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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alessia Debordeaux Miér Dic 21, 2016 2:07 pm

Era cuanto menos curioso que los días pasasen de aquella forma tan rápida… básicamente porque desde que me convertí que no había vuelto a pegar ojo, no por lo menos de la misma forma que cuando era mortal. Podría decirse que si había algo que echaba de menos era aquella sensación de sentirme recuperada mientras holgazaneaba bajo las sabanas. Que fuese sábado por la mañana y que se hiciese tarde, pero no era el caso, nos encontrábamos en lunes y debía atender mis obligaciones en mi trabajo, aunque más que un trabajo para mí era un hobby porque de no serlo ni me molestaría, pero era divertido manejar todos aquellos mortales como a vulgares marionetas, tenía su morbo.

Y de mortales había estado pensando, Lachance me había dejado un tanto traspuesta desde la última vez. Su sangre sabía igual que la de Mauritz y sus rasgos, tan parecidos… Si bien, tenía una clave tendencia a la homosexualidad que quizás hace 400 años me hubiese horrorizado pero, a día de hoy ¿Quién era yo, que había probado de todo para juzgarle?

La idea tal vez se me pasaba por convertirlo y así tenerlo a mi lado… ¿Pero quería aquello realmente? No lo sabía todavía, pero para ello ya me había encargado de haber sembrado la semilla en su cabeza para que sin quererlo ni beberlo me hiciese una visita y así poder hablar sobre lo sucedido tras el baile, aunque para él bien seguro que lo había sucedido había sido motivo suficiente para olvidarse de cualquier desvarío sexual que no tuviese que ver con mi cuerpo de mujer.

Me miré los botines de ante y los acaricie para limpiar un débil arañazo. Un pequeño capricho que me había dado, aunque prácticamente tenía un capricho distinto para cada día del año. Alisé mi falda verde de algodón y me coloqué mejor el corsé. Realmente poco tenía que hacer en mi despacho, solo era llamada cuando algún cliente importante acudía, así que podía pasarme mucho tiempo admirando la oscura madera de roble que decoraba la pared, ensombrecida por unas grandes y tupidas cortinas que evitaban que la luz solar entrase durante aquel ocaso, recreando un ambiente acogedor para mi… Pero no me puse demasiado cómoda, sabía que alguien había detrás de mi puerta.
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Mensaje por Jean D. Lachance Jue Dic 22, 2016 3:29 pm

Todavía no sé muy bien qué estoy haciendo aquí.

Detenido frente a una ornamentada puerta de roble, hago acopio de valor para tomar el pomo de la misma. Mis dedos se acercan un par de centímetros al latón, temblorosos, para detenerse sin haber llegado a tocar siquiera la maneta. Con un suspiro de irritación, vuelvo a la posición inicial. Mi mano lleva suspendida frente al pomo de la puerta más de diez minutos, durante los cuales la he retirado y he vuelto a acercar en demasiadas ocasiones. Es como si quemase, pero peor; peor porque no sé qué es lo que me encontraré exactamente dentro del despacho, y tampoco tengo demasiada prisa en descubrir si ella se acuerda de mi o sólo fui una diversión puntual.

Un par de secretarias pasan en ese momento junto a mi, cargadas con un voluminoso fajo de papeles confidenciales del banco. Saludándolas cortésmente, finjo comprobar mi reloj de bolsillo para disimular, como si estuviera esperando mi turno para entrar. Al fin y al cabo, me encuentro en la Banque du France; lo más normal aquí es esperar para ser atendido. Ellas me devuelven el saludo, y no es hasta que las pierdo de vista que reanudo mi lucha intentar por abrir la puerta. Cientos de posibilidades pasan por mi cabeza, fantasiosas: desde una Alessia cálida y receptiva a su versión más fría, ignorándome con profesionalidad. Ambas son igual de posibles ahora mismo, y es que hace demasiado tiempo que no sé nada de ella. Desde nuestro primer y último encuentro, en el Palais Roial, que no hemos vuelto a encontrarnos por París. Puede que no signifique nada, y que ambos estuviéramos simplemente demasiado ocupados como para encontrarnos. Pero también podría ser que yo no le interesase a la mujer; es demasiado hermosa y educada como para conformarse con el hijo menor de una familia indiana. El corazón se me encoge de angustia ante la posibilidad de su rechazo, pero debo asumirlo; de lo contrario, quedaré como un idiota.

Oigo nuevos pasos provenientes del pasillo, y sé que es ahora o nunca. De lo contrario, jamás me armaré del valor necesario para ello. Antes de que aparezca el propietario de las pisadas, golpeo un par de veces con los nudillos la robusta puerta. Una vez recibido el permiso de su ocupante, entro al despacho, temeroso de lo que pueda encontrar en su interior.
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Mensaje por Alessia Debordeaux Dom Dic 25, 2016 5:16 am

Dejé uno de los manuscritos que estaba leyendo en la estantería y me acerqué a la puerta. Podía notar su olor, como su cuerpo bombardeaba sangre para mantenerse vivo… ¿La cena picaba a mi puerta? No sabía que tuviésemos servicio a domicilio. Me eché a reír tontamente y sola al encontrarme a mí misma en tal bobada.

Me coloqué detrás de la apertura de la puerta para esconderme de él a si entrada. Esta se abrió y pude sentir el desconcierto de haberme oído, de estar oliéndome, pero no encontrarme allí. Cerré la puerta, era como si la presa hubiese caído en mi trampa, aunque en este caso en mi rostro se dibujaba una gran sonrisa.

- ¿A que debo tal honor, monsieur Lachance? – Me acerqué a él de forma sinuosa, como una serpiente acechante susurrante. Coloque mi fría y delicada mano sobro su hombro y lo miré a los ojos – No creo que haya venido por mi ¿O tal vez sí? – Me eché a reír grácilmente a la vez que le invitaba a tomar asiento.

