era inquisidora, y cuando menos de oídas sabía quién era. Ante semejante certeza, no pude evitar acercarme y apoyarme, en cuanto llegué a su altura, en la reja de la valla que separaba los jardines de la villa del espesor del bosque, del que yo misma había salido.
– Saint-Bonnet, ¿no? Te veo falta de destreza. Aunque, bueno, con esa herida tan fea, no es como si pudiera culparte por ello. No sabía que vivías aquí… Tan en medio de ninguna parte como si quisieras pasar desapercibida.
Invitado- Invitado
Re: Let the healing begin · Priv ·
No podía decir que sabía que vendría, tanto ella como otros que supiesen de su existencia. Su forma de vida era tan extraña y cambiante que le era casi imposible entablar contacto con cualquiera que compartiese su oficio, aunque quisiera. Ella, giró el rostro hacia dónde provenía la voz, tan familiar, aunque le costo reconocerla, bien era sabido que los altos rangos de la inquisición eran como mitos y que si los veías bien era porque ellos lo querían así y no por mera casualidad.
- Abigail. - Dijo, saltándose por completo el protocolo que ella misma predicaba a las muchachas a las cuales instruía bajo su tapadera de institutriz. Ella, que pese a su juventud era una de las líderes dentro de aquel mundo tan lleno de hombres y tan dispuesta a no dejarse pisotear por uno de ellos que realmente abrumaba. La cosa era que ella, pese a ser soldado, nunca había coincidido largos periodos con la líder. ¿Por qué? Por el simple hecho de que Jessica se pasaba largos periodos fuera de las filas, de incógnito, haciendo el doble trabajo para lo que fué instruída. Es por ello que Jessica era conocida por ser soldado, pero pocos sabían qué hacía en esos largos periodos de tiempo, ya que el secretismo que conllevaban al ser espía le hacía tener que dejar atrás cualquier cosa que hubiese tenido tiempo de crear. De ahí que viva cual guerrera y no como una persona normal, con familia, hijos y cualquier marido al que practicar un amor infinito. Esa, no era su vida, por mucho que así lo desease muy en el fondo.
- Cualquiera pensaría que cometí un grave error o que me quisieron castigar por ladrón, aunque claro, los códigos de éstos me habrían hecho perder la mano entera y no tan sólo una falange. - Dijo de forma neutra, aunque al mirar hacia el suelo le provocó una leve sonrisa, que borró en cuanto prosiguió con la conversación. - Me gustaría decir que me siento orgullosa de ello (dijo en referencia a su herida, pese a que nadie realmente sabía el motivo), pero debo reconocer que estoy aterrada, ya que de igual forma perdí a un apoyo con el que siempre practicaba, con el que siempre afrontaba cualquier misión y con el que cada día lograba encontrar algo nuevo de mí, de mi forma de luchar, de mejorar. - Ese alguien tenía nombre de hombre, un hombre que de buenas a primeras había pasado a no existir en su vida. Algo mucho más difícil de explicar que un mero romance, algo mucho más allá de lo que nadie jamás podría haber experimentado. - Las heridas cicatrizan, pero ojalá pasase el tiempo lo suficientemente deprisa como para saltar todo éste proceso tan tedioso. Me hace sentir tan... ¿Inúti?- Dijo ésto último frunciendo el ceño, poniendo el florete en firme, demostrando así a Abigail que aún seguía habiendo un ligero temblor en el filo de su hoja, un temblor debido a la inseguridad que le proporcionaba aquella debilidad.
- Abigail. - Dijo, saltándose por completo el protocolo que ella misma predicaba a las muchachas a las cuales instruía bajo su tapadera de institutriz. Ella, que pese a su juventud era una de las líderes dentro de aquel mundo tan lleno de hombres y tan dispuesta a no dejarse pisotear por uno de ellos que realmente abrumaba. La cosa era que ella, pese a ser soldado, nunca había coincidido largos periodos con la líder. ¿Por qué? Por el simple hecho de que Jessica se pasaba largos periodos fuera de las filas, de incógnito, haciendo el doble trabajo para lo que fué instruída. Es por ello que Jessica era conocida por ser soldado, pero pocos sabían qué hacía en esos largos periodos de tiempo, ya que el secretismo que conllevaban al ser espía le hacía tener que dejar atrás cualquier cosa que hubiese tenido tiempo de crear. De ahí que viva cual guerrera y no como una persona normal, con familia, hijos y cualquier marido al que practicar un amor infinito. Esa, no era su vida, por mucho que así lo desease muy en el fondo.
