AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Bird Without Wings — Privado
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The Bird Without Wings — Privado
Al abrir los ojos lo único que halló fue la naturaleza abismal del bosque, la arboleda funesta que se apreciaba cada atardecer invernal. Las avecillas se ocultaban entre los troncos de los enormes árboles para refugiarse de los vientos gélidos del norte; algunos roedores también hacían lo mismo. Cada fragmento de la naturaleza iba reposando en la oscuridad del invierno, y apenas se apreciaba el silbar de la brisa traicionera, devorando la poca paz que quedaba en el bosque. Aun así, Medea continuaba prefiriendo este lugar, porque era su refugio, al menos por ahora, mientras los días de regresarse a Samotracia iban acortándose. Quizás ese deseo hubiera resultado más fuerte, de no ser porque en su mente rondaba el recuerdo de Arwel. Sus anhelos mortales se elevaban desde la profundidad de su ser, y aunque su estadía en tierra extranjera era por otra causa, no podía evitar sentirse apabullada por la presencia del vampiro que conoció en antaño.
Cerbero, su fiel can, ya luego de haberse recuperado de la flecha que lo lastimó, continuó a su lado, como fiel guardián. Era un animal de pelaje oscuro, de ojos de demonio, pero con la lealtad que sólo profesaban los canes a sus amos. El animal acompañaba a Medea, mientras Érebo y Caronte hacían lo suyo; los hermanos habían decidido dividirse y hallar por su cuenta la famosa reliquia de Samotracia, que se creía, tenía el poder rejuvenecer a las personas, pues, según las leyendas, ésta fue hecha con el árbol de las famosas manzanas doradas del mito (el cual debía hallarse oculto en otro lado). Aquel poder ancestral no podía caer en manos incompetentes; sin embargo, quisieron las Moiras que así fuera, luego de tantos siglos bajo el resguardo del pueblo de Samotracia.
Medea, abstraída en sus pensamientos, se deslizó sobre la hojarasca, con una larga túnica hecha con piel de oso pardo. Aunque en ella residiera un espíritu poderoso, y en esencia poseía grandes dones, aquel cuerpo era mortal e igualmente frágil ante las tempestades de la tierra. No tenía rumbo fijo, pero tampoco pretendía regresar a la ciudad, simplemente quiso disfrutar de la soledad fría de aquel ambiente desolado. De vez en cuando compartía alguna palabra con Cerbero, luego ambos continuaban con su caminata, que más bien parecía el paseo de dos almas errantes, envueltas en el misterio.
Con la noche cerniéndose lentamente, oscureciendo el cielo a tempranas horas, las criaturas hallaban cobijo en la distancia, y sólo los más atrevidos decidían internarse en los confines de la naturaleza, aún arriesgándose a ser el alimento de alimañas voraces. Pero para la hechicera eso no representaba amenaza, porque, tal vez, ella podía considerarse como una de esas alimañas; al menos todavía guardaba un poco de sensatez en su memoria y no iba amenazando a cualquiera que se le atravesara en el camino. De momento se sentía serena, sin ninguna amenaza latente entre los arbustos. Sin embargo, no por mucho pudo hallar consuelo, ni sentirse a salvo de compañía no deseada. Lo supo al momento en que Cerbero adelantó el paso, alzando sus orejas, detectando algo a pocos metros. Sus ladridos quebraron el silencio, alertando a Medea de lo que se acercaba con agilidad hacia ellos.
Un muchacho era perseguido por un lobo. El animal estuvo a punto de alcanzarlo, pero antes de poder abalanzarse sobre el chico, Cerbero intervino, y el aura oscura que surgía del perro era tal, que el lobo retrocedió. Medea se acercó al joven, y luego observó al lobo que intentaba esquivar la mirada oscura de Cerbero.
—Regresa a tu territorio, no tienes nada que hacer aquí —ordenó a la voraz bestia, que obedeció de inmediato, marchándose entre gimoteos—. ¿Estás bien muchacho? —Inquirió sin siquiera mirar al chico—. ¿Qué haces en un lugar como este? Es peligroso. Los lobos de las montañas están buscando alimento para sobrevivir al invierno.
