AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dos monstruos habitan en mi. (privado)
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Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Hacia un par de semanas que llegué a la ciudad de las oportunidades, algunos dicen que también del amor. En cierto modo, venia buscando sendas cosas, expandir los negocios familiares y conocer por fin a mi prometida.
No había oído mas que palabras buenas de ella, de lo hermosa que era, lo educada, su saber estar, parecía la mujer perfecta y bien sabia que eso no existía, mas en mi mente había creado cierta utopía sobre ella.
Si bien era cierto que no me presente en su hogar nada mas llegar, no fue por falta de ganas, si no mas bien por responsabilidad. Antes de ello, me ocupé personalmente de adecentar mi mansión, buscar un buen servicio que mantuviera todo en orden y que la engalardonaran para llegada la ocasión ,que mi prometida llegara y lo viera todo acorde a su posición.
Del mismo modo me ocupé de estrechar lazos con las familias adineradas de la ciudad, viejos contactos de mi padre, políticos influyentes. Así durante varias noches acudí a fiestas varias ,todas ellas del mas alto estatus social.
Muchos fueron los negocios que me salieron de ellas, sin duda podría ampliar el trabajo mas allá de las fronteras.
Eso no quitó que alguna noche corriera salvaje por los bosques de la región. En forma de lince dejé que la bestia se adueñara de mi, que saciara mi sed, mi hambre y mi ser.
Ser un hombre de negocios, siempre guardando las formas, era agotador, quizás porque estaba acostumbrado a lidiar con esos dos “yos” que moraban en mi interior.
Se acercaba el día pactado para conocer a esa mujer que aun sin conocerla, ya poseía parte d mi corazón.
La curiosidad me mataba y una noche de esas que enfundado en ropa oscura, nada que ver con la condición que me acompañaba de señor, algo animado por las jarras que tomé en la taberna decidí descubrir como era el rostro de esa preciosa mujer que pronto seria mía.
Echo lince trepé por el árbol que daba a lo que seria su cámara, había pasado parte de la noche merodeando la casa, casi estaba seguro de que esa luz encendida le pertenecía.
Una vez arriba fijé mi mirada en el ventanal, los portones no estaban cerrados, la luna entraba por ellos dotando la estancia de unos bellos haces de luz plata.
Ella estaba sobre su lecho, sonreía con un animalillo entre sus manos ¿una mascota? No, un cambiante.
Mi gesto se tensó, no sabia que hacia con ese despropósito en su lecho, mas si bien era cierto que no me hacia la menor gracia la situación ,ella aun no me conocía, y yo no era de rendirme sin antes presentar batalla.
Como vine, me fui, desaparecí entre la inmensidad del bosque volviendo a mi mansión, por hoy había visto mas que suficiente.
El alba me saco de la cama para llevarme al gran salón, un copioso desayuno antes de acudir al patio de armas para mi entrenamiento diario con el arco.
Fue entonces cuando mi doncella me mandó llamar, al parecer Beatrice se había adelantado una hora y había llegado ya.
Sudado y con la ropa no demasiado adecuada para la ocasión, acompañé a mi doncella para recibir a mi futura esposa.
-Madam -susurré posando mis labios sobre su mano hundiendo mis ojos en su parda mirada -siento las pintas que llevo, mas estaba entrenando...
Era preciosa, de cerca mucho mas impactante que la visión de la ventana.
-Por favor, no os quedéis ahí, entrar. Mi casa es la vuestra.
No había oído mas que palabras buenas de ella, de lo hermosa que era, lo educada, su saber estar, parecía la mujer perfecta y bien sabia que eso no existía, mas en mi mente había creado cierta utopía sobre ella.
Si bien era cierto que no me presente en su hogar nada mas llegar, no fue por falta de ganas, si no mas bien por responsabilidad. Antes de ello, me ocupé personalmente de adecentar mi mansión, buscar un buen servicio que mantuviera todo en orden y que la engalardonaran para llegada la ocasión ,que mi prometida llegara y lo viera todo acorde a su posición.
Del mismo modo me ocupé de estrechar lazos con las familias adineradas de la ciudad, viejos contactos de mi padre, políticos influyentes. Así durante varias noches acudí a fiestas varias ,todas ellas del mas alto estatus social.
Muchos fueron los negocios que me salieron de ellas, sin duda podría ampliar el trabajo mas allá de las fronteras.
Eso no quitó que alguna noche corriera salvaje por los bosques de la región. En forma de lince dejé que la bestia se adueñara de mi, que saciara mi sed, mi hambre y mi ser.
Ser un hombre de negocios, siempre guardando las formas, era agotador, quizás porque estaba acostumbrado a lidiar con esos dos “yos” que moraban en mi interior.
Se acercaba el día pactado para conocer a esa mujer que aun sin conocerla, ya poseía parte d mi corazón.
La curiosidad me mataba y una noche de esas que enfundado en ropa oscura, nada que ver con la condición que me acompañaba de señor, algo animado por las jarras que tomé en la taberna decidí descubrir como era el rostro de esa preciosa mujer que pronto seria mía.
Echo lince trepé por el árbol que daba a lo que seria su cámara, había pasado parte de la noche merodeando la casa, casi estaba seguro de que esa luz encendida le pertenecía.
Una vez arriba fijé mi mirada en el ventanal, los portones no estaban cerrados, la luna entraba por ellos dotando la estancia de unos bellos haces de luz plata.
Ella estaba sobre su lecho, sonreía con un animalillo entre sus manos ¿una mascota? No, un cambiante.
Mi gesto se tensó, no sabia que hacia con ese despropósito en su lecho, mas si bien era cierto que no me hacia la menor gracia la situación ,ella aun no me conocía, y yo no era de rendirme sin antes presentar batalla.
Como vine, me fui, desaparecí entre la inmensidad del bosque volviendo a mi mansión, por hoy había visto mas que suficiente.
El alba me saco de la cama para llevarme al gran salón, un copioso desayuno antes de acudir al patio de armas para mi entrenamiento diario con el arco.
Fue entonces cuando mi doncella me mandó llamar, al parecer Beatrice se había adelantado una hora y había llegado ya.
Sudado y con la ropa no demasiado adecuada para la ocasión, acompañé a mi doncella para recibir a mi futura esposa.
-Madam -susurré posando mis labios sobre su mano hundiendo mis ojos en su parda mirada -siento las pintas que llevo, mas estaba entrenando...
Era preciosa, de cerca mucho mas impactante que la visión de la ventana.
-Por favor, no os quedéis ahí, entrar. Mi casa es la vuestra.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 04/12/2016
Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Cuando le habían avisado, a penas una semana antes, del compromiso, no se lo había creido. ¿Estaba comprometida? No tenía sentido ninguno. Jamás le habían hablado de ella. Bueno, en realidad, no era cierto, recordaba que su padre se lo había mencionado, pero que, tras su muerte, se había dado pausa a ese compromiso, una pausa que, ella, había pensado, indefinida, asta el punto en el que había creido que el compromiso se había roto y ni idea tenía de que su madre, a sus espaldas, había vuelto a darle fuelle.
Y, en ese momento, le quedaban a penas doce horas para ir a conocer al que, al parecer, desde casi su nacimiento, había sido su prometido. Agradeció la presencia de Brave. Nerviosa como estaba, temerosa de los vampiros, y sin saber como reaccionar aun a lo de tener prometido, el animal era un pequeño punto de referencia, algo estable y seguro en el caos que, en menos de tres semanas, había adquirido su tranquila vida usual. Pasó la noche abrazándo al mapache y, al despertar, intentó no moverlo.
Lo había notado tenso la noche anterior, tal vez el animal sentía que ella estaba nerviosa y lo exponía como ella no podía hacerlo. Se duchó con prisa y arregló su pelo antes de vestirse con uno de esos vestidos que tan poco le gustaban y que descartó casi al instante de vérselo en el espejo. Si iba a ir a conocer al que, en teoría, sería su marido, a pesar de las ganas nulas que tenía por casarse, y de los intentos de planear algo para romper el compromiso sin verse afectada la reputación de ninguno de los dos, infructuosos hasta el momento, no iba a mentir sobre quien era.
Se metió en uno de sus vestidos sencillos, esos que no llevaban ni cola ni sombrero, simples, delicados, sencillos, que no ocultaban e cuerpo de quien lo llevaba, al igual que ella, que no era buena escondiendo secretos, de un bonito color azul claro. Se soltó, también parte del complicado recogido, tan impropio de ella, dejando parte de su pelo suelto y, tras ponerse los guantes y el abrigo, y desayunar, a penas nada por falta de apetito, subió al coche de caballos junto a la hija de Marie que hacía, las veces, de dama de compañía.
Llegaron algo pronto, tal vez demasiado, cerca de una hora antes, pero los nervios no permitían que la chica pudiera estar en casa tranquila, prefería acabar pronto, no sabía nada de él, en la carta solo hablaba de un caballero, educado y atrevido, pero esos terminos eran demasiado amplios como para poderse formar una idea clara. A su lado, Jennie, parecía más nerviosa que ella, que mantenía la compostura con determinación a pesar de los nervios que tenía en el estómago y el pecho, que a penas le permitían respirar.
Cuando salió a recibirlas, medio despeinado y con aspecto de haber estado ejercitándose, Bea tuvo que aguantar una sonrisilla que pugnaba por salir a luz, no muchos días atrás, ella había tenido esa misma pinta, sudorosa, hecha un desastre y con una espada en mano. Con esa sonrisa medio oculta, tendió la mano e hizo una leve reverencia ante él, Einar, había dicho la carta que se llamaba.
- Buenos días Ser.- saludó.- No se preocupe, ha sido mi culpa, he venido demasiado pronto.- y era cierto, pero al verle así, en cierto modo se sentía más tranquila, no era tan perfecto como se había figurado en la carta, y eso era de agradecer, le agradaba, la gente perfecta era falsa, superficial y aburrida, era la imperfección lo que hacía la vida más interesante.-Gracias.- casi susurró, siguiendo a la doncella que les había abierto la puerta hasta un salón con la chimenea encendida, cómodos sillones y una mesa de café.
Le dió a la doncella su abrigo y guantes, como exigía el protocolo, y, dudosa, espero a que le dieran permiso para sentarse, no era su casa, no podía moverse como quisiera, por mucho que la invitación hubiera sido tan amable.
Y, en ese momento, le quedaban a penas doce horas para ir a conocer al que, al parecer, desde casi su nacimiento, había sido su prometido. Agradeció la presencia de Brave. Nerviosa como estaba, temerosa de los vampiros, y sin saber como reaccionar aun a lo de tener prometido, el animal era un pequeño punto de referencia, algo estable y seguro en el caos que, en menos de tres semanas, había adquirido su tranquila vida usual. Pasó la noche abrazándo al mapache y, al despertar, intentó no moverlo.
Lo había notado tenso la noche anterior, tal vez el animal sentía que ella estaba nerviosa y lo exponía como ella no podía hacerlo. Se duchó con prisa y arregló su pelo antes de vestirse con uno de esos vestidos que tan poco le gustaban y que descartó casi al instante de vérselo en el espejo. Si iba a ir a conocer al que, en teoría, sería su marido, a pesar de las ganas nulas que tenía por casarse, y de los intentos de planear algo para romper el compromiso sin verse afectada la reputación de ninguno de los dos, infructuosos hasta el momento, no iba a mentir sobre quien era.
Se metió en uno de sus vestidos sencillos, esos que no llevaban ni cola ni sombrero, simples, delicados, sencillos, que no ocultaban e cuerpo de quien lo llevaba, al igual que ella, que no era buena escondiendo secretos, de un bonito color azul claro. Se soltó, también parte del complicado recogido, tan impropio de ella, dejando parte de su pelo suelto y, tras ponerse los guantes y el abrigo, y desayunar, a penas nada por falta de apetito, subió al coche de caballos junto a la hija de Marie que hacía, las veces, de dama de compañía.
Llegaron algo pronto, tal vez demasiado, cerca de una hora antes, pero los nervios no permitían que la chica pudiera estar en casa tranquila, prefería acabar pronto, no sabía nada de él, en la carta solo hablaba de un caballero, educado y atrevido, pero esos terminos eran demasiado amplios como para poderse formar una idea clara. A su lado, Jennie, parecía más nerviosa que ella, que mantenía la compostura con determinación a pesar de los nervios que tenía en el estómago y el pecho, que a penas le permitían respirar.
Cuando salió a recibirlas, medio despeinado y con aspecto de haber estado ejercitándose, Bea tuvo que aguantar una sonrisilla que pugnaba por salir a luz, no muchos días atrás, ella había tenido esa misma pinta, sudorosa, hecha un desastre y con una espada en mano. Con esa sonrisa medio oculta, tendió la mano e hizo una leve reverencia ante él, Einar, había dicho la carta que se llamaba.
- Buenos días Ser.- saludó.- No se preocupe, ha sido mi culpa, he venido demasiado pronto.- y era cierto, pero al verle así, en cierto modo se sentía más tranquila, no era tan perfecto como se había figurado en la carta, y eso era de agradecer, le agradaba, la gente perfecta era falsa, superficial y aburrida, era la imperfección lo que hacía la vida más interesante.-Gracias.- casi susurró, siguiendo a la doncella que les había abierto la puerta hasta un salón con la chimenea encendida, cómodos sillones y una mesa de café.
Le dió a la doncella su abrigo y guantes, como exigía el protocolo, y, dudosa, espero a que le dieran permiso para sentarse, no era su casa, no podía moverse como quisiera, por mucho que la invitación hubiera sido tan amable.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
- Mensajes : 304
Fecha de inscripción : 16/04/2015
Localización : París/Francia
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Caminé lentamente a su lado admirando la belleza de cada una de sus facciones, sin duda parecía una dama refinada, mas algo me decía que en su interior al igual que en el mio moraba algo mas “salvaje”
Sonreí de medio lado cuando llegamos la gran salón y con un gesto le indique que por favor tomara asiento frente a la lumbre. Allí me acuclille para azuzar el fuego metiendo un para de maderos mas que pronto crepitaron frente a nuestros ojos, dotando la estancia de bellos tonos anaranjados.
Hundí mis orbes en los suyos que ahora al ritmo del fuego me observaban con detenimiento.
-Antes que nada se que le debo una disculpa. Es cierto que este viaje debí haberlo hecho mucho antes, es posible incluso que hubiera olvidado ya que existe un prometido desde que nacisteis -sonreí divertido mirándola -pensaríais ya que no iba a acudir que solo era un espectro de los cuentos que os narraban vuestros padres.
Recordé la imagen que vi por el ventanal de su habitación, esa en la que reía con un “animalillo” que sin duda era un cambiante como yo.
-Entiendo que la idea de que esté aquí pueda resultaros abrumadora, mas quiero que sepáis que nunca os obligaré a nada. Conozcamonos como lo hace un hombre y una mujer que no se conocen y veamos a donde nos lleva esto, sin la presión de un compromiso que parezca una espada de Damocles sobre vuestra preciosa cabeza.
Quizás era mi afán competitivo lo que despertaba en mi en ese momento, pero quería que ella deseara ese compromiso, que pensara en mi y en cuando podría convertirse en mía y no en que eso era lo impuesto y que tendría que conformarse con el marido que le había tocado. Llamame loco, o seguro de mi mismo, pero no era esa mi idea del matrimonio.
Pronto el servicio acudió con el característico té con pastas, algo tópico allí en París y que recién hecho esperaba fuera del agrado de mi bella prometida.
Le sirvieron su taza, mas yo alzando la mano decline acompañarla. Así el servicio se marcho dejándonos de nuevo solos a los dos.
Tomé asiento en el sofá, frente a ella, viéndola comer.
Mis ojos de depredador desfilaron por cada gestor, cada rasgo, cada pequeño detalle que estudie al milímetro.
