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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ladislav Pekkus Jue Dic 08, 2016 11:30 pm

Tenía trabajo atrasado. Había ocupado todas las horas de sus últimos tres días en realizar lo que verdaderamente la vida le encomendaba. Ahora debía apurarse, su clientela estaría pronta a retirar las encomiendas.

Plam, plam, plam.

El hierro cantaba bajo la fuerza de su brazo y la precisión de su martillo grueso pero Ladislav Pekkus no estaba allí, sus movimientos eran mecánicos, sus manos no necesitaban de su concentración pues sabían lo que debían hacer.

Ellas siempre saben lo que deben hacer”, pensó y recordó a la pequeña Camille.

Había ayudado a muchas personas a lo largo de esos tres días pero en su cabeza sólo había lugar para Camille pues ella había muerto mientras él la acariciaba en vano.

Plam, plam, plam.

Pese a haber llegado a su herrería embozada por completo y temiendo ser vista, él consideraba a la madre de Camille una mujer valerosa. No había enviado a un sirviente a buscarlo, tampoco una esquela con el cochero como muchas de las personas de buen apellido solían hacer. Maureen había decidido convocarlo en persona, su hija se moría y ella no perdería tiempo.

Pero no había podido, su don no había acudido a él y la niñita había muerto sin que Ladislav pudiese evitarlo.

Plam, plam, fishhhh.

Metió la potencial cuchilla en el agua y el vapor llegó hasta su cara. Si le hiciera caso a su mente… Si tuviese esa valentía no aceptaría intentar ayudar a niños, la responsabilidad era mucha y el dolor en el pecho le duraba por meses. ¿Cómo podía aceptar que alguien con todos los sueños en la mirada cayera en el pozo oscuro de la muerte? Era lo que más difícil se le hacía, ver como la muerte le ganaba una vida, como se la quitaba de entre sus dedos.

Caminó unos metros para tomar el siguiente cuchillo a medio acabar y se detuvo a contemplar el entorno. Su herrería, que usualmente era pulcra y ordenada, le recordaba ahora al gallinero que sus padres tenían. Cuando terminase con las cuchillas y los dos sables que le habían encargado se pondría a limpiar.

La casa de Camille estaba limpia, al menos murió en un buen lugar”, se consoló porque había visto como gente moría en lodazales o en la parte más oscura y maloliente del puerto.

Dejó sobre los carbones encendidos el metal para que se calentase y una sensación le embargó el pecho. Era como si se acercase a un sitio que le era muy querido pero que hacía tiempo que no visitaba, sintió como si estuviera próximo a hacerle una visita a su padre y a sus hermanos… Era un presentimiento que no podía siquiera explicarse a sí mismo.

No pudo meditar demasiado en ello porque unos golpes en la puerta de su herrería lo sacaron de sus sensaciones.

Quitó el metal del fuego y lo dejó en la cubeta, no se arriesgaría a malograr el material. Tal vez alguien lo necesitase con urgencia y tuviera que postergar aquel encargo por horas.

Seguramente pasaría otra noche sin dormir para poder cumplir con todo.
Conciente de la suciedad que cargaba en su cuerpo –mayormente en las manos y el rostro-, corrió el cerrojo y abrió el pesado portón de madera.

Ladislav dejó de respirar cuando descubrió quien había llegado a su herrería.


Última edición por Ladislav Pekkus el Miér Mayo 17, 2017 6:12 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Karishma Lun Ene 09, 2017 2:20 pm

"En toda historia de amor siempre hay algo que nos acerca a la eternidad y a la esencia de la vida, porque las historias de amor encierran en sí todos los secretos del mundo."
Paulo Coelho

Siempre agradecería las enseñanzas de su madre, entre ellas, el haberle enseñado francés. Gracias a eso, había logrado desenvolverse en París, ciudad que la miraba con recelo por su condición. A nadie le era ajena su vestimenta, y mucho menos la mala fama de los gitanos, considerados ladrones y estafadores, entre otras cuantas cualidades poco favorables. Pero Karishma no era una delincuente, aunque imaginó que llevar a un niño rubio de su mano, podía verse como un secuestro. Hacía tan sólo dos días que estaban allí, y aún su padre no reunía el valor suficiente para deshacerse del cuerpo de su esposa, y mucho menos para enfrentar a la familia de ésta. Ella, por su parte, tenía suficiente con la salud de Baldev, que había empeorado considerablemente, gracias a la contaminación de la ciudad. París, lejos de ser ese fascinante lugar en el que muchos querían vivir, para ellos era un infierno. Karishma juró que nunca volvería, y rogó que esa estadía se prolongase lo menos posible.

Sin embargo, una pequeña esperanza se encendió en su corazón. Dos mujeres escucharon cómo su pequeño hijo tosía y notaron la palidez de su piel. En secreto, le indicaron sobre un curandero que, realmente, era milagroso. Prefirió no confiar, pero la idea rondó en su cabeza durante horas, las suficientes para que el estado de Baldev la instase a ir en busca de ese famoso chamán. Se dirigió en francés en busca de indicaciones, que la llevaron más lejos de lo que le hubiera gustado. A Baldev la caminata por la costa parecía haberle sentado bien y no había logrado que Maya se quedase en el campamento. Tenía miedo, sola con dos niños en una ciudad desconocida, en busca de un hombre del cual no estaba segura de su existencia, tuvo el presentimiento de que nada bueno podría salir de ello.

Se encontró con el puerto, pero la tarde había caído lo suficiente para que ya no hubiese demasiadas personas. Le preguntó a un anciano por una herrería, y el hombre, con recelo, le señaló un taller que parecía solitario, alejado del ajetreo, pero de cuyo techo emergía una chimenea humeante. Tomó en brazos a su hija y caminó, más lento que de costumbre. Estaba inquieta, y ya no estaba segura si era por el temor a lo desconocido. El olor se volvió algo nauseabundo, y la tos de Baldev comenzó nuevamente, obligándolos a parar para asistirlo. Pero continuaron. Cuando se paró frente a la puerta, le llegó el ruido de los golpes en el hierro y el calor que emanaba del interior. Golpeó dos veces, con firmeza, y esperó lo que le pareció una eternidad. Cuando, finalmente, la puerta se abrió, sintió que el mundo se ponía de cabezas.

