AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Clameur du Silence {Privado +18}
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La Clameur du Silence {Privado +18}
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(Ambientación)
Glisser lentement dans l'oubli
Perdre doucement toute notion de vie
Accrochée à rien je me noie
Dans les méandres de souvenirs que je n'ai pas
La pequeña Giuliana fue a nacer en una ciudad de habla francesa llamada Baton Rouge, cerca de Nueva Orleans, y desde luego fue sin su permiso, pues si le hubiesen preguntado, seguramente se habría negado a venir a este mundo. Y es que su padre fabricaba y vendía ataúdes.
Su vida giraba enteramente alrededor de la muerte; el negocio de la muerte les daba la vida, y les ponía comida en la mesa. Incluso como broma macabra, su apellido sonaba a muerte, la del famoso Edward Mordrake, un primo de su padre, de Postmouth, que nació con una malformación en la cabeza. Tenía otra cara en su parte posterior, que decía que le susurraba cosas diabólicas y se terminó suicidando.
Sus dos hermanos yacían bajo tierra, igual que su abuelo. Y el resto de la familia, la de las brujas blancas (su tía y su abuela) se habían quedado en Louisiana.
La joven Giuliana estaba acostumbrado al tufo de la descomposición del pantano y al sordo ruido de la pala que cava el hueco. Ahora compartía jardín con más de seiscientos vecinos inertes y silenciosos frente al cementerio de Père Lechaise de París. Su naturaleza calmada y retraída estaba perfectamente integrada en aquella casa de clase media pegada a aquel vasto cementerio. Desde pequeña, como una maestra macabra y tenaz, la muerte le había enseñado que existen pocas cosas duraderas y que la fortuna y la felicidad son efímeras, y que la negra señora se lleva a quien ella desea y cuando ella lo desea. Así que cuando Giuliana asistió a la escuela por unos años en Nueva Orleans, a pesar del escarnio y el rechazo de sus compañeros, primero por ser blanca y segundo, por su aspecto taciturno y de mal fario, forjó una personalidad insegura, tranquila de gestos e inquieta de mente. Descubrió que la música, el dibujo y la lectura la transportaban más allá de su mundo mudo y estático.
Cuando regresaba a casa tras dar un paseo por la ciudad, atravesaba cortejos fúnebres, corros de plañideras y espectáculos grotescos de todo tipo; tal era el comportamiento de los seres humanos ante la pérdida. Aquello no le afectaba lo más mínimo, pues se había criado entre lapidarios, marmolistas, funerarios y todo tipo de gente relacionada con el negocio de la muerte.
Su padre no era igual de retraído que ella, al contrario, pero con los años se estaba volviendo algo más agrio. Constantemente visitaba las tabernas de la ciudad para beber y charlar con la calaña noctámbula; aquel era su único vínculo placentero con el resto de humanos. Costaba no pensar que cualquiera de sus amigos con los que hoy tomaba cerveza o vino, mañana podían estar en alguno de los ataúdes que habían fabricado hoy.
Giuliana tampoco establecía vínculos afectivos con el resto de mortales. A su manera de entenderlo, inconscientemente, sabía que aquellos que hoy se burlaban de ella, podían callar para siempre en cualquier momento en una especie de justicia demoledoramente inesperada, de igual forma que aquellos que la pudieran amar. La pequeña observadora veía pasar la vida por delante sin juzgar ni tomar partido, ella bien sabía que al final no había diferencias entre pescadores, putas, emperadores o sacerdotes.
Cuando su padre se ausentaba en las tabernas, Giuliana se entregaba a aquello que le producía más placer: la música. Había aprendido a tocar el violín de forma autodidacta y en secreto soñaba con vivir algún día en Londres y aprender música de verdad. Se dejaba llevar por su imaginación lejos de aquel jardín de sauces, cipreses y cuervos, lejos de aquella valla de hierro forjado que se cerraba con una gruesa cadena y un enorme candado cada noche; lejos del tacto de mármol frío de los ángeles y madonnas de piedra, en un mundo ideal en el que ser una bruja no estuviera mal visto.
Su madre ya no estaba con ellos, a pesar de que estaba de cuerpo presente, su mente se había marchado de aquel cascarón vacío y hueco cuando enterraron a Finley, su segundo hijo muerto a la edad de cuatro años. Y por tanto su guía, su mentora, la bruja que debía enseñarla a aceptar, entender y controlar sus dones, estaba fuera de combate. Su tía Gwenda le había enseñado algunas bases del vudú, y aunque trataba de leer y atesorar todo conocimiento sobre ese tema, avanzaba con muchas dificultades en la comprensión de su naturaleza.
Silencio. La casa crujía, las viejas tablas se quejaban de vez en cuando y acompañaban el triste tañido de las horas en el reloj de pared. Había ido a la Biblioteca a leer un rato, había paseado por el Boulevard y la Plaza de Tertre, observando a la gente ir y venir, reir, charlar, comprar dulces, agarrarse del brazo. Lo que venía siendo la vida cotidiana, ignorante y ajena a la existencia de otras realidades y criaturas. La vida de la que ella estaba al margen.
La villa de los Mordrake era vetusta y elegante pero con ese aire decadente y decrépito que rodeaba a sus moradores. Todo el ambiente estaba cargado con un halo gris, una penumbra evanescente que hablaba de la tristeza contenida entre aquellas paredes, sobre todo por la madre de Giuliana. Nadie le prestaba atención, así que podía ir y venir a su antojo, a veces pensaba que era invisible.
No tenía sueño. Bajó la escalera descalza, con las botas en la mano para no hacer ruido ni despertar a nadie. En la oscuridad de su cuarto se había calzado un vestido de lana escocesa, a cuadros, hecha de un tartán marrón y negro, pardo, oscuro, de cuello alto y falda hasta las rodillas. Se colocó los calcetines y las botas de cordones que le llegaban hasta los gemelos y salió a la calle caminando unos metros hasta colarse por la verja metálica del cementerio de Pére-Lechaise.
Allí encontraba paz y compañía a pesar de que no había nadie vivo. No era una nigromante, no podía ver ni escuchar a los muertos, pero sentía que no estaba sola allí, que siglos y siglos de historia la acompañaban en esas sombras que a veces se movían o esos susurros que parecían sisear entre las tumbas. Alcanzó un panteón de la zona oeste que tenía hasta unas mesitas de piedra y unos asientos para que los familiares pudieran pasar allí el rato. Le gustaba sentarse en ellos y observar las estrellas, las luciérnagas y a veces los extraños brillos de los fuegos fatuos.
Juntó las manos y se concentró, notó la energía fluir a través de ellas, creando un enrarecimiento del aire, un pequeño campo de fuerza. Recogió un guijarro del suelo y lo puso sobre la mesa, extendió la manos y a su voluntad, con un impulso, la piedra salió disparada a unos metros. Estaba evolucionando bastante en cuanto al control de sus campos de fuerza.
