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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Miér Ene 04, 2017 2:19 am


Catedral de San Juan Bautista, Turín.




El Mandylion o Imagen de Edesa es un famoso icono bizantino que suele ser comparado con el Sudario de Turín. Según, dicha tela representaba el rostro de Cristo y tiene su origen en el reinado del rey Abgar V, cuando éste envió una carta solicitando la ayuda de Jesús para sanarse de una enfermedad que lo atormentaba. Aunque, algunas teorías versan en que la respuesta fue una epístola con propiedades milagrosas, otras atribuyen a que el enviado de Abgar sencillamente pintó el rostro de Cristo, o simplemente que ésta imagen se impregnó ahí al entrar en contacto con el mismísimo Mesías. En 1203, Robert Clari aseguró que se hallaba un sudario en la iglesia de Santa María de las Blanquernas de Constantinopla y aseguró lo siguiente: «Donde estaba el sudario en el que nuestro Señor fue envuelto, y que cada viernes se alzaba bien alto para que uno pudiera ver en él la figura de nuestro Señor». Además, durante la cuarta cruzada se envió la siguiente misiva al Papa Inocencio III: Los venecianos se repartieron los tesoros de oro, plata y marfil, mientras que los franceses hicieron lo mismo con las reliquias de los santos y, lo más sagrado de todo, el lino en el que nuestro Señor Jesucristo fue envuelto tras su muerte y antes de su resurrección. Sabemos que esos saqueadores han guardado los objetos sagrados en Venecia, Francia, y otros lugares, estando el sagrado lino en Atenas. (Códice Chartularium Culisanense, fol. CXXVI). A partir de ese entonces la imagen aparentemente ha desaparecido y no se sabe si está en manos de antiguos templarios o de algún coleccionista. Incluso se ha especulado ser el Manto de Turín, pero algunos conservan sus dudas.

***

A los oídos de Caraffa llegó aquella introducción interesante y no pudo evitar sentirse intrigado ante el paradero de la tela sagrada, una que, al igual que el Grial, tendría poderes milagrosos, o al menos eso se aseguraba en creer el Papa. Para cualquiera que desconociera la realidad que atravesaba Gian Pietro Caraffa, podía atribuir aquel interés a simple devoción, sin embargo, eso estaba muy lejos de la verdad. Aquel hombre ambicioso, que mostraba ser un perfecto devoto, estaba en busca de otras cosas; porque en su interior residía alguien que era de temer, y necesitaba un nuevo recipiente para fortalecer su poder, a pesar de contar con todo un séquito de bribones que iban sembrando cizaña a diestra y siniestra. Por eso, durante los últimos meses, estaba tan obsesionado con encontrar reliquias maravillosas relacionadas con la eternidad. Si avaricia no tenía fin.

Luego de haber indagado más en el asunto, decidió poner manos a la obra. Pero no sería él quien se encargaría del resto, es decir, de hallar La Imagen de Edesa, sino alguien de su logia. Aunque quiso dejarle la tarea a Malacoda, prefirió hacer caso omiso esta vez; el vampiro era eficiente, no obstante, también tenía otros pendientes. Así que, esta vez, optó por encargarle la tarea a Barbariccia. Sabía que el hechicero poseía mejores habilidades que estar encerrado en Florencia, sentenciando la vida de los inquisidores. También sería una forma de poner a prueba su reciente despertar.

La cita se llevó a cabo en Turín. El Papa decidió hacer una pequeña visita a aquella ciudad y luego aprovecharía para reunirse con Barbariccia. Todo salió como lo indicado; Caraffa se hizo cargo de sus asuntos como Vicario de Cristo, y al caer la noche, a las espaldas de todos, aguardó en silencio a su lacayo. Esperó dentro de la Catedral de San Juan Bautista, justo en donde se exponía el supuesto Sudario de Jesús, y mientras sacaba conclusiones, escuchó unos pasos acercándose.

—Al fin habéis venido. No os preocupéis, estoy al tanto de los obstáculos que os atrasaron en el camino —expuso con calma, dándose media vuelta para recibir a su invitado—. Bienvenido una vez más, Barbariccia.