Ladislav… —susurró, y haberlo nombrado le abrió esa herida que ella creía cerrada. Apretó la mano de Baldev y no pudo contener las lágrimas que comenzaron a caer irremediablemente. Tragó con dificultad; un nudo insoportable se le había instalado en la garganta, impidiéndole hablar. La regresó a la realidad la manito de Maya limpiándola una de las mejillas, arreboladas y empapadas. Miró a su hija por un instante y regresó la vista al frente. Él continuaba allí, y no era una obra de su imaginación como en tantas otras oportunidades. —Realmente eres tú —y un suspiro, nacido desde lo más profundo de su ser, amenazó con arrebatarle todo el aire.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Lun Ene 09, 2017 5:28 pm

No podía ser ella. Sus ojos estaban fallándole. Era a causa del cansancio, no había más explicación.
Bajó los párpados y contó hasta cinco buscando que la aparición de esfumara como humo al viento, pero cuando volvió a abrirlos ella –la única mujer a la que había amado, la única que había logrado acunar su corazón- seguía allí, de pie ante él, más firme que nunca, más hermosa de lo que recordaba.


“¿Qué hace aquí?”, lo pensó porque no se animaba a arruinar el silencio que los envolvía.
Quería acariciarla. Oh, si fuera valiente y se atreviera a acariciarla… Alzaría su mano tosca y pesada para rozar el suave cabello de ella.


-Mami… -se quejó el niño y Ladislav reparó en él.
Estaba enfermo, muy enfermo. Podía sentir que luchaba por reunir las fuerzas que tenía y las utilizaba para estar en pie.
La conocía bien, ella podía caminar durante horas sin que su respiración se fatigase pero, ¿podía ese niño seguir su ritmo? Creía que no.


“Mami”, ¡era su hijo! ¡Karishma había formado una familia! Una familia sin él…
Claro que sí, había hecho lo correcto y ambos lo sabían, él no estaba en condiciones de forjar nada más que espadas, cuchillos y yelmos. Nada había cambiado en esos años.
Se alegraba por ella, había alcanzado lo que él no. Había construido al menos dos lazos emocionales sólidos –con aquellos pequeños-, no como Ladislav que solo tenía a su hermana cerca y ella lo odiaba.
¿Sería feliz?

Sin mancillar aún el silencio, Ladislav se hizo a un lado y les permitió ingresar. Creyó que Karish se abrazaba a la niña así como el otro niño –el mayor- se abrazaba a la pierna de su madre. Entre los tres se daban fuerzas ante lo desconocido.

“Los niños tienen tanta sabiduría, sienten la tensión en el aire y a su manera la combaten”, pensó mientras cerraba la puerta de su herrería.

Quería preguntarle tantas cosas… ¿Has pensado en mí? ¿Por qué me buscas ahora? ¿Qué haces en París? ¿Cómo se llaman tus pequeños? ¿Vienes porque él está enfermo? ¿Qué necesitas de mí? ¿Qué puedo darte, Karish?
Pero ninguna de esas preguntas salió de sus labios, Ladislav la miró y sus ojos –que caían sobre él para volver a subir una y otra vez- le calentaron el cuerpo, le expandieron el pecho y dilataron sus pupilas:


-¿Eres feliz, Karishma? –le preguntó y, en cuanto se oyó decirlo se arrepintió.


Última edición por Ladislav Pekkus el Dom Mar 19, 2017 12:06 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Karishma Jue Feb 09, 2017 8:18 pm

Tiempo atrás, se había despedido de ese hombre creyendo que nunca más lo vería. Se había humillado ante él, rogándole que se quedara junto a ella, que no se fuera. Pero él no había claudicado a sus pedidos, y se había marchado dejándole en su vientre los rastros de un amor que nunca fue. Había terminado aceptando, no sin íntima resistencia, el nuevo destino que le tocaba: llevaba un bastardo en su vientre y, si no quería ser expulsada, debía casarse con alguien que casi no conocía. Lo peor había sido permitir que su marido la tocara y la poseyera, y en muchas ocasiones, asqueadas entre los jugos de su esposo, había odiado a Ladislav porque su cobardía la había orillado a aquella suerte. Luego entendió, con la llegada de Maya, que la decisión había sido suya. Podría haberse ido y eligió quedarse.

Entró a la propiedad con inseguridad, las rodillas parecía que iban a fallarle en cualquier momento, y respiró tan profundo como su capacidad pulmonar lo permitía. El calor del fuego le doró la piel rápidamente, y no pudo contestar a la pregunta del hechicero, porque a Baldev volvió a atacarlo la tos. La temperatura del lugar parecía estar obrando peligrosamente en su contra. Karishma depositó a la niña en el suelo, se apoyó en una rodilla, colocó una mano en la espalda de su hijo y la otra en su pecho, y comenzó a cantarle suavemente al oído. Era una canción de cuna, que lo invitaba a descansar y a inspirar y exhalar acompasadamente. El ataque duró sólo unos segundos, y la gitana comprendió que no se debía al ambiente, sino a que había percibido su tensión.

Muy bien, mi amor. Lo has hecho muy bien —le revolvió la cabellera rubia, felicitándolo por haber superado ese momento. —Éste señor que ves aquí —giró la cabeza por un instante para señalar a Ladislav— es un viejo amigo, tanto de tu abuelo como mío. Y sus manos tienen un gran poder que podrá ayudarte —lo cual era verdad. Karishma había sido testigo de los milagros que había provocado la extraña energía sanadora del brujo. —Yo misma he visto lo que hace, incluso lo he ayudado cuando era muy joven y tú aún no existías —la mujer comenzó a tranquilizarse también, el impacto inicial había cesado, dándole paso a la calma.