Cerbero, su fiel can, ya luego de haberse recuperado de la flecha que lo lastimó, continuó a su lado, como fiel guardián. Era un animal de pelaje oscuro, de ojos de demonio, pero con la lealtad que sólo profesaban los canes a sus amos. El animal acompañaba a Medea, mientras Érebo y Caronte hacían lo suyo; los hermanos habían decidido dividirse y hallar por su cuenta la famosa reliquia de Samotracia, que se creía, tenía el poder rejuvenecer a las personas, pues, según las leyendas, ésta fue hecha con el árbol de las famosas manzanas doradas del mito (el cual debía hallarse oculto en otro lado). Aquel poder ancestral no podía caer en manos incompetentes; sin embargo, quisieron las Moiras que así fuera, luego de tantos siglos bajo el resguardo del pueblo de Samotracia.
Medea, abstraída en sus pensamientos, se deslizó sobre la hojarasca, con una larga túnica hecha con piel de oso pardo. Aunque en ella residiera un espíritu poderoso, y en esencia poseía grandes dones, aquel cuerpo era mortal e igualmente frágil ante las tempestades de la tierra. No tenía rumbo fijo, pero tampoco pretendía regresar a la ciudad, simplemente quiso disfrutar de la soledad fría de aquel ambiente desolado. De vez en cuando compartía alguna palabra con Cerbero, luego ambos continuaban con su caminata, que más bien parecía el paseo de dos almas errantes, envueltas en el misterio.
Con la noche cerniéndose lentamente, oscureciendo el cielo a tempranas horas, las criaturas hallaban cobijo en la distancia, y sólo los más atrevidos decidían internarse en los confines de la naturaleza, aún arriesgándose a ser el alimento de alimañas voraces. Pero para la hechicera eso no representaba amenaza, porque, tal vez, ella podía considerarse como una de esas alimañas; al menos todavía guardaba un poco de sensatez en su memoria y no iba amenazando a cualquiera que se le atravesara en el camino. De momento se sentía serena, sin ninguna amenaza latente entre los arbustos. Sin embargo, no por mucho pudo hallar consuelo, ni sentirse a salvo de compañía no deseada. Lo supo al momento en que Cerbero adelantó el paso, alzando sus orejas, detectando algo a pocos metros. Sus ladridos quebraron el silencio, alertando a Medea de lo que se acercaba con agilidad hacia ellos.
Un muchacho era perseguido por un lobo. El animal estuvo a punto de alcanzarlo, pero antes de poder abalanzarse sobre el chico, Cerbero intervino, y el aura oscura que surgía del perro era tal, que el lobo retrocedió. Medea se acercó al joven, y luego observó al lobo que intentaba esquivar la mirada oscura de Cerbero.
—Regresa a tu territorio, no tienes nada que hacer aquí —ordenó a la voraz bestia, que obedeció de inmediato, marchándose entre gimoteos—. ¿Estás bien muchacho? —Inquirió sin siquiera mirar al chico—. ¿Qué haces en un lugar como este? Es peligroso. Los lobos de las montañas están buscando alimento para sobrevivir al invierno.
Medea- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/08/2015
Re: The Bird Without Wings — Privado
Se acercaba una dura temporada, podía sentirlo en el aire y en el pesar que inundaba el murmullo de la gente en París, aquella que estaba sumida en la miseria como yo, se hablaba de malas cosechas y de enfermedades, de muerte y desolación. Siempre he odiado los inviernos.
Pensaba si aquello sería diferente si, en vez de dormir en el empedrado suelo de los callejones parisinos tuviera un cómodo y suave lecho al que acudir por las noches. Cosa imposible pero lo único de lo que me podía dar el lujo -y me mantenía cuerdo- era el soñar con cosas imposibles, mi único medio de escape al que podía acudir en los momentos en los que todo parecía perdido y la parca aparentaba seguirme los pasos, siempre alerta, esperando a que cayera abatido al suelo por consecuencia de un hambre prolongada, una herida intratable o el frío que hubiera congelado mi corazón. Quién sabe cuánto tiempo más soportaría todo eso.