Su padre últimamente llegaba muy tarde a casa y olía a perfumes caros. Estaba claro que más pronto que tarde acabaría yendo a los burdeles o se buscaría una amante, porque su madre era una carcasa vacía, no quedaba nada de ella allí dentro, era como un vegetal inanimado. Bien por él. ¿Y ella? "Haz amigos" le dijo su padre. Sí, ya, claro. Para acabar matándolos accidentalmente. Gran plan. Sólo había hablado con un gitano y fue por necesidad. Lo cierto es que se aburria pasando tantos y tantos días sola, empezaba a olvidarse de hablar. Bueno, quizás estuviera ya cruzando la estrecha raya que hay entre cordura y locura. Una bruja loca, otra más que acabaría en la hoguera. Qué ilusión. Suspiró y una parte de sí misma se enfadó con el mundo por haberla hecho así, dió un manotazo a otra piedra que había sobre la mesita y con su voluntad expandida, la china salió disparada a tal velocidad y fuerza que partió una cruz de mármol de una tumba, haciendo bastante ruido.
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La pequeña Giuliana fue a nacer en una ciudad de habla francesa llamada Baton Rouge, cerca de Nueva Orleans, y desde luego fue sin su permiso, pues si le hubiesen preguntado, seguramente se habría negado a venir a este mundo. Y es que su padre fabricaba y vendía ataúdes.
Su vida giraba enteramente alrededor de la muerte; el negocio de la muerte les daba la vida, y les ponía comida en la mesa. Incluso como broma macabra, su apellido sonaba a muerte, la del famoso Edward Mordrake, un primo de su padre, de Postmouth, que nació con una malformación en la cabeza. Tenía otra cara en su parte posterior, que decía que le susurraba cosas diabólicas y se terminó suicidando.
Sus dos hermanos yacían bajo tierra, igual que su abuelo. Y el resto de la familia, la de las brujas blancas (su tía y su abuela) se habían quedado en Louisiana.
La joven Giuliana estaba acostumbrado al tufo de la descomposición del pantano y al sordo ruido de la pala que cava el hueco. Ahora compartía jardín con más de seiscientos vecinos inertes y silenciosos frente al cementerio de Père Lechaise de París. Su naturaleza calmada y retraída estaba perfectamente integrada en aquella casa de clase media pegada a aquel vasto cementerio. Desde pequeña, como una maestra macabra y tenaz, la muerte le había enseñado que existen pocas cosas duraderas y que la fortuna y la felicidad son efímeras, y que la negra señora se lleva a quien ella desea y cuando ella lo desea. Así que cuando Giuliana asistió a la escuela por unos años en Nueva Orleans, a pesar del escarnio y el rechazo de sus compañeros, primero por ser blanca y segundo, por su aspecto taciturno y de mal fario, forjó una personalidad insegura, tranquila de gestos e inquieta de mente. Descubrió que la música, el dibujo y la lectura la transportaban más allá de su mundo mudo y estático.
Cuando regresaba a casa tras dar un paseo por la ciudad, atravesaba cortejos fúnebres, corros de plañideras y espectáculos grotescos de todo tipo; tal era el comportamiento de los seres humanos ante la pérdida. Aquello no le afectaba lo más mínimo, pues se había criado entre lapidarios, marmolistas, funerarios y todo tipo de gente relacionada con el negocio de la muerte.
Su padre no era igual de retraído que ella, al contrario, pero con los años se estaba volviendo algo más agrio. Constantemente visitaba las tabernas de la ciudad para beber y charlar con la calaña noctámbula; aquel era su único vínculo placentero con el resto de humanos. Costaba no pensar que cualquiera de sus amigos con los que hoy tomaba cerveza o vino, mañana podían estar en alguno de los ataúdes que habían fabricado hoy.
Giuliana tampoco establecía vínculos afectivos con el resto de mortales. A su manera de entenderlo, inconscientemente, sabía que aquellos que hoy se burlaban de ella, podían callar para siempre en cualquier momento en una especie de justicia demoledoramente inesperada, de igual forma que aquellos que la pudieran amar. La pequeña observadora veía pasar la vida por delante sin juzgar ni tomar partido, ella bien sabía que al final no había diferencias entre pescadores, putas, emperadores o sacerdotes.
Cuando su padre se ausentaba en las tabernas, Giuliana se entregaba a aquello que le producía más placer: la música. Había aprendido a tocar el violín de forma autodidacta y en secreto soñaba con vivir algún día en Londres y aprender música de verdad. Se dejaba llevar por su imaginación lejos de aquel jardín de sauces, cipreses y cuervos, lejos de aquella valla de hierro forjado que se cerraba con una gruesa cadena y un enorme candado cada noche; lejos del tacto de mármol frío de los ángeles y madonnas de piedra, en un mundo ideal en el que ser una bruja no estuviera mal visto.
Su madre ya no estaba con ellos, a pesar de que estaba de cuerpo presente, su mente se había marchado de aquel cascarón vacío y hueco cuando enterraron a Finley, su segundo hijo muerto a la edad de cuatro años. Y por tanto su guía, su mentora, la bruja que debía enseñarla a aceptar, entender y controlar sus dones, estaba fuera de combate. Su tía Gwenda le había enseñado algunas bases del vudú, y aunque trataba de leer y atesorar todo conocimiento sobre ese tema, avanzaba con muchas dificultades en la comprensión de su naturaleza.
Silencio. La casa crujía, las viejas tablas se quejaban de vez en cuando y acompañaban el triste tañido de las horas en el reloj de pared. Había ido a la Biblioteca a leer un rato, había paseado por el Boulevard y la Plaza de Tertre, observando a la gente ir y venir, reir, charlar, comprar dulces, agarrarse del brazo. Lo que venía siendo la vida cotidiana, ignorante y ajena a la existencia de otras realidades y criaturas. La vida de la que ella estaba al margen.
La villa de los Mordrake era vetusta y elegante pero con ese aire decadente y decrépito que rodeaba a sus moradores. Todo el ambiente estaba cargado con un halo gris, una penumbra evanescente que hablaba de la tristeza contenida entre aquellas paredes, sobre todo por la madre de Giuliana. Nadie le prestaba atención, así que podía ir y venir a su antojo, a veces pensaba que era invisible.
No tenía sueño. Bajó la escalera descalza, con las botas en la mano para no hacer ruido ni despertar a nadie. En la oscuridad de su cuarto se había calzado un vestido de lana escocesa, a cuadros, hecha de un tartán marrón y negro, pardo, oscuro, de cuello alto y falda hasta las rodillas. Se colocó los calcetines y las botas de cordones que le llegaban hasta los gemelos y salió a la calle caminando unos metros hasta colarse por la verja metálica del cementerio de Pére-Lechaise.
Allí encontraba paz y compañía a pesar de que no había nadie vivo. No era una nigromante, no podía ver ni escuchar a los muertos, pero sentía que no estaba sola allí, que siglos y siglos de historia la acompañaban en esas sombras que a veces se movían o esos susurros que parecían sisear entre las tumbas. Alcanzó un panteón de la zona oeste que tenía hasta unas mesitas de piedra y unos asientos para que los familiares pudieran pasar allí el rato. Le gustaba sentarse en ellos y observar las estrellas, las luciérnagas y a veces los extraños brillos de los fuegos fatuos.
Juntó las manos y se concentró, notó la energía fluir a través de ellas, creando un enrarecimiento del aire, un pequeño campo de fuerza. Recogió un guijarro del suelo y lo puso sobre la mesa, extendió la manos y a su voluntad, con un impulso, la piedra salió disparada a unos metros. Estaba evolucionando bastante en cuanto al control de sus campos de fuerza.