No tardo en aparecer una doncella con una camisola limpia, al menos podría retirarme esta completamente sudad y embarrada.
La saqué por mi cabeza con rapidez bajo la atenta mirada de la dama.
-Es un truco para mostraros los abdominales -sonreí guiñándole un ojo antes de colocar la nueva camisa cubriendo mi piel -No os dejéis engañar, estaba todo premeditado -bromeé.
Sonreí de medio lado cuando llegamos la gran salón y con un gesto le indique que por favor tomara asiento frente a la lumbre. Allí me acuclille para azuzar el fuego metiendo un para de maderos mas que pronto crepitaron frente a nuestros ojos, dotando la estancia de bellos tonos anaranjados.
Hundí mis orbes en los suyos que ahora al ritmo del fuego me observaban con detenimiento.
-Antes que nada se que le debo una disculpa. Es cierto que este viaje debí haberlo hecho mucho antes, es posible incluso que hubiera olvidado ya que existe un prometido desde que nacisteis -sonreí divertido mirándola -pensaríais ya que no iba a acudir que solo era un espectro de los cuentos que os narraban vuestros padres.
Recordé la imagen que vi por el ventanal de su habitación, esa en la que reía con un “animalillo” que sin duda era un cambiante como yo.
-Entiendo que la idea de que esté aquí pueda resultaros abrumadora, mas quiero que sepáis que nunca os obligaré a nada. Conozcamonos como lo hace un hombre y una mujer que no se conocen y veamos a donde nos lleva esto, sin la presión de un compromiso que parezca una espada de Damocles sobre vuestra preciosa cabeza.
Quizás era mi afán competitivo lo que despertaba en mi en ese momento, pero quería que ella deseara ese compromiso, que pensara en mi y en cuando podría convertirse en mía y no en que eso era lo impuesto y que tendría que conformarse con el marido que le había tocado. Llamame loco, o seguro de mi mismo, pero no era esa mi idea del matrimonio.
Pronto el servicio acudió con el característico té con pastas, algo tópico allí en París y que recién hecho esperaba fuera del agrado de mi bella prometida.
Le sirvieron su taza, mas yo alzando la mano decline acompañarla. Así el servicio se marcho dejándonos de nuevo solos a los dos.
Tomé asiento en el sofá, frente a ella, viéndola comer.
Mis ojos de depredador desfilaron por cada gestor, cada rasgo, cada pequeño detalle que estudie al milímetro.
No tardo en aparecer una doncella con una camisola limpia, al menos podría retirarme esta completamente sudad y embarrada.
La saqué por mi cabeza con rapidez bajo la atenta mirada de la dama.
-Es un truco para mostraros los abdominales -sonreí guiñándole un ojo antes de colocar la nueva camisa cubriendo mi piel -No os dejéis engañar, estaba todo premeditado -bromeé.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 04/12/2016
Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Como le indicó él, tomó asiento en un sillón frente al hogar, y lo miró en silencio mientras su dama de compañía, algo alejada, los observaba de reojo. El fuego daba luz a un cuarto, que, probablemente por el frío día otoñal que hacía en el exterior, parecía algo oscuro, a pesar de las ventanas de cortinas abiertas y las lámparas encendidas. Sonrió un poco frotándose las manos con delicadeza, más por nervios que por frío.
- Ay, no, no se disculpe por favor.- se levantó moviendo los brazos con rapidez.- Lo cierto es....- dio un suspiro.- Mi madre no me avisó de que vendría ni de que el compromiso seguía en pie hasta hace a penas una semana...- volvió a sentarse.- Por favor, no se disculpe, solo es... repentino, disculpeme a mi por favor.- le sonrió un poco, en realidad, era cosa de su madre, que no había dicho nada hasta que le había estallado en la cara, si tan solo se lo hubiera dicho antes, con dos semanas habría bastado.
Sin embargo, él parecía comprenderlo, suspiró aliviada y sonrió más tranquila, sin presiones, no tendría que casarse con un desconocido. Era un alivio saber que tenía tiempo, tiempo para pensar y que no tendría la presión de la boda encima. No habría sabido que esperar, cuando recibió la carta había creído que su prometido sería un hombre mayor, mucho más que ella, o, tal vez, alguien con prisas.
En realidad, había tenido una suerte inmensa, parecía ser alguien de su edad, paciente, y que antes de dar un paso en falso y condenarse a un matrimonio infeliz, prefería conocer a quien, en teoría, debía acompañarlo el resto de su vida. Asintió, mucho más tranquila, relajándo, incluso, su postura, al oir lo que le propuso, sin prisas.
Tomó, entonces, la taza de té que se le ofrecía, y dio un sorbo antes de que la mujer se alejase, era un té de frutas que había provado solo una vez antes, y había buscado durante bastante tiempo sin encontrarlo en París, estaba por preguntar cuando una mujer entro con una camisa y se la entregó al señor Hans, que, sin pudor, se retiro la que llevaba puesta para cambiarsela.
Bea, poco acostumbrada a esas cosas, apartó la vista sonrojada, y sonrió con la broma, o al menos, eso creía ella que había sido, una broma. Una broma que la hizo dirigir una mirada furtiva para comprobar si era cierto lo que decía. Algo más sonrojada, volvió a apartar la vista, no le extrañaba que quisiera presumir de abdominales, aunque no estaba segura de que fuera algo que hacer la primera vez que se veían, tampoco podía culparlo, era ella la que se había adelantado, si hubiera tardado algo más, probablemente eso no habría sucedido.
- No se preocupe.- cubrió su sonrojo con la taza de té, mientras daba un sorbo.- Lo de... conocernos.- Empezó a decir.- me parece una gran idea.- sonrió un poco sin decir más- ¿Se entrena?- dejó la taza a un lado- Yo se algo de esgrima.- comentó retirándose un mechón de pelo ondulado de la cara.
- Ay, no, no se disculpe por favor.- se levantó moviendo los brazos con rapidez.- Lo cierto es....- dio un suspiro.- Mi madre no me avisó de que vendría ni de que el compromiso seguía en pie hasta hace a penas una semana...- volvió a sentarse.- Por favor, no se disculpe, solo es... repentino, disculpeme a mi por favor.- le sonrió un poco, en realidad, era cosa de su madre, que no había dicho nada hasta que le había estallado en la cara, si tan solo se lo hubiera dicho antes, con dos semanas habría bastado.
Sin embargo, él parecía comprenderlo, suspiró aliviada y sonrió más tranquila, sin presiones, no tendría que casarse con un desconocido. Era un alivio saber que tenía tiempo, tiempo para pensar y que no tendría la presión de la boda encima. No habría sabido que esperar, cuando recibió la carta había creído que su prometido sería un hombre mayor, mucho más que ella, o, tal vez, alguien con prisas.
En realidad, había tenido una suerte inmensa, parecía ser alguien de su edad, paciente, y que antes de dar un paso en falso y condenarse a un matrimonio infeliz, prefería conocer a quien, en teoría, debía acompañarlo el resto de su vida. Asintió, mucho más tranquila, relajándo, incluso, su postura, al oir lo que le propuso, sin prisas.
Tomó, entonces, la taza de té que se le ofrecía, y dio un sorbo antes de que la mujer se alejase, era un té de frutas que había provado solo una vez antes, y había buscado durante bastante tiempo sin encontrarlo en París, estaba por preguntar cuando una mujer entro con una camisa y se la entregó al señor Hans, que, sin pudor, se retiro la que llevaba puesta para cambiarsela.
Bea, poco acostumbrada a esas cosas, apartó la vista sonrojada, y sonrió con la broma, o al menos, eso creía ella que había sido, una broma. Una broma que la hizo dirigir una mirada furtiva para comprobar si era cierto lo que decía. Algo más sonrojada, volvió a apartar la vista, no le extrañaba que quisiera presumir de abdominales, aunque no estaba segura de que fuera algo que hacer la primera vez que se veían, tampoco podía culparlo, era ella la que se había adelantado, si hubiera tardado algo más, probablemente eso no habría sucedido.
- No se preocupe.- cubrió su sonrojo con la taza de té, mientras daba un sorbo.- Lo de... conocernos.- Empezó a decir.- me parece una gran idea.- sonrió un poco sin decir más- ¿Se entrena?- dejó la taza a un lado- Yo se algo de esgrima.- comentó retirándose un mechón de pelo ondulado de la cara.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
- Mensajes : 304
Fecha de inscripción : 16/04/2015
Localización : París/Francia
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Beatrice parecía mucho mas relajada desde que le dije que no era necesario ir con prisas, que comprendía que a estas alturas hubiera dado por olvidado nuestro compromiso y que del mismo modo, conocernos sin prisa, pero sin pausa era lo mas acertado.
Complacida sus orbes se hundieron en los míos, brillaban reflejando el fuego, una hermosa mujer a la que no le faltarían pretendientes, una que cualquier hombre hubiera deseado lucir de su brazo.
Mas yo no buscaba un jarrón para mi colección, si no, una esposa, una amante, una amiga, mi cómplice. Aun no le había confesado mi condición sobrenatural, claro que que ya estuviera compartiendo lecho con un cambiante, al menos me decía que conocía que no todos eramos iguales.
No sabia hasta que punto había llegado con el, mas no era hoy día de hablar de eso.
Sus mejillas se sonrosaron frente a mis palabras y mi gesto, cuando me quite la camisola para adecentare al menos un poco.
Sus ojos miraban de soslayo mi cuerpo, como si no estuviera acostumbrada a ver a un hombre, su ingenuidad me divirtió mientras acababa de dejar caer la camisa sobre mi pantalón.
-Menuda imagen estaré grabando de su prometido en su recuerdo -bromeé acuclillandome para mirarla de frente. Me gustaban sus ojos y la intensidad con la que me miraba.
La siguiente oferta de la dama me llego de improvisto, pocas mujeres practicaban esgrima en esta época, mas bien, la pintura, los bordados y demás dotes las convertían en doncellas. Pero lejos de desagradarme que fuera capaz de esgrimir un arma, eso, la convertía en una criatura infinitamente mas fascinante frente a mi mirada.
-Vaya, parece que ninguno de los dos es exactamente como nos habíamos imaginado -sonreí apartando la taza de su mano para depositarla sobre la pequeña mesa del lateral y tomé su mano con delicadeza, para observarla de cerca.
-Manos suaves y fuertes, sin duda me daréis una paliza en el esgrima -bromeé guiñándole un ojo -no he cogido una espada de esas en mi vida. Mas voy a pedir que nos traigan sendos equipos, quizás en nuestro próximo encuentro tengáis la bondad de mostrarme como os movéis.
Mis ojos centellearon frente al doble sentido, que deje justo en eso, un doble sentido que incendiara algo mas en ella que las ganas de ensartarme con la espada.
-No penséis que vuestro futuro esposo desconoce le manejo de las armas blancas, mas la espada larga y el escudo no tiene secretos para mi.
Deje ir su mano poniéndome de nuevo en pie.
-Podríamos acudir al lago, es un lugar tranquilo, bastante apacible, seguro que podríamos entrenar sobre el lecho de hierba, incluso si no es demasiado atrevida mi propuesta darnos después un baño.
Sonreí de medio lado con cierta picardia desviando la mirada la fuego.
-Soy un animal nocturno, preferiría entrenar con el ocaso, y bañarnos con la dama blanca como único testigo de nuestra gesta, mas si lo veis demasiado intenso para un segundo encuentro...el sol puede ser nuestro aliado.
Complacida sus orbes se hundieron en los míos, brillaban reflejando el fuego, una hermosa mujer a la que no le faltarían pretendientes, una que cualquier hombre hubiera deseado lucir de su brazo.
Mas yo no buscaba un jarrón para mi colección, si no, una esposa, una amante, una amiga, mi cómplice. Aun no le había confesado mi condición sobrenatural, claro que que ya estuviera compartiendo lecho con un cambiante, al menos me decía que conocía que no todos eramos iguales.
No sabia hasta que punto había llegado con el, mas no era hoy día de hablar de eso.
Sus mejillas se sonrosaron frente a mis palabras y mi gesto, cuando me quite la camisola para adecentare al menos un poco.
Sus ojos miraban de soslayo mi cuerpo, como si no estuviera acostumbrada a ver a un hombre, su ingenuidad me divirtió mientras acababa de dejar caer la camisa sobre mi pantalón.
-Menuda imagen estaré grabando de su prometido en su recuerdo -bromeé acuclillandome para mirarla de frente. Me gustaban sus ojos y la intensidad con la que me miraba.
La siguiente oferta de la dama me llego de improvisto, pocas mujeres practicaban esgrima en esta época, mas bien, la pintura, los bordados y demás dotes las convertían en doncellas. Pero lejos de desagradarme que fuera capaz de esgrimir un arma, eso, la convertía en una criatura infinitamente mas fascinante frente a mi mirada.
-Vaya, parece que ninguno de los dos es exactamente como nos habíamos imaginado -sonreí apartando la taza de su mano para depositarla sobre la pequeña mesa del lateral y tomé su mano con delicadeza, para observarla de cerca.
-Manos suaves y fuertes, sin duda me daréis una paliza en el esgrima -bromeé guiñándole un ojo -no he cogido una espada de esas en mi vida. Mas voy a pedir que nos traigan sendos equipos, quizás en nuestro próximo encuentro tengáis la bondad de mostrarme como os movéis.
Mis ojos centellearon frente al doble sentido, que deje justo en eso, un doble sentido que incendiara algo mas en ella que las ganas de ensartarme con la espada.
-No penséis que vuestro futuro esposo desconoce le manejo de las armas blancas, mas la espada larga y el escudo no tiene secretos para mi.
Deje ir su mano poniéndome de nuevo en pie.
-Podríamos acudir al lago, es un lugar tranquilo, bastante apacible, seguro que podríamos entrenar sobre el lecho de hierba, incluso si no es demasiado atrevida mi propuesta darnos después un baño.
Sonreí de medio lado con cierta picardia desviando la mirada la fuego.
-Soy un animal nocturno, preferiría entrenar con el ocaso, y bañarnos con la dama blanca como único testigo de nuestra gesta, mas si lo veis demasiado intenso para un segundo encuentro...el sol puede ser nuestro aliado.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
El sonrojo aumentó en sus mejillas con el comentario del que era, al parecer, su prometido. No es que fuera una mala imagen, en realidad, y estaba claro que él lo sabía, destilaba confianza por los poros, de otro modo, no habría sido capaz de, ante alguien a quien acababa de conocer, por mucho que fuera su prometida, quitarse la camisa, o avanzar y tener lo que, en la sociedad Parisina, se consideraría descaro, de acuclillarse y mirar de frente a una invitada mientras su dama de compañía observaba de reojo, divertida y por suerte o desgracia, sin intervenir.
Le devolvió, sin embargo, una mirada abierta, no quería que pensara que se dejaría intimidar, seria una dama, pero lejos de estar en apuros, quería dejar claro, aun sin palabras, que sabía tomar las riendas y que sucediera lo que sucediera, se conocieran mejor o no, llegaran a llevar a cabo, finalmente, el compromiso, o lo dejasen en vuelo, era una persona que se valía por si misma, y no iba a sostenerse a ninguna decisión ajena.
Temía que pudiera ser alguien que no aceptaba esas cosas, el comentario del esgrima no había sido solo algo a contar, era un pequeño tanteo, ella tenía su vida, su empresa, la había vuelto a levantar, casi desde cero, tras la muerte de su padre, es independiente, y por mucho que acabase uniéndose a alguien en matrimonio, no cedería su libertad. Sin embargo, ese hombre parecía un pozo de sorpresas.
Aun acuclillado frente a ella, sonrió al saber de su manejo con la espada, le arrebató la taza de té y le tomó la mano. Parecía que ese día a Beatrice le acabaría por subir fiebre, no eran los modos usuales que se suponía se debían tener en una primera reunión de compromiso, la primera vez que se conoce al que teóricamente, debe ser tu compañero de vida. En algo llevaba razón Ser Einar, no era, para nada, lo que se había esperado.