Aquel despacho era en parte muy impersonal, no me había traído nada propio, estaba exactamente igual que como me lo encontré a su entrada. Gran escritorio de roble con un montón de utensilios de papelería, varías plantas colocadas en zonas estratégicas y muchos candelabros que iluminaban tenuemente la sala, así como una gran alfombra persa a nuestros pies y estanterías empotradas en la pared llenas a rebosar de documentación y libros. Mi favorito era el libro de cuentas de la compañía de las indias orientales, me había hecho brutalmente rica.

Una vez sentados le guiñe sensualmente el ojo – Quería comentarle una serie de pequeñas pesquisas que he encontrado en su cuenta – Señale el manuscrito en blanco que había en mi mesa, en el cual él estaría viendo perfectamente sus cuentas. – He visto que hemos estado cobrándole una serie de comisiones que estamos dispuesto a devolverle siempre y cuando no me ponga los cuernos con nadie – Otra sonrisa alegre se dibujó en mi rostro. Doble significado, obviamente sabía todo por cuanto había pasado. – Firme aquí – Le pase un documento y una estilizada pluma Mont Blanc, más adecuada para una mujer que para hombre. – Con ello creo que puede permitirse invitarme a cenar, ¿no?.
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Mensaje por Jean D. Lachance Lun Dic 26, 2016 2:25 pm

Mi primera impresión al entrar es que el despacho está vacío. Decorado con grandes y ornamentados muebles de madera maciza, la habitación resulta cálida pero formal. Un bonito escritorio de roble decora el centro de la sala, con un par de sillones forrados de terciopelo para atender a los peticionarios. Multitud de libros, registros y diarios abarrotan las estanterías, y una larga cortina con varias capas de grosor impide que la luz penetre desde las ventanas. Sin embargo, no veo a Alessia por ninguna parte. La única señal de que la banquera ha pasado por aquí es un bonito bolso colgado de la silla, y un libro de cuentas abierto de par en par bajo la tenue luz de una vela.

Confundido, busco a mi alrededor por si acaso su presencia me ha pasado desapercibida. Y así ha sido; unas manos frías como el marmol me acarician los hombros desde mis espaldas tan pronto como se cierra la puerta, coquetos, sensuales. Junto con ellas llega la ronroneante voz de la pelirroja, que no tarda demasiado en hechizarme de nuevo por la cercanía de su presencia. Su timbre de voz es tan suave como la seda, disipando cualquier duda que pudiera quedarme sobre la razón de nuestro distanciamento. Sonriéndole con embeleso, me dejo guiar hasta la mesa. La mujer me pregunta sobre la razón de mi visita, así que echo mano de la excusa que tenía preparada mientras tomo asiento en la tallada butaca de roble.

- Pues verá, mademoiselle Debordeaux, lo cierto es que he venido por asuntos de negocios. Aunque también por vos, ya que sabiendo que os dedicáis a estos menesteres, no querría confiárselos a otra persona - Algo menos nervioso que antes, le dedico una sonrisa que pretende ser encantadora a la mujer. Al mismo tiempo, le tiendo una carpeta repleta de notas manuscritas. - Son las últimas cifras de mi bufete. Me preguntaba si sería posible realizar alguna clase de... modificación. Ya sabe, de modo que terceras personas, como podría ser su majestad o la administración, no tuvieran demasiado control sobre ellos.

Comento con ella varias cuestiones legales sobre la fiscalidad francesa, animado por tener un tema de conversación en el que poder demostrar mis conocimientos. Alessia contribuye a la charla con aspectos más especializados respecto de la banca, e incluso menciona que se ha encargado de gestionar mi cuenta para evitar el cobro de las incómodas comisiones. Aun así, su comentario sobre la infidelidad me deja desconcertado; desconocía que ella y yo tuviésemos alguna clase de relación, y más teniendo en cuenta que hace más de tres semanas que no nos vemos. Pasándome una mano por los rizados cabellos, la miro fijamente a los ojos en busca de alguna señal de que bromee. Pero no; pese a que sus labios están torcidos en una sonrisa, su mirada es tan fría como siempre. Como un témpano de hielo, de una sabiduría antigua e infinita impropia de una mujer tan joven como ella. Tomando la pluma que me tiende, firmo rápidamente los papeles de las comisiones. Siempre leo todo lo que firmo, pero esta vez el desconcierto es tal que no puedo apartar la vista de su pálido rostro.

- Alessia... - Empiezo, dubitativo. La conversación ha tomado un cáriz que resulta inesperado, incluso para mi. No estoy acostumbrado a que me sorprendan, y menos las mujeres. Por eso no sé muy bien cómo reaccionar ante una mujer como Alessia; la pelirroja es puro fuego, lanzada como pocas damas de su condición. - Estaré encantado de aceptar su autoinvitación de salir a cenar - Le digo al fin, intentando imprimirle un tono jocoso a mis palabras - Aunque tendrá que permitirme que me gaste una buena cantidad de francos en la cena. Es un mejor destino para mi dinero que dárselo en comisiones al banco, ¿no le parece?


Última edición por Jean D. Lachance el Vie Mar 10, 2017 4:11 am, editado 1 vez
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Mensaje por Alessia Debordeaux Miér Ene 11, 2017 1:01 pm

Soledad, era el sentimiento que en ocasiones se colaba en mi interior y me hacía darme cuenta que si algo había negativo de aquella vida inmortal era la soledad… Siempre me acababan abandonando, la muerte acababa haciendo su trabajo, dejando paso una nueva raya en mi alma ya de por si fría, marchita y deshilachada.

Crucé los ojos con los del abogado, nada bueno rondaba en mi cabeza y tenía claro que quería hacerlo hoy. - ¿Me está tanteando para que me salte la ley? – Dije con la ceja enarcada y haciéndome la ofendida. Me eché hacía atrás en mi respaldo y crucé de brazos para realzar a su vez el busto.

La mirada del hombre parecía indicar que no estaba de broma, así que dejé de hacerme la juguetona y me eché hacía delante – Será pan comido lo que me pide, aunque para ello quizás le pida como pago su alma – Me eché a reír como si hubiese bromeado, aunque nada más lejos de la realidad, mis palabras iban en serio.