¿Él curará a Baldev? —la vocecita de Maya, tan suave y aniñada, le llegó desde lejos. La pequeña estaba parada frente a Ladislav, que parecía un coloso. Los ojos enormes y negros, lo observaban inquisitoria mente desde su escasa estatura. — ¿Usted curará a mi hermano? —se dirigió directamente a él. Al igual que había hecho su madre con sus hermanos y ella, Karishma también les enseñaba a sus hijos a hablar en francés.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Jue Feb 09, 2017 11:24 pm

La niña era una dulzura, tan preocupada por su hermano, tan afectada y, a la vez, poniendo sus esperanzas en él. Era un honor que Ladislav no creía merecer.
Le acarició el suave cabello, sonriéndole. Luego sus ojos se posaron en la madre de tan bella criatura. En ella, su único amor verdadero.
Todas las demás mujeres no habían logrado inspirarle lo que ella. Ninguna lo había embriagado –hasta la locura- solo con el sonido de su risa, Karishma sí. Ella y solo ella. Siempre vagando en sus recuerdos ajados por el tiempo. Por horas rondando en sus sueños, obligándolo a buscarla en su cama vacía durante cientos de noches.


-Karishma –pronunció su nombre y la voz le falló debido a la emoción que le embargaba el pecho. Estaba otra vez frente a ella-, ven. Sígueme.

Los guió hacia su pequeña casa. Estaba junto a la herrería y se conectaba a ella por una sencilla puerta interna de madera. Era una costumbre adquirida en la niñez, su padre le había enseñado que el trabajo era fundamental en la vida de todo hombre y había que cuidarlo. Eso intentaba, no solo por sí mismo sino también por su hermana.

No necesitaba que ella le hablara directamente refiriéndole el motivo de su visita, ya lo había hecho de forma indirecta, hablándole a él mientras se dirigía a sus niños y él había entendido todo. El pequeño necesitaba su ayuda, ella estaba allí por su hijo y no por él. Lo aceptaba, después de todo no merecía que ella lo añorase, mucho menos que lo buscase, pero no negaría la curiosidad que sentía... ¿Qué estaba haciendo en París?

Se dirigían a su dormitorio. Ladislav meditó en que ni siquiera había dudado en llevarlos allí a pesar de que jamás había curado a nadie en el interior de su hogar. Era peligroso que se asociase su hechicería a la herrería, le habían llegado comentarios acerca de los inquisidores que barrían las calles de la ciudad. Él se esforzaba por cuidar sus pasos, no quería caer en sus manos. A pesar de todo sabía que en ella podía confiar. El secreto estaba a salvo con su gitana, ella no lo traicionaría.


-Pasen por aquí –los invitó. Karishma ingresó en la habitación con los dos niños pegados a sus piernas-. Ven, pequeño –le pidió, tendiéndole la mano y el niño, con cierto recelo, la tomó.

Lo acomodó en su cama y, con la mirada, le rogó que no temiera.
Pasó sus manos sobre el pecho del niño –sin tocarlo- y se concentró en pasarle su energía. La sintió fluir desde su centro y hasta sus manos, cruzando la barrera invisible –y la visible también- para entrar en el cuerpo del niño. Pasó sus palmas una y otra vez, durante al menos diez minutos de absoluto silencio y concentración. Su mente quería pensar en ella, pero toda su energía estaba dedicada por completo al niño.
Supo que había resultado porque él respiró profundamente, usando toda su capacidad pulmonar, sin que Lad tuviera que decirle nada. Estaba hecho.


-Estarás bien, pequeño –le prometió y no refrenó el deseo de besarle la frente. Luego de hacerlo, Ladislav se volvió hacia Karishma-. Estará bien –le prometió a ella también-, pero le daré unas hierbas para que tome como infusión. Es solo para tranquilidad de los padres –dijo, con intensión de enterarse quien era el esposo de ella, pero de inmediato se arrepintió. No tenía derecho a querer saber nada-, para tu tranquilidad Karish.

Salió de la habitación y ella lo siguió una vez más. Entraron en un cuarto diminuto donde él guardaba los frascos con ungüentos y hierbas. Tardó alguno minutos en hallar lo que deseaba.

-Ivasmila me cambia las cosas de lugar –se quejó en voz alta-. Toma, puede beberla en las noches, luego de la cena.

Le tendió frasco y, durante unos eternos segundos, sus dedos rozaron los de ella.
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Mensaje por Karishma Miér Mar 15, 2017 9:03 pm

Ocultar la emoción se le dificultaba cada vez más. Ver y sentir las milagrosas manos de Ladislav sobre su hijo, el hijo de ambos, el que era fruto de ese amor tan inmenso que podía palparse, aún cuando había pasado demasiado tiempo desde la triste despedida. La entrega de Baldev era inmensa, como si confiara ciegamente en aquel completo desconocido para él. Karishma quería creer que el vínculo que los unía, podía reconocerse en el alma, incluso si ellos no sabían la verdad. Tenía deseos de abrazarlo, de apoyar el rostro en su pecho amplio y recordar su aroma. Ladislav representaba la pureza, y era el hombre que le había hecho el regalo más especial. Baldev era un niño dulce y bueno; sin embargo, sus poderes, aunque débiles, ya habían comenzado a manifestarse. Karishma solía preguntarse si él tendría el mismo don que su padre.

Maya, por su parte, no podía quitar sus enormes ojos de la escena que se desarrollaba frente a ella. Estaba anonadada, con su boca pequeña entreabierta, y a pesar de que era pequeña, parecía entender la importancia de aquel acto, por lo que se mantuvo en silencio todo el tiempo que duró aquella especie de ritual. Su mirada parecía atraída invariablemente hacia las manos de Ladislav, y la gitana se preguntó si su hija era capaz de percibir los dones del padre de su hermano. Era una niña avispada y curiosa, por lo que, Karishma, no se sorprendería si lograba desentrañar aquel misterio.

