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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jean D. Lachance Vie Dic 16, 2016 4:21 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Sentado tras mi escritorio de roble, ignoro la mirada del trajeado cliente para tomar los papeles que me tiende. Mis ojos vuelan por la apretada caligrafía de la demanda, rápidos pero atentos. Con la práctica que confiere la experiencia, apenas presto atención al encabezado de la misma. En él sólo se consignan los datos de representación y parte, y el cliente ya me ha dicho quién la ha interpuesto: uno de sus trabajadores accidentados en el puerto, que ha contratado a un abogado de baja estofa para defender sus derechos. No representa ninguna amenaza, pese a que mi cliente es, a todas luces, culpable de lo que se le reclama. Y es que en el mundo del Derecho, lo que importa no es la ley, sino quién tiene más dinero para contratar con él un abogado mejor. El que se preocupe más por blindar los hechos, las pruebas y los fundamentos de Derecho. Quien busca más jurisprudencia, y sabe improvisar ante las tácticas imprevistas del contrario. El que se encarga de preparar a su cliente, y de mover los hilos necesarios pidiendo favores a sus contactos. Y luego cobra conforme a ello.

Delicadamente, paso la página hasta alcanzar los fundamentos de derecho. Lo cierto es que hay pocos abogados en París capaces de abarcar tantas cosas, pienso mientras analizo la pobre argumentación del abogado contrario. La mayoría se limita a realizar mecánicamente su trabajo, para después fingir frente a sus clientes que la culpa es del juez y sus opiniones personales. No dedican más tiempo del estrictamente necesario, pero tampoco tienen reparos a la hora de cobrar cantidades escandalosamente elevadas. No es mi caso, y por eso soy tan bueno en lo que hago; porque me encanta mi trabajo, y no dudo en llevarme el trabajo a casa para asegurarme ganar el caso. Lo que para mi sólo es un juicio más, para el cliente es el centro de su vida. Es algo que no debo olvidar jamás, porque el día que lo haga, dejaré de ser un abogado tan válido como ahora. Habré perdido mis valores, mis principios. Mi vocación. Y sin ideales, no seré más que los hombres a los que tanto desprecio por vacíos.

Manteniendo mi expresión impasible, llego al petitum de la demanda laboral. La secretaria aprovecha ese momento para entrar con sendas tazas al despacho, repletas de un café tan intenso que su aroma no tarda en inundar la estancia. Con un cabeceo en su dirección, tomo la taza que me ofrece y doy un sorbo al ardiente líquido. El café pasa cálido por mi garganta, espeso, amargo. Recién llegado de las plantaciones de mi familia, y por lo tanto, de una calidad lo suficientemente buena como para merecer ser servido a mis clientes. Agradeciéndolo con un simple gracias, el empresario toma con ambas manos la taza de porcelana. Se detiene un par de segundos a admirarla, ya que sus intrincados diseños pintados a mano sugieren lo caro de su precio. Sin embargo, en cuanto ve que dejo a un lado los documentos, vuelve a adoptar la postura tensa y erguida que mantenía antes. Está nervioso, es natural; si pierde este caso, decenas de trabajadores intentarán acogerse a la misma sentencia. Lo que significaría probablemente su ruina, y el cierre de su negocio.

Dedicándole una media sonrisa tranquilizadora, le expongo al cliente las posibilidades de nuestro caso. Sólo tiene que buscar a algunos trabajadores con ganas de obtener una paga extra, le digo, a cambio de ayudarnos. Porque podríamos ganar de otras maneras más limpias, pero siempre está bien guardarse un as en la manga. Pueden testificar a nuestro favor, y explicar que el demandante perdió la mano por trabajar como no debía con la máquina. En cuanto a los argumentos legales, le expongo en pocas palabras la estrategia. Lo hago con expresiones que resulten fáciles de entender para un lego, y guardándome para mi algunas explicaciones para impresionarle con mis conocimientos sobre leyes. Es otro truco del oficio, especialmente útil con aquellos clientes que creen saberlo todo sobre leyes. Les demuestra la razón por la que no son ellos los que van a juicio, y además hace que acaben soltando la minuta con más alegría. Esta no es una excepción; cuando el cliente se levanta para marcharse, leo en su mirada el brillo de la confianza. Me estrecha la mano con efusividad, y yo le cito para vernos aquí la semana que viene. Después, le señalo con amabilidad que se pase por el mostrador de la entrada, para que mi secretaria pueda indicarle cuales son mis honorarios.

Poco después de cerrarse la puerta, un par de toques indican que hay alguien más esperando visita. Algo cansado, apuro el contenido de mi café antes de indicar con un fuerte "¡Adelante!" que estoy dispuesto a recibirlo. Definitivamente, parece que hoy va a ser un día ajetreado.
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Mensaje por Jean D. Lachance Miér Feb 08, 2017 5:14 am

Un intenso aroma a humo nos golpea en el rostro nada más abrir la puerta. Emitido por los puros y la pequeña chimenea, serpentea entre las piernas de los parroquianos, hasta acumularse bajo las gruesas vigas del techo. Es tan ácido y espeso, que acabo parpadeando un par de veces para evitar que se me irriten los ojos. Aun así, no tardo en sentir un ligero escozor en mi lagrimal derecho, que acaba con una lágrima solitaria deslizándose por mis mejillas. Secándomela con la manga disimuladamente, sigo a Maggie al bullicioso interior con pasos vacilantes. Tengo que hacer un esfuerzo para no pisar a nadie; y es que cada centímetro de la taberna está tan abarrotada como sucia.

En uno de los extremos, una tripulación entera de marineros brinda alrededor de sus hogazas manchadas con grasa. Vociferan sobre las ganancias conseguidas en la mar a voz de grito, mientras piden más cerveza para ellos y sus acompañantes. Algunas prostitutas se acercan a ellos, atraídas por el tintineo de las monedas al ritmo que marcan sus voluptuosos y sucios cuerpos. No tardan mucho en ser sentadas sobre rodillas ajenas, donde las mecen hasta la indecencia para deleite de algunas de las muchachas. Por toda la sala se escuchan picheles golpeando las mesas, sordo metal o madera contra los gruesos tablones de la taberna. Las camareras se deslizan de un lado a otro con bandejas, cargadas con jarras, platos y comida que no enturbian la destreza con la que esquivan tanto los pies como las manos que se alzan en su dirección. Trajinando tras la barra, una canosa mujer sirve bebidas previo pago de su precio en francos. Con una mano limpia la aceitosa superficie, mientras con la otra sostiene una jarra de madera rebosante hasta los bordes de espuma blanca. Mil voces se inclinan para ser las siguientes en pedir, ahogadas por las más rápidas o fuertes en alcanzar su objetivo.