Su padre últimamente llegaba muy tarde a casa y olía a perfumes caros. Estaba claro que más pronto que tarde acabaría yendo a los burdeles o se buscaría una amante, porque su madre era una carcasa vacía, no quedaba nada de ella allí dentro, era como un vegetal inanimado. Bien por él. ¿Y ella? "Haz amigos" le dijo su padre. Sí, ya, claro. Para acabar matándolos accidentalmente. Gran plan. Sólo había hablado con un gitano y fue por necesidad. Lo cierto es que se aburria pasando tantos y tantos días sola, empezaba a olvidarse de hablar. Bueno, quizás estuviera ya cruzando la estrecha raya que hay entre cordura y locura. Una bruja loca, otra más que acabaría en la hoguera. Qué ilusión. Suspiró y una parte de sí misma se enfadó con el mundo por haberla hecho así, dió un manotazo a otra piedra que había sobre la mesita y con su voluntad expandida, la china salió disparada a tal velocidad y fuerza que partió una cruz de mármol de una tumba, haciendo bastante ruido.
Última edición por Giuliana Mordrake el Dom Ene 01, 2017 4:10 pm, editado 1 vez
Giuliana Mordrake- Hechicero Clase Media
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Re: La Clameur du Silence {Privado +18}
La razón luchando contra el instinto, ese podría ser el título de la imagen que estaba presenciando la bruja cuando el lobo comenzó a caminar de un lado a otro como una fiera. Estaba peleando consigo mismo, valorando pros y contras de algo, sin saber que tenía la batalla perdida porque estaba predeterminado que sus caminos se cruzarían y discurrirían juntos por un trecho al menos.
En realidad no quería decir lo que él interpretó al explicarle su don, pero empezaba a vislumbrar que era puro instinto lo que lo guiaba, y en las reacciones primarias estaba el deseo, el egoísmo, el valor, la determinación... el lobo reaccionaba de forma visceral. Quizás por eso le sorprendió tanto que le dijera que la dejaria en casa y todo se acabaría allí.
¿Le estaba dando permiso? la respuesta era "sí". Tenía la certeza de que se volverían a ver, de que no sería la primera y última vez, y ella lo aceptaba. Pero empezaba a comprender que el vikingo era un cabezota y se rebelaba contra un destino y contra una decisión, sólo porque estaba en su naturaleza ser indómito, incluso con los dioses o el destino.
Le hubiera contestado que no de no haber tenido aquellas visiones. Un hombre al que apenas conocía la estaba empujando a tener su primera relación, justo cuando más hecha trizas estaba, y encima le acababa de decir que su intención era no verla más. Era tan absurdo que se hubiera echado a reir de no ser porque sus dedos se deslizaron por el mentón y sus ojos cazaron su mirada, hipnótica, imposible dejar de perderse en ellos.
El beso dolió porque el labio estaba agujereado y no había sanado lo suficiente en tres días. La bruja recordó lo que contaban del Barón Samedi, el más poderoso de los Loas, los dioses vudú: el dios de la muerte y del sexo violento y sadomasoquista considerado un juez sabio y un mago de gran alcance. También era el dios de la resurrección, pues sólamente el Barón podía aceptar a un individuo en el mundo de los muertos. El Dolor que lleva a la Gracia. El dolor como vehículo de paso de lo terrenal a lo espiritual. Eso encarnaba el Barón. El vudú no era para débiles, ni física ni mentalmente. ¿Era ella una bruja débil? era acaso una jovencita malcriada parisien?
Dudó, no una sino veinte veces, pero sus besos y la forma en la que se tensaban sus músculos cuando la buscaba, le dieron la respuesta. El dolor la llevaría al éxtasis, y seguramente Samedi sonreiría de medio lado. Pasó sus manos alrededor del cuello de Ulf, una de ellas tenía algun dedo roto y no podía agarrarlo correctamente pero hundió los dedos en su pelo y respondió a ese beso con curiosidad, con más voluntad que habilidad, pues estaba verde en ese tema. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo el costado donde habían pinchado pulmón, pero empezaba a entender que el deseo podía imponerse incluso al dolor, notando el estremecimiento recorrer su espalda entera, sintiendo cómo su arañada piel se convertía en carne trémula al notar como el rubio se dejaba llevar por el instinto y la arrastraba en su camino.
Cuando dijo que tenía frío, era cierto, y ahora seguía teniendo la piel erizada y temblando de vez en cuando, con la salvedad de que ahora estaba rodeada de piel cálida. Podría estar borracho, podría ser cierto que su intención fuera no verla nunca más. Pero todo su ser le pedía a gritos que se fundiese como el hielo que cubría las aceras y lo que deparase el futuro, ya se vería. No estaba asustada, sólo dolorida, podía lidiar con eso. Acarició su mejilla cuando la atrajo hacia él.
— No podré olvidarte... eres más feo que él...— sonrió y lo buscó, a pesar de los pinchazos que le daba el labio.
En realidad no quería decir lo que él interpretó al explicarle su don, pero empezaba a vislumbrar que era puro instinto lo que lo guiaba, y en las reacciones primarias estaba el deseo, el egoísmo, el valor, la determinación... el lobo reaccionaba de forma visceral. Quizás por eso le sorprendió tanto que le dijera que la dejaria en casa y todo se acabaría allí.
¿Le estaba dando permiso? la respuesta era "sí". Tenía la certeza de que se volverían a ver, de que no sería la primera y última vez, y ella lo aceptaba. Pero empezaba a comprender que el vikingo era un cabezota y se rebelaba contra un destino y contra una decisión, sólo porque estaba en su naturaleza ser indómito, incluso con los dioses o el destino.
Le hubiera contestado que no de no haber tenido aquellas visiones. Un hombre al que apenas conocía la estaba empujando a tener su primera relación, justo cuando más hecha trizas estaba, y encima le acababa de decir que su intención era no verla más. Era tan absurdo que se hubiera echado a reir de no ser porque sus dedos se deslizaron por el mentón y sus ojos cazaron su mirada, hipnótica, imposible dejar de perderse en ellos.
El beso dolió porque el labio estaba agujereado y no había sanado lo suficiente en tres días. La bruja recordó lo que contaban del Barón Samedi, el más poderoso de los Loas, los dioses vudú: el dios de la muerte y del sexo violento y sadomasoquista considerado un juez sabio y un mago de gran alcance. También era el dios de la resurrección, pues sólamente el Barón podía aceptar a un individuo en el mundo de los muertos. El Dolor que lleva a la Gracia. El dolor como vehículo de paso de lo terrenal a lo espiritual. Eso encarnaba el Barón. El vudú no era para débiles, ni física ni mentalmente. ¿Era ella una bruja débil? era acaso una jovencita malcriada parisien?