- Monsieur Lachance, puede engañar al estado, pero no al banco – Solté una leve risotada - ¿Dónde piensa llevarme? Depende donde sea deberíamos de ir saliendo ya. ¿Ha venido en carruaje? – Coloqué en el cajón la pila de documentos que acababa de firmar y me levanté de la silla. Estaba eufórica por los planes que tenía pensados para aquella noche… Después de aquello, no hubo otro hombre que volviese a abandonarme.

Caminé lentamente hacía la puerta, contoneándome a cada paso más por pura diversión que por equilibrio. Me sabía femenina y sabía que podía llegar a ser mejor arma que mis poderes. Me agarre al brazo del abogado para posteriormente susurrarle – Tengo hambre, mucha hambre.
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Mensaje por Jean D. Lachance Sáb Ene 14, 2017 5:36 am

- Mi alma era suya desde que la vi en el Palais Royal, mademoiselle - Bromeo, guiñándole un ojo mientras me levanto de la butaca. La pelirroja no tarda demasiado en guardar sus papeles en los correspondientes cajones. Parece bastante ordenada, aunque no me extraña; tiene una caligrafía muy estilizada, llena de picos góticos como los que se empleaban hace varios siglos. Si tiene paciencia suficiente como para escribir semejantes obras de arte, cuanto menos para trabajar con tanta diligencia como el más hábil de los hombres. Una vez recogido todo, toma su bolso del colgador, haciéndome un gesto para que salga por la puerta del despacho. Su diestra se aferra a mi brazo tan pronto como salimos de él, su curvilíneo cuerpo acercándose al mío más de lo que la decencia lo permite. Está frío, pero mi propio cuerpo irradia el suficiente calor como para que eso no me importe en absoluto. Sintiendo cómo mi boca se seca por momentos, dedico una sonrisa a la banquera que pretende ser misteriosa. Como siempre que estoy junto a ella, me siento insignificante, indigno de ir acompañado de semejante belleza. Todavía no entiendo qué es lo que ha visto ella en mi, pero desde luego, no tengo intención alguna de quejarme. - La voy a llevar a un lugar muy especial, Alessia. ¿Ha estado usted alguna vez en el Hôtel Saint-Gabriel? - Le pregunto, atravesando con ella el imponente edificio que es el Banco de Francia.

Los mármoles relucen níveos bajo el titileo de las lámparas, dando la sensación de que nos encontramos en un lugar tan mágico como misterioso. Pese a ser casi la hora de cenar, todavía hay bastante actividad en el edificio. Secretarias que taconean en dirección a los despachos sujetando fajos de papeles, guardias cargando carritos repletos de lingotes de oro. Un funcionario examina un par de oscuras gemas a través de la vacilante luz de una vela, anotando después algo en un gran volumen encuadernado en pan de oro. Caminando sobre la roja alfombra de terciopelo, Alessia y yo nos abrimos paso hasta las grandes puertas principales. Una vez allí, sostengo el pomo caballerosamente para que pase, observando cuan sinuosos son sus andares mientras atraviesa la salida a las ruidosas calles parisinas.

- Está muy cerca, podemos ir andando - Le digo a la hermosa dama, guiándola para que me siga a través de las amplias avenidas de la ciudad. El aroma de las damas de noche contrasta vívidamente con el frío otoñal, creando una agradable mezcla de sensaciones olfativas - Me encanta pasear, ¿sabe? Y aunque París no sea precisamente un laberíntico jardín, está provista de una belleza propia que sólo la historia puede otorgar. Han pasado tantas cosas entre estas mismas calles... tantas generaciones, tantas conspiraciones, tantos actos que han acabado influyendo en el mundo. Y cuando vas en carruaje, o estás rodeado constantemente por las limitaciones de la nobleza, tiendes a olvidar que hay mucho mundo más allá de las fiestas. Por eso me gusta tanto mezclarme con los transeúntes. Para vivir las experiencias desde tantos ángulos como sea posible.
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Mensaje por Alessia Debordeaux Mar Feb 07, 2017 3:53 am

Podía notar el calor que irradiaba su cuerpo. Sin duda era una sensación más que agradable que aproveché pegando mi cuerpo al suyo todo lo que pude… En unas horas aquella piel sería pálida, blanquecina, marmolea como de porcelana y sobretodo, fría.

Sonreía abierta y generosamente, miré alrededor antes de salir del gran edificio. Centenares de personas esperaban su turno para caja o ser atendidos por algún empleado con posibilidad de una mayor concesión… Era un trabajo interesante, pero lo mejor, sin duda, era poder salir de aquí a allá cuando me apeteciese sin necesidad de tener que dar explicaciones a nadie.

-Excelente elección, no esperaba menos. - En un arranque de sensualidad desmedida deje que mis dedos se hundiesen en sus rizos, tirando ligeramente para abajo para finalmente colocar mi mano en su hombro y apoyarme con la cabeza en el otro libre. – París brilla con luz propia, como ciudad es maravillosa, pocas pueden compararse a ella. ¿Ha viajado por muchos sitios, Lachance? - Obvie que como todas las grandes ciudades, París tenía zonas que eran mejor no ser visitadas… de hecho, no se me plantearía nunca salir a pasear por la ciudad con nocturnidad de no ser por mis poderes, sin ellos, probablemente sería otro bello cadáver que aparece al amanecer cerca del rio.

El sol ya se había puesto y los últimos rayos de luz amenazaban con morirse para dar paso a la cerrada noche. Anhelaba en gran parte poder salir por las mañanas, el sol y la luz. – Lléveme a su lado a vivir experiencias – Dije de forma calculada, suave y sosegada, como si se lo estuviese suplicando. Mis ojos se clavaron en los suyos, podría modificar a mi antojo sus recuerdos, hacer de él lo que quisiese, pero precisamente la diversión de aquello es que ya era mi muñeco sin necesidad de utilizar nada.

Acerque mi boca a su oreja y sisee – Espero que no tenga pensado solamente cenar, si fuese usted, sería adecuado que pillase una habitación… El alcohol suele hacer efecto extraño en mi – Lo que realmente hacía efecto en mi era su sangre deslizarse por mi garganta.