Es ahí a donde nos dirigimos Maggie y yo una vez superada la confusión inicial. Mi zurda rebusca en la chaqueta hasta encontrar unos cuantos francos, que de alguna manera acaban antes que los de los demás en manos de la regordeta posadera. Acercándonos un par de picheles rebosantes de cerveza, la mujer centra su atención en otros clientes, llamando a gritos a varias de sus chicas para que aceleren el ritmo.

Guiñándole el ojo a Maggie, le tiendo una de las jarras mientras doy un sorbo a la otra. La calidad de la cerveza, tan líquida que no me cabe duda de que ha sido edulcorada con agua, deja mucho que desear en comparación del vino anterior.

- Mmmm. Delicioso. - Digo, aguantándome un ataque de risa que pugna por estallar en cualquier momento - Me extraña que Su Majestad el Rey no haya encargado cien barriles para el próximo baile en el Palais Royal. Conseguiría acabar con sus opositores sólo con darles a probar un poco de ésto.

Acompaño mi frase metiendo mi índice y pulgar dentro de la cerveza. Cuando los saco, sostienen un largo y rizado cabello pelirrojo, en cuyo origen prefiero no pensar demasiado. Tampoco tengo tiempo de hacerlo; alguien me empuja bruscamente por la espalda, haciéndome soltar la jarra de cerveza a un lado para no volcarla encima de Maggie.

- ¡Eh! - Me quejo, dando un traspiés al notar otro empujón proveniente de mi izquierda. Confundido, tropiezo justo a tiempo para evitar el grueso puño de un marinero; en lugar de estrellarse en mi mandíbula, golpea la nariz del que me empujó en primer lugar, partiéndola con un chasquido que resuena como un pistoletazo. - ¿Pero qué...? - Empiezo, antes de darme cuenta de que mi cerveza ha empapado completamente el pantalón de mi agresor. Su puño, de dedos recios y callosos, está ahora manchado de escarlata. La sangre gotea espesa hasta el suelo, manchando sus desgastadas tablas de madera. Tapándome la nariz para evitar el desagradable aroma salado del fluido, busco rápidamente algún lugar al que huir antes de que la situación empiece a complicarse. Aunque es demasiado tarde; ambos parroquianos están ya de pie frente a frente, conmigo a cuatro patas entre sus sucios zapatos intentando pasar lo más desapercibido posible.

- ¡Imbécil, me has roto la nariz! - Gruñe guturalmente el primer atacante. Borracho como una cuba, y sosteniéndose la cara con la zurda, se lanza sobre el empapado marinero enseñándole los dientes. El resto de bebedores se hacen a un lado para no interferir en la pelea, pero nadie parece preocupado por ella. Al contrario; un par de piratas empiezan a recoger apuestas sobre el resultado, mientras los dos marineros se destrozan mutuamente entre sí.

Arrastrándome un poco para volver a ponerme en pie, busco con la mirada a Maggie. Yo estoy milagrosamente intacto, pero no sé cómo estará ella; la he perdido de vista justo después del segundo empujón, y ahora la multitud de cabezas castañas me impide distinguir cuál de todas es la de mi acompañante.
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Mensaje por Maggie Craig Sáb Feb 18, 2017 12:14 pm

Mentiría si no reconociese que estaba más que acostumbrada a ese tipo de ambiente, o asegurar que era la primera vez que acudía a una taberna con tan poca higiene como esa. Me gustaba pasar desapercibida cuando iba a tomarme una copa, y lugares como ese, donde la variedad de su clientela era tan dispar, ayudaba mucho a que mi anonimato se mantuviese intacto. Normalmente los hombres solían fijar sus miradas en mujeres más encorsetadas que yo y con formas más sugerentes, lo que me otorgaba la paz y tranquilidad que necesitaba.

Dirigí mis pasos con decisión hasta el final la barra donde parecía haber sitio, esquivando sin problemas al resto de parroquianos, que unos más ebrios que otros, complicaban el acceso hasta allí. Tal vez fuese mi tamaño o la agilidad que tenía para escabullirme de entre las garras de mis presas, pero llegar hasta allí me resultó menos costoso de lo que le estaba resultando a Jean. Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando tras pagar nuestra bebida, mi acompañante me tendió la mía, y una inclinación de cabeza fue mi señal de agradecimiento.

-Cuando menos se lo espere, señor Lachance, esta cerveza será la más cotizada en toda Francia. Y será servida en caras copas de cristal de Bohemia.- dejé escapar una divertida carcajada antes de degustar la cerveza aguachada que no conseguiría ponernos a tono ni aunque nos bebiésemos un barril entero.- Cualquier día me imagino a su amigo Renoir sirviendo este elixir de los dioses a sus clientes.

Hice una mueca divertida, intentando ahogar una carcajada, cuando observé la indescriptible cara de Jean al sacar un enigmático pelo de su copa. -Lo que no mata engorda, abogado. Y no creo que vaya a morir por eso, seguro que tenía el pelo limpio.- sonreí tras el cristal de mi copa antes de darle otro corto trago, sin poder evitar que la sonrisa se quedase instaurada en mis labios. Gracias a los dioses no era escrupulosa en ese sentido, y continué disfrutando de mi bebida unos segundos más hasta que un accidentado empujón desató un altercado de lo más absurdo.

Miré a Jean preocupada cuando tras el primer empujón y la consecuente reacción del hombre que terminó bañado por su cerveza, acabó metido en una pelea en la que tendría que intervenir si no quería quedarme sin abogado antes de empezar. Con una rapidez pasmosa y sin tener muy claro como había llegado a ese punto, observé como Jean quedaba postrado a cuatro patas entre esos dos becerros que no tardarían en chocar sus cornamentas.
No disponía de mucho tiempo si quería sacar a Jean de allí, de modo que tenía que pensar con rapidez. Busqué con la mirada una posible solución, una salida antes de que el enfrentamiento envolviese a mi amigo. No tardé en encontrar una pequeña mesa al fondo del local, sumida en la penumbra y que nos daría de un poco de calma.

Jean se había puesto de pie nuevamente, y entre empujones no tardé en llegar hasta él. Le propiné un ligero golpe con la cadera al hombre que se encontraba de espaldas, provocando así que se abalanzase sobre el primer agresor. La pelea estaba servida, y la distracción asegurada.- Con usted es difícil aburrirse. Venga, he encontrado un sitio más tranquilo.- sonreí con calidez, cogiendo su mano y tirando de él para sacarlo del círculo que se había formado alrededor de los dos energúmenos que comenzaron a lanzarse puñetazos, unos más certeros que otros. Fui abriendo camino para que Jean consiguiese pasar tras de mí sin dificultad, pegándolo a mí para no volver a perderle de vista.