Dudó, no una sino veinte veces, pero sus besos y la forma en la que se tensaban sus músculos cuando la buscaba, le dieron la respuesta. El dolor la llevaría al éxtasis, y seguramente Samedi sonreiría de medio lado. Pasó sus manos alrededor del cuello de Ulf, una de ellas tenía algun dedo roto y no podía agarrarlo correctamente pero hundió los dedos en su pelo y respondió a ese beso con curiosidad, con más voluntad que habilidad, pues estaba verde en ese tema. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo el costado donde habían pinchado pulmón, pero empezaba a entender que el deseo podía imponerse incluso al dolor, notando el estremecimiento recorrer su espalda entera, sintiendo cómo su arañada piel se convertía en carne trémula al notar como el rubio se dejaba llevar por el instinto y la arrastraba en su camino.
Cuando dijo que tenía frío, era cierto, y ahora seguía teniendo la piel erizada y temblando de vez en cuando, con la salvedad de que ahora estaba rodeada de piel cálida. Podría estar borracho, podría ser cierto que su intención fuera no verla nunca más. Pero todo su ser le pedía a gritos que se fundiese como el hielo que cubría las aceras y lo que deparase el futuro, ya se vería. No estaba asustada, sólo dolorida, podía lidiar con eso. Acarició su mejilla cuando la atrajo hacia él.
— No podré olvidarte... eres más feo que él...— sonrió y lo buscó, a pesar de los pinchazos que le daba el labio.
Giuliana Mordrake- Hechicero Clase Media
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Re: La Clameur du Silence {Privado +18}
No hubo protesta por mis palabras, ni negó ni afirmo, como si realmente poco o nada le importaran, como si ella supiera que el camino estaba trazado y con el nuestros destinos enlazados.
No sabia cuanto se equivocaba, pues los dioses de Asgar adoraban a los guerreros y a sus giros temerarios.
Quizás el destino era una linea temporal, mas, acaso Thor con su martillo no era capaz de romper el espacio y el tiempo ¿quien le decía que yo por protegerla no seria capaz de alzar el acero y enfrentarme al destino, los dioses y todo aquello que se pusiera de por medio?
Sus dedos se enredaron en mi pelo, lentos, atrayéndome para que ese beso profundo se tornara mas intenso, su lengua serpenteaba contra la mía, dejando que los jadeos pronto invadieran aquella fría estancia que nuestros cuerpos en un roce infernal templaban por momentos.
No pude evitar soltar una carcajada contra su boca, deteniéndome el tiempo necesario para contemplar aquello orbes verdes que me habían robado por aquella noche el juicio.
-Mas feo que él -musité contra sus labios -tendré entonces que esforzarme en morder al menos con mas fiereza.
Sus dedos paseaban por mi mejilla, regalándome caricias a las que no estaba acostumbrado, algo que noto de inmediato cuando todos y cada uno de mis músculos se tensaron, yo no hacia el amor, nunca lo hice, solo follaba, pues mi tiempo era efímero, no quería viudas llorando mi muerte, no quería hijos huérfanos buscando venganza. La soledad era mi sino, Loqui mi dios y el norte mi patria por la que derramaría mi sangre con gusto y con honor.
Mi cuerpo se alzó sobre el suyo, sus piernas se abrieron buscándome, su cuerpo se arqueaba preso de la lujuria, de una necesidad que incendiaba su vientre. Mi virilidad acaricio la apertura de su sexo que clamaba húmedo por mi.
Sonreí de medio lado, llevando allí mis dedos, un pequeño quejido emitieron sus labios, sabia que estaba preparada, pero quería jugar, no perderme ni uno solo de sus gestos, del placer que se dibujaran en ellos.
Deslicé lentamente sendos dedos por sus labios inferiores, yemas que se mojaron al instante mientras su boca se entreabría dejando escapar contra la mía un aire pesado, ronco.
Su clítoris vibraba contra mi piel, mientras trazaba lascivos círculos, deteniendo e intensificando el ritmo dependiendo de como su espalda se arqueaba buscándome, de como sus caderas estaban incendiandome.
Poco mas iba a aguantas, su excitación se trasformo en la mía, mi glande apuntaba vigoroso su entrada, deseando empezar aquel baile demencial.
La giré bruscamente, elevando sus caderas quedando mi cuerpo detrás, la oí gruñir, pues mis dedos no dejaron ni por un instante de torturar ese botón que se engrosaba para mi.
-Así pequeña -rugí contra su nuca antes de introducirme en ella con un violento movimiento de caderas.
Estaba tan mojada que mi miembro entro penetrándola hasta lo mas profundo, gruñí completamente excitado por tal recibimiento, sus paredes se dilataban salvajes para envolverlo con su calidez, preparadas para sentirlo entrar y salir una y otra vez.
Embestidas contra sus nalgas, una de mis manos masturbandola, la otra sujetando sus caderas como si yo fuera una bestia incapaz de contenerme, queriendo tomar absolutamente todo de ella.
Su espalda se arqueó, sus labios me buscaron y los míos la atraparon, entre mordiscos cargados de pasión, gruñidos que se perdían en esa habitación y que ella clamaba con sus labios ofreciendo en ellos un lugar donde perderse y encontrarse de nuevo.
No sabia cuanto se equivocaba, pues los dioses de Asgar adoraban a los guerreros y a sus giros temerarios.
Quizás el destino era una linea temporal, mas, acaso Thor con su martillo no era capaz de romper el espacio y el tiempo ¿quien le decía que yo por protegerla no seria capaz de alzar el acero y enfrentarme al destino, los dioses y todo aquello que se pusiera de por medio?
Sus dedos se enredaron en mi pelo, lentos, atrayéndome para que ese beso profundo se tornara mas intenso, su lengua serpenteaba contra la mía, dejando que los jadeos pronto invadieran aquella fría estancia que nuestros cuerpos en un roce infernal templaban por momentos.
No pude evitar soltar una carcajada contra su boca, deteniéndome el tiempo necesario para contemplar aquello orbes verdes que me habían robado por aquella noche el juicio.
-Mas feo que él -musité contra sus labios -tendré entonces que esforzarme en morder al menos con mas fiereza.
Sus dedos paseaban por mi mejilla, regalándome caricias a las que no estaba acostumbrado, algo que noto de inmediato cuando todos y cada uno de mis músculos se tensaron, yo no hacia el amor, nunca lo hice, solo follaba, pues mi tiempo era efímero, no quería viudas llorando mi muerte, no quería hijos huérfanos buscando venganza. La soledad era mi sino, Loqui mi dios y el norte mi patria por la que derramaría mi sangre con gusto y con honor.
Mi cuerpo se alzó sobre el suyo, sus piernas se abrieron buscándome, su cuerpo se arqueaba preso de la lujuria, de una necesidad que incendiaba su vientre. Mi virilidad acaricio la apertura de su sexo que clamaba húmedo por mi.
Sonreí de medio lado, llevando allí mis dedos, un pequeño quejido emitieron sus labios, sabia que estaba preparada, pero quería jugar, no perderme ni uno solo de sus gestos, del placer que se dibujaran en ellos.
Deslicé lentamente sendos dedos por sus labios inferiores, yemas que se mojaron al instante mientras su boca se entreabría dejando escapar contra la mía un aire pesado, ronco.
Su clítoris vibraba contra mi piel, mientras trazaba lascivos círculos, deteniendo e intensificando el ritmo dependiendo de como su espalda se arqueaba buscándome, de como sus caderas estaban incendiandome.