- Cualquiera pensaría que cometí un grave error o que me quisieron castigar por ladrón, aunque claro, los códigos de éstos me habrían hecho perder la mano entera y no tan sólo una falange. - Dijo de forma neutra, aunque al mirar hacia el suelo le provocó una leve sonrisa, que borró en cuanto prosiguió con la conversación. - Me gustaría decir que me siento orgullosa de ello (dijo en referencia a su herida, pese a que nadie realmente sabía el motivo), pero debo reconocer que estoy aterrada, ya que de igual forma perdí a un apoyo con el que siempre practicaba, con el que siempre afrontaba cualquier misión y con el que cada día lograba encontrar algo nuevo de mí, de mi forma de luchar, de mejorar. - Ese alguien tenía nombre de hombre, un hombre que de buenas a primeras había pasado a no existir en su vida. Algo mucho más difícil de explicar que un mero romance, algo mucho más allá de lo que nadie jamás podría haber experimentado. - Las heridas cicatrizan, pero ojalá pasase el tiempo lo suficientemente deprisa como para saltar todo éste proceso tan tedioso. Me hace sentir tan... ¿Inúti?- Dijo ésto último frunciendo el ceño, poniendo el florete en firme, demostrando así a Abigail que aún seguía habiendo un ligero temblor en el filo de su hoja, un temblor debido a la inseguridad que le proporcionaba aquella debilidad.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Let the healing begin · Priv ·
Frente a mí se encontraba un misterio, uno de los soldados a mi cargo de los que menos conocía información, pero que, aun así, había sobresalido en las misiones que le había encargado sin despeinarse ni un solo mechón de la melena rubia que le caía por los hombros. Pese a que no me estaba fijando precisamente en eso (era difícil hacerlo cuando, sin un atisbo de vergüenza o arrepentimiento, me enseñaba el dedo… o, mejor dicho, el hueco donde debería haber habido una falange), resultaba imposible no darse cuenta de ciertos detalles, como su elegancia o la riqueza de la mansión que habitaba y en la que la había encontrado, de forma absolutamente casual. Menos accidental fue, por supuesto, que me acercara a ella y le sostuviera la mano con la que sujetaba el arma; se trataba de evaluar el corte (limpio), su pulso (penoso) y su comodidad con el metal (inexistente), pero como fue un gesto que procedía de mí y una tenía una reputación que mantener, no pude evitar acariciarle el dorso con el pulgar, pensativa. A continuación, acaricié sus dedos, pero simplemente para movérselos de sitio y que los colocara en una posición un poco más cómoda para compensar la ausencia del dedo, cuya ausencia, lógicamente, la aterraba… palabras textuales. También la hacía sentir inútil, pero eso no podía discutírselo del todo porque sin mi ayuda, con el tembleque, se le habría terminado por caer el florete si lo hubiera sostenido por sí misma el tiempo suficiente. Yo la había frenado y corregido cuando aún no era más que un ligero estremecimiento, pero ¿y si la hoja, al resbalársele, le hubiera cortado la mano…? Aceptaba una inquisidora sin un dedo en mi redil, pero no una inquisidora manca, especialmente no dentro de una categoría como los soldados.
– Cauterizar es una solución rápida, pero la zona es delicada, y posiblemente te quemes los otros dedos si lo haces sin ayuda. Ese tipo de heridas son un paso hacia atrás, no voy a mentirte, pero todo acaba curando, o si no, morirás por ello, pero todos lo haremos, es inútil luchar contra lo inevitable. Mirándolo por el lado bueno, probablemente ahora puedas hacer más florituras con el florete, así que no lo daría yo todo por perdido.
Sonreí, me acerqué un poco más de lo que resultaba cómodo para nadie, y como consecuencia de ello, dejó caer el florete directamente a mi mano, preparada de antemano para recogerlo por la empuñadura, pues no estaba tan loca como para imitarla y perder una falange como lo había hecho ella con anterioridad. Si bien algunos de mis superiores, de mis compañeros incluso, ponían a diario mi cordura en tela de juicio, lo cierto es que aún estaba en mis cabales, y no precisamente porque me lo pusieran fácil, ya que lo mío era una lucha constante por no abandonarme a delirios dionisiacos que cada vez, sinceramente, tenía más papeletas para perder. Pero, bueno, eso no era asunto para pensarlo en ese momento y tampoco lo era para entretenerme, así que opté por evaluar el equilibrio del arma y esgrimirla durante unos momentos, lo suficiente para cortar el aire con velocidad, antes de arrojarla al suelo. A continuación, saqué uno de los cuchillos, más pequeños, que siempre llevaba encima y se lo presté, asegurándome de que la sujeción fuera buena con la mano herida, como lo había sido, gracias también a mí, cuando había sostenido el florete. Con mi ayuda, muda, le guié la mano para que la moviera de forma que solamente podía tildarse de amateur, pero ¿qué podía esperarse, dadas las circunstancias…? Suficiente esfuerzo estaba haciendo no arrojando las armas al suelo, cosa que sería plenamente justificada dada su condición de lisiada en aquel preciso instante; solamente por eso, en cierto modo, admiraba su tenacidad, pero probablemente porque me recordaba mucho a la mía propia y no podía evitar pensar que al menos eso lo teníamos en común.