-Tome asiento aquí, no tardaré.- le susurré soltando su mano cuando llegamos junto a la mesa que había divisado y que había alcanzado antes de que fuese ocupada. Con la reyerta la mesonera estaba más pendiente de sacar de allí a los culpables del escándalo para que no le destrozasen el local que de la barra, así que aproveché para colarme detrás de ésta y tomar prestada una botella de whisky.- Espero que no le importe compartir la botella. Si lo ve por el lado bueno, es más improbable que yo pueda contagiarle algo que si bebe de esos vasos.- sonreí tendiéndole la botella y tomando asiento frente a él.
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Mensaje por Jean D. Lachance Miér Mar 01, 2017 1:35 am

- La sigo - Respondo a la muchacha con un jadeo, dejándome llevar de la mano hasta una discreta mesa de la taberna. Los reyertantes no dicen nada ante mi repentina ausencia, pese a ser el nexo que los ha llevado a golpearse en plena discusión. Entre gritos y puñetazos, están demasiado ocupados destrozándose mútuamente para acordarse de mi. O al menos, por ahora; quién sabe qué pensarán una vez hayan desahogado sus instintos más básicos, y si entonces buscarán hacerme pagar el pequeño accidente de antes con la cerveza. Por si acaso, me calo más el sombrero en un intento por pasar desapercibido. Aunque en mi fuero interno sé que, si las cosas se tuercen, no les costará mucho identificarme por mis ropajes en esta taberna de mala muerte. - Siento que se haya tenido que ver envuelta en esta exhibición de testosterona. Parece usted acostumbrada a este ambiente, pero siempre resulta incómodo ver a los demás comportarse como animales con tan poco seso como clase.

Acabo la frase encogiéndome de hombros, notando cómo el rubor que antes teñía mis mejillas ha desaparecido por fin de ellas. El alcohol está empezando a bajar, o al menos, a aclararme la mente. Y teniendo en cuenta que en apenas dos horas voy a reunirme con Alessia, no puedo permitirme el lujo de beber mucho más esta noche. Así que cuando Maggie vuelve con una botella de whisky, la rechazo educadamente. Extendiendo a mi vez el brazo para ofrecerle uno de los caros cigarros que siempre llevo conmigo.

- ¿Quiere? Son de la plantación Lachance. Una caja de éstos vale el sueldo de varios de los que están apostando más allá de la barra - Le digo a la morena, guiñándole un ojo antes de encenderme uno para mi. El humo empieza a elevarse tan pronto aspiro la primera calada, fuerte y espeso hasta entrelazarse con el resto de vapores reinantes en la sala. Torciendo el gesto en una mueca de satisfacción, me recuesto un poco más en la desgastada silla de madera. Después, clavo mi mirada de ojos azules en los pardos orbes de mi acompañante antes de continuar hablando con ella. - Tiene una determinación enconmiable, señorita. Todavía no he adivinado cuál es su profesión, ni cómo se gana la vida. Pero seguro que hay una historia interesante que explique porqué está usted aquí, más allá de la convencional que pueda mostrarle a los oídos indiscretos.- Doy otra calada al cigarro, soltando el humo lentamente mientras mi mente divaga sobre mis asuntos. - Le seré sincero: no parece usted una dama de alta alcurnia. Pero aun así, juraría que su familia es respetable. Desconozco si las costumbres escocesas son similares a las nuestras, pero aquí le habrían buscado un buen partido que incrementase su fortuna. No le habría sido difícil conseguirlo; es lo suficientemente hermosa para ello, y también parece inteligente. Pero en lugar de casada, y cuidando de su familia, está usted aquí. Bebiendo con un abogado en uno de los peores tugurios que hay junto al Sena. Y armada, si la vista no me ha fallado antes. - Me inclino hacia delante, acercándome más a ella hasta susurrarle mis siguientes palabras. - Siempre me han gustado las buenas historias. Y los secretos. ¿Cuál es el suyo, Maggie?
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Mensaje por Maggie Craig Vie Mar 10, 2017 1:59 pm

Esbocé una cálida sonrisa ante el intento del abogado al tratar de  disculparse por una escena a la que estaba más que acostumbrada presenciar. Las exhibiciones de testosterona, como él las llamaba, no eran solo comunes en tabernas como aquella, sino también en el ambiente creado entre cazadores. No todos eran así, obviamente, pero sí una gran mayoría tenían un ego mucho más grande que su cerebro y hacían muestra de ello cada vez que tenían ocasión.

Negué con la cabeza cuando Jean me ofreció unos de los caros cigarros de su plantación, que no dudaba de que fuesen de excelente calidad, esperando que mi negación no se la tomase como una ofensa.  Nunca me había llamado la atención inhalar el humo de hierbas secas, me conformaba con rozar el coma etílico cada noche para calmar las heridas no solo físicas sino también las que me abrasaban por dentro. - No se preocupe por lo sucedido, es algo normal en sitios así. Se sorprendería de la cantidad de discusiones en las que me he visto envuelta y he conseguido salir airosa..- especialmente cuando esos gañanes se creían con derecho a propasarse con una, y se llevaban una lección de por vida.- Cuando terminen de matarse mutuamente no recordarán porque lo estaban haciendo, así que no corre peligro. Y en el caso de que atentasen contra vos, yo le defenderé.- añadí con una pícara sonrisa tomando asiento frente a él.

Me encogí de hombros cuando declinó mi oferta de la bebida, sirviéndome para mí en el vaso para mantener un poco las formas delante de Jean. De normal hubiese limpiado la boca de la botella y habría bebido de ésta, al menos estaría menos pegajosa que el vaso que llevaba a mis labios. Bebía tranquilamente escuchando de nuevo al abogado preguntándome por mi profesión, arrepintiéndome por no estar haciéndolo directamente de la botella.- Tiene razón con respecto a que no soy una dama de la alta alcurnia. Mi familia era modesta y todos dependíamos del trabajo de mi padre, al que más tarde me uní yo.- negué con la cabeza divertida cuando me planteó siquiera que podrían haberme conseguido una buena dote.- Querido Jean, cualquier hombre al que me hubiesen prometido habría salido corriendo en dirección contraria. No soy como el resto de mujeres que desean un hombre al que esperar que vuelva del trabajo y una familia. Habría usado mis encantos para espantarlo.- vacié el vaso, sabiendo que tenía que decirle de nuevo aquello que se negaba a aceptar, y ésto no era otra cosa que saber cual era mi profesión.