Ivasmila vive contigo —no conocía a la hermana del hechicero, pero él le había hablado muchas veces de ella. Parecía una muchacha bastante particular, y que se robaba la preocupación de su hermano mayor en más de una oportunidad. Maya se removió entre sus brazos para bajarse e ir hacia su hermano, que descansaba en el cuarto contiguo. El roce con los dedos de Ladislav, le hizo temblar la boca del estómago.

¿Cómo podré agradecerte por sanar a mi hijo? —apretó el envase contra su pecho. De pronto, una angustia imposible de controlar la envolvió, y las lágrimas comenzaron a correr, sin esperar su permiso. —Discúlpame… —se secaba los ojos y las mejillas una y otra vez, pero el esfuerzo era en vano. —Hace…hace tanto tiempo que no veo el rostro de Baldev tan tranquilo. Fue increíble cómo el color fue regresando a su piel. Aunque no tan increíble, te he visto hacer milagros cientos de veces —le sonrió entre lágrimas— pero jamás dejará de sorprenderme. Tu don es divino, Ladislav —estiró la mano libre y la posó en la mejilla barbuda del brujo. —Gracias por usarlo con mi hijo.

Dejó el frasco con el ungüento sobre la mesa que descansaba a su lado, se acercó a él, se puso en puntas de pie y le besó la otra mejilla, sin soltarlo. Cerró los ojos, el contacto se prolongó más tiempo del que pudiera soportar. Finalmente, cedió a sus impulsos y lo abrazó. Él era tan alto, tan ancho, tan firme y tan suave a la vez… Se volvió a sentir como aquella muchacha embelesada por él, y entendió que seguía amándolo como siempre. Lamentaba que el sentimiento no fuera mutuo, y lamentaba, por sobre todas las cosas, ya no ser la misma de aquel entonces.

Abrázame, por favor. Es lo último que te pediré —quiso rogarle que la sanara de él, ya que no podría separarse una vez más.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Dom Mar 19, 2017 2:13 am

-De ninguna manera –le respondió luego de que ella le dijera que no sabía cómo agradecerle-, no dejaré siquiera que me des las gracias. Solo hice lo que debo hacer, lo que la vida me ha encomendado –le dijo y atestiguó como las lágrimas caían por su rostro hermoso, ese que le había quitado el sueño durante incontables noches, ese que había buscado asociar al cuerpo de otras en vano, sin lograrlo.
Ambos pulgares le cosquillearon de puro deseo de absorber con su piel aquellas gotas que Karish derramaba.

Tenía que ser fuerte, tenía que controlarse y no abrazarla y besarla allí mismo con los niños tan cerca. ¡De seguro era una mujer casada! ¡Con una vida perfectamente armada! Tenía que mantener sus deseos a raya… ¡Pero qué difícil se lo ponía ella, apoyando su palma cálida sobre la mejilla de él! ¿Cómo podía no torcer su cabeza a penas para besar su mano tibia? Luego de tanto tiempo deseando volver a verla, de pronto ella aparecía en su herrería y cambiaba su día, su vida. ¿De dónde iba él a sacar la fuerza y la determinación para no besarla?

¿Cómo podía ignorar todos los recuerdos que lo asaltaron durante ese pequeño instante que duró el beso de Karish en su mejilla? La primera risa que los había unido, sus huidas del campamento gitano, los atardeceres que habían vivido abrazados, el primer beso, la primera caricia, los silencios cómodos y confiados que compartieron en el pasado -cuando creían que todo sería posible de alguna forma, pese a saber la verdad-, la única vez que sus corazones habían latido al mismo ritmo mientras se fundían juntos para renacer completamente transformados por lo más sagrado que existe sobre la tierra: el amor.
¿Cómo podía Ladislav Pekkus, un simple hombre que intentaba siempre hacer lo correcto, ignorar todo aquello en esos momentos, teniéndola tan cerca?
No, era francamente imposible. Por eso cuando le pidió que la abrazara, él lo hizo. Con fuerza, con una posesión que no le correspondía, pero que aún así sentía porque Karish lo había elegido una vez –la primera- a él y ése era su único valuarte, lo único que realmente valía. No importaba a cuantas mujeres hubiera conocido, ni con cuantas se había acostado, muchísimo menos cuantas cosas increíbles les había prometido… Porque Ladislav Pekkus, el herrero, el hechicero, el hijo, el hermano, el hombre, solo pertenecía a Karishma y era un hecho irrevocable, para bien o para mal.


-Siempre te querré, mi Karishma, mi hermosa y perfecta Karishma –le dijo mientras la acunaba en su pecho, abrazándola como si quisiera ser fundido junto a ella como aquella única vez-. Y eso es lo único que puedo prometerte, pase lo que pase y acabemos como acabemos, lo único que puedo entregarte es eso: la promesa de quererte siempre. Serás eternamente la reina de mi corazón –le susurró al oído, con voz quebrada, casi avergonzado de tal despliegue sentimental.
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Mensaje por Karishma Dom Abr 16, 2017 9:57 pm

Si hubiera tenido la posibilidad de detener el tiempo, ese era el momento perfecto para hacerlo. La fuerza de Ladislav la envolvía por completo y la recorría, desde la punta de los pies hasta la coronilla. No eran sólo sus brazos cubriéndola y consolándola, era todo su cuerpo, perfectamente unido al de ella, fundido en aquel gesto esplendoroso y solemne. Ese abrazo los volvía uno, una vez más. Karishma había anhelado ese momento a lo largo de todos esos años que habían estado separados; había fantaseado con volver a verlo, a sentirlo, a tocarlo, y ninguno de sus sueños podía, si quiera, rozar la felicidad de estar juntos nuevamente. Nada había sido forzado, la mera casualidad del destino los cruzaba como antaño, recordándoles el poder de ese sentimiento que no había muerto a pesar de la distancia. Y a pesar de que le costaba creer que todo aquello estuviera sucediendo, se instó a cerrar los ojos y dejar fluir las emociones y las sensaciones.