El rugido de mis tripas anunciando el tremendo apetito que tenía me distrajo de aquellas ideas y si bien podía aguantar un tiempo sin alimento, no era buena idea en épocas invernales, tenía que comer algo. En mis bolsillos no tenía ni un céntimo pero tenía un escondite secreto, aquello del honor entre ladrones era una vil mentira y frecuentemente resultaba yo víctima de hurtos por autoría de mi propia gente. Negué con la cabeza mientras penetraba en el bosque y comenzaba a internarme en lo profundo del mismo; estaba buscando una piedra con señas específicas. Esta tenía musgo en la parte de arriba y un montón de hongos de color claro creciendo casi en línea recta, por si eso no bastaba para identificarla, las grietas que tenía dicha roca asemejaban al rostro de un anciano. Era inconfundible.
Fue un trayecto que duró cerca de dos horas hasta que por fin di con la piedra y, con una sonrisa de oreja a oreja comencé a cavar con las manos al pie de la misma. Pronto sentí algo sólido y con empleo de todas mis fuerzas saqué el objeto del fondo de la tierra. Era un pequeño cofre de metal cuyo contendio solo yo conocía, casi cincuenta francos, tal vez no era mucho pero podían salvarme la vida de vez en vez.
Llené mis bolsillos con las monedas y al momento de querer regresar el pequeño cofre a su lugar sentí mi sangre helarse de repente y los pelos en mi nuca se levantaban en alerta. Detrás mío una fiera hambrienta de pelaje grisáceo, que se confundía con las sombras en la noche, me estaba observando. Incluso podía darme cuenta de que salivaba. Indeciso sobre qué hacer me incorporé del suelo, puesto que estaba arrodillado antes, y traté de avanzar sin hacer movimientos bruscos o cualquier ruido, funcionó uno, dos y tres pasos pero en el cuarto sin querer pisé una rama que crujió al romperse en dos partes. Fue el gruñido de la bestia la que me hizo reaccionar y sin pensarlo más, solté a correr con la velocidad de un rayo por todo el bosque.
-¡Auxilio! -Grité lo más fuerte que pude y casi al instante tropecé con una raíz para pronto caer al suelo bruscamente y rodar un par de veces por la tierra húmeda. Cuando por fin me recuperé de aquel golpe me desorienté de pronto y apenas me daba cuenta de que el feroz lobo abría sus fauces y estaba por cerrarlas fuertemente con una pierna mía dentro de las mismas. Sin previo aviso y para mi asombro, un enorme perro de pelaje oscuro como el cielo en ese momento se entrometió en el encuentro. Luego una voz femenina se escuchó por encima mío.
Alcé la mirada en confusión y tras tomar aire, pues no me había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración, asentí y entre jadeos comencé a hablar. - Estoy bien. Le estoy infinitamente agradecido. -Con movimientos cautelosos me erguí y examiné mis prendas un instante, terminaron cubiertas de lodo. -Vine aquí a buscar algo que es mío y de repente apareció el lobo. -Llevé una mano al bolsillo donde tenía mis monedas y sentí mi sangre desplomarse. ¡No estaban! -Dios mío… -Murmuré mientras buscaba en el otro bolsillo y obteniendo el mismo resultado. Perí mis monedas en la carrera contra el canino, había ido hasta allá en vano.
Pensaba si aquello sería diferente si, en vez de dormir en el empedrado suelo de los callejones parisinos tuviera un cómodo y suave lecho al que acudir por las noches. Cosa imposible pero lo único de lo que me podía dar el lujo -y me mantenía cuerdo- era el soñar con cosas imposibles, mi único medio de escape al que podía acudir en los momentos en los que todo parecía perdido y la parca aparentaba seguirme los pasos, siempre alerta, esperando a que cayera abatido al suelo por consecuencia de un hambre prolongada, una herida intratable o el frío que hubiera congelado mi corazón. Quién sabe cuánto tiempo más soportaría todo eso.