-Le contaré mi secreto, si es lo que desea.- me incliné sobre la mesa, imitando su gesto. Mi mirada se clavó en la suya y una sonrisa ladina se dibujó en su rostro. Sabía que no me creería hasta que lo viese con sus propios ojos, pero de momento no había tenido la oportunidad de demostrárselo.- La verdadera razón por la que estoy en París sola, es porque estoy buscando al vampiro que mató a mi padre hace unos meses; he venido a clamar venganza. Las armas que habéis visto ocultas bajo mi abrigo, son para cazar sobrenaturales, no solo inmortales, sino también licántropos. Sé que la historia os parece descabellada, que pensáis que estoy loca por pensar que pueden haber otros seres aparte de los humanos, pero ¿no os habéis planteado jamás porque hay tantas desapariciones sin resolver? ¿Tantos escalofriantes crímenes donde no se ha encontrado al culpable? Las autoridades saben de la existencia de éstos seres, y si no ha salido a la luz es porque no quieren provocar el pánico más absoluto entre sus ciudadanos.- continué mirandolo fijamente. Si sabía leer en mis ojos vería que no le mentía un ápice, en ningún momento desvié esta hacía ningún lado, ni titubeé al pronunciar una sola de mis palabras. Mi historia era real y él solo conocía hasta ahora una parte de lo que le rodeaba. Era duro aceptarlo, pero no por ello dejaba de ser menos cierto.
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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Mar 14, 2017 1:42 pm

Escucho la historia completa de Maggie sin interrumpir, con los dedos entrelazados sobre la mesa. Soy la viva imagen de la atención, mientras las palabras fluyen junto a sus recuerdos. Me habla sobre el trabajo de su padre, al que acabó uniéndose más tarde, y repite con sorna sus insinuaciones anteriores sobre la existencia de criaturas sobrenaturales. Realmente, empiezo a comprender porqué cualquier posible compromiso habría huido de un enlace con la mayor rapidez posible. Porque sólo hay dos opciones: o es una fanática de algún extraño culto de ignorantes de pueblo, o realmente está tan loca que yo también debería marcharme ahora mismo.

Lo único que me detiene es un pequeño truco de abogado, que pocas personas son capaces de controlar: el lenguaje no verbal. Las palabras pueden ser sólo palabras, pero la psique se manifiesta de las maneras más diversas para quienes son capaces de apreciarla. Sus sonrisas no son meras torceduras de labios, sino que se extienden también a los músculos circundantes a los ojos. Su cuerpo está inclinado hacia delante, un gesto de captación; y sus pupilas se dirigen al hemisferio de la memoria al hablar, en lugar de al creativo. Son señales que me indican sin demasiado margen de error que por lo que a ella respecta, no está mintiendo. Cree firmemente en cada palabra que pronuncia, tan reales para ella como su propio pasado.

Es por ello que, en lugar de levantarme, me inclino yo también para disminuir la distancia que nos separa. La curiosidad es demasiado fuerte para resistirme a ella, y de la misma manera en la que ha pugnado por saber su historia personal, ahora quiere más datos respecto a las supuestas "criaturas" de la oscuridad. Que bien podrían ser ratas, ladrones o drogas exóticas.

- Imaginemos que le creo - Empiezo a decir, apartándome uno de los rizos y colocándomelo tras la oreja - Y que hago un esfuerzo por apartar cualquier prejuicio preconcebido que tenga sobre el tema. Usted dice que esos... "vampiros", y licántropos, moran entre nosotros. Entonces, ¿porqué no hay aquí ninguno? ¿Dónde están y cómo se mezclan entre nosotros? Porque no creo que les resultase tan sencillo camuflarse en un lugar civilizado como es la actual Francia. Por más crímenes extraños que haya, que pueden haber sido cometidos sencillamente por criminales del montón.

Hago una pausa una vez los gritos de la pelea empiezan a decrecer. Al parecer el borracho manchado de cerveza ha salido ganador, aunque ha perdido unos cuantos dientes en su camino a la victoria. Mientras un par de hombres sacan por las piernas al caído de la taberna, vuelvo a mirar a la morena. Mis ojos relucen traviesos en la penumbra, achispados por la bebida, el atrevimiento y el olor a sangre que flota en el ambiente.

- Enséñeme una prueba. Sólo una. Y creeré lo que dice. Si es cierto, no le costará demasiado encontrarla.
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Mensaje por Maggie Craig Lun Mar 27, 2017 11:06 am

Retuve durante varios segundos la respiración, consciente de que mi credibilidad estaba pendiente de un hilo y que era cuestión de azar que esta vez el letrado confiase en esas mismas palabras que le había repetido inultimente en dos ocasiones anteriores. Mi mirada no se desvió ni un ápice de ninguno de sus movimientos, pendiente de cualquier reacción que pudiese proporcionarme las pistas suficientes para saber si esta vez me daría al menos el beneficio de la duda. Cuando sus músculos se relajaron y se inclinó ligeramente hacia mí sonreí nerviosa; sabía que solo tendría una oportunidad de demostrárselo, y que me podía dar por satisfecha por haber conseguido ese atisbo de credulidad. En un hombre tan racional como debe ser Jean, albergar siquiera la idea de que pudiese existir algo más allá de lo que veían sus ojos debía ser toda una odisea.

-¿Quién le ha dicho que aquí no haya ninguno de eso de esos seres?- susurré acercándome todavía más a él, quedándome a apenas unos centímetros de su rostro.- Lo más probable es que en esta mugrienta taberna hayan todo tipo de especies: vampiros, licántropos..tal vez hasta algún cambiante y hechicero. Debe tener en cuenta que son seres milenarios, así que han aprendido a pasar desapercibidos entre el resto de humanos.- suspiré recuperando un poco la posición, bebiendo un trago de whisky antes de continuar.- Los licanos pueden parecer prácticamente humanos la mayoría del tiempo, tan solo es en luna llena cuando se transforman y se convierten en bestias. Aunque acostumbran a tener un carácter tosco y agresivo en su forma humana, que puede llegar a delatarles cuando sus ojos se vuelven ámbar.- hago una breve pausa, permitiéndole algo de tiempo para que vaya asimilando todo lo que le digo. No es fácil para alguien escéptico tener tanta información de golpe.

-La forma de los vampiros de camuflarse es hasta casi más fácil, a no ser que sean neófitos que es cuando están menos controlados. ¿Cómo identificarlos? A veces es difícil, pero es cuestión de fijarse en sus movimientos y forma de hablar. La mayoría gozan de unos modales mucho más refinados que el resto de caballeros; sin ánimo de ofender.- sonrío divertida por el comentario, que sin pretenderlo ha dejado al resto de varones a la altura del betún.- Y no se confunda, muchas figuras importantes de esta nación son sobrenaturales, especialmente vampiros. Los lobos suelen ser más toscos y menos inteligentes.

Su mirada se desvió en esos momentos hacia la pelea de esos dos cavernícolas que habían dado por concluido su extraña demostración de afecto, y decidí aprovechar esa pausa para buscar lo que sabría que me pediría a continuación. Lo mismo que yo le habría pedido en caso de que los papeles estuviesen cambiados: una prueba de que lo que le decía era real. El olor a sangre en el ambiente me facilitó bastante mi labor, pues un pequeño destello rojizo en los ojos de un pálido hombre apoyado junto a la barra, delató su condición.