Poco mas iba a aguantas, su excitación se trasformo en la mía, mi glande apuntaba vigoroso su entrada, deseando empezar aquel baile demencial.
La giré bruscamente, elevando sus caderas quedando mi cuerpo detrás, la oí gruñir, pues mis dedos no dejaron ni por un instante de torturar ese botón que se engrosaba para mi.
-Así pequeña -rugí contra su nuca antes de introducirme en ella con un violento movimiento de caderas.
Estaba tan mojada que mi miembro entro penetrándola hasta lo mas profundo, gruñí completamente excitado por tal recibimiento, sus paredes se dilataban salvajes para envolverlo con su calidez, preparadas para sentirlo entrar y salir una y otra vez.
Embestidas contra sus nalgas, una de mis manos masturbandola, la otra sujetando sus caderas como si yo fuera una bestia incapaz de contenerme, queriendo tomar absolutamente todo de ella.
Su espalda se arqueó, sus labios me buscaron y los míos la atraparon, entre mordiscos cargados de pasión, gruñidos que se perdían en esa habitación y que ella clamaba con sus labios ofreciendo en ellos un lugar donde perderse y encontrarse de nuevo.
Ulf Tollak- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/12/2016
Re: La Clameur du Silence {Privado +18}
Confirmado, el vikingo era puro instinto explosivo que cuando se liberaba ya no había cerebro que lo dominase. La acarició de una forma que la hizo pelear por encontrar aire que respirar, ese tipo de caricias no se parecían en nada a las que ella misma se hubiera podido proporcionar; proviniendo de otra persona eran alto voltaje.
La piel le ardía en cada centímetro que compartía con la otra piel, en cada paso de un beso o en cada roce de su lengua. Jamás hubiera imaginado que su propio cuerpo pudiera estremecerse con tantos tipos diferentes de placer, las visiones no eran tan vívidas. Estaba borracha de sensaciones, sus sentidos saturados con tanta información: su olor, su tacto de roca, el sonido de su respiración o sus gruñidos, su sabor... y todo aquello que los ojos alcanzaban a ver, su silueta dibujada con el cincel de la dura vida.
Hasta la fecha no estaba demasiado interesada en los temas sexuales, ni con hombres ni con mujeres, simplemente porque no llegaba a conectar con la vida real ni con la gente, se quedaba al margen y sólo invertía su tiempo en estudiar y en observar a los demás. No tenía ni idea de si lo que estaba haciendo era lo normal, o no, o si siempre era de la misma forma...estaba completamente perdida en esas lides, pero él sí sabía lo que se hacía, así que simplemente se dejó llevar, aunque a veces su cuerpo le recordase que le habían dado una buena paliza.
Se excitó con las caricias y los besos, con su aliento en la nuca y sus roncos gruñidos, pero sobre todo con su actitud depredadora. No la dejó pensar, la llevó por territorio desconocido a paso firme y cuando la giró y se hundió en ella sin miramientos sintió de nuevo el dolor, esta vez de otro tipo. Ardía, quemaba en las entrañas. Su cuerpo se tensó ante la embestida quedesgarraba a su paso el velo que nadie había roto antes. Se mordió el labio inferior y apretó los dientes. No iba a llorar, no lo había hecho cuando el nosferatu la estampó contra la pared, mucho menos iba a hacerlo ahora.
Estar dentro de alguien no era cosa de broma, los guerreros, los marineros, las prostitutas...todos ellos hacían lo que fuera, pero que no pareciese amor. Porque aunque lo llamasen libertad, la bruja lo entendía como cobardía. Cobarde era todo aquel que no es capaz de comprometerse con el instante. Cobarde era todo aquel que no esté presente en cuerpo y alma cuando el otro está desnudo y vulnerable. Cobarde todo aquel que puso un límite desde el principio. Como si no fuera lo suficientemente serio estar dentro físicamente de otro ser humano. "Yo es que no quiero dejar una viuda detrás". Como si perder a un ser querido fuera el fin, siendo síntoma de haber amado. "Yo es que busco pasar el rato." Como si la vida fuera para siempre.
¿Cómo se hace para fingir la vida? ¿Cómo se hace para que nunca parezca amor y que simplemente parezca un accidente? Lo supo desde el primer beso, que no sería un accidente, que jamás podría olvidarlo aunque se marchase y jamás lo volviera a ver. Amar y disfrutar del amor eran cosas diferentes y no tenían por qué suceder juntas. Supo que al unir su cuerpo al de él, que jamás sería la misma, porque acababa de abrir una puerta peligrosa. Por eso la gente fingía que no es amor, que sólo es sexo.
Lo entendió en el instante en el que sus embestidas la llevaron a gemir, a arrancar de sus cuerdas vocales un abanico de notas que no había expresado en alto salvo en sueños. Entendió que esa danza íntima despertaba al monstruo de los sentimientos, y eso asustaba hasta al más valiente.
Se había dejado en sus manos, había llegado mucho más lejos de lo que jamás habría imaginado... y a pesar de las molestias se había rendido al deseo. Le había regalado su cuerpo, pero sobre todo, le iba a regalar su libertad cuando llegase el momento. Fundió su aliento con el del lobo y se aceleró cuando imprimió más intensidad sin dejar de acariciarla. De pronto sintió la convulsión del éxtasis y gimió hasta quedarse sin aire. Tenía los ojos abiertos pero todo parecía desvanecerse y dar vueltas, tuvo que agarrarse a él para no desplomarse.
La piel le ardía en cada centímetro que compartía con la otra piel, en cada paso de un beso o en cada roce de su lengua. Jamás hubiera imaginado que su propio cuerpo pudiera estremecerse con tantos tipos diferentes de placer, las visiones no eran tan vívidas. Estaba borracha de sensaciones, sus sentidos saturados con tanta información: su olor, su tacto de roca, el sonido de su respiración o sus gruñidos, su sabor... y todo aquello que los ojos alcanzaban a ver, su silueta dibujada con el cincel de la dura vida.
Hasta la fecha no estaba demasiado interesada en los temas sexuales, ni con hombres ni con mujeres, simplemente porque no llegaba a conectar con la vida real ni con la gente, se quedaba al margen y sólo invertía su tiempo en estudiar y en observar a los demás. No tenía ni idea de si lo que estaba haciendo era lo normal, o no, o si siempre era de la misma forma...estaba completamente perdida en esas lides, pero él sí sabía lo que se hacía, así que simplemente se dejó llevar, aunque a veces su cuerpo le recordase que le habían dado una buena paliza.
Se excitó con las caricias y los besos, con su aliento en la nuca y sus roncos gruñidos, pero sobre todo con su actitud depredadora. No la dejó pensar, la llevó por territorio desconocido a paso firme y cuando la giró y se hundió en ella sin miramientos sintió de nuevo el dolor, esta vez de otro tipo. Ardía, quemaba en las entrañas. Su cuerpo se tensó ante la embestida quedesgarraba a su paso el velo que nadie había roto antes. Se mordió el labio inferior y apretó los dientes. No iba a llorar, no lo había hecho cuando el nosferatu la estampó contra la pared, mucho menos iba a hacerlo ahora.