El rugido de mis tripas anunciando el tremendo apetito que tenía me distrajo de aquellas ideas y si bien podía aguantar un tiempo sin alimento, no era buena idea en épocas invernales, tenía que comer algo. En mis bolsillos no tenía ni un céntimo pero tenía un escondite secreto, aquello del honor entre ladrones era una vil mentira y frecuentemente resultaba yo víctima de hurtos por autoría de mi propia gente. Negué con la cabeza mientras penetraba en el bosque y comenzaba a internarme en lo profundo del mismo; estaba buscando una piedra con señas específicas. Esta tenía musgo en la parte de arriba y un montón de hongos de color claro creciendo casi en línea recta, por si eso no bastaba para identificarla, las grietas que tenía dicha roca asemejaban al rostro de un anciano. Era inconfundible.
Fue un trayecto que duró cerca de dos horas hasta que por fin di con la piedra y, con una sonrisa de oreja a oreja comencé a cavar con las manos al pie de la misma. Pronto sentí algo sólido y con empleo de todas mis fuerzas saqué el objeto del fondo de la tierra. Era un pequeño cofre de metal cuyo contendio solo yo conocía, casi cincuenta francos, tal vez no era mucho pero podían salvarme la vida de vez en vez.
Llené mis bolsillos con las monedas y al momento de querer regresar el pequeño cofre a su lugar sentí mi sangre helarse de repente y los pelos en mi nuca se levantaban en alerta. Detrás mío una fiera hambrienta de pelaje grisáceo, que se confundía con las sombras en la noche, me estaba observando. Incluso podía darme cuenta de que salivaba. Indeciso sobre qué hacer me incorporé del suelo, puesto que estaba arrodillado antes, y traté de avanzar sin hacer movimientos bruscos o cualquier ruido, funcionó uno, dos y tres pasos pero en el cuarto sin querer pisé una rama que crujió al romperse en dos partes. Fue el gruñido de la bestia la que me hizo reaccionar y sin pensarlo más, solté a correr con la velocidad de un rayo por todo el bosque.
-¡Auxilio! -Grité lo más fuerte que pude y casi al instante tropecé con una raíz para pronto caer al suelo bruscamente y rodar un par de veces por la tierra húmeda. Cuando por fin me recuperé de aquel golpe me desorienté de pronto y apenas me daba cuenta de que el feroz lobo abría sus fauces y estaba por cerrarlas fuertemente con una pierna mía dentro de las mismas. Sin previo aviso y para mi asombro, un enorme perro de pelaje oscuro como el cielo en ese momento se entrometió en el encuentro. Luego una voz femenina se escuchó por encima mío.
Alcé la mirada en confusión y tras tomar aire, pues no me había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración, asentí y entre jadeos comencé a hablar. - Estoy bien. Le estoy infinitamente agradecido. -Con movimientos cautelosos me erguí y examiné mis prendas un instante, terminaron cubiertas de lodo. -Vine aquí a buscar algo que es mío y de repente apareció el lobo. -Llevé una mano al bolsillo donde tenía mis monedas y sentí mi sangre desplomarse. ¡No estaban! -Dios mío… -Murmuré mientras buscaba en el otro bolsillo y obteniendo el mismo resultado. Perí mis monedas en la carrera contra el canino, había ido hasta allá en vano.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/09/2015
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Re: The Bird Without Wings — Privado
Era extraño toparse con algún humano corriente en el bosque, la gran mayoría solía temerle de sobremanera a esos lugares, en especial, por todas las bestias que se ocultaban entre la maleza; también, por las leyendas sobre encantamientos y brujos que buscaban víctimas para sacrificar al demonio. Aunque París fuera una ciudad que prometía mucho, estaba igualmente dominada por creencias absurdas. Y lo pensaba Medea, una bruja hábil que tenía bien arraigadas las tradiciones de la antigua Grecia. Si algo la mantenía en aquel lugar, era, sin duda, su misión; esa búsqueda que parecía eterna. Pero ella no desistía, era una mujer que no se andaba con rodeos, que cuando se proponía algo, iba detrás de ello sin pensárselo dos veces.