-Esta bien, le daré una prueba.- sentencié sacando con disimulo una de las dagas de mi cinturón, cerrando después el abrigo para esconder el resto. Me puse en pie y me acerqué a él lo suficiente como para hablarle al oído en un suave susurro, quedándome de espaldas al vampiro.- Si quiere ver a uno de ellos con sus propios ojos, siga mis instrucciones al pie de la letra sin titubear. Guarde esta daga en su abrigo y espere cinco minutos para venir a buscarme al aseo de mujeres. Y sobre todo, deje de pensar ahora mismo en lo que acabo de decirle; no sabemos que habilidades tendrá el inmortal.- sin esperar respuesta alguna me corté el dedo índice con la daga, un corte poco profundo pero que acostumbraba a sangrar lo suficiente; le entregué la daga a Jean y tras guiñarle un ojo comencé mi actuación, elevando la voz más de lo acostumbrado para llamar la atención.- Oh querido, me he cortado con el vidrio de mi copa. Regreso en seguida del tocador.- tras lo cual me encaminé hacia los aseos levantando el dedo ensangrentado, pasando por delante del vampiro que sin duda captó mi olor.

No habían pasado ni quince segundos cuando la puerta que yo recién había cerrado tras de mí en el tocador de señoras se abría silenciosamente. Sonreí de lado, satisfecha de que mi plan estuviese marchando según lo previsto y esperando que Jean no se demorase mucho. Ni los vampiros ni yo éramos de mantener largas conversaciones antes de intentar matarnos mutuamente, y enseñarle un montón de polvo o cenizas no me serviría como prueba.
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Mensaje por Jean D. Lachance Dom Abr 02, 2017 6:07 am

- Me alegra saber que la verdadera explicación de las tabernas mugrientas no está en que la gente disfrute de ellas, sino en que su verdadera naturaleza queda lejos de ser humana. - Mi comentario, jocoso, pretende ser un indicador fáctico para que Maggie comprenda que estoy siguiendo su explicación. Por más inverosímil y fantasiosa que me parezca. - Pero el que la alta aristocracia esté compuesta principalmente por vampiros sin duda será algo del agrado del populacho. Ya vuelan los comentarios sobre cómo los desangran a impuestos cada vez que se rompe algo en Versalles, o el rey quiere renovar quién sabe qué edificio histórico.

Una vez acabada la explicación inicial, Maggie parece buscar a alguien con la mirada. Escudriña hasta la última silueta de la ruidosa taberna, deteniéndose en un pálido caballero de camisa tan manchada como la del resto de asistentes. Explicándome brevemente su plan, la morena me tiende una daga que guardo en el abrigo. Asiento ante todas y cada una de sus instrucciones, aunque en el fondo de mi mente ya estoy pensando en la excusa que le diré al desconocido para evitar que nos denuncie ante las autoridades cuando le sorprendamos.

- Entendido. Corte, baño, y cuando entre el caballero te sigo. - Le digo a la señorita, intentando aparentar mayor seguridad de la que siento. Lo más probable es que lo único que haga en el baño sea el ridículo más absoluto; si es que el hombre realmente la sigue, algo que parece tan surrealista como su parloteo sobre criaturas sobrenaturales. De no ser por el alcohol, ni siquiera me habría prestado a intentarlo. Sin embargo, hace mucho tiempo que no salgo con Höor, y tengo ganas de volver a sentir un chute de adrenalina. - Suerte.

La joven me dedica una sonrisa misteriosa, antes de deslizar su pulgar por el filo de otra de las armas que oculta. Emitiendo una voz de falsete muy diferente a la suya, capta la atención de todo el bar, caminando entre contoneos hacia los baños de señoras. Minutos después, el individuo en el que se había fijado sale caminando tras ella; lo hace de una manera furtiva, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie le está prestando atención. De un sólo movimiento, abre la puerta femenina en lugar de la masculina, deslizándose al interior del baño. Es mi señal para entrar en acción; intentando no tambalearme, me acerco a la abarrotada sala, mi mano en contacto con la daga que oculto bajo el abrigo.

Si bien seguro que alguien en la taberna se está preguntando qué es lo que regalan en el baño, nadie me dice nada. Consigo llegar hasta el lavabo de señoras, cerrando la puerta tras de mi para amortiguar los posibles sonidos. El interior es tan sencillo como el resto del lugar; solamente un compartimento con olor a cloaca, y un pequeño tocador que ha visto tiempos mejores. Junto a él, Maggie aguarda con expresión concentrada, observando fijamente al pálido desconocido. Es como si lo estuviera evaluando con la mirada, aunque no estoy muy seguro de para qué.

- Vaya, creo que me he confundido de puerta - Dice el caballero, esbozando una sonrisa de perfectos dientes color perla. Relucen tenuemente bajo la escasa luz de las velas, casi consumidas en sus bases de latón viejas y mohosas. - Si me disculpan.

Hace ademán de dirigirse hacia la entrada, sobre la que estoy apoyado para evitar que entren de fuera. Intercambiando una curiosa mirada con Maggie, aguardo a que la morena haga o diga algo. ¿Qué pretendía con el numerito de venir al baño?
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Mensaje por Maggie Craig Vie Abr 07, 2017 2:09 pm

Mientras la puerta del tocador se abría con un ligero rechinar y la diversión asomaba tras ella, traté de memorizar cada uno de los detalles de ese modesto cuarto de baño en el que me había confinado esa noche con un inmortal. Mi padre me había enseñado a planificar cada uno de mis siguientes movimientos en la mente antes de llevarlos a cabo, de sopesar los pros y los contras de mis jugadas como si de una partida de ajedrez se tratase. Cierto que en ese juego no era el rey el que estaba en peligro, sino mi propia vida, pero tenía que reconocer que el ajedrez siempre se me dio especialmente bien, y que a pesar de mis locuras aún continuaba con vida, ¿no? Tan mal no lo estaría haciendo al fin y al cabo.
Suelo y paredes alicatadas de una forma poco profesional, así como una puerta que daba acceso a un retrete era lo poco que pude apreciar antes de centrar de nuevo mi mirada en mi invitado. Me acerqué al lavabo que había frente a ésta, desde donde me pareció que tendría mayor ángulo de acción.

Sonreí con malicia al ver la expresión de desconcierto del vampiro cuando éste me sorprendió en pie junto al lavabo de cerámica. Probablemente esperaba encontrar a una dama despistada en su aseo y no que pareciese que le estaba esperando. Con la mano izquierda apoyada sobre el mármol que rodeaba la pila en sí, escondía tras de mi cintura un estaca de madera, que aferraba con fuerza. Había dejado colgado mi abrigo de una de los percheros que se encontraban al final del lavabo, junto a donde yo me encontraba.