Retiró la mano con suavidad, dejándola sobre su propio regazo, y se vio obligada a bajar un poco la mirada, las insinuaciones eran ya demasiado para ella, agradeció, además, que se levantase y le diera algo de espacio, nunca se había llegado a sentir del todo cómoda con la cercanía, aunque era algo que había ido superando con el tiempo y que, cuando era a elección propia, no le llegaba a perturbar.
Un extraño pinchazo de culpabilidad le hizo bajar el tono de su sonrojo. Por alguna razón que no lograba entender, el rostro de cierto joven encapuchado se le apareció en la mente, poniéndola, incluso, más nerviosa. No lo llegaba a entender. Entre Nahuel y ella no había nada, y casarse era, en parte, su deber, por confuso que resultase todo. Al menos, le sirvió para bajar de nuevo a la tierra.
El aura de seguridad que desprendía el que era su prometido envolvía a cualquiera en un halo del que era difícil escapar, fuerza, seguridad, y pasión, parecían formar parte clara de la personalidad del hombre, no era alguien fácil de convencer, eso estaba claro, y probablemente, si seguía los rasgos de personalidad que tenían en común las personas así, la tozudez sería, también, parte de quien era. Si se iban a ver más, probablemente acabarían discutiendo en algún momento.
Ese pensamiento la hizo sonreír un poco, divertida, no solía discutir, pero cuando encontraba a alguien con la misma cabezonería que ella, podía acabar a gritos sin pretenderlo, perdiendo su carácter de dama. Nada apropiado para un a joven, ni mucho menos, una inglesa. Aun recordaba como la reprendía su institutriz por ser demasiado pasional para una joven educada en Londres. Probablemente fue esa pasión la que la obligó a aceptar el reto.
- Acepto el duelo, pero me temo que he de rechazar el baño.- comentó mordiéndose, algo nerviosa, el labio inferior.- aunque le propongo algo, quien gane el combate, tendrá derecho a pedir algo, razonable, por supuesto, pero dentro de eso, vale cualquier cosa, y, quien pierda, deberá, no solo cumplir el deseo del ganador, si no, además, mostrar su sitio preferido de París a quien ha vencido.- Propuso, levantándose del sillón, intentando alcanzar, ni que fuera en un intento, la altura del hombre, que le sacaba varias cabezas. Aun así, confiaba en sus posibilidades, y no pensaba ponérselo fácil, ella también tenía su orgullo.
Le devolvió, sin embargo, una mirada abierta, no quería que pensara que se dejaría intimidar, seria una dama, pero lejos de estar en apuros, quería dejar claro, aun sin palabras, que sabía tomar las riendas y que sucediera lo que sucediera, se conocieran mejor o no, llegaran a llevar a cabo, finalmente, el compromiso, o lo dejasen en vuelo, era una persona que se valía por si misma, y no iba a sostenerse a ninguna decisión ajena.
Temía que pudiera ser alguien que no aceptaba esas cosas, el comentario del esgrima no había sido solo algo a contar, era un pequeño tanteo, ella tenía su vida, su empresa, la había vuelto a levantar, casi desde cero, tras la muerte de su padre, es independiente, y por mucho que acabase uniéndose a alguien en matrimonio, no cedería su libertad. Sin embargo, ese hombre parecía un pozo de sorpresas.
Aun acuclillado frente a ella, sonrió al saber de su manejo con la espada, le arrebató la taza de té y le tomó la mano. Parecía que ese día a Beatrice le acabaría por subir fiebre, no eran los modos usuales que se suponía se debían tener en una primera reunión de compromiso, la primera vez que se conoce al que teóricamente, debe ser tu compañero de vida. En algo llevaba razón Ser Einar, no era, para nada, lo que se había esperado.
Retiró la mano con suavidad, dejándola sobre su propio regazo, y se vio obligada a bajar un poco la mirada, las insinuaciones eran ya demasiado para ella, agradeció, además, que se levantase y le diera algo de espacio, nunca se había llegado a sentir del todo cómoda con la cercanía, aunque era algo que había ido superando con el tiempo y que, cuando era a elección propia, no le llegaba a perturbar.
Un extraño pinchazo de culpabilidad le hizo bajar el tono de su sonrojo. Por alguna razón que no lograba entender, el rostro de cierto joven encapuchado se le apareció en la mente, poniéndola, incluso, más nerviosa. No lo llegaba a entender. Entre Nahuel y ella no había nada, y casarse era, en parte, su deber, por confuso que resultase todo. Al menos, le sirvió para bajar de nuevo a la tierra.
El aura de seguridad que desprendía el que era su prometido envolvía a cualquiera en un halo del que era difícil escapar, fuerza, seguridad, y pasión, parecían formar parte clara de la personalidad del hombre, no era alguien fácil de convencer, eso estaba claro, y probablemente, si seguía los rasgos de personalidad que tenían en común las personas así, la tozudez sería, también, parte de quien era. Si se iban a ver más, probablemente acabarían discutiendo en algún momento.
Ese pensamiento la hizo sonreír un poco, divertida, no solía discutir, pero cuando encontraba a alguien con la misma cabezonería que ella, podía acabar a gritos sin pretenderlo, perdiendo su carácter de dama. Nada apropiado para un a joven, ni mucho menos, una inglesa. Aun recordaba como la reprendía su institutriz por ser demasiado pasional para una joven educada en Londres. Probablemente fue esa pasión la que la obligó a aceptar el reto.
- Acepto el duelo, pero me temo que he de rechazar el baño.- comentó mordiéndose, algo nerviosa, el labio inferior.- aunque le propongo algo, quien gane el combate, tendrá derecho a pedir algo, razonable, por supuesto, pero dentro de eso, vale cualquier cosa, y, quien pierda, deberá, no solo cumplir el deseo del ganador, si no, además, mostrar su sitio preferido de París a quien ha vencido.- Propuso, levantándose del sillón, intentando alcanzar, ni que fuera en un intento, la altura del hombre, que le sacaba varias cabezas. Aun así, confiaba en sus posibilidades, y no pensaba ponérselo fácil, ella también tenía su orgullo.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
La sentí incomoda frente al tacto de mi piel ,quizás mis formas estaban siendo demasiado groseras, no podía evitar ser impulsivo, salvaje y ella parecía necesitar mas bien cierta distancia.
Una que le regalé para que tomara aire, para que se relajara, volviendo a mi sillón, frente a la lumbre.
Desde allí la observé en silencio, como el fuego bailaba en sus orbes pardos, que bajos parecían meditar mi propuesta y algo mas que la turbaba mas que no llegué a entender.
Silencio, frio silencio que inundo el salón, hasta que la dama lo rompio aceptando el reto buscando mi mirada para pronunciar cada palabra.
Sonreí de medio lado al escuchar como declinaba la oferta de bañarnos.
-¿Nunca se deja llevar? -pregunté -¿quien sabe si después de entrenar sois vos la que necesita apagarse en el agua madam?
Una picara sonrisa cargada de seguridad, no lo podía evitar, frente a ella las palabras bailaban solas cargadas de segundas intenciones, mas...si quería conocerme, mejor mostrar al hombre real y no al que se esconde tras la mascara.
Su elección seria libre y no condicionada por las mentiras de una imagen dada que después con el trascurso de los días caería frente a sus ojos, trasportandola al desengaño y a un matrimonio frustrado.
Yo no creía en un matrimonio de echo, si no en uno en el que la complicidad fuera parte de la relación.
Quería conocer a la verdadera Beatriz, esa que se escondía tras las mejillas rojas y la mirada evasiva. Algo me decía que su carácter no distaba mucho del mio y que ahora solo guardaba las formas.
Medite su respuesta por un segundo, estaba mas que convencido en que sus actitudes en el manejo de la espada eran lo suficientemente buenas para creerse vencedora de la contienda.
-Acepto una parte de su propuesta y declinaré la otra, al menos si soy yo el ganador.
No le pediré lo que deseo, porque eso prefiero ganármelo por méritos propios y no como parte de un juego. Mas si, acepto lo de que quien pierda, llevara al otro al lugar de París que mas le guste...
Me puse en pie para ofrecerle mi brazo, esta vez respeté la distancia de seguridad que la parecer ella demandaba, no fui arriesgado en mis formas.
-¿desea pasear por los jardines, Madam?
Supongo que eso era lo que se hacia de forma correcta en una primera cita, con las doncellas tras nosotros para evitar la soledad que yo si necesitaba, mas que intuía ella aun no me ofrecía.
Una que le regalé para que tomara aire, para que se relajara, volviendo a mi sillón, frente a la lumbre.
Desde allí la observé en silencio, como el fuego bailaba en sus orbes pardos, que bajos parecían meditar mi propuesta y algo mas que la turbaba mas que no llegué a entender.
Silencio, frio silencio que inundo el salón, hasta que la dama lo rompio aceptando el reto buscando mi mirada para pronunciar cada palabra.
Sonreí de medio lado al escuchar como declinaba la oferta de bañarnos.
-¿Nunca se deja llevar? -pregunté -¿quien sabe si después de entrenar sois vos la que necesita apagarse en el agua madam?
Una picara sonrisa cargada de seguridad, no lo podía evitar, frente a ella las palabras bailaban solas cargadas de segundas intenciones, mas...si quería conocerme, mejor mostrar al hombre real y no al que se esconde tras la mascara.
Su elección seria libre y no condicionada por las mentiras de una imagen dada que después con el trascurso de los días caería frente a sus ojos, trasportandola al desengaño y a un matrimonio frustrado.
Yo no creía en un matrimonio de echo, si no en uno en el que la complicidad fuera parte de la relación.
Quería conocer a la verdadera Beatriz, esa que se escondía tras las mejillas rojas y la mirada evasiva. Algo me decía que su carácter no distaba mucho del mio y que ahora solo guardaba las formas.
Medite su respuesta por un segundo, estaba mas que convencido en que sus actitudes en el manejo de la espada eran lo suficientemente buenas para creerse vencedora de la contienda.
-Acepto una parte de su propuesta y declinaré la otra, al menos si soy yo el ganador.
No le pediré lo que deseo, porque eso prefiero ganármelo por méritos propios y no como parte de un juego. Mas si, acepto lo de que quien pierda, llevara al otro al lugar de París que mas le guste...
Me puse en pie para ofrecerle mi brazo, esta vez respeté la distancia de seguridad que la parecer ella demandaba, no fui arriesgado en mis formas.
-¿desea pasear por los jardines, Madam?
Supongo que eso era lo que se hacia de forma correcta en una primera cita, con las doncellas tras nosotros para evitar la soledad que yo si necesitaba, mas que intuía ella aun no me ofrecía.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Bea agradeció que le diera espacio al notar sus nervios, tal vez debería haber estado más tranquila, pero aunque sea algo extraño, algo que pareciera cosa de esoterismo o brujería, estaba claro que las personas tenían aura, un halo que los rodeaba y hacía que se denotase su postura, su carisma o su sitio en la sociedad. Ella era incapaz de verlas, como cualquier persona normal, pero todos podían sentir un aura.
La de su doncella era juvenil, jovial, inocente, demasiado como para haber sido una elección usual como acompañante para un primer encuentro, pero Bea la había necesitado para animarla y calmar sus nervios con bromas en el carruaje, si pudiera verla, apostaría por un color naranja suave. Y la de ese hombre, la de ese probablemente fuera de un rojo fuego que cegaría a quien se le acercase. Audaz, atrevido, osado, eran palabras que podrían cuadrar perfectamente dentro de la imagen mental que comenzaba a crearse en su cabeza, directo, estaba segura de que, con esas cualidades, no habría quien lo ganase en una negociación, si fuera un animal, probablemente sería un alfa.
Alzó una ceja ante la pregunta, que midiera la situación y pusiera límites no quería decir que no fuera, en algunos aspectos, un león capaz de devorar cabezas, no se consideraba sumisa, ni mucho menos. No era de las que aceptaban sin más una orden, ni de las que cedían a la mínima de cambio, solía tener claro lo que quería e intentaba alcanzarlo con todas sus fuerzas, eso, si no se equivocaba, era algo que ambos tenían en común.
- Por supuesto que, en ocasiones, me dejo llevar, pero como usted mismo ha dicho, es mejor que eso lo veamos por nosotros mismos.- sonrió lanzándole una pequeña pulla medio en broma, medio en serio, le gustase o no la situación, comenzaba a caerle bien ese hombre.
No sabía como acabaría lo del compromiso, pero de momento, tenía algo que le llamaba poderosamente la atención, y que quisiera ganarse un sitio, y no exigirlo, era algo que, a sus ojos, era digno de elogio y le hizo subir un suave rubor a las mejillas. Como inglesa, no como dama ni como mujer, si no como inglesa, ese honor que denotaba su actitud y la tenacidad, era algo a admirar, pues, dentro de su sociedad, solía inculcarse con fuerza el echo de que el trabajo y el esfuerzo era lo que conseguía resultados.
- Gracias.- musitó cogiéndose de su brazo para salir al jardín, aunque sospechaba que pronto descargaría la lluvia, no le importaba, le gustaba que lloviera.
Salieron al jardín con una suave brisa de aire frío y Bea retuvo una sonrisa, eso era común hacerlo en primavera o verano, cuando el sol era cálido y no había riesgo de mojarse. Aunque, ciertamente, prefería pasear con lluvia, por muy embarrados que le fueran a quedar vestido y zapatos. Se notaba que los jardineros hacían un buen trabajo, los rosales estaban inmensos, las azucenas aun sobrevivían al frío y las amapolas, aguantaban con los casuales coletazos de verano que había de vez en cuando. Lástima que no hubiera margaritas.
- Puedo preguntar... ¿Cómo aprendió a luchar con espada y escudo?.- lo miró curiosa, alzando la mirada hasta la suya.
La de su doncella era juvenil, jovial, inocente, demasiado como para haber sido una elección usual como acompañante para un primer encuentro, pero Bea la había necesitado para animarla y calmar sus nervios con bromas en el carruaje, si pudiera verla, apostaría por un color naranja suave. Y la de ese hombre, la de ese probablemente fuera de un rojo fuego que cegaría a quien se le acercase. Audaz, atrevido, osado, eran palabras que podrían cuadrar perfectamente dentro de la imagen mental que comenzaba a crearse en su cabeza, directo, estaba segura de que, con esas cualidades, no habría quien lo ganase en una negociación, si fuera un animal, probablemente sería un alfa.
Alzó una ceja ante la pregunta, que midiera la situación y pusiera límites no quería decir que no fuera, en algunos aspectos, un león capaz de devorar cabezas, no se consideraba sumisa, ni mucho menos. No era de las que aceptaban sin más una orden, ni de las que cedían a la mínima de cambio, solía tener claro lo que quería e intentaba alcanzarlo con todas sus fuerzas, eso, si no se equivocaba, era algo que ambos tenían en común.
- Por supuesto que, en ocasiones, me dejo llevar, pero como usted mismo ha dicho, es mejor que eso lo veamos por nosotros mismos.- sonrió lanzándole una pequeña pulla medio en broma, medio en serio, le gustase o no la situación, comenzaba a caerle bien ese hombre.
No sabía como acabaría lo del compromiso, pero de momento, tenía algo que le llamaba poderosamente la atención, y que quisiera ganarse un sitio, y no exigirlo, era algo que, a sus ojos, era digno de elogio y le hizo subir un suave rubor a las mejillas. Como inglesa, no como dama ni como mujer, si no como inglesa, ese honor que denotaba su actitud y la tenacidad, era algo a admirar, pues, dentro de su sociedad, solía inculcarse con fuerza el echo de que el trabajo y el esfuerzo era lo que conseguía resultados.