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Mensaje por Barbariccia Mar Mar 14, 2017 10:51 pm


“All the demons of Hell formerly reigned as gods in previous cultures. No it's not fair, but one man's god is another man's devil”.
― Chuck Palahniuk, Damned


El llamado a una guerra que se ha librado por siglos, al fin lo había alcanzado, una vez más. Lo había estado esperando desde que recobró las memorias de sus vidas replicantes. Sin embargo, aguardó paciente, estaba en su naturaleza lacónica y contemplativa. Aunque preparado para las batallas de fuego, Barbariccia no era un soldado; un estratega en cambio.

La invitación arribó días antes, y sin dilación comenzó a prepararlo todo. Si bien la misiva no daba detalles, intuyó que una vez saliera de Santa María del Fiore, y Florencia, quizá no regresaría pronto. Lamentaba tener que dejar el sitio que había convertido en su santuario desde que había hecho añicos la residencia Tailleferre cuando Barbariccia despertó. Destruyendo su vida mortal, simbólicamente y de manera palpable, despidiendo a sus padres, matándolos, ellos que lo habían educado para, tarde o temprano, tener ese lugar y aceptaban lo que eso conllevaba. Y es que el demonio-hechicero valoraba mucho los lugares donde lograba sentirse cómodo, porque no eran demasiados. Parecía siempre intentar arrancar lo más profundo de las personas y sembrar discordia entre ellas, le hacía falta la tranquilidad y la contemplación, situaciones que chocaban con su verdadera naturaleza.

Con un anuncio parco, finalmente dejó esa habitación oscura en la que pasaba días y noches enteras leyendo textos sagrados, unos más complejos que otros, dejó la catedral, dejó Florencia. Y sólo tuvo que anunciar su partida porque, como había presentido, quizá no regresara en algún tiempo, y no quería ser seguido. Más de uno de sus esbirros, en el pasado, había tratado de averiguar qué hacía su extraño amo. Está de más decir que el final para ellos no fue bonito.

Una vez en Turín, cerca de la Catedral de San Juan Bautista, Barbariccia caminó hasta el lugar sagrado, célebre por resguardar el Sudario de Cristo. Tan pronto sus pasos lo anunciaron, ahí estuvo él. Ese cuyas órdenes, Barbariccia acataba con prontitud y presteza. El único ser sobre esta Tierra, y todas las demás, que podían ordenarle algo. Antes de hablar si quiera, hizo una pronunciada y educada reverencia que tardó algunos segundos en ejecutarse al completo.

He venido, sí, como siempre voy a venir. A este mundo y a su llamado, Su Santidad —eso último lo impregnó de un dejo irónico, pero Barbariccia era tan hábil con las palabras y los modos, que era obvio que el sarcasmo no era, de ningún modo, para ofender. O no al hombre que tenía enfrente —un recipiente mortal para una fuerza superior—, sino al resto, del que ambos se mofaban con saña. Ellos, y el resto de los Custodios.

Me pregunto el motivo de esta reunión. Si he de ser sincero, esperaba que sucediera hace mucho. Aunque comprendo el por qué no fue así. Las cosas suceden cuando deben de hacerlo. Y ya me conoce, no soy de los que pierden la paciencia con facilidad —habló de manera natural, pero también con mucha cautela, respeto y etiqueta. No, no perdía la paciencia con facilidad, y era precisamente eso lo que lo hacía tan peligroso.
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Dom Mar 26, 2017 11:58 pm


Toda mi vida la pasé estudiando a los hombres, pero resulta que
ahora que sé que la mía está en su ocaso
siento que nada he aprendido.

—Mariano F. Urresti, El Talismán de Raziel.




Tenía que empezar a mover las piezas en todas las direcciones posibles, no podía quedarse de brazos cruzados, esperando como el tiempo transcurría y consumía su cuerpo mortal. Ese era el precio de la rebelión, de haber faltado a las órdenes del Creador, pero, ya no había marcha atrás, el campo de batalla ya estaba casi listo; aquel momento lo llevaba esperando desde el principio de los tiempos. Pero, sólo le tocaba esperar, y cuando se refería a esperar, iban incluidas varias encarnaciones adicionales a la actual. Caraffa no solamente era un hombre que había nacido para ser líder y, desde luego, electo Papa, él también guardaba en su interior un secreto demasiado arcano para la comprensión de los mejores teólogos de la época. Escuchar su verdad podía resultar excesivamente fantástico, sin embargo, más nadie debía enterarse de semejante, sólo su selecto grupo era conocedor de todo aquello.