Durante los momentos siguientes me comporte como la dama que era, tímida y decorosa en todo momento, dejando que el abogado diese siempre el primer paso… hablase con el recepcionista y me guiase al restaurante, el pobre seguramente ni se imaginaría que cada segundo que pasaba era un segundo menos de su mortal vida – Monsieur, ¿ha escuchado alguna vez sobre las criaturas nocturnas que dicen que pueblan nuestra ciudad? – Sonreí maliciosamente mientras sacaba un interesante tema de conversación a la espera de que el maitre se dignase a traernos la cena.
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Mensaje por Jean D. Lachance Sáb Feb 11, 2017 2:32 pm

La pelirroja jamás deja de sorprenderme. Intercalando gestos de cercanía física con la conversación más cortés, se deja conducir hasta el hotel con sus andares característicos. Con voz tan seductora como sosegada, llega a sugerir incluso que tal vez debería reservar una habitación en el hotel para "después de cenar". Lo que provoca que mi pulso se acelere, imaginando inconscientemente la de significados que podrían tener las palabras de la mujer.

Tragando saliva un par de veces, le sonrío como un idiota mientras caminamos por la avenida. Todo apunta a que me espera una noche que tardaré mucho tiempo en poder olvidar, igual que la última que vivimos durante aquel baile en el Palais Royal.

- Lo cierto es que no he viajado tanto como me gustaría, señorita Debordeaux - Empiezo a decirle, mientras sus dedos acarician suavemente mis oscuros rizos. - La Facultad de Derecho ocupó una buena parte de mi juventud, igual que el tiempo dedicado a mi profesión y los negocios delegados de mi padre. Aun así, tuve tiempo para viajar un poco por las Américas. Nueva Orleans, Carolina, Cuba... y París, en la que me encuentro actualmente. Son las desventajas de nacer el segundo hijo. Que no puedes perder el tiempo si quieres mantener un estatus y una fortuna acorde a tu posición social.

Estoy abriendo la boca para preguntarle acerca de sus propias experiencias cuando susurra sugerentemente que sea yo quien la lleve. Quien le muestre las maravillas que hay ocultas en el mundo, esperando a que nosotros vayamos a ellas para descubrirlas. Como si en lugar de semanas tuviésemos años de confianza, clava sus grandes ojos en mi dirección, parpadeando un par de veces de un modo casi suplicante.

Y con ello derriba las pocas precauciones que me quedan.

La siguiente vez que sus labios se acercan a mi oído, me susurran directamente hacia el alma. Sobrecogen mi ser con sus palabras, haciéndome desear cumplir cualquier nimio pensamiento que pase por su cabeza. Un envolvente aroma a flores aturde mis sentidos mientras lo hace, y no puedo evitarlo; alargo mi mano en dirección a sus cabellos, acariciando con suavidad los brillantes mechones rojizos. No hay ningún rechazo por su parte, al contrario; parece disfrutar de la suave delicadeza con la que los aparto cuidadosamente de su rostro.

- Te llevaré a donde quieras... Alessia. No lo dudes jamás. - Susurro, musitando por primera vez su nombre a secas. Ello parece gustarle, pues la mujer esboza una dulce y tímida sonrisa nada propia en ella. Sin cesar de acariciar sus cabellos, dejo que recupere su coraza de dama recatada mientras reanudamos nuestro caminar. Ya estamos cerca del hotel de destino, en el que cenaremos y, si ella quiere, repetiremos la experiencia que me ha robado el sueño durante tantas noches.

Una vez en el Hôtel Saint-Gabriel, el personal tarda muy poco en encontrarnos una mesa. Está situada junto a uno de los grandes ventanales del primer piso, con vistas al iluminado centro de la ciudad de las luces. Todo en ella deja translucir que no se trata de un menú accesible a cualquiera; de hecho, sólo la cubertería vale más de lo que podría ganar cualquier obrero medio de la zona. Con la mayor de las cortesías, los empleados dejan sendas cartas a nuestra disposición. Después, se marchan para dejarnos un poco de intimidad, y que podamos escoger mientras hablamos de nuestros asuntos privados.

Señalando hacia la carta, me dispongo a recomendarle un par de platos a mi acompañante cuando de nuevo, me sorprende con sus comentarios. Alessia me pregunta si conozco algo sobre las criaturas nocturnas, y no puedo evitarlo; doy un respingo visible para ella, recordando la experiencia vivida hace apenas un par de horas en los callejones del puerto.

- ¿Criaturas nocturnas, Alessia? ¿Te refieres a todas esas leyendas absurdas sobre vampiros, licántropos y hechiceros? - Le digo, sonriéndole nerviosamente a la hermosa mujer. El sudor empieza a perlar mi morena frente, haciéndola brillar bajo la elegante luz de las caras arañas. Una consecuencia inevitable y delatora de saber más de lo que desearía al respecto. Apartándome un oscuro rizo del rostro, la miro fijamente a sus ojos azules. ¿Qué habrá querido decir con esa pregunta? ¿Será posible que sepa algo acerca del mundo oculto que nos rodea? - Sin duda hay buenas obras de la literatura que se han publicado al respecto. - Disimulo, decidiendo al fin fingir por si acaso no sabe nada al respecto - Todas ellas censuradas por la Inquisición, por supuesto, pero que es posible leer tras la revolución Iluminada tan recientemente acaecida. Los Lachance tenemos algunas de ellas en nuestra biblioteca personal. Y estaría encantado de enseñárselas, si consintiera en venir algún día a visitarnos.
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Mensaje por Alessia Debordeaux Lun Feb 13, 2017 1:40 pm

Escuché atentamente al abogado. Si bien yo había ido aquí y a allá, durante una época de mi vida me dediqué a viajar, a conocer el mundo que me rodeaba, a hacerme en definitiva, más sabia. Pero pese a mis posibilidades de visitar mundo, siempre habían lugares y cosas que se me podían escapar y nada como otra gente para aprender.