Estar dentro de alguien no era cosa de broma, los guerreros, los marineros, las prostitutas...todos ellos hacían lo que fuera, pero que no pareciese amor. Porque aunque lo llamasen libertad, la bruja lo entendía como cobardía. Cobarde era todo aquel que no es capaz de comprometerse con el instante. Cobarde era todo aquel que no esté presente en cuerpo y alma cuando el otro está desnudo y vulnerable. Cobarde todo aquel que puso un límite desde el principio. Como si no fuera lo suficientemente serio estar dentro físicamente de otro ser humano. "Yo es que no quiero dejar una viuda detrás". Como si perder a un ser querido fuera el fin, siendo síntoma de haber amado. "Yo es que busco pasar el rato." Como si la vida fuera para siempre.
¿Cómo se hace para fingir la vida? ¿Cómo se hace para que nunca parezca amor y que simplemente parezca un accidente? Lo supo desde el primer beso, que no sería un accidente, que jamás podría olvidarlo aunque se marchase y jamás lo volviera a ver. Amar y disfrutar del amor eran cosas diferentes y no tenían por qué suceder juntas. Supo que al unir su cuerpo al de él, que jamás sería la misma, porque acababa de abrir una puerta peligrosa. Por eso la gente fingía que no es amor, que sólo es sexo.
Lo entendió en el instante en el que sus embestidas la llevaron a gemir, a arrancar de sus cuerdas vocales un abanico de notas que no había expresado en alto salvo en sueños. Entendió que esa danza íntima despertaba al monstruo de los sentimientos, y eso asustaba hasta al más valiente.
Se había dejado en sus manos, había llegado mucho más lejos de lo que jamás habría imaginado... y a pesar de las molestias se había rendido al deseo. Le había regalado su cuerpo, pero sobre todo, le iba a regalar su libertad cuando llegase el momento. Fundió su aliento con el del lobo y se aceleró cuando imprimió más intensidad sin dejar de acariciarla. De pronto sintió la convulsión del éxtasis y gimió hasta quedarse sin aire. Tenía los ojos abiertos pero todo parecía desvanecerse y dar vueltas, tuvo que agarrarse a él para no desplomarse.
Giuliana Mordrake- Hechicero Clase Media
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Re: La Clameur du Silence {Privado +18}
Su cuerpo convulsionó contra el mio, podía sentirla temblar entre mis manos y mis dedos aflojaron el roce sintiéndola vibrar mientras detenía por un instante las embestidas para dejarla disfrutar del placer que ahora mismo la embriagaba haciéndola gemir y ceder contra mi cuerpo extasiada.
Sonreí de medio lado dejándola caer con suavidad sobre el lecho, mientras esta se giraba para enfrentarme con sus ojos verdes.
Mi cuerpo arropó el suyo, al tiempo que sus piernas se abrían dándome sustento. Mi virilidad volvió a abrirse paso entre sus húmedas paredes haciéndola jadear de nuevo con suavidad contra mi boca.
Sus manos empujaban mis nalgas mas adentro, como si estuviera preparada para continuar.
Tomé las manos alzándolas por encima de su cabeza, enredando los dedos, embriagándome de su aliento, del roce de su piel con cada embestida, sus pechos erguidos contra mi torso lo golpeaban excitandome.
Mi boca los busco, torturarlos, lamiendo sus pezones, succionandolos violentamente mientras mis embestidas se tronaban de nuevo violentas.
La oí gruñir, reclamar mi cuerpo por y para ella, como si el dolor y el placer se fundiera en uno dando paso a algo muy distinto a todo lo demás, a lo nuestro.
Soltó una de sus manos para tirar de mi pelo y forzarme a soltar su pecho para de nuevo exprimir mi lengua contra la suya.
Saboreándose una a la otra, buscándose, acallando contra sus labios los gemidos que escapaban sin tregua de mi boca.
La empalé una y otra vez de forma demencial, mientras sus piernas se enlazaban a mi cintura acompañando cada uno de mis salvajes movimientos, arqueándose bajo mi piel, buscandome con la mirada, como si pensara atesorar ese momento en su recuerdo.
Mas si algo me perturbaba, era que una de nuestras manos, pese a la violencia del acto seguía enlazada, sus dedos acariciaban los míos con la suavidad de la que carecía el acto.
Como si la bruja fuera capaz de domar al vikingo.
Acallé distintos gruñidos contra su mandíbula, recorriendo con mis dientes su piel, hasta alcanzar su cuello que mordí y succione con fuerza, marcándola como mía por una vez. Su cabeza se ladeo dispuesta, receptiva. Contra su cuello escapó un gruñido gutural, que precedió a una última y voraz embestida, donde mi miembro se sacudió llenándola de mi.
Mi cuerpo cedió sobre el suyo, agotado, mis ojos se cerraron, acompasando mi respiración a la suya de forma sosegada.
Mi cabeza hundida en su cuello, el pelo acariciando esa furtiva sonrisa que se había dibujado en mis labios.
Sus dedos se pasearon por mi pelo lentamente, enredándolo entre ellos.
-Así que soy mas feo que el nosferatu -bromeé contra su piel entre risas.
Volteé girándola sobre mi para no aplastarla, aun estaba dentro de ella y sus caderas se removieron ligeramente para sentirme.
-entonces, pequeña bruja ¿he cumplido las expectativas? -bromeé recordando aquella frase que me dijo en el hospital.
Deslicé mis dedos por su espalda, dibujando su columna vertebral lentamente con la yema de mis dedos.
Podía oler la sangre fresca de su himen roto, ella me había regalado su primera vez, su primer beso y una parte de mi no quería marcharse de allí, quizás era eso lo que me mantenía sobre el lecho. Algo que no acostumbraba a hacer cuando terminaba mi relación sexual con una mujer.
-¿estoy cansado, borracho, te importa si duermo un poco? Apenas serán unos instantes -susurré quizás como la única escusa que se me ocurrió, sin quedar expuesto, para que su piel continuara acariciando la mía.
Sonreí de medio lado dejándola caer con suavidad sobre el lecho, mientras esta se giraba para enfrentarme con sus ojos verdes.
Mi cuerpo arropó el suyo, al tiempo que sus piernas se abrían dándome sustento. Mi virilidad volvió a abrirse paso entre sus húmedas paredes haciéndola jadear de nuevo con suavidad contra mi boca.
Sus manos empujaban mis nalgas mas adentro, como si estuviera preparada para continuar.
Tomé las manos alzándolas por encima de su cabeza, enredando los dedos, embriagándome de su aliento, del roce de su piel con cada embestida, sus pechos erguidos contra mi torso lo golpeaban excitandome.
Mi boca los busco, torturarlos, lamiendo sus pezones, succionandolos violentamente mientras mis embestidas se tronaban de nuevo violentas.
La oí gruñir, reclamar mi cuerpo por y para ella, como si el dolor y el placer se fundiera en uno dando paso a algo muy distinto a todo lo demás, a lo nuestro.
Soltó una de sus manos para tirar de mi pelo y forzarme a soltar su pecho para de nuevo exprimir mi lengua contra la suya.
Saboreándose una a la otra, buscándose, acallando contra sus labios los gemidos que escapaban sin tregua de mi boca.
