Amistad entre cafés {Owen M. Tzavaras}

por **Dilara Guillot** Mar Dic 06, 2016 6:24 am

Parecía que París se iba convirtiendo en su hogar. Poco a poco, Dilara había conseguido hacerse un hueco para ella y para Ayla. Había conseguido aquel trabajo en la alfarería que, aunque no le proporcionaba unos ingresos elevados, sí eran suficientes para salir adelante las dos. También contaba con la inestimable ayuda de Marie, el ama de llaves, que cuidaba de Ayla siempre que la turca tenía que salir sin poder llevársela consigo. Había ocasiones en las que la niña podía acompañarla al taller, y se mantenía quieta jugueteando con alguna cosa mientras Dilara trabajaba. Pero cuando el dueño del local estaba presente prefería dejarla a cargo de Marie. Al hombre no le importaba que el bebé estuviera rondando por ahí, pero siempre que él no estuviera presente. Dilara no sabía qué haría sin el ama de llaves.

Aquel día salió temprano tras haber terminado una bandeja entera de jarras de agua. Tras cocerlas había que dejar que se enfriaran, pero gracias a la temperatura del exterior aquel trabajo se aceleraba con creces. Dejó el barniz blanco echado y las colocó sobre un mueble para que se terminara de asentar. Se despidió de Pierre, el dueño, y salió de camino a la ciudad. La alfarería se encontraba ligeramente a las afueras, así que el camino hasta casa era bastante largo. Aun así, el paso de la joven era rápido, con lo que no tardó en dar alcance a los primeros locales de la metrópolis.

En el bolsillo llevaba algunos francos extra que había ganado aquella jornada, y que pensaba gastar en comprarle algo a su niña. Pasó frente a una tienda de juguetes y decidió entrar. La mayoría eran cosas hechas de madera con piezas pequeñas, un poco peligrosas para la edad de Ayla, pero en un rincón encontró algunos muñecos de trapo bastante suaves. Eligió uno que se asemejaba a un conejo, o algo parecido, y salió con el empaquetado bajo el brazo.

Siguió el camino hacia su casa pasando frente a los cafés de la zona. Se hubiera detenido a descansar frente a una taza de algo caliente, pero quería ver la cara de su hija cuando le entregara el peluche. Nunca imaginó lo feliz que podrían llegar a ser las dos solas. Desvió la mirada hacia el interior de uno de los locales casi por inercia y se paró en seco.

—¡Owen! —saludó, asomando la cabeza dentro del local y acercándose hacia la mesa—. Qué sorpresa. ¿Cómo estás? —Miró a su alrededor en busca de Franck, pero no lo vio por ninguna parte—. ¿No está Franck?