La situación en la logia empezaba a tornarse más complicada, las noticias no eran las más gratas para Caraffa, y quería asegurarse, por todos los medios, de ganar tiempo. Estaba al tanto de la reciente ambición de Graffiacane, además, osó en tomar la esencia de Calcabrina para avanzar a pasos agigantados. Era devastador, aun así, no podía considerarla una traidora, pues, en caso de que él siguiera condenado a la mortalidad perenne, ella podría liderar a los demás, ya que sus propósitos eran los mismos. No obstante, Caraffa jamás revelaría detalle alguno de lo que ocurría. Ahora sólo prefería enfocarse en su propia ambición, por eso había citado con tanta insistencia a Barbarricia, y apenas éste arribó a la catedral, no pudo evitar mostrar su satisfacción al ver que continuaba siendo el mismo hechicero poderoso de antaño.

—Siempre atento a mis peticiones, eso es algo que me regocija enormemente, Barbariccia. Aunque nosotros nos encarguemos de esparcir la discordia, poseemos una alianza inquebrantable. Irónico, ¿no? —explicó con tono pausado, demostrando esa enigmática sabiduría que, sin duda, parecía provenir de otros tiempos más arcaicos—. Y lamento no haberos citado con el debido tiempo, han surgido muchas cosas, como bien sabéis. Supongo que Malacoda os puso al tanto de todo. Pero, bueno, eso no es lo que importa en este momento, las cuestiones de esta reunión son mucho más... selectivas.

Fue lo suficientemente directo, no había mucho más que anunciar, ya todo estaba bastante claro. Barbariccia era hábil y bien debía tener en cuenta que Caraffa lo citaba para algo importante, no para hablar sobre lo que era común entre todos Los Custodios. Así pues, le hizo un ademán, invitándolo a tomar asiento, mientras él avanzaba a paso lento hacia el altar mayor, con aquel porte que imponía poder.

—Supongo que conocéis perfectamente la historia del Manto de Turín, ¿no es así? Entre tantas teorías que circulan, hay una en particular que me substrajo de mi calma — enunció, guardándose las verdaderas intenciones que ocultaba dicha introducción—. Es una bastante interesante, una que se asemeja en fuerza al Santo Grial. Es la leyenda del Mandylion, como le dicen algunos; también es conocida como Imagen de Edesa. —Avanzó un par de pasos más y se detuvo—. Quiero pensar que tenéis una remota idea de lo que hablo, Barbariccia. Pero si no es así, no os preocupéis, que me encargaré de instruiros para llegar al objetivo de toda esta habladuría; igual tenemos gran parte de la noche para hablarlo con la debida calma.

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Mensaje por Barbariccia Jue Mayo 04, 2017 9:49 pm


Sonrió, por todos los infiernos, Barbariccia había esbozado una de esas sonrisas plagadas de crueldad que no mostraba muy a menudo, y aunque esta en especial no auguraba catástrofe alguna, fue como lograr ver un eclipse en su totalidad, de frente, sin quedar ciego. Sólo Caraffa fue testigo, y daba la casualidad que para él no era novedad, ni representaba ninguna amenaza. Asintió después comprendiendo, estando de acuerdo con las palabras. No hace mucho él mismo le había dicho algo parecido a esa inquisidora: su deber era sembrar caos, pero entre ellos no podían hacerse daño. Era tan cierto ahora como lo fue en un principio.

No representa molestia para mí, Su Santidad. Comprendo perfectamente cómo están las aguas, anuncian tormenta. Malacoda ya ha hablado conmigo, y yo he tratado de razonar con Farfarello también —pausó—, sin éxito —tuvo que agregar. Uno podía ver en ese semblante arrogante y voraz, un dejo de culpa. Y es que había estado fallando, lo cual le costaba mucho trabajo aceptar, más aún frente a Caraffa mismo.

Lo siguió y tomó asiento. No despegó los ojos de aquel hombre y cuando éste se hubo instalado en el altar, levantó el mentón, para seguir viéndolo de frente. Parecía un fiel devoto en espera de misa, una que sería dictada por el mismísimo Papa. Se mantuvo con la espalda recta, ávido.