Con la tranquilidad propia de un animal que trata de intimidar a su presa, el inmortal caminó despacio hacia mí, dando pequeños pasos mientras en sus ojos aparecía un inusual brillo. Una sonrisa lasciva asomó a sus labios, dejando entrever uno de sus colmillos.- Vaya, vaya con la damisela.- susurró divertido al percatarse de todo el arsenal de armas que llevaba prendidos de mi cinturón.-  Al parecer sois más de lo que parecíais en un primer momento. Mejor, así jugar con vos será mucho más divertido y mataros más excitante.- algún día entendería porque los vampiros se excitaban tanto cuando descubrían que no estaban a punto de atacar a una humana normal, sino a una cazadora.

Cuando iba a responderle con unas encantadores palabras fruto de mi dulce forma de ser (estoy hablando con sarcasmo, todo sea dicho) , la puerta se abrió de nuevo y Jean entraba con recelo, observando como buen abogado todo lo que ocurría frente sí. No pude evitar reír levemente cuando el inmortal incomodado por haber sido interrumpido, buscó una absurda excusa para marcharse de allí.

Crucé mi mirada con la de Jean, que expectante me observaba un tanto desconcertado.Cuando el inmortal me dio la espalda para dirigirse hacia la puerta, esbocé una cómplice sonrisa dedicándosela al abogado, señal inequívoca de que mi demostración estaba a punto de comenzar. Cogí una de las dagas de plata que llevaba en el cinturón y antes de que el inmortal acertase a dar dos pasos, la lancé con fuerza contra éste, provocándole un corte profundo contra el cuello antes de que la daga terminase clavada en la puerta donde Jean estaba apoyado.

-¿Dónde vas tan rápido, pequeño? ¿Y esa promesa de diversión antes de terminar con mi vida?-apunté a sus espaldas, haciéndome con otra daga. Pude sentir como todo él se tensaba por el corte, como su letalidad podía hacerse palpable incluso sin mirarle a la cara. Cierto que el corte no era mortal, pero el hecho de que hubiese sido con una daga de plata no solía agradar a los vampiros. Fue entonces cuando se giró hacía mí, dejándome ver lo mismo que había podido observar Jean segundos antes. Ya no era un simple mortal, sus ojos rojos como la sangre estaban al borde de salirse de sus cuencas y unos escalofriantes colmillos asomaban de sus labios.

-¿Le basta con esto com prueba, abogado?- murmuré antes de que el vampiro se lanzase sobre mí, estampando mi espalda contra la pared de azulejos, que cayeron al suelo como si de unos cuantos naipes se tratasen.- La daga que lleva guardada es de plata, úsela.- susurré mientras forcejeaba con el vampiro para que no me mordiese en el cuello, incapaz de usar la estaca que por el golpe había caído al suelo.
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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Abr 11, 2017 1:35 pm

Creo que, pese a lo que Maggie me había explicado hasta el momento, no esperaba que la morena fuera a acuchillar al hombre. Que pensaba todo era alguna clase de malentendido, que se aclararía de alguna manera que yo sería incapaz de imaginar hasta que la viese en acción. Por ello, mis ojos se abren de par en par cuando veo cómo su daga corta el cuello ajeno, rasgando la piel como si fuera de mantequilla. La sangre mana del corte del desconocido, roja, espesa, inundando el estrecho espacio con su aroma a sal y metal. Salpicando mis brillantes zapatos de cuero, mientras mis piernas empiecen a temblar incontrolablemente.

- Dios mío - Balbuceo, sin saber muy bien si acercarme a socorrer al hombre. Estoy aturdido, preso de un terror irracional. Porque jamás, en todos mis años en ejercicio, me había encontrado tan cerca de la verdadera naturaleza de los hombres a los que represento. - Señor, ¿está usted bien? - Le digo al herido, acercando mi mano hacia su hombro por tal de sostenerlo si cae. Sin embargo, al girarse hacia mi, su rostro ya no es el del caballero que antes ha entrado en el baño. Es una mueca terrorífica de brillantes colmillos y escarlata mirada, que con un escalofriante siseo, me lanza bruscamente contra la gruesa pared del establecimiento.

El aire sale bruscamente de mis pulmones al golpearme contra la dura superficie de madera. No consigo mantenerme el equilibrio al caer, así que lo siguiente que veo es que estoy tumbado en el suelo. Mareado, emito un quejido de dolor al percatarme de los hematomas de mi espalda. Ningún ser humano normal podría haberme empujado con semejante fuerza, y mucho menos, estaría ahora agazapado ante mi, dudando entre si rematarme o acabar primero con la cazadora.

- ¡Maggie! - Le grito, lanzándole la daga que me ha dado antes. Sé que no sería capaz de clavársela ni aunque mi vida dependiera de ello -nótese la ironía-, pero espero que no sea también el caso de la morena. Si es así, acabo de desperdiciar mi última posibilidad de defenderme, porque no llevo más armas de esa clase encima.
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Mensaje por Maggie Craig Mar Abr 11, 2017 8:49 pm

El corazón me dio un vuelco al ver al abogado recostado en el suelo tras recibir un fuerte golpe por el monstruo que en esos momentos trataba de alejar de mi cuello. Parecía bastante desconcertado, aunque no podía afirmar si esto era  sería a alguna contusión que se hubiese llevado en la cabeza al ser empujado contra la puerta o por el nuevo aspecto de nuestro nuevo amigo inmortal, que al cabrearse sin duda mostró la mejor de sus sonrisas. No pude evitar reirme para mis adentros por el humor tan negro que me surgía en momentos de máxima tensión. Llegué a pensar que estaba perdiendo el juicio o que parte de mi cerebro se desconectaba cuando me enfrentaba a un sobrenatural; era como si esa parte racional que me debería decir a gritos que huyese quedase apagada durante la lucha, evitando que mi miedo y mi consciencia me obligasen a salir corriendo.

Ladeé la cabeza y enarqué un ceja, liberando un largo suspiro de resignación cuando en lugar de levantarse y clavar él mismo la daga en el pecho del vampiro, Jean me la lanzó para que fuese yo quien le diese uso. Tenía ambas manos sujetando al vampiro, forcejando con él para que no hincase sus colmillos sobre mí, en una pelea que ya de por sí estaba por debajo de mis posibilidades. Pero no tenía más opción, si no cogía esa daga el señor Lachance y yo terminaríamos muertos, y el vampiro cenaría por partida doble. Dejé de luchar durante unos segundos, alargando el brazo para coger la daga de plata que venía hacia mí en un lanzamiento certero, regalándole al inmortal libre acceso hasta mi cuello, que no tardó en aprovechar.