Si bien, había viajado mucho, pero a efectos prácticos, para Lachance debía escoger un territorio más pequeño por donde me hubiese movido, sería extraño haber visitado tantos lugares a mi “corta edad”.

- Las américas… Yo lo más lejos que he ido ha sido a Londres… Bonita y espantosa a la vez, todo depende de por donde se mire. ¿Qué se siente al pisar el suelo de cuba? Con todo ese buen tiempo, con esa fruta tan exótica… Solo de pensar en mar, el suave viento acariciándome la cara, la arena entre los pies… -
Me gustaba el mar, no podía negarlo… durante unos años estuve en una tripulación de corsarios y disfruté de conocer las islas del caribe. – Si, en ocasiones las ocupaciones no dejan tiempo para hacer más – Lo miré a los ojos mostrándome sincera e inocente. En ocasiones me sabía arpía.

Sonreí a Lachance al apartarme el mecho de pelo, una caída de mirada y pasarme un mechón de pelo por detrás de la oreja harían el resto… quizás una torcedura en el gesto al mirarlo, si, suficiente. Lo curioso era que yo iba a llevarlo a un lugar del que ya no habría retorno y seguramente él ni se lo figuraba.

Me fije en el cambio de semblante, en como sudaba su frente ante aquel tema. Era evidente que algo sabía, pero curiosamente en la última vez no había visto nada que denotase ni el más mínimo conocimiento de aquello… ¿Le habría pasado algo hacía poco? Su aura seguía siendo de un humano, así que no debía haber sido nada que pudiese arruinar mis planes.

Dibujé una media sonrisa en mi rostro- Petit Cherie, no son para nada leyendas absurdas… se sorprendería cuan cerca llegan a estar de nosotros – Me acerqué a él para susurrarle – Creo que mi jefa es un ser mitológico de estos nocturnos… - Me eché a reír para quitarle hierro al asunto, aunque quizás, si le daba por pensar, podría llegar a la conclusión de que a mí tampoco me había visto nunca por la mañana. - ¿Sabe usted algo más, verdad? –Sonreí una vez más para hacerme la misteriosa, echándome hacía delante en la mesa para dejar un poco más a la vista mi busto.

La cena estaba servida, la última cena para él, por mi parte tocaba hacer una vez más el paripé de comer, aunque como ventaja de ello podía dejar la comida con un ínfimo bocado y así resultar muy chic, la última moda en mujeres de la época, apenas tocar el plato. Aproveché la ocasión para descalzarme y tocarle la espinilla por debajo de la mesa, suave y sensualmente, mientras me llevaba una copa de vino a la boca con una sonrisa triunfal  - Creo que es el momento de irnos a... dormir… - Me lo quedé mirando fijamente, su vida podía contarse con minutos, una hora tal vez… no le quedaba mucho más antes de que fuese mío.
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Mensaje por Jean D. Lachance Jue Feb 16, 2017 3:42 pm

La química que había entre la pelirroja y yo desaparece tan pronto como vuelve a insistir en el mismo tema. Ni siquiera su sutil y posterior broma basta para liberar la tensión que se ha instalado tras sus palabras, tan palpable que podría cortarla con la cubertería de plata. Incómodo, acabo con la comida mientras Alessia remueve la suya con el tenedor. Qué extraño; tanto insistir en que la sacase a cenar, y al final habrá probado como mucho un bocado de cada plato.

- Hay muchas cosas extrañas que suceden cerca de nosotros. - Digo al fin, en un intento por recuperar la complicidad anterior. Puede que si hablo de ello restándole importancia, la curiosidad de la joven quede lo suficientemente saciada como para cambiar de tema. Lo cual me proporcionaría la oportunidad de parecer cortés y evitar la materia, en la que he profundizado ya esta tarde más de lo que desearía de por vida. - Piénsalo. Una mujer sana con remedios tradicionales a otra y se la acusa de brujería. Un hombre contrae una extraña enfermedad tropical y todos creen que es un vampiro. Incluso hay leyendas que hablan de fantasmas, para explicar fenómenos que la ciencia moderna es incapaz de justificar. ¿Qué nos garantiza que algo sea real, más que verlo con nuestros propios ojos? ¿La palabra de personas que ni siquiera saben leer? Eso otorgaría a la superstición y a la ignorancia una posición peligrosa. En contraposición a la razón, que es lo que debería regir los actos de los hombres.

Interrumpo mi diatriba al notar cómo algo suave y frío se desliza suavemente por mi pierna. No necesito concentrarme mucho para saber de qué se trata; de su níveo y delicado pie, el cual ha descalzado con la única finalidad de provocarme.

- Alessia, ¿qué...? - Empiezo, pero mi acompañante me acalla con un gesto de la mano. En un tono casi ronroneante, me expresa su deseo de subir a una habitación, para continuar nuestra velada de una manera mucho más íntima. Sus palabras van acompañadas por una nueva caricia de su pie, junto con una sugerente sonrisa en la que leo promesas de toda clase.

Bebiendo un trago de vino para humedecer mis secos labios, deposito una generosa cantidad de francos en el mantel de la mesa. Creo que me he pasado con la propina, pero ya no puedo pensar con claridad; sólo pienso en lo que me espera en cuanto subamos unas cuantas plantas, suficiente como para compensar el mal trago respecto de las criaturas sobrenaturales.
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Mensaje por Alessia Debordeaux Dom Feb 19, 2017 2:25 pm

Mi pequeño angelito, que poco sabía de aquel mundo desconocido que estaba a punto de presentarle… Cuanta inocencia. Noté perfectamente cómo me estaba evitando el tema, me desviaba a otra diatriba, a la razón, la ciencia… el opio del pueblo. Si quiera hubo intentado ahondar más en mis “sospechas” sobre mi jefa. Había sido un burdo intento de esconderme que algo sabía que de no tratarse de mí, hubiese pasado desapercibido, tal y como este intentaba buscar, pero había algo y lo descubriría tan pronto subiésemos a la habitación.