Si cualquier otra persona le estuviera dando esas explicaciones, ya la hubiera hecho pagar por jugar así con su tiempo. Sin embargo, hace mucho que había aprendido que ese hombre (o demonio), no importaba en qué encarnación, no hacía las cosas sin un propósito, así que lo dejó terminar. Rápidamente repasó todos esos textos que leía con tanto afán, encerrado en Santa María de Fiore, sin ver la luz del sol por días enteros. Todo lo que estaba escuchando lo sabía, aunque aún no lograba adivinar el propósito de la introducción. Entornó la mirada y se inclinó ligeramente al frente.

Confieso que estoy intrigado —musitó con una voz parca y seca, aguardó de nuevo, y es que el propio Caraffa le había dicho que todo aquello iba a un lugar. Y ya lo había dicho, la paciencia era algo que le sobraba—. Conozco las historias alrededor de objeto en cuestión, pero es la primera vez que lo veo interesado. O tan interesado al menos. Me pregunto a qué conclusiones ha llegado al respecto —se puso de pie y aunque era imponente, se notaba a leguas el respeto que le tenía al otro.

Avanzó para acercarse, pero no subió la escalinata hacia el altar, se quedó abajo. Un mechón de cabello le caía sobre el rostro y lo peinó con la mano hacia atrás. Por largo rato no dijo nada, como si estudiara a Caraffa. Siempre resultaba alguien fascinante, y las razones para ello sobraban, no obstante, esta vez, su citación y las razones exacerbaban esa cualidad.

Entonces debo suponer que es asunto delicado —apuntó. Y es que si se tomarían toda la noche, así debía serlo, más aún si se consideraba que ambos se trataban de mentes privilegiadas, más allá de su condición demoniaca, esa virtud era mucho más inmediata y tangible.

Se quedó ahí de pie, recto como flecha que punta al cielo, mirando a su líder, al Gran Maestre, el titiritero real no sólo de todo ese asunto, sino de la historia entera.
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Sáb Jun 03, 2017 2:40 am

Si una cosa tenía que reconocer Caraffa era que, conversar con alguien como Barbariccia, solía ser gratificante. Era como una esponja que absorbía cualquier conocimiento del exterior, no se le escapaba ningún detalle; además, obrando y cumpliendo órdenes, solía destacarse. Quizás era por esa particular manía de no querer cometer errores; manía que solían compartir todos Los Custodios. Se convertía en una marca de su carácter, a decir verdad. Sin embargo, también estaba al tanto de que las cosas no siempre salían como se premeditaban. El mundo terrenal estaba lleno de fallas, y a pesar de que se intentara hacer las cosas de la manera más minuciosa, algo solía salir mal, como si el cosmos lo determinara de ese modo. Aun así, ya con esa edad avanzada, tanto de espíritu como de cuerpo físico, Caraffa se había acostumbrado, pero que no significara esto que iba a darse por vencido tan fácilmente. En él se arremolinaban muchos vicios.

—Farfarello —murmuró, aún manteniendo su posición firme, con las manos en la espalda, observando la nada—. Es complicada, lo sé. Malacoda ya debería estar al tanto, pero, ¿hay criatura más orgullosa y ávida de poder que él? Lo dudo, y supongo que vos también, ¿no, Barbariccia? —respondió finalmente. El tema de Farfarello ya lo había tratado, y aunque ella prefería estar alejada de las parafernalias de la Logia, sabía obrar perfectamente al beneficio de todos ellos—. También la conocéis, no va a hacer fácil que cambie de parecer de la noche a la mañana. Sin embargo, es cercano a vos, no habrá mucho problema; su esencia siempre la guiará al deber.

Había hablado de una manera tan serena, que no parecía él. Pero sí, estaba muy sosegado, pese a la situación; bien sabía que debía conservar la calma. Tenía que pensar con la cabeza fría y dedicarse a los asuntos que más le concernían en ese momento. Por lo pronto, la rebeldía de algunos no era muy de su interés. Así que, con esa misma calma se giró, observando a su acompañante muy seriamente. Luego, sin más, esbozó una sonrisa enigmática, demasiado confidencial entre criaturas como ellos.