Al mismo tiempo que sentí la empuñadura del arma de plata en mi mano, gruñí por el dolor al notar como sus colmillos desgarraban mi piel, y un jadeo salía de mis labios cuando el éxtasis de ser mordido por un vampiro empezó a hacer mella en mí. Sacudí la cabeza al sentir el letargo que me sumiría en un estado de semi inconsciencia, y con decisión clavé la daga de plata en su corazón. Sabía que no le mataría, pero el dolor sería tal que me permitiría coger distancias de nuevo.

Levantando la pierna, lo empujé de una patada hacia la puerta del urinario, apostado a un lado del aseo. El inmortal golpeó contra ésta sumido en una mezcla de gruñido y gemido bastante escalofriante. Hasta cuando morían eran desagrables, pensé. Me agaché a coger la estaca sin perder de vista a ese ser de las tinieblas, pues no tardaría en volver a atacar.- ¿Estais bien?.- le pregunté al abogado mirándolo de reojo para no perderme ningún movimiento que nos pusiese en peligro. Guardé la estaca de nuevo en mi cinturón, desenvainando esta vez la bastarda de mi padre que llevaba sujeta a la espalda.- ¿Tiene un encendedor o cerillas?

Sonreí ladina al imaginar las escabrosas ideas que estarían pasando por la cabeza de Jean con mi pregunta; pero es que la forma más práctica de terminar con la vida de un inmortal (con esto nos damos cuenta que la palabra inmortal está sobrevalorada) era quemándolo. Obviamente quemar a un vampiro así como así no era tan fácil, de modo que ayudarnos con una estaca o una daga de plata para tenerlos entretenidos el tiempo necesario para preparar una barbacoa era lo más útil. Claro que, también había otros métodos bastante prácticos para tener a un vampiro fuera de juego durante unos minutos. De modo que avanzando dos pasos hacia el inmortal, retiré la espada unos centímetros hacia atrás para poder coger mayor velocidad y que el golpe fuese más fuerte, y con decisión la lancé contra su cuello, cortándole la cabeza sin que me temblase el pulso.

Hice un mohíhn cuando la sangre del vampiro salpicó mi cara y parte de mi ropa, mientras su cabeza rodaba por el suelo cual ovillo de lana. Aproximándose un poco más a él, limpié la bastarda en sus ropajes antes de guardala de nuevo en su vaina, acercándome hacia el lavabo para quitarme la sangre de las manos y de la cara. Detestaba ese olor por encima de cualquier otra cosa.- Deberíamos quemarlo antes de que vuelva a regenerarse y nos dé un susto de muerte.- bromeé sin mirar a Jean, comprobando la marcha que llevaba en el cuello. Desgraciadamente aquella no sería la única cicatriz que podría verse en mi suave piel, no solo por los mordiscos, sino por las garras que en alguna ocasión había desgarrado mi cuerpo. Me encogía de hombros mirando mi reflejo en el espejo; desde luego que siguiese viva era un milagro.
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Mensaje por Jean D. Lachance Dom Abr 23, 2017 5:32 am

Maggie toma la daga que le lanzo, apuñalando al vampiro con ella con toda su fiereza. Clava el arma hasta la empuñadura, al mismo tiempo que los colmillos del inmortal se clavan en su cuello. El metal lacera la carne marmólea; los colmillos desgarran la tierna piel de la joven. Es una pugna de titanes, que me supera lo mire como lo mire. Porque jamás he sostenido arma alguna en toda mi vida, ni he sabido sobre las criaturas sobrenaturales hasta hace apenas unos minutos.

Por ello, observo la escena sin intervenir para no estorbar a la muchacha. Es lo mejor que puedo hacer si quiero que los dos salgamos de ésta con vida; siempre he sido el más torpe de los Lachance, capaz de estropear cualquier situación.

- Un mechero, un mechero - Repito entre labios, buscando entre mis bolsillos el encendedor que Maggie solicita. Lo encuentro justo en el instante en el que la cazadora se quita a su atacante de encima, de una sola y certera patada que lo hace chocar contra la puerta. - Seguro que el ruido alerta a los de la sala de que algo va mal. - Le digo, notando cómo se me revuelve el estómago. La bilis pugna por subir por mi garganta, mientras la cazadora clava una estaca -que habrá salido de quién sabe dónde- en el frío corazón del vampiro. El pálido cuerpo del depredador convulsiona tan pronto la madera atraviesa su pecho, provocando con cada movimiento un sordo sonido contra la madera. - Joder. - Musito, al ver cómo la sangre mana abundante por su boca. - Joder.

Instantes después, unos golpes empiezan a sonar desde el otro lado de la puerta. Van seguidos por las preocupadas voces del tabernero y algunos de los parroquianos, que gritan insistentemente para preguntar si va todo bien. Por todas partes, se escucha el sonido de las sillas arrastrando sobre el suelo; las conversaciones frenéticas, intentando dilucidar qué habrá pasado en el interior del aseo. El resonar de las jarras al ser posadas sobre las mesas, a la espera de información antes de continuar con la juerga. Los quejidos de las bisagras de la puerta de entrada, al ser abiertas por quienes prefieren huir en lugar de meterse en problemas.

A sabiendas de que no faltará mucho para que alguien decida llamar a los gendarmes, pienso a toda velocidad en qué decirle a nuestro público. Tiene que ser algo que les haga desistir de entrar, o como mínimo, que nos proporcione la confusión suficiente para que podamos escapar enseguida. La abogacía habrá terminado para mi si me encuentran aquí con un cadáver; y más después del numerito del matrimonio. Porque todo apuntará a que soy un cómplice de Maggie, ayudándola a encubrir quien sabe cuántos delitos con la excusa del asesoramiento legal.

- Todo va estupendamente, señores - Les digo finalmente, a modo de respuesta. Pese a las náuseas que ha provocado en mi la visión de la sangre, y el nerviosismo de tener un cadáver sobrenatural a menos de un metro, mi voz suena firme, clara. Es una de las ventajas de dedicarse a la abogacía, que jamás permites que los demás se den cuenta de lo mucho que te afectan algunas cosas. Porque las palabras y nuestra determinación son las únicas armas que poseemos. - Mi esposa está en esos días del mes, y necesita un poco de intimidad para calmarse. En cuanto lo haga nos marcharemos, no se preocupen. Son sólo asuntos femeninos.

Las palabras "asuntos femeninos" corren de boca en boca en la taberna, pronunciadas con un temor reverencial común a todos los hombres. A la mayoría de varones les asustan más esa clase de dolencias que la posibilidad de morir a manos de un vampiro; posiblemente, por su incapacidad general para comprender a las mujeres. Resulta mucho más sencillo apartarse y dejar que sea otro el que cargue con los dolores de cabeza. O con sus impredecibles y violentos arrebatos, capaces de destrozar un baño público en cuestión de minutos.