La empalé una y otra vez de forma demencial, mientras sus piernas se enlazaban a mi cintura acompañando cada uno de mis salvajes movimientos, arqueándose bajo mi piel, buscandome con la mirada, como si pensara atesorar ese momento en su recuerdo.
Mas si algo me perturbaba, era que una de nuestras manos, pese a la violencia del acto seguía enlazada, sus dedos acariciaban los míos con la suavidad de la que carecía el acto.
Como si la bruja fuera capaz de domar al vikingo.
Acallé distintos gruñidos contra su mandíbula, recorriendo con mis dientes su piel, hasta alcanzar su cuello que mordí y succione con fuerza, marcándola como mía por una vez. Su cabeza se ladeo dispuesta, receptiva. Contra su cuello escapó un gruñido gutural, que precedió a una última y voraz embestida, donde mi miembro se sacudió llenándola de mi.
Mi cuerpo cedió sobre el suyo, agotado, mis ojos se cerraron, acompasando mi respiración a la suya de forma sosegada.
Mi cabeza hundida en su cuello, el pelo acariciando esa furtiva sonrisa que se había dibujado en mis labios.
Sus dedos se pasearon por mi pelo lentamente, enredándolo entre ellos.
-Así que soy mas feo que el nosferatu -bromeé contra su piel entre risas.
Volteé girándola sobre mi para no aplastarla, aun estaba dentro de ella y sus caderas se removieron ligeramente para sentirme.
-entonces, pequeña bruja ¿he cumplido las expectativas? -bromeé recordando aquella frase que me dijo en el hospital.
Deslicé mis dedos por su espalda, dibujando su columna vertebral lentamente con la yema de mis dedos.
Podía oler la sangre fresca de su himen roto, ella me había regalado su primera vez, su primer beso y una parte de mi no quería marcharse de allí, quizás era eso lo que me mantenía sobre el lecho. Algo que no acostumbraba a hacer cuando terminaba mi relación sexual con una mujer.
-¿estoy cansado, borracho, te importa si duermo un poco? Apenas serán unos instantes -susurré quizás como la única escusa que se me ocurrió, sin quedar expuesto, para que su piel continuara acariciando la mía.
Ulf Tollak- Cambiante Clase Alta
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Re: La Clameur du Silence {Privado +18}
La intensidad del momento la había arrastrado a la más absoluta despreocupación, guíada sólo por el deseo y el instinto se había dejado caer de nuevo sobre aquel colchón y de nuevo empezaba el vaivén que llevaría a sus neuronas a la locura más exquisita jamás probada.
Cuando elevó su manos por encima de la cabeza reconoció de inmediato los recuerdos de la visión, sólo que sentirlo en persona era muy distinto, el placer se amplificaba por mil y el dolor aparecía a ratos según rozase o golpease en una zona sensible. La mordió, la marcó y se dió el atracón con su cuerpo, engulléndola como el lobo feroz a caperucita, pero no podía importarle menos llegados a ese punto. Por cada mordisco diez besos, por cada embestida cinco caricias, por cada gruñido del lobo tres gemidos de la bruja... no podía decirse que él estuviera siendo agoista. Rudo sí, pero no tacaño, también se lo había dado todo, sólo que él ya estaba rodado y ella no, esa era la única diferencia.
Terminó exhausta, vacía, completamente relajada y decidió concederse un último deseo. Sonrió ante su comentario.
— Muchísimo más feo... con esa cara no deberías salir por ahí...— le acarició la mejilla y bajó hasta sus labios con las yemas de dos dedos, que desplazó sólo para depositar un beso, esta vez suave, sobre ellos.— Puedes dormir tranquilo... eres tan malo en la cama que ni siquiera te has acercado a mis expectativas.— Soltó una carcajada y se dio la vuelta suspirando.— ay!...creo que no me voy a poder sentar en una semana. Descansa un poco, te lo has ganado.
Dejó que Ulf se acomodase, pegado a ella, envolviéndola por la espalda en un amasijo de brazos y piernas, dandose calor mutuamente. Dejó que el tiempo se deslizase lentamente, acompasado por las respiraciones de ambos, cada vez más lentas y relajadas. Cerró los ojos un par de veces, pero no se durmió. Estaba agotada, dolorida, hambrienta... pero extrañamente lúcida.
Cuando notó que el lobo era presa del más profundo sueño, quizás fruto del alcohol y de tantas noches en vela cuidando de ella, se removió despacio hasta salir del abrazo y de la cama. Se colocó el camisón de nuevo y observó el desastre que habían formado, todas las sábanas estaban llenas de manchas entre sangre, ungüentos que llevaban en las heridas y sudor. Eran los restos de un naufragio.
Él había puesto límites desde el principio, era un vikingo y follaba como un vikingo. Conquistar, vencer y marcharse. Primera y última noche, esas habían sido sus palabras. Según sus visiones no sería la última vez que se vieran, pero no podía saberlo a ciencia cierta y tampoco si volvería a haber otra noche así. El destino era un bromista cabrón, quién sabe. Le había regalado su primera vez, su sangre, y le iba a hacer otro regalo, algo que había entendido antes entre embestida y embestida. Abrió la ventana de la habitación, el aire frío la golpeó aliviando el color de sus mejillas. Sobre el alféizar había algunas macetas; arrancó una pequeña flor morada y cerró la ventana de nuevo, dejando el presente sobre la almohada que ella había ocupado rato antes. No tenía con qué dejarle una nota así que esa flor sería el mensaje: "Aquí tienes tu libertad".
Lana salió en el más absoluto silencio de aquella estancia, sin besos de despedida ni caricias, sin palabras que podrían doler al recordarlas, sin presiones ni exigencias. ¿Era así como se fingía que no habían sentimientos de por medio para no sufrir ni deber nada a nadie? Pues que asi fuera.
Bajó la escalera de la pensión como un espectro, y se perdió en la oscuridad de la noche parisina. Tan sólo queria llegar a casa, darse un baño, comer algo y dormir cien lunas.
Cuando elevó su manos por encima de la cabeza reconoció de inmediato los recuerdos de la visión, sólo que sentirlo en persona era muy distinto, el placer se amplificaba por mil y el dolor aparecía a ratos según rozase o golpease en una zona sensible. La mordió, la marcó y se dió el atracón con su cuerpo, engulléndola como el lobo feroz a caperucita, pero no podía importarle menos llegados a ese punto. Por cada mordisco diez besos, por cada embestida cinco caricias, por cada gruñido del lobo tres gemidos de la bruja... no podía decirse que él estuviera siendo agoista. Rudo sí, pero no tacaño, también se lo había dado todo, sólo que él ya estaba rodado y ella no, esa era la única diferencia.
Terminó exhausta, vacía, completamente relajada y decidió concederse un último deseo. Sonrió ante su comentario.
— Muchísimo más feo... con esa cara no deberías salir por ahí...— le acarició la mejilla y bajó hasta sus labios con las yemas de dos dedos, que desplazó sólo para depositar un beso, esta vez suave, sobre ellos.— Puedes dormir tranquilo... eres tan malo en la cama que ni siquiera te has acercado a mis expectativas.— Soltó una carcajada y se dio la vuelta suspirando.— ay!...creo que no me voy a poder sentar en una semana. Descansa un poco, te lo has ganado.