Sin embargo, lo que ahora detenía sus pasos, no era nada relacionado con sus deberes; la situación resultaba, incluso, pintoresca. No se esperaba encontrar a un joven imprudente en medio de la arboleda, que estuvo a punto de morir en las fauces de un lobo hambriento; no culpaba al lobo, su instinto salvaje lo llevaba a cazar. Si no hubiera sido por Cerbero, el animal habría acabado con el muchacho. Pero quisieron los dioses que tanto ella como el can se aparecieran en medio del camino. Medea lo observó con cierta severidad, aunque no lo hacía por juzgarlo mal, o quizás sí, tan sólo un poco. La juventud no solía medir sus actos y no había excusa para ello; el estatus social nada tenía que ver.
Cerbero se acercó a ambos, olfateando al mozo y luego colocándose a un lado de la hechicera. Medea ladeó la cabeza, el discurso le resultó vago, muy común, a decir verdad.
—¿Y qué podrías tener en un lugar como este? Me resultan curiosas tus palabras. Tal vez esté ahondando en asuntos que no me competen, pero es lo mínimo que pido por haberte salvado de una muerte segura —dijo, con ese tono de voz que solía infundir un profundo respeto entre los suyos—. Si tienes razón de que el invierno está cerca, deberás saber que los lobos andan buscando alimento, ¿no? No hay que ser un intelectual para tener en cuenta eso. Aparte, está oscuro, ¿sabes que has sido muy imprudente?
Y sí, lo regañó. Notaba en él una nobleza que podía ser fácilmente vulneraba por cualquier indolente; no podía dejarlo ahí, ella aún conservaba intacta su humanidad, a pesar de ser severa con aquellos que corrompían las leyes de los dioses. El chico necesitaba ayuda. Se le notaba a leguas que era una persona de bajos recursos y la ciudad n tenía ninguna misericordia con los pobres. Muy al contrario, se empeñaba en destruirlos, como si fueran un virus. Pero no fue eso lo que más llamó su atención. Tal vez él no estaría al tanto de que su aura mostraba algo especial; los indicios de alguna habilidad mágica empezaban a destacarse en energía.
—Veo que has perdido ese algo que viniste a buscar, aparte del camino —indicó, señalando que se hallaban en un lugar diferente—. El bosque es traicionero cuando no se le conoce. Pero no te preocupes, me encargaré de guiarte. Ven conmigo.
Sin embargo, lo que ahora detenía sus pasos, no era nada relacionado con sus deberes; la situación resultaba, incluso, pintoresca. No se esperaba encontrar a un joven imprudente en medio de la arboleda, que estuvo a punto de morir en las fauces de un lobo hambriento; no culpaba al lobo, su instinto salvaje lo llevaba a cazar. Si no hubiera sido por Cerbero, el animal habría acabado con el muchacho. Pero quisieron los dioses que tanto ella como el can se aparecieran en medio del camino. Medea lo observó con cierta severidad, aunque no lo hacía por juzgarlo mal, o quizás sí, tan sólo un poco. La juventud no solía medir sus actos y no había excusa para ello; el estatus social nada tenía que ver.
Cerbero se acercó a ambos, olfateando al mozo y luego colocándose a un lado de la hechicera. Medea ladeó la cabeza, el discurso le resultó vago, muy común, a decir verdad.
—¿Y qué podrías tener en un lugar como este? Me resultan curiosas tus palabras. Tal vez esté ahondando en asuntos que no me competen, pero es lo mínimo que pido por haberte salvado de una muerte segura —dijo, con ese tono de voz que solía infundir un profundo respeto entre los suyos—. Si tienes razón de que el invierno está cerca, deberás saber que los lobos andan buscando alimento, ¿no? No hay que ser un intelectual para tener en cuenta eso. Aparte, está oscuro, ¿sabes que has sido muy imprudente?
Y sí, lo regañó. Notaba en él una nobleza que podía ser fácilmente vulneraba por cualquier indolente; no podía dejarlo ahí, ella aún conservaba intacta su humanidad, a pesar de ser severa con aquellos que corrompían las leyes de los dioses. El chico necesitaba ayuda. Se le notaba a leguas que era una persona de bajos recursos y la ciudad n tenía ninguna misericordia con los pobres. Muy al contrario, se empeñaba en destruirlos, como si fueran un virus. Pero no fue eso lo que más llamó su atención. Tal vez él no estaría al tanto de que su aura mostraba algo especial; los indicios de alguna habilidad mágica empezaban a destacarse en energía.