Después de mi implacable juego de pies bajo la mesa, sabía que ya lo tenía en mi bolsillo, o quizás, lo adecuado sería decir en mi escote. Prueba de ello podía encontrarse fácilmente en la desproporcionada propina que había dejado al pagar la cuenta, pero estaba claro que el abogado estaba pensando en otras cosas muy cercanas al mismo lugar de donde guardaba su cartera.

Lo cogí de su pañuelo de cuello mientras lo guiaba por el pasillo dirección a la habitación que previamente había cogido. No me había dicho el número, pero no me hacía falta, previamente había visto cual era mientras se guardaba la llave en bolsillo. Me planté delante de la puerta, me pegué contra la pared y lo atraje hacía mí para que sus labios se chocasen junto a los míos y dejar que nuestras lenguas se encontrasen de forma juguetona, húmeda, impúdica. Subí mi pierna izquierda para rodearlo y atraerlo aún más hacía mí, aquel juguete me encantaba.

Separé mis labios lentamente de los suyos, me apoyé en su frente como si necesitase un respiro y me lo quede mirando como implorando que entrásemos dentro. No parecía hacer falta decir nada más – Sé hacer cosas con la boca que no imaginas que una señorita como yo sepa hacer – Susurré sensualmente en su oreja con una sonrisa pícara… El pobre no debía ni tener idea que me estaría refiriendo a mis colmillos los cuales no hacían otra cosa que luchar por salir.
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Mensaje por Jean D. Lachance Miér Feb 22, 2017 3:52 am

Toda clase de iniciativa que pudiera haber llevado desaparece tan pronto Alessia toma las riendas. Ni siquiera me resisto cuando ella me coge por el pañuelo, para guiarme por el pasillo en dirección a la habitación. Sólo puedo pensar en cómo se mueve la pelirroja. En cómo agita sus caderas sinuosamente al caminar, con una sensualidad innata e irresistible. En el fuego que brilla en sus cabellos, reflejando la luz de las lámparas. En la curvatura de sus pechos, sugerida por lo ceñido de su vestido. Y en esa piel tan pálida como el marfil, que deseo acariciar para comprobar si es tan sedosa como parece.

Estoy pensando en una buena excusa para besarla cuando la joven se detiene súbitamente en el pasillo. Con un único gesto me atrae hacia ella, pegando su cuerpo completamente al mío. Sus labios no son una excepción; me buscan con rapidez, sedientos de algo más que palabras. Un jadeo entrecortado escapa de mi garganta al hacerlo, pero no se conforma con ello. Esbozando una sonrisa tan pícara como encantadora, enrosca una de sus piernas alrededor de las mías, impidiéndome apartarme aunque así lo desease. Que no es para nada el caso. Cuando estoy con Alessia, es como si fuese tan inexperto como un crío. No importa con cuantas mujeres u hombres haya estado antes; me siento completamente a su merced. Manejado como una marioneta, y lo peor es que no me importa. Porque estoy demasiado ocupado recorriendo cada centímetro de su cuerpo con mis manos, mientras mi lengua explora su boca con rapidez.

- Vamos dentro - Le pido a la pelirroja al hacer una pausa para respirar. En algún momento le he desabrochado algunos de los lazos del corsé, sin pensar en que cualquiera podría pasar por el pasillo del hotel y verla de ese modo. Eso la hace estar más hermosa, más deseable. Y provoca que mis ganas de tomarla cuanto antes sean casi insoportables. - Te deseo, Alessia. No me hagas esperar más.
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Mensaje por Alessia Debordeaux Miér Mar 01, 2017 5:28 am

Lo arrastré a la habitación, aquella puerta cedió como si fuese de papel. Poco me empezaban a importar las apariencias ya, que llevase medio corsé desatado era la menos de mis preocupaciones. Era mi momento, el momento de hacerlo mío, de tener a la réplica del que antaño había sido mi marido nuevamente a mi lado y esta vez no iba a dejar que la muerte se lo llevase. Una sonrisa de satisfacción se reflejó en mi gélido rostro, iba a conseguir lo que me proponía y nada me gustaba más que aquello.

Egoísmo era la palabra. Desde que la bestia se apodero de mí que no he parado de hacer cosas para satisfacer mis deseos, mis pensamientos le daban la vuelta a conseguir una manera mejor de pasar la vida en este planeta de mortales que ya empezaba a aburrirme. Paradójicamente me había propuesto hacerme un compañero de vida y ni si quiera me había parado a preguntarme si él lo quería ¿Cómo no, quien no quería ser inmortal? No era algo solo para mí, le estaba haciendo un favor, así era como equilibraba la balanza, aunque a lo mejor no todo el mundo lo viese así.

La suite del hotel no escatimaba en gastos ni detalles, desde la araña de techo de cristal enorme a la cama tamaño King con dosel. Sin olvidar la mullida alfombra que cubría el frio suelo de mármol. Aquel lugar era un grito al recuerdo de que poca gente se podía permitir pasar la noche allí, era ostentosamente obsceno y me encantaba.

Tumbé al mortal de espaldas a la cama, dándole un leve empujón para aprovechar la inercia… Esta vez no iba a haber juicio, ya se había dictado sentencia y el abogado no había podido defenderse. Me abalancé sobre él, encima de sus caderas con las piernas arqueadas y la falda echada hacía atrás y me lo quedé mirando con una sonrisa maliciosa en la cara. Curiosamente no quería preliminares, solo quería que fuese mío ya… Me eché lentamente hacia delante como si de un juego se tratase y clave mis uñas en sus clavículas, rasgando la ropa al bajar hacía el pecho, desnudando esa parte que tanto me interesaba, su cuello.

Su sudor, el calor, no podía más… deje entre ver mis colmillos, él estaba bajo mi e iba a ser imposible que pudiese liberarse – Seguro que esto no te lo esperabas – Seguía apoyada sobre su pecho, inmovilizándolo – He decidido que voy a hacerte mío, voy a jugar a ser dios y tu serás como yo... Consideralo un regalo - Me acerqué lentamente a su cuello, estaba saboreando como nunca el momento, casi podía sentir el sabor de su sangre – No volverán a separarnos.
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Mensaje por Jean D. Lachance Vie Mar 10, 2017 4:09 am

Todo sucede demasiado deprisa.