Las palabras del hechicero la obligaron a separar la mejilla de su pecho y alzó el rostro. Pestañeó varias veces y se separó. Había cometido la ingenuidad de convertir aquel momento en una compensación a los años perdidos, pero se dio cuenta que todo seguía siendo igual. No necesitaba las promesas de Ladislav, y lo único que realmente importaba, era su abandono, a pesar de los ruegos y las humillaciones para intentar, vanamente, retenerlo. Recordó a la muchacha que era, completamente anonadada con ese hombre que le resultaba inalcanzable; se vio a sí misma revoloteando a su alrededor como una mariposilla que busca la luz, sin darse cuenta de que morirá calcinada. Baldev era el resultado de eso, de su insistencia, no de su amor. Ahora que lo tenía frente a frente, el recuerdo de aquella despedida, le resultó casi un premio consuelo.

Jamás debí hacer esto. Discúlpame. Me he tomado un atrevimiento que no me corresponde. Especialmente, porque soy una mujer casada —mencionó aquello sólo para ver si lograba herirlo con la misma profundidad que él lo había hecho en el pasado. Se abrazó y giró sobre sus talones, porque no quería descubrir que esas palabras la fueran indiferentes. Prefería creer que le había clavado una daga en el pecho. Caminó hacia un mueble con varios cajones, volteó y se apoyó en él. Lo miró fijamente durante unos largos segundos, en completo e incómodo silencio.

Nunca me quisiste —lo escupió, casi como una necesidad. —Y nunca me querrás —había rencor en su tono de voz. —Si lo hubieras hecho, te habrías quedado junto a mí —también había ansiado decirle eso, casi con tanta fuerza como recordarle cuánto lo adoraba. —En cambio, te fuiste, me abandonaste. No importó cuánto te imploré que no te fueras, tus demonios fueron más poderosos —ahora lo veía con claridad, y agradecía que su padre no la hubiera sometido a la vergüenza de ser una madre soltera y repudiada. —No pude contra ellos en su momento —desvió la mirada, ya cansada y sin consuelo—
, tampoco tiene sentido que intente batallar con ellos ahora. Nos ahorremos las palabras, Ladislav. Ya no tienen sentido, ni para ti, ni para mí.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Lun Abr 17, 2017 3:01 pm

Así, de la misma forma imprevista en la que había buscado refugio en su pecho, Karishma también se alejó de él y Ladislav no pudo evitar pensar que habían sido minutos escasos, insuficientes, pero gloriosos. Por un momento se había vuelto a sentir un joven lleno de sueños, capaz de todo.

Estaba casada. Él lo había supuesto ya, mas ahora escuchar la confirmación de parte de su voz siempre dulce, pero a la vez cruel en esos momentos, lo sacudió. ¿Quién sería el hombre? ¿Lo habría conocido él durante el tiempo que pasó entre los gitanos? ¿Sería bueno con ella? ¿La cuidaba? ¿Quién era? ¿Quién era aquel que compartía la vida con su mujer, con la única mujer que había sido en verdad importante para él?


-Entiendo tu dolor, Karish… ma –agregó la última sílaba casi de inmediato, pues juzgaba como patético utilizar su amoroso apodo mientras ella lo tenía como blanco de su odio-. Si sólo supieras la decisión tan difícil que he tenido que tomar, si sólo pudieras sentir el dolor que sentí cuando tuve que marcharme sin siquiera girar el rostro para verte por última vez… ¿Cómo podía verte por última vez sin querer quedarme a tu lado? –Se llevó las manos a la cabeza, el solo recuerdo de aquel amanecer en el que había dejado el campamento surtía el efecto de un poderoso veneno y le comprimía todos los órganos en su interior-. Mis demonios aún son poderosos, Karishma, pero me aconsejaron bien aquella mañana y lo sabes. ¿Qué vida podía darte yo? ¿Qué vida tendrían nuestros hijos? De solo pensar que pude haberte hecho un hijo… -Le encantaba la idea, un hijo o una hija de Karish… era un sueño hermoso e imposible, pero jamás lo reconocería en alta voz, sería insensato de su parte porque cualquier hijo suyo podría ser bendecido con sus dones y quedar atado a ellos de por vida-. Dios me ha encomendado servirle de ésta forma, ayudando a los necesitados… yo no podía arrastrarte conmigo a esta vida llena de peligros. ¡Si supieras las cosas que he vivido en estos años! ¡Hasta he considerado entregarme a la inquisición, Karishma! ¿Cómo podría yo hacerte eso a ti? ¿Cómo podría obligarte a compartir conmigo una vida así? –Ella no lo había entendido en su momento y, aunque lo deseaba, Ladislav creía que tampoco lo entendería ahora, pero sus justificativos seguían siendo los mismos-. Te amaba demasiado como para dañarte de ese modo, Karish.

“Y todavía te amo”
, pensó, pero calló.