—Veo que has perdido ese algo que viniste a buscar, aparte del camino —indicó, señalando que se hallaban en un lugar diferente—. El bosque es traicionero cuando no se le conoce. Pero no te preocupes, me encargaré de guiarte. Ven conmigo.
Medea- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/08/2015
Re: The Bird Without Wings — Privado
Hice el esfuerzo por mostrarme calmado cuando en el fondo quería gritar de la frustración, reunir ese dinero me había costado pasar hambre por varios días y todo para perderlo en menos de cinco minutos. Claro, no había a nadie a quien culpar más que a mí mismo, si bien las palabras de la joven resultaban duras, tenía razón; fue mi imprudencia la que había provocado todo el asunto.
Exhalé un suspiro que se llevó parte del rencor de mi cuerpo, dejándolo más lánguido en cosa de un segundo. Bajé la mirada a mis zapatos, agujereados y llenos de lodo. No tenía de otra más que aceptar la reprimenda. -El poco dinero que tengo lo escondo aquí en el bosque, ya me han robado suficiente. -Murmuré más avergonzado que nada, el plan en cuestión resultaba incluso absurdo pero era todo lo que podía hacer, la primera y única vez que había ingresado en un banco me habían echado de una patada. ¿Qué más podía hacer?
No era eso lo único por lo que me sentía incapaz de mirarla a los ojos directamente, había otra cosa que me causaba bochorno, era la ironía de que gran parte de ese dinero lo había conseguido justamente gracias a ir hurtando a peatones en medio de la noche. Pero claro, no le iba a decir eso. -Estaba desesperado, no pensé lo que hacía.
Por un momento pensé que continuaría reprochándome por mis acciones claramente insensatas pero en vez de eso obtuve una ayuda. Alcé la mirada confundido por un segundo antes de sonreír ampliamente como respuesta. Segundos después, nos movíamos por el bosque, con el can andando al ritmo de su ama. -¿Hacia dónde nos dirigimos? -Inquirí mirando a nuestros alrededores, había explorado los bosques innumerables veces pero jamás había visto esa zona. La mujer resultaba enigmática de cierta manera ¿acaso ella vivía en la arboleda? Comenzaba a tener una extraña sensación de que posiblemente no era humana.
Exhalé un suspiro que se llevó parte del rencor de mi cuerpo, dejándolo más lánguido en cosa de un segundo. Bajé la mirada a mis zapatos, agujereados y llenos de lodo. No tenía de otra más que aceptar la reprimenda. -El poco dinero que tengo lo escondo aquí en el bosque, ya me han robado suficiente. -Murmuré más avergonzado que nada, el plan en cuestión resultaba incluso absurdo pero era todo lo que podía hacer, la primera y única vez que había ingresado en un banco me habían echado de una patada. ¿Qué más podía hacer?
No era eso lo único por lo que me sentía incapaz de mirarla a los ojos directamente, había otra cosa que me causaba bochorno, era la ironía de que gran parte de ese dinero lo había conseguido justamente gracias a ir hurtando a peatones en medio de la noche. Pero claro, no le iba a decir eso. -Estaba desesperado, no pensé lo que hacía.
Por un momento pensé que continuaría reprochándome por mis acciones claramente insensatas pero en vez de eso obtuve una ayuda. Alcé la mirada confundido por un segundo antes de sonreír ampliamente como respuesta. Segundos después, nos movíamos por el bosque, con el can andando al ritmo de su ama. -¿Hacia dónde nos dirigimos? -Inquirí mirando a nuestros alrededores, había explorado los bosques innumerables veces pero jamás había visto esa zona. La mujer resultaba enigmática de cierta manera ¿acaso ella vivía en la arboleda? Comenzaba a tener una extraña sensación de que posiblemente no era humana.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/09/2015
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Re: The Bird Without Wings — Privado
Ingenuidad. ¿Era posible que aún existieran personas así? Por supuesto, y mucho más en la sociedad actual; en todas las situaciones precarias, siempre se podían encontrar humanos con una esperanza tan intensa como el sol de que abraza incansablemente los desiertos. Y ahí estaba un claro ejemplo de ello. Ese joven no parecía tan seguro de sus propias palabras, aparte de que su espiritualidad estaba rodeada por sombras del pasado. No había que ser un experto en auras para poder darse cuenta de ese detalle; aunque en el caso de una hechicera hábil como Medea, resultaba bastante sencillo percatarse de muchas cosas sin ahondar en tantos detalles. Pero no se permitió sentir pena por él, porque la lastima no era un sentimiento digno, lo único que logra es hacer menos al otro, y eso no podía considerarlo alguien como ella. Le costaba aceptar la debilidad en los corazones humanos, y menos cuando el mundo era un lugar tan errático e infeliz, que las flaquezas sólo podrían traer más miseria.