- Gracias.- musitó cogiéndose de su brazo para salir al jardín, aunque sospechaba que pronto descargaría la lluvia, no le importaba, le gustaba que lloviera.
Salieron al jardín con una suave brisa de aire frío y Bea retuvo una sonrisa, eso era común hacerlo en primavera o verano, cuando el sol era cálido y no había riesgo de mojarse. Aunque, ciertamente, prefería pasear con lluvia, por muy embarrados que le fueran a quedar vestido y zapatos. Se notaba que los jardineros hacían un buen trabajo, los rosales estaban inmensos, las azucenas aun sobrevivían al frío y las amapolas, aguantaban con los casuales coletazos de verano que había de vez en cuando. Lástima que no hubiera margaritas.
- Puedo preguntar... ¿Cómo aprendió a luchar con espada y escudo?.- lo miró curiosa, alzando la mirada hasta la suya.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
De mi brazo, la dama y yo nos adentramos en le hermoso jardín de flores otoñales. Las hojas de los arboles estaban cayendo ,regalando frente a nuestros ojos un paisaje amarillento que crujía bajo nuestros pies a cada paso.
Hacia frio, demasiado para la dama, mas quería descubrir de que pasta estaba echa, y su sonrisa ensancho la mía.
De nuevo mis formas se perdieron para rodear sus hombros con el candor de mi brazo.
-Espero no le resulte atrevido que un hombre desee dar abrigo a su prometida, reconozco que es mas fácil ceder a los impulsos porque vuestra belleza no tiene parangón. Aun así, seria igual de caballeroso con cualquier dama que frente mis ojos erizara su piel.
Caminamos hasta alcanzar un banco blanco de hierro forjado en filigranas, que frente a un estanque artificial ocupado por una familia de patos dibujaba un bello paisaje frente a nuestros ojos.
-Me gustaría conoceros, quizás mi impulsividad me lleve a hacerlo todo demasiado rápido, mas no tengáis problema en detenerme si es necesario, no me lo tomaré mal, al menos de momento -bromeé guiñándole un ojo.
Quería preguntarle por la relación con el otro cambiante, ese que dormía en is cuarto y que por lo que vi parecía arrancarle mas sonrisas de las que yo había arrancado hasta el momento, no se si esa mujer podía ser el fuego que yo necesita, mas por el momento lograba encender en mi la llama.
-Aprendí a manejar la espada y el escudo desde niño, en el norte es algo típico en los caballeros que algún día pueden llegar a enfrentarse con armas.
No puedo presumir de ser un guerrero adiestrado para la batalla, pues otros quehaceres han colmado mi vida, entre ellos, los negocios, y las empresas familiares que están en alza.
Mas se lo suficiente de guerra, como para desear la paz aunque para ello el acero tenga que derramar sangre, sudor y lagrimas.
Una fina lluvia comenzó a caer sobe nosotros, su rostro adornado por las gotas aun resultaba mas hermoso, indómito, salvaje.
Tenia ganas de un segundo encuentro, uno que nos llevara al maneo de las armas al cuerpo contra cuerpo.
Olvidarnos de este postureo que nunca me gustó y empezar a tratarnos como un hombre y una mujer, sin mas.
Supongo que en su cabeza tenia a otro, eso era algo que si era capaz de percibir, pues no veía la pasión con la que otras damas me miraban.
Aunque eso no era algo que me desanimara, era el rey de la selva por antonomasia, así que rendirme no entraba en ms planes, al menos no sin entablar batalla.
La tomé por la cintura para ayudarla a alzarse, y junto a ella, corrimos hacia el interior de la mansión, cuando la lluvia se torno mas virulenta.
-os diría que os quedarais a dormir, que no cogierais le carro con la tormenta, quizás podríamos compartir unas copas de vino y conocernos con la noche como testigo..claro que si alguien os espera y preferís ir, estáis en vuestro derecho de declinar la invitación y dejarme embriagándome solo.
Hacia frio, demasiado para la dama, mas quería descubrir de que pasta estaba echa, y su sonrisa ensancho la mía.
De nuevo mis formas se perdieron para rodear sus hombros con el candor de mi brazo.
-Espero no le resulte atrevido que un hombre desee dar abrigo a su prometida, reconozco que es mas fácil ceder a los impulsos porque vuestra belleza no tiene parangón. Aun así, seria igual de caballeroso con cualquier dama que frente mis ojos erizara su piel.
Caminamos hasta alcanzar un banco blanco de hierro forjado en filigranas, que frente a un estanque artificial ocupado por una familia de patos dibujaba un bello paisaje frente a nuestros ojos.
-Me gustaría conoceros, quizás mi impulsividad me lleve a hacerlo todo demasiado rápido, mas no tengáis problema en detenerme si es necesario, no me lo tomaré mal, al menos de momento -bromeé guiñándole un ojo.
Quería preguntarle por la relación con el otro cambiante, ese que dormía en is cuarto y que por lo que vi parecía arrancarle mas sonrisas de las que yo había arrancado hasta el momento, no se si esa mujer podía ser el fuego que yo necesita, mas por el momento lograba encender en mi la llama.
-Aprendí a manejar la espada y el escudo desde niño, en el norte es algo típico en los caballeros que algún día pueden llegar a enfrentarse con armas.
No puedo presumir de ser un guerrero adiestrado para la batalla, pues otros quehaceres han colmado mi vida, entre ellos, los negocios, y las empresas familiares que están en alza.
Mas se lo suficiente de guerra, como para desear la paz aunque para ello el acero tenga que derramar sangre, sudor y lagrimas.
Una fina lluvia comenzó a caer sobe nosotros, su rostro adornado por las gotas aun resultaba mas hermoso, indómito, salvaje.
Tenia ganas de un segundo encuentro, uno que nos llevara al maneo de las armas al cuerpo contra cuerpo.
Olvidarnos de este postureo que nunca me gustó y empezar a tratarnos como un hombre y una mujer, sin mas.
Supongo que en su cabeza tenia a otro, eso era algo que si era capaz de percibir, pues no veía la pasión con la que otras damas me miraban.
Aunque eso no era algo que me desanimara, era el rey de la selva por antonomasia, así que rendirme no entraba en ms planes, al menos no sin entablar batalla.
La tomé por la cintura para ayudarla a alzarse, y junto a ella, corrimos hacia el interior de la mansión, cuando la lluvia se torno mas virulenta.
-os diría que os quedarais a dormir, que no cogierais le carro con la tormenta, quizás podríamos compartir unas copas de vino y conocernos con la noche como testigo..claro que si alguien os espera y preferís ir, estáis en vuestro derecho de declinar la invitación y dejarme embriagándome solo.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Sintió una brisa fresca que le caló en los huesos haciendola sufrir un ligero escalofrío que esperaba, pasara desapercibido a los ojos de su prometido. No sabía como acabaría todo eso, pero no quería parecer débil. Como buena inglesa, tenía clara la posición que debería tener dentro del hogar desde bien pequeña, se la habían inculcado y la habían instruido para ello. Pero, también desde bien pequeña, abía decidido tener pequeñas rebeliones ante esta.
No era un florero, no era una niña a la que proteger ni un cuadro bonito que contemplar. Por eso había seguido con el violín, y no con el piano, por eso había aprendido esgrima y se negaba a montar a caballo al estilo amazona. Por eso, aunque sbaía bordar, prefería no tocar las labores de costura y se roforzaba con la inutilidad autentica que demostraba a la hora de cocinar, que no era a posta, pero, en cierto modo, la ayudaba a romper ese estereotipo de mujer perfecta que parecían haberle querido enmosquetar desde niña en la cabeza.
Miró de reojo al hombre que la intentaba cubrir del frio, con un levisimo sonrojo en las mejillas, y desvió la mirada aguantando un suspiro, parecía que él ya se había creado en su cabeza, la impresión de que era una dama en apuros, a pesar del reto con la espada. Rodó los ojos un instante, con una leve sonrisa y lo miró nuevamente.
- ¿Es usted un ligón?- bromeó, con algo que habría hecho que su madre le soltase un grito.- Parece que la educación en el norte es compleja, es Inglaterra no obligan a aprender a batallar, allí lo que prima es política y economía, pero las espadas son más interesantes que las cifras.- comentó, no obstante, ella misma había tenido que aprender a manejar los números para sobrellevar su empresa, y por suerte, lo había logrado con creces, muy a pesar de lo que, en realidad, odiaba los números.
Cuando la llovizna comenzó a dejar caer gotas finas sobre ellos, que se enredaban brillantes en los mechones de pelo. Intentando mantener el ritmo que marcaba Einar con la mano en su cintura, llegaron, con las gotas resvalando por su ropa, hasta el interior de la casa. Lluvia, adoraba la lluvia. Entró con una sonrisa y miró un instante por la gran ventana que decoraba el salón.
- ¡Señorita!- exclamó su doncella acercándose alterada.- se resfriará.- la reprendió suavemente.
- No te preocupes, es solo lluvia.- comentó con una sonrisa algo más leve que la anterior, Marie regañaria a su hija cuando llegasen si estaba calada.- sabes que me gusta pasear cuando llueve.- le dijo a la chiquilla, intentando tranquilizarla.
- Y por eso siempre se tiene que quedar en cama...- la miró mal su doncella, haciendola morderse el labio para no soltar una carcajada.
Eso era un circo, ¿desde cuando una doncella reprendía a su señora? Pero su casa nunca había estado marcada por los rangos, no con ella, al menos, prefería la confianza de la gente a la que contrataba que el miedo y el respeto sin fundamente que parecía infligir su padre. Confiando en ella, el trabajo se volvía más veloz y la fidelidad y el respeto estaba, igualmente, grantizado.
Giró al oir la voz del dueño de esa mansión, la tormenta de furea parecía ir en aumento, coger el carro en ese estado podría ser peligroso. Con un suspiro,se giró a mirarlo dejando de lado la ventana, con cierto aire resignado.
-Me temo que he de aceptar su oferta, no me espera nadie más que el servicio, y una mascota, y supongo que todos podrán sobrevivir sin mi una noche.- encogió un poco sus hombros, hablando con sinceridad, antes de temblar levemente por el frío que comenzaba a sentir al estar mojada de lluvia.
No era un florero, no era una niña a la que proteger ni un cuadro bonito que contemplar. Por eso había seguido con el violín, y no con el piano, por eso había aprendido esgrima y se negaba a montar a caballo al estilo amazona. Por eso, aunque sbaía bordar, prefería no tocar las labores de costura y se roforzaba con la inutilidad autentica que demostraba a la hora de cocinar, que no era a posta, pero, en cierto modo, la ayudaba a romper ese estereotipo de mujer perfecta que parecían haberle querido enmosquetar desde niña en la cabeza.
Miró de reojo al hombre que la intentaba cubrir del frio, con un levisimo sonrojo en las mejillas, y desvió la mirada aguantando un suspiro, parecía que él ya se había creado en su cabeza, la impresión de que era una dama en apuros, a pesar del reto con la espada. Rodó los ojos un instante, con una leve sonrisa y lo miró nuevamente.
- ¿Es usted un ligón?- bromeó, con algo que habría hecho que su madre le soltase un grito.- Parece que la educación en el norte es compleja, es Inglaterra no obligan a aprender a batallar, allí lo que prima es política y economía, pero las espadas son más interesantes que las cifras.- comentó, no obstante, ella misma había tenido que aprender a manejar los números para sobrellevar su empresa, y por suerte, lo había logrado con creces, muy a pesar de lo que, en realidad, odiaba los números.
Cuando la llovizna comenzó a dejar caer gotas finas sobre ellos, que se enredaban brillantes en los mechones de pelo. Intentando mantener el ritmo que marcaba Einar con la mano en su cintura, llegaron, con las gotas resvalando por su ropa, hasta el interior de la casa. Lluvia, adoraba la lluvia. Entró con una sonrisa y miró un instante por la gran ventana que decoraba el salón.
- ¡Señorita!- exclamó su doncella acercándose alterada.- se resfriará.- la reprendió suavemente.
- No te preocupes, es solo lluvia.- comentó con una sonrisa algo más leve que la anterior, Marie regañaria a su hija cuando llegasen si estaba calada.- sabes que me gusta pasear cuando llueve.- le dijo a la chiquilla, intentando tranquilizarla.
- Y por eso siempre se tiene que quedar en cama...- la miró mal su doncella, haciendola morderse el labio para no soltar una carcajada.
Eso era un circo, ¿desde cuando una doncella reprendía a su señora? Pero su casa nunca había estado marcada por los rangos, no con ella, al menos, prefería la confianza de la gente a la que contrataba que el miedo y el respeto sin fundamente que parecía infligir su padre. Confiando en ella, el trabajo se volvía más veloz y la fidelidad y el respeto estaba, igualmente, grantizado.
Giró al oir la voz del dueño de esa mansión, la tormenta de furea parecía ir en aumento, coger el carro en ese estado podría ser peligroso. Con un suspiro,se giró a mirarlo dejando de lado la ventana, con cierto aire resignado.
-Me temo que he de aceptar su oferta, no me espera nadie más que el servicio, y una mascota, y supongo que todos podrán sobrevivir sin mi una noche.- encogió un poco sus hombros, hablando con sinceridad, antes de temblar levemente por el frío que comenzaba a sentir al estar mojada de lluvia.
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
No pude evitar echarme a reír al escuchar su afirmación, me gustaba la frescura y naturalidad con la que decía las cosas, nada que ver con las encorsetadas mujeres parisinas que portaban mil mascaras para que no pudieras leer lo que pensaban.
-No soy un ligon, pero si me salto el protocolo mas de lo acostumbrado, sobre todo con mujeres tan bellas como vos.
Sonreí de medio lado hundiendo mis orbes en sus castaños.
-Quiero decir, con vos.
Al parecer en le norte y en París las cosas eran bien distintas. Allí los hombres solo sabían de finanzas, mas de allí de donde yo venia, el fuego de la forja abundaba.
Todo hombre sabia empuñar un arma, de un modo u otro, eso era lo que nos diferenciaba.
Poder proteger a nuestras familias nos convertía en guerreros y yo nací forjandome con el candor del fuego.
-No puedo presumir de ser el mejor, pero, me defiendo con la espada y el escudo, he entrenado desde niño en el arte de la guerra. A veces es el único modo de conseguir la paz.
Corrimos hacia le interior cuando la tormenta arrecio, era divertido ver como su nana, la reñía como si fuera solo una niña que acabara de llegar del bosque haciendo travesuras.
La miré con intensidad, así mojada estaba preciosa, mucho mas que cuando llegó, pues su cabello ahora, lejos de estar peinado caía salvaje como la melena de un león.
La doncella me trajo una toalla. No lo pensé dos veces, me acerque a mi prometida y la envolví con ella secando con mis manos su piel.
Un cuerpo precioso se dibujaba bajo ellas, mis ojos se oscurecieron por la cercanía y mis labios se entreabrieron por el contacto.
-Tráigame una camisola mía, una larga por favor -pedí a la doncella.
Aparte un mechón de pelo de su rostro cuando esta acepto mi propuesta, admito que me gusto oírla llamar al otro tipo mascota, quizás solo era eso y yo me estaba equivocando de lleno.
-Pediré que os preparen el cuarto de invitados -tomé la camisola y se la ofrecí -esta limpia y lo mas importante, seca -bromeé guiñándole un ojo.
Le di espacio para que una doncella pudiera acompañarla a su cámara y se pusiera así cómoda. Mientras yo me senté frente a la chimenea del gran salón, pedí dos copas y una buena botella de vino.
Teníamos mucho de que hablar, quería conocerla mas, y estaba seguro que frente al candor de las llamas y con el alcohol en nuestros cuerpos seria mucho mas fácil entrar en calor y soltar nuestras lenguas.
La dama, no tardo, mis ojos contornearon aquella preciosa silueta, viva, salvaje, resuelta.
