De Damas y Cafés {Sean Jensen}

La luz del sol se colaba por entre las rendijas de la vieja y abandonada casa, el brillo mortecino reflejaba las motas de polvo que se colaban por entre las rendijas desvencijadas de la única ventana del cuarto que habían intentado tapiar con pobres paneles de madera de pino. El olor a antiguo, a polvo y a humedad cubría el dormitorio y el suelo mientras un viejo colchón en el parquet rayado indicaba que allí había pasado la noche alguien.

La puerta de un baño cerrado se abrió con un gruñido de bisagras y sonó un suspiro. La mirada azul recorrió el dormitorio mientras la joven se trenzaba la larga melena y la enganchaba con una cinta de color cobalto. Los pasos se escucharon sordos sobre el suelo de madera que crujió incluso bajo el escaso peso de la chica castaña. Ella se dejó caer sobre el colchón dejando que el polvo se elevase y volvió a mirar lo que la rodeaba.

Ceniza, goteras, y suciedad, lo único medianamente servible era el aseo, donde había podido tomar un baño rápido tirándose agua helada del pozo que había en el patio interior de esa comunidad abandonada.  El pelo aun le goteaba a pesar del calor húmedo, la ropa polvorienta que llevaba era fresca, pero no lo suficiente para el verano francés, mucho más sofocante que el inglés al que ella acostumbraba, donde incluso en los días más calurosos necesitabas llevar una chaqueta fina.

En busca de algo de aire que no le proporcionaban las paredes tapiadas de cuartucho que había ocupado, salió a la calle. Un soplo de brisa le revolvió los mechones sueltos dejando que pudiera respirar, después de todo, había huido, había sobrevivido a Jack el destripador, aunque no sabía por cuanto tiempo podría estar tranquila, debía empezar a buscar contactos, por si, llegado el momento, necesitaba volver a huir, era un lugar nuevo, quería una vida nueva. Ser una ratera había estado bien en el Reino Unido, pero quería algo más.

Mientras caminaba por el empedrado de las calles dirección al puente, comenzó a juguetear con el colgante que llevaba al cuello. Seguía sin entender nada, esa joven, estaba claro que la conocía, o creía conocerla, no sabía si creer en ella o no, tal vez las ideas desbaratadas de la chica fueran solo delirios y anhelos de volver a ver a su hermana, que, si había sido soltada en los barrios de Londres siendo joven, sin reputación ni conocimientos, debería haber muerto, probablemente al verla había sentido que ella se asemejaba, pero no era posible, por mucho que su propia cabeza le punzase al ver a la joven Delila.

Detuvo sus pasos en el puente apoyando los codos en la balaustrada de piedra, mirando el río, con su cabeza aun girando, dando vueltas entorno a ese medallón y los sucesos de Inglaterra. Lanzó un suspiro mientras golpeaba con la punta del pie en el suelo y alzó la cabeza al cielo dejando caer el colgante sobre su pecho.  La luz la cegó un instante obligándola a entre cerrar los ojos y devolver su mirada al frente. ¿Qué haría ahora? Necesitaba un plan de acción.  

El sol, reflejado en la verde agua del Sena, cegó momentáneamente la vista de la joven, que, molesta, tuvo que apartar la mirada, escondiendo sus grandes ojos de azul claro en su brazo esperando que las chispas dejasen de rodar en sus pupilas, dolorida y molesta. Soltó un profundo suspiro, cansada. Llevaba a penas un día en esa ciudad de locura y aun no tenía plan de acción alguno más que seguir en esa casucha que se desmoronaba por momentos. Cerró los ojos con fuerza en un intento de que se le pasara el dolor de los ojos y los apretó hasta que vio luces rojas, para, a continuación, abrirlos finalmente y comprobar que podía ver de nuevo.

Volvió a mirar de nuevo al frente, comprobando que algunos barcos surcaban el río cargados de cosas, sería tan fácil saltar a uno de esos cargamentos y llevarse algo, tan sencillo y productivo, que se le antojaba una broma que llevasen tan poca vigilancia navíos que, probablemente, estaban cargados de arte. Pero no, nuevo lugar, nueva vida. Estaba cansada de ser una ratera, de robar, timar y estafar aprovechando su apariencia infantil e inocente, debía tener dieciséis años, pero se sentía mayor, incluso su aspecto le decía que no podía ser tan joven, ¿no?

Fuera como fuese, quería sentar un poco la cabeza, tal vez buscar algo como repartidora, mensajera o recadera, alguien debía necesitar de un servicio así, tal vez, si lograra hacerlo para alguna empresa medianamente buena, pudiera acabar ascendiendo, aunque era consciente de que usualmente eran trabajos de hombres, y poca posibilidad tenía de encontrar algo de ese estilo. Siempre podría hacerse pasar por chico, no era algo que le molestara especialmente, no obstante...