—Oh, la intriga es un valioso tesoro, Barbariccia —dijo, siempre manteniendo el misterio entretejido en sus palabras—. La inmortalidad siempre ha sido un constante en la vida del hombre; a nosotros se nos arrebató la posibilidad de mantener esa constante sin acudir a los determinados sacrificios y caprichos de este mundo. Me diréis que los vampiros gozan de ese particular don, pero ¿a cambio de qué? Si no beben sangre, no pueden subsistir. Y la luz del día es su condena. ¿Qué clase de don es ese?

Negó. Por último se aclaró la garganta, con la mirada fija en los ojos de su lacayo. Él, mejor que nadie, sabía de qué las pretensiones de Caraffa eran un asunto serio en esos casos.

—La imagen posee propiedades milagrosas, tanto como el Santo Grial. Esas propiedades son cercanas a la inmortalidad... Me interesa obtenerla para extraer tan maravillo poder, pero —aguardó unos segundos. De pronto su expresión había cambiado—. Está desaparecida.

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Mensaje por Barbariccia Lun Jul 17, 2017 12:04 am


De un modo retorcido, Barbariccia encontraba sosiego en Caraffa. Y es que era un ser forjado en el averno, entre lumbre y azufre, condena y hierro fundido, ¿acaso un ser de tinieblas como él era capaz de encontrar ese estado de paz mental? Sí, ahí, frente al Gran Maestre. Guía, portador de la luz, según su nombre original. Y en esa extraña dinámica, porque no había otro modo de definirla, encontró al fin cierto alivio a su constante falla de traer a Farfarello con los suyos. Porque si Caraffa le decía que, como fuera, el deber sería un llamado demasiado poderoso como para que lo siguiera ignorando, Barbariccia lo creía sin cuestionar más.

Su deber, en su posición de canciller, no era la de ser un perro manso que obedeciera órdenes. Debía cuestionar cuando hiciera falta, y aportar cuando fuera necesario. No obstante, en casos como este, en los que Caraffa se expresaba con esa seguridad, Barbariccia veñia con claridad que la única respuesta era el silencio.

En cambio, prestó atención a lo que vino a continuación, el verdadero motivo que los tenía ahí reunidos. Escuchó, hizo suyas las palabras. Barbariccia tenía esa asombrosa, terrible capacidad de aprender con pasmosa velocidad. Nadie tenía que repetirle dos veces las cosas. Asintió luego.

«¿Qué clase de don es ese?»

Una condena —respondió con voz firme, sin elevarla. Eso era. No era un don, era una condena. Y aunque Malebranche y Malacoda estuvieran marcados por el signo de la sangre, no dejaba de serlo. Por supuesto que recibían habilidades con las que él, en su forma mortal, ni siquiera podía soñar, y aún así, las debilidades y puntos flacos eran muchos, y muy conocidos.

Ya veo. Ahora entiendo —¿en verdad lo hacía? Al menos comenzaba a hacerlo. No dejó de mirar un segundo a Caraffa. Relajó la posición y subió una vez más un pie al primer escalón del altar, para luego recargar sus manos sobre la rodilla flexionada—. Confieso que no tenía idea de la razón por la que me había citado aquí —siendo fieles a la verdad, en realidad creía que sería cuestionado por Farfarello. Carecía de omnisciencia estando en su recipiente con fecha de caducidad, y odiaba un poco eso—. De haberlo sabido con antelación, habría traído información. Es lo que hago. Recopilo datos para luego usarlos. Creo haber leído algo hace tiempo, pero necesito volver a revisar los textos. En cambio, si lo que desea es que emprenda una búsqueda, partiré cuanto antes. Y me gustaría llevarme al propio Farfarello. Es necio, pero muy eficiente en lo que hace —y resultaba la única persona, o demonio, en la que confiaba en su totalidad, a pesar de las vicisitudes de su relación, si es que se podía llamar tal a eso que ellos tenían. Y aún así, Malacoda seguía siendo el único conocedor de su verdadero nombre.

Como ha sido siempre, micer, sólo hace falta que usted lo diga para que yo lo haga —y era verdad. Barbariccia era obediente y eficaz. Aún no sabía qué tanto quería Caraffa de él, pero lo que fuera, en verdad no iba a encontrar a hombre más adecuado entre sus filas para tan delicada tarea.
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