Alessia abre la puerta sin dejar de tentarme ni un instante, empujándome para que caiga sobre la inmensa cama con dosel. De no ser porque casi me enredo con la suave cortina, ni siquiera habría advertido ese detalle; estoy demasiado ocupado admirando la abundante piel al descubierto de la hermosa pelirroja, que me dedica una pícara sonrisa antes de tumbarse sobre mi. Sus piernas se entrelazan hasta rodear mi cintura, y sus caderas rozan peligrosamente la dureza de mi pantalón. Lo único que impide que me lance sobre ella es el temor a estropear el momento; tan sensual que es impropio en una mujer de su belleza y condición.

Fascinado por la situación, me limito a rodearla con mis brazos para acariciar cada centímetro de su piel. Igual que hace ella, con tanta pasión que acaba haciendo trizas la cara camisa que visto debajo de la levita. Sus suaves y frías manos dejan lenguas de fuego trazadas sobre mi piel, que se estremece por el cambio de temperatura de su contacto. Y por el sonido de su voz susurrándome al oído, palabras cuyo sentido tardo demasiado en comprender.

- Alessia, ¿qué...? - Empiezo, deteniéndome de golpe al notar la intensa presión de su brazo sobre mi pecho. Y la extraña postura de su cuerpo, inmovilizando el mío propio con su peso repartido estratégicamente por él. Como en un sueño (o más bien una pesadilla), recuerdo la voz de Maggie explicándome que el mundo no es el lugar idílico que conocía. Y que en él vagan numerosas criaturas jugando a ser como nosotros. O como dice la pelirroja: a ser Dios.

Aturdido, recorro con la mirada el cuerpo de Alessia hasta detenerme en su mirada. Su piel pálida y lustrosa, fría y dura como el mármol; sus uñas translúcidas, reluciendo como diamantes ante la escasa luz de las arañas. El brillo fantasmagórico de su piel, el reflejo perlado de sus dientes; la gran inteligencia de su mirada, joven y a la vez cargada con el conocimiento adquirido de los siglos. Un nuevo estremecimiento recorre mi cuerpo al atar cabos, pero esta vez no es de placer. Es de temor, al comprender lo que mi subconsciente ya sabía pero había ahogado bajo la voz de la razón. Y ahora ya es demasiado tarde para escapar.

- Eres un vampiro - Susurro horrorizado, intentando quitarme a la mujer de encima con todas las fuerzas que poseo. Mi esfuerzo sólo sirve para divertirla, puesto que su cuerpo marmóleo no se mueve ni un centímetro de donde estaba. Es como intentar mover una piedra, una piedra increíblemente hermosa; y que ahora, bajo la luz de la verdad, muestra unos colmillos escalofriantemente largos que cada vez están más cerca de mi cuerpo. - Alessia. No lo hagas, por favor - Suplico, sin dejar de debatirme. Su fría mejilla roza la curva de mi mandíbula, provocando sentimientos encontrados en mi interior.- ¿Quieres mi dinero? Te lo daré todo. ¿Mi compañía? También es tuya. Pero no necesito ningún regalo, ningún cambio en mi vida. No lo hagas, Alessia. No me conviertas... en un monstruo.
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Mensaje por Alessia Debordeaux Dom Mar 19, 2017 4:32 am

- Pareces sorprendido – Me eché a reír ante la reacción del mortal. ¿Qué iba a ser si no una vampiro? Las mujeres normales no me llegaban a la suela del zapato en nada, la inmortalidad me había hecho prácticamente perfecta a ojos humanos.

Me lo quedé mirando unos segundos previos, como intentaba forcejear sin conseguir resultado alguno, solo le quedaba suplicar y no por esas iba a escaparse. Había tomado la decisión y mi sed de sangre no me dejaba razonar, no sería capaz de sumar dos más dos en aquel momento porque mi único objetivo era su cuello.

Clave mis colmillos de forma rápida, con maestría natural de depredador frente a presa, justo al escuchar sus últimas palabras como mortal. ¿Convertirlo en un monstruo? ¿Así era como me veía? Por mi cabeza empezaron a surgir recuerdos de todo tipo, como había actuado hasta ahora… En que me había convertido. Obraba a sangre fría sin importarme nada, consideraba que el mundo era mío y me lo tomaba en consecuencia, sin importarme absolutamente nada más que no tuviese que ver con donde paso, con mi ego, no importaba el daño que podía producir si a mi me otorgaba placer.

¿Era un monstruo? Se suponía que aquello debería de disfrutarlo como si fuese uno de los mejores aspectos de mi vida inmortal, pero a decir verdad no me sentía como si le estuviese haciendo un favor. El pesar de sus palabras había impactado fuerte en mí y lo único que notaba era como estaba sesgando una vida para maldecirla.

Ya había empezado y no iba a poder echarme para atrás, termine con lo que había empezado… Ahora Lachance era también un vampiro. Me levante rápidamente de la cama y me fui a una de las esquinas de la habitación, echa un ovillo, a esperar. Me arrepentía de lo que acababa de hacer, aquello no había sido para nada satisfactorio… siempre pensé que al transformar a alguien me sentiría igual que una diosa pero, no era así, me sentía un monstruo, un ser despreciable que debería desaparecer. De haber podido llorar, bien se sabe que lo hubiese hecho de forma desconsolada. – Lo siento.
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¿Y si te hago mío? // Privado - Jean Lachance Empty Re: ¿Y si te hago mío? // Privado - Jean Lachance

Mensaje por Jean D. Lachance Dom Abr 02, 2017 5:38 am

Sus colmillos perforan la suave piel de mi cuello, matando en el acto las palabras que pugnaban por salir de mis labios. Arrastran cualquier emoción que pudiera haber sentido hasta el instante, sustituyéndola por una sola cosa: el éxtasis más absoluto. Perdido en sus brazos, apenas noto cómo las fuerzas me abandonan. Sólo puedo pensar en lo placentero que resulta que Alessia beba de mi, volviendo a ver por el camino los recuerdos más felices de mi media existencia.