Mi sonrisa se amplio poniéndome en pie para tomar su mano y ayudarla a tomar asiento en la alfombra, frente a la lumbre.
-Espero no sea muy osado, pero...estáis muy hermosa.
Los tonos anaranjados de las llamas resplandecían en su piel de porcelana, era difícil no quedarse embobado contemplando aquel cuerpo cincelado por los dioses para el placer del ser humano.
-No soy un ligon, pero si me salto el protocolo mas de lo acostumbrado, sobre todo con mujeres tan bellas como vos.
Sonreí de medio lado hundiendo mis orbes en sus castaños.
-Quiero decir, con vos.
Al parecer en le norte y en París las cosas eran bien distintas. Allí los hombres solo sabían de finanzas, mas de allí de donde yo venia, el fuego de la forja abundaba.
Todo hombre sabia empuñar un arma, de un modo u otro, eso era lo que nos diferenciaba.
Poder proteger a nuestras familias nos convertía en guerreros y yo nací forjandome con el candor del fuego.
-No puedo presumir de ser el mejor, pero, me defiendo con la espada y el escudo, he entrenado desde niño en el arte de la guerra. A veces es el único modo de conseguir la paz.
Corrimos hacia le interior cuando la tormenta arrecio, era divertido ver como su nana, la reñía como si fuera solo una niña que acabara de llegar del bosque haciendo travesuras.
La miré con intensidad, así mojada estaba preciosa, mucho mas que cuando llegó, pues su cabello ahora, lejos de estar peinado caía salvaje como la melena de un león.
La doncella me trajo una toalla. No lo pensé dos veces, me acerque a mi prometida y la envolví con ella secando con mis manos su piel.
Un cuerpo precioso se dibujaba bajo ellas, mis ojos se oscurecieron por la cercanía y mis labios se entreabrieron por el contacto.
-Tráigame una camisola mía, una larga por favor -pedí a la doncella.
Aparte un mechón de pelo de su rostro cuando esta acepto mi propuesta, admito que me gusto oírla llamar al otro tipo mascota, quizás solo era eso y yo me estaba equivocando de lleno.
-Pediré que os preparen el cuarto de invitados -tomé la camisola y se la ofrecí -esta limpia y lo mas importante, seca -bromeé guiñándole un ojo.
Le di espacio para que una doncella pudiera acompañarla a su cámara y se pusiera así cómoda. Mientras yo me senté frente a la chimenea del gran salón, pedí dos copas y una buena botella de vino.
Teníamos mucho de que hablar, quería conocerla mas, y estaba seguro que frente al candor de las llamas y con el alcohol en nuestros cuerpos seria mucho mas fácil entrar en calor y soltar nuestras lenguas.
La dama, no tardo, mis ojos contornearon aquella preciosa silueta, viva, salvaje, resuelta.
Mi sonrisa se amplio poniéndome en pie para tomar su mano y ayudarla a tomar asiento en la alfombra, frente a la lumbre.
-Espero no sea muy osado, pero...estáis muy hermosa.
Los tonos anaranjados de las llamas resplandecían en su piel de porcelana, era difícil no quedarse embobado contemplando aquel cuerpo cincelado por los dioses para el placer del ser humano.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/12/2016
Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Tembló un poco mirando de reojo a su prometido mientras volvía a girarse hacia su doncella, que continuaba regañándola en voz baja colocándole mechones de pelo tras los oidos, que goteaban sobre su cuello, la ropa y el suelo marmolado sobre el que se encontraban. Si algo era cierto, y no podía negar aunque no conociera nada del hombre que tenía su mano, era que, definitivamente, era guapo. Dejándo de lado su caracter que, seguía convencida, era el de un ligón, o su insistencia en avanzar con rapidez auncuando había ofrecido calma, y que denotaba un caracter impulsivo, era muy guapo.
Su pelo rubio, sus ojos azules y su cuerpo entrenado, la que no suspirase por él, o era muy tonta o no estaba interesada o... tenía dudas, como sentía que le sucedía a ella. Pero no podía dejar, en ese momento, que el corazón se interpusiera, porque, en realidad, no sabía que quería el corazón en ese instante. ¿Qué le pedía? ¿qué ignorase todo lo que su familia había construido durante años por una persona de clase diferente, con la que, parecía, encajar a la perfección y que tenía una dulzura que la encandilaba? No podía, y menos cuando su prometido estaba siendo una caja de sorpresas.
Sintió la tela suave de una toalla arropándola por la espalda y unas manos sobre sus brazos, frotando para hacerla entrar en calor. Miró hacia atrás para encontrar la sonrisa de Sir Einar la arropaba con una toalla que, al parecer, habían traido para él por la cara de ofensa que ponía la criada. Parecía que en la casa, ese hombre había levantado alguna pasión, y ver rechazada una atención, no había puesto de demasiado buen humor a una de las mujeres de su servicio.
- Gracias.- musitó bajando la mirada, ocultando la diversión que le causaba haber descubierto eso, mientras cogía los bordes de la toalla. Se giró, entonces, para volver a hablar con él, no era necesario que le prestase ropa suya, estaba segura de que sería inadecuado, cuanto menos, pero al voltear se topó con una mirada azul que la dejó sin habla por un instante. - Gracias.- repitió apartando la mirada, mientras notaba que él le retiraba una honda de la frente.
Se retiró siguiendo a una doncella, mientras retiraba por si misma el pelo que, húmedo le caía por el rostro en hondas desordenadas. La dejaron entrar en un cuarto con baño privado, en el que habían comenzado a llenar ya la bañera. Mientras una mujer mayor preparaba la cama, amplia en el centro del dormitorio, frente a una ventana acortinada y un escritorio de época de color oscuro. Ella entró al baño seguida de esa joven que había puesto mala cara frente al gesto caballeroso del señor de la casa.
Entrando en la bañera, dejándo a un lado el camisón que, más que seguro, le llegaría a los pies, dejó que la joven comenzase a frotar, con poco cuidado, por desgracia, su espalda. Hasta que acabó por echarla y decirle que podría apañarselas. No quería demasiadas atenciones, nunca le habían gustado, y, definitivamente, no las quería si eran con mala baba. Acabó de ducharse y secarse y se vistió a prisa con la camisola, que, al contrario de lo que pensaba, no cubría tanto como le habría gustado. Le llegaba, a penas, a medio muslo. Se cubrió la cara con una mano, deía pensar en algo rápido.
Abrió la puerta del baño y se alegró de ver que la mujer mayor seguía allí, esperando de pie con una toalla y un cepillo para el pelo. Suspiró aliviada y salió cogiéndo el borde de la camisa, tirando de él para taparse todo lo que le fuera posible.
- Disculpe... ¿una bata larga, o, incluso, unos pantalones, no tendrá por ahí, no?- preguntó roja como un tomate, sin atreverse a alzar la cara para mirarla, no le gustaba que la vieran así.
Por suerte la mujer entendió a que se refería y abrió un armario, sacando una larga bata roja con la que se apresuró a cubrirla. Agradecida, Bea anudó el lazo de la bata y se sentó en la mesa del escritorio mientras la mujer le secaba el pelo. Con un suspiro.
- No es necesario, de veras yo no....- intentó decir.
- No ha de sentirse mal, me gusta usted, ¿sabe?- sonrió la mujer, dejándo la toalla de lado.- ya está, con esto no se resfriará.-Le sonrió tendiendole la mano para que se levantase.
Con el pelo seco y envuelta en la bata roja, Bea siguió a la mujer hasta el comedor, dónde el fuego de la chimenea brillaba con fuerza. El hombre, ya seco, acudió a su encuentro y le tomó la mano para guiarla, aun estaba nerviosa, no le gustaba sentirse desnuda, y con tan poca ropa, y fuera de su casa, era esa misma la sensación que tenía, y no pudo evitar enrojecer más con el elogio, después de todo, estaba algo tensa, habría sido mejor irse a casa...
Se sentó en la alfombra frent a la chimenea, intentando que la bata no descubriera sus piernas, por suerte le iba ancha y le daba casi dos vueltas, pero aun así, tuvo que esforzarse porque su piel quedase cubierta. Vio entrar a la joven que le había dado la camisola con una bandeja de queso, tostadas, patés, caviar y más comida, así como dos copas de vino y una botella, dejándolo en el suelo, junto a ellos, dando una nueva mala mirada a Beatrice, que le sonrió, aun divertida.
- Creo que no le gusto mucho.- bromeó en un susurro de risa cuando la joven se retiró, mientras se abrazaba las rodillas, si Brave estuviera allí, seguro que se sentiría más tranquila, ese mapache era un remanso de paz, y, tal vez, la ayudase a aclarar las ideas.
Su pelo rubio, sus ojos azules y su cuerpo entrenado, la que no suspirase por él, o era muy tonta o no estaba interesada o... tenía dudas, como sentía que le sucedía a ella. Pero no podía dejar, en ese momento, que el corazón se interpusiera, porque, en realidad, no sabía que quería el corazón en ese instante. ¿Qué le pedía? ¿qué ignorase todo lo que su familia había construido durante años por una persona de clase diferente, con la que, parecía, encajar a la perfección y que tenía una dulzura que la encandilaba? No podía, y menos cuando su prometido estaba siendo una caja de sorpresas.
Sintió la tela suave de una toalla arropándola por la espalda y unas manos sobre sus brazos, frotando para hacerla entrar en calor. Miró hacia atrás para encontrar la sonrisa de Sir Einar la arropaba con una toalla que, al parecer, habían traido para él por la cara de ofensa que ponía la criada. Parecía que en la casa, ese hombre había levantado alguna pasión, y ver rechazada una atención, no había puesto de demasiado buen humor a una de las mujeres de su servicio.
- Gracias.- musitó bajando la mirada, ocultando la diversión que le causaba haber descubierto eso, mientras cogía los bordes de la toalla. Se giró, entonces, para volver a hablar con él, no era necesario que le prestase ropa suya, estaba segura de que sería inadecuado, cuanto menos, pero al voltear se topó con una mirada azul que la dejó sin habla por un instante. - Gracias.- repitió apartando la mirada, mientras notaba que él le retiraba una honda de la frente.
Se retiró siguiendo a una doncella, mientras retiraba por si misma el pelo que, húmedo le caía por el rostro en hondas desordenadas. La dejaron entrar en un cuarto con baño privado, en el que habían comenzado a llenar ya la bañera. Mientras una mujer mayor preparaba la cama, amplia en el centro del dormitorio, frente a una ventana acortinada y un escritorio de época de color oscuro. Ella entró al baño seguida de esa joven que había puesto mala cara frente al gesto caballeroso del señor de la casa.
Entrando en la bañera, dejándo a un lado el camisón que, más que seguro, le llegaría a los pies, dejó que la joven comenzase a frotar, con poco cuidado, por desgracia, su espalda. Hasta que acabó por echarla y decirle que podría apañarselas. No quería demasiadas atenciones, nunca le habían gustado, y, definitivamente, no las quería si eran con mala baba. Acabó de ducharse y secarse y se vistió a prisa con la camisola, que, al contrario de lo que pensaba, no cubría tanto como le habría gustado. Le llegaba, a penas, a medio muslo. Se cubrió la cara con una mano, deía pensar en algo rápido.
Abrió la puerta del baño y se alegró de ver que la mujer mayor seguía allí, esperando de pie con una toalla y un cepillo para el pelo. Suspiró aliviada y salió cogiéndo el borde de la camisa, tirando de él para taparse todo lo que le fuera posible.
- Disculpe... ¿una bata larga, o, incluso, unos pantalones, no tendrá por ahí, no?- preguntó roja como un tomate, sin atreverse a alzar la cara para mirarla, no le gustaba que la vieran así.
Por suerte la mujer entendió a que se refería y abrió un armario, sacando una larga bata roja con la que se apresuró a cubrirla. Agradecida, Bea anudó el lazo de la bata y se sentó en la mesa del escritorio mientras la mujer le secaba el pelo. Con un suspiro.
- No es necesario, de veras yo no....- intentó decir.
- No ha de sentirse mal, me gusta usted, ¿sabe?- sonrió la mujer, dejándo la toalla de lado.- ya está, con esto no se resfriará.-Le sonrió tendiendole la mano para que se levantase.
Con el pelo seco y envuelta en la bata roja, Bea siguió a la mujer hasta el comedor, dónde el fuego de la chimenea brillaba con fuerza. El hombre, ya seco, acudió a su encuentro y le tomó la mano para guiarla, aun estaba nerviosa, no le gustaba sentirse desnuda, y con tan poca ropa, y fuera de su casa, era esa misma la sensación que tenía, y no pudo evitar enrojecer más con el elogio, después de todo, estaba algo tensa, habría sido mejor irse a casa...
Se sentó en la alfombra frent a la chimenea, intentando que la bata no descubriera sus piernas, por suerte le iba ancha y le daba casi dos vueltas, pero aun así, tuvo que esforzarse porque su piel quedase cubierta. Vio entrar a la joven que le había dado la camisola con una bandeja de queso, tostadas, patés, caviar y más comida, así como dos copas de vino y una botella, dejándolo en el suelo, junto a ellos, dando una nueva mala mirada a Beatrice, que le sonrió, aun divertida.
- Creo que no le gusto mucho.- bromeó en un susurro de risa cuando la joven se retiró, mientras se abrazaba las rodillas, si Brave estuviera allí, seguro que se sentiría más tranquila, ese mapache era un remanso de paz, y, tal vez, la ayudase a aclarar las ideas.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/04/2015
Localización : París/Francia
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Mi prometida envuelta en satén rojo, cubría cada parte de su cuerpo no permitiéndome deleitarme ni con un misero trozo de piel del tobillo.
Admito que me causo cierta diversión, me contuve, porque hubiera sido de muy mala educación reírme, es mas, aun hubiera sido peor confesarle, que esperaba que saliera con esa camisola larga para ver lo hermosa que se veía.
La doncella trajo lo pedido, colocandolo con esmero en la alfombra, esperaba que el vino y la lumbre la hicieran entrar en calor y al menos quitara una vuelta a esa bata permitiéndonos conocernos de un modo mas cómodo a los dos.
Era cierto que la doncella no miraba precisamente bien a mi prometida, mas era evidente que a ninguna dama le gusta rivalizar en belleza y Beatrice en eso no tenia parangón.
Serví su copa embelesado por su risa y tras la suya repleté la mía.
-No parecéis una mujer corriente, así que aparte de hacer esgrima ¿que mas secretos guardáis bajo ese batin de seda? -pregunté divertido tratando de vislumbrar la verdad en sus orbes pardos.
Di un lento sorbo a la copa, estaba acostumbrado a oro tipo de bebidas mas fuertes, al menos en mis salidas nocturnas por los barrios mas bajos.
Pero El vino era lo que se llevaba entre la clase adinerada y este sin duda era una de las mejores reliquias.
Contemple sus labios, apoyados en el vidrio, dejando que el liquido abrasara suavemente su garganta.
Me relamí frente a la idea de ser yo esa copa, y envidie no poder rozar sus labios ahora.
-Se que no entenderéis como he tardado tanto en venir, de echo, ahora que os tengo frente a mi, ni siquiera yo soy capaz de entender lo idiota que fui.
De saber como erais hubiera venido antes incluso de que hubierais nacido -bromeé guiñándole un ojo dando un nuevo sorbo.
Tomé una de las tostada introduciendola en mi boca, estaba hambriento, pero hambre de muchos tipos e intuía que esa noche no saciaría ninguna de ellas.
Seguía contemplándola beber, como si ella fuera mi presa aquella noche, nunca me había sentido tan depredador.
Era extraño, pues deseaba abalanzarme sobre ella, peor sabia que tenia que ir despacio, como una pantera, sin ser descubierto entre la maleza.