– Empieza con algo más pequeño, más manejable, mientras te acostumbras a tu lesión. Ya pasarás después a armas más sofisticadas, pero de momento, acostumbrarte a la ausencia del dedo, y después ya podrás ir más allá. Debo decirte, Jessica, que, como mujer, entiendo que haya temas de los que prefieras no hablar, sobre todo si no te sientes nada orgullosa. Sin embargo, no soy solamente una mujer, soy tu líder, y debo saber quién te ha hecho esto y por qué. Estaría bien saber si va a interferir en tu rendimiento, pero, tristemente, apenas lo conozco porque te ocultas bien de mí, así que, por lo pronto, deberé supervisarte para ver cómo evolucionas, y si no lo haces, me temo que tendré que tomar medidas. Puedes entender mi posición, ¿verdad?
– Cauterizar es una solución rápida, pero la zona es delicada, y posiblemente te quemes los otros dedos si lo haces sin ayuda. Ese tipo de heridas son un paso hacia atrás, no voy a mentirte, pero todo acaba curando, o si no, morirás por ello, pero todos lo haremos, es inútil luchar contra lo inevitable. Mirándolo por el lado bueno, probablemente ahora puedas hacer más florituras con el florete, así que no lo daría yo todo por perdido.
Sonreí, me acerqué un poco más de lo que resultaba cómodo para nadie, y como consecuencia de ello, dejó caer el florete directamente a mi mano, preparada de antemano para recogerlo por la empuñadura, pues no estaba tan loca como para imitarla y perder una falange como lo había hecho ella con anterioridad. Si bien algunos de mis superiores, de mis compañeros incluso, ponían a diario mi cordura en tela de juicio, lo cierto es que aún estaba en mis cabales, y no precisamente porque me lo pusieran fácil, ya que lo mío era una lucha constante por no abandonarme a delirios dionisiacos que cada vez, sinceramente, tenía más papeletas para perder. Pero, bueno, eso no era asunto para pensarlo en ese momento y tampoco lo era para entretenerme, así que opté por evaluar el equilibrio del arma y esgrimirla durante unos momentos, lo suficiente para cortar el aire con velocidad, antes de arrojarla al suelo. A continuación, saqué uno de los cuchillos, más pequeños, que siempre llevaba encima y se lo presté, asegurándome de que la sujeción fuera buena con la mano herida, como lo había sido, gracias también a mí, cuando había sostenido el florete. Con mi ayuda, muda, le guié la mano para que la moviera de forma que solamente podía tildarse de amateur, pero ¿qué podía esperarse, dadas las circunstancias…? Suficiente esfuerzo estaba haciendo no arrojando las armas al suelo, cosa que sería plenamente justificada dada su condición de lisiada en aquel preciso instante; solamente por eso, en cierto modo, admiraba su tenacidad, pero probablemente porque me recordaba mucho a la mía propia y no podía evitar pensar que al menos eso lo teníamos en común.
– Empieza con algo más pequeño, más manejable, mientras te acostumbras a tu lesión. Ya pasarás después a armas más sofisticadas, pero de momento, acostumbrarte a la ausencia del dedo, y después ya podrás ir más allá. Debo decirte, Jessica, que, como mujer, entiendo que haya temas de los que prefieras no hablar, sobre todo si no te sientes nada orgullosa. Sin embargo, no soy solamente una mujer, soy tu líder, y debo saber quién te ha hecho esto y por qué. Estaría bien saber si va a interferir en tu rendimiento, pero, tristemente, apenas lo conozco porque te ocultas bien de mí, así que, por lo pronto, deberé supervisarte para ver cómo evolucionas, y si no lo haces, me temo que tendré que tomar medidas. Puedes entender mi posición, ¿verdad?
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