Como en un sueño, veo pasar mi infancia ante mis ojos. Revivo las mil travesuras infantiles que viví con Varek, en las que nos arriesgábamos como si en lugar de niños los dos fuéramos inmortales. Las risas que compartíamos entre carreras y baños, en las frías aguas de aquel lago que había junto a la plantación. Pasteles con los esclavos, abrazos en la oscuridad de la noche. Cuentos para no dormir leídos en la biblioteca, que años después se acabarían convirtiendo en reales. Los años que pasé separado de él, aprendiendo a ser adulto en un mundo más cruel de lo que parecía. La facultad de Derecho, el retorno de mi hermano. La alegría de verle de nuevo, tras siete años de luto por su ausencia.

Con cada recuerdo que pasa, mi corazón late con menos fuerza que antes. Hasta que al final, al borde de la muerte, está demasiado débil incluso para seguir evocando mi pasado. Es entonces cuando Alessia desgarra una de sus muñecas, con un sólo y limpio movimiento de colmillos. Mi visión desenfocada no me permite apreciar su rostro, que pese a estar completamente manchado de mi sangre, continúa siendo tan hermoso como la primera vez que la vi. Suavemente, acerca a mi boca la sangrante y rojiza herida, y yo actúo siguiendo el instinto que empieza a despertar en mi interior: coloco mis labios sobre su líquido vital, succionándolo -nótese la ironía- como si me fuera la vida en ello.

Si había pensado que cederle mi sangre a la vampiresa era placentero, es porque no había probado a beber de ella. Su sangre, cálida y fragante, es lo mejor que he probado jamás. Su sabor es indescriptible, incomparable a nada que haya probado hasta el momento. Embriaga más que el mejor de los vinos, con la delicadeza de la más exótica de las comidas. Además, cada trago que bebo me hace sentirme más fuerte, y de sentidos más afilados. Pronto, me siento más vivo de lo que lo había hecho nunca, capaz de proezas con las que el Jean de hace una hora no habría podido más que soñar. La fuerza va acompañada de los propios recuerdos de la vampiresa, aunque por alguna razón que se me escapa, no son tan nítidos como los que le cedí cuando ella estaba bebiendo de mi. Sólo algunas imágenes inconexas, que me permiten verla en una época antigua cuando todavía era mortal.

Si ella no me hubiera apartado, yo habría seguido bebiendo de su muñeca hasta agotarla completamente. Sin embargo, en cuanto Alessia considera que ya he bebido suficiente, me aparta con dureza de ella. No me da opción alguna de quejarme; tan pronto como logra que me despegue de su muñeca, se dirige, temblorosa, al otro extremo de la habitación.

- Qué me has hecho - Susurro, una vez mi mente procesa el cambio que se ha producido en mi cuerpo. Horrorizado, observo mis manos manchadas de sangre, mientras controlo el casi irresistible impulso de lamerlas. - Dime que puedes deshacerlo. ¡Alessia, RESPÓNDEME!

Mis últimas palabras son un rugido furioso, provocado por el descubrimiento de algo doloroso: mi corazón ya no late. En mi caja torácica, permanece frío, mudo y silencioso, por primera vez desde que vi la luz del mundo. Mis pulmones también permanecen ociosos, incapaces ya de almacenar oxígeno; sólo me sirven para procesar datos del ambiente, como el aroma del aire o de la sangre que todavía mana de las muñecas de Alessia.

- Te lo hubiera dado todo. ¡Todo! Pero no esto - Le digo, llevándome las manos a la garganta para paliar la sensación de sequedad. Me arde como si tuviera una plancha al rojo pegada en el cuello, pero estoy demasiado confundido como para comprender qué es lo que significa. - Me has arruinado la vida. Mátame, porque si no lo haces, seré yo quien acabe contigo algún día.
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¿Y si te hago mío? // Privado - Jean Lachance Empty Re: ¿Y si te hago mío? // Privado - Jean Lachance

Mensaje por Alessia Debordeaux Mar Abr 18, 2017 1:24 pm

Me quedé en blanco… Mi helado corazón había dejado de entender la situación, simplemente se había desconectado de aquel suceso y había dado paso a, la nada. En mi cabeza no había nada en aquel momento, solo una neblina blanca que se arremolinaba entre sí, intentado producir vagamente algún pensamiento sin éxito alguno.

Estaba paralizada, no era capaz de moverme, notaba como mi cuerpo no quería responder, como si no fuese mío. – No Mauritz, no puedo deshacerlo… - Mauritz… Sí, mi ya muy difunto esposo, aquel al que siempre ame y al que tanto se le parecía Jean. La memoria me había vuelto a jugar una mala pasada para equivocarme de nombre, nombre que después del intercambio de sangre, el abogado debería conocer muy bien. El parecido con este había sido la sentencia de muerte del americano.

Me puse en pie como si me hubiese dado un calambre, mi cabeza había pasado de 0 a 100 en un segundo y ahora me encontraba abrumada. Mis ojos se posaron en el neófito que acababa de crear, tal vez aquello podría traerme problemas. Me acerque lentamente con una sonrisa, aunque internamente estaba destrozada, abatida, sin ganas de seguir en aquel mundo.– Yo no pienso hacerlo, así que ya sabes – Dije lo más melódicamente posible en un último intento de dignidad, a la par que conseguía coger de la barbilla al abogado y apretar levemente. –Tú no eres Mauritz, me equivoque. Nadie puede jugar con la muerte, ni siquiera los vampiros. – Me dirigí a la ventana, dándole la espalda. Sabía o por lo menos esperaba no ser atacada en ese momento, él no tendría nada que hacer.

- Hazte fuerte, búscame y termina lo que ha empezado hoy… no te olvidaré jamás. –
Acto seguido me dejé caer desde la balconada para salir corriendo de aquel lugar. Iba a pasar mucho tiempo antes de que nadie volviese a saber de mí.
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