Dejó que Ulf se acomodase, pegado a ella, envolviéndola por la espalda en un amasijo de brazos y piernas, dandose calor mutuamente. Dejó que el tiempo se deslizase lentamente, acompasado por las respiraciones de ambos, cada vez más lentas y relajadas. Cerró los ojos un par de veces, pero no se durmió. Estaba agotada, dolorida, hambrienta... pero extrañamente lúcida.
Cuando notó que el lobo era presa del más profundo sueño, quizás fruto del alcohol y de tantas noches en vela cuidando de ella, se removió despacio hasta salir del abrazo y de la cama. Se colocó el camisón de nuevo y observó el desastre que habían formado, todas las sábanas estaban llenas de manchas entre sangre, ungüentos que llevaban en las heridas y sudor. Eran los restos de un naufragio.
Él había puesto límites desde el principio, era un vikingo y follaba como un vikingo. Conquistar, vencer y marcharse. Primera y última noche, esas habían sido sus palabras. Según sus visiones no sería la última vez que se vieran, pero no podía saberlo a ciencia cierta y tampoco si volvería a haber otra noche así. El destino era un bromista cabrón, quién sabe. Le había regalado su primera vez, su sangre, y le iba a hacer otro regalo, algo que había entendido antes entre embestida y embestida. Abrió la ventana de la habitación, el aire frío la golpeó aliviando el color de sus mejillas. Sobre el alféizar había algunas macetas; arrancó una pequeña flor morada y cerró la ventana de nuevo, dejando el presente sobre la almohada que ella había ocupado rato antes. No tenía con qué dejarle una nota así que esa flor sería el mensaje: "Aquí tienes tu libertad".
Lana salió en el más absoluto silencio de aquella estancia, sin besos de despedida ni caricias, sin palabras que podrían doler al recordarlas, sin presiones ni exigencias. ¿Era así como se fingía que no habían sentimientos de por medio para no sufrir ni deber nada a nadie? Pues que asi fuera.
Bajó la escalera de la pensión como un espectro, y se perdió en la oscuridad de la noche parisina. Tan sólo queria llegar a casa, darse un baño, comer algo y dormir cien lunas.
Giuliana Mordrake- Hechicero Clase Media
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Re: La Clameur du Silence {Privado +18}
Su olor dibujo una sonrisa en mi rostro, aun con los ojos cerrados estire el brazo buscando su piel, su calor, mas solo vació al otro lado de la cama.
Sobresaltado abrí los ojos, ella no estaba allí.
Primero pensé lo peor, me incorpore de un salto, ¿como podía no haberme enterado de que alguien hubiera entrado y se la hubiera llevado? Mi olfato, mis sentidos agudas hubieran detectado otra persona en la cámara, mas ni rastro.
Mas pronto me di cuenta de mi error, al otro lado de la almohada, una flor morada, una que parecía mandarme una nota muda, una en la que se despedía dejándome libre de su piel, de su olor, de sus labios...de ella.
Mi respiración se agitó, músculos tensos con la flor en una de mis manos, la apreté cargado de rabia, de frustración. ¿no era eso lo que quería? ¿Ser libre? Era cierto, no estaba preparado para amar a una mujer, no quería una viuda, yo encabezaba la maldita revolución, mi camisa se mancharía de carmesí tarde o temprano.
Me trate de autoconvencer de que su acto había sido el mejor, que aquella flor que ahora sangraba en mi puño fruto del dolor mientras mis uñas se hundían crecidas en garras en mi piel, era un final que ambos habíamos elegido de forma voluntaria.
¿Entonces? ¿Porque la rabia oscurecía mi corazón?
Dejé caer la flor al suelo, como ella había dejado escapar lo que paso por la ventana al cogerla.
Quería protegerla, a mi lado nunca tendría descanso, ni paz, si no peligro, sufrimiento y dolor.
Mis pasos se detuvieron frente l mueble bar, quizás porque necesitara antes de salir de esa habitación que olía a ella, de dejar de ver la roja mancha que en la sabana me indicaba que aquella noche me había regalado demasiado y que aquella mañana de nuevo había hecho acto de absoluta generosidad pensando en mi y no en ella.
Me serví un vaso de whisky tras otro admirando el desastre del vendaval que había pasado por aquella habitación, rememorando cada instante en ese lecho, casi podía vernos en el, bromear, reír, acariciarnos tomarnos y como no dormir...
Mi desazón crecía al ritmo del alcohol, mi tristeza al ritmo de los recuerdos y mi frustración se reflejo contra estampé contra la pared el vidrioso vaso.
La rabia se apodero del vikingo, el dolor hizo aullar al lobo y la boquilla de la botella templo al hombre que en pie admiraba por primera y última vez lo que pudo ser y no fue.
Sobresaltado abrí los ojos, ella no estaba allí.
Primero pensé lo peor, me incorpore de un salto, ¿como podía no haberme enterado de que alguien hubiera entrado y se la hubiera llevado? Mi olfato, mis sentidos agudas hubieran detectado otra persona en la cámara, mas ni rastro.
Mas pronto me di cuenta de mi error, al otro lado de la almohada, una flor morada, una que parecía mandarme una nota muda, una en la que se despedía dejándome libre de su piel, de su olor, de sus labios...de ella.
Mi respiración se agitó, músculos tensos con la flor en una de mis manos, la apreté cargado de rabia, de frustración. ¿no era eso lo que quería? ¿Ser libre? Era cierto, no estaba preparado para amar a una mujer, no quería una viuda, yo encabezaba la maldita revolución, mi camisa se mancharía de carmesí tarde o temprano.
Me trate de autoconvencer de que su acto había sido el mejor, que aquella flor que ahora sangraba en mi puño fruto del dolor mientras mis uñas se hundían crecidas en garras en mi piel, era un final que ambos habíamos elegido de forma voluntaria.
¿Entonces? ¿Porque la rabia oscurecía mi corazón?
Dejé caer la flor al suelo, como ella había dejado escapar lo que paso por la ventana al cogerla.
Quería protegerla, a mi lado nunca tendría descanso, ni paz, si no peligro, sufrimiento y dolor.
Mis pasos se detuvieron frente l mueble bar, quizás porque necesitara antes de salir de esa habitación que olía a ella, de dejar de ver la roja mancha que en la sabana me indicaba que aquella noche me había regalado demasiado y que aquella mañana de nuevo había hecho acto de absoluta generosidad pensando en mi y no en ella.
Me serví un vaso de whisky tras otro admirando el desastre del vendaval que había pasado por aquella habitación, rememorando cada instante en ese lecho, casi podía vernos en el, bromear, reír, acariciarnos tomarnos y como no dormir...
Mi desazón crecía al ritmo del alcohol, mi tristeza al ritmo de los recuerdos y mi frustración se reflejo contra estampé contra la pared el vidrioso vaso.
La rabia se apodero del vikingo, el dolor hizo aullar al lobo y la boquilla de la botella templo al hombre que en pie admiraba por primera y última vez lo que pudo ser y no fue.
Ulf Tollak- Cambiante Clase Alta
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Re: La Clameur du Silence {Privado +18}
Continúa aquí.
http://www.victorianvampires.com/t37793-la-tempestad#396626
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Giuliana Mordrake- Hechicero Clase Media
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