¿Acaso él era consciente de ello? No. Y Medea no fue la única en saber eso; Cerbero, aquel perro de pelaje negro y de gran tamaño que estaba a su lado, también logró arrancar aquella realidad de la mirada del jovencito. La hechicera creyó tener una pequeña misión al toparse con ese chico, aquel sentimiento le cruzó fugaz en su interior, así que no pudo ignorar la situación con facilidad y marcharse como si nada hubiera ocurrido. Hasta decidió hacerle una invitación a través de ese santuario enigmático que resultaba ser un bosque durante las noches.
—Entonces era eso —murmuró, analizando mejor el contexto. Ahora comprendía mejor esa rabia que hervía a fuego lento en el chico—. El dinero es el peor estigma de la humanidad, porque se ha vuelto en una condición para poder vivir. No es justo, pero así estamos. —Bajó la mirada, mientras cruzaba los brazos—. ¿No has buscado otro escondite? Quizás alguien te haya seguido y sabe en donde lo has ocultado todo este tiempo. Ha sido un error que has tenido que pagar ya varias veces. No siempre se puede ser tan ingenuo, muchacho.
Y tras aquellas palabras, inició la marcha hacia algún punto desconocido del bosque, internándose entre las sendas de árboles lóbregos; a su lado iba silencioso el fiel Cerbero, con la cabeza gacha, olfateando cada trozo del camino.
—La desesperación es un mal al que nos enfrentamos todos. Alguno lo hemos sabido manejar, pero otros... Es complicado —explicó, sin detener el paso—. ¿Crees que seguir de ese modo va a proporcionarte mejores cosas? No aporta soluciones factibles a tus problemas, y por eso has de pensar que todo empieza a convertirse en una avalancha incontrolable, ¿no es así?
Habló con la sabiduría de su propio espíritu arcano. Por supuesto, no dudó en ponerse en los zapatos del otro, pero seguía manteniendo su postura: él había cometido ya muchas faltas. Aun así, lo que llamó la atención en Medea no fue sólo la ingenuidad del muchacho, sino algo que iba más allá de su existencia corriente. Podía sentir la magia latiendo en su interior. Y eso era un gran problema tratándose de una persona como él, que a duras penas podía lidiar con las batallas de su vida precaria.
—El camino no es importante —dio por zanjada la duda de él—. ¿Cómo te llamas?
¿Acaso él era consciente de ello? No. Y Medea no fue la única en saber eso; Cerbero, aquel perro de pelaje negro y de gran tamaño que estaba a su lado, también logró arrancar aquella realidad de la mirada del jovencito. La hechicera creyó tener una pequeña misión al toparse con ese chico, aquel sentimiento le cruzó fugaz en su interior, así que no pudo ignorar la situación con facilidad y marcharse como si nada hubiera ocurrido. Hasta decidió hacerle una invitación a través de ese santuario enigmático que resultaba ser un bosque durante las noches.
—Entonces era eso —murmuró, analizando mejor el contexto. Ahora comprendía mejor esa rabia que hervía a fuego lento en el chico—. El dinero es el peor estigma de la humanidad, porque se ha vuelto en una condición para poder vivir. No es justo, pero así estamos. —Bajó la mirada, mientras cruzaba los brazos—. ¿No has buscado otro escondite? Quizás alguien te haya seguido y sabe en donde lo has ocultado todo este tiempo. Ha sido un error que has tenido que pagar ya varias veces. No siempre se puede ser tan ingenuo, muchacho.