Su pelo rojizo brillaba con los tonos del fuego, salvaje, viva, y risueña frente a mi se presentaba una mujer que parecía guardarme demasiado secretos.
La paciencia no era una de mis virtudes, le había hablado de ir despacio, y quería de verdad conocerla, no presionarla, peor mis instintos salvajes querían todo lo contrario.
Admito que me causo cierta diversión, me contuve, porque hubiera sido de muy mala educación reírme, es mas, aun hubiera sido peor confesarle, que esperaba que saliera con esa camisola larga para ver lo hermosa que se veía.
La doncella trajo lo pedido, colocandolo con esmero en la alfombra, esperaba que el vino y la lumbre la hicieran entrar en calor y al menos quitara una vuelta a esa bata permitiéndonos conocernos de un modo mas cómodo a los dos.
Era cierto que la doncella no miraba precisamente bien a mi prometida, mas era evidente que a ninguna dama le gusta rivalizar en belleza y Beatrice en eso no tenia parangón.
Serví su copa embelesado por su risa y tras la suya repleté la mía.
-No parecéis una mujer corriente, así que aparte de hacer esgrima ¿que mas secretos guardáis bajo ese batin de seda? -pregunté divertido tratando de vislumbrar la verdad en sus orbes pardos.
Di un lento sorbo a la copa, estaba acostumbrado a oro tipo de bebidas mas fuertes, al menos en mis salidas nocturnas por los barrios mas bajos.
Pero El vino era lo que se llevaba entre la clase adinerada y este sin duda era una de las mejores reliquias.
Contemple sus labios, apoyados en el vidrio, dejando que el liquido abrasara suavemente su garganta.
Me relamí frente a la idea de ser yo esa copa, y envidie no poder rozar sus labios ahora.
-Se que no entenderéis como he tardado tanto en venir, de echo, ahora que os tengo frente a mi, ni siquiera yo soy capaz de entender lo idiota que fui.
De saber como erais hubiera venido antes incluso de que hubierais nacido -bromeé guiñándole un ojo dando un nuevo sorbo.
Tomé una de las tostada introduciendola en mi boca, estaba hambriento, pero hambre de muchos tipos e intuía que esa noche no saciaría ninguna de ellas.
Seguía contemplándola beber, como si ella fuera mi presa aquella noche, nunca me había sentido tan depredador.
Era extraño, pues deseaba abalanzarme sobre ella, peor sabia que tenia que ir despacio, como una pantera, sin ser descubierto entre la maleza.
Su pelo rojizo brillaba con los tonos del fuego, salvaje, viva, y risueña frente a mi se presentaba una mujer que parecía guardarme demasiado secretos.
La paciencia no era una de mis virtudes, le había hablado de ir despacio, y quería de verdad conocerla, no presionarla, peor mis instintos salvajes querían todo lo contrario.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/12/2016
Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Tomó una copa de vino y dio un trago para, después, dejarla apoyada en sus labios mientras miraba bailar las llamas. Bajó sus pies, la suave alfombra persa, parecía abrazarla para que se le acabara de pasar el frío. Miró a ser Einar mordiendo el fino cristal con los dientes, con suavidad y una leve sonrisa. No era, en realidad, diferente al resto de damas, era educada, sabía de música y de todo lo que debía saber una dama, lo único diferente, que costaba algo de ver, era sus pequeñas rebeldías. Aunque daba la impresión de que él ya había visto algo de esto.
Se sonrojó ante la mención del batín, parecía que ese hombre se la quería comer con los ojos, no acostumbraba a tener a su alrededor gente con una mirada así, que parecía desnudarte cuando te miraba, y se cortaba poco en demostrarlo. Probablemente era por su carisma, no tenía ni idea, pero hacía tiempo que no se ponía tan nerviosa.
- En realidad... no escondo nada.- dijo sin doble sentido, pero agachado la cabeza al ver que podía malinterpretarse.- quiero decir, soy bastante común, se tocar el piano, aunque prefiero el violín.- dijo consciente de lo mal visto que estaba que una mujer tocase ese instrumento.- en realidad, odio el piano.- confesó.- No me gusta montar a caballo al estilo amazona, es incomodo, se duermen las piernas. No se cocinar, para nada, soy totalmente inútil en la cocina, llegué a quemar unos cereales. Odio los vestidos pomposos, pesan y molestan, tampoco me gustan los corsés, y si no estuviera mal visto, tenga por seguro que llevaría pantalones.- explicó dando un nuevo sorbo a la copa de vino.-y llevo un tatuaje, pero antes de que pregunte, no, no se lo voy a enseñar.- le sonrió.
Se giró a mirarlo al volver a oír su voz, y puso la cabeza sobre sus propias rodillas, dejando caer el pelo a un lado y lo miró con curiosidad, realmente... no pensaba que estuviera interesado en ella. Estaba segura de que habría tenido cientos de pretendientas en el norte, y que solo había bajado allí para cumplir con su palabra, porque, por lo que había entendido, el honor entre sus gentes era algo primordial, y seguramente sus galanterías no eran más que una forma de comprobar hasta cuanto resistía ella, para saber si era adecuada, era más que probable que, si no llegaba a sus espectativas, fuera el mismo quien rompiera el compromiso.
En parte, por eso estaba hablando sin tapujos, una parte de ella esperaba ser una decepción, poder seguir con su vida, poder volver a ver a Nahuel sin sentir culpabilidad, aunque no hicieran nada, aunque no pudiera poner nombre a lo que había entre ellos. Otra parte, en cambio, sentía que era su deber, que debía cumplir la voluntad de su padre, por respeto a él, a su madre y a su empresa, y que ese hombre, por lo que podía ver, no era una mala elección. Pero se negaba, las apariencias engañaban y no ería la primera vez que una joven caía en un matrimonio infeliz, donde no tenía voz ni voto, donde cada opinión suya era cortada con un golpe, lo había visto de cerca con una amiga que solo al final se había atrevido a hablarle de lo que sucedía, y que, por desgracia, había acabado enterrada. Prefería, desde entonces, seguir a su corazón.
- Me pide sinceridad.- dijo con calma rozando la copa con sus labios, sin beber.- pero usted decora sus palabras con florituras y no cuenta nada.- lo miró, girándose hacia él.- Soy una mujer de negocios, y esto no me parece un trato justo, así que... cuénteme.- sonrió sentándose con las piernas cruzadas, tranquila, sabiendo que la bata seguía cubriendo toda su piel, invitándolo a hablar.
Se sonrojó ante la mención del batín, parecía que ese hombre se la quería comer con los ojos, no acostumbraba a tener a su alrededor gente con una mirada así, que parecía desnudarte cuando te miraba, y se cortaba poco en demostrarlo. Probablemente era por su carisma, no tenía ni idea, pero hacía tiempo que no se ponía tan nerviosa.
- En realidad... no escondo nada.- dijo sin doble sentido, pero agachado la cabeza al ver que podía malinterpretarse.- quiero decir, soy bastante común, se tocar el piano, aunque prefiero el violín.- dijo consciente de lo mal visto que estaba que una mujer tocase ese instrumento.- en realidad, odio el piano.- confesó.- No me gusta montar a caballo al estilo amazona, es incomodo, se duermen las piernas. No se cocinar, para nada, soy totalmente inútil en la cocina, llegué a quemar unos cereales. Odio los vestidos pomposos, pesan y molestan, tampoco me gustan los corsés, y si no estuviera mal visto, tenga por seguro que llevaría pantalones.- explicó dando un nuevo sorbo a la copa de vino.-y llevo un tatuaje, pero antes de que pregunte, no, no se lo voy a enseñar.- le sonrió.
Se giró a mirarlo al volver a oír su voz, y puso la cabeza sobre sus propias rodillas, dejando caer el pelo a un lado y lo miró con curiosidad, realmente... no pensaba que estuviera interesado en ella. Estaba segura de que habría tenido cientos de pretendientas en el norte, y que solo había bajado allí para cumplir con su palabra, porque, por lo que había entendido, el honor entre sus gentes era algo primordial, y seguramente sus galanterías no eran más que una forma de comprobar hasta cuanto resistía ella, para saber si era adecuada, era más que probable que, si no llegaba a sus espectativas, fuera el mismo quien rompiera el compromiso.
En parte, por eso estaba hablando sin tapujos, una parte de ella esperaba ser una decepción, poder seguir con su vida, poder volver a ver a Nahuel sin sentir culpabilidad, aunque no hicieran nada, aunque no pudiera poner nombre a lo que había entre ellos. Otra parte, en cambio, sentía que era su deber, que debía cumplir la voluntad de su padre, por respeto a él, a su madre y a su empresa, y que ese hombre, por lo que podía ver, no era una mala elección. Pero se negaba, las apariencias engañaban y no ería la primera vez que una joven caía en un matrimonio infeliz, donde no tenía voz ni voto, donde cada opinión suya era cortada con un golpe, lo había visto de cerca con una amiga que solo al final se había atrevido a hablarle de lo que sucedía, y que, por desgracia, había acabado enterrada. Prefería, desde entonces, seguir a su corazón.
- Me pide sinceridad.- dijo con calma rozando la copa con sus labios, sin beber.- pero usted decora sus palabras con florituras y no cuenta nada.- lo miró, girándose hacia él.- Soy una mujer de negocios, y esto no me parece un trato justo, así que... cuénteme.- sonrió sentándose con las piernas cruzadas, tranquila, sabiendo que la bata seguía cubriendo toda su piel, invitándolo a hablar.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Su cabeza se recostó sobre sus piernas, castaña melena rojiza que caía salvaje sobre ellas. Sonreí de medio lado escuchando esa voz que embelesaba por completo.
Decía que era una mujer corriente, quizás necesitara que le prestara mis ojos para verse por ellos, pues de corriente la dama tenia muy poco.
Frente a mi, una mujer fuerte, tímida pero que sabia bien aquello que quería, no se dejaba dominar ni por mis ganas ni por las suyas.
Ganas que veía ne sus ojos cuando me miraba, ganas que se esforzaba en ocultar como si se debiera en cuerpo y alma a otro que no era el prometido que había esperado durante demasiado tiempo.
Los tapujos nunca fueron mi fuerte, admito que demasiado impulsivo para aparentar, escuché como la dama me exigía sinceridad.
Mis palabras estaban según ella decoradas, y tenia razón, las trataba de templar para que no viera en mi al salvaje leon que rugía por dentro en aquel preciso momento.
Un trago a mi copa, uno lo suficientemente largo como para apurarla frente a sus ojos.
-Tenéis razón, no soy del todo sincero. No soy exactamente lo que veis -sonreí de medio lado al ver como sus ojos me miraban confusos -pero la gracia esta en que me descubráis poco a poco, de contároslo todo ¿que quedaría para luego?
Deslicé mis dedos por su batin, alzándolo ligeramente, sonrisa ladina en mi rostro apartando mis dedos casi al instante.
-No mentiré si os digo que os deseo, y no conozco motivo que me impida en esto seros completamente sincero, creo que no es un delito que a vuestro prometido le guste su futura esposa. Tampoco es un delito confesaros que llevo unas semanas en París, traté de zanjar unos negocios y adecentar esto antes de ponerme en contacto con vos.
Una noche, la curiosidad y la embriaguez porque no, me ano la batalla y fui a descubrir cuan bella era la mujer que me esperaba.
Para mi sorpresa no estaba sola, una pequeña “mascota” jugaba con ella en el lecho.
Sonreí de medio lado hundiendo mis orbes en los ajenos.
-¿me pedís sinceridad? Ahí la tenéis mi señora, ¿puedo pediros lo mismo?
Repleté mi copa de nuevo, la sinceridad me obligaba a beber mas de la cuenta, y ella parecía ahora mismo tan estupefacta por mis palabras que por un instante pensé que se levantaría y marcharía sin mas.
Espere sin apartar mi mirada inquisitiva de la suya una respuesta, algo que me diera a entender que no había otro en su vida, que podríamos conocernos despacio, pero sin el riesgo de perderla.
Sin embargo sus ojos bailaban como el fuego, posiblemente tratando de ordenar sus propios pensamientos.
-No os estoy acusando, comprendo que mucho tiempo a pasado desde nuestro compromiso, no pedo culparos si es que ya amáis a otro, pero no quiero equivocarme, empezar una conquista para ocupar un corazón que ya esta colmado ¿lo entendéis?
Decía que era una mujer corriente, quizás necesitara que le prestara mis ojos para verse por ellos, pues de corriente la dama tenia muy poco.
Frente a mi, una mujer fuerte, tímida pero que sabia bien aquello que quería, no se dejaba dominar ni por mis ganas ni por las suyas.
Ganas que veía ne sus ojos cuando me miraba, ganas que se esforzaba en ocultar como si se debiera en cuerpo y alma a otro que no era el prometido que había esperado durante demasiado tiempo.
Los tapujos nunca fueron mi fuerte, admito que demasiado impulsivo para aparentar, escuché como la dama me exigía sinceridad.
Mis palabras estaban según ella decoradas, y tenia razón, las trataba de templar para que no viera en mi al salvaje leon que rugía por dentro en aquel preciso momento.
Un trago a mi copa, uno lo suficientemente largo como para apurarla frente a sus ojos.
-Tenéis razón, no soy del todo sincero. No soy exactamente lo que veis -sonreí de medio lado al ver como sus ojos me miraban confusos -pero la gracia esta en que me descubráis poco a poco, de contároslo todo ¿que quedaría para luego?
Deslicé mis dedos por su batin, alzándolo ligeramente, sonrisa ladina en mi rostro apartando mis dedos casi al instante.
-No mentiré si os digo que os deseo, y no conozco motivo que me impida en esto seros completamente sincero, creo que no es un delito que a vuestro prometido le guste su futura esposa. Tampoco es un delito confesaros que llevo unas semanas en París, traté de zanjar unos negocios y adecentar esto antes de ponerme en contacto con vos.
Una noche, la curiosidad y la embriaguez porque no, me ano la batalla y fui a descubrir cuan bella era la mujer que me esperaba.
Para mi sorpresa no estaba sola, una pequeña “mascota” jugaba con ella en el lecho.
Sonreí de medio lado hundiendo mis orbes en los ajenos.
-¿me pedís sinceridad? Ahí la tenéis mi señora, ¿puedo pediros lo mismo?
Repleté mi copa de nuevo, la sinceridad me obligaba a beber mas de la cuenta, y ella parecía ahora mismo tan estupefacta por mis palabras que por un instante pensé que se levantaría y marcharía sin mas.
Espere sin apartar mi mirada inquisitiva de la suya una respuesta, algo que me diera a entender que no había otro en su vida, que podríamos conocernos despacio, pero sin el riesgo de perderla.
Sin embargo sus ojos bailaban como el fuego, posiblemente tratando de ordenar sus propios pensamientos.
-No os estoy acusando, comprendo que mucho tiempo a pasado desde nuestro compromiso, no pedo culparos si es que ya amáis a otro, pero no quiero equivocarme, empezar una conquista para ocupar un corazón que ya esta colmado ¿lo entendéis?
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Lo miró con una media sonrisa, parecía ser que la había descubierto, en parte, pedía sinceridad, no que le abriera totalmente su alma, pero recibió más de lo que exigía. Una serie de afirmaciones que él trataba como verdades absolutas, y de las que parecía no dudar en lo absoluto, aun con su florida forma de hablar, mucho más que la de ella, en realidad. Pareciera ser que su tiempo en Italia había embrutecido sus modos, en comparación a los de él, que, a pesar de su herencia de guerrero del norte, era refinado y, pudiera ser, algo amanerado, aunque no lo bastante como para parecer una persona delicada.
Sus movimientos elegantes, sus palabras directas, su cuerpo, bien formado, más alto que ella, con la espalda mucho más ancha, lo hacía parecer, sencillamente, un hombre amable y educado, era su fortuna, si hubiera tenido un cuerpo más pequeño, si hubiera sido más enjuto, lo habrían tachado de afeminado, pero a él, no, no podía dársele, para nada, ese adjetivo.