Lanzó un largo y pesado suspiro tocando la trenza y mirando su larga melena. Estiró un lado del lazo de tono capri y dejó que las hebras de pelo castaño se desmoronasen creando una capa de pelo alrededor de sus hombros. Cogió uno de sus mechones y comenzó a juguetear con él, podría hacer tantas cosas por conseguir un trabajo, pero había lineas que no se atrevía a cruzar. Para ella, para cualquier mujer, el pelo era su dignidad, y ella jamás podría ofrecer tal cosa por dinero, no lo había hecho en Inglaterra, no lo haría ahora, no, definitivamente, no cortaría su suave melena clara.

Cerró los ojos intentando manejar el estrés y sintió un fuerte empujón que la arrastró hasta el otro lado de la calzada, un hombre se había acercado a ella y cogiéndola, la había apartado de la trayectoria de una calesa, que avanzaba con un traqueteo suave por el suelo empedrado del puente, balanceándose de lado a lado con los cascos de los caballos rebotando contra las piedras pulidas por el paso de gente y carros. Apoyada en el salvavidas de piedra que hacía las veces de marco del puente, se dejó resbalar hasta el suelo dándose cuenta de que había estado a nada de morir atropellada por estar ensimismada en sus propios pensamientos.

Se dejó resbalar hasta el suelo, sintiéndose, de nuevo, segura en la estrecha acera y tragó en seco, alzando la vista al hombre que se acuclillaba frente a ella con aire cansado y suspiraba hablándole con familiaridad, tal vez fuera cosa de franceses no usar el trato formal con desconocidos, menos fríos, como lo eran, en comparación a sus congéneres ingleses. Tomó una profunda bocanada de aire y alzó la vista apartando un mechón, aun húmedo, de pelo, que se le había colado frente a los ojos.

- Si... yo.... disculpe.- dijo aun bajo el estado de shok. Suspiró recuperandose un poco apartando la mirada de la calzada y girando sus ojos hacia su salvador.- ¿A quién he de darle las gracias?- preguntó con la nariz fruncida, haciendo un ligero gesto de curiosidad que se apegaba a su voz.

Esperó con paciencia a que el hombre acabase su repaso, parecía mirarla con curiosidad y algo de preocupación, no le parecía ilógico, después de todo la había salvado cuando había estado a escasos segundos de verse atropellada por un coche de caballos. Aunque ella no podía asegurar que, de haber estado en su lugar, hubiera mostrado el mismo grado de detalle, probablemente, dada su complexión, ni siquiera se hubiera molestado en prestar ayuda, probablemente.

Aprovechó la duda de este para poder verle bien, no le extrañaba que hubiera podido alzarla y arrastrarla sin problemas, era alto, y de espalda ancha, debía medir cerca de metro noventa, que, frente a su metro sesenta, podía verse como si fuera un gigante; tenía los ojos claros,y una mandíbula recta, si su aspecto, usualmente ya era infantil, frente a una persona de aires tan fuertes, debía serlo todavía más.

No evitó sonreír cuando el hombre finalmente le dio una respuesta, de una forma seca, demasiado parecida a lo que ella solía hacer como para no reconocer una similitud de carácter; aunque pronto se borró la sonrisa de su rostro al escuchar su trato, ¿Niña? Ciertamente podría parecerlo, aunque ya su cuerpo comenzaba a dejar de lado la figura infantil para delinear unas suaves curvas, notable ya en su cintura y caderas, y levemente en su pecho.

Evitó un suspiro, al final, había dicho algo que no podía negar, buscaba un camino que no parecía ver. Había logrado huir de un asesino, pero ahora qué. De momento, había encontrado un lugar para dormir que se caía a trozos y por poco no la atropellan, Tembló ligeramente al notar una ráfaga de brisa que sacudió sus mechones sueltos y ligeramente húmedos.

- No voy a negar una invitación así, por rara que sea.- aceptó con un asentimiento, sin acabar de comprender al señor Jensen, primero era una niña, y después una mujer, tal vez en el transcurso de lo que durase el paseo lograra discernir algo de lo que escondían los pensamientos de su salvador. Que, a pesar de la primera metida de pata, pareció notar que comenzaba a tener frío y le cedió, sin parecer pensarlo más de una vez, su chaqueta.- Gracias.- dijo educadamente cogiendo el abrigo y poniéndoselo.- Aunque no me lo quedaré, no suelo aceptar caridad.- explicó mientras veía caer sus mangas, mucho más grandes de lo que ella era, bastante que había aceptado que la llevase a comer algo, llevaba días sin pegar bocado y no quería morir de inanición.- ¿Dónde querías ir?- Preguntó doblando las mangas para poder sacar sus manos, sin demasiado éxito, notando que lograba sacar, tan solo, los dedos de sus finas manos.