Se acercó despacio a ella, que se había apoyado en el mueble bajo donde él guardaba los preparados más potentes. Posó sus manos en la madera suave a los costados de su cuerpo delgado, encerrándola. Estaban tan cerca… se inclinó un poco para que ella no tuviese que estirar su cuello para verle mejor y, cuando sus miradas volvieron a encontrarse, Lad le dijo en susurros:


-Cuando llegaste te hice una pregunta y no la has respondido. ¿Eres feliz, Karishma? ¿Eres feliz con tu esposo, con tus hijos? Dímelo, dímelo y sólo así sabré que he tomado la decisión correcta, tendré la seguridad de que me he ido de tu lado aquella mañana fría porque así debía ser para que la bendición del verdadero amor llegase a ti. Dímelo –le rogó una vez más-, pues tus palabras siempre tendrán sentido para mí.
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Mensaje por Karishma Mar Mayo 16, 2017 11:45 pm

De pronto, Karishma se sintió incómoda con la decisión de lanzarle sus miserias, como si se tratasen de un dardo venenoso. Lo escuchó con atención, porque tenía esa capacidad, porque era capaz de sentir el dolor y la angustia de los otros. Tenía un corazón noble y, a pesar de que los años la habían hecho madurar, no la habían endurecido lo suficiente. La reacción que había tenido, en nada se asemejaba a su personalidad. Ella era una mujer buena y apacible, que detestaba el conflicto y las peleas. Por ello, de pronto, se sintió avergonzada por sus impulsos. Era su corazón herido y enojado, su orgullo hecho trizas, el que hablaba, y no su verdadera esencia, esa que le rogaba, a gritos, que volviera a los brazos del único hombre al que podría amar. Porque esa era la única verdad: había amado y amaba a Ladislav Pekkus; él se le había metido en la piel, en la sangre y le había robado la voluntad.

En el pasado no lo había entendido, de hecho, ni siquiera había pensado en el abanico de posibilidades que el hechicero ponía ante ella. Cada una de sus palabras, le iban aflojando cada parte del cuerpo, porque la sinceridad tenía el don de aliviar las tensiones, de calmar las mareas de emociones. La gitana, que llevaba la culpa como estandarte, se sintió egoísta al no haber pensado jamás en lo que había sentido Ladislav al dejarla. Por momento, hasta había formado su coraza con la idea de que sólo se había tratado de una diversión pasajera, efímera. Lo observó, con desconfianza y con vergüenza, y la mención de un hijo en común le heló el corazón. Por un instante, la poseyó el vértigo, y sintió como si su cuerpo comenzase a caer a un abismo. Se le aceleró la respiración y su corazón amenazaba con salir de su pecho. Tragó con dificultad, se le secó la boca, y agradeció la escasa iluminación, porque juraba estar del color de la nieve.

Jamás…jamás pensé en todo eso —le costó articular una frase. Tenía terror de tropezase con sus propias palabras. —Pero no me dejaste elegir. Fuiste tú el que tomó las decisiones —y ya no había rencor en su voz, tampoco enojo. La nostalgia parecía haber rodeado la estancia, los había cubierto con su manto invisible y la atmósfera se había tornado densa, espesa, triste…

Y una vez más, estuvieron cerca. Fue Ladislav el que se acercó y la circundó con su cuerpo macizo, ancho y suave. Aún recordaba con increíble intensidad, aquel momento en el que fueron uno solo. Aceptó el escrutinio de sus ojos, esos en los que se había perdido cuando era una muchacha y esos que volvían a encandilarla, a poseerla. Debía exorcizarse de él… ¿Pero cómo? Si, a pesar de todo, continuaba encadenada a ese sentimiento, que tanto daño le provocaba. La respiración del brujo le acariciaba el rostro. Por un momento, desvió los orbes a su boca, y en un acto inconsciente se lamió los labios, deseosa de probar los de él, una vez más. Se concentró en lo que estaba diciendo. Tenía una respuesta, ¿pero era justo dársela? Una de sus manos se apoyó en la mejilla ajena.

Dios fue generoso contigo al darte un don para hacer su tarea. Pero a mí… A mí me quitó la posibilidad de ser plenamente feliz. Yo quería ser feliz a tu lado, Ladislav —cerró los ojos un momento, juntando fuerza y coraje—, pero tú no permitiste equivocarme o acertar. Elegiste por los dos. Ahora…ahora tengo una familia, tengo mis dos hermosos hijos y no puedo quejarme de mi esposo. Pero no es mi hogar… Mi hogar es éste —la mano que estaba libre, descansó en el pecho del brujo—, aquí. A tu lado hubiera sido feliz, era a ti a quien quería jurarle amor eterno, era junto a ti que quería envejecer —se juró que no iba a seguir llorando, pero no lo pudo evitar. —Si lo que quieres saber es si soy feliz con mis hijos, lo soy. Si soy feliz con mi esposo, lo soy. Si soy feliz conmigo misma… No puedo mentirte. Nunca seré realmente feliz si no es contigo —lo acarició suavemente con los pulgares. — ¿Y tú eres feliz sin mí? —y esperó que sí, porque si no llegaba a serlo, no podría salir nunca más de ese lugar
.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Miér Mayo 17, 2017 6:11 pm

Karishma Pekkus. Así tendría que haberse llamado ella, esa tendría que haber sido la vida de los dos, y esos pequeños que había conocido hacía tan solo unos minutos tendrían que ser suyos. Ladislav lamentaba todo aquello, sus reproches lo habían torturado más que ninguna otra cosa, pero estaba conforme con sus decisiones. Si tuviera que volver a elegir, aunque le doliera tres veces más que en su momento original, tomaría la misma decisión. Cuanto más ahora, que ella le confesaba que era una mujer feliz. ¡Tenía todo para serlo! Hijos y un esposo, en cambio él… no tenía a nadie. A su hermana, pero no eran muy cercanos pues la rebeldía de ella lo orillaba a mostrarse duro e inflexible y eso acababa distanciándolos cada vez más.

Suspiró aliviado al escucharla, pero no se movió. Su piel ansiaba la cercanía de la piel de ella y Ladislav nada podía hacer contra eso. Cómo si Karish lo supiera, como si fuese consiente de la necesidad de él, apoyó su palma en la mejilla de Ladislav y el corazón de él comenzó a palpitar. Sus labios le pedían que actuara, querían caer sobre la boca de ella a como diera lugar.