Se sonrojó, negándose a apartar la mirada de él, mientras le confesaba lo que él pensaba conveniente. Si él iba a ser sincero, ella no retiraría la mirada, lo enfrentaría de modo abierto, como hacía él con ella. No se movió un ápice, mirándolo curiosa y expectante, dejando que el silencio la cubriera mientras esperaba que él terminase de hablar.
- ¿Os referís a Brave?- le preguntó, intentando que sus primeras palabras no la afectasen como parecían hacerlo.- Es mi mapache, viene a verme de vez en cuando, últimamente acude más de lo usual.- explicó con sinceridad, Bea, aun sabiendo de la existencia de hombres lobo y vampiros, de fantasmas e, incluso, brujos, desconocía de los cambiantes y la naturaleza de su mapache.- ¿pasa algo con él?- Preguntó con auténtica curiosidad.
No le molestaba que hubiera ido en su busca, si ella hubiera sabido el tiempo que llevaba él en París, probablemente hubiera hecho lo mismo. Él había contado con una ventaja, ya sabía como era y dónde vivía, ella había ido a la aventura, a conocer a un prometido que, tal vez, fuera un monstruo, o que no fuera bien parecido, que podría ser un borracho o un jugador, ella se iba a encontrar con cualquier cosa, él ya sabía que esperar.
- En cuanto a lo de amar a otro...- suspiró.- voy a pagar sinceridad con sinceridad, si le parece bien.- le sonrió con cierta tristeza.- No amo a nadie, no ahora mismo, pero si estoy algo confusa. Me habían hablado del compromiso, por supuesto, pero con la muerte de mi padre, mi madre dijo que había quedado cancelado, por lo que me sentí libre de sentir lo que quisiera, hace unas semanas conocí a alguien que me causa curiosidad.- confesó.- Si me preguntáis si le amo, no, no le amo, pero tampoco puedo decir que le ame a usted, no obstante, al igual que yo he de ganarme su afecto, supongo que tendrá usted que ganar el mío.- le sonrió.- Acabamos de conocernos, démonos tiempo, estoy segura de que poco a poco, con paciencia, lograremos algo.- afirmó alzando su copa para brindar, más cómoda ahora, que lo habían dicho todo.
Sus movimientos elegantes, sus palabras directas, su cuerpo, bien formado, más alto que ella, con la espalda mucho más ancha, lo hacía parecer, sencillamente, un hombre amable y educado, era su fortuna, si hubiera tenido un cuerpo más pequeño, si hubiera sido más enjuto, lo habrían tachado de afeminado, pero a él, no, no podía dársele, para nada, ese adjetivo.
Se sonrojó, negándose a apartar la mirada de él, mientras le confesaba lo que él pensaba conveniente. Si él iba a ser sincero, ella no retiraría la mirada, lo enfrentaría de modo abierto, como hacía él con ella. No se movió un ápice, mirándolo curiosa y expectante, dejando que el silencio la cubriera mientras esperaba que él terminase de hablar.
- ¿Os referís a Brave?- le preguntó, intentando que sus primeras palabras no la afectasen como parecían hacerlo.- Es mi mapache, viene a verme de vez en cuando, últimamente acude más de lo usual.- explicó con sinceridad, Bea, aun sabiendo de la existencia de hombres lobo y vampiros, de fantasmas e, incluso, brujos, desconocía de los cambiantes y la naturaleza de su mapache.- ¿pasa algo con él?- Preguntó con auténtica curiosidad.
No le molestaba que hubiera ido en su busca, si ella hubiera sabido el tiempo que llevaba él en París, probablemente hubiera hecho lo mismo. Él había contado con una ventaja, ya sabía como era y dónde vivía, ella había ido a la aventura, a conocer a un prometido que, tal vez, fuera un monstruo, o que no fuera bien parecido, que podría ser un borracho o un jugador, ella se iba a encontrar con cualquier cosa, él ya sabía que esperar.
- En cuanto a lo de amar a otro...- suspiró.- voy a pagar sinceridad con sinceridad, si le parece bien.- le sonrió con cierta tristeza.- No amo a nadie, no ahora mismo, pero si estoy algo confusa. Me habían hablado del compromiso, por supuesto, pero con la muerte de mi padre, mi madre dijo que había quedado cancelado, por lo que me sentí libre de sentir lo que quisiera, hace unas semanas conocí a alguien que me causa curiosidad.- confesó.- Si me preguntáis si le amo, no, no le amo, pero tampoco puedo decir que le ame a usted, no obstante, al igual que yo he de ganarme su afecto, supongo que tendrá usted que ganar el mío.- le sonrió.- Acabamos de conocernos, démonos tiempo, estoy segura de que poco a poco, con paciencia, lograremos algo.- afirmó alzando su copa para brindar, más cómoda ahora, que lo habían dicho todo.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Contemplé a mi prometida hablar del muselido como si desconociera al completo que ese con el que compartía lecho era un cambiante como yo. No seria yo quien desvelara su naturaleza, no porque algo me decía que la persona de la que hablaba, esa por la que decía sentir cierta curiosidad mas no estar enamorada eran el mismo ser.
Apuré la copa entre mis labios cansado de formalismos, estaba claro que solo ostentaba de “prometido” la idea de serlo.
No era de los que se rendían para nada, pero tampoco de los que eran pesados hasta decir basta.
Nos conoceríamos, era obvio que ella me gustaba, pero quizás su modo y el mio fuera distinto, ella parecía envolverse con esa bata manta para impedirme dar un paso que pudiera encontrarnos, para mi por el contrario, el contacto era necesario para conocernos de un modo u otro.
Si buscaba una compañía para pasear por los jardines, posiblemente no la encontraría en mi, si quería un compañero con el que perderse por el bosque, con el que jugar a darnos caza y prendernos fuego con las miradas, era su hombre.
La protegería de todo y todos , así era yo. Si finalmente era el elegido no se arrepentiría ni un solo día de su vida de estar conmigo, no porque fuera perfecto, de echo mas bien era todo lo contrario a eso, pero si era una persona clara, quizás demasiado. Discutiríamos, posiblemente mas de lo que esperara, pues mi carácter era digno del de una fiera, peor del mismo modo la amaría cada noche cuando el sol se escandiera.
Tiré de su cintura para orillarla a mi cuerpo en completo silencio, mis ojos la buscaron y una sonrisa picara se dibujo en mi rostro.
-Te diría que no muerdo, pero te mentiría. Llevas rehuyendo el contacto conmigo posiblemente porque en tu cabeza tienes a ese otro hombre por el que sientes algo.
Conozcamonos, pero para eso has de darme la oportunidad de mostrarte lo que soy. No usare trucos, no me colaré en tu cama fingiendo ser otra cosa, pero..dame la oportunidad de saber que sientes cando son mis dedos los que recorren tu piel.
Deslicé la yema de mis dedos por su pierna ascendiendo lentamente sin apartar mis ojos de ella.
Relamí mis labios bajando los ojos hasta la boca ajena, esperando posiblemente mucho mas que una respuesta.
-se que te gusta lo que ves, una pregunta ¿que quieres Beatrice?
Dicen que quien no arriesga no gana y de momento iba perdiendo la batalla, posiblemente porque a él ya le conocía, mientras yo solo era un espectro, un hombre que acababa de conocer y creo que en el fondo su mente me había rechazado incluso antes de presentarse en mi casa.
Acorté la distancia entre nuestros labios, mi aliento golpeo la humedad de su boca, no cerré los ojos, quería verla, ver si temblaba, si sus ojos me deseaban o todo lo contrario aborrecían mi cercanía.
En el amor y en la guerra todo vale y yo era un guerrero que acababa de sacar la espada.
Acaricié sus labios con los míos, llevando mi mano a su nuca para enredarla en su pelo y atraerla hacia mi despacio.
-Conoceme -susurré contra su boca
Apuré la copa entre mis labios cansado de formalismos, estaba claro que solo ostentaba de “prometido” la idea de serlo.
No era de los que se rendían para nada, pero tampoco de los que eran pesados hasta decir basta.
Nos conoceríamos, era obvio que ella me gustaba, pero quizás su modo y el mio fuera distinto, ella parecía envolverse con esa bata manta para impedirme dar un paso que pudiera encontrarnos, para mi por el contrario, el contacto era necesario para conocernos de un modo u otro.
Si buscaba una compañía para pasear por los jardines, posiblemente no la encontraría en mi, si quería un compañero con el que perderse por el bosque, con el que jugar a darnos caza y prendernos fuego con las miradas, era su hombre.
La protegería de todo y todos , así era yo. Si finalmente era el elegido no se arrepentiría ni un solo día de su vida de estar conmigo, no porque fuera perfecto, de echo mas bien era todo lo contrario a eso, pero si era una persona clara, quizás demasiado. Discutiríamos, posiblemente mas de lo que esperara, pues mi carácter era digno del de una fiera, peor del mismo modo la amaría cada noche cuando el sol se escandiera.
Tiré de su cintura para orillarla a mi cuerpo en completo silencio, mis ojos la buscaron y una sonrisa picara se dibujo en mi rostro.
-Te diría que no muerdo, pero te mentiría. Llevas rehuyendo el contacto conmigo posiblemente porque en tu cabeza tienes a ese otro hombre por el que sientes algo.
Conozcamonos, pero para eso has de darme la oportunidad de mostrarte lo que soy. No usare trucos, no me colaré en tu cama fingiendo ser otra cosa, pero..dame la oportunidad de saber que sientes cando son mis dedos los que recorren tu piel.
Deslicé la yema de mis dedos por su pierna ascendiendo lentamente sin apartar mis ojos de ella.
Relamí mis labios bajando los ojos hasta la boca ajena, esperando posiblemente mucho mas que una respuesta.
-se que te gusta lo que ves, una pregunta ¿que quieres Beatrice?
Dicen que quien no arriesga no gana y de momento iba perdiendo la batalla, posiblemente porque a él ya le conocía, mientras yo solo era un espectro, un hombre que acababa de conocer y creo que en el fondo su mente me había rechazado incluso antes de presentarse en mi casa.
Acorté la distancia entre nuestros labios, mi aliento golpeo la humedad de su boca, no cerré los ojos, quería verla, ver si temblaba, si sus ojos me deseaban o todo lo contrario aborrecían mi cercanía.
En el amor y en la guerra todo vale y yo era un guerrero que acababa de sacar la espada.
Acaricié sus labios con los míos, llevando mi mano a su nuca para enredarla en su pelo y atraerla hacia mi despacio.
-Conoceme -susurré contra su boca
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Lo miró, más tranquila, habían podido ser sinceros, y esperaba, de verdad, que no se hubiera sentido mal. Había sido totalmente sincera y comenzaba a adquirir cierta simpatía por el que era su prometido. Le gustaba su sinceridad, tal vez sus formas eran un tanto floridas para su gusto, pero suponía que era a causa de los nervios, ella también había estado algo tensa, aunque tras decir todo lo que le pasaba por la cabeza se sentía mucho más tranquila como para hablar en calma y pasar una velada tranquila junto al fuego.
No es que fuera alguien a quien le gustase estar siempre quieta, ni mucho menos, bien era cierto que disfrutaba de la calma y, en cierta medida, de la soledad. Pero prefería estar corriendo por las calles de la ciudad a quedarse en casa, aunque fuera de noche, no, en realidad, eso era falso, especialmente porque fuera de noche. Pero siempre con cuidado.
En su calma, algo despistada, notó una mano rodeándole la cintura. Giró la cabeza, con gesto sorprendido, para mirar a Einar, que la acercó a él, casi sentándola a horcajadas encima suya. La espalad de Bea, relajada hasta entonces, se tensó un instante y un escalofrío le recorrió la espalda. No le gustaba eso, no tenía bastante confianza como para poder permitirse tocarlo, no así. Tembló un poco y lo miró nerviosa.
- No... no es...- intentó explicarse, nerviosa, pero sin ser capaz de moverse, con un sonrojo visible en las mejillas y los ojos empañados
¿Qué quería? En ese momento que la soltara. El corazón le iba a mil por hora, los recuerdos la embargaban, y no eran agradables. Por supuesto, no podía comparar, en realidad, lo que le sucedió cuando tenía a penas diez años a esa situación, pero aunque conscientemente sabía eso, su cuerpo no parecía querer entender. Él era atractivo, por supuesto, y era consciente de que el problema era ella, le encantaría poder corresponder libremente, pero le era imposible, no por sus dudas, únicamente, había algo más profundo que le impedía actuar.
A penas fue consciente de cuando los labios de él buscaron los suyos, tensa, pensando que resistirse sería peor, no luchó, hasta el punto en que, en algún momento, su cuerpo hizo reacción con su mente, y una lágrima le recorrió la mejilla. Cuando los labios se separaron, algo temblorosa, dejó caer la cabeza en su hombro. Conocerlo, él no la conocía a ella, si no nunca habría hecho eso. No besaba mal, podía decirlo, pero había estado tan aterrada que no había podido distinguir si disfrutaba realmente de su contacto o no.
- Es... es complicado...- musitó temblorosa.- no son las dudas las que hacen que no te toque, ni siquiera el pudor, es...- ¿podría decirlo? Había tenido que huir de Inglaterra por ese suceso, su honor se había puesto en duda tras eso, explicarlo era complicado para ella.- Me secuestraron a los diez años.- musitó sin moverse del sitio, aun sobre él, aun con la cabeza sobre su hombro.- fue solo por un día, pero no fue divertido, no... no me tocaron, no en ese sentido.- dijo casi llorando, era difícil hablar de esas cosas, y explicarlas con ese nivel de detalle. - pero... los golpes...- tembló un poco y se abrazó a si misma.- aun tengo un par de marcas en la espalda.- musitó, era cierto, bajo los omóplatos tenía dos heridas en forma de alas que no se habían llegado a cerrar nunca.- es...- tomó aire, se negaba a llorar de nuevo por eso.- desde entonces me aterra que me toquen y no soporto los sitios pequeños, cerrados y oscuros, a penas aguanto ir en calesa.- explicó.- Lo siento.- dijo alzando la cabeza con una sonrisa rota.- me temo que su prometida es un juguete roto.- dijo tomando la intención de alejarse, suponía que, como todos, se alejaría, asqueado.
No es que fuera alguien a quien le gustase estar siempre quieta, ni mucho menos, bien era cierto que disfrutaba de la calma y, en cierta medida, de la soledad. Pero prefería estar corriendo por las calles de la ciudad a quedarse en casa, aunque fuera de noche, no, en realidad, eso era falso, especialmente porque fuera de noche. Pero siempre con cuidado.
En su calma, algo despistada, notó una mano rodeándole la cintura. Giró la cabeza, con gesto sorprendido, para mirar a Einar, que la acercó a él, casi sentándola a horcajadas encima suya. La espalad de Bea, relajada hasta entonces, se tensó un instante y un escalofrío le recorrió la espalda. No le gustaba eso, no tenía bastante confianza como para poder permitirse tocarlo, no así. Tembló un poco y lo miró nerviosa.
- No... no es...- intentó explicarse, nerviosa, pero sin ser capaz de moverse, con un sonrojo visible en las mejillas y los ojos empañados
¿Qué quería? En ese momento que la soltara. El corazón le iba a mil por hora, los recuerdos la embargaban, y no eran agradables. Por supuesto, no podía comparar, en realidad, lo que le sucedió cuando tenía a penas diez años a esa situación, pero aunque conscientemente sabía eso, su cuerpo no parecía querer entender. Él era atractivo, por supuesto, y era consciente de que el problema era ella, le encantaría poder corresponder libremente, pero le era imposible, no por sus dudas, únicamente, había algo más profundo que le impedía actuar.