Y tras aquellas palabras, inició la marcha hacia algún punto desconocido del bosque, internándose entre las sendas de árboles lóbregos; a su lado iba silencioso el fiel Cerbero, con la cabeza gacha, olfateando cada trozo del camino.
—La desesperación es un mal al que nos enfrentamos todos. Alguno lo hemos sabido manejar, pero otros... Es complicado —explicó, sin detener el paso—. ¿Crees que seguir de ese modo va a proporcionarte mejores cosas? No aporta soluciones factibles a tus problemas, y por eso has de pensar que todo empieza a convertirse en una avalancha incontrolable, ¿no es así?
Habló con la sabiduría de su propio espíritu arcano. Por supuesto, no dudó en ponerse en los zapatos del otro, pero seguía manteniendo su postura: él había cometido ya muchas faltas. Aun así, lo que llamó la atención en Medea no fue sólo la ingenuidad del muchacho, sino algo que iba más allá de su existencia corriente. Podía sentir la magia latiendo en su interior. Y eso era un gran problema tratándose de una persona como él, que a duras penas podía lidiar con las batallas de su vida precaria.
—El camino no es importante —dio por zanjada la duda de él—. ¿Cómo te llamas?
Medea- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/08/2015
Re: The Bird Without Wings — Privado
-Lo sé, madame. –Suspiré con cierto deje de melancolía, el dinero era, en mi opinión, lo peor que pudo haberse inventado, se usaba como excusa para todo y lastimosamente no podía hacer nada al respecto más que intentar obtenerlo con el fin de sobrevivir. Tenía que comer… -Lo he hecho, pero… no han funcionado. –Aquellas palabras me dejaron en la boca un sabor amargo, claro que había intentado otros escondites pero todos los demás habían fracasado; incontables veces había ido a buscar mi botín todo para encontrarme con que había sido saqueado sin importar qué tanto me esforzara en esconder el dinero. –Este era el mejor hasta ahora.
Observé al can que caminaba a su lado con la cabeza agachada y con pasos fuertes pero relajados al mismo tiempo, la idea de que tal vez la mujer que me había topado viviera en el bosque se iba reforzando cada vez más. Miré hacia arriba esperando orientarme sobre exactamente dónde estábamos, sin éxito. En verdad que no tenía ni la más remota idea de hacia dónde me estaba llevando, salvo que íbamos en dirección Oeste.
-¿Cómo lo supo? –Le pregunté medio sorprendido por su forma de definir todo lo que estaba viviendo en ese momento. –Pues tiene razón, las cosas se me están saliendo de las manos. No sé qué hacer. –Pasé una mano por mi nuca con nerviosismo, no por algo en específico, simplemente era alguien que tendía a ponerse nervioso con facilidad. –Me esfuerzo pero simplemente no da resultado.
A pesar del misterio que rodeaba a la mujer no dudé en seguirla hacia donde quisiera llevarme ¿qué mal podría hacerme si acababa de salvarme la vida? –Me llamo Cailen ¿puedo saber su nombre?
Observé al can que caminaba a su lado con la cabeza agachada y con pasos fuertes pero relajados al mismo tiempo, la idea de que tal vez la mujer que me había topado viviera en el bosque se iba reforzando cada vez más. Miré hacia arriba esperando orientarme sobre exactamente dónde estábamos, sin éxito. En verdad que no tenía ni la más remota idea de hacia dónde me estaba llevando, salvo que íbamos en dirección Oeste.
-¿Cómo lo supo? –Le pregunté medio sorprendido por su forma de definir todo lo que estaba viviendo en ese momento. –Pues tiene razón, las cosas se me están saliendo de las manos. No sé qué hacer. –Pasé una mano por mi nuca con nerviosismo, no por algo en específico, simplemente era alguien que tendía a ponerse nervioso con facilidad. –Me esfuerzo pero simplemente no da resultado.
A pesar del misterio que rodeaba a la mujer no dudé en seguirla hacia donde quisiera llevarme ¿qué mal podría hacerme si acababa de salvarme la vida? –Me llamo Cailen ¿puedo saber su nombre?
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/09/2015
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