Enloqueció en silencio al oírle poner en palabras su gran sueño. ¿Cuántas veces había imaginado que ella vivía en aquella casa con él? ¿Cuántas veces, algo dormido, la había sentido a su lado en la cama? Su hogar era con él, aunque fuese imposible, Ladislav lo sabía bien y era una bendición oír que ella lo había deseado también. Él no había sido el único en amar y eso, el amor de Karish, sería siempre su más preciosa posesión, aunque no la tuviera ya más junto a él.


-Yo nunca seré feliz. No he nacido para eso –le confió lo que hacía tiempo había descubierto-. Tengo esta casa, pero no es un hogar porque no la comparto contigo. Tengo el calor de algunas muchachas a veces –le dijo y no quitó su mirada de los ojos de ella, pues le sería totalmente sincero-, pero no he amado nunca más, ninguna de ellas tiene la voz dulce de mi Karish, ninguna sonríe como mi Karish, ninguna tiene tu cuerpo que es completamente acorde al mío. Ninguna me completa, por más que lo quiera solo estuve completo una vez en mi vida –hizo una pausa, esperando que los mismos recuerdos los estuvieran asaltando a ambos en esos momentos- y ya no volveré a estarlo. Hay días de dicha, pero no son felices. Como te he dicho, no he nacido para ser feliz, Karish, nací para servir a Dios de esta forma inusual. ¿Es suficiente consuelo decirte que nunca amé ni amaré a nadie más? –estaba realmente movilizado, pues por primera vez ponía en palabras lo que sentía-. ¿Puede llenar el vacío que dejé en ti jurarte que solo contigo he sido feliz? –lo dijo seguro de que a ella le sucedía lo mismo que a él. Si en verdad lo había amado, Karishma tendría que sentir el mismo agujero en el pecho que sentía él cuando la pensaba, cuando la añoraba.

Su boca se acercó a la de ella, pero a último momento se arrepintió de lo que estaba por hacer. Torció su dirección y acabó besando su mejilla mientras sus brazos volvían a cerrarse alrededor de Karishma, abrazándola como si intuyera que estaba cercano el momento de volver a perderla.


-¿Podrás perdonarme? –le susurró junto a su oído derecho-. ¿Algún día me recordarás con cariño y no con odio?
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Mensaje por Karishma Vie Jun 23, 2017 11:36 pm

No lo pudo evitar. Lo hubiera deseado con la fuerza de cien tempestades. Pero escucharlo, mirarlo a los ojos, sentirlo tan cerca… Las lágrimas comenzaron a empaparle el rostro. Una tras otra, como enfurecidas cataratas, le mojaban las majillas, los labios y desaparecían en su cuello. ¿Cuántas veces había llorado por él? Incontables, sólo que en un silencio sacro, para que nadie la viera, la oyera o la oliera. En cambio, con él, no podía ocultar nada. Era tan sincera en el amor que le tenía, y en la bronca también, que le dolía el cuerpo entero de dolor. El dolor por saber, una vez más, que nunca estarían juntos. El dolor por saber que él no estaba arrepentido por dejarla. El dolor de verlo dolido, solo, angustiado… Ahora se daba cuenta que eso que tanto había deseado cuando tenía a su esposo dentro de ella, se había cumplido: Ladislav estaría en soledad para toda la vida. Era tan hermoso, tan tierno, tan amable, ¿por qué ese Dios en el que tanto creía el hechicero, lo había condenado a la eterna infelicidad? No había nada de bueno en un ser que quería eso para su vástago.

—No, Ladislav. Jamás —susurró, haciendo uso de una gran fuerza de voluntad. Se negaba a cubrirlo con sus brazos, respondiendo a su abrazo. —Yo quiero que seas feliz, aún sin mí. Quiero que seas feliz, así eso implique que ames a otra, que elijas a otra —vio la magnitud del amor que le tenía, un amor puro que no podía luchar contra un ser que nadie podía ver. —No te hagas esto, Ladislav. No te condenes a la soledad, no me condenes a pensar que nadie te cuidará, que nadie te mimará… —lo imaginó viejito y enfermo, y ya no se pudo contener más. Escondió el rostro en su pecho, lo rodeó con los brazos y se aferró a él. Comenzó a llorar con desesperación, le temblaban los hombros y la espalda. Los sollozos eran acallados por el cuerpo del brujo, que la sostenía como si fuera un muro inquebrantable.

Karishma lo amaría hasta el final de sus días, hasta su último aliento. Lo supo cuando le entregó su virtud, cuando su sangre virginal y la esencia masculina de Ladislav, se volvieron una. Aquel dolor, tan dulce, sólo le pertenecería a él, y no habría nadie que pudiera ocupar su lugar. Debía resignarse y dejar de luchar contra sus sentimientos. Debía tener el temple de él para afrontar la realidad.

—Mami, ¿estás bien? —la vocecita de Maya la sacó del estado de enajenación. —¿Por qué estás llorando?

—Hija —Karishma se alejó rápidamente de Ladislav y, secándose el rostro, apoyó una rodilla en el piso, quedando frente a frente con la niña.

— ¿Mi hermano se va a morir como la abuelita? —preguntó, haciendo puchero. Ella también estaba por llorar.

—No, mi amor. No —la apretó contra sí misma e inspiró profundo. —Estoy llorando de felicidad, porque el señor Ladislav ha curado a Baldev —giró el rostro desfigurado por llanto, buscando apoyo en el brujo, que estaba tan desencajado como ella. — ¿Cierto, Ladislav? ¿Cierto que has curado a Baldev? —los ojos de ambas se clavaron en él, en busca de consuelo.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Mar Ago 01, 2017 8:30 pm

-¿Qué te he hecho? –se lamentó Ladislav mientras sus brazos la envolvían y su mentón reposaba en la coronilla de ella-. Sé que te he dado más momentos de dolor que de dicha –le susurró-. Has llorado más por mi causa de lo que has sido feliz junto a mí y esa es una carga tan pesada… Pero la llevaré conmigo hasta el final, porque es lo que corresponde. Todos tenemos una cruz que cargar y la mía es tu dolor, haber causado gran parte de tu dolor.