A penas fue consciente de cuando los labios de él buscaron los suyos, tensa, pensando que resistirse sería peor, no luchó, hasta el punto en que, en algún momento, su cuerpo hizo reacción con su mente, y una lágrima le recorrió la mejilla. Cuando los labios se separaron, algo temblorosa, dejó caer la cabeza en su hombro. Conocerlo, él no la conocía a ella, si no nunca habría hecho eso. No besaba mal, podía decirlo, pero había estado tan aterrada que no había podido distinguir si disfrutaba realmente de su contacto o no.
- Es... es complicado...- musitó temblorosa.- no son las dudas las que hacen que no te toque, ni siquiera el pudor, es...- ¿podría decirlo? Había tenido que huir de Inglaterra por ese suceso, su honor se había puesto en duda tras eso, explicarlo era complicado para ella.- Me secuestraron a los diez años.- musitó sin moverse del sitio, aun sobre él, aun con la cabeza sobre su hombro.- fue solo por un día, pero no fue divertido, no... no me tocaron, no en ese sentido.- dijo casi llorando, era difícil hablar de esas cosas, y explicarlas con ese nivel de detalle. - pero... los golpes...- tembló un poco y se abrazó a si misma.- aun tengo un par de marcas en la espalda.- musitó, era cierto, bajo los omóplatos tenía dos heridas en forma de alas que no se habían llegado a cerrar nunca.- es...- tomó aire, se negaba a llorar de nuevo por eso.- desde entonces me aterra que me toquen y no soporto los sitios pequeños, cerrados y oscuros, a penas aguanto ir en calesa.- explicó.- Lo siento.- dijo alzando la cabeza con una sonrisa rota.- me temo que su prometida es un juguete roto.- dijo tomando la intención de alejarse, suponía que, como todos, se alejaría, asqueado.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Lejos de corresponder mi envite, la dama se incomodó. Su cuerpo tenso como las cuerdas de un arpa, apenas parecía entrar en razón cuando mis manos afianzaron su cintura, menos lo hizo cuando mis labios surcaron con suavidad los ajenos, apenas invitándola a un baile que ella claramente denegó.
Admito que mi orgullo de hombre quedo tocado y hundido, no estaba acostumbrado precisamente a tirar la caña y que le anzuelo no fuera mordido, mas pronto sus palabras edulcoraron mis oídos tratando de explicarme el típico “no eres tu, soy yo”
Admito que mi cuerpo se tenso, mi gesto frio y distante se preparó para las mil y una escusas que antepondría frente a mi como verdades absolutas. Lo cierto que ese cámbiate era mas de lo que decía y solo había acudido allí para “cumplir” con su deber de prometida.
Estaba mas que dispuesto a alzarme de la alfombra con cualquier escusa, que mas daba, tanto ella como yo agradeceríamos ese acto, y mas, los venideros cuando la liberara por completo del compromiso adquirido.
Yo era de los que luchaban, pero no de los que se dejaban tomar el pelo.
Si por su parte no había interés, ¿por que ponerlo de la mía, cuando fuera había mil doncellas que me abrirían sus brazos y algo mas?
Lo admito estaba enfadado y mi tempestuoso carácter en aquel momento prometía tormentas y no noches de calma.
Pero...
Su cabeza se recostó en mi hombro, perdida parecía indefensa entre mis brazos, no se apartó ,quizás acompañando de verdad las palabras que lejos de escudarse empezaron a narrar una complicada historia que me hizo comprender sus razones, es mas, hizo que instintivamente y en un afán sobre-protector rodeara su cintura enlazando mis dedos a su fría mano.
-Nadie volverá a hacerte daño -susurré contra su pelo dejándola proseguir.
La historia acabó, sus ojos anegados en lagrimas se fundieron con los míos, hablaba de un juguete roto, pero a mi nunca me había parecido mas valiente que en ese preciso instante en el que me había confesado sus miedos, los había enfrentado y había logrado que este momento se convirtiera en nuestro.
-Si te da miedo los sitios pequeños, tiraremos las paredes de la mansión y si el carruaje es demasiado cerrado cabalgaremos...no eres un juguete roto, eres mi prometida, quiero conocerte, tu historia no ha cambiado eso, mas bien todo lo contrario.
Di un trago a mi copa dejando que su cuerpo se orillara al mio, no la toque, no mas de lo que ya lo hacia mi mano contra su palma.
Mis ojo se clavaron en el fuego, esa humana me había dado una lección de entereza y sinceridad.
-Yo no soy lo que ves, el hombre de negocios es solo la fachada que esconde a la bestia. Soy salvaje, las palabras llenas de florituras es lo que utilizo para convencer a los nobles de que mis empresas son exactamente lo que necesitan.
Contigo no lo haré, te mostrare lo peor o mejor dicho, la realidad, para que seas libre de elegir.
Seguramente no entendía mis palabras ¿como hacerlo? Tampoco podía mostrarle en ese momento mi condición, por esa noche parece que tendríamos que limitarnos a beber...
-Admito que me gustaría besarte ahora, se que ni es el momento ni estas preparada y no mentiré me jode porque me apetece una burrada.
Admito que mi orgullo de hombre quedo tocado y hundido, no estaba acostumbrado precisamente a tirar la caña y que le anzuelo no fuera mordido, mas pronto sus palabras edulcoraron mis oídos tratando de explicarme el típico “no eres tu, soy yo”
Admito que mi cuerpo se tenso, mi gesto frio y distante se preparó para las mil y una escusas que antepondría frente a mi como verdades absolutas. Lo cierto que ese cámbiate era mas de lo que decía y solo había acudido allí para “cumplir” con su deber de prometida.
Estaba mas que dispuesto a alzarme de la alfombra con cualquier escusa, que mas daba, tanto ella como yo agradeceríamos ese acto, y mas, los venideros cuando la liberara por completo del compromiso adquirido.
Yo era de los que luchaban, pero no de los que se dejaban tomar el pelo.
Si por su parte no había interés, ¿por que ponerlo de la mía, cuando fuera había mil doncellas que me abrirían sus brazos y algo mas?
Lo admito estaba enfadado y mi tempestuoso carácter en aquel momento prometía tormentas y no noches de calma.
Pero...
Su cabeza se recostó en mi hombro, perdida parecía indefensa entre mis brazos, no se apartó ,quizás acompañando de verdad las palabras que lejos de escudarse empezaron a narrar una complicada historia que me hizo comprender sus razones, es mas, hizo que instintivamente y en un afán sobre-protector rodeara su cintura enlazando mis dedos a su fría mano.
-Nadie volverá a hacerte daño -susurré contra su pelo dejándola proseguir.
La historia acabó, sus ojos anegados en lagrimas se fundieron con los míos, hablaba de un juguete roto, pero a mi nunca me había parecido mas valiente que en ese preciso instante en el que me había confesado sus miedos, los había enfrentado y había logrado que este momento se convirtiera en nuestro.
-Si te da miedo los sitios pequeños, tiraremos las paredes de la mansión y si el carruaje es demasiado cerrado cabalgaremos...no eres un juguete roto, eres mi prometida, quiero conocerte, tu historia no ha cambiado eso, mas bien todo lo contrario.
Di un trago a mi copa dejando que su cuerpo se orillara al mio, no la toque, no mas de lo que ya lo hacia mi mano contra su palma.
Mis ojo se clavaron en el fuego, esa humana me había dado una lección de entereza y sinceridad.
-Yo no soy lo que ves, el hombre de negocios es solo la fachada que esconde a la bestia. Soy salvaje, las palabras llenas de florituras es lo que utilizo para convencer a los nobles de que mis empresas son exactamente lo que necesitan.
Contigo no lo haré, te mostrare lo peor o mejor dicho, la realidad, para que seas libre de elegir.
Seguramente no entendía mis palabras ¿como hacerlo? Tampoco podía mostrarle en ese momento mi condición, por esa noche parece que tendríamos que limitarnos a beber...
-Admito que me gustaría besarte ahora, se que ni es el momento ni estas preparada y no mentiré me jode porque me apetece una burrada.
Einar Hans- Cambiante Clase Alta
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Re: Dos monstruos habitan en mi. (privado)
Notó su enfado, parecía que iba a tirarla de encima y, simplemente, irse del cuarto, pero no fue así, en cuando comenzó a hablar, su postura pareció relajarse, notó una mano, mucho más suave que antes, sobre su cintura, y que su mano fría se veía enredada en la de él, más grande y cálida. Las miró un momento, enlazadas, y guardó silencio, confusa. Le acababa de prometer que nadie más le haría daño, y, por alguna razón, sentía que era cierto, que si estaba con él, nadie más volvería a herirla.
Lo miró, aun algo asustada, no de él, si no del rechazo, y esperó a que hablara, su mano y su cintura aun estaban cubiertas por sus manos, suaves como plumas, mucho más gentiles y amables que segundos antes. Esperaba, simplemente, que no sintiera lástima por ella. Odiaba tener miedo, odiaba hablar de estas cosas, llorar por ellas. Le encantaría ser libre, poder dar un abrazo sin tener que reflexionarlo antes, no pasarse, luego varios minutos temblando, y odiaba ser incapaz de ello, pero, lo que más odiaba, eran las miradas de asco y pena que solía dedicarle la gente cuando descubría esa parte de ella que intentaba esconder de forma casi desesperada.
En cambio, no vio pena, solo comprensión, y, tal vez, algo de rabia. Tragó saliva, respirando hondo, algo más calmada, y no pudo si no sorprenderse de sus palabras. Sus padres, las únicas personas que habían sabido de esto hasta hacía relativamente poco, nunca habían sido tan comprensivos, en cambio, le habian dicho que eso eran idioteces, que debía superarlo, que dejase de gritar por la noche, que no llorase solo por subir al carruaje, que era la hija de un inglés, debía mostrar entereza. No le había faltado razón, pero habían hecho que una niña de diez años, tuviera que superar sola demasiadas cosas que un niño de usual no puede solucionar.
Las palabras de Einar habían hecho que la niña que aun temblaba en Bea, bajo el cuerpo y la cabeza de una mujer, calmase un poco sus miedos. En silencio, volvió a poner la cabeza en su hombro, ya sin intentar alejarse. Aunque lo quisiera, le temblaban las piernas de tal modo que sería incapaz de moverse. Solo cuando, momentos después, pareció poder volver a respirar, se sentó a su lado, con su brazo pegado al de él, abrazándose las rodillas, tenía frío.
Lo miró de reojo, con la cara medio escondida en su brazo, y escuchó, no, estaba claro que no era, ni de cerca, lo que parecía a primera vista, y que hasta ese momento había estado con una máscara que poco tenía que ver con la realidad. No era un gato con el que pasar la tarde hablando tranquilamente, era un león que quería saltar a la caza. Suspiró un poco y miró las llamas, que ardían con fuerza. Sonrojándose en silencio cuando él afirmó, sin vergüenza, que quería besarla.
No sabía que responder a eso, estaba demasiado confusa como para saber que hacer. Por un lado estaba Nahuel, ese chico era todo corazón, dulce, amable, cariñoso, ¿Estaba enamorada? no lo sabía, tal vez aun no, pero sentía algo fuerte por él, pero eran tan diferentes, vivían en mundos diferentes, aunque a ella le gustaría estar en el mismo. Y, por otro lado, miró al hombre junto a ella. Guapo, comprensivo, amable, explosivo, su caracter podía ser tan fuerte como lo debían ser sus brazos, eran parte del mismo mundo, y parecían compartir ciertos gustos, pero ¿y si no era lo que esperaba?
En realidad, ella nunca había querido casarse, y la propuesta de huir de Nahuel aun rondaba en su cabeza, había ido allí decidida a acabar con todo, a hacer que el compromiso se fuera al traste, pero había llegado un punto en el que no sabía qué hacer, porque le caía bien, era un buen hombre y no se merecía eso, y porque sentía curiosidad, quería conocerle, y sbaer que quería decir con sus palabras.
- Gracias.- se atrevió a decir.- por la comprensión.- explicó algo tímida, sin apartar la mirada de las llamas. ¿Dónde se había metido? ¿Qué era lo que debía hacer? ¿Qué era lo que quería? Sonó en su cabeza la pregunta que él le había hecho antes.
Lo miró, aun algo asustada, no de él, si no del rechazo, y esperó a que hablara, su mano y su cintura aun estaban cubiertas por sus manos, suaves como plumas, mucho más gentiles y amables que segundos antes. Esperaba, simplemente, que no sintiera lástima por ella. Odiaba tener miedo, odiaba hablar de estas cosas, llorar por ellas. Le encantaría ser libre, poder dar un abrazo sin tener que reflexionarlo antes, no pasarse, luego varios minutos temblando, y odiaba ser incapaz de ello, pero, lo que más odiaba, eran las miradas de asco y pena que solía dedicarle la gente cuando descubría esa parte de ella que intentaba esconder de forma casi desesperada.
En cambio, no vio pena, solo comprensión, y, tal vez, algo de rabia. Tragó saliva, respirando hondo, algo más calmada, y no pudo si no sorprenderse de sus palabras. Sus padres, las únicas personas que habían sabido de esto hasta hacía relativamente poco, nunca habían sido tan comprensivos, en cambio, le habian dicho que eso eran idioteces, que debía superarlo, que dejase de gritar por la noche, que no llorase solo por subir al carruaje, que era la hija de un inglés, debía mostrar entereza. No le había faltado razón, pero habían hecho que una niña de diez años, tuviera que superar sola demasiadas cosas que un niño de usual no puede solucionar.
Las palabras de Einar habían hecho que la niña que aun temblaba en Bea, bajo el cuerpo y la cabeza de una mujer, calmase un poco sus miedos. En silencio, volvió a poner la cabeza en su hombro, ya sin intentar alejarse. Aunque lo quisiera, le temblaban las piernas de tal modo que sería incapaz de moverse. Solo cuando, momentos después, pareció poder volver a respirar, se sentó a su lado, con su brazo pegado al de él, abrazándose las rodillas, tenía frío.
Lo miró de reojo, con la cara medio escondida en su brazo, y escuchó, no, estaba claro que no era, ni de cerca, lo que parecía a primera vista, y que hasta ese momento había estado con una máscara que poco tenía que ver con la realidad. No era un gato con el que pasar la tarde hablando tranquilamente, era un león que quería saltar a la caza. Suspiró un poco y miró las llamas, que ardían con fuerza. Sonrojándose en silencio cuando él afirmó, sin vergüenza, que quería besarla.
No sabía que responder a eso, estaba demasiado confusa como para saber que hacer. Por un lado estaba Nahuel, ese chico era todo corazón, dulce, amable, cariñoso, ¿Estaba enamorada? no lo sabía, tal vez aun no, pero sentía algo fuerte por él, pero eran tan diferentes, vivían en mundos diferentes, aunque a ella le gustaría estar en el mismo. Y, por otro lado, miró al hombre junto a ella. Guapo, comprensivo, amable, explosivo, su caracter podía ser tan fuerte como lo debían ser sus brazos, eran parte del mismo mundo, y parecían compartir ciertos gustos, pero ¿y si no era lo que esperaba?
En realidad, ella nunca había querido casarse, y la propuesta de huir de Nahuel aun rondaba en su cabeza, había ido allí decidida a acabar con todo, a hacer que el compromiso se fuera al traste, pero había llegado un punto en el que no sabía qué hacer, porque le caía bien, era un buen hombre y no se merecía eso, y porque sentía curiosidad, quería conocerle, y sbaer que quería decir con sus palabras.
- Gracias.- se atrevió a decir.- por la comprensión.- explicó algo tímida, sin apartar la mirada de las llamas. ¿Dónde se había metido? ¿Qué era lo que debía hacer? ¿Qué era lo que quería? Sonó en su cabeza la pregunta que él le había hecho antes.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/04/2015
Localización : París/Francia
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