- Cuando se aparten un poco de la puerta, nos marchamos corriendo - Propongo a Maggie, tendiéndole el mechero. Las piernas todavía me tiemblan incontrolablemente, amenazando con dejarme caer en cualquier momento. En cuanto a lo sucedido, prefiero no pensar en ello; todavía estoy en estado de shock, incapaz de procesar lo que todo esto -el cuerpo, los colmillos, la daga de plata- supondrá a partir de ahora.
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Mensaje por Maggie Craig Lun Mayo 01, 2017 7:35 pm

El estruendo producido por los puños del dueño del local al golpear la puerta de madera con saña, resonó en cada una de las paredes del alicatado baño en el que nos encontrábamos, sacándome de esa especie de trance en el que me encontraba tras la bajada de adrenalina por haber terminado practicamente con mi primera presa de la noche. La sangre del vampiro continuaba bañando cada resquicio del reducido departamento donde se encontraba el inodoro, ahora destrozado por el duro golpe que el demonio de la noche habia dado tras mi patada, y que probablemente era la razón por la que la mitad de la clientela de la taberna estaba apostada tras la puerta.

Tenía que eliminar todas las pruebas antes de que el mesonero nos obligase a dejarle pasar y viese la dantesca escena que estaba sucediendo en su aseo.  Con una pícara sonrisa dibujada en los labios, no me demoré en aproximarme hasta Jean, que parecía bastante nervioso por como la situación se iba complicando cada vez más. Segundos antes me había dicho que tenía en su poder un mechero, claro que juraría que cuando me lo dijo no se había parado a pensar para que lo quería. Estaba deseando ver su expresión cuando lo usase para reducir a cenizas lo único que podía ponernos en un compromiso frente a miradas curiosas, el cuerpo decapitado que yacía en el suelo.

Fruncí el ceño cuando escuché la explicación que el abogado estaba regalándole a quienes preguntaban tras la puerta si todo estaba bien, resultándome de lo más inverosímil que pudiesen creérselo.- ¿Es qué ni siquiera puede una servidora tener un poco de intimidad con su marido?- gruñí elevando un poco la voz para que pudiesen oirme los de fuera, mientras le guiñaba un ojo a Jean. Tendí la mano para que me tendiese el mechero, acercándome a su oido tras cogerlo.
-Presente bien el pestillo para que les sea complicado entrar mientras nosotros escapamos por la ventana, eso nos dará ventaja para alejarnos de aquí.- le susurré esperando que no pusiese inconveniente a mi magnífico plan cogido por los pelos.

El trozo de tela que arranqué de la ropa del inmortal no tardó en prenderse con el vigoroso fuego del mechero, tras lo cual lo tiré sobre el cuerpo de éste. Las llamas no tardaron más que unos minutos en consumir por completo el cuerpo sin vida de ese vampiro, que había utilizado esa noche para demostrarle al señor Lachance que no estaba ida y que todo lo que le había contado durante la noche era cierto.

La intensidad del fuego aumentó considerablemente cuando las puertas y paredes de madera que separaban los diferentes urinarios comenzaron a arder, y comprendí que era el momento de marcharse de allí. Acercándome a Jean le devolví de nuevo su encendedor, caminando después hasta la ventana. Abrí las compuestas de esta, agradeciendo que estuviésemos en una planta baja.- Vamos abogado. El olor a humo será un reclamo y no dudarán en tirar la puerta abajo, aunque lo bueno es que no podrán ver que es lo que sucede en el interior.

Sin demorarme más, salté por la ventana, llegando hasta un pequeño callejón anexo a la taberna. No tuve que esperar demasiado hasta que mi cómplice esa noche se unió a mí y le sonreí divertida.- Creo señor Lachance que por esta noche nuestros caminos deberían separarse. Como ha podido comprobar, no todo es siempre lo que parece y debemos ser capaces de creer en mucho más de lo que vemos a simple vista.- ladeé la cabeza, sopesando si sería conveniente dejarlo solo después de lo que había presenciado, pero recordé que había comentado que tenía una cita importante y por esa noche ya lo había entretenido demasiado. Le di un rápido beso en la mejilla.- Querido esposo, ya sabéis donde encontrarme si acepta el caso o necesita ayuda. Cuidese.- divertida por todo lo sucedido esa noche, me marché de allí con rapidez. Toda una noche de cacería me esperaba por delante, y estaba dispuesta a aprovecharla. Deseaba que el señor Lachance aceptase mi caso y volver a verlo pronto; tenía que reconocer que había sido una tarde noche de lo más entretenida.
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Mensaje por Jean D. Lachance Jue Mayo 04, 2017 11:00 am

Aprovechando el respiro que mi excusa nos ha dado, Maggie empieza a recoger los desperfectos de la pelea. Apila trozos de madera desprendidos de las paredes, y colocándolos bajo el cadáver, los aprovecha para hacer de los restos del inmortal una pira funeraria. Tan pronto como la prende, un humo acre y maloliente empieza a manar del cuerpo, inundando el escaso espacio que ambos compartimos. Provoca que mis ojos se irriten, y que una tos entremezclada con náuseas haga presa en mi organismo.

- Salgamos. No quiero pensar ni un segundo más de lo necesario en qué es lo que estamos respirando. - Toso, aguantando mis ganas de inhalar profundamente para compensar la falta de oxígeno. Un nuevo estremecimiento recorre mi cuerpo segundos después, doblándome por la cintura con la mano detenida sobre la boca.

En cuanto la cazadora abre la ventana, trepo torpemente detrás de ella. No me lo pienso dos veces, y no sólo porque los golpes en la puerta son cada vez más insistentes; el fuego ha empezado a extenderse también por el tocador, aumentando alarmantemente la temperatura que reina en el aseo. Consigo trepar por la precaria pared en el instante en el que las llamas lamen mis zapatos, como una plancha al rojo en la planta de mis pies. Escapando del peligro por segunda vez en la noche.

Aliviado, salto a la frescura de la noche junto a la morena cazadora. Casi pierdo el equilibrio al bajar de la ventana, pero consigo mantenerme en pie justo en el último instante. La cabeza todavía me da vueltas, consecuencia de la intoxicación por humo; por ello, no hago más que asentir a todo lo que Maggie dice, incluso cuando deposita un suave beso en mi mejilla.

- Tenga el caso por aceptado. Yo nunca los rechazo - Le digo, antes de que desaparezca en la oscuridad de París. Acompaño mis palabras por una trémula sonrisa, tras la que camuflo todos los sentimientos que la aventura ha provocado en mi interior. Sorpresa, miedo, inseguridad, certeza; porque nada va a volver a ser igual jamás para mi, y eso es algo difícil de asumir. Cambiando mi vida para siempre.
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