¿Qué le estaba pidiendo? ¿Que intentase pertenecer a alguien más? ¿Que se dejase amar? ¿Que le abriera su corazón a alguna otra? ¿Cómo podría él confiarle sus secretos a otra mujer? Algo así era imposible siquiera de imaginar para él, porque ya sabía cual sería el resultado.

-No debes temer por mí, yo estaré bien. Puedo cuidarme –le dijo para reconfortarla-, sé cómo…

Se vio interrumpido por la presencia de la niña, la hijita de Karishma que se parecía a su madre hasta en la postura que tomaba su pequeño cuerpo para plantarse en la habitación. Ella se separó de él, de su abrazo, como si padeciese una enfermedad contagiosa y de inmediato Ladislav volvió a sentirse incompleto; solo habían pasado unos segundos, pero ya le hacía falta el calor del cuerpo de Karish contra su pecho.

Ella se arrodilló junto a la chiquilla. Él se paró detrás de Karishma y respondió a las preguntas de forma dudosa. Le costaba aquella transición de un estado al otro, de un pensamiento al otro, de una sensación a otra…


-Nada le ocurrirá a tu hermano. Baldev estará bien –le aseguró y un cosquilleo trepó por su columna, hasta erizarle la piel del cuello, cuando pronunció el nombre del niño-, sólo necesita descanso y el cariño de su familia. Dios lo ha curado –tuvo que contradecirla; se pasó con fuerza las yemas de los dedos por la cabeza, buscaba aclarar su mente-, yo no he hecho nada, Dios ha usado mis manos.

Siempre hacía eso. Los créditos se los llevaba Dios, Ladislav no necesitaba de la admiración o el prestigio que sus poderes podían darle porque, después de todo, ellos habían llegado por gracia de Dios a su vida. Esa gracia, ese regalo inmerecido, no era para engrandecerlo a él, al simple hombre, sino para que Dios pudiese acercarse de alguna forma a las personas necesitadas. Así lo entendía desde el principio, conforme a esa certeza vivía también.

No quería que ella se fuese. Le gustaría cerrar los ojos, inspirar y que al volver a abrirlos todo el presente que los envolvía hubiese cambiado, que Karishma fuese su esposa a los ojos de Dios y ante la ley de los hombres, que esos pequeños llevasen su sangre y apellido… Pero era imposible ese sueño, como la mayoría de los sueños que el corazón del hechicero albergaba.


-Es tarde –dijo, luego de aclararse la voz-, no tengo carro que ofrecerte. Tuve que venderlo hace unos meses. Pero puedo prestarte mi caballo si lo necesitas. No tendrías que caminar sola con tus hijos. Llévalo, ya podrás devolvérmelo en otra ocasión –dijo sin reprimir una sonrisa porque verla una próxima vez era, tal vez, un deseo demasiado pretencioso.
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Canta el hierro y llora el alma. (Privado) Empty Re: Canta el hierro y llora el alma. (Privado)

Mensaje por Karishma Dom Sep 10, 2017 8:56 pm

Y a pesar de todo el dolor que Ladislav significaba, Karishma halló la paz en sus palabras. Confiaba ciegamente en él, aún más que en sí misma. Y si él le decía que Baldev había sanado, ya no había nada que temer. Su rostro volvió a mostrar una sonrisa, una enorme y sincera, misma que se dibujó en la carita de Maya, que olvidó la preocupación. La nena se arrojó sobre él, y le abrazó la pierna, tomó una de sus manos y se la besó. La gitana no pudo ocultar la emoción y se puso de pie, incapaz de seguir observando la escena. Cuánto le hubiera gustado que él fuera su padre también… En ese mismo momento, en el que el hechicero les ofrecía su caballo, el mayor de sus hijos apareció, con el rostro cansado pero con un color hermoso, como nunca antes había tenido. Caminó hacia su madre y ella lo abrazó, sintiéndolo fuerte entre sus brazos. Baldev había sido sanado…

—Caminaremos —se apresuró a responder. —Te lo agradezco, pero estamos acostumbrados a caminar —era cierto, pero la realidad era que no quería volver a verlo. Karishma ahora tenía que priorizar a sus hijos, y eso significaba evitar a toda costa un reencuentro con Ladislav. Él ejercía un poder demasiado enorme sobre ella, y ya no quería continuar sufriendo. Su familia la necesitaba, y perdería la cordura si le volvía a permitir entrar en su vida. Moría de ganas de aceptar su caballo, especialmente porque los esperaba un camino largo y Baldev aún estaba cansado, pero estaba decidida a negar la oferta.

—Además, no nos quedaremos mucho tiempo en la ciudad, y no sé si podría devolverte tu caballo —tomó un medallón de piedras preciosas que era de su madre, y lo dejó sobre la mesa. —Este es el pago por habernos ayudado hoy, y te prohíbo que no lo aceptes. Si quieres dárselo a los pobres, hazlo. Pero no te atrevas a rechazarlo —y si bien utilizó un tono jovial para expresarse, el mensaje era claro.

Los niños se despidieron de Ladislav. Ella, por su parte, lo saludó con una mano, no sin agradecerle una vez más. La caminata fue más corta de lo que esperaba; en realidad, el tiempo se le pasó volando. Llegaron al campamento, agotados. Karishma preparó la comida, los higienizó y luego lo hizo consigo misma. Cada acción la ejerció por inercia, sin pensar demasiado en sus actos. No estaba allí. Su corazón se había quedado, una vez más, junto al hombre de su vida. Cuando se acostó, le permitió a su esposo que le hiciera el amor. Tras el coito, ella giró y lloró en silencio hasta que Morfeo la tomó entre sus brazos. Como años atrás, debió dejarlo ir, y la herida, que debía estar cicatrizada, comenzó a sangrar…

TEMA FINALIZADO.
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